Por Larry D'Abutti
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T2 TRAINSPOTTING
(25.02.17)
Director: Danny Boyle. Intérpretes: Ewan McGregor, Ewen Bremner,
Johnny Lee Miller, Robert Carlyle
Danny Boyle dirigió Trainspotting –película inaugural en
tantos aspectos- en 1996, con un guion de John Hodge basado en una
novela de Irvine Welsh. Y ahora repite con ambos y retoma también a
los personajes de entonces. Han pasado veinte años, en efecto, pero
no hemos olvidado aquella película ni a sus protagonistas. Y aquí
están otra vez: Spud, Sick Boy y Begbie, y Mark, que regresa a su
ciudad para reunirse con sus antiguos colegas y comprobar si se
acuerdan de él… y si le han perdonado aquella pequeña jugarreta de
entonces: escaparse con las 20.000 libras que iban a repartirse.
Spud está hecho –bueno, sigue hecho- una calamidad, sin trabajo ni
hogar y enganchado a todo lo que pilla; Sick Boy –Simon para los
amigos… ¿o es al revés?- trampea con un local de mala muerte y una
improbable novia que le sirve para insanos chantajes; y Begbie acaba de salir
de la cárcel –es una manera de decirlo-, con no muy buenas
intenciones. El reencuentro no será fácil, porque todos son veinte
años más viejos y el tiempo, como puede verse, ha hecho que algunas
cosas –buenas y menos buenas- hayan cambiado, y otras –malas y
peores- sigan siendo igual.
Siempre hay que interrogarse acerca de la necesidad de segundas
partes, pero a veces la apuesta, si no imprescindible, sí resulta
aceptable. Danny Boyle lo sabe, y por eso repite no solo con sus
personajes sino también con la acertada fórmula original, que no por
sabida resulta menos brillante: imágenes impactantes, diálogos
acerados, sus dosis de violencia y también de sentido del humor;
buena música de baile, sustancias estimulantes varias, escenarios no
aptos para seres sensibles y sentimientos a flor de piel: amistad,
miedo, venganza, fracaso, deseo y necesidad de redención. Todo
mezclado en coctelera de lujo y servido con una pizca de nostalgia
en una copa de futuro imposible.
TAMARA DREWE (14.11.10)
Dir. Stephen Frears
Pro. Alison Owen, Paul Trijbits Gui.
Moira Buffini
Int. Gemma Arterton, Roger Allam, Dominic Cooper
Un montón de títulos
importantes jalonan la trayectoria de Stephen Frears: Mi
hermosa lavandería, Ábrete de orejas, Las amistades peligrosas, Café
irlandés, La camioneta, Alta fidelidad… En la línea de sus
argumentos más cercanos, su nueva película, basada en una novela gráfica
de Posy Simmonds, y más remotamente en el relato de Thomas Hardy Lejos
del mundanal ruido, sigue las andanzas de la joven Tamara Drewe.
Cuando Tamara se fue de su pueblo era una chiquilla poco agraciada, pero
cuando regresa, convertida en una joven desinhibida y muy atractiva,
todo el mundo parece perder la cabeza por ella. La asedia un veterano
novelista, la adora el joven con el que compartió su adolescencia… y
la conquista un famoso rockero que pasaba por allí. Pero esto es sólo
el principio.
Todo el pueblo arde pronto en comentarios, suspicacias y envidias
varias: los sesudos intelectuales que se albergan en la pintoresca
casa-refugio para escritores, la joven y experta tabernera, las
jovencitas soñadoras –que van a ser muy protagonistas en alguna
historia paralela-, los granjeros y –sobre todo- las granjeras… Lo
cierto es que Tamara, convertida en una aplicada periodista, lo que
pretende es cortar las últimas amarras con su pueblo, vender su vieja
casa y volver al trabajo y al trajín de la metrópoli. Otra cosa es lo
que el destino le depara, lo que los sentimientos, los recuerdos y el
amor –quiero decir, el sexo- van a pesar en su camino.
Los amores y desamores, las acechanzas juveniles y los enredos de los
adultos, la literatura y la vida, el pequeño universo pueblerino y el
amor inconfesado a la casa natal –junto con el análisis implacable de
la conducta y los errores humanos- son los ingredientes que aderezan la
historia: esta comedia dramática en la que cada personaje y cada rincón
del escenario están compuestos con una pincelada de modélica precisión
para mayor lucimiento de un magnífico reparto –grandísimos intérpretes
británicos y algún americano que no desmerece de ellos- encabezado por
Gemma Arterton, toda una estrella a sus espléndidos veinticuatro años.
(www.tamaradrewe-movie.com)
TAMBIÉN LA LLUVIA
(09.01.11)
Dir.:
Iciar Bollaín
Pro.: Juan Gordon Gui.:
Paul Laverty
Int.: Luis
Tosar, Gael García Bernal, Karra Elejalde
Quinta
película –aparte cortos y fragmentos en obras colectivas- de la
directora madrileña; que cuenta además con una treintena de títulos
como actriz, actividad que no ha abandonado del todo. Hasta ahora me ha
caído muy bien, sus películas me han gustado mucho y he celebrado sus
triunfos y los premios conseguidos por la mayoría de ellas. Pero me ha
parecido fatal la maniobra realizada con ésta última, falsamente
exhibida en 2010 para acudir a las convocatorias del año pasado
–incluidos los Goya, en los que ya veremos…- y, ahora sí, estrenada
realmente en la víspera del día de Reyes.
Naturalmente, esto no supone una descalificación en cuanto a la calidad
de la película. Que, para empezar, asume valientemente un riesgo
importante, al escapar de los anteriores planteamientos más intimistas
y los argumentos cotidianos de sus anteriores obras, para plantear un
relato épico, con elementos de cine de acción y basado en un conflicto
lejano en el espacio aunque cercano en el tiempo y en la ideología.
También la lluvia
cuenta una aventura cinematográfica: Sebastián –Gael García Bernal-
es un joven e ilusionado director mejicano que rueda en Bolivia la
llegada de Colón a América. Con él está Costa, el productor –Luis
Tosar-, un hombre pragmático y poco escrupuloso, que se las apaña para
completar un reparto difícil entre la población del lugar; y también
está Antón, un amargado y solitario actor –Karra Elejalde-, que
compone un Cristóbal Colón bastante atípico al frente del abigarrado
elenco. La película expone un punto de vista acerca del
descubrimiento un tanto diferente del que estamos acostumbrados a
estudiar.
De hecho, los auténticos protagonistas son Bartolomé de las Casas y
Antonio Montesinos, los frailes que alzaron su voz a favor de los indígenas,
y estos mismos, liderados por el rebelde Hatuey, que se enfrenta a los
españoles hasta la muerte. Hatuey está interpretado –en la película
de Sebastián- por Daniel, un joven de la localidad, bastante
concienciado y belicoso. Costa dice que “huele a problemas”, pero a
Sebastián le gusta, precisamente, por su capacidad de arrastrar y
convencer a sus paisanos.
Los dos tienen razón. De repente, en el pueblo estalla la “guerra del
agua”. El suceso es auténtico: Cochabamba, abril del 2000. Ante la
privatización y carestía consiguiente del agua, que el gobierno
entrega al capital americano, los habitantes de la región se levantan
en una protesta que empieza pacífica y termina en una batalla campal
por las calles y las casas, con centenares de detenidos, heridos y
muertos. Así, la revuelta complica gravemente el rodaje de la película;
más aún cuando Daniel es detenido, los figurantes desaparecen y el
mismo equipo, empezando por Costa, dudan seriamente si seguir la
producción o abandonarla.
También la lluvia
se despliega, por lo tanto, en tres dimensiones: la vida de las gentes
del cine, la película que ruedan y la contienda entre las fuerzas
gubernamentales y los campesinos. Cada una de estas partes se mezcla
inevitablemente con las otras y, aunque siguen conservando su entidad,
puede que se produzca algún que otro desajuste, alguna desorientación;
no es muy grave, porque al final, como es lógico, las tres confluyen
mientras se produce la toma de conciencia de los personajes. Sebastián
y Costa, sobre todo, y también Antón, serán quienes resuelvan sus
vidas con mayor dramatismo.
Como de costumbre, Icíar Bollaín acierta en el trazo de sus
protagonistas; más que en el tratamiento de las escenas bélicas, o en
la dinámica grupal de los lugareños –que ya hemos visto, de Ken
Loach acá, bastantes veces-, en el trabajo con sus actores y en su
aplicación a la defensa de los valores humanos, la verdad y la
libertad. Aquí, en homenaje a unas gentes que, desprovistas de todo,
lucharon por quienes les querían quitar el agua: la de sus casas y sus
campos… Y, para colmo, también la lluvia.
(www.tambienlalluvia.com)
TE QUIERO, TÍO (14.06.09)
Dir.: John Hamburg
Pro.: John Hamburg, Donald de Line
Gui.: John Hamburg, Larry Levin
Int.: Paul Rudd, Rashida Jones, Jason Segel
Ya
va siendo hora de que nos ocupemos de la llamada “nueva comedia”
americana; ésa que parte de los argumentos más gamberros y la factura
desaliñada, que prende como la pólvora en el público adolescente –y
no tan juvenil-, y que comprende además los trabajos de un amplio arco
de cómicos: la mayoría judíos, buena parte procedentes del
archifamoso Saturday Night Live,
y deudores casi todos del empeño de ese nuevo “gurú” del género
que se llama Judd Apatow. Todo ello conforma el reverso de la comedia
tradicional, de caras guapas y vocación de “buen gusto” que
personifican hoy en día el morrito de Renée Zellweger y la picardía
de George Clooney, pongamos por caso.
Esta comedia gansa y aparentemente –sólo aparentemente- descerebrada
tiene sus picos, como es natural: desde lo más deleznable –huelga
citar títulos- hasta esta Te quiero, tío, que es de las mejores del subgénero. La
protagonizan Paul Rudd –uno de los cómicos con mayor proyección en
los últimos años, de Friends
y Fuera de onda para acá- y
el desinhibido Jason Segel, muy bien acompañados por Rashida Jones,
procedente también del Saturday...
y a la que hemos visto recientemente en The Office.
Rudd
es Peter Klaven, un joven promotor inmobiliario que está haciendo
planes de boda con su encantadora novia Zooey; están muy
enamorados y todo va bien; incluso Peter está a punto de cerrar
una importante operación –vender la mansión de Lou Ferrigno, alias La
Masa- y ganar un dinerito que les va a venir estupendamente... Hasta
que se dan cuenta de que Zooey tiene un montón de amigas, que lo pasa
muy bien con ellas, que se ven, se llaman y se hacen confidencias y se
aconsejan sobre cualquier cuestión, y que puede escoger sin problema
sus damas de honor para la boda.
Y Peter, por el contrario, no tiene amigos. Se le dan bien las chicas,
ha tenido varias –alguno piensa que muchas- novias, se lleva bien con
sus colegas, con su hermano y con el resto de la tribu... pero amigos,
lo que se dice amigos, no tiene. Así es que se dispone a movilizar
todos sus efectivos personales, profesionales y hasta familiares para
dar con una amistad de las de toda la vida; aunque eso le suponga algún
que otro encuentro verdaderamente incómodo. Hasta que conoce al
apabullante Sydney, un excéntrico inversor que pasa de ser un posible
cliente a lo más cercano a un amigo íntimo que puede encontrar. Lo único
que falta, para que la dicha sea completa, es que también a Zooey le
parezca bien; y eso ya es más difícil.
Porque parece ser que los hombres tenemos quizá cierta mayor dificultad
para hacer amigos, pero cuando encontramos uno verdadero... es la bomba.
Eso sí que es confianza, diversión y camaradería de la buena:
confidencias, bromas, consejos desinteresados, música, humo, la litrona
por bandera y el rock and roll como santo y seña compartido. Por un
amigo, hasta deja uno de ver la tele con su chica, siempre que haya
partido, concierto o cualquier otra circunstancia igual de prioritaria.
Y no es que Peter abandone a Zooey, no; todo lo contrario: es feliz
dejando que los acompañe en sus correrías. Sólo que a ella eso le
apetece poco, y el cambio de vida de su novio, menos todavía.
La historia es divertida, sobre todo porque el guión de John Hamburg
–como en Zoolander, Los padres de él, Los padres de ella...- es todo lo
desvergonzado y transgresor que hace falta y está lleno de guiños, equívocos,
su buena dosis de mala uva y también bastante sal gorda, advertimos: no
vaya a ser que algún desprevenido crea que va a ver a Doris Day y Rock
Hudson en una nueva comedia rosa. Nada de eso: verbal y visualmente Te quiero, tío es un ataque frontal a la etiqueta del “buen
gusto”; pero a la vez, reflexiona seriamente, más de lo que parece,
sobre el valor de la amistad –masculina o no- como elemento sustantivo
del ser humano; ahí es nada. Y también es un trabajo muy digno de Rudd y Segel,
que pelean con sus personajes sin darse importancia y sin buscarles
moraleja ni más pretensión que hacernos reír. Y eso es un empeño
más que notable. (www.iloveyouman.com)
TESIS SOBRE
UN HOMICIDIO
(07.04.13)
Dir.:
Hernán Goldfrid
Pro.: Gerardo Herrero, Diego
Dubcovsky Gui.: Patricio Vega
Int.: Ricardo Darín, Alberto Ammann, Calu Rivero
¿Cómo se hace
esta película? Gerardo Herrero conoce la fórmula, para eso es uno de
nuestros más importantes productores, uno de los que apuesta por un
entramado “industrial” de nuestro cine. No hay secreto: se compran los
derechos de una novela, se confecciona un guion, se contrata a un
director y a uno –mejor, dos- de los intérpretes más adecuados para el
proyecto, se busca la financiación –aquí es donde debe funcionar con
obligada fluidez el engranaje-, que suele incluir la coproducción con
Argentina… y a rodar.
La novela precedente de Tesis
para un homicidio es de Diego Paszkowski, el guión, de Patricio Vega
–que coescribió el de La señal, la película que dirigió Ricardo
Darín-, y el director es Hernán Goldfrid, habitual colaborador de Vega
en trabajos para televisión. La historia la protagonizan Darín y Alberto
Ammann. El primero es Roberto Bermúdez, un importante abogado que se ha
retirado de la profesión en plena madurez –Darín acaba de cumplir 56
años- y se dedica a impartir conferencias y cursos de posgrado; posee
evidente prestigio e influencia y se codea con familiaridad con
policías, jueces y forenses.
Ammann es Gonzalo Ruiz Cordera, alumno de Bermúdez en el “máster” que
está ahora dirigiendo. Es hijo de un antiguo compañero, ha estado
viviendo en Europa y llega a Buenos Aires solo y algo desorientado; esto
hace que se produzca un lógico acercamiento entre los dos hombres, y
Gonzalo tiene la oportunidad de sincerarse con Roberto acerca de sus
ideas sobre la ley y la justicia. El veterano abogado descubre la
inteligencia y la lucidez del joven, aun sin compartir totalmente sus
tesis; pero sí lo suficiente como para sentirse interesado. Y mucho más
cuando un terrible suceso va a unir sus vidas y sus destinos.
Durante una de las primeras clases, delante mismo de sus ventanas, una
joven es encontrada muerta, asesinada de manera horrible. Profesor y
alumnos son testigos del descubrimiento, de las operaciones de
manipulación y levantamiento del cadáver… Puede ser una experiencia
enriquecedora, dentro de la tragedia, pero para Bermúdez es algo más.
Algo ha descubierto, algo que lo puede poner en la pista del asesino y,
al mismo tiempo, lo va a llevar camino de la obsesión, el peligro y el
escándalo.
La película se abre con una secuencia impactante, de la que no sabremos
el auténtico significado hasta muy avanzada la trama. Que en su
planteamiento y en los primeros momentos, recuerda un tanto -como todo
el mundo reconoce- a El secreto de sus ojos; seguramente, por su
leve semejanza argumental, por el sello de la producción de Gerardo
Herrero y, sin duda, por la presencia de Ricardo Darín; pero el parecido
se acaba pronto. La película de Campanella, transitaba hipnóticamente,
es verdad, entre las miradas de Darín y Soledad Villamil; y aquí los
ojos del protagonista echan chispas, pero no encuentran destinatario tan
fácilmente.
El abogado Bermúdez está convencido de su teoría sobre el asesinato y su
autor, y cuanto más indaga, más certezas encuentra; por su parte,
Gonzalo demuestra mayor aplomo cada día, termina el curso brillantemente
con un trabajo final que perturba a su maestro, y hasta llega a robarle
una conquista femenina en sus mismas barbas, dejándolo todavía más
confuso y frustrado. La película bucea sin descanso en los estados de
ánimo de Bermúdez, su interés por el crimen, su aplicación obsesiva y su
rabia, y no tanto en algún rincón de su pasado que podría quizá explicar
mejor su comportamiento.
Ricardo Darín está en todos los planos de la película y su presencia
sigue siendo magnética; pero su personaje empieza a parecerse a otros
tantos de su carrera; casi como si uno solo hubiera ido evolucionando
con él. Amman, por su parte, ha cambiado radicalmente su caracterización
–él todavía puede- y eso lo favorece. Aun así, el resultado global de la
obra no es demasiado convincente: el guion tiene graves altibajos, el
argumento no llega a apasionar y esa escena inicial –pretenciosa- y otra
final –redundante-, acaban por deteriorar un empeño que deja la
sensación de haberse quedado muy lejos de sus propias intenciones. (www.tesissobreunhomicidio.com)
TETRO (28.06.09)
Dir., Gui, Pro.: Francis Ford Coppola
Int.: Vincent Gallo, Maribel Verdú, Alden Ehrenreich
No
hace falta presentar al director de El
padrino, Apocalypse now, La ley de la calle, Cotton Club, Drácula... Y también Corazonada, un solemne batacazo que lo dejó a las puertas de la
ruina en 1982. De cualquier forma, Coppola es uno de los grandes
maestros del cine, un clásico; que no está en su mejor momento, a sus
setenta respetables años: su película Juventud
sin juventud no se ha estrenado –injusticias de la distribución...
o a lo mejor, no- y esta última Tetro
no va a romper las taquillas, precisamente.
La
película recrea una historia familiar, de inmigrantes italianos
afincados en América. De momento, sólo sabemos que el joven Bennie
llega a Buenos Aires en busca de su hermano: Tetro vive en el popular
barrio de La Boca, y es un hombre huraño y complicado, que abandonó su
casa y ahora también su carrera de escritor. Acaba de sufrir un
accidente, lo que no contribuye a mejorar su malhumor y no acoge a su
hermano con excesiva cordialidad, no digamos ya cariño. Todo lo
contrario que Miranda, la novia de Tetro –la única persona que lo
aguanta- que se convierte en cómplice de Bennie y trata de mediar entre
los hermanos.
Poco a poco, vamos conociendo más de la vida de Tetro, que bascula
entre la culpabilidad por la muerte de su madre y la existencia –no
por lejana menos opresiva- de su padre Carlo, un extraordinario director
de orquesta pero también una personalidad caprichosa, tiránica y
dominante. Es algo así como un personaje bíblico, que presta de
inmediato al argumento –y cada vez más- un aire de drama clásico,
cercano al tema edípico, con su ausencia eternamente presente en el
ingrato recuerdo. La historia tenderá a cerrar ese círculo, aunque lo
hará de manera insospechada, pero exageradamente evidente una vez
desvelada. Y con la apariencia de un recurso facilón y de escasa
calidad; eso es lo peor.
Porque la película es enormemente desigual; contiene momentos de
extraordinaria categoría, secuencias de cine de gran altura y, al lado,
desfallecimientos, fantasías y extravagancias que rozan lo grotesco. Y
la culpa es, para empezar, de un guión que carece de rigor y de
exigencia artística; y eso que la obra habla todo el tiempo de arte y
de literatura: penosa paradoja.
La
imagen, igualmente, alterna momentos de gran belleza plástica con
planos ramplones, puntos de vista distorsionados a capricho y escenas
tan cursis que dan grima. Coppola ha optado por una fotografía
expresionista en blanco y negro, que en sus mejores momentos recuerda a
Welles y Kurosawa y en los peores... a Cantinflas. Y para muestra,
valgan los protagonizados por el personaje de Carmen Maura, una
improbable agente artística y mecenas, organizadora en la Patagonia
–nada menos- de un festival, no he llegado a entender si literario,
teatral o circense.
Y ya que cito a Carmen Maura –torturada sin piedad- es bueno reconocer
el trabajo de Maribel Verdú, espléndida, como acostumbra, hasta donde
su papel se lo permite: hay un par de escenas que ni ella puede salvar.
Muy interesante el debutante
Alden
Ehrenreich –a ver si tiene suerte en el futuro como otros
descubrimientos de Coppola, que eso sí que lo hace muy bien-, y
francamente insoportable Vincent Gallo, sobreactuado y carente de la
menor química con sus compañeros; y me consta que no por culpa de
ellos.
Todo en la película es puro desequilibrio; tanto, que no cabe duda de
que es una elección personal de su absoluto autor. Elección que debería
ser respetable, y desde luego lo es en los ratos en que Coppola parece
en estado de gracia: la primera media hora, algunos de los insertos de
color que combinan una exquisita estética con el poder hipnótico de la
música, planos, movimientos de auténtica genialidad... Pero la impresión
general es de escasa consistencia, de escritura improvisada –desde
luego las mejores películas de Coppola son las que no ha escrito en
solitario- y de decadencia ensimismada. Sobre todo porque Tetro
va a menos a cada rato que pasa y termina por caer en el desinterés, el
absurdo y el ridículo. Una auténtica lástima. (www.tetro.com)
THE ARTIST (18.12.11)
Dir.:
Michel Hazanavicius
Pro.: Thomas Langmann, Emmanuel Montamat
Gui.: Michel
Hazanavicius
Int.: Jean Dujardin, Bérénice Bejo, John Goodman
Después
de hacer television y publicidad en los años 90, el director francés
Michel Hazanavicius rompió las taquillas en Francia con sus dos películas
protagonizadas por el agente especial OSS-117 –El
Cairo, nido de espías en 2006
y Perdido en Río… en 2009-, parodias de
inspiración más que evidente. Y ahora estrena una de las obras más
originales del año que se nos va acabando.
Hollywood, 1927. George Valentin es el actor de moda, imprescindible en
cintas de acción y en historias románticas; un trasunto indudable de
Rodolfo Valentino, o de lo que después serían Robert Taylor y Errol
Flynn. Valentin protagoniza película tras película, todas tienen
enorme éxito y es el objeto del mimo de los productores. Vive
felizmente rodeado de lujo y de mujeres hermosas que se pelean por un
autógrafo, una mirada o una sonrisa del divo. Y un día, una admiradora
joven y tímida se cruza en su camino: Peppy Miller, una aspirante a
bailarina que, naturalmente, adora a Valentin y cree tocar el cielo
cuando consigue un papelito insignificante en una de sus películas.
Pero Peppy está llamada a convertirse, aunque ellos aún no lo saben,
en la estrella más rutilante de la pantalla. De repente, llega el
sonoro; los actores seductores y las bellas actrices hablan y cantan, su
voz se escucha… y no todos tienen ya el mismo atractivo. Peppy
encandila, triunfa, sube y sube, se convierte en el nuevo ídolo de las
masas, mientras George deja de gustar, no tiene interés, cae en la
decadencia, el fracaso y el olvido. Los productores que antes bebían
los vientos por él, le han negado su apoyo; ha intentado producir y
financiar sus propias aventuras, pero la crítica le ha dado la espalda
y el público se ha reído de él. Abandonado por todos, vive entre la
caridad y la miseria.
Un melodrama
clásico, en resumen; que no es el colmo de lo nuevo –El crepúsculo de los dioses es similar-, pero Hazanavicius le ha
dado un giro completo al género, situándose él mismo en los orígenes
del séptimo arte: la película es muda –en un 95 por ciento de su
metraje- y está rodada en blanco y negro; exactamente como lo harían
sus personajes, que cobran así un impulso vital raro y muy estimulante.
La pareja protagonista, Jean Dujardin –actor favorito del director- y
Bérénice Bejo –mujer de Hazanavicius-, han entrado sin reservas en
el juego, y sus interpretaciones abarcan todo el espectro del cliché
del cine mudo: su repertorio gestual está absolutamente trabajado y
coreografiado a la perfección, señal de la mutua entrega y
confianza.
Dujardin ya fue premiado como mejor actor en el último festival de
Cannes; pero tanto Bejo como los estupendos James Cromwell –el
abnegado secretario de Valentin-, John Goodman –el actor que más
veces ha hecho de productor en el cine moderno-, Penelope Ann Miller y
Malcolm McDowell merecerían otro tanto. La película también está
siendo reconocida, desde el premio del público en San Sebastián al
reciente de los críticos de Nueva York, pasando por el conseguido en la
convocatoria del cine europeo por Ludovic Bource para su banda sonora,
verdaderamente brillante.
The
artist
contiene un buen número de momentos estupendos, como esos insertos
sonoros a destiempo, que anuncian el cine del futuro y que provocan la
estupefacción del protagonista; o el número final, digno del mejor
Minnelli, o los sucesivos encuentros de los protagonistas… Y el
relato, aunque no deja mucho resquicio a la sorpresa, fluye con el ritmo
preciso y con la aplicación que Hazanavicius le ha puesto al proyecto,
perseguido durante diez años y rodado en un mes en escenarios
rescatados del cine de la época, los mismos en los que trabajaron
Chaplin, Fairbanks, Pickford y compañía. Mayor coherencia, imposible. Y aunque es verdad que podría objetarse la necesidad y la oportunidad de
realizar hoy en día una película tal y como se hacía ochenta años
atrás, seguramente la emoción, la poesía y la categoría del
resultado lo justifican por completo. (http://www.altafilms.com/)
THE BLIND SIDE (20.06.10)
Dir.: John Lee Hancock
Pro.: Gil Netter, Andrew A. Kosove, Broderick Johnson
Gui.: John Lee Hancock
Int.: Sandra
Bullock, Quinton Aaron, Kathy Bates
John
Lee Hancock tiene cierto peso como guionista: es el autor de Un
mundo perfecto y Medianoche en
el jardín del bien y del mal, dirigidas por Clint Eastwood. Como
director, la carrera de Hancock es corta y desigual: Hard
time romance, El novato, con Dennis Quaid, y su versión de El
Álamo, de 2004.
Esta película parte –cómo no- de una novela, que cuenta, más o
menos, la vida real de Michael Oher, un jugador de fútbol americano. Cuando
era un adolescente, Mike, desatendido por su madre, tutelado por el
estado y fracasada su acogida en distintas familias, vivía prácticamente
en la calle, sin hogar, sin dinero, mal vestido y mal alimentado. A
duras penas podía asistir a las clases de su instituto, donde cosechaba
fracaso tras fracaso y recibía desaires y burlas por su atraso y su
aspecto físico, de una corpulencia fuera de lo común. Un día, la
madre de una compañera de clase lo encuentra en mitad de la carretera y
se lo lleva a su casa.
La
madre, no hace falta decirlo, es Sandra Bullock; ganó el Oscar este año
con su interpretación en esta película, seguramente porque ya le
tocaba. No en vano esta señora es una de las más potentes figuras del
cine americano. Aún recuerdo cuando en Demolition
Man, todavía con un currículum que progresaba poco a poco, se
"comió"
crudo a Sylvester Stallone; tenía ya casi treinta años, pero desde ahí
su carrera despegó vertiginosamente. Hoy es una estrella, una poderosa
mujer de negocios, productora además de protagonista en algunos de sus
títulos más comerciales.
Pero también intenta dar un giro a su estilo –iniciado ya con Crash,
de Paul Haggis- y acercarse a personajes de mayor calado dramático. Como
esta madre de familia, obstinada, inteligente y generosa –y
escandalosamente millonaria, también hay que decirlo-, que decide
acoger al bueno de Mike en su casa, como un hijo más. El chaval
responde, mejora en sus estudios y se gana el derecho a formar parte del
equipo de fútbol. La verdad es que no tiene ni idea, pero su físico,
su voluntad y la de su madre adoptiva, todavía mayor, lo llevan a
convertirse en un jugador de primera.
Si nos dicen que la película recoge la vida de este personaje, será
verdad; pero también es indudable que el guión ha dulcificado muchos
momentos y quizá la raíz misma de los acontecimientos. El chico, que
era un absoluto rebelde, se somete sin ninguna duda ni la menor quiebra
al régimen familiar que se le ofrece; y por su parte, el resto de la
familia: el marido, la hija adolescente, el hijo pequeño, todos aceptan
tan de buen grado la inclusión del nuevo miembro –una presencia
bastante rotunda-, que nos hace pensar que, por mucha caridad cristiana
que prediquen, algún mal rato se nos está escamoteando.
Hace unos meses, Precious nos
presentaba un caso que, sin ser absolutamente biográfico, lo parecía.
Aquí el efecto es al contrario: aunque sepamos que la película recoge
la vida de Mike Oher, resulta un poco increíble. Seguramente es porque
el guionista y el productor –quizá también la protagonista- han
querido huir de los aspectos menos agradables y lo han barnizado todo
con una capa de buenas intenciones, que lo hacen bascular incluso en algún
momento hacia la comedia; con ánimo, posiblemente, de ofrecer un
producto más comercial, más digerible por todos los públicos.
De esto se trata, en definitiva: de una historia
reconocible, sobre todo para los americanos –con su héroe del deporte
nacional-, con sus momentos de alto voltaje sentimental, su moraleja y
su final previsible y bienintencionado. Y, sobre todo, con el trabajo de
Sandra Bullock, con una imagen renovada y con un nivel de interpretación
bastante más alto del que nos tiene acostumbrados. Ya ha tenido su
premio y ahora sólo falta que la bien engrasada maquinaria se ponga en
marcha y consiga el otro éxito buscado: el económico, que es realmente
el más interesante.
(wwws.warnerbros.es/theblindside/)
THE CRAZIES
(30.05.10)
Dir.: Breck Eisner
Pro.: Michael Aguilar, Rob Cowan
Gui.: Scott Kosar, Ray Wright
Int.: Timothy Olyphant, Radha Mitchell, Joe Anderson
Esta
película la hizo George A. Romero en 1973, con lo que no tengo más
remedio que volver a preguntarme el porqué de estos proyectos. Bueno,
entre nosotros, sí que se me ocurren algunos porqués, pero no es
cuestión de profundizar…
El caso es que en un tranquilo y feliz pueblo americano, donde ni la
doctora ni el sheriff viven grandes sobresaltos porque no hay motivo ni
en uno ni otro aspecto, la vida se va a complicar muchísimo de repente
cuando los pacíficos ciudadanos se deciden, en lo que parece un rapto
de locura, a destripar vecinos sin que medie provocación. Así es que
la atractiva médica y el voluntarioso policía se ven envueltos en tamaños
desatinos.
Nadie se explica nada, y al sheriff le cuesta dar con la verdad; al fin
lo consigue, porque para eso le pagan y además es el prota de la
historia. En los lagos cercanos al pueblo ha caído un avión cargado de
alguna sustancia nociva y todo se ha contaminado de mala manera. El
veneno podría producir diarrea, pero no: lo que hace es que convierte a
los habitantes del pueblo en locos asesinos enfurecidos. Claro,
interviene el gobierno, los militares –que sí que saben cómo atajar
la epidemia- y los científicos, todos con métodos a cual más
expeditivo.
Así es que resuenan los ecos de la “gripe A” y apocalipsis
similares, tantas veces explotados en la pantalla. El argumento no deja
de ser un “corre, corre que te pillo”, mientras los supervivientes
van de susto en susto –los espectadores no tanto- y su número –el
de los protagonistas, el de los espectadores no sé- va reduciéndose a
lo largo del metraje hasta un final largamente esperado y previsto. Eso
sí, conviene quedarse mientras se proyectan los títulos de crédito,
por si hay alguna sorpresa final. Total, si hemos aguantado hasta ahí…
(www.thecrazies-movie.com)
THE FLORIDA PROJECT
(10.02.18)
Dir.: Sean Baker. Pro.: Sean Baker, Chris Bergoch,
Andrew Duncan… Gui.: Sean Baker, Chris Bergoch. Int.: Brooklynn
Prince, Valeria Cotto, Willem Dafoe.
Decir que el cine de Sean Baker es fronterizo es quedarse muy corto.
La frontera, sea esta la que sea, salta hecha pedazos en todas las
películas de este director neoyorkino rabiosamente independiente. Su
mirada se posa en la infancia o en la inacabable postadolescencia, y
examina los mundos que el confort de la sociedad acomodada no quiere
ver ni conocer. Así era en Prince of Broadway, en Starlet
y en la demoledora Tangerine.
Y
en esta The Florida Project, en la que tres críos de apenas
seis años, van y vienen de trastada en trastada por los edificios,
los comercios y las calles cercanas –y a la vez lejísimos- del
Disney World rutilante. Moonee y su amiguito Dicky, más la recién
llegada Jancey, viven un verano sofocante y peligroso, con la
libertad de la más desdeñosa orfandad. En realidad, Moonee tiene
madre, un desastre de personita que se dedica a trampear, a la
pequeña delincuencia y a la prostitución ocasional.
Y
los niños tienen también algo que se parece remotamente a un padre:
Bobby, el conserje y factótum del motel –un inmenso Willem Dafoe-,
que vigila y corrige, a ratos, las andanzas y travesuras de los
pequeños. Que van desde alguna especial bienvenida o las risueñas e
indiscretas miradas sobre la tórrida piscina hasta los juegos más
excitantes y arriesgados. La vida es una aventura; lo es para cada
uno de los habitantes del fantasmagórico barrio y lo es en sentido
absoluto para Moonee, tan en peligro cuando corretea con sus
amiguitos como cuando va de la mano de su madre.
La
cámara implacable de Sean Baker retrata escena tras escena con una
paleta impresionista, que va dejando sin pausa pinceladas –algunas
como puñaladas- repletas de colores absurdos, falsamente joviales
como de un technicolor golpeado por la soledad, el tedio y la mugre.
Y en ese escenario se mueven los personajes, llenando cada
instantánea con su inseguridad, su miedo, su energía y su
ingenuidad, la de los más pequeños, expuestos por partida doble, o
triple, ante la mirada perpleja del espectador.
Puede, incluso, que haya cierto riesgo de agotamiento, tanto visual
como anímico, ante un ritmo tan obsesivo y unas imágenes tan
dolorosas. Hay que sobreponerse, sin embargo, para disfrutar de una
reflexión tan profunda e inteligente, y de unas apariciones –ni
siquiera son interpretaciones- como las de estos chiquillos en
estado de gracia, naufragando y saliendo a flote en el mundo de sus
mayores; un mundo que parece Disneylandia hasta que las hadas, los
magos y los muñecos animados se quitan el disfraz.
THE GENTELMEN.
LOS SEÑORES DE LA MAFIA
(29.02.20)
Dir.: Guy Ritchie. Pro.: Ivan Atkinson, Bill
Block, Guy Ritchie. Gui.: Guy Ritchie. Int.: Matthew McConaughey,
Charlie Hunnam, Hugh Grant, Colin Farrell
Guy Ritchie es todo un personaje. Al igual que
Orson Welles, que aprendió todo lo que necesitaba para dirigir
cine tras ver La diligencia, Ritchie tomó la misma
decisión, pero después de ver Dos hombres y un destino.
Eso se nota. Va a cumplir ya 52 años y tiene una decena de
títulos en su haber, pero no ha perdido las ganas de divertirse.
Lo demostró ya con sus primeras películas: Lock & Stock y
la muy celebrada Snatch: Cerdos y diamantes.
Después llegaron otras cosas más o menos
trascendentes: Barridos por la marea, Revólver,
RocknRolla, Sherlock Holmes –dos veces-, Operación
U.N.C.L.E, Rey Arturo y, el año pasado, el Aladdin
que convirtió a Will Smith en el genio de la lámpara. Eso entre
otras cosas, como sus cortos y los vídeos dedicados a la mayor
gloria de Madonna.
Para esta nueva historia ha contado con su actor
preferido, Charlie Hunnam, y lo ha rodeado de una serie de tipos
duros. Porque esto es un thriller, un policiaco, cine negro
bastante violento y deslenguado. Y también comedia: esta mezcla
siempre le sale bien. Parece, de todas maneras, que el
protagonista es Matthew McConaughey, que interpreta a Mickey
Pearson, un elegante traficante, que hace negocios –algunos
todavía más dudosos que otros- sin perder la flema ni el estilo.
Es americano, pero lleva muchos años en
Inglaterra, cuidando sus granjitas de marihuana; es un
agricultor más; lo que pasa es que se ha hecho millonario. Y
ahora quiere retirarse y pone a la venta sus fincas por 400
millones de dólares. Sus compradores son casi igual de
distinguidos, ese tipo de delincuentes mafiosos que te piden
permiso antes de pegarte un tiro; y quieren quedarse con el
negocio de Mickey por cuatro perras, pero preferirían hacerlo
por las buenas. Claro que, si no se deja, nos enfadamos. Y esa
es la cuestión.
Pero no la única, porque el argumento de la
película se tuerce y retuerce, y salta de escenarios y
personajes: ahí está Ray, el “consigliere” de Mickey, y Rosalind,
su mujer, y el astuto Fletcher, y chinos y rusos y lo que haga
falta. Todos van y vienen, y la acción progresa y retrocede
desde el minuto uno al último, creando un puzle ingenioso y muy
divertido que se va completando poco a poco.
Puede que esta sea la mejor película de Guy
Ritchie. Enlaza desde luego con sus primeras y rotundas obras,
pero resume también el sentido general de su filmografía; no es
equivocado, en ese sentido, compararla con el Tarantino de
Érase una vez en… Hollywood; aunque Ritchie no habla de
historia ni de mitos, sino solo de su propio cine. Eso sí,
también él se basa en la solidez de sus personajes, encajados en
un reparto coral sin fisuras. McConaughey
y Charlie Hunnam mantienen el hilo conductor, a pesar de que
prácticamente no coinciden en toda la película; eso muestra la
habilidad de Ritchie, que mide los tiempos y la tensión con
absoluto acierto. Y por más que se disfracen, Hugh Grant y Colin
Farrel –el primero sobre todo- no consiguen ocultar el carisma y
la calidad que poseen.
Todos están tan a gusto en sus papeles que, por
más que pasen y se oigan cosas feroces, el espíritu de la
comedia que transita por la película llega con facilidad al
espectador. The gentleman, es como decía, un estupendo
ejemplo de cine negro. Y ya se sabe que lo que está más cerca
del horror es la carcajada.
THE
GRANDMASTER
(12.01.14)
Dir.:
Wong Kar Wai
Pro.: Wong Kar Wai, Jacky Pang Gui.: Wong Kar Wai, Zou Jingzhi, Xu
Haofeng
Fot.: Philippe Le Sourd Mús.: Nathaniel Méchaly, Shigeru Umebayashi
Int.: Tony Leung, Zhang Ziyi, Chang Chen
Nacido en Shaghai
en 1958 y crecido en Hong Kong, Wong Kar Wai es el más grande de los
directores chinos. Primero guionista, realiza sus propias películas
desde 1988 y goza de prestigio universal desde el 94, con Chungking
Express, Fallen angels, Happy togheter –premio en Cannes-,
Deseando amar (In the mood for love) –una obra maestra-, 2046, My
blueberry nights… Aunque ya había hecho una incursión en el “wuxia”
–cine de héroes de artes marciales- con Ashes of time (1994),
vuelve al género para contar la historia del maestro Ip Man y, de paso,
para crear una maravillosa sinfonía de imágenes, sonidos, luces, músicas
e infinitas sugerencias tan inteligentes como brillantes.
Un proceso de seis años de investigación y documentación, tres años de
rodaje, decenas de horas invertidas en cada escena, cada detalle –la
secuencia inicial de la pelea bajo la lluvia, de diez minutos, necesitó
treinta noches para completarse-, un trabajo ingente de posproducción
para conseguir el fantástico aspecto final… y tres montajes diferentes:
uno para América, que comercializa Harvey Weinstein; otro para China
–seguramente, el más completo-, y un tercero, que es el que conocemos en
Europa.
El final de la película, tras los primeros títulos de crédito, muestra
al mítico Ip Man en su escuela de Hong Kong, rodeado de sus alumnos;
entre ellos, un chiquillo que se hará famoso en todo el mundo bajo el
nombre de Bruce Lee. Pero antes conoceremos la vida del Maestro, desde
su juventud en Foshan, al sur de China, donde practica el arte del Wing
Chun, un sistema de defensa personal imbatible. Allí, en el fastuoso
Pabellón Dorado, conoce al anciano Gong Baosen, dueño de los secretos
más complicados y poderosos del kung fu.
Ip Man quiere heredar su liderazgo, aunque también lo pretende su primer
discípulo y hasta su hija, Gong Er, a pesar de ser muy joven y, además,
mujer. Y la guerra con Japón y la atroz invasión nipona –una herida que
los chinos jamás van a cicatrizar- obligarán a Ip Man a salir de Foshan,
dejando atrás sus ilusiones, su familia y la huella imborrable de su
encuentro con Gong Er: un combate íntimo, y la escena de artes marciales
más bella jamás filmada. Ambos volverán a encontrarse en Hong Kong, pero
antes transcurrirá media vida dominada por las dificultades, la ausencia
y el dolor; y también por el sentido del honor y la tradición.
Puede que ese montaje “europeo” al que me refería oscurezca un tanto
esta zona de la aventura; no importa: The Grandmaster es mucho
más que una película de kung fu; es una indagación y una exposición de
la filosofía y la práctica del arte marcial por excelencia: el kung fu
como modo de vida, como pasión y como aliento. Seguramente hay que ser
chino para comprenderlo en toda su extensión, y Wong Kar Wai demuestra
haber llegado hasta la raíz de su conocimiento. Cada momento, cada
imagen, cada movimiento, están presididos por un sentido de la poesía,
de la melodía y el ritmo que los convierten en un ballet, una danza
armónica y majestuosa que deja al espectador anonadado, casi incapaz de
percibir todos los detalles en un solo visionado. Los elementos
esenciales –la luz, el fuego, el agua sobre todo- cobran dimensión
protagonista, y los objetos más sencillos –un simple botón- se
convierten en conductores del relato.
Pero además, The Grandmaster es una extraordinaria historia de
amor. Un amor perdido, un amor soñado, un amor imposible; constante
fundamental en la obra de Wong Kar Wai, aparece aquí en todas sus
formas, como un eje paralelo a la columna vertebral del argumento: el
amor de Ip Man por su familia, deshecha por la guerra; el amor de Gong
Er por su padre difunto, teñido de respeto a la herencia; y el amor de
los protagonistas, soslayado, nunca explícito, imbatible pero
silencioso. Excepto para la mirada cómplice de Wong Kar Wai: sabia,
brillante, respetuosa e implacable: el triunfo de la sensibilidad y la
inteligencia. (http://www.golem.es/distribucion/pelicula.php?id=309)
THE MASTER
(06.01.13)
Dir.:
Paul Thomas Anderson
Pro.: Paul Thomas Anderson, Megan Ellison, Daniel Lupi Gui.: Paul
Thomas Anderson
Int.: Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams
El trio de "Andersons"
que pululan por nuestras pantallas lo forman el inglés Paul William
Scott –más conocido como Paul W. S.-, un artesano que se dedica
mayormente a las aventuras de su señora Milla Jovovich; Wes Anderson –el
director de Moonrise Kingdom-, un artista muy
interesante, original, divertido y profundo a la vez. Y Paul Thomas
Anderson… que es un maestro, autor de Boogie nights (1997), la
maravillosa Magnolia (1999), Embriagado de amor (2002),
con el mejor Adam Sandler, y la apabullante Pozos de ambición
(2007).
Quizá The Master, que inaugura 2013, sea su mejor película; y,
seguramente, una de las mejores –sin duda de las más interesantes y
complejas- del año. Se sitúa en el ecuador del pasado siglo, recién
acabada la Segunda Guerra Mundial. La contienda ha terminado, pero
para los soldados
americanos que regresan de Japón empieza otro conflicto igual de
complicado: retomar su vida y tratar de olvidar los horrores del
combate. Freddie Quell ha salido relativamente ileso de la guerra, pero
se ha convertido en un hombre violento, desequilibrado, dominado por la
obsesión sexual y caído en la delincuencia y el alcoholismo.
Después de dar
tumbos por diferentes ciudades y oficios –desde fotógrafo de centro
comercial a recolector de coles-, cuando más desesperado está, se
encuentra con el magnético Lancaster Dodd, un oscuro y extraño personaje
que dirige una aún más extraña y oscura organización. Dodd acoge a
Freddie y lo introduce entre sus gentes, ofreciéndole su confianza,
seduciéndolo, hasta dejándolo penetrar en su círculo más íntimo; y entre
los dos hombres surge una relación narcótica y adictiva, a la que no es
ajena Peggy, la esposa del “maestro”, y que va de la sorpresa a la
sumisión y de la devoción a la rebeldía.
El relato ha seguido los pasos de Freddie de manera sincopada,
intercalando radicales elipsis y algún flashback que nos permiten
conocer la personalidad y la evolución del protagonista; que deja de
serlo absolutamente cuando abre los ojos y se encuentra en presencia de
Dodd: a partir de ese momento, son los dos los que ocupan la pantalla y
el ritmo cambia de vertiginoso solo a cadencioso y detallista “pas-de-deux”,
a la vez que el escenario se cierra hacia el interior de la restringida
sociedad de los adeptos a “la Causa”, como ellos la llaman.
Anderson nos muestra, sin ninguna complacencia, el nacimiento y auge
imparable de la nueva iglesia de Lancaster Dodd –trasunto evidente de L.
Ron Hubbard, creador de la Cienciología- y traza un firme perfil del
personaje y su entorno, desde su familia, capitaneada con mano férrea
por su mujer, hasta la tropa de entregados fieles, capaces de ceder
dinero y voluntades a los deseos del fundador. Las imágenes no dejan
resquicio por donde escapar, ni para los protagonistas ni para los
espectadores, atrapados por la fuerza, la intensidad y la perfección de
la narración, que rompe los moldes tradicionales para crear una
estructura nueva, propia e inteligentísima.
Todo es atmósfera, todo es cine en esta película ejemplar e hipnótica,
iluminada además por las maravillosas interpretaciones de Joaquin
Phoenix y Philip Seymour Hoffman, dos artistas portentosos: Phoenix crea
su personaje desde las tripas, dejando salir su tormenta interior, con
una capacidad de expresión que vibra en cada gesto, en cada músculo;
Hoffman, el actor más completo de estas décadas, se apodera del papel de
maestro de las almas, haciendo que todo respire, a su alrededor, al
compás de su mirada, de su voz, de la atracción absolutamente fotogénica
de su figura: irradia poder, levanta pasiones, da miedo.
The Master
no es una película biográfica ni pretende entrar en el terreno de las
creencias; el telón de fondo es la crónica de unos años difíciles, de
los tipos que los poblaron y del nacimiento de una religión; pero sobre
todo es la historia de una relación, un cara a cara fulgurante y
arrasador, un retrato implacable. Una película enorme. (http://www.themasterfilm.com/)
THE MAURITANIAN
(20.03.21)
Dir.:
Kevin Macdonald. Pro.: Michael Bronner, Adam Ackland, Benedict
Cumberbatch. Gui.: Michael Bronner, Rory Haines, Sohrab
Noshirvani. Int.: Tahar Rahim, Jodie Foster, Shailene Woodley.
Kevin Macdonald es un experimentado documentalista escocés
(Glasgow, 1967), ganador del Oscar en 2000 con One day in
september, pero que hace también incursiones en la ficción.
Su película más recordada es la que fue su debut, El último
rey de Escocia (2006), a la que siguieron La sombra del
poder (2009), La legión del águila (2011), Mi vida
ahora (2013) y Black Sea: Mar tenebroso (2014).
Su
vocación y dedicación al documental se muestra en toda su obra,
con argumentos basados o cercanos a la realidad. También en este
The mauritanian, ambientado en la prisión americana de
Guantánamo, donde aun permanecen cientos de terroristas -reales
o presuntos- de distintas procedencias. Allí estuvo Mohamedou
Ould Slahi, retenido sin pruebas y sin una acusación concreta
durante dieciséis larguísimos años y sometido a vejaciones y
torturas insoportables. Sus memorias Diario de Guantánamo
han servido para la escritura del guion y la creación de las
duras imágenes de Macdonald.
El
relato se inicia cuando Mohamedou, un joven mauritano que vive y
trabaja en Alemania, regresa a finales de 2001 a su país para
asistir a la boda de un familiar. Con los ecos del 11-S aun
vibrando, la policía lo detiene y lo entrega a los Estados
Unidos. Encerrado en Guantánamo, sin comunicación alguna con el
exterior y viviendo un incomprensible calvario, pasa años hasta
que su caso, prácticamente por casualidad, es conocido por un
bufete de abogados de Nuevo México. Y la abogada Nancy Hollander,
una activista consagrada a las causas humanitarias y de derechos
civiles, decide tomar cartas en el asunto.
Comienza entonces a entrevistarse con Mohamedou Slahi y, con la
ayuda de una joven abogada de su bufete, empieza también una
pelea desigual contra todo el sistema jurídico, militar y
político de los Estados Unidos. Lo tiene todo en contra -hasta
las apariencias-, y también tiene enfrente al coronel Stuart
Couch, que personifica el tremendo dilema que vive la sociedad
americana, partida entre el duelo infinito por la masacre de las
torres gemelas, la pulsión irresistible por la venganza, y la
necesidad de no quebrantar el imperio de la ley y la justicia.
Kevin Macdonald ha construido un mosaico inteligente, en el que
la vida de Slahi en prisión se va explicitando paralelamente al
trabajo de sus abogadas y su acusador, empeñados todos en
descubrir la verdad que se esconde tras los muros de la infamia
creada por George W. Bush y Donald Rumsfeld. Y la cámara explora
minuciosamente toda esa dinámica, sin ahorrarnos momentos
terribles y sin escatimar las oscuras maniobras que tratan de
dilatar y esconder los sucesos que, inexorablemente, atrapan a
los protagonistas.
El
cuarteto principal es, con todo, lo más interesante de la
película. Los primeros, Tahar Rahim -nominado en los Globos de
Oro e injustamente olvidado en los Oscar-, que compone un
personaje difícilmente superable, y Jodie Foster como la
incansable abogada que lucha por que se haga justicia, perfecta
en su papel. Y con ellos, Shailene Woodley como su ayudante, y
Benedict Cumberbatch como el encargado de la acusación,
acompañándolos de manera sobresaliente.
Su trabajo es fundamental, como en toda película;
pero más si cabe en un relato como este, la historia de una
injusticia y una batalla judicial que va más allá del género
convencional para definirse como una decidida denuncia de uno de
los casos más flagrantes de quiebra de los derechos humanos que
sigue existiendo delante de los ojos del mundo entero: el
gigantesco y horrible zulo de Guantánamo. Algún día habrá que
dinamitarlo.
THE
PELAYOS
(29.04.12)
Dir.:
Eduard Cortés
Pro.: Gustavo
Ferrada, Daniel Hernández
Gui.: Eduard
Cortés,
Piti Español
Int.: Daniel
Brühl, Lluis Homar, Miguel Ángel Silvestre
Como
tantos otros directores, Eduard Cortes compagina su trabajo en el cine
con una –hasta ahora abundante- dedicación a la televisión: ha
realizado capítulos de las series Secretos
de familia, Sitges, Hay alguien ahí y Ángel
o demonio, entre otras, y también distintos largometrajes para la
pequeña pantalla. Y para la grande, ha dirigido –desde 2002- La
vida de nadie, Otros días vendrán e Ingrid.
The
Pelayos,
que inauguró el Festival de Málaga, es el nombre con el que se conoce
internacionalmente –mundialmente, sería mejor decir- a Gonzalo García
Pelayo y su familia. Gonzalo –Luis
Homar en la película- es el patriarca de un clan muy especial;
él solo, su personalidad, sus teorías y sus actividades darían para
una extensa biografía cinematográfica, pero se ha optado por trazar un
retrato coral, que abarque también, y preferentemente, a su
descendencia y asimilados. De esta manera, el guión recorre los
momentos más intensos, afortunados o no tanto, estimulantes o
peligrosos, del “trabajo” de los jóvenes, apostando en las ruletas
de los más importantes casinos.
Es que de esto se trata: de un trabajo como otro cualquiera, como el del
jornalero, el oficinista o el técnico de ascensores, pongamos por
ejemplo. Cada día, o más bien cada noche, los hijos de Gonzalo, los
sobrinos y algún cuñado se reparten las mesas y empiezan a jugar.
Gonzalo no va: le han prohibido la entrada en los salones, después de
haber saltado la banca repetidamente. Su método consiste en la
observación incesante y la anotación de los números que la ruleta,
debido a alguna ligerísima imperfección en el equilibrado o los
engranajes, tiende a repetir con mínima frecuencia. Y parece que
funciona, porque los jóvenes ganan sumas importantes. A los directores
de los casinos en cuestión no le hace tanta gracia su éxito, como es
natural. Las peleas que mantienen contra los infalibles Pelayos dan
lugar a variadas, divertidas y también dramáticas consecuencias: los
jugadores pueden ganar fortunas, pueden perderlo todo, reciben amenazas
y sobornos y viven momentos de gloria y de auténtico peligro. Y hasta
encuentran la posibilidad de disfrutar –y rivalizar- con la amistad y
el amor.
Porque en el argumento se mezclan, con diversa fortuna, las peripecias
“profesionales” con las personales. No todo va sobre ruedas en la
familia, porque es demasiado extensa y porque cada uno de sus miembros
tiene su personalidad, sus gustos y sus preocupaciones. Por aquí hace
aguas la historia: están bien explicadas sus andanzas en las mesas de
juego; el enfrentamiento con el odioso jefe del casino –un divertido
Eduard Fernández-, que cumple con su deber oponiéndose a quienes le
buscan la ruina, tiene la entidad suficiente para ocupar la columna
vertebral del relato… pero las relaciones familiares no terminan de
funcionar, y son más un estorbo que otra cosa.
Hay un par de enredos amorosos a los que les falta toda la pasión que
cabría suponerles, alguno de los personajes tiende innecesariamente a
la caricatura, y el interés se quiebra alguna vez en los momentos en
que los personajes, y no la acción, pasan al primer plano. El relato se
pretende, desde el principio, con un tono de leyenda, de gesta épica,
que luego no llega a cuajar; sobre todo, insisto, en la resolución de
los roles personales. Quizá el protagonismo de Lluis Homar, que es
quien más riesgos toma con su caracterización, debería ser más
patente, más definitivo.
Es cuestión de elección, naturalmente; pero, aunque Vicente Romero
–siempre está bien- hace lo que puede con su personaje, Daniel Brühl
y Miguel Ángel Silvestre no son capaces de dotar de tanto peso a los
suyos como para conseguir emocionar al espectador. Y aunque la película
al final obtenga un claro suficiente y haya sido de lo mejor de Málaga
–que es como no decir nada-, se podía esperar de estos Pelayos algo más
interesante, intenso y apasionado que esta ligera trama de aventuras de
amor y juego. (www.sonypicturesreleasing.es/)
THE SQUARE
(11.11.17)
Dir.: Ruben Östlund. Pro.: Philippe Bober, Erik
Hemmendorff. Gui.: Ruben Östlund. Int.: Claes Bang, Elisabeth Moss,
Dominic West.
Ruben Östlund es quizá el director más en forma del actual cine
sueco. Es el autor de Play (2011) y también de Fuerza
mayor (2014), esa película en la que una familia se colapsa por
una amenaza de avalancha en una estación de esquí. Con The square
ha ganado este año la Palma de Oro en Cannes, y es verdad que es una
película formidable.
Christian es el gerente de un importante museo de arte
contemporáneo; divorciado y padre de dos niñas, se ocupa de ellas
todo lo que puede, aunque su trabajo le absorbe mucha energía. Es un
hombre concienciado, que defiende causas humanitarias y se preocupa
por el medio ambiente y el bienestar común. Ahora prepara su próxima
exposición, basada en la instalación de un llamativo cuadrado en el
suelo, que debe ser una llamada a la concienciación y la
solidaridad.
De
repente -en una escena que parece navegar en el absurdo- a Christian
le roban la cartera, el móvil y hasta los gemelos. Desesperado, idea
con ayuda de su ayudante una estrategia –hay que decir que bastante
loca- para conseguir recuperar sus pertenencias. Y a partir de ahí,
su vida cambia y su conciencia está a punto de revolverse y de
convertirlo en una persona completa y radicalmente distinta.
Al
mismo tiempo, el museo pone en marcha una arriesgadísima campaña
publicitaria para dar a conocer la exposición, que acaba por
levantar una tormenta en la opinión pública y en los medios de
información. A lo que se suma una “performance” que termina como el
rosario de la aurora, una noche de sexo con consecuencias y una
preocupación moral que no conduce a nada.
Todo ello junto parece bastante caótico, pero la mano
maestra de Östlund conduce el relato con la mayor eficacia,
haciéndolo inteligible y permeable para que en él se acomode la
crítica social y los valores humanos; anide el humor –en algún
momento, irresistible- y la angustia vital; y se cuestione el papel
de la comunicación y el arte moderno. En el centro de esta vorágine,
Christian trata de encontrarse a sí mismo. Lo entendemos, pero no
sabemos qué será de él cuando acabe la película. Así es el cine.
THE TOURIST
(02.01.11)
Dir.: Florian Henckel von Donnersmark
Pro.: Graham King, Tim Headington, Roger Birnbaum
Gui.: Florian Henckel von Donnersmark, Christopher
McQuarrie
Int.: Angelina Jolie, Johnny Depp, Paul Bettany
Este
director alemán –un hombre tan largo como su propio apellido-
sorprendió a todo el mundo –y ganó el Oscar- en 2007 con su primera
película La vida de los otros, un drama profundo que hablaba tanto de la
represión política en la antigua República Democrática de Alemania
como de la evolución de la conciencia de los protagonistas. También es
un poco sorprendente que después se haya pasado al cine americano para
rodar este thriller con ribetes de comedia, revisión de una película
francesa de 2005, y con dos de las mayores estrellas de Hollywood.
Aunque toda la película
transcurre en Europa. Comienza en París, donde Elise sale de su hotel
cada mañana para ir a desayunar a un café cercano. Es una mujer muy
atractiva y derrocha elegancia en toda su figura, desde el peinado hasta
los altísimos zapatos; seguramente es porque sabe que la están
vigilando y que lleva, literalmente, una cámara pegada… a la espalda.
El servicio secreto la espía tan minuciosamente, porque Elise espera la
llamada de su hombre, un importante falsificador y ladrón con el que va
a reunirse en cualquier momento. En efecto, ella recibe un mensaje que
la hace ponerse en movimiento y, tras una peripecia en el Metro de París
que parece homenajear a French Connection, se dirige a Venecia en un lujoso tren. En el
trayecto, Elise conoce –y no por casualidad- a Frank, un desprevenido
profesor americano que viaja para hacer turismo de calidad y al tiempo
tratar de olvidar amores perdidos. Frank no sospecha de tan afortunado
encuentro, ni se pregunta demasiado profundamente por qué Elise lo ha
elegido para que la acompañe en la ciudad de los canales hasta el punto
de compartir hotel… y habitación; invitado por ella, lo que le hace
concebir algunas ilusiones, más íntimas cada vez. Y completamente
equivocadas, como se verá.
Porque el pobre Frank ha quedado fascinado por la belleza y el enigma
que rodea a Elise y, sin poderlo remediar y sin comprender nada de lo
que le está pasando, se ve muy pronto envuelto en una intriga peligrosísima
en la que parece que todo el mundo lo busca para matarlo: por un lado,
el servicio secreto americano; por otro, la policía italiana –a la
que acude, ignorante del alcance de la trama-, y, finalmente, una tropa
de sicarios rusos armados de las peores intenciones. Para Frank, lo que
creía que era el viaje perfecto se convierte en la trampa perfecta y su
viaje turístico lo lleva al mismo infierno.
Angelina Jolie –la equívoca seductora- y Johnny Depp –el
desconcertado viajero- ponen de su parte todo su saber, la buena química
que parece reunirlos, y su belleza, su magnetismo y su fotogenia
–ella-, su simpatía, su experiencia y también su fotogenia, por qué
no –él-. Los dos se lo trabajan a las órdenes de Florian Henckel,
que ha aprovechado esta oportunidad para introducirse en el mercado
americano. The tourist –no
se comprende por qué el título no se ha traducido, cada día somos más…
raros- está, naturalmente, muy lejos de La
vida de los otros; apenas coincide en ese eco del espionaje y
registro de las conductas ajenas, algo que, sin duda, al director le
motiva.
Esta película es, en el fondo –y a veces en la superficie-, una
comedia. Un policíaco, un relato de aventuras que remite a los mejores
momentos del género, pero presidido siempre por un evidente y un tanto
elemental sentido del humor. Naturalmente que se agradece la presencia
de la pareja protagonista, así como de los estupendos secundarios
–entre los que aparece un Timothy Dalton que parece el agente 007
cuando era mayor- y el rigor narrativo de Henckel von Donnersmarck, que
demuestra que se puede rodar una película de acción dejando ver a los
personajes y su entorno –un homenaje a los suntuosos hoteles, las
callejuelas húmedas y los mil canales de Venecia- y sin perder el ritmo
a pesar de que los planos duran más –bastante más- de tres segundos.
De momento, ya cuenta con el aval de sus tres candidaturas a los Globos
de Oro. (www.thetourist-movie.com)
THE VISITOR
(15.03.09)
Dir.
y Gui: Tom McCarthy
Pro.: Michael London, Mary Jane Skalski
Int.: Richard Jenkins, Haaz Sleiman, Hiam Abbass
Tras
una carrera de cierta importancia como actor de reparto, Tom McCarthy
sorprendió a todo el mundo en el 2003 escribiendo y dirigiendo Vías cruzadas, con la que ganó un montón de premios, incluyendo
un BAFTA –la Academia británica- y el Especial del Jurado en San
Sebastián. Vías cruzadas era
una entrañable y divertida historia de amistad entre diferentes; y algo
de eso hay también en esta su segunda película, un relato que
protagoniza el formidable Richard Jenkins –reciente nominado a un
Oscar- en el papel del profesor Walter Vale.
Walter tiene sesenta años y es un hombre solitario y desengañado de la
profesión; imparte sus clases dominado ya por la rutina, sin ilusión y
sin más horizonte que la cercana jubilación. Ha perdido la vocación
por la docencia, pero lo peor es que tampoco mantiene mucha más
esperanza en su propia vida; solamente encuentra consuelo en la música,
aunque de momento vale más como oyente que como instrumentista: el
piano se le da fatal y consume afanes y profesores con resultados
bastante negativos.
En un momento determinado, se le ofrece la posibilidad de viajar a Nueva
York para participar en un congreso. En realidad, no es una posibilidad,
sino una imposición, pese a que Walter se resiste lo más posible. Al
final no tiene más remedio que aceptar, pero al llegar a Nueva York se
encuentra con una sorpresa de lo más desagradable: su apartamento, que
él creía cerrado durante sus ausencias, ha sido alquilado a sus
espaldas y está habitado por una pareja de jóvenes inmigrantes: Tarek,
que es sirio y toca el tambor, y Zainab, su novia senegalesa, que
fabrica y vende artesanía. Walter, pasado el primer momento de estupor
y disgusto, y sin saber muy bien por qué, les permite quedarse unos días
más en su piso.
Esa decisión cambiará su vida de manera radical. Y también la de sus
huéspedes, aunque nada lo haga presagiar en los primeros momentos:
entre el desencantado profesor y el joven Tarek se establece pronto una
empatía musical, que lleva a Walter incluso a iniciarse como
percusionista; con la chica lo tiene más difícil, en principio: Zainab
es muy tímida, muy reservada y muy poco comunicativa. Pero la
convivencia entre los tres se vuelve fluida y relativamente cómoda.
Hasta que un incidente desgraciado vendrá a poner en cuestión esa
armonía.
Y no es por culpa de ninguno de ellos. La culpa es de la paranoia que
cunde por el mundo –mucho más en Estados Unidos-, de la brutalidad y
la intransigencia policial y de la crueldad y la deshumanización de la
justicia. El argumento muestra entonces su verdadero andamiaje: el
personaje de Walter se agiganta según la naturaleza moral del profesor
se va desvelando y de su apatía profesional y su incapacidad melódica
pasa a la cordialidad bienintencionada y, definitivamente, a la lealtad
y el apoyo incondicional a sus protegidos.
McCarthy une una realización concisa, de abrumadora sencillez y la
misma eficacia, a un espléndido guión, un hermoso relato que viaja de
la soledad a la solidaridad y de la incomprensión al amor, y que
revela, además, una mirada crítica a nuestra sociedad y a uno de sus
problemas más actuales y preocupantes. Lo que era, todo el tiempo, una
película de personajes, con una fabulosa galería de intérpretes
–Jenkins a la cabeza-, se convierte así en una decidida y acertada
denuncia política y social: de nuevo el hombre frente al sistema, pero
tratado aquí por la vía directa, sin asomo de metáforas ni
ambivalencias. Esta es la vida de todos los días: un hombre que no es de aquí; su
color, su acento, su aspecto lo delatan. Un inmigrante, un extranjero,
un “visitante” –pero ¿por qué no se traduce el título en
nuestros cines?- y, en definitiva, un sospechoso. Más aún, un
culpable, al que hay que detener, encerrar y enviar de vuelta a su
oscuro país. Si queremos, podemos mirar para otro lado; pero si no,
podemos empezar por ver esta pequeña película sencilla, hermosa y verdadera,
sin duda una de las mejores del año.
(www.karmafilms.es/thevisitor/index.html)
THE WOMEN
(19.10.08)
Dir.: Diane English
Pro.: Victoria Pearman, Mick Jagger Gui.:
Diane English
Int.: Meg Ryan, Annette Bening, Eva Mendes…
El
gran George Cukor dirigió Mujeres
(The women) en 1939, con un formidable reparto femenino: Joan
Crawford, Norma Shearer, Rosalind Russell, Joan Fontaine… Una
historia picante y divertida –soberbio guión de Anita Loos-, y una
película deliciosa. Casi setenta años después, sin mediar provocación,
Diane English se propuso volver a llevar a la pantalla la obra original
de Clare Boothe Luce y darle un “toque” más moderno.
English –creadora, guionista y productora de la famosa y multipremiada
serie Murphy Brown- debuta en
el cine con esta arriesgada pretensión. Ella es mujer, escribe guiones
protagonizados por mujeres y se considera muy capacitada para organizar
y dirigir este pequeño ejército femenino que puebla las calles y los
lugares de moda de Nueva York; necesita un elenco que dé al proyecto la
prestancia imprescindible para que la historia atraiga e interese, y ha
conseguido, en efecto, un conjunto de señoras guapas y estupendas
actrices, que llenan la pantalla con su presencia.
Mary Haines –Meg Ryan- es una madre y esposa perfecta: elegante y
sofisticada, incansable trabajadora y atenta con igual éxito a su casa,
sus amistades y sus compromisos sociales. Su vida parece feliz y es la
envidia de todas... hasta que su mejor amiga, la
editora de moda Sylvie Fowler –Annette Bening- descubre que el
marido de Mary la engaña ¡con una dependienta de la Quinta
Avenida!
Este hecho desencadenará toda la trama, en la que van resultando
implicadas, además de la guapísima vendedora –Eva Mendes-, la hija y
la madre –la elegante Candice Bergen- de Mary, las demás amigas, más
o menos cercanas –Debra Messing, Jada Pinkett Smith- y las otras
mujeres que pasan por allí para completar el reparto: la manicura
deslenguada –Debi Mazar-, la cronista despiadada –Carrie Fisher-, la
extravagante agente artística –Bette Midler-, las empleadas y
colegas...
En la película aparecen sólo mujeres, sin una sola presencia
masculina; ni siquiera en las tiendas, los despachos o los hogares; ni
en la calle. Los hombres viven en el trasfondo del guión: el marido y
el padre de la protagonista, por ejemplo, tienen un peso importante en
la historia; pero sólo porque sus actos tienen consecuencias para las
mujeres; y hablan de ellos y los desprecian, necesitan o añoran, según
va el aire. Son ellas, Las mujeres,
las rotundas protagonistas; tanto, que cuando los intereses de la
apurada Sylvie entran en colisión con la vida de Mary y ésta siente su
intimidad violada y su amistad traicionada, la relación entre ambas
pasará a ocupar el epicentro dramático de la historia, con más peso aún
que el conflicto conyugal de la protagonista. De hecho, la mejor
interpretación de Ryan y Bening se
producirá precisamente en su dolorido cuerpo a cuerpo y en su posterior
resolución.
Es verdad que toda comparación es odiosa; y en este caso, además no
hace falta. English no compite con Cukor y por eso su película no
quiere ser una simple fotocopia, sino que tiende a reescribir el guión,
aportando elementos más “modernos” –aunque sean superficiales- y
a buscar una puesta en escena y una realización acorde con los gustos
contemporáneos. Tanto, que hay quien encuentra en algunos momentos ecos
de Sexo en Nueva York, y es
verdad que algo tiene de ese tono y de esos personajes; pero The
women consigue una factura bastante más sólida, que parte del
mismo argumento original. En cualquier caso, tampoco Diane English y sus
actrices han intentado otra cosa que llevar a muchas espectadoras
–acompañadas o no- al cine: harán taquilla, comerán palomitas y
seguramente saldrán de la sala con una sonrisa en la boca... Y esto es
todo, amigos. (www.thewomenthemovie.com)
TIRO EN LA CABEZA
(05.10.08)
Dir.:
Jaime Rosales
Pro.: José Mª Morales Gui.:
Jaime Rosales
Int.: Ion Arretxe, José Ángel Lopetegui
Nueva
propuesta –cada vez más arriesgadas-, del director de La soledad. Su carrera, corta todavía, va ligada a la experimentación,
la independencia y la personalidad. Primero fue Las
horas del día, una disección del cerebro de un asesino compulsivo,
interpretado por un gélido Álex Brendemuhl; luego la reciente y
multipremiada La soledad, y
ahora esta vuelta de tuerca, difícil, inhóspita y comprometida... con
el cine.
Como En la ciudad de Sylvia,
de José Luis Guerín; como en El
sol del membrillo, de Víctor Erice –y cito estos ejemplos,
separados 15 años, para resarcirme del mal sabor de boca que me dejó
el otro día un colega, pagadísimo de sí mismo, que echaba a los tres:
Erice, Guerín y Rosales, al mismo cubo de la basura-, Tiro
en la cabeza investiga en la forma narrativa para restaurar al cine
en su original concepción: la cámara es un “voyeur”, que registra
el espacio y el tiempo que le pasa por delante, testificando la historia
o la no-historia del acontecimiento que mira con el ojo frío del
objetivo.
Rosales lo planta delante de un tipo normal. Atisba por sus balcones, lo
ve –de lejos- pasear, salir y entrar, usar el cajero, tomarse unas cañas,
ir a la estación, jugar en el parque con el hijo de una mujer, hacer el
amor, cerrar el día y levantarse al siguiente. Durante casi una hora,
la cámara sigue a este personaje como único protagonista; los demás
no son sino breves secundarios. Pero uno y otros están vistos desde la
distancia –con teleobjetivos que achatan las perspectivas-, muy
frecuentemente a través de cristales, ventanillas, escaparates; y nunca
oímos lo que dicen: apenas unos incomprensibles retazos de conversación,
siempre ahogados por el ruido ambiente, la lejanía y los obstáculos.
No hace falta explicar la dificultad del asunto. El espectador echa de
menos los diálogos o, al menos, aceptando el punto de vista documental,
una voz en off, una música, algo que subraye –como es costumbre- la
acción; o, mejor dicho, la falta de acción. Ni siquiera el
protagonista es simpático: es un hombre seco, muy poco expresivo,
bastante adusto y al que apenas vemos reír en una ocasión. Pero de
repente, este hombre se encuentra con un amigo, se meten en un coche,
vemos que van hacia Francia y que pasan la frontera y se recluyen en la
casa de unos conocidos.
Aquí el ritmo narrativo cambia radicalmente. Seguimos sin oír a los
personajes, viéndolos de lejos; pero lo que era un relato puntillista,
de esbozos, de fragmentos sueltos a lo largo del tiempo, se vuelve
narración lineal, con una cámara –siempre sorda- que sigue la acción
en continuidad. Lo que resta, la media hora final, cuenta el
encuentro fortuito del protagonista y sus amigos con dos guardias
civiles, de paisano y desarmados, en una cafetería. Y se produce el
tiro en la cabeza, los tiros mortales: los jóvenes guardias civiles son
asesinados por los dos terroristas de ETA, que escapan inmediatamente
por sus medios habituales.
Como en Días contados, de
Imanol Uribe, el protagonista es un etarra; el que parecía un hombre
normal, es un asesino. Como el de Las
horas del día. Quizá lo que menos se menciona es el interés
morboso de Rosales por la muerte y el crimen... Eso y esa quiebra en el
ritmo, son elementos significativos en esta película. La otra polémica,
la política, es estéril. Nadie toma partido por ETA, ni Rosales, ni
los actores, ni, es de suponer, el público normal... que en este caso
serán verdaderos cinéfilos a los que no les asuste la crudeza de un
planteamiento tan radical.
Para completar el acontecimiento, Tiro
en la cabeza, que sólo se exhibe en dieciséis pantallas, se ha
estrenado también en internet, en una sala virtual abierta en www.tiroenlacabeza.com
en la que se dan cuatro sesiones diarias, cada una para 100 espectadores
que pagarán 3,40 euros por la “entrada”; y se exhibe también, sábado
y domingo, en el Museo Reina Sofía de Madrid. Triple oportunidad para
no perderse esta película: cine durísimo, experimental, arriesgado y
muy, muy interesante.
TODAS LAS CANCIONES HABLAN DE MÍ
(12.12.10)
Dir.: Jonás
Trueba
Pro.: Gerardo Herrero, Mariela Besuievski
Gui.: Jonás Trueba, Daniel Gascón
Int.: Oriol Vila, Bárbara Lennie, Ramón Fontseré
Primer
largo de Jonás Trueba, tras un cortometraje y tres guiones más: dos
para películas de Víctor García León y otro con su padre Fernando:
el de El baile de la Victoria. Una carrera que arranca ahora ya con
palabras mayores y que, de momento, se muestra esperanzadora.
El protagonista de Todas las
canciones hablan de mí es Ramiro. Un chaval en la frontera de los
treinta, que ha estudiado filología y que trabaja en la librería de
viejo de su tío Luismi, un personaje escapado de la misma literatura
que llena sus estantes. Ramiro ha vuelto a vivir en su casa de toda la
vida, con su madre y sus vecinos, también de toda la vida. Menos los últimos
seis años, que ha estado viviendo con su novia Andrea, que es muy guapa
y es arquitecta, pero que ya no se soportan. O es que se les ha acabado
el amor, sin otro argumento de repuesto.
El caso es que Ramiro va y viene por la vida, y la historia también va
y viene por la película. El argumento, eso sí, está más orientado
que su protagonista, que duda entre irse de profesor a Canadá, casarse
con la primera camarera necesitada o quedarse quieto mirando las
fuentes, las casas, los libros, su botella de cerveza o a sus colegas
que pasan o al tiempo que también pasa mientras los recuerdos llegan y
se van y suena la música. Se acuerda de Andrea; sale con otras chicas
pero se acuerda de Andrea. Sale con Lucas, que siempre será su amigo, o
con Nico, que nunca volverá a ser el amigo que era, o con Raquel, que
era una cría pero que ahora es una moza que aún conserva los viejos
versos de Ramiro. Y a Ramiro que no se le olvida Andrea.
Aunque ambos lo nieguen, la película de Jonás tiene algo de aquella Ópera
prima de su padre. Y a la vez, son radicalmente distintas. Ambas
son, de alguna manera, relatos generacionales; ambas nos enseñan
Madrid, la ciudad de sus personajes. Pero cada una es hija de su tiempo:
Todas las canciones hablan de mí está poblada por hombres y
mujeres de hace diez minutos, del comienzo de este siglo XXI, cuando ya
sabíamos que sexo, amor y matrimonio no son sinónimos, pero cuando aún
había jóvenes poetas, sólo había libros de papel y los estancos vendían
sellos porque todavía se escribían cartas.
Además, esta película huye de los registros habituales de la comedia
–“madrileña” o no-, para adentrarse en los recovecos del alma del
protagonista y construir un mosaico sentimental que se desarrolla en capítulos,
rompe la continuidad narrativa –que no dramática- y se encaja merced
a la memoria, la palabra, las lecturas y las músicas del personaje. Es
deudora de un cine entendido a la manera de la “nueva ola” francesa
–de eso hace cincuenta años-, tanto como de un estilo literario y
unas formas que remiten a nuestros clásicos del 98, y de eso ya hace
tanto que no guardamos memoria.
Y sin embargo, la película es tremendamente actual y funciona casi
siempre. Hay algún momento de desasosiego rítmico, porque obliga al
espectador a un juego que es valiente y decidido, pero a ratos no tan
emocionante ni divertido; y eso puede provocar caídas de atención.
También contiene alguna raspadura en la interpretación, en un par de
personajes no siempre perfilados con el mismo pulso. Pero son mayores
los aciertos de la película, la sensación de verdad de sus
protagonistas –qué bien Oriol Vila y qué madura y completa Bárbara
Lennie, a sus veintiséis años-, la inteligencia del guión y hasta la
mirada a una ciudad que parece nueva aun en sus escenarios
archiconocidos.
Buena nota, en definitiva, para Jonás Trueba. Su
película es, más que una comedia costumbrista, un retrato inteligente
y verdadero de personas y sentimientos. Seguimos las andanzas de Ramiro
y nos las creemos; y no quisiéramos abandonarlo en su último afán,
cuando gestos y miradas, cuando palabras y música se funden –en un
momento verdaderamente magistral- llenándonos de emoción y simpatía:
eso es el cine.
(www.todaslascancioneshablandemi.es)
TODO LO QUE TÚ QUIERAS (12.09.10)
Dir.:
Achero Mañas
Pro.: José Nolla Gui.:
Achero Mañas
Fot.: David Omedes Mús.:
Leiva
Int.: Juan Diego Botto, Ana Risueño, José Luis Gómez
Achero
Mañas fue un estimable actor en los 80 –cuando era un crío- y los
90; hizo cine –aquel curioso Belmonte-
y televisión, pero se pasó a la dirección en 1994; realizó algunos
cortos y saltó al largometraje con El
Bola (2000), una película de auténtico impacto. En 2003 dirigió Noviembre,
un intento bastante incomprendido, y luego… el silencio. Hasta
que ahora reaparece con esta Todo
lo que tú quieras, una obra de máximo riesgo, más personal aún
que las anteriores, más madura y más valiente. Cuenta la historia de
Leo, un joven abogado con un futuro prometedor. Está casado y tiene una
hija de cuatro años. Por desgracia, la mujer muere y Leo se ve solo
para seguir cuidando de la pequeña Dafne, para responder a las
tremendas preguntas de la desorientada chiquilla y para sustituir a la
madre definitivamente ausente.
Después de los primeros instantes de desconcierto, Leo asume que su
absoluta prioridad es su hija y que su deber es hacer por ella todo
cuanto esté en su mano, hasta donde le sea posible; y más aún si hace
falta. Leo no cuenta con sus padres, rechaza terminantemente a sus
suegros, atiende como puede –mal- su trabajo, y se apoya tan sólo en
una amiga y antigua amante, y en el desconcertante y patético Álex, un
caduco artista de cabaret.
En el momento en que las vidas de Leo y Álex se cruzan, cobran sentido
las imágenes que abren la película: primeros planos radicales, sin
concesiones, de una serie de rostros de hombres que se transforman en
mujeres, virtuosos del maquillaje, el trazo grueso, la peluca y las
plumas: como Álex. Y por ahí también, aunque alguna pista ya ha
dejado antes, Achero Mañas se expone, muestra todas sus claves y juega
con las cartas boca arriba.
La película es un intenso relato, esencialmente cinematográfico, que
no puede ser leído en clave realista. Las imágenes, los personajes,
son reales; pero sólo con la realidad que muestra el otro lado del
espejo cuando ese otro lado cobra vida y escapa de nuestra voluntad. Leo
y Álex son distintos, pero cada uno es igual a su otra cara, la que
asoma cuando uno la deja salir, o cuando se asoma por propia iniciativa.
La primera lectura, por lo tanto, es una historia de amor –de Leo por
su hija- pero es también la historia de una suplantación, la historia
de una transgresión.
Un argumento tan complejo y atrevido se apoya, naturalmente, en algunas
subtramas de interés: la incomprensión ante el cambio de roles en la
familia, o la mecánica judicial, a veces descaradamente injusta, en
ocasiones completamente absurda, machista o todo lo contrario. Y en un
guión que va tomando altura y cadencia a lo largo del metraje,
dibujando unos personajes que soportan al protagonista con entereza y
sinceridad. Aquí juegan su papel unos actores en estado de gracia, en
especial Juan Diego Botto, entregado, transformado desde el corazón
hasta los ojos, y José Luis Gómez, otra vez llenando la pantalla con
su voz quebrada, con su mirada oscurecida, con su dolor.
Con ellos, la espontaneidad sabiamente conducida de la niña Lucía Fernández.
Achero Mañas la deja recrear su personaje, la rodea de atmósfera, la
trae a primeros planos casi expresionistas, conjugando el equilibrio
entre ella y su padre en la pantalla: su madre en su fantasía. Lucía
es todavía muy pequeña para ser considerada una actriz pero es ya un
prodigio de fotogenia, sinceridad y encanto; son su sensibilidad y el talento de Mañas los que
consiguen dar apariencia de naturalidad a esa fantasía, a ese juego de
la imaginación, el deseo y la rebelión.
Difícil
película, áspera y nada complaciente; pero sincera y arrebatadoramente
poética. No es solamente la historia de un hombre que, por amor a su
hija, cae en la extravagancia y en el ridículo; es mucho más: como
todo el buen cine, como la buena literatura, como el arte en general, es
la muestra de la expresión íntima de un creador y, para el espectador,
un motivo para la emoción y un espacio para la reflexión. (www.todoloquetuquieraslapelicula.com)
TODOS ESTAMOS INVITADOS
(13.04.08)
Dir.:
Manuel Gutiérrez Aragón
Pro.: Enrique Cerezo, José Manuel Lorenzo Gui.:
Manuel Gutiérrez Aragón, Ángeles González Sinde
Int.: José Coronado, Óscar Jaenada, Vanessa Incontrada
Película
número 19 de Gutiérrez Aragón, el veterano director cántabro -66 años-
al que el cine español debe títulos muy importantes como Habla mudita, El corazón del bosque, Sonámbulos, Maravillas, La noche
más hermosa, La mitad del cielo, Cosas que dejé en La Habana y
también un estupendo Don Quijote,
en 2002, con Galiardo y Carlos Iglesias de protagonistas.
A veces el cine de Gutiérrez Aragón ha sido metafórico, poético,
sugerente... Esta película, este Todos
estamos invitados, es todo lo contrario. Es una crónica, es un
trozo de realidad doloroso y certero, es un puñetazo en la mandíbula y
en la conciencia del espectador. Los protagonistas son un profesor de la
universidad donostiarra, su novia y un etarra: un triángulo de miedo,
violencia, impotencia y muerte. Xabier Legazpi, el profesor, ha
manifestado repetida y públicamente su rechazo al terrorismo y no le ha
importado señalar a los miembros de ETA como responsables de torturas y
asesinatos. La banda terrorista responde amenazándolo de muerte.
Josu Jon es un joven etarra, huérfano de padre –se supone que
activista también en su momento- y decidido a la lucha armada. En el
transcurso de un atentado con cóctel molotov, trata de escapar de un
control policial y sufre un aparatoso accidente del que sale con una
tremenda herida en la cabeza que le produce una amnesia casi total. Y va
a parar al hospital en el que trabaja Francesca, la novia de Legazpi.
Eso es una casualidad, pero como tantas veces en la vida, será
determinante en el destino de los personajes. Lo que no es casualidad es
que, cuando la amenaza de ETA es conocida, todo el mundo se aparta de
Xabier como un apestado: amigos, compañeros, vecinos, alumnos...
“Como” un apestado, no; “es” un apestado. Está señalado por
los terroristas y la amenaza hace crecer un círculo de miedo insalvable
a su alrededor. Y el miedo lo atenaza a él también, que no encuentra
consuelo ni solución en los métodos preventivos que le explica la
ertzaina –a él y a otros muchas personas en las mismas
circunstancias, con las vidas rotas, amargadas y condenadas a sufrir con
el chantaje mortal sobre sus cabezas-, ni aprende a comportarse sin método,
ni a convivir con sus guardaespaldas, ni a acercarse o alejar a su
novia.
Xabier duerme a trompicones, con la cadena en la puerta, con el miedo
pegado a su cuerpo y a su entorno –a Francesca, para empezar-, y
sabiendo que va a recibir más avisos, más cartas que le explican que
tienen la llave de su casa, que está en el punto de mira, que las
cocochas que ha degustado pueden ser las últimas que coma, que el
estruendo de los tambores en fiestas pueden ahogar el ruido del disparo
que le rompa el corazón en mitad de la algarabía y la diversión
general. No hay casi nada más patético que la agonía de un hombre
inundado de temor en medio de una multitud festiva que no le quiere ver;
que no le puede ver porque todos miran para otro lado, asustados y
ajenos, culpables por omisión, pero con la feroz atenuante del miedo
insuperable.
Todos estamos invitados
no es una obra maestra; no es una gran película, quizá ni siquiera una
buena película. Es demasiado esquemática, hay personajes mal dibujados
o aparentemente caprichosos, y tiene algunos momentos francamente
desechables, porque Gutiérrez Aragón no conserva ya el pulso de
antes.
Pero no importa; esta es, sobre todo, una película honesta y valiente,
que cuenta lo que no se dice habitualmente, que habla de esas
“otras” víctimas del terrorismo: las que sufren las amenazas, sí;
pero también las que están alrededor de ellas, las que sienten también
el miedo cercano, las que no se atreven a manifestar su apoyo o siquiera
su opinión, las que forman esa muchedumbre amordazada y temerosa que
vive con el horizonte de la bomba y el tiro por la espalda.
Esa realidad es la que muestra Gutiérrez Aragón. Y hacía mucha falta
que alguien lo hiciera. Por eso nos convence, nos atrapa y nos emociona
profundamente. (www.todosestamosinvitados.com)
TODOS ESTÁN BIEN (03.01.10)
Dir.:
Kirk Jones
Pro.: Gianni Nunnari, Ted Field, Vittorio Cecchi Gori
Gui.: Kirk Jones
Int.: R.de Niro, Kate Beckinsale, Drew Barrymore, Sam Rockwell
En
1990, Giuseppe Tornatore dirigió Stanno
tutti bene, con un guión del gran Tonino Guerra y con Marcello
Mastroianni de protagonista. Así es que lo primero que hay que
preguntarse es por qué hay que hacer la película otra vez, aunque
hayan pasado veinte años. Es verdad que veinte años no es nada, y además
el cine americano es capaz de cualquier cosa, de modo que, posiblemente,
la pregunta sobra. Aquí está esta Todos
están bien, dirigida ahora por el británico Kirk Jones, director de Despertando
a Ned y después La niñera mágica,
con aquella tremebunda Emma Thompson.
El guión, aunque reescrito por Jones, sigue la pauta del primitivo, con
algunos retoques ingeniosos y de cierto valor: Frank Goode es un viudo y
jubilado reciente, que se las apaña para vivir en soledad. Sus cuatro
hijos ya son mayores y están repartidos por todo el país; ahora espera
su visita y se afana en limpiar a fondo y preparar la casa, seguramente
es la primera vez que todos van a coincidir bajo el mismo techo. Por
desgracia, uno tras otro le van explicando su imposibilidad para acudir
a la cita. Frank se queda solo.
Pero el hombre echa de menos a sus hijos y, asumiendo las dificultades
para reunirlos en su hogar, se decide a ir a visitarlos, uno por uno y
por sorpresa, en sus lugares de residencia. Su salud no es muy buena y
su médico le desaconseja el viaje y se lo prohíbe en avión, pero aun
así se pone en camino, utilizando trenes y autobuses, rumbo a Nueva
York, donde vive David, un pintor de éxito, Chicago –allí está Amy,
poderosa ejecutiva de publicidad-, Denver, para ver a Robert, director
de orquesta, y Las Vegas, donde Rosie es primera bailarina en un gran
espectáculo.
Todo eso es lo que él cree, porque sus hijos y su difunta esposa se lo
han hecho saber a lo largo de los años y las conversaciones telefónicas
que los han mantenido en contacto. Cuando llega a Nueva York, su hijo
David ha desaparecido, no hay apenas rastro de su pintura y pronto
sabremos –antes que Frank- en qué malos pasos anda metido. En
Chicago, Amy lleva los negocios mucho mejor que su matrimonio, que ya ha
fracasado, aunque intente ocultárselo a su padre. Al llegar a Denver,
Frank descubre que Robert no es el ilustre director de la orquesta, sino
que tan sólo toca el tambor en el último puesto de la última
fila de la formación. Y para remate, Rosie no es más que una humilde
camarera y madre soltera, bastante perdida en el laberinto de Las Vegas.
Los mensajes que atraviesan el argumento son bastante explícitos: en el
mundo actual, y en América aún más que en Italia, por supuesto, las
familias se disgregan y sus miembros se reparten por todo el país, a
veces a grandes distancias y no sólo kilométricas; también
sentimentales. Y las ficciones, el disimulo y las mentiras, también las
afectivas, tejen una tela de araña que se complica cada vez más hasta
que se rompe por algún lado. Los protagonistas de la historia lo
sufren, y por eso Frank tendrá que comprender y aceptar la realidad, si
quiere salvarse y salvar a su familia, y los hijos deberán asumir su
propia verdad sin tratar de engañarse a sí mismos ni a su padre.
La película de Jones –como la de Tornatore- cuenta con un solidísimo
reparto. Es esencial en una obra como ésta, y todos se han puesto a la
tarea con eficacia más que notable. Sería curioso ver
las dos versiones seguidas y comparar el trabajo de Mastroianni
con el de Robert De Niro. No creo que el americano salga mal parado: De
Niro vuelve por sus fueros y compone aquí un personaje sensacional,
medido, profundo, su mejor interpretación de los últimos tiempos. A su
lado, tres estrellas de la siguiente generación, muy convincentes también;
todo, claro, dentro del tono general de cosa conocida que comporta la
adaptación del artesano Jones del original de Tornatore y Guerra.
Bien la película, muy bien De Niro y, en todo caso, esto tiene más
sentido en Estados Unidos porque –y eso contesta definitivamente mi
pregunta del principio- millones de espectadores... no han visto la de
Tornatore.
(www.everyboysfinemovie.com)
TONI ERDMANN
(21.01.17)
Directora: Maren Ade.
Intérpretes: Peter Simonischek, Sandra Hüller, Michael Wittenborn.
Tercera película de la alemana Maren Ade, aunque la primera no se
estrenó en España y la segunda –Entre nosotros, 2009- no tuvo
ninguna repercusión. Quizá esta corra mejor suerte, la historia de
este Winfried, un hombre solitario y bastante excéntrico;
divorciado, pero con buena relación con su exmujer y el nuevo marido
de esta; y no tanto con su hija Ines, que vive y trabaja en Bucarest
con un bien remunerado empleo como consultora en una importante
empresa alemana. Pero a Winfried le preocupa el rumbo que ha tomado
la vida de Ines y se presenta en la capital rumana para saber si es
feliz y para tratar de ayudarla.
Lo que es bastante discutible, porque el hombre irrumpe en la ya
difícil existencia de su hija, dudosamente escondido bajo un burdo
disfraz y una personalidad inventada, la de un tal Toni Erdman que
sigue a Ines a todas horas y se dedica a hacerle la vida imposible,
hasta casi volverla loca. No hay momento ni ocasión en que no se
haga presente, sea una reunión de negocios, sea una fiesta o un
paseo pretendidamente intrascendente. Menos mal que le deja libertad
para algunas relaciones íntimas; que por cierto empiezan a ser
bastante desquiciadas también. De hecho, tiene que aparecer –es un
decir- hasta en su cumpleaños: una de las escenas más extravagantes
del cine moderno.
La película, que ya ha ganado todos los premios europeos y es
favorita para el Oscar, resulta un relato provocativo y transgresor
que no deja un respiro al espectador en su larga duración; a veces
parece una locura y a ratos se muestra impregnado de poesía. En
realidad, es una comedia bastante alemana y bastante desaforada,
que esconde en su seno un caso de decidido amor paternal; todo lo
que ocurre en la pantalla es sorprendente, pero lo más original y
perturbador es este personaje protagonista, el pintoresco, abrumador
y falso Toni Erdmann.
TORRENTE 4: LETHAL CRISIS
(13.03.11)
Dir.: Santiago
Segura
Pro.: Mercedes Gamero, Santiago Segura
Gui.: Santiago Segura
Int.: Santiago Segura, Kiko Rivera, Tony Leblanc
Para
qué vamos a hablar de Santiago Segura, muy conocido como actor,
director, productor, guionista, “businessman” y showman en todo tipo
de pantallas, o, como se dice ahora, “ventanas”; incluidas,
seguramente, las de su propia casa. Así es que mejor hablamos de su
criatura: Torrente. Que vuelve a aparecer por nuestros cines –de
momento en más de 650 salas- y ya es la cuarta ocasión; en esta
oportunidad, intitulada “Crisis letal”; será por darle actualidad.
Porque nada ha cambiado. Después de ver las cuatro películas (1998,
2001, 2005, 2011), tengo la impresión de que Segura rodó en su momento
una muy, muy larga, y la ha ido enseñando a cachos. Iba a decir a
trozos, pero hay que estar a tono… Quiero decir que no se advierte
diferencia, evolución o deriva en los argumentos, las situaciones, los
chistes –llamémoslos así-, o los personajes. Aunque en éstos si
cabe señalar un cierto progreso: en cada edición, Torrente se ha visto
acompañado de un número mayor de figuras populares, bien con
apariciones fugaces, como extras de lujo, bien como figurantes con mínimo
texto, o hasta como secundarios muy secundarios.
Aquí, al casposo antihéroe y a su siempre redivivo tío Tony lo
arropan medio centenar –y no exagero- de participantes… (Si alguien
tiene interés, puede ver más abajo la lista completa... o casi). Es
una opción personal, probablemente respetable; pero en cierta manera
también es una patada en el culo de la profesión: estos aficionados
amiguetes del director o de las farándulas catódicas lo hacen bastante
mal, empezando por el coprotagonista Kiko Rivera –que no se me diga
que interpreta, porque no me lo creo- hasta llegar a la ínclita Belén
Esteban pasando por esas señoras y caballeros sin miedo al ridículo y
sin vergüenza estética.
Contemos un poco de qué va la historia. Érase una vez un tío
espantoso, que merced a unas increíbles influencias, se encarga de la
seguridad en una boda de alto copete. ¿Es un pájaro? ¿Es un avión?
No, es Torrente: José Luis Torrente en persona. Y claro, la celebración
acaba como era de esperar. Emocionado por su éxito, Torrente visita un
club de alterne, donde conoce al que va a ser su nuevo escudero: un
tonto de remate, al que le estafa primero dos euros y luego la vida
misma cuando se lo lleva de compinche para ejecutar la más arriesgada
misión que nunca le hayan encomendado.
Torrente da asco y muchas de las cosas que pasan y se ven en su película,
también. Dice Santiago Segura que esto es una comedia. Pero a excepción
un chiste –que, por lo demás, es bastante viejo-, todos los demás
son tremendos: escatológicos, machistas, reaccionarios… Y las
actitudes, las ocurrencias, las continuas tropelías del personaje son
del mismo grueso calibre. Ya sabemos que esta profusión de ordinarieces
forma parte del envoltorio del protagonista y que la intención del
autor no es la apología sino, precisamente, la crítica de este tipejo
y de sus semejantes. Pero coinciden dos circunstancias que, a mi
parecer, invalidan este propósito; y las dos son graves.
Por una parte, Torrente, se quiera o no, se magnifica a sí mismo: es el
héroe, el prota, el más listo de la peli, a pesar de su burricie, y,
aunque sea horroroso –y en calzoncillos todavía más-, el guapo del
barrio, el que se sale con la suya y siempre triunfa. Hasta escaparse de
la cárcel, sabe. Y es del Atleti, esa cruz tiene; pero es posible que
por eso y por todo lo demás el público se sienta inclinado a empatizar
con él. Y por otro lado, resulta que la película no es buena. Después
de los magníficos créditos iniciales y antes del “crescendo” final
–a Segura le gustan las explosiones y el descacharre-, la imagen, y no
digamos el guión, resulta deslavazada, mal compuesta, con titubeos y
lagunas y llena de recursos facilones y antiestéticos. Es imposible
sacar partido de la mayoría de los “actores” improvisados, y los de
verdad se pierden entre la muchedumbre. Aunque, en el fondo, da lo
mismo: esto no tiene nada que ver con el arte ni con el cine. Es sólo
un negocio, y puede que funcione.
[Intervienen en la película: David Bisbal,
Francisco, el Langui, los Hombres G –cantantes-, Sergio Ramos, Gonzalo
Iguaín, Cesc Fábregas, “Kun” Agüero, Álvaro Arbeloa, Enrique
Cerezo –futboleros-, Belén Esteban, Alejandro Lecquio, Andréu
Buenafuente, Carmen Martínez Bordiú, su marido, Risto Mejide, el
Dioni, Josemi, Kiko Matamoros, María Patiño, Pablo Motos, Florentino
Fernández, Aramis Fuster, Poti, Octavio Acebes, Maricielo Pajares,
Joselito, John Cobra y el Batu, Carmen de Mairena…, y “actores” y
“actrices” como Ana Obregón, Fernando Esteso, María Lapiedra,
David Fernández (a) “Chiquilicuatre”, “Cañita Brava” y Barragán.
También aparecen la Blasa –José Mota- y el Aberroncho, Javier Gutiérrez,
Enrique Villén, Yon González, Santiago Urrialde, David Muro, Ernesto
Sevilla, Carlos Areces, Goyo Jiménez, Silvia Abril, Soledad Mallol,
David Castillo, Xavier Deltell, el Gran Wyoming…]
(http://torrente4.com/)
TRANCE
(16.06.13)
Dir.:
Danny Boyle
Pro.: Danny Boyle, Christian Colson Gui.: Joe Ahearne, John Hodge
Int.: James McAvoy, Rosario Dawson, Vincent Cassel
Danny Boyle
dirigió en 1994 Tumba abierta, que inauguraba un giro nuevo en
los esquemas del cine negro; pero tuvo mucho más éxito con su siguiente
película, Trainspotting, que lo lanzó a la fama mundial; después
siguió con diferente fortuna –Una historia diferente, La
playa, 28 días después, Millones y Sunshine- hasta llegar al
bombazo de Slumdog millionaire (2008): ocho Oscar, siete BAFTA,
cuatro Globos de Oro y muchos premios más. En las antípodas de ese
brillante espectáculo, rodó hace tres años 127 horas, y ahora nos
llega esta nueva historia hipnótica y laberíntica.
El relato empieza
cuando en una importante casa de subastas de Londres se está pujando por
un cuadro de Goya. De pronto, se produce un grave incidente, con toda la
pinta de un asalto; y, siguiendo el procedimiento, el mecanismo de
seguridad se pone en marcha: Simon, el joven y eficaz jefe de sala,
retira la pintura y la deja a buen recaudo, mientras el público,
aterrorizado, corre de un lado para otro tratando de escapar.
Al cesar la
confusión, el cuadro ha desaparecido. En realidad, una banda de
ladrones, con un plan muy bien pensado, ha intentado robarlo; y ahora
Franck, su jefe, lo que quiere es que Simon les diga dónde lo ha
guardado. El problema es que
durante el asalto el hombre ha recibido un golpe en la cabeza y no puede
recordar lo que ha pasado, ni aunque lo torturen salvajemente. Franck,
entonces, decide contratar a Elizabeth Lamb, una psicóloga especialista
en hipnosis, para que entre en la mente de Simon y revele su secreto. Y
empieza un juego mental –y a ratos muy físico- a tres bandas, en el que
los recuerdos de Simon van reapareciendo, llenando los huecos de su
memoria. O eso parece, porque las verdades se mezclan con las mentiras,
la realidad con los ensueños, y los manejos de la psicóloga chocan con
las exigencias del ladrón.
La verdad es que Trance se puede contemplar desde diferentes
puntos de vista. Como thriller clásico –subgénero psicoanalítico, lo que
tanto gustaba a Hitchcock-, no resiste el análisis; es mejor tomarlo
como lo que es: un divertimiento fílmico, muy bien rodado –espectacular
en muchos momentos- y con un guion muy eficaz –y muy, muy tramposo-
lleno de referencias sutiles y algunas, además, divertidas, al servicio
de un enredo triangular, referente habitual del director.
De alguna manera, Boyle y Hodge le dan la vuelta a la seriedad del
psicoanálisis –algo así como el contratipo de Un método peligroso
de Cronenberg-, buceando en las escondidas pulsiones sexuales de los
protagonistas. Goya, aunque el robo de su cuadro sea solo un pretexto,
no desaparece del panorama, sino que se revela como pieza central del
engranaje: el genio aragonés fue el primero, en toda la historia del
arte occidental, en atreverse a reproducir el vello púbico femenino; en
su “Maja desnuda”, por supuesto. Detalle genital que resulta de suma
importancia para la recuperación… total de Simon y para la exhibición no
menos completa de la doctora Lamb, la muy atractiva Rosario Dawson.
Toda la zona final de la película nos lleva de traca en traca y de
sorpresa en sorpresa; la verdad es que no todas, como ya apuntaba,
absolutamente legítimas. Boyle ha tenido mayor interés en retorcer el
argumento, haciendo que en cada momento suceda algo inesperado, algo que
cambie el sentido del relato; a costa, naturalmente, de que algunos
sucesos rocen lo inverosímil y de que los protagonistas se
desnaturalicen un tanto. Quedan, eso sí, otras estupendas señas de
identidad: el ritmo trepidante, las imágenes estupendas en secuencias
modélicas, la ambigüedad de los caracteres, lejísimos de cualquier
maniqueísmo.
Y un elemento que me parece novedoso en la filmografía del director: el
protagonismo de la mujer. La psicóloga que atrae y despide a Simon una y
otra vez, que manipula la voluntad y los deseos inconfesados de Franck,
que aparece como por casualidad y que termina robándoles el papel, el
plano y todo lo demás a sus desprevenidos compañeros de viaje. Si
triunfa o fracasa, ya se verá; pero el clímax –también el
cinematográfico- lo domina ella. (http://www.trancethemovie.com/)
360. JUEGO DE
DESTINOS
(02.06.13)
Dir.: Fernando Meirelles
Pro.: Andrew Eaton,
David Linde, Emanuel Michael Gui.: Peter
Morgan
Int.: Jude Law,
Rachel Weisz, Anthony Hopkins
El brasileño
Fernando Meirelles posee ya una copiosa carrera como productor –ficción,
documentales y series de televisión-, siempre en su país, y ha dirigido
cerca de una veintena de títulos, también de distintos géneros. Sus
largometrajes más conocidos son Ciudad de Dios (2002), El
jardinero fiel (2005, Globo de Oro y Oscar para Rachel Weisz y León
de Oro en Venecia para el director) y A ciegas (2008); estos dos
últimos ya fuera de Brasil y con repartos internacionales.
Y más internacional todavía es este nuevo: 360 –al que le hemos
completado el título con Juego de destinos, por si alguien no la
había entendido-. La acción salta de un lado a otro del Atlántico y
transcurre en siete u ocho ciudades del viejo y el nuevo continente. De
Bratislava a Viena, y viceversa, la joven Mirka se busca la vida; ella
quiere ser actriz y no le importa acudir a múltiples “castings”, aunque
alguno de ellos tenga más peligro y menos categoría de lo normal. En
Viena también, tratando de hacer lucrativos negocios, está Michael, un
importante ejecutivo inglés que se aburre por las noches y querría tener
compañía agradable y discreta…
En Londres, el atractivo Rui
ve cómo,
incomprensiblemente, le abandonan a la vez su amante, Rose –que prefiere
la seguridad de su marido-, y su novia, Laura, que se ha enterado de su
doble vida amorosa. Laura, frustrada y dolorida, se marcha a Brasil, su
país de origen; y en el viaje conoce a John y a Tyler. John es un hombre
que busca desesperadamente –pero incansable- a su hija desaparecida hace
tiempo; Tyler es un joven extraño, con una historia muy oscura, que
viaja en libertad condicional con la esperanza de su reinserción…
Al mismo tiempo, en París, un dentista locamente enamorado de su
auxiliar rompe con ella y la despide, porque es musulmán ferviente y su
religión no le permite querer a una mujer casada; ella está dispuesta,
sin embargo, a abandonar a su marido, un gánster ruso asistente de un
peligroso mafioso, que la tiene poco atendida y muy asustada y enfadada
por los peligros de su trabajo y las continuas ausencias a las que se ve
obligado. Ahora, precisamente, viaja a Viena a reunirse con su jefe, que
debe rematar allí uno de sus turbios asuntos; claro que siempre habrá
tiempo para una placentera aventura sexual…
Y allí puede que se cierre el
círculo, esos 360 grados a los que alude el título. El argumento es casi
una cadena perfecta de acontecimientos, protagonizada por unos seres que
se van conectando sucesivamente con un hilo conductor, que es el amor.
Correspondido o no, naciente o declinante, verdadero o interesado. Nunca
fácil, desde luego. Como tampoco lo es la narración, este juego de
historias que se suceden y –algunas- se entrecruzan y relacionan. El
reto es que cada una tenga su propia entidad, sin hacer olvidar las
anteriores, pero consiguiendo que la tensión progrese y aumente.
La verdad es que Meirelles demuestra bastante habilidad para que lo que
podría parecer una sucesión de cuentos cortos obtenga esa continuidad y
esa progresión en la mayor parte del metraje. No siempre, por desgracia,
porque hay relatos claramente mejores que otros, e incluso un par de
momentos rozan lo increíble. Pero, en general, los personajes se sienten
como reales y cercanos –no todos simpáticos, como es natural- y las
situaciones que viven, aunque no profundicen demasiado, tienen su dosis
de emoción y un sentido cinematográfico más que solvente.
Jude Law, Rachel Weisz, Anthony Hopkins, Peter Morgan –también autor del
guion- y otros intérpretes no tan conocidos pero de indudable calidad –Jamel
Debbouze, Moritz Bleibtreu, Ben Foster y Lucia Siposová, una revelación-
dan vida a estos personajes que cruzan por la pantalla en pos del amor,
y, si puede ser, de la felicidad; y de su destino, que les sale al paso:
algunos se resignan, otros pelean y hay quien se hace la ilusión de que
puede elegir. (http://www.magpictures.com/360/)
TRES
DÍAS (27.04.08)
Dir.:
F. Javier Gutiérrez
Pro.: Antonio P. Pérez, Ant Banderas
Gui.: F.
Javier Gutiérrez, Juan Velarde
Int.: Víctor Clavijo, Mariana Cordero, Eduard Fernández
Esta
película ha ganado el Premio en Málaga, y seguramente lo ha hecho con
todo merecimiento –también por demérito de las demás-: es la obra más
consecuente, mejor trazada y con más peso específico del certamen. Y
curiosamente, es una película “de género”: una especie de
“thriller apocalíptico” con gotas de terror y suspense. El relato
desvela desde el principio la tremenda –y no tan increíble-
circunstancia: un gran meteorito se acerca a la Tierra y el choque,
inevitable y de consecuencias definitivas, se va a producir en tres días.
Naturalmente, eso produce un efecto devastador en la población: los últimos
tres días en la vida, un plazo fijo y tan corto, supone para algunos la
liberación de todos los instintos, las ansias ocultas y también los
terrores. Y el abandono de la actividad, las responsabilidades, los
deberes. Los guardias de la cárcel se van y los presos, incluido el más
sanguinario y vengativo asesino, se escapan y regresan para cumplir sus
amenazas.
Los protagonistas, un joven desesperado, su enérgica madre y tres
chiquillos, recluidos en una casa en el límite de la nada, esperan y
temen, luchan y tratan de sobrevivir a un destino doblemente siniestro.
Mariana Cordero –premio de interpretación- y Víctor Clavijo son los
que aguardan; tienen miedo y una escopeta. Eduard Fernández es el
enloquecido asesino que los acecha; su arma es el desprecio y una maldad
sin límites. Los tres están estupendos cargando con sus oscuros
personajes en medio de la aún más tenebrosa situación. Los tres se
juegan la vida, y a la vida le quedan unas pocas horas de existencia.
Obra de género, como decía, bien construida y excelentemente resuelta,
y que no desmerece en nada de otras de parecido talante, que vienen de
fuera y triunfan en taquilla. Ésta, desde luego, merece el apoyo tanto
o más que aquéllas. (www.3diaslapelicula.com)
TRES MIL AÑOS ESPERÁNDOTE
(10.09.22)
Dir.:
George Miller. Pro.: George Miller, Doug Mitchell, Kevin Sun. Gui.:
George Miller, Augusta Gore. Int.: Tilda Swinton, Idris Elba…
George
Miller (Queensland, Australia, 77 años) es celebrado unánimemente
por Mad Max, Salvajes de autopista (1979) y sus
continuaciones El guerrero de la carretera (1981), Más
allá de la cúpula del trueno (1985) y la posterior y
sorprendente y aún más apocalíptica Furia en la carretera
(2015). No acaba ahí la cosa, porque se prepara otra vuelta de
tuerca, con Anya Taylor-Joy en el personaje que hacía Charlize
Theron en esa última. Pero hay que recordar que Miller dirigió
también joyitas como Las brujas de Eastwick (1987), El
aceite de la vida (1992), Babe, el cerdito en la ciudad
(1998) y las dos Happy feet (2006, -Oscar en 2007- y 2011).
Una carrera muy variada y muy, muy potente.
Tres
mil años esperándote
es otra de esas producciones a contracorriente del cine imperante en
el Hollywood actual. Se podría definir como un cuento cercano a
Las mil y una noches, también como una historia de aventuras, o
como un relato poético presidido por el amor. También es posible que
las tres cosas juntas le resten, al final, algo de coherencia; pero
es el riesgo que Miller ha corrido.
Sea como
sea, la protagonista es Alithea, una profesora especialista en
narrativa que está de paso en Estambul. Es bien sabido que en esa
ciudad, y sobre todo en su Gran Bazar, puede pasar cualquier cosa.
Así que Alithea, entre otras varias chucherías, compra allí un
frasquito finamente decorado. Se lo lleva al hotel, y podemos
imaginar su sorpresa y su susto cuando al abrirse el frasco se
libera un ser majestuoso y bastante gigantesco. Un djin, algo así
como el genio de la lámpara, pero en botella. Y, como es habitual,
le ofrece a la sorprendida mujer concederle tres deseos, en gratitud
por su liberación.
Ella
rehúsa pedirle nada, porque está, se supone, contenta con su vida.
Pero a cambio le pide al djin que le cuente su historia, las
circunstancias que lo han llevado a vivir encerrado de esa manera.
Y la
pantalla se abre a un mundo fantástico, en el que van apareciendo
las azarosas vidas por las que ha atravesado, llenas de aventura,
intrigas, amor en peligro y erotismo de mucho peso.
Con cada
relato, la relación entre la atenta Alithea y el esforzado genio se
va estrechando, mutuamente cautivados por unas existencias que no
comprenden -ordenada la de ella, apabullante la de él-pero que los
acercan inexorablemente. Todo sin salir de la habitación del hotel
de Estambul, un espacio que salta en pedazos a cada momento, con
cada narración del fantástico protagonista.
El
espectador tiene que dejarse llevar por la magia de las imágenes de
Miller, que lo fía todo al mundo espectacular, poético, casi onírico
en ocasiones, que crea su cámara y los infinitos medios digitales de
los que el cine dispone; y que son una constante en su obra, desde
los Mad Max hasta aquí, no cabe esperar otra cosa. Así,
transportados en su alfombra voladora, llegamos hasta el Londres
actual, donde la película termina en un epílogo que concentra todo
su significado.
Hay más
intérpretes en la película, claro, porque hay, como he dicho,
múltiples historias e infinitos escenarios; pero Tilda Swinton e
Idris Elba ocupan el centro de la historia con sus dos personajes
admirablemente asumidos y representados: Alithea y el djin. Él es un
demonio fantástico, benevolente y cordial en este caso; ella es la
dueña de la realidad: Alithea es en español Alicia, que significa la
verdad.
En el duelo entre ambas ideas, en su identificación y en el amor que
los une reside la poética de esta propuesta. Arriesgada, insisto,
nada cómoda -no está claro a qué público se dirige- pero
imaginativa, divertida y dramática a partes casi iguales y, desde
luego, original e interesante.
TRINTA LUMES
(09.02.19)
Dir.: Diana
Toucedo. Pro.: Cristina Bodelón, Jaime Otero, Ignacio de Vicente,
Diana Toucedo. Gui.: Diana Toucedo. Int.: Alba Arias, Samuel
Vilariño.
Este fin de
semana se ha estrenado otra docena larga de películas: cuatro
americanas –con un drama histórico de relumbrón y una majadería
decadente-, tres británicas, tres francesas –incluyendo una de esas
que solo gustan en los grandes festivales-, el cupo exótico que
corresponde a Hong Kong, y dos españolas, un documental que nadie se
ha molestado en enseñarme y una película gallega. Y esta es la que
más me ha gustado.
Trinta lumes
se exhibió en el pasado festival de Berlín y se ha paseado con éxito
por buen número de certámenes; es eso que se llama una película
“pequeña”, de menos de hora y media. Y es inteligente, interesante y
sorprendente, las cualidades que reúne el buen cine, el cine de
verdad. Su directora Diana Toucedo, es titulada por la ESCAC,
experta montadora y se acaba de pasar del cortometraje al largo, con
un excelente resultado. Y con más de cinco años de trabajo en la
sierra del Courel, en Lugo, para retratar un paisaje, unas gentes y
un universo fascinante, misterioso y eterno.
"Trinta lumes"
son treinta fuegos, la lumbre del hogar, uno de los elementos
protagonistas de la película; porque los hombres y las mujeres del
Courel se afanan con sus labores – cocer patatas, asar castañas,
guisar la gallina, ordeñar las vacas y hervir la leche- al calor del
fuego, y porque entre las 50 aldeas escondidas en la sierra no hay
más de treinta niños, que se marcharán pronto, además, a los
institutos de la capital. Mientras, están ahí y nos muestran su día
a día infantil aun inocente.
Menos inocentes
son Alba y Samuel, dos chavales de doce o trece años, que estudian
ya cosas serias y que sienten la curiosidad, el afán de la aventura
y la necesidad de comprender la vida y sus misterios. Ellos recorren
el bosque en penumbra, atraviesan los montes entre pinos y castaños
y rocas de formas caprichosas que parecen tener ojos que ven el
futuro y bocas que murmuran secretos del pasado, de la tradición y
las creencias ancestrales.
La mirada de
Diana Toucedo –fotografiada espléndidamente por Lara Vilanova- se
empapa de esos escenarios y nos los transmite con una sencillez que
desarma. No hay artificio, no hay impostura; lo que vemos es la
realidad suspendida en el tiempo de ese universo al que aludía. Pero
a la vez, su capacidad transformadora llena las imágenes de poesía,
de leyenda, también de dramatismo. La película vibra en el
claroscuro que va de la vida a la muerte, de la plenitud al vacío,
de lo real a lo soñado.
Trinta lumes
es, seguramente, un documental; pero también es una obra de ficción,
poblada de presencias y fantasmas, y que oculta tanto como muestra.
Es el espectador, al final, el que debe descifrar los secretos del
bosque, de la casa abandonada, del fuego que nunca se consume, de
las luces que cruzan entre la niebla. Y el secreto de Alba, o de
Diana, que se atreven a bucear en el peligro de la vida.
TROPIC THUNDER
(28.09.08)
Dir.: Ben Stiller
Pro.: Ben Stiller, Stuart Cornfeld Gui.: Ben Stiller,
Justin Theroux
Int.: Ben Stiller, Robert Downey Jr, Jack Black
Ben
Stiller es uno de los más famosos y prolíficos cómicos americanos de
la última hornada; pero para demostrarnos que no es sólo un actor que
interpreta personajes divertidos en películas de otros –Noche en el museo, Matrimonio compulsivo, Los padres de ella/él, Algo
pasa con Mary-, vuelve a erigirse en creador total y actúa y dirige
–como en Bocados de realidad-,
y hasta produce y escribe –igual que en Zoolander-
esta descacharrante historia de un grupo de actores que se ven envueltos
en una tremenda aventura real, muchísimo más peligrosa que la película
que creían estar filmando.
El disparate empieza con la presentación de los protagonistas mediante
unos falsos trailers, muy divertidos; así conocemos a Tugg Speedman, un
héroe de acción venido a menos por lo cansino de sus personajes; a
Jeff Portnoy, un cómico guarrindongo que hace honor a la cita literaria
de su apellido; al ínclito Kirk Lazarus, mega estrella repetidamente
galardonada, y a Alpa Chino, representante de la minoría étnica –un
rapero negro, para entendernos-; éstos y alguno más se han juntado
para hacer una película bélica que haga olvidar Apocalypse
now y Salvar al soldado Ryan. Luego va a ser para ellos El
día más largo, pero aún no lo saben.
En seguida nos damos cuenta del problema; bueno, son más de uno:
Speedman quiere rehacer su carrera a toda costa y su ímpetu choca con
el “método” de Lazarus, que hasta se ha sometido a una operación
estética para convertirse en... negro; perdón, afroamericano, y no
consiente en salirse de su papel. Portnoy está de droga hasta las
cejas y bastante tiene con sostenerse de pie y Chino –Alpa Chino- está
permanentemente cabreado porque ni le gusta su personaje ni los de los
demás.
Les dirige un absoluto incompetente, que no para hasta recibir su
merecido; y el guión es de un héroe de guerra –Nick Nolte- más
falso que un billete de tres euros. Y para remate, muy pronto conocemos
al espídico agente artístico Rick Peck –Matthew McConaughey- y al
desaprensivo y feroz magnate que produce la película, interpretado por
un sorprendente Tom Cruise. También pasan por allí, haciendo más o
menos de ellos
mismos, Jon Voight, Jennifer Love Hewitt, Alicia Silverstone, Jason
Bateman y hasta Mickey Rooney...
No es de extrañar que la película –la que rueda toda esta panda- esté
bastante atascada; y tampoco es raro que, para salvar definitivamente la
producción, dar al argumento mucha más emoción y –quién sabe-
hasta aspirar a conseguir un Oscar... o dos, a alguien se le ocurra una
idea sensacional: llevar actores y escenario a la auténtica selva,
rodar con cámaras ocultas y hacerles pasar un susto de muerte.
Cinema-verité, que se dice. Lo que pasa es que la cosa empieza mal, se
va poniendo peor, y cuando aparecen en escena unos auténticos y
salvajes traficantes que son los amos del lugar, la película pasa a ser
un documental del género “aquí te pillo y aquí te mato”.
Todo es bastante divertido y, aunque la historia va a menos –no se
pueden sostener más ni el argumento ni las gracietas de los
personajes-, no resulta despreciable, ni mucho menos. No sólo porque la película
viene avalada por el taquillazo americano –también aquí hará unos
euros-, sino porque este tipo de cine también es necesario. La cantera
cómica americana es inagotable, el filón de los artistas judíos -de
Chaplin y los hermanos Marx a Woody Allen, pasando por Jerry Lewis- se
renueva en cada generación y a ello ha venido a sumarse la revolución
moderna de la televisión, que dispara desde programas como el mítico Saturday
Night Live personalidades hoy indiscutibles: Adam Sandler, Judd
Apatow, Steve Carell y el propio Stiller.
Dueños de un humor grueso, disparatado, rozando siempre –y
cayendo de pleno a veces- en el mal gusto y la inconveniencia, hay que
ver su obra con mirada desprovista de prejuicios y melindres; entonces sólo
queda una disyuntiva: reir... o reir.
(www.tropicthunder.com/intl/es/)
TULLY
(23.06.18)
Dir.: Jason Reitman. Pro.: Jason Reitman, Charlize
Theron, Diablo Cody. Gui.: Diablo Cody. Int.: Charlize Theron,
Mackenzie Davis, Ron Livingston.
Jason Reitman –canadiense de Quebec, 40 años, hijo del mítico Ivan
Reitman- ha dirigido cortos, documentales y siete largometrajes,
entre las que están Gracias por fumar, Juno –con guion
de Diablo Cody, una revelación-, Up in the air, Young
adult –de nuevo con Cody y con una maravillosa Charlize Theron-
y, con las mismas guionista y protagonista, esta Tully.
Charlize Theron es Marlo, una mujer de 40 años embarazada de nueve
meses menos cinco minutos. Ya tiene dos hijos, una nena de 8 años y
un crío, un poco menor, que muestra ciertas características
“especiales”. Marlo y su marido, Drew, esperan con impaciencia y
evidente preocupación la llegada del nuevo bebé y, mientras, él
trabaja muchas horas fuera de casa y ella todas las del día dentro,
atendiendo a los dos niños.
Cuando nace el pequeño, como es lógico, la tarea se multiplica; y
Marlo no da abasto, cada vez más ocupada, más frenética y más
cansada. Hasta que el matrimonio decide hacer caso del consejo del
hermano de Marlo –que además se ofrece a sufragar el gasto –y
contratan a una niñera de noche, que les permita un poco de sosiego
y descanso, al menos nocturno.
Hasta aquí el primer acto del relato, contado con suma agilidad y
economía narrativa. Pero ahora llega Tully, la niñera: una joven
atractiva y al parecer fuerte y muy dispuesta. Tully manda a Marlo a
la cama –Craig ya está en ella, enfrascado en su videojuego hasta
que el sueño lo vence- y se queda a cargo del bebé y de casi toda la
casa. O la casa entera, porque cuando llega el momento de la
lactancia, sube al dormitorio y despierta a la mamá para que
alimente a su pequeña.
Marlo está sorprendida de la eficacia de Tully, pero pronto acepta
la situación y entre las dos mujeres –estupenda Mackenzie Davis y
superlativa Charlize Theron en sus personajes- surge y rápidamente
se afianza una complicidad y una franca amistad. Situación de la que
Craig no solo no es partícipe sino que vive totalmente ajeno a ella,
enfrascado en su trabajo –en algún momento incluso se debe ir de
viaje, confiado en la tranquilidad que ahora se respira en su casa-
y olvidado de cualquier responsabilidad conyugal.
Y
el guion se desliza decididamente hacia el tercer acto, que es
también la conclusión de la historia. Y aquí se separa del estilo
realista de Juno y Young adult para, sin perder ese
hálito de optimismo vital –ya se ve que Diablo no es tan diablo-
saltar los muros de la verosimilitud y ofrecer un final que tiene
más de magia y simbolismo que de retrato familiar, como era hasta
ahí.
Pero lo que sí permanece evidente, y eso sí que
confirma la alianza Reitman-Cody, es el aliento feminista que
impregna la obra: aquí está el trabajo de la mujer –de las mujeres-
sin pausa y sin final, y la mirada masculina, desconcertada, ausente
y culpablemente ajena hacia el propio hogar. La película no hace
sangre –es demasiado amable para eso- pero tampoco oculta su
mensaje, que es para ellas, pero también, sin duda, para ellos.
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