Por Larry D'Abutti
=Y=
YALDA, LA NOCHE DEL PERDÓN
(01.05.21)
Dir.: Massoud Bakhshi.
Pro.: Jacques Bidou, Marianne Dumoulin. Gui.: Massoud Bakhshi. Int.:
Sadaf Asgari, Behnaz Jafari, Babak Karimi.
Desaparecido el gran
maestro Abbas Kiarostami, el cine iraní se fundamenta en nombres
como Bahman Ghobadi, los Makhmalbaf padre e hija, Majid Majidi y
Asghar Farhadi, el más internacional de todos ellos. Y luego hay una
serie importante de francotiradores, que hacen cine buscándose la
vida, y a veces jugándosela -como Jafar Panahi-, para rodar en su
país con capital propio o foráneo, lo que suele facilitar un poco
más la aventura.
A este último grupo
pertenece Massoud Bakhshi, un reputado crítico, guionista, productor
y documentalista que ahora se ha pasado a la ficción, aunque sin
abandonar del todo el género. Su película Una familia respetable
(2012) obtuvo una notable repercusión en la Quincena de los
realizadores de Cannes, y esta segunda consiguió el Premio del
Jurado en Sundance el pasado año.
Como prueba de esta
voluntad de realismo, Yalda, la noche del perdón empieza con
un plano general de Teherán, con sus calles abarrotadas, y con la
presencia casi amenazante de la torre de televisión. No es para
menos: la cámara nos traslada a las puertas del edificio, que se
abren para tragarse a la joven Maryam y sus vigilantes. Ella va a
participar en el programa más importante y más definitivo de su
vida.
Con 22 años, Maryam se
ha casado con su jefe, Nasser, de 65. Es un matrimonio provisional
-normal en Irán- y no deben tener descendencia. Pero Maryam se queda
embarazada, surgen grandes disputas y la joven mata a su marido,
bien es verdad que parece ser accidentalmente y sin verdadera
intención. Pero es condenada a muerte. Y solo puede salvarla de la
pena capital que Mona, la hija de su marido, la perdone en directo
en el famoso programa.
El show es de máxima
audiencia y está producido y realizado con el mayor lujo… de la
televisión iraní. Está conducido por una estrella nacional y mezcla
el momento cumbre del posible perdón con entrevistas y variedades,
incluida una actuación del ídolo pop del país, algo así como El Fary
vestido del Travolta de Fiebre del sábado noche. Inenarrable.
Pero al fin llega el
momento en que Maryam tiene que enfrentarse a Mona, pedirle
clemencia y
esperar que la mujer la perdone. Hasta ahí -y también después- pasan
muchas cosas, algunas verdaderamente sorprendentes. Massoud Bakhshi
conduce el relato con mano firme y con unos protagonistas
-desconocidos para nosotros a excepción de Babak Karimi, que
interpreta al productor del programa- absolutamente entregados. El
formato del espectáculo reproduce con toda fidelidad, según parece,
el ambiente y los escenarios del auténtico “reality”, que con toda
seguridad encandila a la ciudadanía iraní, aunque para el gusto
occidental resulte tan recargado y apabullante que llega a dañar a
la vista.
Pero lo más importante
es constatar cómo la película se desdobla en distintas realidades:
por un lado está la peripecia que vive Maryam, una pobre chica
acusada y condenada de manera bárbara, que se ve obligada a pedir
perdón públicamente y a esperarlo de la parte afectada; una tensión
que va creciendo según las circunstancias que aparecen la hacen más
y más potente, y con un resultado absolutamente incierto.
Pero por otra parte,
todo lo que vemos es una agresión continua a nuestra conciencia
civilizada: las mujeres embutidas en sus velos, sometidas a la
voluntad masculina; los subterfugios que utilizan -la madre de
Maryam es un horror-; la existencia de una legislación disparatada,
que condena a la ligera y que libera más a la ligera todavía; el
propio show, indecente y provocativo: el público paga, con sus sms,
la posible indemnización a la víctima… Es para contar y no acabar.
Y es que Massoud Bakhshi sigue
siendo, aunque no quiera, un formidable documentalista. Aquí está su
película; aquí está la tele-realidad, la realidad de Irán. Un país
al que yo, sinceramente, no quiero ir.
YO, DANIEL BLAKE
(29.10.16)
Director: Ken Loach.
Intérpretes: Dave Johns, Hayley Squires, Sharon Percy.
Ken Loach tiene 80 años y cuenta con más de 40 películas en sus 52
años de carrera. Si algo caracteriza su obra es sin duda su
compromiso, su interés humano -léase social y también político- y su
coherencia.
Family life, Agenda oculta, Tierra y libertad,
Mi nombre es Joe, Felices dieciséis... son unos pocos
títulos que lo confirman. Sus protagonistas son siempre tan
auténticos como este Daniel Blake. Es carpintero, tiene casi sesenta
años, es viudo y está en paro. Además, sufre una afección cardiaca.
Para cobrar el subsidio debe demostrar que busca trabajo, pero los
médicos no le dan el alta, y se encuentra enredado en una espiral de
burocracia que no es capaz de entender ni solucionar. Sobre todo,
porque choca con el aspecto más absurdo de la tecnología y, para su
desgracia, con la incomprensión, la indiferencia y la pésima
atención de los funcionarios de los servicios sociales y del sistema
estatal de empleo. De oficina en oficina y de disgusto en disgusto,
traba conocimiento con Kate, una joven madre soltera que ha tenido
que desplazarse lejos de su ciudad para evitar ir a parar a un hogar
de acogida. Y entre las dos víctimas surge la necesidad de la ayuda
mutua, que desemboca en una fuerte amistad que podría dar sentido a
sus vidas.
Ken Loach traza el relato con firmeza -y con la ayuda de su
guionista de cabecera Paul Laverty- para retratar la vida de estas
personas que están junto a nosotros, aunque no las veamos porque
están al otro lado de nuestra mirada: ancianos, mujeres, parados,
extranjeros, pobres... Yo, Daniel Blake ganó la Palma de Oro
en el último Festival de Cannes con esta historia extraída de la más
cruda realidad: un aldabonazo en las conciencias y una proclama de
sensibilidad y solidaridad.
Y
LLOVIERON PÁJAROS
(06.03.21)
Dir.:
Louise Archambault. Pro.: Ginette Petit. Gui.: Louise
Archambault. Int.: Gilbert Sicotte, Andrée Lachapelle, Rémy
Girard.
Louise Archambault es una directora canadiense (Montréal, 1970)
de cine y televisión, completamente desconocida en España,
aunque sus películas -el corto Atomic Saké (2001),
Familia (2005), Gabrielle (2013) y Merci pour tout
(2019)- han alcanzado éxito y reconocimiento en su país y en
Estados Unidos. Y llovieron pájaros (2019), que vuelve
tras un intento de estreno el año pasado, pasó con éxito por
Toronto y San Sebastián, obtuvo el triunfo en Göteborg para su
directora, y otros galardones para sus protagonistas en los
premios canadienses de 2020.
La
película se desdobla en diferentes matices. Por un lado, están
esos protagonistas: Tom y Charlie, dos hombres mayores que
viven, casi aislados, en sus cabañas en lo más hondo del inmenso
bosque, junto a un lago sereno y cristalino; un paisaje
maravilloso. Antes eran tres, pero ya no.
También están Marie-Desneige -Marie “de la nieve”, ella decide
llamarse así- y Steve, su sobrino. Él regenta un hotel, justo en
el borde del bosque; un hotel que nunca recibe huéspedes porque
nadie se llega hasta allí. El padre de Steve ha muerto y la
familia descubre, asombrada, que el difunto tenía una hermana,
Marie, recluida en una institución para enfermos mentales. Steve
la lleva al funeral, pero después Marie se niega a volver a su
residencia y él la deja alojarse en el hotel.
Y
por allí aparece también Rafaëlle, una joven fotógrafa
interesada en retratar a los supervivientes del gran incendio
que, hace décadas, arrasó la región. Hablando con ellos, conoce
la misteriosa existencia de un tal Boychuck, un personaje clave
en aquel trágico suceso. En busca de su paradero, da, primero,
con el hotel; y, aunque Steve no muestra ningún interés en
revelarle la existencia de persona alguna en el interior del
bosque, el instinto y la perseverancia de Rafaëlle hacen que
pronto encuentre el refugio de los ancianos.
Así
que pronto ese rincón paradisiaco se encuentra mucho más
poblado; porque también Marie Desneige encuentra allí la paz que
nunca había conocido: su historia es la de una mujer
desgraciada, tomada por loca desde su juventud, encerrada y
sometida a crueles tratamientos. Pero no solo no está loca, sino
que conserva intactas su voluntad de sobrevivir, su sensibilidad
y su capacidad de amar. Y Charlie y Tom aceptan su compañía -uno
más conforme que el otro- y le alivian su pesadumbre: Charlie la
enseña a nadar y Tom le canta tristísimas canciones country.
Tristes y bellas, porque la película habla de eso: de la
belleza. La que se oculta tras el gesto confuso en las
fotografías de Rafaëlle; la que abruma en el paisaje del bosque
indómito y el lago dormido; la que se revela en los cuadros
-todos parecidos, todos diferentes- del artista desconocido… Y
en la escena cumbre del amor maduro, una de las más poéticas y
hermosas que se han visto en el cine.
Habla también, por supuesto, de la naturaleza. Un escenario
impresionante de la región de Quebec, un canto a la fuerza de la
madre tierra, capaz de renovarse y multiplicarse después de una
catástrofe, y siempre amenazada otra vez por la acción criminal
de quienes deberían cuidarla. Una tierra, un paisaje, que sirve
además de modelo para cualquier artista y de regazo para sus
criaturas, cuando son capaces de elegir su destino en libertad
para fundirse en una sola materia, un único espíritu.
Y
llovieron pájaros
es una obra trascendente, sugestiva, hecha, evidentemente, con
todo el cariño y la mejor medida: no falta nada y no sobra nada;
si acaso, un pequeño reparo en una secuencia hacia el final que
puede resultar demasiado explicativa, lo que no ha sucedido en
todo el metraje. No tiene demasiada importancia en un todo que
respira armonía y delicadeza: ese tono que da el relato bien
armado y lleno de contenido; el que hace que uno salga del cine
un poco más maduro y más persona.
YO,
TONYA
(24.02.18)
(Ver LADY BIRD)
¿Y TÚ QUIÉN ERES?
(23.09.07)
Dir.:
Antonio Mercero
Pro.: Miguel
Menéndez de Zubillaga Gui.:
Antonio Mercero
Int.: Manuel
Alexandre, José Luis L. Vázquez, Cristina Brondo
Mercero es el realizador de la entrañable –y bastante cursi- serie Verano azul, en los primeros años 80 de nuestra tele. Pero también
de Crónicas de un pueblo y Este
señor de negro y, por supuesto, de La
cabina, una película para televisión de éxito internacional. No
ha dejado de hacer televisión, algún Estudio
1, algunos episodios de Manolito
Gafotas –que también llevó a la pantalla grande-y de Farmacia
de guardia, y bastantes de Turno
de oficio. En cine ha dirigido una docena de largos, entre ellos Las delicias de los verdes años, La guerra de papá, La próxima estación,
Don Juan, mi querido fantasma, La hora de los valientes y
Planta 4ª. O sea, un
currante.
Y ni siquiera pasada la frontera de los 70 quiere dejar de trabajar, y
ahora se embarca en esta especie de aproximación didáctica al terrible
mal de Alzheimer, estrenada justo en el día internacional dedicado a la
enfermedad y con un argumento tan simple que da hasta vergüenza.
Érase
que se era una familia feliz... y pudiente, compuesta, a lo que se ve,
por un padre trabajador y enérgico, una madre satisfecha, dos
jovencitos zangolotinos y una chiquita casadera y estudiosa; más de lo
segundo, porque a base de preparar oposiciones a notarías con tanta
intensidad, ha dejado escapar ya tres pretendientes, aburridos por la
escasa aplicación amorosa de la chica. Y está el abuelo. Que estar,
está; pero como está muy mayor, come aparte en su mesita su puré y
sus galletas integrales...
Tan mayor es, que esta vez, dispuesta la familia a veranear –y no digo
ir de vacaciones, sino veranear, como es debido- en San Sebastián, a la
nena la van a dejar en casa, estudiando –claro-, y al abuelo lo van a
ingresar en una residencia. Provisionalmente, sólo para que no sufra en
San Sebastián, todos con tanto trajín y él allí solo, en el hotel,
aburrido a más no poder. Y que la residencia es de lujo, y cuesta una
pasta, no te vayas a creer... Al abuelo, claro, tanto mimo no le parece
nada bien. Él prefería aburrirse en la playa de la Concha, como cada año;
pero se somete porque no le queda más remedio. La nieta, por su parte,
se coge un rebote importante, porque es muy buena chica y no le gusta
tener unos padres tan egoístas; llora y todo de la pena que tiene y no
se consuela hasta que ve a su abuelo bien instalado y hasta que conoce
al médico que lo cuida, que es un chaval muy guapete y muy simpático,
que no parece ni médico ni nada.
Y a partir de aquí, la historia se desarrolla como estaba previsto. El
abuelo va empeorando a toda velocidad, para que podamos ver todas las
fases de la enfermedad –y la que no vemos nos la cuentan-; Manuel
Alexandre hace cada vez más esfuerzos para sacar adelante el personaje,
mientras López Vázquez –el compañero de habitación del anciano-
hace cada vez menos con el suyo, se ve que para compensar...
Todo está contado de forma muy ramplona, sin ninguna pretensión artística
ni mucho menos intelectual. Da la impresión de que los intérpretes
recitan su papel en cada escena de manera mecánica, sin ninguna
continuidad ni emoción, con un estilo tan funcionarial que echa de la
sala. Todos lo hacen todo como por obligación y a su aire; claro está
que por culpa de Mercero, que se ha tomado el trabajo con un afán
inexistente excepto para la didáctica de la situación. Y eso surte un
efecto contraproducente, porque los aspectos externos de la enfermedad,
cómo afecta al paciente y a sus cuidadores, son de sobra conocidos; y
el guión no hace más que redundar en ello sin ninguna pasión, sin que
el protagonista llegue a emocionarnos y sin que tampoco nos cautive
ninguna de las peripecias de los personajes que lo rodean.
Cosa natural, porque la historia es vieja, carece de
pulso, de interés y de originalidad. Como cada uno hace exactamente lo
que ya nos imaginábamos, y Mercero dirige como siempre, y el argumento
cuenta lo que ya pensábamos, pues eso, que resulta que la película ya
nos la sabíamos y casi no merece la pena ir a verla. (www.ytuquieneres.com)
YO SERVÍ AL REY DE INGLATERRA
(20.07.08)
Dir.:
Jiri Menzel
Pro.: Rudolf Biermann Gui.:
Jiri Menzel (sobre la novela de Bohumil Hrabal)
Int.: Ivan Barnev, Oldrich Kaiser, Julia Jentsch
Jiri
Menzel es un veterano director checo de 70 años –él dice que tiene
72, seguramente para presumir de su inmediata paternidad-, autor de una
veintena de películas y prácticamente desconocido para el gran público,
sobre todo porque hacía 12 años que no dirigía –si exceptuamos su
fragmento de Ten minutes older-
y porque queda lejísimos su famosa Trenes
rigurosamente vigilados (1966), en la que la trama política quedaba
eclipsada por la impactante escena en la que aquel empleado de correos
le plantaba el matasellos a su chica... en el mismísimo culo.
Ese sentido del humor sigue vigente, por lo que se ve, en la obra más
actual de Menzel. Esta película cuenta la vida y milagros de un tal Jan
Dite, camarero en su juventud y millonario de vocación. Lo de los
milagros no es sólo una frase hecha, porque el hombre tiene toda su
vida una extraña suerte, la capacidad de estar siempre en el sitio y en
el momento adecuados; incluso cuando la casa se le cae encima es capaz
de salir por la puerta, y cuando le caen quince años de cárcel le
pilla una amnistía y sale habiendo cumplido sólo catorce años y nueve
meses.
Un hombre afortunado, como se ve. Bajito, eso sí, pero guapete. Sobre
todo de joven, con su uniforme de gala y la condecoración que le dan
por casualidad... y precisamente por su escasa estatura. Jan es más
listo que el hambre –lo del hambre tampoco es una tontería- y se las
compone para caer bien a sus jefes y, sobre todo, a sus compañeras,
amigas y guapas transeúntes. Y Menzel nos lo cuenta, y es muy de
agradecer, con profusión de detalles y muestras generosas de anatomías
femeninas, artísticamente adornadas por la naturaleza y las graciosas y
sabias manos del atractivo –pero bajito- camarero.
Toda la primera parte de la película rebosa de ese disfrute de la vida,
pleno de voluptuosidad, erotismo y bellos escenarios. Menzel se aplica
con entusiasmo y nos brinda una realización de auténtico virtuoso,
elegante, sincopada y alegre: una auténtica lección de cine. Pero no
hay que obviar que la narración arranca con la salida de la cárcel del
protagonista, ya mayor, y se desarrolla paralelamente entre ese tramo
final de su vida y sus recuerdos de juventud. La película entra así en
una segunda parte mucho más oscura, en el relato de lo que podría ser
una nueva “Auge y caída del III Reich”, cuando Checoslovaquia fue
dominada por el ejército nazi y liberada después y convertida al
comunismo.
Aunque seguimos contemplando las andanzas del joven Jan –con ese
tramo, impagable, en que el hotel se convierte en una granja
reproductora de impolutos arios-, va pudiendo más el relato en tiempo
actual, marcado por la soledad y la añoranza. Claro que en el maduro ex
camarero, ex millonario y ex amante no cunde la desesperanza: todavía
mira con ojos ávidos a la única vecina, una joven un poquito
asilvestrada que se deja desear, y se propone abrir, aunque sea en un
rincón del mundo, una nueva cervecería en la que corra la espuma y
brillen vasos y botellas.
Seguramente, por debajo –y a la par- que la feroz denuncia del nazismo
y sus crímenes, esta esperanza a ultranza, esta alegría de vivir
contra toda desgracia y frente a toda pesadumbre es el verdadero mensaje
de la película. Eso, y el retrato inteligente y amable del pueblo
checo, presidido por el orgullo irrenunciable de ser persona y de ser
libre hasta las últimas consecuencias, personificado en el magnífico
maitre del Gran Hotel –que curiosamente, se llama Skrivánek; tengo
que preguntarle al Sr. Escribano padre, a ver si los ancestros de la
saga son de Praga, y no de Cuenca, como dice siempre él-.
Hay que celebrar el regreso de Jiri Menzel, que confirma, una vez más,
la capacidad inagotable del cine europeo. Esta no es una película de
masas, no goza de una enorme campaña de publicidad, pero la destacamos
aquí precisamente por eso. Y por ser una película estupenda,
divertida, inteligente y distinta.
(www.anglickykral.cz/)
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