Por Larry D'Abutti
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UNA CHICA CORTADA EN DOS
(18.05.08)
Dir. Claude Chabrol
Pro.: Patrick Godeau Gui.
Claude Chabrol, Cécile Maistre
Int.: Ludivine Sagnier, François Berléand, Benoît Magimel
Nueva
película del muy prolífico Claude Chabrol, el “joven” director
francés de (casi) 78 años que no ha dejado de trabajar desde la
“nueva ola” de los años 60; concretamente, lleva 50 de carrera,
desde El bello Sergio, de
1958, y aproximadamente 70 títulos; entre ellos El
tigre se perfuma con dinamita, La mujer infiel, El carnicero, La década
prodigiosa, Las bodas rojas, La sangre de los otros, Pollo al vinage, Días
tranquilos en Clichy, El infierno... Ahora Chabrol ha escrito este
guión a medias con su habitual ayudante de dirección Cécile Maistre,
inspirado en el crimen que le costó la vida al arquitecto del Madison
Square Garden en 1906. Igual que Richard Fleischer en La
chica del trapecio rojo (1955) y Milos Forman (Ragtime,
1981); pero distinto, claro. La acción actual se sitúa en nuestros días,
en Lyon, y en las primeras imágenes los títulos de crédito se
superponen a una atmósfera ensangrentada y a la trágica música de
Puccini, mientras nos acercamos a la lujosa casa de Charles
Saint-Dennis, un maduro escritor de mucho prestigio.
Mientras vamos conociendo a Charles, Chabrol nos presenta a Gabrielle,
una joven y guapa periodista de televisión, deseosa de hacer una
carrera en la pequeña pantalla. Y paralelamente, en la vida de
Gabrielle se cruza también Paul Gaudens, un joven millonario, heredero
de un imperio y bastante desequilibrado emocionalmente. Ambos hombres
desean a Gabrielle y ella cae en las redes seductoras del escritor, a
pesar de la diferencia de edad y a pesar, aún más, de la relación,
llena de desapego y perversión, que éste le ofrece.
Paul no deja, sin embargo, de intentar conquistar a Gabrielle, ofreciéndole
su fortuna y la posibilidad de hacer realidad sus deseos, los más prácticos
–tener su propio programa de televisión- y los más románticos,
noches de amor y viajes de placer a lugares soñados incluidos. Si
Gabrielle no quiere ser verdaderamente la chica partida en dos –como
Chabrol nos muestra en la feroz caricatura que cierra la película-,
tendrá que escoger entre el depravado Charles y el desquiciado Paul...
a menos que, como suele suceder, la propia vida elija por ella.
Claude Chabrol no ha sentido nunca demasiado apego por sus
protagonistas, ni por el género humano en general; en sus películas
hay crímenes, traiciones y maldades surtidas. Pero en los últimos
tiempos, claramente desde La ceremonia (1995) y en las obras siguientes –En el corazón de la mentira, Gracias por el chocolate, La flor del mal,
La dama de honor- el maestro francés vuelve una y otra vez su
mirada hacia la sociedad burguesa y provinciana y sus pecados, y los
muestra sin tapujos y con ánimo de trascender al resto de la humanidad.
Sus relatos son, en el envés de Rohmer, “cuentos
amorales”; si sus personajes se salvan –a veces sí- será a su
pesar, por casualidad o fruto de la misma corrupción en la que abundan.
Una chica cortada en dos
es, en ese sentido, la misma película que las anteriores. O mejor dicho
–porque afirmar eso sería caer en un reduccionismo “amateur” y
paleto-, es un capítulo más de la misma historia, que el autor
desarrolla con insistencia y con cierta impaciencia, como demuestra su
ritmo de trabajo. Una impaciencia que no le impide retratar ambientes y
personajes con calma, con una exacta medida del tiempo, dando a la
imagen y a la elipsis el valor dramático que cada una necesita: muestra
el crimen pasional que atraviesa el relato, pero lo más significativo,
los sucesos más importantes, suceden a escondidas del espectador.
Apoyado en ese estilo sintético y en la formidable actuación de sus intérpretes,
Chabrol observa a sus criaturas y nos las enseña sin opinar sobre sus
conductas ni sus conciencias... suponiendo que las tengan. En todo caso,
su cine se aleja tanto del suspense como del dogmatismo o la denuncia:
aquí no hay historias de buenos y malos, ni de crímenes y castigos; al
final abandona a sus personajes y deja que cada uno los juzgue y
concluya la historia como su inteligencia y su sensibilidad se lo
concedan. (www.la
fillecoupeeendeux.com)
UNA DULCE MENTIRA
(17.04.11)
Dir.: Pierre
Salvadori
Pro.: Philippe Martin Gui.:
Pierre Salvadori
Int.: Audrey Tautou, Nathalie Baye, Sami Bouajila
El
director Pierre Salvadori y Audrey Tautou ya trabajaron juntos en Un
engaño de lujo, una comedia de enredo semejante a la actual; en ese
registro, con mayor o menor profundidad, es en el que se desenvuelve la
carrera de Salvadori: Usted
primero, Los aprendices, el guión de La
mujer del cosmonauta, con Victoria Abril… Por su parte, Amélie,
digo Audrey Tautou se mueve como pez en el agua por la pantalla, dada su
portentosa fotogenia, en cualquier género que acometa. En
esta película es la atractiva Émilie, una joven emprendedora dueña de
una moderna peluquería. Su socia y sus empleadas la quieren, pero la
quiere más –en secreto- Jean, el apuesto encargado del mantenimiento
del local. Émilie, por su parte, está más pendiente del negocio y sus
clientas y, sobre todo, de su madre, Maddy, permanentemente deprimida
desde que su marido la abandonó. Todo marcha con relativa tranquilidad
hasta que Jean, incapaz de reprimir sus sentimientos, escribe a Émilie
una carta anónima declarándole su amor.
Tras el primer momento de sorpresa e indiferencia, Émilie tiene una
idea y le remite la apasionada misiva a su madre, pensando que el tal
amante imaginario puede servirle de revulsivo. Y tanto que lo hace: de
repente, Maddy se transforma en una mujer feliz, decidida y con tantas
ganas de vivir como ascos le hacía antes a la vida. La joven,
desconcertada, sólo atina a prolongar el engaño, escribiendo ella
misma más cartas de amor a su madre. Lo hace bastante mal y cuanto más
lo intenta, se preocupa y pierde el sueño y casi la salud, más
obligada se siente a seguir escribiendo y a hacerlo mejor para no
desilusionar a la confiada pero cada vez más exigente Maddy.
Por su culpa –por la de Émilie- el embrollo crece enredándolos a los
tres, hasta poner en peligro la estabilidad emocional de los que no la
habían perdido ya, e incluso zozobra el propio negocio. La chica, su
madre y el inocente Jean olvidan su estima recíproca y lo que antes era
una balsa de aceite se convierte en un auténtico tsunami. Y todo esto
sucede aproximadamente en una primera hora larga de la película, que
tiene un ritmo excelente y un guión chispeante, divertido y acerado.
Los tres protagonistas, además, están francamente bien: Sami Bouajila
–el actor de origen tunecino al que hemos visto en Indígenas
y London River-, la siempre
magnífica Nathalie Baye y Audrey Tautou –no quiero insistir en su
capacidad de seducción- componen sus personajes con toda eficacia. En
todo este tramo, ya digo, parece fácil. Lo complicado viene a
continuación, cuando Salvadori tiene que ir buscando la pista de
aterrizaje sin que le descarrile el patinete. Y es difícil, porque él
mismo se ha puesto el listón muy alto con un enredo tan mayúsculo.
Para empezar, y en aras de la coherencia, cuando los personajes
descubren la verdad, ninguno quiere aceptarla: Maddy se niega a olvidar
la ilusión de una nueva pasión, Émilie rechaza terminantemente a
Jean, y éste no puede resignarse a perder el amor de la joven ni
tampoco a disculpar el lío en el que le ha metido. Y el guión se
resiente de tanta calamidad: los diálogos pierden chispa, aparecen
algunos elementos que chirrían y descompensan las actitudes y los
caracteres de los protagonistas, y todos van y viene por la pantalla sin
rumbo demasiado claro, a riesgo de marear y desinteresar al espectador.
Una pena, que demuestra que las buenas historias sólo son buenas cuando
terminan bien; y no me refiero, claro está, al manido “happy end”,
que a veces –como ésta- estropea más que ilustra una película. El
final de un relato puede ser incluso abierto, sugerente, un
“no-final”, si la historia así lo exige; lo que no es de recibo es
llevar un argumento y unos personajes a unas situaciones que sólo se
pueden concluir con un remiendo. Eso es lo que le ha pasado a esta Dulce
mentira: que para ser verdad le sobra media hora. (www.golem.es/unadulcementira/index.php)
UNA
FAMILIA DE TOKIO
(24.11.13)
Dir.:
Yôji Yamada
Pro.:
Hiroshi Fukazawa Gui.:
Yôji Yamada, Emiko
Hiramatsu
Int.:
Isao Hashizume,
Kazuko Yoshiyuki,
Masahiko Nishimura
En
1953, el mítico Yasuhirô Ozu dirigió la extraordinaria Cuentos de
Tokio. Sesenta años después, otro gran director japonés, el veterano
Yôji Yamada –el autor de El ocaso del samurái- homenajea a su
maestro, rehaciendo la película con personajes y ambientes de la
actualidad. Yamada tiene 83 años, lleva 50 dirigiendo cine y cuenta con
70 películas en su haber -4 o 5 estrenadas en España-, entre las que se
encuentra la serie de 48 títulos, la más larga de la historia, dedicada
al héroe urbano Tora-San. En 2010 recibió en Berlín un premio a toda su
carrera, con El ocaso del samurái fue candidato al Oscar y Una
familia de Tokio ha ganado hace unas semanas la Espiga de Oro del
Festival de Valladolid.
Aunque el guion sea nuevo, el
argumento de esta es idéntico al de la película de Ozu: como en aquella,
un anciano matrimonio llega a la capital para ver a sus hijos y a sus
nietos. Como entonces, pero ahora todavía más, Tokio es una megalópolis
que no favorece las relaciones familiares, y menos si los hijos viven
dispersos, están muy atareados en sus respectivas ocupaciones y se han
acostumbrado a la ausencia y la vida lejana de sus padres. El mayor es
médico y tiene mucho trabajo; la segunda tiene una peluquería y un
marido ocioso, y ambas cosas la preocupan por igual; y el menor es
soltero, no tiene una ocupación fija y parece un poco inconsciente y
despistado.
Tanto, que protagoniza la secuencia inicial, en la que debe ir a recoger
a sus padres a la estación y todos a la vez y cada uno por su lado se
hacen un buen lío, que termina con el matrimonio llegando en taxi a casa
de su hijo mayor mientras el pequeño se pierde con su viejo coche
tratando de adivinar por dónde vienen y qué camino han cogido.
En realidad, todos sienten la alegría y la emoción del reencuentro
–aunque no lo manifiesten mucho, son japoneses: las reverencias
sustituyen a los besos y abrazos-, pero a los pocos días, cuando los
ancianos han pasado ya por las casas de los hijos mayores –ir a la del
menor ni se lo plantean- surge la incomodidad y el desconcierto: ninguno
sabe cómo seguir atendiendo ni cobijando a los ancianos, y estos aceptan
a regañadientes trasladarse a un hotel; eso sí, moderno y muy lujoso.
Tan moderno y tan lujoso que no les resulta confortable.
No les queda casi nada por hacer en Tokio. Y como presienten que puede
ser su último viaje a la ciudad, antes de irse el padre quiere hacer una
visita en honor de un antiguo camarada, y la madre se empeña en conocer
de primera mano cómo vive su hijo soltero. Ambos pasarán unas horas
separados, y los dos cumplirán su deseo; de formas muy distintas, pero
seguramente muy satisfactorias. Ya pueden volver a su casa del pueblo. Y
el relato emboca su recta final –presidida por el dolor y la
incertidumbre-, que revela todo el mundo interior de sus protagonistas:
un grupo de personas unidas por lazos que el tiempo y las distancias han
ajado y debilitado hasta marchitarse y morir.
Como en Hara-Kiri, la película de Masaki Kobayashi (1962)
reinterpretada hace un par de años por Takashi Miike, la película de
Yôji Yamada es igual que la de Ozu y a la vez radicalmente distinta: no
hay imitación, sino un homenaje que propone una relectura con códigos
éticos y estilísticos nuevos. Una familia de Tokio trasciende
–como su antecesora- la mera anécdota, para plantear una metáfora sobre
la naturaleza humana. Pero no hay otros elementos poéticos, salvo en los
momentos que la pareja de ancianos pasa en el hotel; la película sólo
describe la realidad y pinta en planos largos y delicados, como si una
rápida y vulgar aproximación no fuera suficiente, la vida de los
personajes, sus casas agobiantes, la ciudad tremenda. La mirada de Yôji
Yamada es implacable. A lo largo de dos horas y media, en las que no
sobra nada, realiza con mano magistral una certera crónica social y un
retrato de familia desolador; pero también una película rigurosa y
bellísima. (www.acontracorrientefilms.com/pelicula/245/una-familia-de-tokio/)
UNA JOVEN PROMETEDORA
(17.04.21)
Dir.: Emerald Fennell. Pro.: Emerald Fennell, Ashley Fox, Margot
Robbie… Gui.: Emerald Fennell. Int.: Carey Mulligan, Bo Burnham,
Alison Brie.
Falta solo una semana para los Oscar y me alegra comprobar que
en el lote principal, además de los grandes favoritos, figuran
joyitas como esta película parida por Emerald Fennell con ayuda
de algunas amigas. Es también una muy agradable sorpresa
comprobar que Fennell, hasta ahora conocida sobre todo como
guionista y actriz de televisión -es la Camilla Parker Bowles de
la enorme The Crown-, aunque también esté en La chica
danesa y otras, se ha pasado a la dirección demostrando un
indiscutible talento.
Una joven prometedora
acaba de ganar dos BAFTA -mejor película británica y mejor guion-
y opta a cinco Oscar, cuatro de ellos repartidos entre Emerald
Fennell y Carey Mulligan. La actriz, que también es productora
ejecutiva de la cinta, es, claro, la piedra angular que sostiene
todo el entramado.
Ella
es Cassey, una chica joven y atractiva, a la que conocemos
borracha como una cuba en una discoteca. En un estado que roza
la inconsciencia, llama la atención de un grupo de predadores,
uno de los cuales se ofrece amablemente a llevarla a casa. Pero
aprovecha la ocasión para llevársela a la suya -la de él- donde
espera culminar la faena aprovechándose del estado etílico de la
fácil víctima.
Que
a lo mejor no es tan fácil, ni tan víctima. Cassey, en realidad,
gobierna los resortes de su vida. Está a punto de cumplir
treinta años, vive en casa de sus padres, abandonó la carrera de
medicina y trabaja sin mucha afición en la cafetería de una
amiga; y no tiene novio ni relación estable conocida. Por todo
ello, los padres la contemplan con cierto desasosiego y
preocupación, aunque también con una pizca de condescendencia.
Menos mal que ellos ignoran que Cassey, desde hace tiempo, vive
una doble vida: aburrida trabajadora de día, implacable
justiciera de noche. Su amiga Nina, compañera de la facultad,
fue violada y vejada por un grupo de estudiantes. Ambas dejaron
los estudios, Nina no pudo superar el dolor y la vergüenza, y
Cassie ha emprendido una delirante carrera de venganza, cazando
en clubs y discotecas a cuantos intentan propasarse creyéndola
borracha o drogada.
El
carácter y la personalidad de Cassey rompe los moldes de
cualquier clásico del género. Y a la escritura del personaje se
une la envoltura formal de Emerald Fennell, que parte de una
descarada propuesta indie con inclusión de elementos pop, tanto
visuales -en vestuario y ambientación- como sonoros -ahí están
las canciones de Britney Spears e incluso de Paris Hilton-, para
reventar de inmediato cualquier idea preconcebida.
Una joven prometedora
transita entre la comedia negra y el drama, un equilibrio
arriesgado que el relato solventa casi al cien por cien. Es un
acierto, en ese sentido, el que los momentos más determinantes,
los más dolorosos, aparecen prácticamente por casualidad,
sorprendiendo tanto al espectador como a la propia protagonista.
Y son esos elementos los que van a propiciar la conclusión, el
doble final que muestra la película, como un rizar el rizo de la
revancha femenina.
Carey Mulligan, una fantástica actriz, está muy cómoda en su
interpretación y desarrolla toda una gama de sentimientos y
actitudes que van desde la aparente ingenuidad a la cólera,
desde la frialdad al dolor y la tristeza, y siempre mostrando la
verdad y la complejidad del alma de su personaje, su fragilidad
y su determinación.
Es una persona real, y
también es un icono: de la lucha de las mujeres por su dignidad
y su libertad; una pelea que nos implica a todos y en la que
caben todas las armas. También, cómo no, las que Emerald, Carey,
Ashley, Margot y demás nos muestran en esta película combativa,
brillante, deliciosa y terrible, todo a la vez.
UNA LIBRERÍA EN PARÍS
(18.12.21)
Dir.:
Sergio Castellitto. Pro.: Marco Poccioni, Marco Valsania, Dominique
Besnehard, André Djaoui. Gui.: Sergio Castellitto, Margaret
Mazzantini. Int.: Sergio Castellitto, Bérénice Bejo, Matilda de
Angelis.
En
paralelo a su carrera como actor -con cerca de 100 títulos-, Sergio
Castellitto ha desarrollado su faceta de director con media docena
de películas; entre ellas No te muevas, Volver a nacer
-ambas con Penélope Cruz de protagonista-, y Nadie se salva solo
y Fortunata, estas con Jasmine Trinca; todas con Margaret
Mazzantini de coguionista. Se ve que les gustan los personajes
femeninos con fuerte personalidad. En Una librería en París,
también; aunque aquí el protagonista es el propio Castellitto.
Él es
Vincenzo, un librero que abre su establecimiento en un barrio
popular de París y tiene su vivienda en el piso de arriba. La
librería rebosa de volúmenes de todo tipo y época y Vincenzo reparte
su vida entre ellos y su hija Albertine, que vive en el piso.
Albertine es parapléjica, a consecuencia de un accidente, y no
muestra ningún interés por la vida, a pesar de los cuidados amorosos
de su padre.
Tampoco
él está muy entusiasmado. Se ha conformado con su existencia
monótona y rutinaria, hasta el punto de agradecer cualquier visita,
aunque sea para sustraerle algún libro que otro. Alguna vecina se
deja caer por el local, el camarero del bar de al lado, el cartero,
el curita de gustos heterodoxos… poco más.
Pero un
día irrumpe en la librería Yolande, una mujer arrebatadora, un
terremoto. A Vincenzo le pone el corazón y la vida patas arriba:
Yolande es actriz, es guapa, es joven y puede que esté completamente
loca; suficiente para llevar al buen hombre al borde del precipicio.
Para colmo, ella trabaja en el teatro que está justo en la calle de
detrás de la librería; basta asomarse a la puerta trasera para verla
entrar y salir y encontrarse en cada entreacto. Una pasión,
aparentemente correspondida.
El
título original de la película es El material emotivo, y está
basada en una obra de Ettore Scola, Un dragón en forma de nube.
Los dos son mucho mejores -aunque no expliquen tanto, que parecemos
tontos-, más poéticos y surrealistas que el que le han puesto aquí;
sobre todo el primero: ese material lleno de emoción son,
seguramente, los libros. Y es también el amor. El de Vincezo por
Albertine, sin duda, paternal e irrenunciable, y el de él mismo por
Yolande, ardiente y doloroso, problemático, quizá correspondido,
siempre incierto.
La
película comienza con un telón que se abre para mostrar el escenario
de la acción: la fachada de la librería, una tienda de flores, un
café, el teatro al fondo; y el empedrado húmedo por la lluvia
parisina. Seguramente, todo es un decorado; pero lleno de vida, con
sus futuras alegrías y sus seguras tristezas y con un puntito de
nostalgia. Será por los libros, ese artefacto que está a punto de
sucumbir ante la fuerza de las pantallas digitales.
Vincenzo
lo sabe, pero se resiste con todas sus fuerzas; como se resiste al
amor de Yolande, solo para ceder y caer en sus brazos y en una
espiral de sensaciones que lo transportan a otra dimensión, fuera
del mundo real. Desde su mirada, todo tiene ese tono alucinado, casi
onírico, al que lo somete el vuelo rasante de Yolande. Ella es, hay
que destacarlo, una Bérénice Bejo llena de alma, de vida, de arte:
bella, enigmática, encantadora. Una maga. A su lado, Castellitto es
el hombre callado y triste que cede el protagonismo, una vez más, a
la exuberancia y la fuerza femeninas.
Y una
consideración final, que está en la película y en la vida: el libro
no sucumbirá mientras haya un Vincenzo que los cuide y los regale y
mientras haya un curita heterodoxo que compre poesía para su amante
secreto. La librería está a salvo.
UN AMOR INTRANQUILO
(12.02.22)
Dir.:
Joachim Lafosse. Pro.: Alexandre Gavras, Anton Iffland, Eva Kuperman,
Antonino Lombardo, Jani Thiltges. Gui.: Joachim Lafosse, Lou Du
Pontavice, Juliette Goudot, Pablo Guariser. Int.: Damien Bonnard,
Leïla Bekhti, Gabriel Merz Chammah.
Joachim
Lafosse es un director belga que trabaja en su país y, más
frecuentemente, en Francia. Ha dirigido una decena de películas
entre las que destacaría Propiedad privada, Perder la
razón, Después de nosotros -todas de problemática
conyugal- y Los caballeros blancos, protagonizada por Vincent
Lindon, que habla de los tremendos problemas de una ONG en África.
Un
amor intranquilo
vuelve al seno de la familia. Damien y Leïla son artistas: ella es
restauradora y él, pintor. Viven con su hijo Amine en una preciosa
casa en el campo, cada uno trabaja en su estudio, tienen bastante
éxito profesional y su vida podría ser perfecta. Pero, por
desgracia, no lo es. Damien padece un trastorno bipolar que puede
convertir la existencia de los tres en un infierno.
No
sabemos el origen de la enfermedad ni cuándo se reveló en toda su
dureza; intuimos que hace unos pocos años, cuando la familia ya
estaba consolidada. Y ahora estalla la crisis, una nueva crisis. El
comienzo de la película ya justifica la preocupación: Damien, Leïla
y Amine pasa un día en la playa y padre e hijo dan una vuelta en su
lancha. De repente, Damien se lanza al agua y deja que el niño
maneje como pueda la barca para volver a la orilla.
Eso es
solo el comienzo. A partir de ahí, presenciamos como la conducta del
hombre se vuelve más y más errática, más tremenda y más
irresponsable. No es capaz de razonar, actúa violentamente y,
lo que es peor, se niega a tomar su medicación, a consultar con sus
médicos y, desde luego, a pisar el hospital. Pone a su hijo en
peligro en el coche y en ridículo en el colegio, y está a punto de
maltratar a su mujer y hasta a su propio padre.
Ambos -Leïla
y su suegro- intentan incluso ingresarlo por la fuerza, y al fin lo
conseguirán tras un episodio dramático en el que Damien se escapa de
casa y solo reaparece agotado y a punto del colapso. Pero cuando
tras una estancia en el hospital para recibir tratamiento, el hombre
regresa a su hogar, vuelve convertido en un sonámbulo, una persona
carente de reacciones y de la menor fuerza, e incapaz, por supuesto,
de retomar sus hábitos y volver a pintar.
La
película retrata todo el proceso con exactitud casi clínica,
revelando el sucesivo deterioro del enfermo, pero también los
estados de ánimo de quienes lo acompañan: su desconcertada y agotada
mujer, su hijo, que se debate entre el amor a ambos progenitores, e
incluso el padre de Damien, que va a remolque de la situación, y los
seres cercanos: el marchante, el amigo, los vecinos…
Como ya
ha demostrado en otras ocasiones, Joachim Lafosse es un maestro del
clima, y también un excelente director de actores. Gracias al
trabajo de todos, la pantalla respira, además de emoción y
desasosiego, verdad. Ha
contado con un reparto de absoluta solvencia; unos intérpretes
consolidados pero desconocidos para el gran público, lo que presta
mayor verosimilitud a lo que vemos, hasta alcanzar casi la categoría
de documental.
La verdad es que
prácticamente todo el trabajo recae en la pareja que forman Damien
Bonnard y Leïla Bekhti y lo resuelven a la perfección: él es el
hombre con una terrible enfermedad mental; ella, la persona que debe
atenderlo y cuidarlo. Como en la auténtica realidad, no se sabe
quién sufre más; por eso es tan necesario y tan urgente atender
estas situaciones con todo el esfuerzo de la sociedad. Un amor
intranquilo pone su grano de arena en la lucha y lo hace de un
modo magnífico.
UNA MUJER, UNA PISTOLA Y UNA
TIENDA DE FIDEOS CHINOS (22.05.11)
Dir.: Zhang Yimou
Pro.: William Kong, Zhang Weiping Gui.:
Shi Jianquan, Shang Jing
Int.: Sun
Honglei, Shen Yang Xiao, Yan Ni
Este
próximo noviembre, Zhang Yimou cumplirá sesenta años, y puso al cine
chino en el mundo hace más de veinte con Sorgo
rojo, que ganó el Oso de Oro en Berlín y que lo consagró a la
cabeza de una nueva generación de directores de su país. Después
llegaron Semilla de crisantemo, La
linterna roja, Qiu Ju, una mujer china, ¡Vivir!, La joya de Shanghai,
Ni uno menos, El camino a casa, Hero, La casa de las dagas voladoras, La
maldición de la flor dorada y alguna más. Una obra excepcional,
llena de aciertos y con un sello personal caracterizado por su interés
político, humano y, desde luego, estético.
En algún momento, Zhang Yimou vio Sangre
fácil, la primera película de los hermanos Coen –otros maestros
en lo suyo- y quedó fascinado; durante muchos años maduró una idea y
por fin se decidió a realizarla: una historia china basada en ese mismo
argumento. No se trata de una revisión ni de un calco, al estilo de las
versiones que el cine americano suele producir sobre éxitos anteriores,
sino de una “inspiración” trasplantada a su propio lenguaje, a su
cultura y su tradición.
Dice Zhang que la tragedia y el drama son universales y que cualquier
obra de estos géneros puede comprenderse en todo el mundo, sea cual sea
el lugar y la época en que fuera creada; pero con la comedia no sucede
lo mismo: el humor es mucho más local y es posible que lo que en un país
o en una zona resulte divertido, en otros la gracia pase totalmente
desapercibida. Seguramente tiene razón, pero aún así se ha atrevido a
tomar la historia de los Coen –un sombrío thriller sentimental
salpicado de humor negro- y convertirla en una ópera bufa completamente
china, una farsa casi musical –su ritmo es su banda sonora- en la que
los elementos teatrales se combinan con su espectacular sentido
cinematográfico.
El argumento se desarrolla en una vieja posada en mitad de un paisaje
lunar. La trama es la misma que en el original: el eterno conflicto
entre el marido burlado, la esposa casquivana y el amante; aquí éste
es un tontaina pusilánime, elegido sólo por el ansia de venganza de
una mujer maltratada… y porque no había otro más a mano. El elenco
se completa con una pareja de criados –personajes cómicos
equivalentes al “gracioso” de nuestro Siglo de Oro- y, claro, el
detective, encargado por el marido de dar un escarmiento a los
traidores. El marido es cruel, brutal y avaricioso, y el detective es
astuto, malvado y todavía más codicioso. Puede matar fácilmente a los
amantes, pero quizá prefiera esperar a ver cuánto dinero puede sacar
del asunto.
A estas alturas, la experiencia y el talento de Zhang no encuentran ningún
obstáculo para contar esta historia. Convertida, como digo, en una
farsa –casi surrealista-, el director retrata la posada con grandes
angulares, para darle aún mayor aspecto de escenario teatral, pero los
combina con espectaculares exteriores, en unos campos infinitos, rojos
de día y azules de noche, bajo unos cielos surcados de nubes velocísimas,
de lunas que parecen faros, de luces y sombras como amenazas: unos auténticos
protagonistas del relato. Y por
supuesto, hay soldados a caballo, de lanzas y armaduras relucientes,
detalles riquísimos en primeros planos fulgurantes: la marca del genio.
La misma firma que se revela en los momentos más brillantes de una película
que los tiene a docenas: la secuencia inicial con el descacharrante
vendedor de armas; la elaboración, casi mágica y a ritmo sinfónico,
de la sopa de tallarines; o el final trepidante, lleno de violencia pero
también repleto de ingenio y sentido del humor. A lo mejor hay que ser
chino para entender y disfrutar toda esta armonía de sensaciones,
sonidos y colores; pero yo creo que no; y que, aunque Zhang se lo
piense, el humor y los conflictos humanos son universales e
intemporales. La “Commedia dell’Arte” ya representaba este mismo
argumento. Y Lope; y Moliére; y Buñuel, y el cine italiano, y el francés
y el americano: los Coen, con su estilo; Zhnag Yimou con el suyo: esa
maravilla de ritmo, luz, color y sentido plástico absolutamente
inimitable.
(www.unapeli.com/sitio-oficial/web-oficial-una-mujer-una-pistola-y-una-tienda-de-fideos-chinos.html)
UNA
NOCHE EN EL VIEJO MÉXICO
(11.05.14)
Dir.
Emilio Aragón
Pro.: Emilio Aragón, Daniel Écija, Rob Carliner, William D. Wittliff
Gui.: William D. Wittliff
Int.: Robert Duvall, Jeremy Irvine, Angie Cepeda
No hace falta
presentar a Emilio Aragón: es uno de los personajes más populares del
universo audiovisual español. Acaba de cumplir 55 años y ha hecho de
todo: ha sido payaso, presentador, músico –seguramente su pasión más
honda-, actor en un buen número de series de televisión y alguna
película, productor, guionista y, por último, director, con dos
largometrajes en su haber. Debutó en 2010 con Pájaros de papel,
una historia en la que había puesto muchísimas esperanzas; de alguna
manera, aun siendo una obra estimable, no se cumplieron sus
expectativas. Seguramente por eso ha tardado cuatro años en volver al
cine.
Y podrían haber sido más, pero se encontró esta oferta para rodar en
Estados Unidos, con producción americana y española –ese nuevo cine
patrio en inglés y con reparto internacional-, con un gran actor como
Robert Duvall, y con la posibilidad de aportar cierto toque personal al
proyecto, incluyendo algunos intérpretes y la música de la película.
Además, el argumento tampoco parece del todo ajeno a los intereses que
se adivinan más habituales en su carrera.
Robert Duvall es
Red Bovie, un viejo granjero que, cuando empieza la historia, no pasa
por sus mejores horas; desahuciado por el banco y sin poder hacer frente
a sus deudas, se ve obligado a abandonar todo cuanto posee y terminar
sus días en una residencia. La alternativa que ve más razonable es
pegarse un tiro, pero justo en ese momento recibe la inesperada visita
de Gally, un joven desconocido que dice ser su nieto. Red no sabe nada
de su hijo desde hace mucho tiempo; y, por supuesto, todavía menos de la
existencia de este nieto. Una existencia y una visita totalmente
inesperadas.
Gally y Red no congenian a la primera, precisamente; al adusto granjero
no le interesan nada –en apariencia, al menos- las noticias que trae su
nieto, y este se desconcierta tanto por la acogida del abuelo, que
decide marcharse por donde ha venido. Pero el destino –llamémosle
necesidad- hace que, casi sin querer, acaben escapando juntos por las
polvorientas carreteras secundarias de Tejas hasta dar con un pueblo
olvidado y fronterizo en más de un sentido. Allí la noche se llena de
aventura, tequila, canciones y amoríos cercados por el peligro.
La culpa la tienen, a partes desiguales, la guapa Patty, una joven
aspirante a cantante que carga con sus sueños rotos y un futuro muy
oscuro, y el taciturno y violento Panamá, un pistolero que rastrea la
pista de unos compinches traidores y de un bolsón lleno de dólares
caído, casualmente, en manos de la pareja. Gally es inexperto en casi
todo, aunque atesora la osadía de la juventud; todo lo contrario de Red,
de vuelta de la vida y sus recovecos, cargado de años y escaso de
fuerzas; pero sabio, tozudo y capaz de un último acelerón del corazón.
Emilio Aragón se las ha entendido
con esta historia mezcla de “road movie” y western crepuscular, que
contiene también gotas de humor corrosivo y certeros trazos de
personajes. Lo malo es que falta continuidad, en lo lineal y en lo
profundo. Quizá sea culpa del guion, que va de más a menos: las primeras
secuencias dibujan unos tipos estupendos: los maleantes que abren el
argumento, el abuelo y el nieto… Incluso Patty y Panamá arrancan con más
brío del que luego muestran. Y lo mismo puede decirse de las evoluciones
de los protagonistas, que se inician con cierto halo de tragedia para
terminar en un territorio cercano a la comicidad.
Esa mezcla y esa arritmia están a punto de arruinar la película; pero se
compensan con la voluntad que le ha puesto Emilio Aragón para remontar
la tensión narrativa, y las buenas intenciones de todo el reparto,
encabezado por el gran Robert Duvall –suya es la pantalla todo el
tiempo-, con Jeremy Irvine de muleta, Angie Cepeda para iluminarle la
mirada y un estupendo Luis Tosar de antagonista. (http://www.facebook.com/UnaNocheEnElViejoMexico)
UN AÑO, UNA NOCHE
(22.10.22)
Dir.:
Isaki Lacuesta. Pro.: Isaki Lacuesta, Ramón Campos, Jérôme Vidal.
Gui.: Isaki Lacuesta, Isa Campo, Fran Araújo. Int.: Noémie Merlant,
Nahuel Pérez Biscayart, Alba Guilera.
Las
películas de Isaki Lacuesta (Gerona, 1975) o son documentales o
parecen documentales. De hecho, de sus 24 títulos, además de 10
cortos, hay 6 documentales puros y 8 son largometrajes, incluyendo
su capítulo -quizá el mejor- de la serie Apagón. Entre sus
largos de mayor o menor ficción están La leyenda del tiempo,
Los pasos dobles, La próxima piel y Entre dos aguas
-Concha de Oro en San Sebastián 2019-.
Un
año, una noche
se basa en los atentados terroristas que sufrió París en la noche
del 13 de noviembre de 2015, y más concretamente en el ocurrido en
la sala Bataclán, donde un grupo de hombres armados abrieron fuego
contra el público asistente. Hubo carca de 80 muertos y muchos
heridos entre los que escaparon por la puerta trasera y las ventanas
o se refugiaron en los camerinos.
La
historia se centra en Céline y Ramón, una pareja de jóvenes que
consiguen salir ilesos del atentado. Los vemos deambular en la
madrugada, aun envueltos en las mantas térmicas que les han dejado,
temblorosos y con la mirada perdida. Es el comienzo de la crónica de
una difícil convivencia, lastrada por el trauma vivido.
Seguramente es imposible sobrevivir con normalidad a un momento tan
trágico, tan impactante. Céline y Ramón lo intentan, consolándose
mutuamente y buscando la ayuda de otras personas. Pero de manera
distinta: Céline ni siquiera les ha contado a sus padres lo que han
pasado; viven en otra ciudad, no quiere preocuparlos y además parece
que no necesita su apoyo; ella misma se muestra más fuerte y
decidida. Ramón es español -aunque, evidentemente, muy asentado en
Francia- y no tiene tanto ánimo; vemos cómo titubea, y necesita
relacionarse con su entorno como tabla de salvación: sus amigos más
cercanos -Lucie y Carlos, un compatriota- y hasta su familia
española, a la cual visita cuando tiene ocasión.
Pronto,
la película nos enseñará, en sucesivos flashbacks, el interior de la
discoteca, los desprevenidos asistentes y el ataque terrorista. Con
un evidente acierto narrativo, que no nos deja ver a los atacantes,
sino solo las detonaciones, la sorpresa y el terror y la muerte
entre las personas que bailaban y bebían felices y ven cómo sus
vidas se truncan dramáticamente o incluso acaban definitivamente por
sorpresa.
Presenciamos también cómo un grupo de aterrorizados supervivientes
se esconden en un camerino, oyendo los disparos y los gritos y sin
poder hablar ni comunicarse con el exterior; incluso dudan,
razonablemente, cuando la policía, que ha acabado con los
terroristas, les conmina a salir de su refugio.
Las
escenas están intercaladas en la vida cotidiana de los
protagonistas, ese devenir que ocupará un año en común, el que da
título al filme. Isaki Lacuesta ha partido del libro autobiográfico
de Ramón González, y no es difícil suponer que la vida en la
pantalla de Céline y Ramón, su voluntad de seguir, pero también sus
dudas, sus miedos y el deterioro que sufre su convivencia se puedan
producir en la realidad; de hecho, es un ejemplo más de la voluntad
de Lacuesta por dotar de verdad sus argumentos.
También ayuda la
espléndida interpretación de los protagonistas Noémie Merlant y el
argentino Nahuel Pérez Biscayart, apoyados en el resto del reparto,
con alguna susurrante excepción. Un lunar que no empaña, desde
luego, la fuerza y la brillantez del relato, una apuesta personal de
Isaki Lacuesta que supone un profundo estudio psicológico a la vez
que un apunte social sobre la lacra mundial del terrorismo y la
violencia.
UNA VIDA A LO GRANDE
(23.12.17)
Dir.: Alexander Payne. Pro.: Alexander Payne, Jim
Taylor, Megan Ellison… Gui.: Alexander Payne, Jim Taylor. Int.: Matt
Damon, Christoph Waltz, Hong Chau.
Novena película de Alexander Payne, un creador total: guionista,
productor y director. Todas ellas son interesantes, pero esta llega
después de tres extraordinarias: Entre copas, Los
descendientes y Nebraska. Las expectativas en todo lo
alto, por tanto.
Una vida a lo grande
–y también el título original, Downsizing, más o menos
Reducción- hace referencia al meollo del argumento. En un futuro
no muy lejano, la superpoblación del planeta se va haciendo
insostenible. Pero alguien tiene una idea genial –que se le ha
ocurrido, seguramente, observando a las hormigas-: si los humanos
fuéramos mucho más pequeños, tendríamos mucho más espacio para
repartir.
Y
unos científicos noruegos consiguen inventar un artefacto que reduce
el tamaño de las personas, al tiempo que se construyen espacios
–utensilios, casas, ciudades enteras- para ser poblados por los
seres humanos diminutos. Y parece que la cosa funciona. Por lo
menos, Paul, nuestro protagonista, parece satisfecho cuando llega a
Ociolandia, la ciudad de las maravillas, en la que es todo un
potentado. Claro que no es completamente feliz, como se verá
enseguida.
Y
lo que vemos también es que la película cambia de registro y casi de
argumento. Tras una primera parte brillantísima en todos los
sentidos, la narración toma otros derroteros, hasta el punto de que
ya va a dar lo mismo que los protagonistas sean pequeños, medianos o
grandes. La pantalla se oscurece y aparecen otras tramas, otros
personajes y otros ambientes que parecían imposibles.
El
relato gira ahora en torno a Ngoc Lan, una refugiada vietnamita
–brillante revelación de la actriz tailandesa Hong Chau- que aparece
como secundaria y acaba por conseguir todo el protagonismo. Ese
cambio completo de registro resulta desconcertante, y remata en una
especie de epílogo que resulta casi surrealista. La película, por
eso, sin dejar de ser la fábula ecologista y humanitaria -la especie
camina hacia la extinción y algo nos toca hacer- que
pretende desde el principio, queda desigual y un poco cuesta abajo:
las hipnóticas secuencias iniciales atrapan más que las finales; eso
es grave, y aunque siempre está presente la mano maestra de Payne,
quizá no sea esta la más original ni la mejor de sus películas.
UN
BUEN HOMBRE
(03.05.09)
Dir.: Juan
Martínez Moreno
Pro.: Gerardo
Herrero, Mariela Besuievski
Gui.:
Juan Martínez
Moreno
Int.: Tristán
Ulloa, Emilio Gutiérrez Caba, Nathalie Poza
Segunda
película de Juan Martínez Moreno, después de Dos tipos duros –premio del público en Málaga 2003-, a la que ésta
no se parece en nada. Martínez Moreno es también autor del guión, que
relata la amistad entre Vicente y Fernando, dos profesores de la
facultad de Derecho de una universidad gallega; el mayor, Fernando
–Emilio Gutiérrez Caba- es catedrático, casado con una mujer
bastante más joven y padre de un chavalín; apoya y tutela a Vicente
–Tristán Ulloa-, que, además de compañero y amigo, es casi como
otro hijo para él.
Vicente está a punto de ganar también su cátedra; es una persona
honrada, recta y muy religiosa: un buen profesor, un buen marido, un
buen hombre. La amistad entre ambos parece inquebrantable, pero un
terrible suceso vendrá a ponerla a prueba y hará tambalear las más sólidas
creencias y actitudes del estricto Vicente; a partir de ahí, su vida se
quebrará entre el éxito profesional, la acomodada –hasta entonces-
situación conyugal y los dictados de su conciencia, que no sabe si podrá
acallar definitivamente.
Las novelas de Patricia Highsmith y las películas de Claude Chabrol son
los referentes confesados por Martínez Moreno; en efecto, en Un buen hombre se respira ese mismo aire provinciano viciado de
pequeñas y grandes maldades, habitado por personajes cotidianos,
reconocibles en su cercanía y en su ausencia de notoriedad y
trascendencia. La doble moral burguesa, la ambición, el odio y el
crimen aderezan esta historia oscura y despiadada, apasionadamente
interpretada por el dúo protagonista.
Lástima que esa misma pasión produzca resultados contraproducentes
cuando el guión se desliza más de la cuenta en la desmesura dramática
y –por el otro extremo- en la simpleza de la trama policial, que no
ayuda a la hondura de los personajes. Aún así, hay que reconocer la
muy buena idea inicial y el propósito de un cine nada convencional, crítico
y valiente.
(www.unbuenhombre.com)
UN BUEN PARTIDO
(09.12.12)
Dir.:
Gabriele Muccino
Pro.: Gerard Butler, Jonathan Mostow, Alan Siegel Gui.: Robbie Fox
Int.: Gerard Butler, Jessica Biel, Dennis Quaid
El italiano
Gabriele Muccino (Roma, 1967) ha trabajado en su país –recuerdo que me
gustó El último beso- hasta que Wil Smith lo llamó a América, él
sabrá por qué, para dirigirlo en dos películas: En busca de la
felicidad y Siete almas, dos “melos” sin más pretensiones que
el lucimiento del protagonista. La cosa, el negocio, no debió salir muy
mal, cuando ahora es Gerard Butler el que ha reclamado sus servicios con
finalidad parecida.
El guion de Robbie Fox –que tampoco es una lumbrera, de momento-
convierte a Butler en futbolista. Él es George Dryer, una vieja gloria
que, siguiendo la estela de David Beckham y tantos otros, recala en el
“soccer” americano tras una carrera de éxitos en el fútbol europeo. Ha
sobrevivido algunas temporadas, hasta que una grave lesión lo ha
retirado definitivamente; y ahora malvive en un pueblo de Luisiana, con
la esperanza de trabajar en la televisión como comentarista y de
recuperar el amor de Stacie, su ex mujer, y de Lewis, su hijo, al que no
ha visto mucho en los últimos años.
Aunque no es lo que más le gusta, acepta entrenar a los chavales del
colegio de Lewis, niños y niñas de ocho o nueve años. Eso, al menos, le
permite estar cerca de Stacie, aunque es evidente que ella no lo mira
con demasiada confianza. Los niños sí que están encantados de tener un
entrenador que ha sido una estrella; y mucho más encantadas se muestran
algunas de sus mamás, que van a desplegar todas sus dotes de seducción
para conquistarlo. Sobre todo Barb, una llorosa divorciada que busca
desesperadamente la autoestima perdida, Denise, una decidida profesional
de la televisión que quiere solucionarle la vida, en más de un sentido,
y Patti, la muy ardorosa mujer del millonario y promiscuo patrocinador
del equipo.
La fórmula de la película no
contiene ningún secreto. Un actor de moda, guapo y fotogénico, que
produce un relato barato puesto en imágenes por un realizador de oficio,
y un reparto que contenga nombres de cierta solvencia y al menos una
conocida cara bonita. En este caso, tres: Jessica Biel más Catherine
Zeta-Jones y Uma Thurman –aunque la verdad es que estas dos están ya un
poquito lejos de sus mejores momentos- y a todos se une Dennis Quaid,
que sirve para un roto, un descosido y hasta una vainica, si hace falta.
¿Y cómo ligan todos los ingredientes? Regular nada más. Muccino, como
hemos dicho, se mueve con soltura entre el melodrama y la comedia
sentimental, pero necesita motivarse con el apoyo de un buen guion; y
este no es de los mejores, plagado de lugares comunes, facilillo,
excesivamente dócil y demasiado previsible. Condiciones que se traducen
en una realización sin fuerza, con un desaliño y una apatía que alcanza
también a los protagonistas.
El ejemplo más claro es el de Matt, el actual novio de Stacie, con el
que convive y está a punto de casarse –la escena en que George la pilla
probándose el traje de novia da grima-, que sabe desde la primera escena
cuál va a ser el desenlace y parece que le da lo mismo. Pero los demás
tampoco se dejan la piel en el asunto; puede ser que se hayan enterado
de lo que cobran los auténticos astros del balón y les haya entrado una
depresión.
Hay un momento, no obstante, en que la película parece que cobra altura
–que nadie se ilusione, son unos minutillos de nada-, ya cerca del
final; como si un desenlace imprevisto, relativamente original, pudiera
enderezar relato tan plano. Como era de esperar, no sucede así y todo
vuelve por el carril trazado milimétricamente para la placidez y la
felicidad del espectador poco exigente. Porque a lo mejor lo que sucede
es que algunos lo somos demasiado, y las películas como esta tienen su
público, personas que pasan por taquilla y se dejan unos dineros –los de
la entrada y los de las palomitas de los niños- que permiten que el
engranaje funcione, que todos salgan ganando y que vuelvan a hacer más
cosas como esta. Esto es lo peor. (http://playingforkeepsmovie.com)
UN CUENTO CHINO
(19.06.11)
Dir.:
Sebastián Borensztein
Pro.: Pablo Bossi, Juan Pablo Buscarini, Gerardo Herrero
Gui.: Sebastián Borensztein
Int.: Ricardo
Darín, Huang Seng Huang, Muriel Santa Ana
A
estas alturas, Ricardo Darín es una estrella de tanta magnitud que
–iba a decir- da igual quien lo dirija. No es así, claro, pero es tal
la calidad, la versatilidad y la fotogenia del actor, que hay que hablar
casi más de una película “de Ricardo Darín” que de su director;
como pasaba antiguamente, vamos. De hecho, la filmografía del argentino
Sebastián Borensztein –series de televisión en su mayor parte- es
desconocida para nosotros; no así la de Darín, que comprende títulos
bien importantes, desde El mismo amor, la misma lluvia y
Nueve reinas –que lo descubrió en todo el mundo-, hasta los
recientes Carancho y El secreto de sus ojos. Más de cincuenta películas, algunas menos
trascendentes pero todas con el aliciente de su presencia.
Dice Darín que Un cuento chino
es una sátira; y es verdad en lo que se refiere al personaje
protagonista y a su entorno inmediato; y sobre todo, en la carga de ironía
que contiene el título; porque lejos de ser una fantástica historia
ficticia, lo que vemos es tan real como la vida misma. Empezando por el
principio, que sí es una historia oriental: cuando un joven chino se
embarca con su novia para pedirle, en la solitaria discreción de su
pequeño barquito, que se case con él, un suceso inesperado, casi
imposible, increíble del todo, acaba con sus sueños.
Eso sucede en China, pero en Argentina, en un barrio de Buenos
Aires, vive Roberto. Todo un personaje: un hombre huraño, maniático,
meticuloso hasta contar los clavos de cada caja que le mandan sus
proveedores, capaz de repasar y recolocar a cada rato las infinitas
figuritas de su vitrina, de repetir sin variación las rutinas diarias
de cada día –y noche- de su existencia, y de escudriñar en todos los
periódicos las noticias que le parecen de interés, para recortarlas y
archivarlas con el mayor de los mimos. Roberto es dueño de un carácter
indómito, forjado en la dificultad. Ha sido combatiente en la guerra de
las Malvinas, quizás un héroe, aunque no quiera recordarlo; la
ferretería que heredó de su padre no le va a hacer millonario, ni lo
intenta; y su talante desabrido lo hace parecer antipático. En el
fondo, lo que le pasa es que no tolera las tonterías, las injusticias
ni los atropellos, vengan de un cliente pesado o de un policía infame.
Se ha refugiado en su estricta soledad –esté solo
o
en compañía de otros-, en una forzada misantropía que quiere
estrangular su sentido solidario, y en una incapacidad para el amor que
él mismo sabe que es tan falsa como un salvavidas de papel.
Podemos imaginar lo que sucede cuando en su vida se cuela Jun, el joven
chino que ha aterrizado en Buenos Aires casi sin saber cómo, sin hablar
ni una palabra de español, abandonado, sin dinero ni paradero conocido
pero con hambre. Roberto lo mete en su casa y desde ese momento pelea
por librarse de él, por sobrevivir mientras tanto y no dejarse ganar
por el afecto que pudiera –no será verdad- empezar a nacer entre los
dos. Porque, claro, la absoluta incomunicación que imposibilita el diálogo
y la convivencia –dos idiomas, dos caracteres, dos culturas opuestas-
se va debilitando y hace nacer algún entendimiento, algún parecido,
cierta solidaridad entre dos almas más semejantes de lo que ellos
reconocen.
Darín compone este Roberto maravillosamente; con un físico que se
adapta al personaje, con un asomo de desdén en la voz traicionado por
la tristeza de su mirada, con un gesto medido, siempre exacto. Una
interpretación que conmueve. Es el mejor vehículo para esta historia
de múltiples lecturas, a la que también Sebastián
Borensztein ha sabido dotar de una factura y un ritmo más que
convincentes, fotografiando a sus criaturas con esmero y dosificando con
habilidad los tonos y estilos de la comedia costumbrista, la fábula
sentimental y la introspección personal; que de todo hay en esta espléndida
propuesta. Y, por cierto, una última
recomendación: hay que quedarse al final de la película para que
podamos presenciar al completo los títulos de crédito… y algo más.
(www.uncuentochino.com.ar/)
UN DIOS SALVAJE
(20.11.11)
Dir.:
Roman
Polanski
Pro.: Saïd
Ben Saïd
Gui.: Roman
Polanski, Yasmina Reza
Int.: Jodie Foster, Kate Winslet, Christoph Waltz, John C. Reilly
Sería
una impertinencia tratar de presentar a Roman Polanski. Setenta y ocho años,
36 películas como actor, autor de 22 guiones y director de 19
largometrajes –más un segmento en otros dos- y nueve cortos entre
1955 y 1962, fecha en la que debuta en el largo con El
cuchillo en el agua. No hace falta repasar su obra, que es muy
conocida; todavía resuenan los ecos de El
escritor –una de las mejores películas del año pasado- cuando
nos llega esta nueva obra de arte, producto de su confinamiento en Suiza
a causa de los problemas que también todos sabemos.
A partir de la pieza teatral de Yasmina Reza, y con su colaboración,
Polanski compuso este guión y lo realizó nada más obtener su
libertad. A pesar de estar rodado en París, el director lo sitúa en
Nueva York, como un primer apunte burlesco; claro que la acción,
absolutamente encerrada entre las cuatro paredes de un apartamento, le
permite la licencia. Hay, es verdad, un breve prólogo –que tendrá su
reflejo en un epílogo semejante- con una escena que vemos de lejos y ni
siquiera oímos: unos
chavales discuten en un parque; dos de ellos se enzarzan, cruzan algunos
insultos, uno coge un palo y golpea al otro en la cabeza...
De inmediato,
presenciamos la evidente consecuencia: los padres de ambos chicos se
entrevistan para tratar el problema civilizadamente, educadamente, como
corresponde. Redactan un escrito aclaratorio, aluden sin acritud al carácter
y a las travesuras de sus hijos. Los dos matrimonios parecen entenderse
bien, los cuatro se encuentran a gusto y la reunión se prolonga. La
buena sintonía llega a convertirse en aparente cordialidad, los
anfitriones agasajan a sus visitantes con postres, licores y buenas
palabras, y son correspondidos como mandan las buenas maneras. Pero la
conversación empieza a rozar temas peligrosos. Y
entonces las actitudes de los cuatro van perdiendo su forzada
amabilidad, para mostrar su auténtico parecer; cada uno se manifiesta
con la mayor sinceridad y crudeza, expresando sus opiniones sin el menor
recato y sin miedo a caer incluso en la crueldad: la charla se convierte
en un duelo verbal, y también físico, en el que los contendientes sólo
buscan molestar y herir a sus adversarios. Y el salón de la casa se
convierte en un campo de batalla, en el que vale todo, donde puede pasar
cualquier cosa y donde al final nadie sabe quién es su aliado y quién
su enemigo.
A pesar de que, como indicaba, el origen del guión es una obra escénica,
Polanski podría haber optado por dar aire a sus protagonistas y
hacerlos evolucionar en un espacio más abierto. Nada de eso; sabida es
la predilección del director por los lugares pequeños, opresivos, herméticos.
De Repulsión a El escritor,
pasando por La semilla del diablo,
Che?, El quimérico inquilino y La
muerte y la doncella, el escenario es una casa, un piso; en El
cuchillo en el agua y Lunas de
hiel, un barco… Y en todas ellas, los protagonistas encerrados se
ven obligados a mostrar al espectador su auténtica cara, su verdad.
Y si siempre ha contado con magníficos intérpretes, aquí juega con la
entrega, la complicidad y el inmenso talento de sus cuatro
protagonistas: John C. Reilly y Christoph Waltz, un prodigio de
versatilidad y contención, y las maravillosas Kate Winslet y Jodie
Foster, que me niego a calificar porque cualquier adjetivo les quedaría
pequeño. Ver a estos cuatro artistas cómo evolucionan, se miran, se
gritan, cruzan las relampagueantes, aceradas frases del guión
–preciso, milimétrico, velocísimo-, es un placer sólo comparable al
que produce experimentar la sabiduría con que Polanski ha orquestado y
retratado la acción.
En tiempo real, sin elipsis ni coartadas, sin asomarse apenas fuera de
la escena principal y, sorprendentemente, sin hacerse notar, la cámara
persigue y analiza a los personajes y nos explica, en apenas ochenta
minutos, más de la naturaleza humana, de nuestras miserias y grandezas,
que el más sesudo tratado de psicología. Sin renunciar al humor
–feroz, a veces-, a la ironía ni al agudo apunte familiar; una
tragicomedia, una sátira, en definitiva, pero qué inteligente, certera
y oportuna. Una pequeña y maravillosa joya.
(http://www.sonyclassics.com/carnage/)
INFERNO
(15.10.16)
Director: Ron Howard. Intérpretes: Tom Hanks, Felicity Jones, Sidse
Babett Knudsen.
Ron Howard está en el cine desde crío. Actor, productor y director con
cerca de 40 títulos, cuenta con carrera más que consolidada; ha
trabajado más de una vez con Tom Hanks, y en concreto lo ha dirigido en
las tres pelis de la serie basada en los libros de Dan Brown,
protagonizada x el profesor R. L.
Robert Langdon despierta en la cama de un hospital. Está herido y, lo
que es peor, no se acuerda de nada de lo vivido en las últimas horas.
Una figura femenina, unas sombras, un disparo… son retazos de su memoria
en medio de la bruma. De repente, una mujer que parece policía pretende
matarlo, y otra mujer –una atractiva doctora- quiere ayudarlo a escapar.
Y ahí comienza una aventura que lo va a llevar de peligro en peligro de
Florencia a Venecia, por media Europa, y aledaños, guiado –o eso cree
él- por los versos de la Divina Comedia: Paraíso, Purgatorio… e
Infierno, el que prepara un científico trastornado que pretende eliminar
a media humanidad, con el pretexto de que somos muchos.
Tom Hanks se pone por tercera vez, como decía, en la piel del profesor
Langdon y repite el esquema de sus anteriores andanzas: un misterio que
resolver, una trama en la que nada es lo que parece y una tensión
narrativa creciente que culmina en un final apocalíptico pero nunca
cerrado del todo. Esta vez no hay sociedades secretas –bueno, la CIA,
sí- ni cuestiones teológicas, ni siquiera un problema matemático que
llevarse a la boca; el argumento contiene un mero caso policial; eso sí,
tan enredado y tan lleno de pistas falsas, y vueltas y revueltas, que el
espectador tiene que hacer el esfuerzo de tragárselo todo o salirse de
la película. Es como Tom Hanks: para que la cosa funcione, hace lo que
le mandan.
UN NOVIO PARA YASMINA
(13.07.08)
Dir.:
Irene Cardona
Pro.: Francisco Espada, Jamal Souissi Gui.:
Irene Cardona, Nuria Villazán
Int.: Sanaa Alaoui, María Luisa Borruel, José Luis García Pérez
Debut
en el largo de Irene Cardona y triple premio en Málaga –en la sección
Zonazine, que ha resultado mucho mejor que la oficial- mejor película,
mejor actriz y premio del público. La historia es, además de entrañable,
absolutamente cercana: Yasmina es una joven marroquí, que se ha venido
a España, a un pueblo de Extremadura en el que vive ya su hermano- en
busca de un provenir mejor; quiere estudiar, terminar su carrera y
trabajar. El problema, claro, es conseguir la residencia; sobre todo
porque Yasmina, que es una chica moderna y liberal, mucho más que sus
parientes, tiene un novio –policía local por más señas- que no la
quiere lo bastante para casarse con ella.
Yasmina está en contacto con una asociación que trabaja para los
emigrantes y otra gente en dificultades; y por ahí pudiera ser que
apareciera alguna posibilidad de encontrar trabajo y, sobre todo, algún
españolito que no tenga empacho en casarse con ella... aunque sea en
falso y por unos euros de compensación. Negocio mutuo, vamos. Y a través
de esta peripecia, Irene Cardona nos va mostrando ese microcosmos
poblado por personajes absolutamente reconocibles: los inmigrantes, con
sus diferentes caracteres, casuísticas y hasta categorías, que de todo
hay; los trabajadores de la asociación, la concejala espabilada... y
los lugareños, desde el citado policía hasta el parado oportunista.
Cardona ha fiado, sobre todo, en la transparencia y la honestidad de su
guión, apoyado en intérpretes poco conocidos, novatos o sin ninguna
experiencia –con la excepción de García Pérez-, para conseguir así
una mayor credibilidad. Lo consigue, desde luego; y aunque se pueda
achacar a su historia cierta tendencia a la benevolencia, el resultado
es ciertamente notable por su oportunidad, su hondura y su sentido de la
solidaridad. (www.unnovioparayasmina.com)
UNO DE NOSOTROS
(29.05.21)
Dir.:
Thomas Bezucha. Pro.: Thomas Bezucha, Mitchell Kaplan, Paula Mazur
Gui.: Thomas Bezucha, Larry Watson. Int.: Kevin Costner, Diane Lane,
Lesley Manville.
Thomas
Bezucha es un director americano, autor de Big Eden (2000)
-que no se estrenó aquí-, La joya de la familia (2005) y
Monte Carlo (2011). No se prodiga mucho, por lo que se ve; pero
sí que cuando lo hace intenta tener el control de sus películas: es
su propio guionista y, si puede, también las produce; como en esta
última Uno de nosotros, basada en la novela Déjalo ir
-mucho mejor título, como casi siempre-, de Larry Watson.
Lo que
también procura es contar con un sólido reparto; y ahora ha contado
con dos pesos pesados de Hollywood: Diane Lane y Kevin Costner, una
pareja fuera de toda duda. Ellos son los Blackledge, Margaret y
George, que viven en su pequeño rancho de Montana acompañados por su
hijo James. George es un sheriff jubilado y la vida de los tres
discurre apaciblemente. James se casa y se queda a vivir en el
rancho, con Lorna, su mujer.
Cuando
Jimmy, el bebé de ambos, tiene unos meses de edad,
la
tragedia azota a la familia. James muere en un estúpido accidente y
la desolación amenaza la vida de los tres adultos. Lorna, al fin,
vuelve a casarse con un tal Donnie Weboy; y poco después, Donnie se
la lleva, junto con el niño, a la casa de su familia en Dakota del
Norte.
El
matrimonio Blackledge se queda definitivamente solo. George es un
hombre estoico, parco en palabras, que lleva por dentro sus
emociones; puede aguantar su dolor, aunque eso lo lleve quizás a
distanciarse de su mujer. Margaret, por el contrario, no quiere ni
puede asumir la situación. Sabe que Donnie es un hombre violento y
malintencionado, y que no trata bien a Lorna ni al pequeño Jimmy.
Decide ir a buscarlos para traerlos de nuevo al hogar. Y George, que
conoce la determinación y la capacidad de su mujer, accede a ir con
ella.
Este
primer acto está contado por Thomas Bezucha con extraordinaria
economía de medios, con un pulso intimista, sintético, que avanza
sobre mínimas elipsis y que crea un clima absorbente y unos
personajes certeros, que no necesitan ni hablar para hacerse
entender. A partir de aquí se pone en marcha otra historia, la
verdadera historia de unas personas que luchan en contra de todo,
incluso en contra de la ley, por recuperar lo que les ha sido
arrancado, lo que falta en su familia, en su vida.
George y
Margaret -Margaret y George, porque ella es el motor que hace volar
la voluntad- buscan a su nieto, cruzan Montana, y sus pesquisas los
llevan hasta el hogar de los Weboy, regido por Blanche, una mujer
que dirige con mano de hierro su guarida y a sus hijos, incluido
Donnie y también a su nuera recién conocida. Los Blackledge tienen
escasas posibilidades de convencerla y recuperar a su nieto; lo
intentarán de distintas formas, hasta la más radical y peligrosa.
Uno
de nosotros
es una película milimétrica, exacta en su compás en todo su metraje;
y toda ella apela a la sensibilidad del espectador y a su sentido
ético con una narración que apunta a la justicia poética. En
realidad, es un western moderno e íntimo: la pantalla va de los
horizontes abiertos al corazón de los protagonistas, y entre medias
pasa por todos los ingredientes del género, incluyendo las más
dramáticas galopadas, aunque esta vez no a caballo, sino en coche.
Y con un
personaje arquetípico, el exsheriff estoico y justiciero -tan
cercano al Bill Munny de Sin perdón-, y otro radicalmente
distinto, porque no es frecuente que las mujeres protagonicen
westerns. Y aquí, la Margaret de Diane Lane se alza con el
liderazgo, basada, como decía, en su fuerza, su voluntad y su
carisma. En realidad, Lane y Costner dan una lección magistral: su
interpretación es majestuosa, llena de naturalidad, verdad y
talento. Una gozada verlos y también, hay que decirlo, disfrutar de
la espléndida banda sonora de Michael Giacchino. Todo cine.
UN PROFETA (28.02.10)
Dir.:
Jacques Audiard
Pro.: Martine Cassinelli Gui.:
Thomas Bidegain, Jacques
Audiard
Int.:
Tahar Rahim, Adel Bencherif, Niels Arestrup
Jacques
Audiard es el director de películas interesantísimas como De latir mi corazón se ha parado –ocho Cesar del cine francés y
premio de la Academia inglesa-,
Lee mis labios –otros tres Cesar- o Un
héroe muy discreto; no son muy comerciales, es verdad, pero Audiard
es dueño de una poética y un ideario decididamente singulares. Un profeta ganó el Gran Premio del Jurado en el pasado Cannes, el
premio a la mejor película en el festival de Londres, acaba de derrotar
a La cinta blanca en los BAFTA
de la Academia inglesa y ambas son las grandes favoritas en los
inminentes Oscar.
Malik El Djebena es un joven de apenas diecinueve años, analfabeto y
sin recursos, que acaba de ser condenado a seis años de prisión.
Ingresa en la cárcel y muy pronto descubre los engranajes que mueven la
maquinaria del poder entre los muros, las rejas y las puertas
aparentemente infranqueables del penal. Es casi un crío, está solo e
indefenso y parece presa fácil de cualquier depredador. Naturalmente,
llama la atención de Cesar Luciani, el jefe de la banda de corsos que
impone su ley en el recinto. Es un veterano gángster, que sabe que
terminará sus días en la cárcel pero que no renuncia al poder allí
dentro ni a sus turbios negocios en la calle.Malik se enfrenta a unas
primeras pruebas durísimas, que casi le cuestan la vida pero que le
permiten acercarse a Luciani y, si no ganar su confianza –eso nunca
puede suceder-, sí al menos establecerse en su círculo más cercano.
Claro que es poco más que un criado, mal visto además por el resto de
la banda por su origen magrebí. Los corsos lo consideran un árabe… y
a los árabes –otra de las bandas de la cárcel- les parece corso, por
su proximidad al sanguinario Luciani.
Corsos, árabes, italianos –y hasta un gitano que se llama Jordi y que
será importante en la vida de Malik-, internos de toda especie y
condición y funcionarios indiferentes o corruptos, todos forman ese
universo que compone una sociedad cerrada y ajena al exterior pero que
reproduce fielmente los esquemas y las relaciones de la gente en
libertad. Sobre todo, y esta es la apuesta moral de Audiard, porque no
hay ninguna diferencia. Cuando Malik sale en régimen abierto se
encuentra unos tipos y unos intereses que son los mismos de la prisión.
Lo que él ha aprendido dentro le sirve para su vida fuera y su
personalidad se desdobla mientras gana fuerza: alcanza su propio poder
cuando está en la calle y mantiene su personaje servil y apagado cuando
al caer la tarde se reintegra a su celda.
La película, que
parte como un “thriller” carcelario –al estilo de Celda 211, pero de verdad- dinamita pronto las convenciones del género
para alcanzar su verdadera dimensión: una mirada lúcida, intransigente
y aséptica sobre un personaje que crece con el guión y se explica a lo
largo del metraje. Malik no es un asesino; ni siquiera es manipulador y,
si no puede expiar sus delitos, tampoco se dejará aniquilar por sus
enemigos ni por su conciencia.
Hay algo, naturalmente, de acento paternofilial en su relación con
Luciani -un elemento que también está en De
latir mi corazón se ha parado- pero sobre todo lo que plantea
Audiard es la paradoja de un hombre inteligente que llega a una posición
que nunca habría alcanzado de no haber estado en la cárcel. Un
profeta cuenta los seis años en la vida de su protagonista con
absoluto rigor y con un admirable sentido de la veracidad en el que
hasta los destellos oníricos y las premoniciones de Malik adquieren
carta de naturaleza.
Un
profeta es una
obra profundamente reflexiva, que al mismo tiempo tiene toda la pasión
y la emoción de la realidad. Sus personajes –un magnífico reparto,
por cierto- comparten con el espectador su vida, sus pensamientos, sus
deseos y sus zozobras: cualquier cosa puede pasar, todo puede cambiar en
cualquier momento. Como en la mejor película de acción, pero
convertida en gran cine por el genio y la inteligencia de Jacques
Audiard.
(www.altafilms.com)
UN SEGUNDO
(23.10.21)
Dir.:
Zhang Yimou.
Pro.: Dong Ping, William Kong, Pang Liwei, Xiang
Shaokun. Gui.: Zhang Yimou, Zou Jingzhi. Int.: Zhang Yi, Liu Haocun,
Fan Wei.
Vuelve
el gran maestro chino; y vuelve por partida doble, porque acaba de
estrenar en Sitges su segunda película en lo que va de temporada,
Cliff Walkers; espero que la veamos pronto en las pantallas de
toda España. Un segundo es su película número veintidós y
creo que no hace falta recordar sus grandes títulos: Sorgo rojo
-Oso de Oro en Berlín-, La linterna roja, La semilla del
crisantemo –multipremiada en Cannes y Valladolid-, Vivir,
Qiu Ju, una mujer china, Ni uno menos –ambas León de
Oro en Venecia-, Hero, La maldición de la flor dorada
–las dos nominadas al Oscar-… y otros tantos. Es, posiblemente, la
figura más destacada de la actual generación de cineastas chinos.
Un
segundo
abre con la imagen de un desierto, un mar de dunas que una figura
solitaria se afana en atravesar. Es un hombre que, exhausto, acaba
por llegar a un pueblo, justo en el momento en que termina la sesión
de cine. El público, todavía emocionado, vuelve a sus casas, y el
proyeccionista deja las latas de la película en su motocicleta para
tomar una última copa con el dueño del local.
Y ante
los asombrados ojos del caminante, una chica se acerca a la moto,
sustrae una lata y sale corriendo con ella. El hombre, tras un
momento de duda, corre en su persecución. Y comienza una historia
con tintes surrealistas, en la que los dos personajes viven
alternativamente vidas auténticas, falsas, con relaciones
inventadas, y hasta peligrosas cuando se les acerca el peso de la
ley; también relativa, porque todo es confuso y bastante primitivo. Es la
China de la Revolución Cultural, los años oscuros del maoísmo
radical, mucho más radical y más oscuro en las zonas rurales,
presididas por la ignorancia y la pobreza. De la miseria, como casi
única redención, las saca el cine: cuando los protagonistas van, por
fin, a dar en otro pueblo –en el que vive la joven ladrona- la gente
está pendiente de la próxima sesión. Que va a ser de la película que
han visto mil veces –Los hijos heroicos, o algo así-, pero
que no cansa en su aliento popular dramático y, naturalmente,
revolucionario. Lo malo es que la función se suspende, porque los
rollos de cinta han salido rodando por los suelos y todo el
celuloide se ha llenado de polvo y lodo.
El
exhibidor –“Don Cine”, la figura más importante del pueblo- llama
entonces a la solidaridad de la gente y todo el mundo se pone a
limpiar la película con los medios que tienen: agua y telas finas
para no dañarla todavía más. Y poco a poco, metro a metro, las
imágenes resurgen y el alma del cine –la gran sala, los espectadores
arracimados delante de la pantalla- vuelve a latir.
Pasan
muchas más cosas en la película, claro. Pero todas están presididas
por el mismo espíritu poético, idéntica capacidad para la alegoría y
el mismo amor por el cine que Yimou muestra casi en cada fotograma.
Si la primera parte de la película es cercana al cine de los
maestros iniciales, la segunda se aproxima al melodrama, con la
amistad de los protagonistas enmarcada en el hervidero colectivo, a
punto de ignición. Y el
hilo principal del relato, oculto hasta entonces, estalla con la
fuerza de un símbolo vital: la importancia de una película, una
bobina –ese rollo 26-, un segundo, un solo segundo de proyección,
unos pocos fotogramas que comprenden y resumen la vida y la pasión.
No importan los problemas que Zhang Yimou ha tenido
con el filme; al fin es un gozoso, divertido, tierno estreno lleno
de cine por los cuatro costados. Y que concluye con un brillante
epílogo, una secuencia luminosa y llena de intención, que sirve de
remate y ajuste de cuentas del director con la historia. Con la de
la película y con la de su país.
UN TRAIDOR COMO LOS NUESTROS
(19.11.16)
Directora: Susanna White. Intérpretes: Ewan McGregor, Stellan
Skarsgård, Naomie Harris, Damian Lewis.
La
británica Susanna White es una realizadora de televisión, directora
también de La niñera mágica y el Big Bang (2010), a la que
ahora le han encargado este thriller extraído de una novela de John
le Carré. El mayor reto era trasladar a la pantalla, precisamente,
ese ambiente, ese aire de las obras de su genial compatriota; y creo
que, en gran parte, se ha conseguido. El protagonista de la historia
es Perry, un modesto profesor universitario, que, con su mujer, Gail,
está de vacaciones en Marrakech tratando de recomponer su
matrimonio, que no pasa por un buen momento. Una noche, Perry conoce
a Dima, un millonario ruso de absorbente personalidad, que lo lleva
de fiesta en fiesta… hasta que le muestra sus verdaderas
intenciones: quiere que entregue un misterioso pendrive a las
autoridades del MI5, el Servicio Secreto británico. Dima es, en
realidad, un agente de la mafia rusa encargado de blanquear el
dinero procedente de la delincuencia organizada; y busca garantizar
su seguridad y la de su familia a cambio de descubrir a los
políticos y banqueros cómplices de esas operaciones criminales. Lo
malo es que Perry -y, por lo tanto, también Dima- tiene que confiar
en Hector, un agente de dudoso proceder y con más de un secreto a
cuestas... como debe ser en un relato de este calibre; y,
seguramente, también en la vida real.
Con los ecos oscuros, viciados de las páginas de John le Carré, la
película retrata con creciente intensidad el mundo de los mafiosos y
de los políticos, y, sobre todo, el desconcierto y la inquietud de
la pareja, unas personas normales y corrientes atrapados en un mundo
sórdido y muy peligroso en el que se mezclan gangsters, espías,
traidores y corruptos, y en el que nunca se sabe con certeza quién
está al lado de la ley y quién en contra.
UP IN THE AIR (24.01.10)
Dir.: Jason Reitman
Pro.: Ivan y Jason Reitman, Daniel Dubiecki
Gui.: Jason Reitman, Sheldon Turner
Int.: George Clooney, Vera Farmiga, Anna Kendrick
El
canadiense Jason Reitman es el director de Gracias
por fumar –una ácida comedia conducida por Aaron Eckhart- y la
multipremiada Juno, con Ellen
Page de protagonista y con guión de Diablo Cody. Reitman ha escrito éste
de ahora y también se ha producido a sí mismo la película, junto con
su padre Ivan Reitman, el famoso creador de los Cazafantasmas.
El argumento nos cuenta las andanzas laborales de Ryan Bingham
–Clooney-, un hombre que disfruta de su trabajo. No le desagrada hacer
lo que hace, que consiste en ir de empresa en empresa despidiendo
trabajadores; sobre todo porque se considera a su vez un agente eficaz y
concienzudo, que cumple a la perfección la tarea encomendada: su
empresa recibe las directrices de otras compañías en apuros, que se
ven obligadas –más o menos- a reducir su personal, y él es el
encargado de desplazarse a cualquier rincón de América con la problemática
función de liquidador.
Lo hace muy bien, con la energía y la paciencia necesarias, sin hacer más
sangre de la precisa y sin poner, hábilmente, ninguna carne propia en
el asador. Pero, de cualquier modo, lo mejor de su trabajo es,
precisamente, el viaje. Los viajes. Ryan devora miles de kilómetros de
avión en avión, de aeropuerto en aeropuerto, de hotel en hotel, con la
sabiduría mecánica que le presta la experiencia. En cada sitio está
como en casa, va y viene del hotel al trabajo y viceversa, y vuelta al
avión de regreso. No necesita apenas despacho, no tiene un verdadero
hogar. Está solo, claro.
La soledad puede ser mala compañía, pero Ryan está encantado. Nada le
ata, nadie le preocupa; con sus hermanas mantiene una relación escasa,
sin gota de cariño, meramente telefónica.
Las cosas, sin embargo, pueden cambiar. La más joven promesa de su
empresa ha ideado un método revolucionario: para despedir empleados no
hace falta personarse ante ellos y pasar el mal rato de tenerlos
delante; por videoconferencia se puede hacer también y nos ahorramos el
avión, el paseo y la incomodidad. Este invento, que puede parecer el
colmo de la insensibilidad –porque, seguramente, lo es- gusta en la
compañía de despedidores, cómo no. Así es que Ryan está a punto de
quedarse sin sus viajes; precisamente ahora, que ha ligado con una
atractiva señora, coincidente con él en algún que otro itinerario y con la
que comparte algún aeropuerto y alguna impersonal pero agradable cama
de hotel entre despido y despido.
Entiendo que hay tres líneas de peso en el guión, que se mantienen de
manera un tanto forzada, y que, de alguna forma, acaban por echar al
traste la historia. Por un lado arranca con fuerza la demostración de
la deshumanización de esta sociedad mercantilizada y sin sentimientos,
donde algo tan grave como el despido y la condena al desempleo –a
veces definitivamente- se maneja con la misma frialdad que la
herramienta del matarife: verdaderamente penoso. Por otra parte, el
personaje que hace Clooney está tratado en el guión con cierta
complicidad un tanto machista. Ryan es bastante odioso, parece incapaz
de la menor empatía, no siente ningún afecto y su soledad es un
castigo más que merecido. Pero en el fondo cae bien y estamos esperando
que le pasen cosas buenas. Y le pasan, y hasta divertidas, una
circunstancia que chirría bastante en la película.
Y por último, cruza soterradamente –equívocamente, además- una
tendencia a la loa de la familia tradicional, con su aura de respeto y
conformidad, y su apariencia de entorno ideal, aunque se base en la duda
profunda cuando no en la mentira más absoluta. De repente, el viajero
impenitente, el ejecutivo insensible, el amante ocasional, se convierte
en un hombre desconcertado y sentimental, que añora el calor de un
hogar nunca conocido. A mí me suena demasiado a artificio y creo que
intenta una conclusión que no está en nada acorde con la tesis
principal del argumento; a lo mejor, Jason Reitman, sin la mala baba de
Diablo Cody, resulta ser bastante más ñoño de lo que parecía.
(www.theupintheairmovie.com)
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