Por Larry D'Abutti
=S=
SAMBA
(01.03.15)
Dir.: Eric Toledano, Olivier Nakache
Pro.:
Nicolas Duval-Adassovsky,
Laurent Zeitoun, Yann Zenou
Gui.:
Eric Toledano, Olivier
Nakache
Int.: Omar Sy,
Charlotte Gainsbourg, Tahar Rahim
Tras el éxito espectacular de
Intocable, Nakache y Toledano se enfrentan al reto de volver a
convencer al público. Para su nueva película han contado otra vez con
Omar Sy, acompañado por Charlotte Gainsbourg en los papeles
protagonistas de una historia menos divertida pero bastante más
profunda: la lucha por la supervivencia de los inmigrantes sin
documentos en un medio hostil –París en este caso-, golpeado por la
crisis y el desempleo. Por medio, el racismo, la delincuencia, la
burocracia y hasta el amor, que no es la menor de las dificultades.
Samba, un senegalés
que lleva diez años en Francia trampeando en distintas ocupaciones, va a
parar al fin a un centro de internamiento de extranjeros; de allí sale
con una orden de expulsión, pero gracias a los buenos oficios de Alice
–una ejecutiva que se recupera de un agotamiento nervioso colaborando
con los servicios sociales-, a la peligrosa ayuda de su amigo Wilson y
también a la casualidad, atisba el camino que puede llevarlo a encontrar
una identidad y convertirse en un hombre libre y un ciudadano como los
demás.
La película se inicia por todo lo alto, con un plano-secuencia muy
brillante, que sirve para situar al protagonista en su eventual trabajo;
pero luego la realización se vuelve más convencional y rutinaria,
constantemente desde el punto de vista da Samba –un Omar Sy muy
expresivo y siempre dueño de la pantalla-, sin alcanzar demasiada
hondura ni absoluta comicidad -salvo dos o tres chistes un tanto
efectistas y no muy justificados-, hasta la pirueta final, que roza la
tragedia pero consigue un remate optimista, marca de la casa. Incluso
para la –aparentemente- frágil Alice, un personaje que borda Charlotte
Gainsbourg con la capacidad que demuestra en cada película; también en
la comedia. Que hay que ver, ineludiblemente, en versión original.
Escuchar a Omar Sy en castellano es una irremediable chapuza.
(www.acontracorrientefilms.com/pelicula/377/samba/)
SEARCHING
(15.09.18)
Dir.: Aneesh Chaganty. Pro.:
Timur Bekmambetov, Adam Sidman. Gui.: Aneesh Chaganty, Sev Ohanian.
Int.: John Cho, Michelle La, Debra Messing.
Debut de Aneesh Chaganty, un
joven director y guionista -27 años- nacido en la India pero afincado en
América. Timur Bekmambetov -Guardianes de la noche, el último
Ben-Hur...- avala este estreno y lo hace con la confianza de que va
a gustar o, por lo menos, sorprender. Searching está
protagonizada por un padre que busca a su hija y por la policía que lo
ayuda. Pero sobre todo está protagonizada por la pantalla. La del
ordenador, los móviles, las tabletas, las televisiones y algún cacharro
más que se me puede olvidar; pero que tenga su pantalla o pantallita,
grande o pequeña.
Porque toda la película está
vista a través de este artificio. En el ordenador se ven fugazmente, al
comienzo, las fotografías que cuentan la historia de la familia Kim:
David y Pam y la pequeña Margot, que va creciendo al tiempo que su madre
sucumbe a un cáncer recurrente. Es una secuencia modélica -al estilo de
la inicial de Up-, que lleva a Margot desde los 5 a los 16 años,
cuando se queda sola con su padre. David se empeña en que la chiquilla
siga con su vida, con sus estudios y sus amistades, aunque se preocupa,
naturalmente, por los vídeos y los chats que Margot sostiene con gente
de su edad. Y la auténtica preocupación, y el desconcierto y el miedo se
apoderan de él cuando Margot no regresa a casa, nadie sabe dónde está...
desaparece.
La detective Vick se hace
cargo del caso y la búsqueda comienza. A través de los móviles y de las
redes sociales, David, Vick y los demás se van comunicando los
resultados de la penosa tarea. Nulos, por el momento. Los medios también
se hacen eco del suceso y las grandes cadenas le dedican espacios a
todas horas. Y aparecen pistas, algunas con ribetes dramáticos, que no
conducen a ningún resultado. La policía está a punto de dar por cerrado
el caso y asumir la desaparición de Margot, pero David no ceja en sus
esfuerzos, rastreando una y otra vez cualquier señal que pueda aparecer
en los terminales que ha manejado su hija. Realmente, es un hombre ducho
en los modernos sistemas de comunicación y vemos como por la pantalla
-del cine- se deslizan incesantemente las otras pantallas, las de los
móviles y ordenadores de la chiquilla.
Naturalmente, lo más
novedoso e interesante de la película no es el argumento, que sigue los
esquemas de un thriller convencional, ni tampoco las interpretaciones
-correctos y aplicados los veteranos John Cho y Debra Missimg, que
alcanzan aquí el protagonismo-, sino este tratamiento de la imagen, con
momentos que rozan lo espectacular, aunque siempre bien medidos para que
un espectador no avezado en estos menesteres pueda seguirlos sin mayor
dificultad. Y para mi gusto, y al contrario que otras obras más
catastrofistas o desesperanzadoras, Searching contiene un muy
acertado punto de vista acerca de la utilidad y los beneficios que
pueden alcanzarse con el uso de las modernas herramientas de
comunicación: dispositivos, redes, chats... Internet, en una palabra.
SEDA
(23.03.08)
(23.03.08)
Dir.:
François Girard
Pro.: Niv Fichman, Nadine Luque Gui.:
François Girard, Michael
Golding
Int.: Michael Pitt, Keira Knightley, Alfred Molina
El
canadiense François Girard es un director con cierto recorrido en cine
documental y televisión, y también es el autor de El violín rojo, que ganó el Oscar a la mejor música en 1999.
Ahora ha realizado este guión basado, cómo no, en una novela de éxito:
el “best seller” del italiano Alessandro Baricco Seda.
Es un drama romántico, género que vuelve a estar de moda, también en
el cine, quizá como reacción a los violentos y vertiginosos espectáculos
que van de los ordenadores a la pantalla con tanta frecuencia.
Esta historia, desde luego, de vertiginosa no tiene nada. Arranca con
una especie de ensoñación del protagonista, con las imágenes de un
bellísimo cuerpo de mujer entrevisto entre la bruma y el agua, mientras
una voz en off desgrana una melancólica explicación. Luego, la misma
voz –que no se calla un momento- empieza a explicar el argumento, que
cuenta la peripecia personal de Hervé Joncour, un joven militar que,
sin mucha vocación, dejará las armas para convertirse en un importante
comerciante de la seda en la Francia preindustrial de finales del
XIX.
La clave está en la conversación entre el magnate Joncour –padre del
protagonista- y el
negociante Baldabiou: “¿Sabe qué es esto?”, le dice éste, enseñándole
un pañuelo de seda. “Cosa de mujeres”, le responde Joncour.
“No”, le contradice el comerciante; “es dinero... cosa de
hombres”. Y ahí comienza todo: la idea es renovar el negocio de
fabricación de la seda en la localidad importando los huevos de los
gusanos, y el joven Joncour es la persona idónea para la gestión El
trabajo lo lleva hasta África, primero, y después hasta las lejanas y
desconocidas islas del Japón. No le falta valor, y no lo duda mucho
antes de cada viaje, aunque para ello tenga que dejar sola durante meses
a su esposa, joven, bella y desconsolada.
Como un nuevo Marco Polo –y también con algo de épica homérica-, el
hombre se lanza a la aventura: cruzará Europa y Asia en tren, en
carromato, en barco y a caballo, disfrazado y a golpe de dinero; pasará
bastantes calamidades hasta llegar a su destino, los dominios vedados a
occidente del “shogun” Hara Jubei, pero todo queda compensado cuando
obtiene grandes beneficios económicos y, sobre todo, cuando tiene la
oportunidad de descubrir los encantos –geográficos y humanos- del exótico
paisaje. Sin apenas poder comunicarse, por la ausencia de un lenguaje
común, queda sin embargo fascinado por la belleza y la armonía de una
misteriosa joven, la concubina del señor japonés.
Desde que la ve, Joncour, hechizado, sólo tiene pensamientos para ella
y sueña con su presencia, sus ojos, su piel... Sin remedio, el joven
tiene que regresar a Francia; pero cada ocasión le sirve de excusa para
volver a emprender viaje y atravesar medio mundo para reencontrarla. Es
una pasión sin esperanza, pero es también una llamada imposible de
ignorar. Una y otra vez, en Japón y en Francia, Joncour tratará de
alcanzar la paz para su alma torturada por su amor escondido. Y al
final, sólo el destino jugará sus bazas más insospechadas para
resolver la dramática situación.
Todo, naturalmente, está en la novela; un relato en esencia más breve
que la película, que, por una vez, no tiene que resumir el argumento.
Al contrario, parece que François Girard se ha visto obligado a
explayarse en la construcción de los personajes. Michael Pitt defiende
el suyo, muy extenso, hasta donde puede, y Keira Knightley presta su
belleza y su fragilidad; la joven Sei Ashina apenas aparece para dejar
constancia de su personalidad, envuelta en el erotismo y el misterio...
y todos están constantemente arropados por la voz del narrador, que
explica situaciones y sentimientos; recurso muy poco cinematográfico, cuando no está estrictamente
justificado, y que contribuye aquí, además, a ralentizar todavía más
el ritmo. Con todo ello, y a pesar de una espectacular fotografía y una
sensacional partitura de Ryuichi Sakamoto, la película no llega a
apasionar y más bien termina por desconcertar y aburrir un poco a un
espectador medianamente exigente. (www.silkmovie.com)
SÉPTIMO
- STOCKHOLM
(10.11.13)
Séptimo
Dir.: Patxi
Amezcua
Pro.: Álvaro Augustín, Jordi
Gasull, Edmon Roch Gui.:
Patxi Amezcua,
Alejo Flah
Int.: Ricardo Darín, Belén Rueda
Stockholm
Dir.: Rodrigo
Sorogoyen
Pro.:
Rodrigo Sorogoyen, Borja
Soler, Eduardo Villanueva Gui.:
Rodrigo Sorogoyen,
Isabel Peña
Int.: Aura Garrido, Javier
Pereira
Son tantos los estrenos que se acumulan
en este fin de año, y tantas las películas españolas que luchan por
hacerse un hueco con el horizonte de los Goya, que no puedo resistirme a
comparar al menos dos de estas producciones, que representan,
además, dos modos diametralmente opuestos de hacer cine y llevarlo hasta
los espectadores. Stockholm y Séptimo son muy buenos
ejemplos. La primera está dirigida por un director joven, Rodrigo
Sorogoyen; es su segunda película, tras la muy estimable 8 citas
y un copioso trabajo en televisión. El director de Séptimo, Patxi
Amezcua, también llega a su segundo largo: dirigió 25 kilates,
que me gustó mucho, en 2008.
Hasta aquí, empate: se ve que los productores –ya veremos de qué
categorías- confían en directores primerizos; igual es que son más
baratos… Las historias, claro, no tienen nada que ver. En Séptimo,
Sebastián y Delia, un matrimonio en trance de separación, se reparten la
atención a sus dos niños. Mientras la madre marcha al trabajo, el padre
se encarga de llevarlos al colegio. Salen del piso –el séptimo del
título- y mientras los críos corren escaleras abajo, el hombre baja en
el ascensor. Al llegar al portal, los niños han desaparecido. Sebastián
intuye enseguida que los han secuestrado para presionarlo en un caso
complicado que lleva el bufete del que es miembro. No se equivoca.
En Stockholm, un joven se fija en una chica en una fiesta y, a la
salida, de madrugada, la aborda por la calle y trata de convencerla para
que acceda a subir a su piso y pasar la noche con él. También aquí hay
una coincidencia curiosa, porque cuando la joven, que parecía convencida
por su insistencia –o casi secuestrada, de ahí el título- se marcha del
piso, él baja en el ascensor, la alcanza y la hace subir de nuevo. Y
empieza la segunda parte, en la mañana siguiente; que parece otro mundo,
porque el conquistador divertido, atento y respetuoso, se ha convertido
en un ser odioso, antipático y frío. Y ella –nunca sabemos su nombre-
deja salir su rabia, su ansiedad y su dolor.
Stockholm
ha costado 60.000 euros, reunidos entre cincuenta “inversores”; se ha
rodado en cuatro calles cercanas a la Gran Vía madrileña y se estrena
con 16 copias para toda España. Séptimo es una producción de
varios millones de euros –con el soporte de importantes cadenas de
televisión-, se ha rodado en Buenos Aires y sale con 42 copias en
Madrid, supongo que con más de 200 en todo el país. Distribuye la
todopoderosa Fox, y se han llenado las marquesinas callejeras con el
cartel de la película, publicitando una historia confeccionada
rigurosamente con la fórmula precisa. No importa que se le vean las
costuras y que todo resulte un tanto previsible; la finalidad es hacer
taquilla.
Stockholm
llegó a Málaga con lo puesto y sin la menor seguridad de distribución.
Ahora ha encontrado a Festival Films, que ha apostado por esta historia
modesta, pequeña, pero llena de verdad, de emoción y de incertidumbre.
Sus creadores, del primero al último, quieren, sobre todas las cosas,
hacer cine. Si para ello no tienen que cobrar, trabajan gratis, solo
cargados con su interés y su esperanza.
Los protagonistas de Séptimo sí habrán cobrado: son dos estrellas
–sobre todo Darín-, que han llevado al cine en Argentina a casi un
millón de espectadores en un mes; ambos están muy bien, haciendo
personajes que se saben de memoria. Los intérpretes de Stockholm
son dos jóvenes de 32 y 24 años, con todo el futuro por delante. Javier
Pereira compone su personaje a la perfección, y Aura Garrido es de
sobresaliente: su trabajo culmina de momento una carrera muy inteligente
y de muchísima calidad; Aura es, probablemente, la mejor actriz de su
generación. Da gusto verla aquí, como da mucho gusto ver –siempre- las
buenas películas. (http://www.septimolapelicula.es/
http://www.stockholmlapelicula.com/)
SERENA
(02.11.14)Dir.
Susanne Bier
Pro.: Ben Cosgrove, Mark Cuban, Paula Mae Schwartz Gui.: Christopher
Kyle
Int.: Bradley Cooper, Jennifer Lawrence, Sean Harris
Las películas más personales de la danesa Susanne Bier contienen
argumentos que giran en torno a la familia –más o menos extensa-y sus
circunstancias, también con distinta profundidad. Ajustada a los cánones
del Dogma o más frecuentemente –y mejor- por vía libre, en títulos como
Te quiero para siempre, Hermanos, Después de la boda,
Cosas que perdimos en el fuego o Amor es todo lo que necesitas
ha brillado su estilo y su talento; y obtuvo en 2011 el reconocimiento
mundial, y de paso el Oscar, con En un mundo mejor, un rotundo
alegato a favor de la paternidad y el valor de la educación.
Cuando trabaja en América, Susanne
Bier se pliega más, como es natural, a las exigencias de género y estilo
de un cine que no es exactamente el suyo. Así sucede en Serena,
que evoca el aliento de los melodramas clásicos de Hollywood, con una
historia pasional sustentada en la fotogenia y la empatía de los
protagonistas: la pareja más brillante de los últimos años, formada por
Bradley Cooper y Jennifer Lawrence. Es su tercera película juntos, y el
tiempo dirá si forman un tándem tan sólido y duradero como otros que
están en la mente de todos.
Cooper es George Pemberton, dueño y señor de una potente industria
maderera en Carolina del Norte, a finales de los años 20 del pasado
siglo. Pemberton es un hombre decidido, emprendedor y que no admite una
negativa por respuesta, ni se desvía un ápice de sus planes. Su capricho
es ley, y cree que lo seguirá siendo cuando conoce a Serena, se enamora
perdidamente y se casa con ella. Serena es una joven de aparente
sencillez, pero de fuerte personalidad, muy seductora y con una voluntad
tan inquebrantable como la de su marido.
Desde su matrimonio, se enfrentan juntos a las mil dificultades y
peligros de su empresa: desde la inclemencia del lugar y sus habitantes
hasta las presiones de los bancos y la ley, que les ponen en riesgo de
perder sus tierras y su negocio. George y su socio difieren
absolutamente en la manera de afrontar el futuro inmediato, y la
situación se irá haciendo más difícil y más tensa, hasta desembocar en
la tragedia. Serena, por su parte, dará muestras de su valor y su
determinación, incluso en momentos de extrema dificultad; hasta ganarse
el respeto y la admiración de los rudos trabajadores, empezando por su
sombrío capataz.
Pero cuando a estas circunstancias se unen de repente el dolor, la
frustración y los celos, Serena ve revivir ante ella el pasado –el suyo
y el de su marido- y asume el mando de sus vidas. George, que ha vivido
haciendo su voluntad y luego se ha sentido acompañado, comprendido y
protegido por su mujer, acaba viendo como ella toma las decisiones –aun
las más dramáticas-y se convierte casi en un títere en sus manos. Todo
lo que va pasando es tremendo, pero Serena actuará sin detenerse ante
ningún obstáculo, aunque sus actos los lleven a ambos hasta el abismo.
Tanto Jennifer Lawrence como Bradley Cooper se han empleado a fondo y
con éxito en otros variados menesteres, como los desaforados resacones y
los interminables juegos del hambre; prueba inequívoca de su
versatilidad y, en los empeños más serios, como este de ahora, también
de su calidad. Y juntos funcionan perfectamente, y no solo en la comedia
dramática, como en El lado bueno de las cosas, o en la
inclasificable La gran estafa americana, sino en el duro cara a
cara del melodrama, donde cada interpretación gravita sobre la otra aun
en los momentos que uno u otra están ausentes de la pantalla, pero
presentes en la retina del espectador.
Ese duelo es lo más conseguido de la película, aunque también tendrá
algo que ver la presencia de Susanne Bier, experta directora de actores;
no es su mejor obra, ni la más personal, pero aun así es de suponer que
habrá sido la oportunidad de poder trabajar sobre caracteres tan
fuertes, recreados por tan buenos intérpretes, lo que la habrá llevado
de regreso a Hollywood. (http://www.serena-themovie.tumblr.com/)
Sexo fácil, películas tristes
(26.04.15)
Dir.: Alejo Flah
Pro.: Juan Pablo García, Gonzalo
Salazar-Simpson y otros Gui.:
Alejo Flah
Int.: Ernesto Alterio, Quim
Gutiérrez, Marta Etura
Debut como director del guionista
argentino Alejo Flah con esta película que –por su título- parecen dos;
y en efecto, son dos: la que transcurre en Madrid según la escribe
Pablo, y las andanzas en Buenos Aires del propio Pablo, que intenta
ganarse la vida con su trabajo de guionista. En Madrid, es Nochevieja; y
Víctor acaba de darse cuenta, entre campanada y campanada, de que su
vida ha sido una equivocación. Según el guión de Pablo, que piensa que
toda buena comedia sentimental debe empezar por el final y luego ir
hacia atrás. Es decir, que nos disponemos a ver un flash back que
explique al personaje desde el principio.
Víctor es un joven diseñador –seguramente
un trasunto de su autor- que se busca la vida, sin más muletas que su
voluntad y la ayuda –es un decir- de su amigo Luis. Una noche de
francachela, ambos conocen a Marina y Clara, y surge el interés; mutuo
entre Víctor y Marina, nada correspondido el de Luis por Clara. Pero como
el mundo da muchas vueltas –siempre según las bases de la buena comedia
sentadas por Pablo-, al final estos terminan juntos, y los primeros,
separados. Hasta ese momento final, que es el comienzo de la historia.
Delante de la pantalla, uno no se hace
tanto lío; solo un poco. Parecido al que tiene Pablo –el de Buenos
Aires- con su propia vida, que no termina de salir adelante entre
asuntos con productores arruinados e inversores improbables, y amores
caducos u olvidados, que pueden reverdecer o darse una segunda
oportunidad. En medio, tiene que conseguir escribir. Y si es posible,
también comer.
En
el fondo, eso de las oportunidades es lo que intenta explicar la
película; las dos películas: la que ha escrito y dirigido Alejo Flah, y
la que escribe Pablo y, seguramente, nunca dirigirá nadie. El título, al
final, es mentiroso; porque las historias no son tan tristes y el sexo,
desde luego, nada fácil.
SHAME
(19.02.12)
Dir.:
Steve
McQueen
Pro.: Iain Canning, Emile Sherman Gui.:
Abin Morgan, Steve
McQueen
Int.: Michael Fassbender, Carey Mulligan, James Badge Dale
Steve
McQueen (Londres, 1969) y Michael Fassbender fueron los artífices de la
durísima Hunger (2008), sobre
el militante del IRA Bobby Sands, fallecido en prisión a causa de su
huelga de hambre. Ahora, McQueen –reputado videoartista desde los años
90- vuelve a dirigir a Fassbender en esta nueva película: Shame. Polémica, impactante, escandalosa para algunos, y también
multipremiada en festivales como Venecia –Copa Volpi para el
protagonista- y Sevilla –premio para los dos-.
Shame es un descarnado retrato de Brandon Sullivan, un ejecutivo de vida metódica
y controlada, que reparte su tiempo entre el trabajo y su afición
favorita: el sexo. A veces, no sólo lo reparte, sino que lo comparte: el
ordenador de su despacho está atascado por sobreabundancia de páginas
eróticas. Es de suponer que cumple aceptablemente con su actividad
profesional; en el otro terreno, no nos cabe ninguna duda: no desdeña
ninguna ocasión, ni lugar, ni compañía; su casa y su cama son el
escenario de encuentros fugaces, casi anónimos, placenteros pero
insignificantes. Es capaz de dejar
a su última amante en la ducha y, camino del trabajo, encelarse con la
mirada y la posible provocación de cualquier desconocida que va en su
mismo metro, y su deseo se enciende automáticamente a la menor
posibilidad. Es un depredador, ni conoce el amor ni le interesa; sus días
transcurren con la sistemática frialdad de un ingeniero del sexo. Pero
su aparente tranquilidad y su estabilidad desaparecen cuando su hermana
Sissy irrumpe de repente en su vida para quebrar sus rutinas y alterar
peligrosamente su existencia.
Sissy es una carga para Brandon, pero su evidente fragilidad, su
creciente estado de indefensión, puede quizá llegar a desarmarlo.
Instalada en su apartamento, parece que sus caminos, hasta entonces tan
separados, van a acercarse. No será
así, o no será fácilmente. Sissy es, además de una artista
–hay una maravillosa, enternecedora actuación en un club-, una
persona débil, extremadamente dependiente y autodestructiva, capaz de
agarrarse al primer clavo ardiendo y lamentar después haberse quemado.
Brandon no sabe consolarla.
De algún modo, son como las dos caras de una moneda: Sissy es
inestable, va y viene, ha vivido tristes capítulos de drama y no está
segura de querer seguir haciéndolo. El penúltimo tumbo, carente de
amarras, la lleva hasta su hermano. Brandon tiene trabajo y dinero, es
duro y consecuente: ha luchado por lo que tiene y no quiere perderlo; es
hermético porque no se consiente rendijas que dejen escapar su alma o
permitan que pase una gota de perturbadora compasión.
Como cualquier historia, ésta se puede contar de diferentes maneras.
McQueen ha optado por un radical realismo en el que los ámbitos,
frecuentemente cerrados –dormitorios, despachos, discotecas, vagones
de metro-, enmarcan las figuras y pesan sobre los rostros, los cuerpos,
la piel; la fotografía remite a los grandes del retrato urbano
naturalista, mientras que el ritmo, fragmentado como un “collage”,
sigue también los pulsos sincopados de la gran ciudad. Por ella se
mueven los dos protagonistas, que se sirven de unos intérpretes en
estado de gracia. Carey Mulligan
–magnífica junto a Ryan Gosling en Drive-
está espléndida también aquí. Su Sissy Sullivan es un prodigio de
sensibilidad, y acierta plenamente a transmitir el carácter complejo y
tortuoso de su personaje. Por su parte, Michael Fassbender, uno de los
actores más en forma del momento –Malditos
bastardos, Centurión, Jane Eyre, Un método
peligroso…-, se desnuda física y psicológicamente en su absoluta
entrega a este personaje opaco, transgresor, consumidor compulsivo y
esclavo del sexo: Brandon seguramente sabe extraer de la vida todo su
jugo… pero al final también comprende que ha naufragado en su
presente y ha malgastado su futuro; que ha fracasado, que siente vergüenza
y que está solo. (http://www.foxsearchlight.com/shame/)
SHUTTER ISLAND (21.02.10)
Dir.: Martin Scorsese
Pro.: Martin Scorsese, Brad
Fisher Gui.: Laeta
Kalogridis
Int.:
Leonardo DiCaprio, Mark Ruffalo, Ben Kingsley
Martin
Scorsese ha dirigido una treintena de películas; en ellas hay con
frecuencia retratos de sociópatas, asesinos, gangsters, mafiosos y
perturbados de distinta índole. También ha hecho alguna comedia, algún
documental musical y un anuncio de cava, pero eso no viene al caso. Lo más
significativo es que el director neoyorkino vuelve a incrementar su
galería de personajes atormentados en este argumento que parte de una
novela de Dennis Lehane, ahora también célebre guionista de televisión.
La historia arranca a mediados del siglo pasado, cuando los agentes
federales Teddy Daniels y Chuck Aule llegan a Shutter Island, poco más
que un islote aislado frente a la costa de Boston, con un escueto
embarcadero cercado por agresivos acantilados. Allí se encuentra una
siniestra penitenciaría que alberga a los criminales más perversos y
enloquecidos; son apenas tres pabellones –hombres, mujeres y
extremadamente peligrosos-, más las dependencias de las autoridades del
penal y un oscuro faro, que quizá esté vacío en esos momentos.
El director de las instalaciones es el doctor Cawley, que explica rápidamente
a los agentes el grave problema que tienen: una reclusa ha desaparecido.
Es una demente violenta, asesina de sus propios hijos y sin ninguna
capacidad de remordimiento ni de redención. Increíblemente, ha
desaparecido de su celda, en la que estaba encerrada. No ha forzado la
cerradura, la puerta y la ventana están en perfecto estado, todo está
en su sitio... menos la prisionera. Y lo que es peor, los vigilantes de
la isla la han recorrido palmo a palmo y no han encontrado ni rastro de
la mujer. Daniels se entrevista con distintos penados y con los guardias
de la prisión y empieza a sospechar de la actuación del doctor Cowley
y de su colega Naehring, el otro psiquiatra del establecimiento.
Shutter
Island,
el escenario, es en realidad un laberinto lúgubre, una bajada a los
infiernos en la que cada rincón está poblado por demonios, malas
presencias, ángeles de la muerte y la locura. Scorsese abre su cámara
a siluetas entrecortadas entre cielos negros, rocas afiladas bajo la
espuma y muros opacos y opresivos, en una gama de tonos, texturas y volúmenes
inspirados en los lienzos cubistas, los de Georges Braque sobre todo.
Los reclusos, los guardianes, el agente Daniels, todos conviven en esa
atmósfera, bajo esa amenaza.
Shutter
Island,
la película, es un tobogán de pesadillas en el que la ilusión es
parte de la realidad y la vida puede ser una alucinación intermitente,
sueño y vigilia alternándose hasta el agotamiento. Scorsese bucea en
una historia gótica que parte de Poe y se aproxima a Kafka, que tiene
de los relatos de misterio del siglo XIX y termina por asomarse al cine
de suspense, plagado de equívocos psicológicos –el Recuerda de Hitchcock-, más aun que al de terror, aunque su
protagonista pase –y dé- bastante miedo.
No sabemos casi nada del agente Daniels, pero poco a poco vamos conociéndolo.
En su pasado hay zonas oscuras y dolorosas que maltratan su presente: ha
combatido en la segunda guerra mundial, bebe, le duele la cabeza, fuma
muchísimo y no se encuentra nada bien. Duerme sin descansar, con un sueño
poblado de monstruos, y ve cómo sus intentos de encontrar la verdad de
la isla chocan con dificultades físicas y de las otras. Todo cambia
ante sus ojos, nadie parece poder asegurarle alguna certeza y hasta los
psiquiatras mantienen posiciones peligrosamente opuestas en sus
manipulaciones con los reclusos.
Magnífico DiCaprio, que se entiende a las mil maravillas con su
personaje y con su director: es su cuarta colaboración. Y Scorsese
aporta todo su talento para crear sobre él esta película claustrofóbica,
alucinante y absorbente, geometría pura de la imagen y perfecta química
de las sensaciones. Desde que en la pantalla aparece Shutter
Island intuimos que allí reside el misterio y sabemos que en cuanto
la isla nos abra sus fauces seremos devorados por ella sin poder
escapar, sin poder defendernos, sin poder despertar... mientras dure la
película. (www.shutterisland.com)
7 CAJAS
(05.05.13)
Dir.:
Juan Carlos Maneglia, Tana Schémbori
Pro.: Juan Carlos Maneglia, Tana
Schémbori Gui.:
Juan Carlos Maneglia, Tito
Chamorro
Int.: Celso Franco,
Lali González, Nico García
De vez en cuando,
el cine produce estos chispazos milagrosos: hace seis años se estrenaba
Hamaca paraguaya, de Paz Encina, un asombroso ejercicio de estilo
de un solo plano protagonizado por dos personajes, cuatro palmeras y una
hamaca, producida contra corriente y exhibida gracias a su
reconocimiento en Cannes –premio FIPRESCI- y otros festivales. Y ahora
llega otra revelación de la cinematografía de Paraguay –que existir,
existe-, rodada gracias al apoyo del festival de San Sebastián: un
proyecto acariciado durante veinte años por los cineastas –debutantes en
la pantalla grande- Maneglia y Schémbori.
7 cajas
tiene como escenario principal el impresionante Mercado 4 de Asunción,
un lugar emblemático para los paraguayos, centro neurálgico de la
capital abarrotado de toda clase de géneros –no solo alimenticios- y
lleno de un gentío, no siempre bien avenido, que compra, vende y
trapichea entre sus puestos, callejas y rincones más o menos escondidos.
Alli trabaja Víctor, un chaval de 17 años que anda con su maltrecha
carretilla llevando los encargos de sus clientes; hace lo que puede, que
no siempre es lo que quiere, porque la competencia entre los porteadores
es feroz.
En realidad, lo que Víctor quiere es poder comprar un teléfono móvil, de
esos que hacen fotos y todo. Eso y salir en la tele, disfrutar de esos
momentos de gloria que envidia de cuantos famosos –enseguida él les
concede esa calificación- asoman por la pequeña pantalla. Y de repente,
parece que la fortuna lo sonríe: recibe un encargo que debe ser
sencillo, transportar siete cajas hasta la otra punta del mercado y
regresar con ellas cuando se le indique. Lo mejor es que le dan como
adelanto la mitad de un billete de cien dólares, y la promesa de la otra
parte cuando complete el trabajo.
Víctor emprende el viaje, sin sospechar que va a ir alcanzando, poco a
poco, las proporciones de una auténtica odisea. Lleva sus siete cajas,
ignorando –nadie lo sabemos todavía- qué contienen en su interior, ni
los acontecimientos que se van desarrollando a sus espaldas. Para
empezar, ha caído sin querer en un funesto equívoco y ha desatado la
envidia y las iras de sus colegas; todo lo cual desemboca en una
tremenda persecución, que Maneglia y Schémbori realizan al estilo del
mejor thriller americano; eso sí, en vez de coches hay carretillas y las
avenidas y autopistas son sustituidas por los angostos pasillos del
mercado; pero la velocidad, el ritmo y la tensión son los mismos.
Por el camino del desconcertado Víctor, cada vez más accidentado y más
peligroso, cruzan otros personajes, desde una joven coleguilla que trata
de ayudarlo, hasta el más maluto de sus competidores, que lidera un
grupo de carretilleros armado de las peores intenciones; pasando por los
secuaces de un mafioso secuestrador –bastante chapucero, por cierto- y
hasta los agentes de la policía local, que andan tras todos ellos
tratando de poner algo de orden en la confusión de la noche, pero sin
saber muy bien qué está pasando en realidad.
Y por supuesto, con el propio Mercado 4 como un protagonista más. En su
espacio se dan cita todos los elementos del argumento, que se desdobla
en un acertado retrato de las gentes que lo pueblan, con sus vidas, sus
problemas y sus ilusiones, no exento de crítica social y provisto de un
exquisito despliegue de humor negro. Y en paralelo transcurre la
aventura de Víctor, sin cesar de correr, con o sin carretilla, en busca
de su destino: medio billete de 100 dólares, un móvil con cámara y su
inmortalidad fugaz en los noticiarios de la televisión.
Un regalo del cine paraguayo, récord de taquilla en ese país, que
empieza su carrera internacional; una película pequeña, levemente
imperfecta pero tremendamente estimulante, divertida y sincera. Estuvo
nominada a los pasados Goya; no ganó –a pesar de ser muchísimo mejor que
la triunfadora- pero eso no tiene que importar a sus autores:
realizadores, técnicos e intérpretes han dado, seguro, lo mejor de ellos
mismos. Y se nota. (http://7cajas.com/)
SI LA COSA FUNCIONA
(04.10.09)
Dir.: Woody Allen
Pro.: Letty Aronson, Stephen Tenenbaum
Gui.: Woody Allen
Int.: Larry David, Evan Rachel Wood, Patricia Clarkson
Allan
Stewart Konigsberg, más conocido como Woody Allen, a punto de cumplir
74 años, 64 guiones originales, intérprete de 40 películas y director
de 45 entre 1966 y 2009, las últimas 30 a razón de una por año: los
datos de un genio, un maestro de la comedia, del CINE con mayúsculas. Y
para delicia de sus fans, de los exigentes del Woody-Woody, del Allen más
puro, sin compromisos londinenses ni “vicky-cristinos” que menos
valgan, este año nos regala una película cien por cien Manhattan, muy
divertida, muy estimulante, brillante en la superficie y armada con unas
cargas de profundidad de muchos megatones.
El protagonista es un tal Boris
Yellnikoff, un neoyorkino neurótico, misántropo y engreído -¿les
suena?- que arrastra las huellas de un divorcio ruinoso, que sostiene
una horrorosa opinión de sus semejantes y que lleva una vida muy poco
estimulante. Su imagen descuidada, su cojera y su mal genio enmascaran
su perspicacia, su sabiduría de aspirante al Nobel y su maduro
escepticismo. En realidad, Boris es tan antipático porque no sabe
defenderse de otra manera.
Por eso, algo puede cambiar cuando Melodie, una pobre chica escapada de
su pueblo y de su excéntrica familia, irrumpe como un cometa en su
camino. Este es, realmente, el punto de partida de este argumento: sin
saber por qué, Boris mete a Melodie en su casa por unos días, contento
en el fondo por tener compañía y más contento aún por tener cerca
alguien a quien sorprender, regañar, insultar, enseñar y apabullar, a
partes iguales. Y claro, por ser la envidia de sus amigos, capaces de
imaginar mil y una perversidades en una convivencia tan estrecha y
desnivelada.
Poco a poco, en sucesivas oleadas –alguna casi con efectos de sunami-,
la vida de Boris, tan confortable en su negrura, se ve removida por las
consecuencias de haber acogido a la perturbadora intrusa. Sobre todo,
porque la furibunda madre de la intrusa, el padre paleto de la intrusa y
la multiplicación de caracteres y circunstancias que la ya no tan
intrusa Melodie hace gravitar sobre la cabeza –y otros órganos- del
pobre Boris, están a punto de hacerle perder la serenidad. A lo mejor sí
que lo consiguen, pero entonces intervendrá el destino, siempre el
mejor aliado del Allen guionista.
La historia se despliega en todo un abanico de estupendos personajes que
permiten a Woody Allen desarrollar unas escenas y unos diálogos
chispeantes, inteligentes y sarcásticos, capaces de levantar ampollas
en más de un espectador biempensante y desprevenido; valga de ejemplo
la tertulia final, en la que todos los protagonistas, reunidos en los más
dispares modelos familiares –ninguno ortodoxo, claro- escuchan el
discurso de Boris, que se dirige tanto a ellos como al público de la
sala: una antimoraleja cargada de vitriolo... y sentido común.
Allen ha encontrado en el guionista y actor Larry David su perfecto
“alter ego”. El tipo maduro y antipático -pero genial-, dotado de
una verborrea inagotable y de una lucidez que casi ofende, es otro más
de sus personajes esenciales; no lo interpreta él, porque entonces su
relativo romance con la joven Evan Rachel Wood resultaría casi increíble,
pero no importa: todo lo que hace y dice lleva la firma del director. Y
lo demás, también, porque la película –en esto no cambia nada,
cualquiera que sea cada vez el origen de la producción- tiene su estilo
inconfundible, la gracia, la fluidez y el sentido del ritmo que
caracteriza su puesta en escena.
En definitiva, una gozosa tocata y fuga orquestada por Woody Allen con
sus mejores instrumentos: un gran guión, unos personajes muy divertidos
y, como decía más arriba, el escenario que mejor conoce y con el que
mantiene un idilio que dura décadas: Nueva York. Y
una historia que vuelve a revelarnos los secretos de la vida, el
amor, el sexo y las demás pasiones. Que pueden resultar
arrebatadoras... si la cosa funciona. (www.whateverworksfilm.com)
SILENCIO
(14.01.17)
Director: Martin Scorsese. Producción: Vittorio Cecchi Gori, Barbara
De Fina, Martin Scorsese, Irwin Winkler.
Guión: Jay Cocks, Martin Scorsese.
Intérpretes: Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neesom.
Martin Scorsese no necesita presentación. Su carrera está llena de
éxitos y grandes títulos, muchas veces coincidentes, desde las
películas iniciales –Malas calles, Taxi driver,
Toro salvaje…- hasta las más recientes –Infiltrados,
Shutter Island, El lobo de Wall Street…-, en una lista de
más de treinta. Y aunque el propio Scorsese confiesa que la
redención es un tema central en su obra, hay tres películas
concretas que conforman una cierta unidad en torno a esta cuestión:
La última tentación de Cristo (1988), Kundun (1997),
sobre la figura del Dalai Lama, y su más reciente estreno, madurado
durante casi tres décadas, Silencio.
Con un guion basado en la novela de Shûsaku Endô, Silencio
nos traslada al siglo XVII, cuando la iglesia católica trataba de
desarrollarse en Japón, casi un siglo después de la llegada de los
primeros misioneros portugueses y españoles. Fue decisiva, en esos
momentos iniciales, la labor evangelizadora de san Francisco Javier,
uno de los fundadores de la Compañía de Jesús, que consiguió cierto
grado de penetración, al menos en algunas áreas, del catolicismo.
Pero en el momento en que se inicia el relato, la nueva fe importada
por los occidentales se ha reducido hasta casi desaparecer, diluida
en pequeñas comunidades rurales perdidas en las islas del
archipiélago. Los jesuitas, sin embargo, no cesan de intentarlo,
aunque ellos y los pocos fieles que mantienen son perseguidos y
torturados hasta la muerte por el hermético y sanguinario régimen
feudal nipón.
El padre Ferreira, un fraile portugués que ha dedicado su vida a
esta tarea, ha desaparecido tras, al parecer, abjurar de su religión
y su Dios. Y dos jóvenes de su misma orden, los padres Rodrigues y
Garupe, deciden partir hacia Japón en su busca y, una vez allí,
continuar su misión. Saben los peligros y las penalidades a las que
se exponen, pero su determinación es inquebrantable. Llegan a China
y desde allí atraviesan un mar embravecido como una premonición,
para llegar a una de las islas en las que se esconde un grupo de
conversos, conducidos por el muy sospechoso guía japonés Mokichi. Su
papel secundario se tornará indispensable para comprender el
pensamiento de Scorsese: Mokichi es católico, pero no duda en
traicionar su fe para salvar la vida; tantas veces como, seguido de
un repentino arrepentimiento, solicita y obtiene el perdón; de
hecho, es el único que seguirá al lado del padre Rodrigues,
acompañándolo en su doloroso tránsito.
Garupe y Rodrigues han tomado caminos separados para defenderse
mejor del acoso de las autoridades; y es a este a quien sigue el
objetivo de la cámara –elección que convierte a un magnífico Andrew
Garfield en protagonista principal-, para mostrar en su propia carne
toda la crudeza del dolor, el tormento –también el ajeno-, la
tentación y la amargura de pensar que sus oraciones solo encuentran
el silencio. El silencio de Dios, opuesto al discurso elocuente,
magnético y a la postre subversivo del temible inquisidor Inoue,
gobernador de Nagasaki y decidido combatiente contra el catolicismo
invasor. La relación y la controversia que sostienen Inoue y
Rodrigues elevan el discurso teológico de la narración hasta
convertirse en el eje central del mismo. La seguridad del anciano
samurái y las dudas del joven jesuita chocan hasta concluir en el
perturbador y doloroso desenlace, expuesto sin ninguna posibilidad
de equívoco por la mirada compasiva de Martin Scorsese.
Quizá la película se haya desarrollado lentamente hasta llegar a ese
punto –no de manera gratuita, desde luego-, quizá se muestren
demasiado explícitamente las terribles prácticas a las que los
verdugos japoneses someten a los indefensos católicos; pero
seguramente todo ello contribuye a la mejor comprensión de esta obra
estremecedora, grandiosa e íntima a la vez: el retrato de unos
mártires y una profunda indagación acerca de la pervivencia de la
fe.
SILENCIO EN LA NIEVE
(22.01.12)
Dir.:
Gerardo Herrero
Pro.: Gerardo
Herrero, Carlos
Rodríguez, José Velasco
Gui.:
Nicolás Saad
Int.: Juan
Diego Botto, Carmelo Gómez, Víctor Clavijo
Gerardo Herrero es uno de los
mejores y más importantes productores españoles; para que nos hagamos
una idea, su carrera desde los años 80 contiene más de 100 títulos,
ha ganado innumerables premios –entre ellos un Oscar por El secreto de sus ojos- y es de los pocos que tiene una noción
clara de la posibilidad de una industria del cine en España. También
dirige, aunque menos: 15 películas, la verdad es que de un interés
desigual. Se pueden destacar, quizás, Desvío
al paraíso, Malena es un nombre de tango, Las razones de mis amigos,
Heroína, Los aires difíciles, El corredor nocturno…
Suele apoyarse en guiones basados en textos precedentes, generalmente
novelas; también sucede así en Silencio
en la nieve, extraído de El
tiempo de los emperadores extraños, de Ignacio del Valle. En
silencio, desde luego, pero no en la nieve sino en la superficie de un
lago helado, aparecen semisepultados los cuerpos de unos caballos.
Rusia, invierno de 1943. Un destacamento de la División Azul –los
soldados españoles que marcharon a combatir contra el comunismo soviético,
uniéndose al ejército nazi en la Segunda Guerra Mundial- se encuentra
con el macabro escenario. Los caballos no están solos: junto a ellos
encuentran el cadáver de un militar, degollado y con una extraña
inscripción grabada a cuchillo en su pecho: “MIRA QUE TE MIRA
DIOS”.
El soldado Arturo Andrade y el sargento Espinosa son encargados de la
investigación por el teniente coronel Navajas, jefe del batallón;
Navajas no ignora –todo se sabe en la División Azul- que Andrade era
inspector de policía antes de la guerra –la de España- y, a pesar de
la sospecha de su pasado republicano, le parece que puede resolver el
caso, le da amplios poderes –dentro de un orden, claro- y le apremia
para encontrar al culpable.
Andrade y Espinosa forman una curiosa pareja: éste es el superior de
aquél, pero de alguna manera está a sus órdenes; el sargento es un
hombre locuaz, intuitivo y enérgico, mientras que Andrade es callado,
casi hermético –muy consciente de su situación-, observador y
reflexivo. Los dos juntos, una especie de Holmes y Watson a la española,
avanzan lentamente en sus pesquisas: no es fácil investigar, están en
plena guerra, sometidos a un efectivo contrataque de los rusos, y en no
muy buenas relaciones con los alemanes, a pesar de ser, sobre el papel,
aliados.
Para colmo, pronto descubren un segundo asesinato: otro soldado
español, también con una frase decorándole el torso: “MIRA QUE ESTÁ
MIRANDO”, sin duda continuación del anterior. Andrade está seguro de
que los versos forman parte de una estrofa y de que los crímenes seguirán,
si no pueden impedirlo, hasta que se complete. Pero sus pesquisan se
bifurcan lamentablemente cuando aparece un fotógrafo que retrata a todo
el batallón, unos soldados desesperados que juegan a la ruleta rusa,
unas cartas sospechosas, unos posibles orígenes masónicos del drama y
toda una serie de personajes de conducta más que dudosa.
“Mira que te has de morir… mira que no sabes cuándo”. La muerte,
en definitiva, es la protagonista de la historia. Andrade lo sabe, lo
presencia a cada rato y lucha por evitarla y por descubrir la verdad.
Estupendo Juan Diego Botto, en un papel tan contenido como intenso, echándole
fuerza a la aparente inexpresión de su personaje. Todo el reparto está
bien, en realidad: Carmelo Gómez, un magnífico Víctor Clavijo –como
siempre-, Rafa Castejón, Andrés Gertrúdix –no me explico cómo está
tan desaprovechado este chico-, y a su altura los demás: la mejor baza
de la película.
Realizada, eso sí, con un esfuerzo encomiable de producción, que
demuestra una vez más la categoría de Gerardo Herrero en este campo. Lástima
que su dirección sea mucho más plana, dubitativa a veces, apuntando a
demasiadas tramas que quedan sin desarrollar y sin encontrar la pasión
que esta historia requiere. Le pierde, creo yo, una equivocada intención
de pulcritud, de seguir lo más posible los estándares comerciales; y
así se queda a mitad de camino: la película está bien, pero no llega
a emocionar. (www.silencioenlanieve.com)
SINISTER (04.11.12)
De Estados Unidos nos llega Sinister, escrita y dirigida por
Scott Derrikson –suyas son Hellraiser y El exorcismo de Emily
Rose- y protagonizada por Ethan Hawke como principal reclamo en la
taquilla. Cuenta la historia de un escritor, aficionado a investigar
sobre el terreno crímenes sin explicación. A veces él la encuentra –o
eso se piensa- pero a cambio somete a su familia a un continuo trasiego
de una ciudad a otra, de una casa a otra. Su mujer está un poco harta, y
sus hijos mucho más. Tanto es así que, en esta última mudanza con la que
se abre la película, el hombre no ha querido confesar que, una vez más,
se están instalando en la misma casa en la que ocurrió el espeluznante
suceso que quiere estudiar. Como es lógico, no podrá disimular por mucho
tiempo, porque empiezan a pasar cosas misteriosas y un poquito
terribles.
Que una casa tenga vida propia y que muestre su carácter a sus
habitantes es uno de los elementos clásicos del género. Que eso se
traduzca en una serie de fenómenos inexplicables, también. Que la causa
de todo ello venga de atrás y persiga a los protagonistas por mucho que
se empeñen en evitarlo, lo hemos visto igualmente un montón de veces.
Es necesario, por lo tanto, que se dé alguna sorpresa, o que exista un
cierto rigor argumental, o que la potencia de las imágenes nos arrastre
y nos perturbe. ¿Sucede algo de eso en Sinister? La verdad es que
no. (http://www.sinister-lapelicula.com.ar)
SLUMDOG MILLIONAIRE
(15.02.09)
Dir.: Danny Boyle
Pro.: Christian Colson Gui.:
Simon Beaufoy
Int.: Dev
Patel, Anil Kapoor, Freida Pinto
Fot.: Anthony Dod Mantle Mús.:
A. R. Rahman
Danny
Boyle es el director de Trainspotting,
que le dio la fama mundial un año después de su magnífico debut con Shallow
grave (Tumba abierta). También ha dirigido Una
historia diferente, 28 días después, Millones y –nadie es
perfecto- Sunshine y La isla. Dice
Boyle que siempre hace películas distintas, y es verdad; pero también
hay, en su obra más importante, una fuerte coherencia, de Shallow grave a esta última estupenda Slumdog millionaire.
“¿Quiere ser millonario?” es un concurso-franquicia que se realiza
en todo el mundo. La fórmula es idéntica, y el diseño, el decorado y
hasta la música se repiten en cada televisión y en cada país; y el
presentador calca sus tics, sus fórmulas y sus chistes, como si fuera
un Carlos Sobera replicado hasta el infinito. El concurso es
absolutamente conocido y multitudinariamente seguido, aunque no tiene
nada de inocente: enfrenta la prudencia con la codicia del concursante,
que va ganando dinero y cada vez tiene la posibilidad de doblar la
cantidad... o perderlo todo.
Eso es lo que parece, en principio, que le motiva al protagonista de
esta historia, el chabolista de Bombay que quiere ser millonario. Lo
malo es que, cuando ya ha ganado un montón de dinero y se enfrenta a la
última pregunta, la de los 20 millones de rupias –una fortuna
impensable para la India-, despierta las sospechas de la policía, que
decide arrestarlo y, por medios nada cariñosos, arrancarle la verdad:
¿está haciendo trampas o, por extraño que parezca, ha sabido todas
las respuestas? El pobre Jamal, un chico de 18 años analfabeto y sin
recursos, sólo puede contar su vida y, de esta manera, explicar sus
aciertos.
Y así se desarrolla la trama de la película, alternando en un montaje
excepcional hasta cinco épocas de la historia de Jamal: cuando es un crío
perdido por las calles de Bombay, sus aventuras y desventuras de
adolescente, los años de juventud, enamorado de Latika y enfrentado a
la mafia, los momentos durísimos en poder de la policía y, finalmente,
el propio concurso, emocionante y lleno de zozobra. Slumdog
millionaire se ha confeccionado en la mesa de montaje; el sentido
del ritmo y la narración de Doyle y la categoría de Chris Dickens les
deberían valer aquí otro Oscar, además de los principales que se va a
llevar. La imagen pasa de uno a otro momento sin transición, sin
ninguna clase de puntuación, perfectamente inteligible siempre,
brillantísimamente a veces y con una precisión y una maestría
admirables.
Una introducción musical, por ejemplo, puede resolver ese paso, y no es
trivial citar la espléndida banda sonora, que acerca la obra a los estándares
de Bollywood, la mayor fábrica de películas del mundo. Pero Slumdog millonaire es una cosa muy distinta: se ha rodado en el
Bombay auténtico, en paisajes y escenarios naturales -gracias al
intenso trabajo previo de Boyle y a la ayuda de su colaboradora Loveleen
Tandan- y no en decorados de estudio, como hace el cine indio; chabolas
y rascacielos, calles superpobladas y polvorientos caminos, exteriores
que dan miedo e interiores lujosos, todo es real.
Como es real la mirada a esa ciudad y a ese país, que evolucionan a la
par que Jamal crece, se busca la vida y encuentra multitud de problemas,
incluidos la orfandad, el secuestro, la pobreza y el amor, que tampoco
es ninguna tontería. Bombay es, sin duda, una de las ciudades más
apasionantes del mundo, y más peligrosas también: una ciudad en la que
bulle la vida, especula la mafia, se puede morir de un tiro o de pobreza
y se pueden ganar millones en un concurso de televisión. Danny Boyle
nos lo cuenta con verdadera inspiración.
La que le ha llevado a levantar este proyecto, muchas veces a punto de
naufragar, resuelto al fin con un escueto presupuesto -7 millones de
libras- que ha resultado rentabilísimo –más de 140 millones de dólares
de recaudación, y está empezando- y que tiene la virtud de gustar a
todo el mundo. Por la fuerza de sus personajes, por su arrollador
sentido narrativo y por la calidad de su historia, que habla de cosas
tan elementales como el don de la inteligencia natural, el poder del
amor y la generosidad, y la confianza en el destino. Jamal –un
estupendo Dev Patel, un actor cómico británico de origen hindú- lo
personifica todo: es muy listo, quiere ese dinero, pero quiere más a
Latika y está lleno de tranquilidad y de certidumbre. Un ejemplo.
(www.slumdog.filmax.com)
SÓLO QUIERO CAMINAR
(02.11.08)
Esc.
y Dir.: Agustín Díaz Yanes
Pro.: Eduardo Campoy, José Manuel Lorenzo
Int.: Victoria Abril, Ariadna Gil, Pilar López de Ayala, Elena Anaya
Agustín
Díaz Yanes era ya un reputado guionista –Barrios
altos, A solas contigo, Demasiado corazón- cuando se pasó a la
dirección, en 1995, con la extraordinaria Nadie
hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Lo malo de empezar por
todo lo alto es que, probablemente, luego venga la cuesta abajo; y eso
es lo que le ha sucedido a Díaz Yanes: después dirigió la poco
interesante Sin noticias de Dios (2001), más tarde (2006) se estrelló con la
pretenciosa Alatriste y ahora
nos cuenta este cuento de venganzas femeninas que no tiene ni pies ni
cabeza.
Porque lo peor, de entrada, es lo que parecía ser lo más fiable en la
obra de Díaz Yanes: el guión. Lo de menos es que retome, sin ninguna
necesidad, el personaje de Gloria Duque que interpretó hace 13 años
–y ahora también- Victoria Abril; es más grave que la convierta en
cabecilla de un trío de mujeres, muy guapas ellas, pero prostitutas y
ladronas... Bueno, una, no: una trabaja en los juzgados, de secretaria
de un juez indecente, corrupto y prevaricador. Y lo peor es el nudo de
la cuestión.
Cuando un gangster mejicano aterriza en España para un trabajo “exprés”,
se encapricha de una de las chicas –y eso que sólo la ve desde
arriba- y se empeña en llevársela a su país y casarse con ella. Una
vez allí, a ella no se le olvida su oficio; y a él menos todavía, con
lo que la joven termina por resultar bastante perjudicada por el marido
celoso, cornudo y vengativo. Y sus amigas de España, que se enteran,
deciden tomar cartas en el asunto y darle al mafioso un escarmiento
donde más le duela; que, además de en la bragueta, es en el dinero.
Yo lo siento mucho, pero desde el minuto dos, cuando Ariadna Gil y Elena
Anaya intentan un atraco armadas de un taladro de proporciones ciclópeas
y con una preparación absolutamente circense, me fui de la película. Y
estaba intentando regresar, cuando una llega a Méjico cargada de
dinero; otra fabrica una escopeta con una bicicleta –que ya sé que
todas las prostitutas ladronas saben hacerlo- otra –o la misma de
antes, no sé- perfora un túnel debajo mismo de la oficina del maluto,
sin mayores dificultades... Y yo ya es que me perdí del todo.
Por eso, seguramente, me parece que la acción progresa a trompicones,
con personajes que van y vienen y no se sabe si son trascendentes o no,
con sucesos imposibles, apuntes sociológicos del hampa mejicano,
Victoria Abril de señora de la limpieza, Ariadna Gil campeona de tiro,
momentos truculentos de los que siempre son víctimas las mujeres –yo
creo que Díaz Yanes se lo debería hacer mirar-, un niño que quiere
ser torero, la foto de Pilar Bardem, tiros, peleas...
Y estas superchicas, la verdad, no son las culpables. Elena Anaya, en un
papel cortito, está muy bien; Victoria Abril, en un papel larguísimo,
también –porque sufre mucho y eso le sale estupendamente-, y Ariadna
Gil y Pilar López de Ayala resuelven con mucha solvencia sus
correspondientes penalidades. Y por la parte masculina, lo mismo: José
Mª Yazpik y Diego Luna –sobre todo éste- resultan convincentes en
sus desagradables personajes. Pero todos se enredan más de una vez en
el muy endeble y tópico guión, que, además, se revela exageradamente
evidente en su afán de vindicar la venganza de las mujeres ante el
atropello y la brutalidad masculina.
En resumen: una lástima. La película que podía haber levantado un
tanto el ánimo en el maltrecho cine español de esta cosecha, se queda,
en el mejor de los casos, en el intento. Seguro que Agustín Díaz Yanes
lo ha hecho lo mejor que ha podido, y ya digo que el esfuerzo de sus intérpretes
es encomiable, lo mismo que el de los demás colaboradores. Y entre
todos consiguen que, en algunos momentos, la narración parezca que va a
levantar el vuelo; son instantes aislados de buen cine, sepultados de
inmediato por las quiebras, las exageraciones y la incoherencia de una
historia que podía haber sido mucho y se ha quedado en nada. (www.fox.es)
SÓLO UNA NOCHE
(26.06.11)
Dir.:
Massy Tadjedin
Pro.: Christophe Riandee, Massy Tadjedin
Gui.: Massy Tadjedin
Int.: Keira Knightley, Sam Worthington, Eva Mendes, Guillaume Canet
Debut
como directora de la americana de origen iraní Massy
Tadjedin, con una corta carrera como guionista y productora; aquí asume
las tres funciones y en todas muestra buen pulso. Su relato comienza
presentándonos a la pareja protagonista, el matrimonio casi ideal que
forman Joanna –Keira Knightley- y Michael –Sam Worthington, un
chaval normalito sin su “avatar” azul-; ambos son jóvenes, guapos,
con éxito y con dinero. El único pero es que Joanna es un poco celosa
y le parece que su marido dedica una atención especial a Laura –Eva
Mendes-, una guapísima compañera de trabajo. Sus
sentimientos amenazan con desbordarse, por más que Michael intente
convencerla de que sus sospechas no tienen fundamento; no lo consigue
del todo, y mucho menos cuando él debe realizar de inmediato un viaje
de negocios en el que también participa Laura. Joanna se queda sola,
angustiada por la desconfianza y bastante aturdida; paseando sin rumbo y
sin más intención que dejar pasar las horas, casualmente se encuentra
con Alex –el actor y director Guillaume Canet-, un joven francés con
el que mantuvo un apasionado romance años atrás. En una palabra
–mejor dicho, en tres-, un antiguo amor, de esos que nunca se olvidan
del todo.
Los celos de Joanna y la preocupación de Michael –que intuye el
desasosiego de su mujer- dan paso a un auténtico juego de tentaciones,
a lo largo de la noche que envuelve en la distancia a los protagonistas:
Alex se da cuenta de la fragilidad de Joanna y trata de reavivar el
pasado amor invitándola a cenar en compañía de unos amigos, y Laura
intenta seducir a su colega con su evidente atractivo potenciado por una
generosa ración de alcohol en la privacidad de su habitación del
hotel.
El argumento se adentra así en los terrenos del auténtico
“suspense” sentimental; vamos contemplando alternativamente el
proceder de las dos parejas mientras va pasando la noche y cualquier
desenlace es posible. Massy Tadjedin mueve sus piezas con extraordinaria
eficacia, pasando de uno a otro escenario con soltura, encadenando las
situaciones y dejando que crezca el interés y la emoción entre los
espectadores y los protagonistas. Michael sufre la tentación de la
desinhibida Laura, una mujer muy bella, muy deseable y con las ideas muy
claras. Por comparación, Joanna, con su aire adolescente envuelto en la
duda, parece frágil e incapaz de sustraerse al encanto parisino –eso
debe de ser algo irresistible- de Alex.
El mismo tacto que Massy Tadjedin muestra en su montaje y en su ritmo
envuelve a los intérpretes: los cuatro responden perfectamente a la
exigencia del relato y cada uno se apoya en el fundamento de su
personaje: la mirada cargada de incertidumbre de Keira Knightley, la
sonrisa cautivadora de Guillaume Canet, el gesto contenido y casi triste
de Sam Worthington… y Eva Mendes: la sensualidad en cada poro de su
piel. Un reparto poco convencional, internacional y muy inteligente. Y
como toda propuesta inteligente, el guión expone más interrogantes que
soluciones; si es capaz de trascender a la mera peripecia emocional,
sentimental y erótica de los protagonistas es porque no aplasta con
dogma alguno, sino que abre un sinfín de sugerencias. La película
habla de la tentación en la pareja, del amor y la infidelidad y todos
sus grados, de la confianza y los celos y los efectos que pueden causar
esos sentimientos. No sé si –como dicen en la publicidad- la mejor
manera de superar esa tentación es caer en ella… o no; y tampoco sabría
decir si los celos matan el amor o lo alimentan; tampoco Joanna y
Michael lo saben y no parece fácil que lo aprendan en tan sólo una
noche.
Aunque, naturalmente, hay una conclusión, porque la película no elude
esa dificultad, y porque la directora-guionista tiene también opción a
construir la historia a su manera; pero ese final que enfrenta a los
protagonistas sigue siendo una ventana abierta a la complicidad, la
reflexión y el debate. (www.solounanoche.es)
SOMBRAS
TENEBROSAS
(13.05.12)
Dir.:
Tim Burton
Pro.: Graham King, Richard D. Zanuck, Johnny Depp Gui.:
Seth Graeme-Smith
Int.: Johnny Depp, Michelle Pfeiffer, Eva Green
Pocos
directores –en realidad, creo que ninguno- poseen
un sello tan personal, mágico e inimitable como Tim Burton. Partiendo
de narraciones góticas, cuentos infantiles o sus propias fantasías,
sus películas son siempre sorprendentes, reconocibles y admirables, de La
gran aventura de Pee-Wee (1985) y Bitelchus
(1988) a Alicia en el país de las
maravillas (2010) y esta última Sombras
tenebrosas, pasando por Eduardo
Manostijeras, Ed Wood, Sleepy Hollow, Big Fish, La
novia cadáver, Sweeney Todd… y así hasta dieciséis, todas destacables.
Sombras
tenebrosas,
protagonizada –como otras siete antes- por su inseparable Johnny
Depp, uno de sus iconos más queridos, retoma un personaje de una
antigua serie de televisión: el vampiro Barnabas Collins. Su historia
es la historia de una maldición. La familia Collins emigra de
Inglaterra a América a mediados del siglo XVIII para hacer fortuna en
el nuevo mundo; parece que lo consiguen, hasta el punto de dar su nombre
a una pujante ciudad portuaria, en la que viven con el mayor de los
lujos. Pero el joven Barnabas se las arregla, desgraciadamente, para
caer bajo el hechizo de la malvada Angelique: por despreciar su amor, la
muy bruja lo convierte en vampiro y lo entierra vivo.
Y de repente, cosas del progreso, Barnabas se encuentra en 1972, en un
mundo desconocido y con una familia más rara todavía. Collinsport, su
ciudad, está poblada por seres y aparatos extraños, su casa solariega
Collinwood Manor, es pura decadencia, y sus parientes… le parecen
marcianos: Elizabeth y Roger, algo así como unos tataranietos, son una
sofisticada y distante mujer de negocios y un caradura desaprensivo,
respectivamente; los jovencitos Carolyn y David son una chica
insoportable y malcriada y un niño raro que se dedica a asustar a la
gente, también respectivamente. Y a ellos se unen la doctora Julia
Hoffman, una gorrona alcohólica irredenta, y la institutriz que se hace
llamar Victoria, una delicada y espiritual joven que no sabe dónde se
ha metido. Claro que, si a
Barbabas sus descendientes le parecen raros –es imposible no acordarse
de la famila Addams-, él no es consciente del efecto que produce en
ellos, incapaces de asimilar lo que les ha caído encima: la aparición
de un fantasmal antepasado, un personaje deliciosamente tenebroso, que
se empeña en devolver a la casa el esplendor que le corresponde.
Para su desgracia, va a tropezar de nuevo con la mismísima Angelique,
que sigue igual de bruja pero bastante más moderna, atractiva y
tentadora. Barnabas quiere comérsela, no se sabe si como dieta erótico-festiva
o para quitársela de en medio definitivamente. El actor que hay dentro
de Barnabas, es decir, Johnny Depp, se lo pasa divinamente con estos
acontecimientos. En realidad, da la impresión de que Depp y Burton y
todos los demás se divierten sin parar en esta película; sensación
que también es bastante frecuente en la filmografía del director. El
espectador debería contagiarse de este espíritu, tal es su potencial.
Y así sucede en la mayor parte del metraje; desde luego en casi todas
las idas y venidas del protagonista y en muchos de los momentos más
arrebatados del expresionismo visual de Burton, lírico, romántico y
macabro todo a la vez. Pero de por medio se producen algunas lagunas
importantes, caídas de ritmo y de interés que son culpa de un guión
quizá alargado en exceso y ciertamente irregular.
Lástima, porque el argumento también contiene elementos estupendos,
desde la inclusión de la música setentera hasta secuencias memorables
como la charla de Barnabas con un grupo de hippies o los esfuerzos del
vampiro por dejar de serlo. A ello hay que añadir la magnífica banda
sonora de Danny Elfman –otro habitual- y la fotografía de Bruno
Delbonnel, absolutamente acorde con la historia –como en Amelie,
como en Fausto- que está retratando. Y sobre todo, insisto, la mayor
cualidad de la película es su personalidad, su brillantísima factura:
otra demostración de la potencia como fabricante de sueños –o
pesadillas- de Tim Burton. (http://darkshadowsmovie.warnerbros.com/)
SOMERS TOWN
(30.11.08)
Dir.: Shane Meadows
Pro.: Zoe Bell, Barnaby Spurrier Gui.:
Paul Fraser
Int.: Thomas Turgoose, Piotr Jagiello, Elisa Lasowski
El
año pasado un desconocido director inglés de 35 años, Shane Meadows,
nos sorprendió a todos –a los que estábamos atentos- con la magnífica
This is England: una película
sencilla, directa y realista, que hablaba de la vida en la calle y de
los peligros de enarbolar banderas y acabar usándolas como armas. Si
nuestra cartelera no padeciera de la contaminación abusiva de 300 películas
americanas/año habría sido uno de los sucesos de la temporada. Y ahora
vuelve a regalarnos la vista con otra película pequeña, intimista
–en blanco y negro, apenas hora y cuarto-, pero igualmente auténtica
y realmente encantadora. Cuenta la amistad de dos chavales: Marek es un
inmigrante polaco que vive con su padre en un barrio obrero de Londres,
y pasa los días en la calle, haciendo fotos, aburriéndose, ganando una
libras –pocas- con alguna chapuza que le ofrece un vecino chamarilero
y oportunista, y esperando que llegue cada noche para ver si su padre ha
bebido más o menos y si se trae a casa a los compañeros de curro para
ver la tele o, en el mejor de los casos, si puede charlar un rato con él.
Tomo, el otro chico, acaba de salir de un centro de acogida en
Nottingham y llega a la capital sin más equipaje que su voluntad de
sobrevivir. Sabe lo que es el abandono, la soledad y la falta de cariño,
lo que no quiere decir que se resigne: pasará la noche en la calle,
debajo de un puente o debajo de la cama de algún amigo reciente, cuando
lo encuentre; y hablando de encuentros, todos los que le salen al paso,
de momento, son francamente desagradables y peligrosos. Luego, Tomo y
Marek se chocan de bruces, por decirlo finamente. Son dos raros, dos
chavales perdidos en el Londres proletario, un mundo inhóspito en el
que es difícil salvarse solo.
A Marek le gusta la fotografía, a Tomo le gusta la cerveza y a los dos
les gusta Marie, la bonita camarera francesa del bar de al lado. Esa
coincidencia, inevitable, les basta para unir, de momento, sus más que
inciertos destinos. Tampoco tienen mucho más que hacer que fantasear
con Marie –que se deja querer, halagada por la devoción que le
profesan-, colaborar ocasionalmente con el excéntrico vecino y, en el
caso de Marek, esperar a su padre; Tomo, ni eso.
La inspiración de Shane Meadows bebe directamente de las calles de la
ciudad, de sus rincones menos glamurosos pero más interesantes, y de la
fauna que los puebla. Y de la fotogenia atrabiliaria de su personaje,
este Thomas Turgoose –que protagonizaba también This
is England-, un chico de figura destemplada, mirada adusta, capaz de
cualquier atrocidad y sin embargo profundamente tierno. Tomo es un
chaval de la calle, también de nuestras calles, sin familia ni afectos,
a un paso de la delincuencia, la droga y el desastre pero agarrado
ferozmente a la vida y al futuro con sólo un empujoncito que encuentre
en el momento adecuado.
Somers Town
es el nombre del barrio en el que viven Marek y su padre, un entorno
proletario y sin lustre en el que aparece el lugar de trabajo, la estación
de la que parte el Eurostar –el tren que une Londres con París-, como
una metáfora de la voluntad que rompe las barreras: de Inglaterra al
continente, de Somers Town a la libertad. Pero la película no contiene
ni un gramo de demagogia; Meadows pone el microscopio encima de sus
bichitos y nos cuenta lo que ve: la ciudad no es una postal, los chicos
no son angelitos rubios –ni siquiera guapos- y los adultos son turbios
y poliédricos como somos los adultos: el padre de Marek bebe demasiado,
el vecino es un desastre, el dueño del bar no gasta muchas
contemplaciones y Marie se esfuma de la fotografía rompiendo el corazón
de los chavales con su sonrisa en negativo.
Tampoco hay moraleja; las buenas historia no la necesitan. Las imágenes,
esta vez sí, hablan por sí solas y su conclusión es evidente: la vida
es dura, pero bella, cuando se tienen dieciséis años, mucho valor y la
ilusión de ver París en tecnicolor. (www.somers-town.com)
SOMEWHERE
(02.10.11)
Dir.:
Sofia Coppola
Pro.: G. Mac Brown, Roman Coppola,
Sofia Coppola Gui.: Sofia Coppola
Int.: Stephen Dorff, Elle Fanning
Sofia
Coppola tiene un apellido ilustre y una familia importante en el mundo
del cine; puede que eso haya sido una ayuda, pero su talento está fuera
de toda duda. Primero actriz, con 25 años debutó en la dirección con
un par de cortos y en 1999 dirigió su primer largo, Las
vírgenes suicidas, a la que siguieron la extraordinaria Lost
in translation (2003, Oscar al mejor guión original) y María
Antonieta (2006). Somewhere
ganó el León de Oro en el Festival de Venecia del pasado año.
El protagonista de la película,
este tal Johnny Marco, es un joven –treintañero-, rico y famoso actor
de Hollywood. Vive solo en sus habitaciones del lujoso hotel Chateau
Marmont de Los Angeles. Allí a menudo hay animadas fiestas, aunque no
siempre las organice él. Al final todo el mundo se va y es posible que
él se quede, tirado en la cama, mientras un par de chicas disfrazadas
escuetamente de enfermeras o de tenistas bailan y se contonean
sugerentemente… hasta que se queda dormido. La culpa puede ser de los
analgésicos: Johnny está un poco perjudicado, tiene un pómulo
hinchado y una muñeca escayolada; lo más probable es que se haya caído
por la escalera.
El hombre se explica poco; en los primeros quince minutos de la película
apenas pronuncia cuatro frases. Pero sus hechos hablan por él: pronto
nos damos cuenta de que es un individuo desorientado, encerrado en sí
mismo, esclavo más que dueño de su propia circunstancia, con una vida
superficial, entre el reconocimiento aparente de la fama y la verdadera
soledad. Sofia Coppola ha trazado un demoledor retrato del
actor-estrella, dotándolo de una dimensión en profundidad que pocas
veces hemos visto: ese triunfador que se apea de su espectacular Ferrari
y que es en realidad una víctima de su propio éxito.
Hasta que un día se ve obligado a mirar de frente a la realidad. El
detonante es la convivencia forzosa con su hija, una cría de once años
a la que su madre deposita sin miramientos bajo la guarda del
sorprendido Johnny. La niña le supone una preocupación, pero él la
asume contento de recibir ese soplo de aire fresco en el discurrir
absurdo y hasta monótono, a fuerza de desidia, de sus días y sus
noches. Cleo lo acompañará a todas horas, y Johnny se verá forzado a
cambiar sus costumbres, sus juegos y sus caprichos. Porque si se desliza
un milímetro –bueno, más bien es un kilómetro- se encontrará con
la mirada de la niña, más expresiva y más dolorosa que un puñetazo
en la mandíbula.
El peso de la paternidad, aunque sea asumida provisionalmente, le sirve
al protagonista para madurar; y su proceso se explica en un guión
excepcional, que no necesita de palabras y que implica con sabiduría al
espectador a través de los silencios, la música, los tiempos muertos y
las elipsis, en una continua rotura del ritmo que no cansa sino que
subyuga con su poesía. Sofía Coppola muestra con la misma inteligencia
implacable el desvalimiento de la chiquilla, la evolución del padre, la
aburrida idiotez de su trabajo –ruedas de prensa absurdas, fotografías
publicitarias, cómplices y mentirosas, eventos ridículos con premios más
ridículos todavía- y la quiebra de esa fascinación por un mundo que
no resiste el menor análisis.
El resultado es que Johnny Marco se encuentra tan perdido como Bob
Harris en Tokio. El personaje de Lost
in translation se mueve en escenario extraño mientras que éste
conoce el suyo como la palma de su mano; pero al igual que Bob, Johnny
empezará por reconocerse, mirándose en el otro –la otra- que tiene
al lado, y después en su propio espejo. Entonces, deberá dejar de
atronar al mundo con el cuádruple tubo de escape de su bólido y tendrá
que parar y apearse. La película concluye con una escena paralela a la
inicial, en un recurso dramático que no necesita explicación. Y que
vale tanto para un famoso actor de Hollywood atrapado en el ciclón del
éxito como para cualquiera que intente sobrevivir a la más modesta y
doméstica borrasca preguntándose por el sentido de su vida. (www.somewherethemovie.com)
SPANISH MOVIE
(06.12.09)
Dir.:
Javier Ruiz Caldera
Pro.: Eneko Lizarraga, Álvaro Augustin Gui.:
Paco Cabezas, Eneko Lizarraga
Int.: Alexandra Jiménez, Silvia Abril, Carlos Areces...
...Joaquín
Reyes como el Fauno, Eduardo Gómez como Alatriste, Michelle Jenner como
el hada, Leticia Dolera de reportera mocosa, Buenafuente y Berto Romero
como dos pitufos, Leslie Nielsen haciendo de doctor, y Joselito como él
mismo, o sea algo indescriptible. Y cito todo este reparto, porque como
será la última vez que hagan cine, pues para que les sirva de
consuelo. Ah, y también salen –pero éstos sí que repetirán-
Alejandro Amenábar, Álex de la Iglesia, Paco Plaza, Jaume Balagueró,
J. Bayona y Belén Rueda, en lo que vienen siendo unos cameos de nada.
Spanish
movie es
la primera película del joven aspirante Javier Ruiz Caldera. Se ha
colocado en el mismísimo filo de la navaja, pero hay que reconocer que
la culpa no es toda suya, sino más bien del guión que le han puesto
delante, con muy mala intención. Que no es otra sino la de atacar las
meninges del espectador con la fórmula americana –más que gastada,
desde Aterriza como puedas
hasta las terroríficas Scary
movie- de las que llaman “spoof movies”: las películas de
parodias, que enlazan una referencia tras otra hilándolas en algo que
tiene una remota apariencia de historia.
Aquí la cosa empieza con una misteriosa figura encapuchada que surge de
la niebla... y se acerca a un también misterioso caserón. Abre la
puerta y penetra en otro misterioso interior, lleno de salones y pasillos,
que nos recuerda, más misteriosamente quizás, a algo visto en El
orfanato. Inmediatamente, una mujer se despierta en su cama, en un
plano que quiere ser calcado de Los
otros, y nos vamos sin parar a una habitación, con su puerta, su
ventana y su cama; en la cama, postrado, un pobre parapléjico –más o
menos- que responde al nombre de Pedro San Antón. ¡Uy, casi igual que
el protagonista de Mar adentro, te has fijado?
Todavía tiene que aparecer el Fauno –sin su laberinto-, un
depauperado Alatriste, las
buenas gentes del pueblo manchego de Volver
y –aunque no peguen en el argumento ni con cola- sendos homenajes a Los lunes al sol, No es país
para viejos y REC. Me debo
de dejar algo, porque también aparece Chiquito de la Calzá y no
recuerdo muy bien por qué. Sí que me acuerdo de Joselito en brazos de
Silvia Abril, y una cosa redonda, estampada y muy grande, que es el culo
–postizo, menos mal- de Alexandra Jiménez. Ah, y creo que al final
hay tomas falsas, también muy graciosas.
Eso que tiene aspecto de guión es francamente flojo, ya lo he dicho
antes. Ya sé que no hay que ser demasiado exigentes con una propuesta
como ésta, pero aún así es necesario un mínimo de rigor, aunque
después parezca que no lo parece. Aquí no lo hay, la historia avanza,
se para, salta caprichosamente, los chistes caen del cielo como por
casualidad y hay un par de viñetas que no encajan en la historieta ni
con calzador. Tampoco el ritmo tiene un compás definido, y esto ya sí
es culpa del director, seguramente demasiado inexperto para pelearse con
garantías con un encargo de estas dimensiones.
Alexandra y Silvia, junto con Carlos Areces –que se ha puesto un
jersey azul celeste de cuello vuelto que es un primor- llevan la mayor
parte del peso del artefacto. Procedentes de la televisión, como la
mayoría del reparto, juegan la baza de su popularidad –o al menos eso
se pretende- en unos papeles muy alejados de sus roles de la pequeña
pantalla; se les ve con simpatía, pero no consiguen –ni se les exige-
unos niveles importantes de calidad interpretativa; eso sí, todos se lo
han pasado muy bien. Y eso, a veces se comunica al espectador; y a veces
no.
Al lado de todo
esto, puede que haya algún momento bien traído, alguna broma más
lograda y un par de secuencias trazadas con cierto ingenio. Pero pocas
risas para tanto empeño. Mira que lo siento, pero debo reconocer que
una vez más un tráiler me parece mucho mejor que la película; en este
caso, es más divertido, tiene bastante más ritmo, caben igualmente
todos los homenajes y además... es mucho más corto.
(www.spanishmovie.es)
SPENCER
(20.11.21)
Dir.:
Pablo Larraín. Pro.: Pablo Larraín, Juan de Dios Larraín, Maren Ade,
Janine Jackowski, Jonas Dornbach, Paul Webster. Gui.: Steven Knight.
Int.: Kristen Stewart, Timothy Spall, Sally Hawkins.
Pablo
Larraín es, seguramente, el más importante de los directores
chilenos de la actualidad. Su obra es variada y siempre interesante;
habla de su propio país -No (2012), El Club (2015)-,
se inspira en la música -Fuga (2006), Ema (2019)-,
o bucea en el alma de personajes públicos -Neruda,
Jackie (2016)-. A esta última línea pertenece su aproximación a
Diana de Gales en la presente película.
Transcurre durante las vacaciones navideñas, las últimas que la
princesa va a pasar con la familia real británica. Son tres días de
infierno: nochebuena, Navidad y San Esteban; el desencuentro es
total: Diana llega tarde, incumple todas las normas y tradiciones
del momento, no establece la menor comunicación con su marido ni con
sus reales suegros; no confía más que en su doncella, y solo la
presencia de sus hijos la alivia un poco en su desesperación.
De
hecho, el encaje es imposible. Desde el comienzo de la cinta,
Larraín se empeña en demostrar la distancia que existe entre la
férrea costumbre familiar y la libérrima voluntad de la princesa. Al
palacio llega el ejército -una columna- portando los equipajes y las
viandas que se van a consumir. Tan rígidos y uniformados como ellos,
la tropa de cocineros y camareros acude al relevo. Todo cronometrado
y medido al centímetro. Mientras, Diana de Gales va en su coche,
sola y completamente perdida por las carreteras próximas, sin saber
cómo llegar a la reunión.
Por fin,
lo consigue. Tarde. Incluso Su Majestad la reina ha llegado ya. Es
casi la hora de los sándwiches, y toda la familia la espera. En
vano, esta es la tónica general de cada jornada. Diana se retrasa
siempre, se entretiene con sus hijos, duda con sus vestidos -uno
fijado para cada ocasión y ninguno le viene bien-, se ausenta y vaga
por los jardines y bosques cercanos, discute con el mayordomo real…
Un caos.
La mente
de Diana tampoco parece muy firme. Larraín nos muestra una todavía
princesa de Gales confusa, alterada, con rasgos de bulimia y
autoagresiones, además de caprichosa y descarada. La realidad la
desquicia y no encuentra consuelo más que en la evasión, inspirada
en la figura de Ana Bolena -que también perdió la cabeza, en este
caso menos metafóricamente-, una reina mártir que representa su
futuro. Si creyera en él, que parece que no.
La
película no es un repaso biográfico al uso; tampoco lo eran
Neruda ni Jackie; el cine de Larraín no es así, y el
espectador desprevenido puede desorientarse ante la ausencia de
glamour o de cualquier clase de indagación acerca de la familia real;
de hecho, sus componentes son figuras de cera en este museo de los
horrores: cuatro frases del príncipe Carlos y un par de apariciones
silentes de la reina Isabel. Todo en la pantalla es Diana y sus
demenciadas idas y venidas. Eso sí, con un brillantísimo -e
inquietante- tono
general y alguna secuencia absolutamente antológica.
Es
gracias al sentido fílmico de Larraín y a la majestuosa -nunca mejor
dicho- interpretación de Kirsten Stewart, una actriz en su mejor
momento, totalmente entregada a su director y al personaje, que
recrea como ninguna otra colega ha conseguido hasta ahora. No “hace”
de Diana: “es” Diana de Gales en cuerpo y alma. Su interpretación es
puro cine, pura coreografía. Y para esto, en absoluta simbiosis con
una sensacional banda sonora: la música de Jonny Greenwood.
Compositor de cabecera de
Paul Thomas Anderson -Pozos de ambición, The master,
El hilo invisible- y reciente autor de la música de El
poder del perro de Jane Campion, Greenwood ha creado una banda
sonora omnipresente, potentísima, acertada en cada compás, que se
convierte en la otra protagonista de la película. Ya señalaba el
interés de Larraín por la música; está muy presente en toda su obra,
y en Spencer particularmente. Hasta el punto de
transformarla, casi, en una película musical. No lo es, pero todas
estas bazas la convierten en una obra muy interesante, intensa y
personal. Sobresaliente.
STAR TREK (10.05.09)
Dir.:
J. J. Abrams
Pro.: J. J. Abrams, Damon Lindelof Gui.:
Roberto Orci, Alex Kurtzman
Int.: Chris Pine, Eric Bana, Winona Ryder, Zachary Quinto
¿Quién es J. J. Abrams? Pues una
figura: neoyorkino, 42 años, productor de series de televisión como Fringe,
6 grados, Alias, Felicity y la
superpopular Perdidos;
guionista de todas ellas y además de A
propósito de Henry, Eternamente
joven, Armaggedon y Misión imposible III... Así es que, con esos créditos, ¿quién
podía “resucitar” la serie galáctica más popular de todos los
tiempos? Este hombre, sin duda.
Claro que más que resucitar, lo que ha buscado –con muy buen criterio
comercial- es “renacer” la historia: tanto, que en la secuencia
inicial asistimos al nacimiento del futuro capitán Kirk, en medio de un trepidante combate galáctico. A
partir de ahí el relato progresa contando la juventud del personaje, al
que se van añadiendo los tripulantes de la nave Enterprise: Scotty, Sulu... y, por
supuesto, el vulcaniano Spock, que será –pero aún no- el mejor amigo
de Kirk. De momento, ni siquiera se llevan bien: Spock es un serio
militar, al que su mitad extraterrestre no le permite demasiado sentido
del humor; exactamente lo contrario que Kirk, que parece haber olvidado
que es hijo de un héroe galáctico y está más por el ocio que por el
negocio, o sea el trabajo.
Sin embargo, la Enterprise parece ejercer una indudable atracción sobre
el joven zascandil; lástima que su rendimiento académico no le dé
para graduarse de piloto interplanetario. Como no haga alguna trampa,
estoy viendo que se queda en tierra, sin nave, sin amigos y sin la chica
que le gusta.
No está mal el prólogo, porque la verdadera acción llega enseguida.
La Federación, como de costumbre, está en
guerra con otras galaxias, sobre todo porque esas otras civilizaciones
–como ya sabemos por los infinitos capítulos de la serie, más los 10
antecedentes en la pantalla grande- siempre gozan de intenciones más
que perversas. Y más que antiguas, porque no es sólo el espacio el que
se quiebra fácilmente en esta aventura: también el tiempo se dobla y
se desdobla a voluntad, produciendo incluso paradojas que harán las
delicias de los "fans". Aquí el enemigo es un tal Nero, un
malvado romuliano que clama venganza contra Spock –poco a poco iremos
sabiendo por qué- y se pasa toda la película, algo así como
veinticinco años- haciendo la pascua con su nave invencible: destroza
el planeta Vulcano –casi parece la secuencia inicial de Superman-, acaba con cuantas naves lo atacan, pone en serios
aprietos a Kirk –perdido en un planeta gélido, parecido a alguno de La
guerra de las Galaxias- y encima apresa al capitán Pike y deja a la
Enterprise sin jefe.
Casi 150 millones de dólares –unos 110 millones de euros- de
presupuesto que, seguramente, han sido bien empleados: la película
tiene muy buen ritmo y un estupendo sentido de la narración, que no se
pierde a pesar de los vaivenes temporales. Además de esos homenajes
implícitos a las otras grandes series de la ciencia ficción, esta Star
Trek es fiel a sí misma y al mismo tiempo tiene la suficiente
capacidad dramática y garantiza la diversión tanto a los más
furibundos trekkies como a los
que se acerquen a la película con menor pasión o conocimiento. El
reparto, con Eric Bana de villano y las fugaces intervenciones
maternales de Winona Ryder y Jennifer Morrison -la doctora Cameron de House- toma perfectamente el relevo y todo funciona a la perfección.
En resumen: 40 años de aventura espacial, sucesivas reformas y
remiendos argumentales más o menos caprichosos, intentos afortunados y
otros no tanto... y ahora la jugada maestra, consumada por el nuevo tahúr
de la imagen: J. J. Abrams devuelve el relato a sus orígenes y así
podemos volver a hilvanar otras cuatro décadas de éxitos. De momento,
éste parece asegurado. El espectáculo es todo lo apabullante que se
puede esperar: naves en el espacio, tremendas batallas, grandes
peligros, mucho ruido y mucho heroísmo; el humor necesario y el
suspense adecuado. Y todo aderezado con los mejores y más nuevos
efectos visuales y sonoros; esos que sólo se pueden degustar en las cómodas
butacas y las pantallas gigantes de los grandes cines. Algo es algo. (www.paramount.com/startrek/)
STILL WALKING (07.06.09)
Dir.: Hirokazu Kore-eda
Pro.: Yoshihiro Kato, Hijiri Taguchi Gui.:
Hirokazu Kore-eda
Int.: Hiroshi Abe, Yui Natsukawa, You
Sexta
película del japonés Hirokazu Kore-eda –uno de los mejores
exponentes de la nueva generación de cineastas de su país-, y tercera
estrenada en España, donde aún es un completo desconocido para el gran
público. No para los buenos aficionados, que ya tuvieron oportunidad de
emocionarse en el 2005 con Nadie
sabe –aquella auténtica tragedia urbana protagonizada por cuatro
niños abandonados por su madre- y después disfrutar en el 2007 con Hana,
una historia moderna atravesada por el inmortal espíritu samurái.
Los padres de Kore-eda murieron recientemente, y del dolor y la
incomprensión de esa pérdida nació esta reflexión familar: después
de mucho tiempo, los Yokoyama –tres generaciones- se van a reunir de
nuevo en la casa de los ancianos padres. La hija, su marido y los nietos
ya están allí; el otro hijo, con su mujer y el niño de ésta –de un
matrimonio anterior-, llegan en el autobús. Serán veinticuatro horas
de convivencia nada más, muy poco para que ocurra algo verdaderamente
importante; pero suficiente para que afloren algunos secretos olvidados,
ciertas mentiras escondidas, más de una verdad reprimida.
El hijo mayor falleció hace quince años, y su recuerdo permanece en la
casa con una determinación que llega a ser violenta. Poco a poco vamos
descubriendo las circunstancias de aquel accidente, y comprendemos los
sentimientos reprimidos día a día y liberados en cada conmemoración.
La tradición familiar es un yugo que aprisiona a cada miembro, con
distinto peso pero con la misma presencia: los padres, siempre
inconsolables; los hermanos, forzándose en asumir la ausencia y sus
consecuencias, en una relación tan férrea que no deja lugar a la
improvisación, aunque sea tan involuntaria como ésa.
De todas formas, los años han pasado y los hijos presienten que se acerca
el final de los padres: un médico que se resiste a la jubilación y una
mujer entregada a su casa y a su descendencia. Entre el ir y venir de la
cocina a la sala, entre platos copiosos y licores –los manjares de
toda la vida-, entre la somnolencia y la vigilia, en las conversaciones
susurradas y los sobreentendidos clamorosos, las horas pasan y los
hermanos pugnan por reconocerse y por cerrar las heridas del tiempo,
mientras atisban las revelaciones futuras de la existencia.
A pesar de la violencia soterrada de algunos momentos, Kore-eda filma
apaciblemente, dejando que las sensaciones penetren con delicadeza,
insertando incluso bellísimos planos de estancias vacías, tiempos
detenidos, elementos de la naturaleza –cerezos en flor, mariposas...-
que apoyan visualmente su apuesta por la armonía. El montaje posee una
permanente cadencia, que permite mostrar el transcurso del día sin
altibajos y se resuelve en el epílogo reposado y lleno de añoranza:
una secuencia de excelencia cinematográfica que explica en unos
minutos, unos gestos, un horizonte y una voz, toda una vida: todas las
vidas.
Hirokazu Kore-eda funde frecuentemente en sus películas el sentido
tradicional y la actitud vital de la cultura japonesa con los aspectos más
actuales de la cultura global contemporánea. Si en Hana
todavía resonaban los códigos morales y narrativos de Kurosawa, en ésta
hay mucho más de la meditación cotidiana de Ozu que, por ejemplo, de
la épica violenta de un Takeshi Kitano. Sus personajes –espléndidos
intérpretes y mención especial, como de costumbre, a esa mirada
reveladora sobre los niños- viven su normalidad diaria en un Japón
moderno, de hoy mismo, y sin embargo no renuncian a una raíz ancestral,
que se hunde en el sustrato más profundo de su conciencia.
De esta manera, Still walking
es una contenida y poética reflexión sobre la familia, el tiempo y la
fugacidad de los sentimientos; y tanto una apuesta por el futuro –los
nietos- como, sobre todo, un sentido homenaje a los padres ancianos, la
presencia declinante hacia el próximo ocaso. Un sentimiento que vale
para Oriente pero también para cada casa y cada rincón de nuestro
suelo. (www.golem.es/stillwalking)
STOCKHOLM (Ver SÉPTIMO)
STONE (24.10.10)
Dir.
John Curran
Prod. David Mimran, Jordan Schur
Gui. Angus MacLachlan
Int. Robert De Niro, Edward Norton, Milla Jovovich.
John
Curran ha dirigido Ya no somos dos
y El velo pintado; mucho mejor
la segunda, pero ambas con argumentos que hablan de la infidelidad y el
adulterio. Parece que el tema le interesa, porque en esta turbulenta
historia presente vuelve a incidir en él.
Tras un prólogo tremebundo, en el que conocemos cómo se las gasta el
protagonista, saltamos unos años para llegar al momento en que Jack
Mabry, un hombre duro, inflexible, muy religioso y absolutamente
dedicado a su profesión –es oficial de prisiones-, está a
punto de jubilarse. Todavía pasan por sus manos los reclusos que
quieren abandonar la cárcel: él es quien debe elaborar el informe que
otorgará la libertad, en el grado correspondiente, y vemos desfilar por su
despacho a los penados que hacen firmes protestas de arrepentimiento y
rehabilitación. Hasta que llega “Stone”, un preso de aspecto y carácter
tremendos, acusado de crímenes horribles por los que ha pasado años
encerrado.
Éste sería un caso profesional más, si no fuera por Lucetta, la joven
y espectacular mujer del recluso; “Stone” la utiliza para tejer una
espesa tela de araña de seducción en torno al desprevenido Jack.
Aunque él comprende enseguida la maniobra de la pareja, y sabe
perfectamente cuál es su deber, le resulta muy difícil escapar a la
tentación y renunciar a los placeres que la guapísima Lucetta le
sugiere. De un lado está su integridad profesional y su sentido moral,
pero de otro están las palabras, los susurros al teléfono, las
invitaciones y las caricias en la penumbra… y lo que seguirá. Jack
vive un auténtico infierno, que paga su mujer, sus colegas y, al final,
él mismo.
Stone es una historia de pesadilla, un oscuro y perverso juego, con el siempre
inquietante Edward Norton, la muy seductora Milla Jovovich y el mejor Robert
De Niro de los últimos tiempos: que no es mucho decir, pero ya es algo.
(http://stone.filmax.com)
SUBURBICON
(09.12.17)
Dir.: George Clooney. Pro.: George Clooney, Grant
Heslov, Teddy Schwarzman. Gui.: Ethan, Joel Coen, George Clooney,
Grant Heslov. Int.: Matt Damon, Julian Moore, Oscar Isaac
George Clooney es ese señor de 56 años, que lleva 40 en las
pantallas, que ha intervenido en 79 títulos como actor, ha producido
36 obras y ha dirigido hasta la fecha 7 películas –recordemos
Monuments men, Los idus de marzo y Buenas noches y
buena suerte, por ejemplo- y que es uno de los personajes más
atractivos y más simpáticos de Hollywood. Una estrella.
Su
nueva película, Suburbicon, cuenta con un guion de los
hermanos Coen, insistiendo una vez más en una colaboración que lo
sitúa, alternativamente, delante o detrás de la cámara. La autoría
de los Coen es más que evidente aquí, pero también el punto de vista
de Clooney acerca de la sociedad de su país, a la que no deja de
fustigar; aunque la acción se sitúe a mediados del pasado siglo.
Suburbicon
es el barrio ideal en cualquier ciudad de cierta importancia. Todo
parece perfecto en las bonitas casas, entre calles impolutas
adornadas por jardines y parterres exquisitamente cuidados. Se
respira tranquilidad, buen gusto y alegría de vivir. También en el
hogar de los Gardner, un ejecutivo que parece feliz con su hijo, su
mujer y su cuñada. Ellas, Rose y Margaret, son gemelas; y aunque la
mujer quedó inválida en un accidente, son tan parecidas que no es de
extrañar que la vida conyugal parezca no resentirse.
Pero en la casa de al lado hay un problema: acaban de llegar los
nuevos propietarios, los Mayers: un matrimonio joven… y negro. Algo
que hace temblar los cimientos de una comunidad tan armoniosa,
homogénea y tremendamente racista. Y los acontecimientos se disparan
en una insospechada escalada de violencia. Los vecinos cercan la
casa de los Mayers, en un asedio cada vez más estrecho, más brutal.
Y, por si fuera poco, en la de los Gardner penetran en plena noche
un par de maleantes que se llevan todo lo que pueden, maltratan a
los propietarios y provocan una terrible tragedia.
Lo
que viene a continuación son las consecuencias de esos
acontecimientos. Y se desarrolla una doble trama, más en primer
plano la de la familia Gardner, con policías, peritos, delincuentes
de doble filo y sorprendentes relaciones familiares, pero quizá más
potente la de los Mayers: ahí hay una metáfora, una trascendencia y
un zurriagazo a la sociedad más típica norteamericana de entonces y
ahora, los puros “wasp” –blancos, anglosajones, protestantes- que
habitan las mejores urbanizaciones del país.
Sobre el escenario bastante negro, generalmente canalla y nunca
desprovisto de suspense y de emoción cercana al espanto de los Coen
planea el punto de vista de Clooney, más universal y, aunque no lo
parezca, mucho más radical y vitriólico. En cualquier familia, una
mala tarde la tiene cualquiera; pero si una masa, una nación está
enferma –de odio, de xenofobia, de cualquier otra fobia-, eso es
mucho más inquietante y trascendente. Si además el ejemplo se filma
con la elegancia y la precisión que hay en Suburbicon, el
resultado es una obra notable y necesaria.
SUEÑO
Y SILENCIO
(10.06.12)
Dir.:
Jaime Rosales
Pro.: J.R., José Mª Morales, Jérôme Dopffer
Gui.: J.R., Enric Rufas
Int.: Yolanda
Galocha, Oriol Roselló, Alba Ros
Nueva
película de Jaime Rosales (Barcelona, 1970), el más singular de los
directores españoles; si alguien lo duda, repasemos su filmografía: Las horas del día (2003), La
soledad (2007) y Tiro en la
cabeza (2008). Y ahora ésta Sueño
y silencio, otra película formidable, original, inteligente… Las
obras de Rosales son diferentes radicalmente, cada una explora caminos
distintos; y sin embargo tienen mucho en común. Además de ese riesgo
constante y esa apuesta por la experimentación, los argumentos hablan
invariablemente de la muerte; de la muerte violenta, producto del crimen
o el accidente: en la primera retrataba a un gélido asesino múltiple;
en La soledad, una bomba
estallaba en el autobús en que viajaba la protagonista; en Tiro
en la cabeza, reproducía el asesinato de dos guardias civiles a
manos de un etarra. En Sueño y silencio, un absurdo accidente de tráfico acaba con la
vida de una pequeña, quebrando la de toda la familia.
Y por otra parte, cada obra de Rosales es siempre un desafío para el
espectador, que no puede permanecer pasivo, sino que debe participar,
investigar, elaborar su propia película, a medias con el director. Sueño
y silencio se abre y se cierra con un paréntesis a modo de pista:
un plano cenital de Miquel Barceló, que elabora minuciosamente una lámina:
el pintor superpone elemento sobre elemento, cambiando sin cesar su
pintura, hasta que alcanza el resultado final. De alguna manera, un
plano-secuencia, que sólo obtiene su auténtica verdad, su realidad
total, cuando acaba, cuando se completa: exactamente como los que
componen la película. Que está rodada en blanco y negro, a primera
toma y con reparto no profesional; y con un punto de vista aleatorio: la
cámara ocupa la mirada de un espectador casual –como lo somos
cualquiera de la vida de los demás-, con encuadres a veces nada
convencionales.
El relato se puede resumir en pocas líneas: describe la vida de una
familia, un matrimonio joven, sus dos niñas, los abuelos… Viven en
París, la madre es profesora de español, el padre es arquitecto. La
arquitectura, la construcción y la “autoría” de la obra, es
importante en la película. Y también los idiomas: español, francés,
inglés, catalán, todos se usan alternativamente. De manera normal,
como todo es más o menos normal en la vida de esta gente. Y de pronto,
el accidente, la muerte. La niña mayor muere, el padre queda malherido.
Y el trauma y el dolor se abate sobre la familia: la madre devastada, la
hermanita confusa, los abuelos con la sabiduría de la vejez atenuando
el golpe…
El padre, cuando se recupera, no recuerda nada; ni siquiera,
inexplicablemente, la existencia de su hija muerta. La hija que ya no
está es la hija que nunca estuvo. No hay recuerdo, no hay dolor. Solo
silencio. Y el sueño de la madre, que revive en sus pesadillas y sus
vigilias insomnes la vida que tuvo y ya no tendrá, con sus hijas, las
dos vivas, a su lado. Como en La soledad –con la que hay más de un elemento coincidente-, la
maternidad truncada no encuentra alivio en la propia realidad, en la
propia vida que se siente amputada y traicionada.
Las imágenes nos van mostrando la evolución de estas personas, y ellas
nos hablan de su dolor y de cómo superarlo. A veces, aun sin palabras;
en ocasiones, sin dejarse ver. Tenemos el privilegio de asomarnos a sus
vidas, pero Rosales no nos da ninguna facilidad, ninguna explicación añadida,
ningún reposo. La cámara descubre a los personajes de repente, sin
avisar y ahí se queda mirándolos, estática o con lentos, silenciosos
movimientos que los envuelven o los persiguen, los descubren para que
los hagamos nuestros otra vez. Y de nuevo es el espectador –de la mano
de unos intérpretes magníficos en su anonimato- quien debe construir,
enlazar, comprender lo que pasa delante de él.
Rosales rompe todas las normas de una película convencional, pero esa es
su apuesta, nuevamente, por el cine en estado puro: el que más se
acerca a la vida. Y en la vida no hay narradores, ni subtítulos, ni músicas
adornando las palabras, las miradas, las ausencias, los sueños, los
silencios. (http://www.wandafilms.com/site/sinopsis/sueno_y_silencio)
SULLY
(05.11.16)
Director: Clint Eastwood. Intérpretes: Tom Hanks, Aaron Eckhart,
Laura Linney.
A sus 86 años, Clint Eastwood sigue haciendo cine; y no un cine
cualquiera: Sully es una estupenda película, y como viene
siendo habitual últimamente -Invictus, J. Edgar,
Jersey Boys, El francotirador- una sólida
recreación de unos sucesos y unos personajes reales. Sully,
seguramente, es la mejor de todas estas. Cuenta lo sucedido el 15 de
enero de 2009, cuando Chesley “Sully” Sullenberger, que pilotaba un
Airbus 320 que se había quedado sin motores por el choque con una
bandada de aves
consiguió “aterrizar” en el río Hudson, salvando
la vida de las 155 personas que iban a bordo. Fue reconocido
popularmente como un héroe, pero los ejecutivos de la US Airways lo
sometieron a un proceso que trataba de averiguar si se podría haber
dirigido el avión a los aeropuertos cercanos y evitado así las
cuantiosas pérdidas económicas que el accidente provocó a la
compañía.
La película narra toda esta historia, fragmentando la acción con
evidente acierto al presentarla desde el punto de vista del
protagonista y su drama profesional y humano; esta vez el personaje
no es un tipo infalible ni un héroe de una pieza, sino un hombre
normal, tan solo un profesional competente y experimentado, que
llega a dudar y a sentirse angustiado y solo ante un suceso tan
descomunal. Trata de ser objetivo y la película lo intenta también,
casi todo el tiempo; por eso quizá no es tan emocionante -quiero
decir sensiblera-, lo que en este caso puede resultar una cualidad
destacable.
Lo que sí tiene, como no podía ser de otra manera, es un estupendo y
corto reparto, con un Tom Hanks modélico en el papel del comandante
Sully, y una brillante puesta en escena, que no escatima en medios
–perfectas las secuencias del impacto y el posterior salvamento en
el río, con el avión y sus pasajeros flotando a duras penas- y que,
como digo, modula el relato inteligentemente para la comprensión y
la emoción del espectador.
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