Por Larry D'Abutti
=R=
RANGO
(06.03.11)
Dir.: Gore Verbinski
Pro.: Gore Verbinski, John B. Carls, Graham King
Gui.: John Logan
Int.: Johnny Depp, Isla Fisher, Bill Nighy (Animación)
Gore Verbinski es ahora muy conocido por sus Piratas
del Caribe –las tres ya estrenadas; en la cuarta ha sido
sustituido por Rob Marshall- pero también ha dirigido Un
ratoncito duro de roer, The mexican –ambas en cierta manera
antecedentes de la actual-, La señal
–la versión americana de The
ring- y El hombre del tiempo,
la última vez que Nicolas Cage no hizo una completa estupidez.
A partir de una historia propia y de John Logan y con un guión de éste,
Verbinski ha desarrollado Rango,
un auténtico homenaje al western; con todos sus héroes, sus villanos,
sus escenarios polvorientos y siempre peligrosos, su clima de aventuras,
acción y un poquito de amor, su música y su color… y Clint Eastwood.
Todo ello merced a una prodigiosa animación, que esta vez no es de
Pixar sino de la Industrial Light & Magic de George Lucas en la
primera producción de Paramount separada de Dreamworks. Todas estas son
palabras mayores, naturalmente; hablamos de nombres propios de un género –o más bien
una especialidad- que tiene en cartelera ahora mismo Enredados,
El oso Yogui y Chico y Rita,
tres muestras más de la pujanza de este cine.
Rango vive apaciblemente con su familia de acogida, hasta que un desgraciado
accidente lo deja abandonado, maltrecho y asustado en pleno desierto.
Cuatro cactus, una tierra hirviente, algún grotesco pedrusco que no es
lo que parece, y el peligro inminente de ser aniquilado por la crueldad
de la ley del más fuerte… o el más hambriento. Aunque es capaz de
mimetizarse con el terreno bastante bien, Rango
no tiene más remedio que tentar a la suerte, echar a correr y tratar de
llegar más o menos ileso al lejano poblado que se divisa en el
horizonte, entre espejismos, pelusas y arenas movedizas.
Porque nuestro protagonista no es
más que un pobre camaleón y sus posibilidades de supervivencia son más
bien escasas; de hecho, el ubicuo mariachi de lechuzas que hace de coro
quejumbroso y relativamente siniestro, ya nos lo ha anunciado desde su
primera ranchera: Rango no va
a durar ni un suspiro, enfrentado a enemigos de mucha envergadura: el
aguilucho cazalagartos, la pavorosa serpiente de cascabel y –el más
peligroso- el malvado alcalde del pueblo.
El pueblucho se llama –aproximadamente- “Mugre”, y no es de extrañar,
porque allí no hay ni gota de agua; no para limpiar, sino tampoco para
beber: hace siglos que no llueve y el líquido elemento está
superracionado y controlado por el alcalde y sus esbirros. De nada sirve
que los lugareños, deslumbrados por las supuestas hazañas de Rango,
lo nombren sheriff y esperen que les solucione la vida; él lo intenta,
porque no quiere quedar mal ante sus nuevos amigos y ante Beans, la
encantadora sabandija que le gusta. Pero es más fácil fracasar y
desanimarse que perseverar en el esfuerzo y el peligro. La vida, que era
muy dura en el Oeste americano.
Rango, la película, es un auténtico prodigio. El diseño de los personajes
es muy original, muy divertido y completamente acertado, y la épica del
western llena cada minuto de la narración. Verbinski y sus
colaboradores se han inspirado en títulos como El
bueno, el feo y el malo y en los escenarios auténticos de The mexican, y los actores han rodado realmente muchas de las
escenas. Mark McCreery, el diseñador de producción de Piratas del Caribe ha trabajado como si de una película de acción
real se tratase y, por supuesto, la magnífica banda sonora de Hans
Zimmer es el complemento más adecuado y más brillante.
Quizá Rango
no sea tan apropiada para un público netamente infantil –ahí Yogui
y, sobre todo, Enredados la
superan con su ingenuidad y alegría-, pero para jóvenes y adultos de
cualquier edad, seguidores del western y la animación o amantes del
buen cine sin más etiquetas, ésta es una propuesta sorprendente, muy
entretenida, llena de inteligencia y sentido del humor: una estupenda
película en versión original y –supongo- también doblada. (www.rangomovie.com/intl/es/)
RASTROS DE
SÁNDALO
(30.11.14)
Dir.: María Ripoll
Pro.: Anna Soler-Pont,
Ricard Domingo Gui.: Anna Soler-Pont
Int.: Aina Clotet, Naby Dakhli,
Nandita Das
Lo contrario de
lo que ocurre en Rastros de sándalo, una producción dirigida al
público adulto, aunque no carente de pretensiones. Cuenta una historia
que comienza en la India y acaba en Barcelona; o, por lo menos, llega
hasta allí, donde se encuentra la hermana pequeña de una famosa actriz
de Bollywood, a la que le fue arrebatada al quedarse huérfanas. A la
mujer, rica y llena de buenas intenciones, le cuesta muchísimo encontrar
el paradero de su hermana, que desconoce completamente su origen y que
fue adoptada por un adinerado matrimonio catalán.
Es un guion extraño, al que no le falta calidad pero si, desde luego,
pasión. Todo queda en tono menor, y hay cierta diferencia narrativa y
estilística –que no le sienta muy bien a la película- entre los momentos
y los escenarios de uno y otro continente. Y también hay dos mundos de
separación entre ambas protagonistas, por más esfuerzos que hace Aina
Clotet por salvar su personaje; me ha gustado mucho más en otras
ocasiones.
[REC]
(25.11.07)
Dir.:
Jaume Balagueró y Paco Plaza
Pro.: Julio
Fernández Gui.: Jaume
Balagueró, Paco Plaza
y Luis Berdejo
Int.: Manuela Velasco, Pablo Rosso, Jorge Serrano
Balagueró
y Plaza ya habían dirigido juntos un curioso documento –OT: La película- sobre los primeros participantes en “Operación
Triunfo”, un experimento que no vio casi nadie, y que hoy sería muy
interesante recuperar; pero lo fundamental de sus carreras se asienta,
por separado, en el cine de terror: Darkness,
Frágiles y Los sin nombre y Romasanta,
respectivamente. Ahora han vuelto a unir sus nombres en este proyecto,
que ganó, muy merecidamente, unos cuantos premios, incluido el de la
mejor dirección, en el pasado Festival de Sitges. Si el terror es, como
parece, el género de moda en el cine español, esta película es un más
que digno referente.
Una joven y esforzada periodista de televisión elabora un reportaje
sobre la vida y el trabajo de los bomberos municipales. Llevada por su
afán de realismo, se integra con todo su equipo de producción –es
decir, con su cámara- en una dotación que pasa la noche en medio de su
rutina habitual, esperando que se produzca –o mejor, que no se
produzca- un aviso que les haga ponerse en marcha.
Por fin, ese momento llega. La periodista y el cámara se meten en el
coche de bomberos, y todos parten hacia lo que tiene aspecto de ser una
alarma menor: no hay fuego, ni siquiera una inundación; es una anciana
que parece tener problemas en su piso; los vecinos la han oído gritar y
han llamado a la policía y a los bomberos. Juntos, penetran en el
edificio, llegan al piso, efectivamente, allí está la anciana... y de
repente todo se convierte en una auténtica pesadilla, una ratonera
mortal.
La película nos brinda todo el rato las imágenes que la cámara
recoge, al principio con la tranquilidad y el oficio de la reportera,
pero luego con los nervios de una situación inesperada –todavía
pendiente de la gran noticia, la exclusiva y la posibilidad del éxito-,
y por último con la angustia, el horror y el miedo definitivo. A través
de ella, los espectadores presenciamos atónitos, primero, atemorizados
después, y finalmente horrorizados, los acontecimientos que se van
desarrollando delante del objetivo.
Evidentemente –no se puede
obviar la referencia- [REC]
recuerda, en su planteamiento formal, a El
proyecto de la bruja de Blair, pero sustituyendo el espíritu
“amateur” de aquellos irreflexivos protagonistas por la intención
de documentalista profesional de la arriesgada periodista. Además,
Plaza y Balagueró, sabiamente, se han traído el escenario a uno de los
espacios más eficaces y reconocibles –además de habitual- del cine
de terror: el edificio urbano, la casa, un lugar cercano y cotidiano,
que podría ser el nuestro, en el que vivimos tranquilos y
despreocupados... hasta ahora.
Este recurso permite a los autores una resolución técnica más
brillante, más realista todavía y, desde luego, mucho más potente. Es
verdad que el punto de partida no es muy original, y hay que reconocer
que los directores no se arriesgan aquí por caminos sin explorar
–como han hecho en otras de sus películas-; quizá también es cierto
que la película se alarga hasta una duración convencional –más allá
de la muy brillante primera hora-, provocando cierto agotamiento en el
espectador. Pero tampoco se puede discutir la calidad de este guión, su
capacidad para el asalto repentino y el susto sabiamente dosificado y,
desde luego, la consecución de una cima del horror de altura muy
respetable. (http://movies.filmax.com/rec/)
[REC]3
GÉNESIS
(01.04.12)
Dir.:
Paco Plaza
Pro.: Julio
Fernández Gui.: Paco
Plaza, Luiso Berdejo
Int.: Leticia Dolera, Diego Martín, Ismael Martínez
Paco
Plaza es un nombre clave en el terror y el fantástico de la “factoría”
Filmax y del cine español en general. Ha dirigido El
segundo nombre, Romasanta, la caza de la bestia y, en colaboración
con Jaume Balagueró, REC y REC
2. Balagueró es productor creativo en esta tercera entrega y en la
cuarta, que ya se anuncia, invertirán los papeles. Filmax, con una u
otra denominación, es la productora que más empeño demuestra en este
género en estos años, y decir Filmax es decir Julio Fernández: un
hombre que se lo sabe todo de este tinglado, uno de los pocos que tiene
una idea aproximada de lo que puede ser una industria cinematográfica
en España, y un águila –o un halcón, quizás- para los negocios.
Dicho esto, cabría preguntarse si era necesario un capítulo más de la
serie REC. Y la respuesta es
que sí, porque esta tercera parte es estupenda: seguramente, la mejor
de las tres. Para empezar, supone una ruptura y un aire nuevo con
respecto a las precedentes. Aquí no estamos en el claustrofóbico
espacio de una casa hermética, sino en el día más feliz de la vida de
Clara y Koldo. Que se casan, vamos. Y presenciamos las obligadas imágenes
del DVD del acontecimiento: fotos de los novios de pequeños, de jóvenes,
de pareja enamorada… escenas previas a la boda con la novia en casa,
el novio en la puerta de la iglesia, los parientes, los amigos que
llegan, el tío Víctor, el abuelo…
Por la pantalla cruzan vertiginosamente los acontecimientos, grabados cámara
en mano por todo tipo de artilugios, desde las de los iPhone de los
invitados hasta la muy profesional del cinéfilo de turno, con su
“steadycam” y todo. No se escapa nada, cada momento de emoción y
de… eso: de emoción, queda registrado para la posteridad. Es REC
puro: una película de terror.
Pero de pronto se cumple el sueño de más de un asistente, y el
jolgorio se convierte de verdad en una pesadilla; todo se viene abajo y
lo que parecía no ir más allá de algún coma etílico, algún
encontronazo más o menos íntimo y la resaca general, se transforma en
un banquete infernal en el que el picadillo abunda pero no se encuentra,
precisamente, en los platos del convite.
Y aquí viene, paradójicamente, la segunda ruptura con el esquema
precedente. El novio, desesperado porque no comprende qué está
pasando, no sabe dónde ha ido a parar su chica y está harto de que lo
graben en riguroso “cine-verité”, manda apagar la cámara de manera
expeditiva. Y la película –la que todos vemos- se reinventa a sí
misma y se reivindica como lenguaje y como género. De hecho, en este
momento aparece el título, REC 3,
para indicar que empieza algo nuevo. Así es: evadidas del corsé de la
mirada subjetiva, las imágenes vuelan libres y, sin perder ritmo ni
intensidad, pasan de la crónica bufa al terror clásico más bien
tirando a “gore”.
Paco Plaza y sus actores se mueven con agilidad y eficacia entre las
convenciones del argumento. Diego Martín es Koldo, un joven aturdido e
indeciso, que poco a poco irá creciendo en valor y astucia tratando de
reunirse con su reciente esposa. Leticia Dolera, Clara en la película,
es mucho más decidida y, desde luego, tiene muy claro que ese es el día
más feliz de su vida y que no va a consentir que nadie se lo estropee.
Luchará con todas las armas a su alcance, incluso provista de sierra eléctrica
–evidente homenaje a los clásicos- o peleando a puñetazos. Va a buscar
a su marido y ¡ay! del que trate de impedírselo.
El afán de ambos por encontrarse es tan fuerte y tan puro, que
seguramente hasta alcanzarán ayuda divina. Para el éxito de la película
no debería hacerles falta, porque tiene todos los ingredientes
necesarios: un muy buen guion, divertido cuando es necesario y
truculento todo el rato; una factura impecable, con el uso justo de
trucos y efectos; estupendo ritmo, muy medido y sin concesiones –dura
hora y cuarto y no hace falta más- y absoluta coherencia con el género
y con sus antecedentes. En resumen, un regalo para incondicionales y
seguidores de la serie.
(http://www.rec3genesis.com/)
RED (30.01.11)
Dir.: Robert Schwentke
Pro.: Lorenzo
di Bonaventura, Mark Vahradian
Gui.: Jon Hoeber, Erich Hoeber
Int.: Bruce Willis, Mary-Louise Parker, Morgan Freeman
Red es rojo, en ingles, y alude quizás a la temperatura que adquiere la
acción; mucho más, desde luego, que a una acepción más cercana a la
que inspiró la película de Warren Beatty: aquí no hay ningún
comunista suelto. En realidad, son las siglas de Retirado Extremadamente
Peligroso (dangerous en el original); pero en español también
funciona, porque los personajes aludidos –numerosos y famosos, como
ahora veremos- se ven envueltos en una malla tenebrosa de conspiración
y peligro mortal. Partiendo de una
novela gráfica de Warren Ellis y Cully Hamner, los Hoeber han compuesto
un guión con buenas dosis de acción, aceptable intriga y sentido del
humor. Las imágenes son responsabilidad del alemán Robert Schwentke,
otro de los directores europeos que trabajan últimamente en Hollywood;
suyas son Tatoo –todavía en
Alemania-, Plan de vuelo:
desaparecida –con Jodie Foster- y la fantasía romántica Más
allá del tiempo.
La historia de Red comienza
cuando el ex agente de la CIA Frank Moses comprende que le ha llegado la
hora de la jubilación. Más que nada porque la agencia se lo notifica a
cañonazos; no se sabe si es porque ha sido malo o simplemente por no
engordar las listas del paro. Moses se defiende como puede; menos mal
que cuenta con la ayuda –bastante involuntaria- de Sarah, una
atractiva empleada de banca, y de su maestro y mentor Joe, un veterano
espía que espera, éste sí, el último y definitivo retiro.
Al hilo de la acción irán apareciendo otras viejas glorias de la
organización, en diverso estado de deterioro mental: por ahí andan la
terrible Victoria, que parece una amable y virtuosa dama, y el
enloquecido Marvin, que parece todavía más chiflado de lo que está en
realidad; ambos –la elegante Helen Mirren y el poliédrico John
Malkovich- capaces de acabar a tiro limpio con cualquiera que les lleve
la contraria. Hay también agentes malvados, malutos de guardarropía
–la hilarante aparición de Richard Dreyfuss- enemigos íntimos
–genial Brian Cox- y hasta la inestimable colaboración de Ernest
Borgnine, en un breve papel.
Todo este reparto ha tenido un
solo objetivo: pasárselo bien haciendo una película entre amigos; y si
el público acompaña, estupendo. Va siendo una moda: Stallone se juntó
hace poco con algunos de su quinta –incluido Willis- en Los
mercenarios, con tan buen resultado que ya anuncian segunda parte; y
el regreso de Schwarzenegger a la pantalla apunta a secuelas seguras. Es
una fórmula más, que unas veces funcionará mejor y otras… será
igual de taquillera.
En la franquicia que nos ocupa, el
meollo de la cuestión estriba en saber cómo esta panda de veteranos
–más la inexperta oficinista-se puede oponer a la apabullante y mortífera
CIA y salir triunfante en el empeño. Pero esto el cine americano lo ha
explicado muchas veces y la todopoderosa agencia ha salido malparada en
tantas ocasiones que al final nos vamos a pensar que está repleta de
unos agentes desastrosos, tontorrones y malos. Alguno de estos adjetivos
puede ser cierto -y bastante serio-, pero la verdad es que en Red
todo es una broma.
Ya lo decía al principio: la historia contiene acción, algunos giros
argumentales de interés –no todos igual de legítimos- y un punto de
vista descreído, humorístico y un tanto desvergonzado, que le sienta
bastante bien. Sobre todo porque los intérpretes tienen la oportunidad
de mostrar su lado más gamberro; sobresale, como es lógico, este
modelo de agente muy, muy especial que interpreta Bruce Willis: como de
costumbre, está mucho mejor en papeles que dejan salir su vis cómica
que en los que se apuesta por una hondura dramática que él mismo no se
cree. Un entretenimiento
intrascendente, por tanto, y buena nota para sus artistas, con el
agradecimiento por su falta de pretensiones.
(www.red-themovie.com/)
RED DE MENTIRAS
(09.11.08)
Dir.:
Ridley Scott
Pro.: Ridley
Scott, Donald De Line Gui.:
William Monahan
Int.: Leonardo Di Caprio, Russell Crowe, Mark Strong
Vuelve
Sir Ridley Scott, el gran
director inglés de 71 años, que como todos esos chavales de su
generación, está en plena forma. Ha dirigido una veintena de películas,
desde su debut –después de doce años como realizador de publicidad y
televisión- con la extraordinaria Los
duelistas, en 1977. Y ha tenido épocas mejores y peores, pero cómo
negarle el mérito de Alien, Blade Runner, Black rain, Thelma y Louise, Gladiator o American
gangster, una de las mejores películas del año pasado.
Desde luego, un maestro, un clásico y un magnífico director de acción;
que no necesita, por supuesto, montar con ordenador a razón de cinco
segundos por plano para disfrazar la ausencia de talento, como hacen
otros. Y eso hace que sus historias estén muy bien contadas, por
complicada que sea la trama. Que lo es en este caso, un intrincado guión
de William Monahan –Oscar por Infiltrados-
que se enreda como una madeja entre las dos puntas del hilo: el agente de la CIA Roger
Ferris –un superespía de primera clase, eficaz, disciplinado y
valeroso-, metido en todos los fregados de la lucha antiterrorista, y su
jefe Ed Hoffman –un funcionario inteligente, despiadado y
absolutamente cínico- que gobierna las operaciones desde su despacho en
Langley o desde el jardín de su casa.
La madeja lo que contiene es la pura realidad: el terrorismo islamista
ataca los fundamentos de la cultura occidental, provocando el caos y la
muerte de cientos de personas. Los servicios de inteligencia americanos
luchan contra los terroristas utilizando todo su arsenal: las armas más
modernas –incluidos los aviones Predator, capaces de fotografiar la
caspa en la cabeza de un beduino- y los agentes más capacitados, con más
recursos y con menos escrúpulos; y, de paso, a todo el que se ponga por
medio, culpable o inocente, y que sirva para sus fines.
Así es que el agente Ferris se juega el tipo desde el minuto uno
de la película, tratando con renegados de la “yihad”, diplomáticos
de pistola al cinto, espías profesionales de toda condición y pobres
pardillos atrapados en su juego. Y luego está Hani Salaam; y Aisha.
Ella es una guapa enfermera jordana y él es el jefe de los servicios
secretos. Porque la acción saca a Ferris de Irak y lo lleva a Jordania,
adonde parece conducir el rastro de Al Saleem –un trasunto de Bin
Laden-, el terrorista más peligroso y más buscado.
Salaam, el jefe de la inteligencia jordana, es un hombre refinado,
elegante, frío y afilado como una espada: un aliado fiel pero exigente,
que no admite dudas ni, sobre todo, mentiras. Aisha es el contrapunto:
desconfiada al principio, no tarda en dejarse llevar por el sentimiento
que le provoca Ferris, a pesar de su diferente religión y cultura, y
sin saber a ciencia cierta en qué se ocupa el americano. Justo en este
punto, el relato se complica un poco más, porque confluye una operación
planeada con los jordanos, la intervención de Hoffman, que lo puede
echar todo a perder, y otro intento de ambos con la colaboración
involuntaria de un arquitecto de prestigio en el mundo islámico.
Hay que estar muy atento, porque si se nos escapa algún cabo lo mismo
no entendemos muy bien todo el remate de la historia, que sucede además
con cierta sensación de vértigo; en parte porque todo lo vemos desde
los tenebrosos Predator, invisibles desde el suelo pero absolutamente
omniscientes, y también porque los acontecimientos se precipitan y
Ferris se ve en el mayor peligro de su carrera... y ha vivido muchos.
Estupendo pulso de Ridley Scott, que conduce la acción trepidante con
mano maestra y con la complicidad de sus dos grandes actores: Di Caprio,
como el esforzado agente de campo, y Russell Crowe –en una composición
espléndida-, como el desaprensivo y mentiroso líder de la CIA, capaz
de ser un ejemplar padre de familia y un no menos exquisito
asesino.
Estos personajes –y esta es la moraleja del asunto- existen de
verdad... y en estos momentos nos están mirando. A lo mejor es que es
mejor así, y, en todo caso, siempre nos queda el recurso de escondernos
en el cine a ver una buena película como ésta. (www.bodyofliesmovie.co.uk)
REDACTED
(18.11.07)
Dir.
Brian De Palma.
Pro. Simone Urdl, Jennifer Weiss, Jason Kliot. Gui. Brian de
Palma.
Int. Robert Devaney, Izzy Díaz, Patrick Carroll.
Brian
De Palma (New Jersey, 1940) es todo un veterano, con una larga carrera a
sus espaldas. Carrera que si por algo se caracteriza es por su
versatilidad: desde sus comienzos como radical cineasta independiente
–Greetings (1968), The wedding
party (1969)- hasta sus últimos coqueteos con el “star system”
–Femme fatale (2002), La dalia negra (2006)-, ha tocado géneros, argumentos y registros
muy diferentes; no olvidemos títulos como Carrie,
Vestida para matar, Scarface, Los intocables, La feria de las vanidades
o la primera Misión imposible.
Pero quizá lo que De Palma no ha perdido del todo es ese inicial afán
por la independencia, que sin duda lo ha llevado a realizar esta su última
película –distribuida en España por On Pictures-, un durísimo
manifiesto contra la guerra de Irak y algunos aspectos de la intervención
del ejército de su país. “Redacted”,
en la jerga periodística americana, se aplica a un documento corregido,
censurado, falseado. Y De Palma construye un estremecedor puzle con
fragmentos de lo que podrían ser, efectivamente, distintas fuentes de
información acerca de un hecho que, aunque presentado como ficción, ha
sido una triste realidad en esta injusta contienda.
Un destacamento de soldados americanos, en las cercanías de la ciudad
iraquí de Samarra, entretiene su descanso insomne entre las partidas de
cartas, las lecturas de cualquier género, las fotos de chicas
inalcanzables y los afanes de cineasta amateur de uno de ellos. Su cámara
doméstica graba al grupo, como también la de unos documentalistas
franceses, las de la televisión –la local y las cadenas
internacionales, que se disputan cualquier acontecimiento-, las de
seguridad del propio campo militar, y las de las webs personales o
colgadas en los servidores de internet...
Es todo un universo audiovisual, que –propone De Palma- no puede ser
totalmente anulado, censurado. Los hechos quedan registrados y ya no hay
posibilidad de tapar todas las rendijas, acallar las manifestaciones ni
ocultar la realidad. Redacted,
así, es un alegato a favor de la verdad y en contra de la manipulación.
La película cuenta, en el centro de la narración, un suceso real
escalofriante: la violación múltiple de una niña de quince años y su
asesinato, junto a toda su familia, a manos de ese pelotón americano.
Hay un prólogo estremecedor, cuando un coche iraquí es tiroteado por
error en un puesto de control y, como represalia, un soldado americano
muere en un atentado. Lo que sucede después se debe tanto a la sed de
venganza, que prende como la yesca en la mentalidad de los invasores,
como a las propias condiciones del estado de guerra que se vive en cada
metro y en cada minuto del país.
Luego, los soldados afrontarán las secuelas de su acto criminal, cada
uno desde su conciencia y su perspectiva; pero De Palma persiste en el
mismo procedimiento, dejándonos ver los registros de las conversaciones
entre ellos y también las declaraciones ante los instructores del
proceso que, al parecer muy a su pesar, debe abrirse por los mandos
militares. Hay un infinito cinismo en cada una de estas afirmaciones, y
la denuncia de la película es implacable; no es de extrañar que en los
propios Estados Unidos haya habido múltiples protestas y un sinfín de
intentos de impedir su distribución, lo que no deja, precisamente, de
darle la razón a su director.
Es evidente que todavía parte de la sociedad civil se mantiene a favor
de la intervención americana en Afganistán, primero, y en Irak después;
el recuerdo de las torres gemelas enciende todavía el corazón
–seguramente más que el cerebro- de los americanos; sin embargo, ese
número de personas decrece día a día, según la sangría de jóvenes
soldados va aumentando, y también mientras el número de civiles
inocentes sacrificados se multiplica incesantemente y la sangre
derramada en Irak salpica por todos los rincones de occidente. Un
occidente culpable –no sólo América- de prestarse a la exigencia tiránica
de una guerra injustificada, inútil y perversa como pocas.
Brian
De Palma contribuye con sus imágenes de autoría disfrazada a la mejor
comprensión de este horror, de esta equivocación y de este sacrificio.
Desde los primeros momentos de la película, mientras la “Zarabanda” de Haendel arropa la tensa espera de los soldados
armados hasta los dientes, hasta el final del héroe inerme sollozando
en brazos de su esposa, no hay reposo ni coartada; y en conclusión, no queda
ya lugar para la duda, para la menor interrogación: esta guerra es
infame y los culpables están a la vista de todos. (www.onpictures.com/peliculas/redacted/index.htm)
REGRESO A HOPE GAP
(24.10)
Dir.:
William Nicholson. Pro.: David M. Thompson, Joanie Blaikie. Gui.:
William Nicholson. Int.: Annette Bening, Bill Nighy, Josh O’Connor.
De William Nicholson
vimos hace tres años Firelight (A la luz del fuego), que ganó el
Premio del Jurado en San Sebastián, aunque luego no tuvo demasiada
repercusión. Es más interesante su carrera en la televisión británica y,
por supuesto, sus guiones: una veintena, entre los que están Tierras
de penumbra, Gladiator, Elizabeth, Los miserables,
Mandela, el Invencible de Angelina Jolie, junto con los
hermanos Coen y Everest, el último antes de pasarse a la
dirección en la pantalla grande.
La verdad es que ese
bagaje en la escritura se aprecia perfectamente en esta nueva película.
Los personajes de Hope Gap- título original, como casi siempre
mejor que el de aquí- destilan humanidad, verdad y precisión. Los tres
–apenas hay alguno más- están magníficamente diseñados y se mueven por
la pantalla con absoluto acierto; a lo que colabora también, claro, un
talento indiscutible.
Para empezar, el de
Josh O’Connor, un joven y brillante actor, con una exitosa carrera; lo
veremos de nuevo a finales de mes en Emma. Y de Bill Nighy y
Annette Bening no hace falta decir nada: son grandísimos intérpretes.
Aquí son una familia: el matrimonio que forman Grace y Edward, y su hijo
Jamie; ella es una mujer inquieta, dedicada a redactar una antología de
poesía, y su marido es un concienzudo y tranquilo profesor; el hijo ya
vive independizado, aunque viene por casa de vez en cuando.
Una casa que se ha
quedado helada: tras casi 30 años de convivencia, Edward anuncia a su
mujer que se va. La deja, la abandona, se ha enamorado de otra y va a
vivir con ella. Grace no sale de su asombro. Y no solo eso: se niega a
admitir la realidad que se le presenta, no concibe que la vida, de
repente, deje de ser exactamente igual a como era hasta ese momento.
Pero la decisión de Edward es firme y ella verá cómo su marido abandona
el hogar y convierte la convivencia en soledad, la rutina en escalofrío
y el futuro en un infierno. Hay sorpresa, luego incredulidad, después
rabia y, por último, invencible rencor.
La narración se
bifurca y emprende caminos definitivamente divergentes; cada uno de los
cónyuges toma el suyo: sereno y decidido él, doliente y airada ella.
Excónyuges, más bien, porque Edward quiere el divorcio, para rehacer su
vida también legalmente; Grace, claro, no quiere ponérselo fácil. Y
Jamie, el hijo, funciona como improbable nexo; comprende a sus mayores
pero no puede tomar partido entre un padre que hace de la impasibilidad
una virtud y una madre que sobrevive en un desequilibrio cercano a la
autodestrucción.
También la película
se mantiene en el alambre, con algunos momentos cercanos al batacazo. En
el fondo, es simplemente una indagación acerca de la pervivencia del
amor y las sombras de la soledad; una historia que podría no resultar
tan apasionante si no fuera por el magnetismo y la potencia que le
imprimen sus protagonistas. Bill Nighy es un actor solidísimo y sus
interpretaciones siempre son veraces y comprometidas; aquí, también,
como el estoico y concienzudo Edward.Y
Annette Bening es, desde hace muchos años, un animal cinematográfico. Su
Grace se apodera de la pantalla cuando habla, cuando ríe o llora, cuando
se hunde o si estalla de ira. Tanta es su fuerza, que incluso gravita
sobre la escena aunque no esté: no la vemos, pero seguimos sintiéndola,
esperándola. Ellos dos son la razón fundamental de que el filme
funcione; y William Nicholson, sabiamente, se pone en sus manos y se
limita a retratarlos, seguirlos y dejar que penetren en nuestras retinas
y en nuestra sensibilidad.
REQUISITOS PARA SER UNA PERSONA NORMAL
(07.06.15)
Dir.:
Leticia Dolera
Pro.:
Axel Kuschevatzky
Gui.:
Leticia Dolera
Int.:
Leticia Dolera, Manuel
Burque, Silvia Munt
Leticia Dolera debuta en la dirección de largometrajes con esta
película. A los 33 años, con absoluto reconocimiento para su carrera de
actriz –ha intervenido en más de cuarenta títulos, incluyendo un buen
número de episodios de series-, ha realizado también cuatro cortos y ha
escrito el guion de todas sus películas: un estupendo bagaje y un futuro
más que prometedor. De momento, estos
Requisitos para ser una persona normal
ya le han valido el premio como mejor guionista novel en el pasado
Festival de Málaga, además de otros galardones para la fotografía y
el montaje. A ver ahora cómo rueda la taquilla.
La historia está protagonizada por María de las Montañas, una joven
treintañera que busca dar sentido a su vida. Lo tiene bastante claro:
se ha hecho una
lista con las condiciones que debe reunir para no sentirse excluida ni
verse a sí misma como un bicho raro; pretende independizarse, encontrar
trabajo, tener amigos y amigas y vida social, divertirse, enamorarse,
ser feliz… En definitiva, quiere ser como todo el mundo: una persona
normal. Pero vive en casa de su madre –esa desconocida-, está en el
paro, no conserva amistades ni aficiones pasadas
y, lo que es peor, está a punto
de recurrir a los libros de autoayuda en busca de soluciones.
Menos mal que conoce a Borja, un chavalote que le sirve de confesor y de
paño de lágrimas. Casi tan inseguro y solitario como ella –vive con su
abuela y está obsesionado con las dietas, que es incapaz de seguir-,
Borja proporciona a María un espejo en el que mirarse. Se ve gordo, con
gafotas y pelirrojo, pero es una imagen que la hace reír, la tranquiliza
y le da ánimos para establecer una especie de ayuda mutua, un “quid pro
quo”, como dicen ellos, que les permita saltar al abismo sin matarse.
“Quid pro quo” es también un error garrafal, y eso es lo que María de
las Montañas está a punto de cometer. Empujada por sus ansias y la buena
voluntad de su amigo, la joven
se pone a la tarea con
todo entusiasmo, tratando de alcanzar las metas propuestas: trabaja –es
un decir- de mujer-galleta, recupera a una amiga del cole y a través de
ella conoce a un posible probable pretendiente, y hasta se apunta a
cursos bastante modernos de risoterapia y gin-tonic… solo para comprobar
que no siempre se obtiene el éxito deseado y, curiosamente, que tampoco
se siente muy satisfecha cuando parece que lo consigue; en el fondo, se
da cuenta de que si quiere ser auténtica tendrá que olvidarse de listas,
normas y recetas y dejar volar libremente su personalidad.
Por lo menos, eso es lo que hecho
Leticia Dolera: crear desde su pluma y desde su cámara un
personaje delicioso y una historia encantadora, divertida y sincera. Ha
contado, desde luego, con la experiencia de sus productores Oriol Maymó
y, sobre todo, Paco Plaza –responsable de buena parte de la serie REC-,
la fotografía de Marc Gómez del Moral, con ese tono de surrealismo pop
que tan bien ilumina a la protagonista, y una banda sonora muy bien
elegida; todo a juego con el resto de los apartados técnicos y
artísticos;
y para colmo, con unos
intérpretes que están en estado de gracia: muy divertidos Alexandra
Jiménez y Miki Esparbé –habitual ahora en la comedia española, también
en la pequeña pantalla-; con su habitual eficacia Silvia Munt, en el
sustento más dramático de la película, y la revelación de Manuel Burque,
el contrapunto ideal de la ilusionada y entrañable María de las
Montañas; que puede parecer –y parece- el “alter ego” de la propia
directora, como de tantos jóvenes en circunstancias parecidas.
Relato generacional, comedia de la mejor ley, pero por encima de todo un
canto a la libertad y a las ganas de vivir, y un elogio de la
diferencia, de la personalidad y de la coherencia. Un sobresaliente para
la película, y un rotundo aplauso para Leticia Dolera: reconocimiento al
mérito de lanzarse al vacío para escribir y dirigir, y también
interpretar, una obra que parece sencilla pero que es muy compleja,
además de inteligente y precisa. ()
RETRATO DE UNA MUJER EN LLAMAS
(19.10.19)
Dir.: Céline Sciamma. Pro.: Véronique Cayla,
Bénédicte Couvreur. Gui.: Céline Sciamma.
Int.: Noémie Merlant, Adèle Haenel, Valeria
Golino.
Céline Sciamma es una directora francesa, quizá
la más interesante y singular de la última hornada de mujeres
realizadoras de su país. Es la autora de Lirios de agua
(2007), la fascinante Tomboy (2011) y Girlhood
(2014, premiada en Berlín). Sus historias son eminentemente
femeninas, y también sus protagonistas: niñas, jóvenes o
mujeres, como las de este último filme, que ganó el premio al
mejor guion en Cannes.
La acción transcurre en una pequeña isla
británica, en 1770. Marianne es una joven pero reconocida
pintora, que ha sido contratada por una aristócrata que vive
allí para que haga un retrato de su hija Héloïse, a fin de
mandárselo a su prometido; es una boda concertada tras un
trágico acontecimiento, y los novios ni se conocen. Es más,
Héloïse no es nada partidaria de ese matrimonio y no quiere
dejarse retratar. Por eso, su madre hace pasar a Marianne por
una nueva dama de compañía: convivirá con ella todo el día y la
pintará de noche, de memoria.
Marianne acepta la extraña propuesta y permanece
junto a Héloïse todo el tiempo. Están prácticamente solas –la
madre sale de viaje-, a excepción de Sophie, la criada de la
casa. Entre las tres se establece una complicidad y una
camaradería que van más allá de los papeles socialmente
habituales; y entre las dos jóvenes surge una fuerte atracción
que desemboca en un amor y en una pasión irrefrenables.
Héloïse se deja pintar entonces en libertad; no
porque acepte su destino como esposa de un desconocido, sino
como símbolo de entrega a su pintora y amante. Y Marianne va
poco a poco culminando su obra, tan difícil e inaprehensible al
principio y llena ahora de luz y de color. Aunque ninguna de las
dos ignora las dificultades de su sentimiento y lo inestable de
su situación: huésped provisional de la casa, una; destinada a
un insoportable matrimonio la otra.
Céline Sciamma despliega una extraordinaria
sensibilidad para retratar, ella misma, a estos personajes en
combustión: sus palabras y sus silencios, sus miradas, cargadas
de deseo; sus noches de amor y sus amaneceres pálidos. Su
relación, tan prohibida como irresistible, poderosa y trágica.
La directora ha saltado esta vez más de dos siglos atrás en el
tiempo para reivindicar el trabajo de las mujeres pintoras,
injustamente –como en otros oficios- postergado y olvidado. Y a
la vez, apostar por el ejercicio de la libertad y la igualdad.
Una relación amorosa, una relación entre dos iguales, que tiene
una lectura absolutamente válida en nuestros días.
Hay que
agradecer el trabajo de las cuatro actrices, casi únicos
personajes de la trama; sobre todo el de las dos protagonistas,
Noémie Merlant y Adèle Haenel, capaces de plasmar con elegante
facilidad la evolución de los sentimientos de sus personajes,
desde el primer plano hasta el emocionante final. Una evolución
que Céline Sciamma ha llevado a la pantalla ayudada por una
magnífica puesta en escena –desde el mínimo detalle del
vestuario a la atmósfera de la narración- y el uso de elementos
simbólicos, casi mágicos y tan poéticos como la noche, el mar o
la música: un placer para los sentidos y la inteligencia.
RICHARD JEWELL
(11.01.20)
Dir.: Clint Eastwood. Pro.: Leonardo DiCaprio,
Jonah Hill, Jannifer Davisson. Gui.:
Bill Ray. Int.: Paul Walter Hauser, Sam Rockwell, Kathy Bates,
Olivia Wilde.
Clint Eastwood tiene 89 años. Es director,
productor, actor y músico. Hasta le dio tiempo a ser alcalde de
su pueblo una temporada… No solo es inmortal, también es una
máquina; de hacer buen cine, se entiende. Ha dirigido 40
películas, y, aunque había pasado por un pequeño bache en estos
últimos años, ha rematado esta década por todo lo alto con un
par de títulos estupendos, muy interesantes.
Claro que ya no hace Sin perdón, o
Mystic River o Los puentes de Madison, pero
Richard Jewell está muy por encima del término medio de los
estrenos actuales. Cuenta la historia de un personaje descomunal
–también en lo físico- que, además, es real; de hecho, el guion
de la película está extraído de un artículo periodístico de
Marie Brenner dedicado a relatar la pesadilla que vivió el buen
hombre. Magníficamente llevado a la pantalla por Paul Walter
Hauser, un hasta ahora secundario poco conocido, pero
extraordinario actor.
Richard Jewell trabaja de mozo de almacén en el
mismo bufete que emplea a Watson Bryant, un abogado un tanto
desastrado y bastante contestatario. La secuencia inicial de la
película, que retrata a ambos, es modélica en su brevedad y
precisión. Y enseguida el personaje de Richard se desarrolla en
toda su amplitud: es un furibundo amante del orden y la ley, un
apóstol de la norma, la regla y la disciplina. Y también un
hombre testarudo e inflexible, lo que le ha costado perder más
de un empleo y más de una oportunidad para convertirse en el
acerado policía que su vocación le pide.
Durante los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996,
Richard era guardia de seguridad en los recintos donde se
celebraban los conciertos. En sus ratos libres –que realmente no
son ningunos- acude con su madre a los eventos musicales; pero
con ella o solo, no deja de prestar su oído, su mirada, y toda
la potencia que sus ciento y muchos kilos le permiten, en busca
de la menor alteración de la normalidad. Y es así como descubre
una bomba a punto de estallar; su actuación consigue evitar una
catástrofe y, en cuanto es conocida, Richard se convierte en un
auténtico héroe popular. Por unos momentos, se siente en la
gloria.
Pero la personalidad del hombre es tan extrema,
que cuando por un extraño azar pasa de héroe a villano, a
sospechoso principal del atentado para ´la policía y –con la
colaboración de la ambiciosa periodista Kathy Scruggs- a acusado
y condenado sin juicio para todo el país, hasta el mismo
espectador siente que la duda le asalta. ¿Habrá Richard colocado
de verdad la bomba él mismo para hacer ver que la encuentra y
salva a centenares de personas de la muerte?
Richard, con su madre a un lado y su abogado –el
insólito Watson Bryant- al otro, se enfrenta a todos: el FBI,
los medios, la gente enardecida. Y es este tipo de protagonista
el que interesa a Clint Eastwood; y no es la primera vez que
toma partido por un personaje parecido: un hombre –pocas veces
una mujer- prácticamente solo contra todo un sistema, legal o
no, luchando por la verdad, por su dignidad y su supervivencia.
Ahora parece que la película se ha empantanado en
un litigio que tiene más que ver con lo judicial que con lo
fílmico; no sé cómo se resolverá, pero de momento, Eastwood nos
regala una obra magnífica, llena de interés, tensión, también
humor, e indudable hondura: una historia tan estupenda que, si
no fuera real, habría que inventarla.
RIFKIN’S FESTIVAL
(10.10.20)
Dir.: Woody Allen. Pro.: Letty Aronson, Erika Aronson, Jaume Roures. Gui.:
Woody Allen. Int.: Wallace Shawn, Gina Gershon, Elena Anaya, Louis
Garrel. Foto.:
Vittorio Storaro.
Woody Allen, 85 años,
50 películas. No hace falta añadir mucho más, salvo darnos la
enhorabuena porque llega una nueva entrega de esta fabulosa colección,
ahora que cada vez está más difícil; para todos, y sobre todo para este
maestro, esta figura fundamental en la historia del cine.
Y de qué va
Rifkin’s Festival? Pues de este hombre, Mort Rifkin, y de su
festival, el de San Sebastián. Mort y su mujer, Sue, han llegado a
Donosti porque ella es una importante publicista que lleva la película
de un brillante director francés; la película y bastante más. Rifkin es
ahora poco más que un escritor frustrado, enredado en una novela que no
es capaz de acabar; pero fue profesor de cine, y sus conocimientos y sus
preferencias chocan con las propuestas actuales, que le parecen vanas y
superficiales, aunque se carguen de pretendida trascendencia. Como las
de Philippe, precisamente, el objeto de las atenciones de su mujer.
Como Sue y Philippe
están todo el día “trabajando”, Rifkin tiene tiempo libre para pasear,
disfrutar San Sebastián e incluso acercarse por la consulta del médico,
por si alguno de sus males imaginarios fuera un poco menos inocente. El
médico en cuestión resulta ser una mujer, la doctora Rojas, por la que
Mort siente una inmediata fascinación. Joana Rojas –estupenda Elena
Anaya- vive una situación sentimental delicada, y la evidente devoción
del hombre le hace gracia, hasta llegar a invitarlo a pasar un día
juntos y llevarlo a conocer los lugares más bellos de la ciudad y sus
alrededores.
No hay mucho más,
pero estos hilvanes le sirven a Allen para tejer una sábana blanca en la
que proyectar los afanes, los pensamientos y los sueños –la materia
prima del cine- de su protagonista; que coinciden casi mágicamente con
los suyos propios. Así, además de la continua –y ¿excesiva?- dicha de
estar en San Sebastián y en su Festival, por la pantalla aparecen
oportunos, ocurrentes y sinceros homenajes al cine europeo y a sus
figuras clásicas: Godard y A bout de soufflé, Truffaut y Jules
et Jim, Fellini, Bergman –sensacionales escenas- y nuestro Buñuel,
entre otros.
Y deja claro –nunca
se lo agradeceré bastante- que si a alguien no le gustan El año
pasado en Marienbad, Desierto rojo o La rodilla de Clara,
no merece que demos la vida por él. Woody lo sabe y Rifkin, a su pesar,
también. El personaje, por cierto, es una delicatessen maravillosamente
resuelta por Wallace Shawn, un actor de físico incierto y de arrebatador
talento; lo hemos visto en alguna otra película de Allen y era, por
ejemplo, el novio de la abuela de Sheldon Cooper en El joven Sheldon.
Él es la columna vertebral de la obra.
Louis Garrel se
presta incondicionalmente a representar el papel del director
triunfador, un tanto endiosado y seguramente sobrevalorado por la
novísima ola de los jóvenes blogueros; y junto a él, Gina Gershon y, por
supuesto, Elena Anaya, disfrutan de su trabajo con Woody Allen; y se les
nota bastante. En realidad, todo respira ese aire de levedad y libertad
aparente que caracteriza buena parte de la última producción del maestro
neoyorkino. Todos –la cámara y los personajes- se mueven a sus anchas
por la luminosa pantalla.
Que no aspira a nada más: Rifkin’s Festival es una película
sencilla, menor. No es una obra maestra, no es la mejor de Woody Allen;
pero es ligera, divertida, muy sabia, y una declaración de amor al cine
que yo comprendo y comparto. A estas alturas, me basta y me sobra.
RIVALES
(29.06.08)
Dir.:
Fernando Colomo
Pro.: Luis de Val
Gui.:
Joaquín Oristrell,
Inés París
Int.: Ernesto Alterio, Jorge Sanz, Goya Toledo, Kira Miró...
Fernando Colomo es uno de los inventores de la “nueva
comedia” del cine español; ya no tan nueva, porque las primeras películas
de esa generación –las de Trueba, Martínez Lázaro, García Sánchez...-
datan de finales de los 70, lo que quiere decir que esos autores y ese género
se mantienen –aunque algo han evolucionado, es verdad- desde hace tres
décadas. Quien más ha insistido en la comedia ha sido precisamente
Colomo, cuyo debut en el largometraje, tras tres o cuatro estupendos
cortos, se produjo en 1977, con la inolvidable Tigres
de papel, que reunía a Carmen Maura, Emma Cohen, Joaquín Hinojosa
y el malogrado Félix Rotaeta. Y después ha seguido trabajando con
regularidad, hasta completar una veintena de títulos; casi todos, además,
con guión propio. Entre ellos hay películas verdaderamente memorables,
que justifican la pervivencia del género: ¿Qué
hace una chica como tú en un sitio como éste?, La
línea del cielo –una deliciosa “aventura americana”-, La
vida alegre, Bajarse al moro –esta vez con texto de José Luis
Alonso de Santos-, Alegre ma non
troppo, El efecto mariposa,
Los años bárbaros –ésta
no tan cómica-, Al sur de Granada
–con Guillermo Toledo, Verónica Sánchez y la rememoración de Gerald
Brenan-, El próximo oriente...
Rivales es la nueva película
de Colomo, ahora con guión de dos escritores experimentados y eficaces:
Joaquín Oristrell e Inés París. La historia se fundamenta en la pasión
más honda, más extendida y, desde luego, más arrebatadora de los españoles:
el fútbol. Un deporte que arrastra masas –como ya quisiera hacerlo el
cine- y que ha dado lugar recientemente a la aparición de casi un subgénero
en la producción española: Días
de fútbol, El penalti más
largo del mundo... y ahora ésta. El argumento explota, además, la
enorme rivalidad existente entre Madrid y Barcelona, con esos épicos
enfrentamientos entre sus clubes y, supuestamente, sus respectivas
poblaciones. Precisamente, los equipos ¡infantiles! de ambas ciudades
tienen que jugar en Sevilla la gran final del campeonato nacional. Los
alevines de futbolistas tienen tanta emoción y sufren parecida presión
a la de sus modelos profesionales; y no digamos los padres de los niños,
todavía más implicados que ellos en un choque tan trascendental, casi
más importante incluso que un auténtico Real Madrid-Barça que, por
casualidad, se va a jugar la víspera de su partido.
Los padres –y las madres- son, verdaderamente, los protagonistas. Los
guionistas conocen mejor el mundo adulto y además saben que Colomo y
sus intérpretes sacarán más partido de la caricatura de los mayores;
aunque también hay algún chaval que podría ser el retrato de la
infancia del protagonista de Psicosis.
Pero la narración se plantea como una película de carretera por fascículos:
camino de Sevilla se entrecruzan, sin saberlo, los caminos de Guillermo
–Ernesto Alterio- y su hijo, los matrimonios que recrean Goya Toledo y
Jorge Sanz, y María Pujalte y Gonzalo de Castro, con los suyos, la
improbable pareja que forman Xavier y Sara –Santi Millán y
Kira Miró-, con el sociópata infantil antes citado, y algún
otro incontrolado, más los dos autocares “oficiales” de los
equipos, presididos por sus respectivos entrenadores. El viaje está
lleno de sobresaltos; o, por mejor decir, de accidentes que van
aumentando en gravedad y truculencia, hasta hacer que todos arriben a la
meta en estado bastante lamentable. Claro que eso es sólo el comienzo.
Fernando Colomo conduce con muy buen pulso cada una de las historias
convergentes y maneja el reparto –quizá el más coral de toda su
carrera- con la solvencia que le da su experiencia: cada personaje tiene
su “tempo”, su medida, y el trabajo con los entregados intérpretes
hace que los caracteres se vayan desarrollando y ganando entidad de
forma que su presencia permanece aún cuando la historia toma otros
protagonistas; y cuando los hace coincidir brevemente, como por
casualidad, nos permite reconocerlos y entenderlos, preparando con
habilidad el momento final del acontecimiento futbolístico.
Colomo se mueve además con mucha comodidad en ese ambiente de la
comedia costumbrista; no en vano lleva, como decía, treinta años haciéndolo.
A veces cae más hacia el lado del sentimiento, a veces se inclina más
hacia lo bufo, aunque su burla nunca es sangrienta; El director siente
simpatía por sus personajes y los mima bastante, por más que parezca
que los deja caer en desgracia: siempre habrá un resquicio para la
redención. Catalanes y madrileños se ríen en esta historia de sus
rivales –por lo menos lo intentan-, pero también de sí mismos. Algún
personaje, como la abuela desorbitada que crea Rosa María Sardá, sufre
en sus carnes las gracietas anticatalanistas y los asedios sexistas,
pero se resarce liquidando la película con un tremebundo chiste en
contra del fútbol y el machismo; y todos –niños, padres y
entrenadores- se enredan en constantes trifulcas que reparten chichones
y esparadrapo por igual, sin vencedores ni vencidos. Y éstos son sólo
un par de ejemplos.
La verdad es que aquí no hay héroes sino pobres diablos, y la primera
impresión –los títulos de crédito dejan ver a los chavales jugando
con afán y a sus mayores, en la grada, insultando concienzudamente y
con el más grueso vocabulario a los contrarios y ¡cómo no! al árbitro
de turno- se confirma según vamos conociendo más a los protagonistas:
son gente del montón, con problemas normales, económicos y familiares,
que trasparentan fácilmente su miedo, su egoísmo, sus fobias y sus
carencias. Por debajo del argumento futbolero e incluso más que esa
disputa regionalista –que también hay que ridiculizarla sin miedo, y
Colomo y sus guionistas lo hacen muy bien-, la “rivalidad” que
anuncia el título es, sobre todo, la que existe entre las personas:
entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre clases sociales y
entre contendientes por el poder, el cariño, el sexo o el dinero. Menos
mal que, al final, esa mirada comprensiva de Colomo, que sabe que, en
definitiva, todos estamos hechos del mismo barro, permite que el
divertido encuentro termine sin demasiada sangre y con el marcador en un
misericordioso empate.
Los intérpretes:
Fernando
Colomo ha dispuesto en esta ocasión de un reparto verdaderamente coral.
Sus comedias no suelen ser intimistas, sino más bien expansivas, y
siempre cuenta con una amplia batería de personajes; pero aquí todo el
plantel de intérpretes juega al mismo nivel y la diferencia entre
protagonistas y secundarios se diluye hasta desaparecer. Mérito suyo y
de sus actores y actrices, que sacan petróleo –o sea, risas- de las múltiples
confrontaciones que los enredan. La Sardá lo borda todo el rato y, a su
rebufo, Juanjo Puigcorbé compone un tipo sensacional, melífluo, equívoco
y con sorpresita. Claro que para equívocos, Edu y Pepe, los
entrenadores de la chavalería, un par demasiado bien avenido para tanta
rivalidad, que dibujan con cariño Juan Navarro y Javier Cifrián –un
actor revelación “marca Colomo”-, o los cuatro amigos “íntimos”
que conforman Jorge y Maribel, y Carlos y María: los dos matrimonios
interpretados por Goya Toledo y Jorge Sanz, y María Pujalte y Gonzalo
de Castro. Ernesto Alterio nos regala otro de sus impagables
“perdedores”, un pobre hombre a trompicones con su exmujer, su
beligerante hijo y el resto de circunstancias de su vida; dolorido,
siempre perplejo y a pesar de todo animoso, este Guillermo León,
representante de cava sin futuro, nos parte el corazón. Y para
terminar, mención especial para los dos personajes mejor dibujados y
mejor resueltos también: la pareja –suponiendo que lo sean- que
forman Xavier y Sara. Él es
Santi Millán, y su Xavier en la pantalla es un neurótico padre de un
niño insoportable, un débil de carácter y un muy improbable amante;
ella está interpretada por Kira Miró, que no sólo sigue siendo muy
guapa, sino que poco a poco va subiendo enteros en su cotización como
actriz; es la revelación de la película en el papel de esta chica
insegura, acomplejada y violenta. Y que sabe kung-fu: un tiro.
(www.rivaleslapelicula.com)
ROBIN HOOD (16.05.10)
Dir.: Ridley Scott
Pro.: Brian Grazer, Ridley Scott,
Russell Crowe. Gui.:
Briam Helgeland
Int.: Russell Crowe, Cate Blanchett, William Hurt
Las
tres primeras películas de Ridley Scott fueron Los duelistas (1978), Alien
(79) y Blade Runner (82).
Claro, así es muy difícil seguir progresando… Aunque luego ha
dirigido, entre otras de menor importancia, Black
rain (89), Thelma y Louise
(91), Gladiator (2000) y American gangster (2007). En total, 18 películas, un Oscar por Gladiator
y otros que no ha ganado pero que ha merecido, incluso más que ése.
Una carrera, en fin, de cierta desigualdad en los últimos años. Y
tampoco este Robin Hood es su mejor película; seguramente porque ya no va a
superar a las primeras.
El guión anduvo rodando una buena temporada hasta que cayó en manos de
Brian Grazer, que olvidó inmediatamente el proyecto inicial, centrado
en el protagonismo del sheriff de Nottingham, y encargó a Brian
Helgeland –L.A. Confidential, Mystic River- la escritura de uno completamente
nuevo. La historia arranca en los últimos días del siglo XII, cuando
Ricardo Corazón de León vuelve de las cruzadas sin ninguna gloria y,
lo que es peor, sin honor. Cruza Francia saqueando aldeas y castillos,
sediento todavía de sangre pero más
aún de riquezas que llevarse a su trono. En casa lo espera su
desconcertada madre Leonor, que contempla las hazañas extraconyugales
de su hijo menor, Juan, cuyo último capricho es anular su matrimonio y
casarse luego con una sobrina del rey francés, que no sabemos cómo ha
llegado hasta allí pero que, por lo que se deja ver, parece bastante más
competente que su actual esposa; en la cama, quiero decir. Por otra
parte, el inexperto príncipe, que pronto será rey, confía en el
taimado secretario Godfrey una alianza con Francia que le reporte
tranquilidad y un apoyo ante los rebeldes barones del norte, que se
pasan la vida conspirando para conseguir su independencia.
Y ahora me doy cuenta de que todavía no ha salido Robin en la película…
Bueno, sí que ha salido. Estaba en Francia, al servicio del rey Ricardo
como experto arquero que es, ha cruzado el canal, llegó hasta Londres y
se acerca a Nottingham para entregar a sir Walter Loxley la espada de su
hijo, muerto en combate. Está de paso, pero allí se encuentra con Lady
Marion, una esforzada ama de casa de la época, que le deja fascinado al
momento. No es para menos. Retratemos a los personajes: Russell Crowe
hace un Robin Longstride muy interesante, una especie de
soldado-funcionario con mucho sentido del deber pero con poco
entusiasmo; está cansado de guerrear y de ir de un lado para otro, se
gana unas perras extras haciendo de vulgar trilero y es un hombre descreído,
adusto y reservado, de pocas palabras. Lady Marion es una fascinante
Cate Blanchett –¿cuándo no está fascinante?-, decidida, valiente y
trabajadora incansable; ella gobierna su casa y sus tierras y ni el
malvado sheriff la asusta con sus amenazas y sus proposiciones
indecentes.
Ambos se sienten atraídos, aunque ella no quiere aceptarlo y él no se
atreve a pensarlo. Además, no pueden; los acontecimientos van a
precipitarse, porque Inglaterra entera está viviendo el mayor de los
peligros, a punto de una guerra civil y de sufrir paralelamente el
ataque del oportunista y desaprensivo rey de Francia. La película, que
ha estado aderezada todo el tiempo con trepidantes secuencias de acción,
desemboca, para mayor lucimiento de Ridley Scott, en una apoteosis
guerrera: una especie de desembarco de Normandía –pero en sentido
contrario- que rinde tributo al Soldado
Ryan de Spielberg con su descomunal escabechina en la playa.
A lo mejor a Scott se le ha acabado el genio hace unas cuantas películas,
pero le sobra oficio y talento visual para contar esta historia, para
remontar los momentos de bajón –que los hay- y para minimizar los
errores del guión, un tanto excesivo en algunos detalles. Quizá le
sobre metraje, pero este “Robin antes de Robin” es interesante, más
oscuro y más realista que los anteriores pero con el mismo propósito
de tributo al cine de aventuras y más aún al histórico, que es lo que
parece que ahora motiva a Ridley Scott.
(www.robinhood-lapelicula.es)
ROBOCOP
(16.02.14)
Dir.:
Jose Padilha
Pro.: Marc Abraham,
Brad Fischer, Eric Newman Gui.: Joshua Zetumer
Int.: Joel Kinnaman, Gary Oldman, Michael Keaton
El brasileño Jose Padilha consiguió el reconocimiento internacional con su debut con
Tropa de élite (2007), éxito que reafirmó con Tropa de élite 2
(2010); estupendas películas en las que mezclaba documento, denuncia
social y acción trepidante. Seguramente por esa destreza ha sido elegido
para llevar a la pantalla la revisión de Robocop, la película que
lanzó a Paul Verhoeven en 1987 y convirtió al personaje en una de las
franquicias de mayor peso del cine moderno. El policía-robot protagonizó
dos continuaciones –1990 y 1993-, media docena de series televisivas de
distinto calado, otras tantas apariciones en el mercado del vídeo y
varios videojuegos.
Esta historia de ahora retoma el argumento y el guion original de Edward
Neumeier y Michael Miner, material con el que ha trabajado Joshua
Zetumer para tratar de darle un nuevo enfoque. Y en cierta manera, lo ha
conseguido: aunque la historia es la misma, hay algunos elementos
diferentes y novedosos. De momento, la acción se sitúa, igualmente, en
un futuro más o menos próximo. Los Estados Unidos se han convertido en
los gendarmes del mundo –ya ves tú qué cosa- y hasta las calles de
cualquier ciudad, antes muy peligrosa, de Irán, o del mismo Afganistán,
viven una tranquilidad vigilada. Tremendas y muy eficaces máquinas velan
por el orden público y cualquier asomo de delincuencia, y no digamos de
rebeldía, es sofocado al instante. En cualquier rincón del planeta,
excepto en el propio país, donde todavía el elemento humano no ha sido
eliminado; a los gobernantes americanos no les parece oportuno sustituir
a sus policías por máquinas, aunque estas sean infalibles y aquellos
sufran accidentes y asaltos y también tentaciones de manejos turbios y
dinero fácil y abundante.
Precisamente persiguiendo uno de esos asuntos, y tras un terrible
atentado, el agente Alex Murphy resulta gravemente herido, con tremendas
quemaduras en todo el cuerpo y graves amputaciones de miembros. Y es
entonces cuando el astuto y cruel Raymond Sellars, que dirige OmniCorp,
la más importante empresa de seguridad del mundo, ve su oportunidad.
Gracias a los conocimientos del doctor Dennett Norton, sus talleres
consiguen salvar la vida de Murphy, aunque sea convirtiéndolo en un
nuevo ser, medio máquina, medio humano.
Algo menos de medio, en realidad: el agente Murphy solo conserva una
mano, el rostro y los órganos fundamentales: pulmones, corazón y
cerebro; se ve que los otros no son tan necesarios. El cerebro, además,
no está intacto, sino que se ha rellenado con dispositivos electrónicos
capaces de intervenir en caso de urgencia mental, sentimental o moral. Y
este es el gran invento. Convertido en un instrumento de la ley
prácticamente invulnerable, el policía-robot es capaz de enfrentarse a
los malhechores, sobrevivir a golpes y disparos y ser tan rápido,
potente y eficaz como una máquina… O quizá no. Con su exoesqueleto de
acero, con su aspecto temible –no se comprende cómo su mujer y su hijo
pequeño no se desmayan ni huyen al verlo- Robocop todavía piensa.
Siente, reflexiona, evalúa… No es el policía perfecto. No lo es en el
futuro ni lo es ahora; todos los elementos con los que juega Padilha son
perfectamente reconocibles: la televisión-basura, el poder económico, la
corrupción política y policial… Este escenario, absolutamente actual, y
la forma en que afecta al protagonista, es mucho más interesante que los
momentos de pura acción, aunque esta esté, por supuesto, correctamente
orquestada y resuelta.
Al
principio de la película, como una premonición, hemos contemplado una
mano biónica capaz de interpretar una pieza clásica a la guitarra… hasta
que la emoción interfiere con la mecánica. Por eso Robocop, como un
Frankenstein posmoderno, es un fracaso. Si duda, juzga, se emociona –por
primera vez lo vemos llorar-, no sirve para policía: no es obediente, no
va a ejecutar desahucios, no va a reprimir manifestantes ni va a
disparar a indefensos inmigrantes: un inútil. (https://www.facebook.com/RoboCop)
ROMA
(12.01.19)
Dir.: Alfonso Cuarón. Pro.: Alfonso Cuarón, Nicolás
Celis, Gabriela Rodríguez. Gui.: Alfonso Cuarón. Int.: Yalitza
Aparicio, Marina de Tavira, Diego Cortina.
Seguramente Roma ha sido la película de estas
navidades; al menos, la más comentada y discutida, ensalzada y
vilipendiada; y eso, sin una audiencia masiva: solo se ha estrenado
en cuatro salas en toda España y, eso sí, se ha podido ver en
Netflix. Para más interés, Roma ha ganado el Globo de Oro a
la película de habla no inglesa, y Alfonso Cuarón el de mejor
director.
Cuarón, Iñárritu y Del Toro, son los “cuates de oro”
de Hollywood; aunque es verdad que han recibido premios y grandes
elogios con películas hechas allí. Ahora, sin embargo, es distinto:
Roma es un filme mexicano, hecho en México, rodado en blanco
y negro y hablado en español –de México- y mixteco. Da igual, parece
que el romance sigue.
¿Y qué cuenta la película? A grandes rasgos, la vida
de Cloe, la joven sirvienta de una familia numerosa y acomodada que
vive en el barrio de Roma de la capital, allá por los años 70 del
pasado siglo. Cloe trabaja sin cesar, sube y baja, atraviesa
estancias, escaleras y patios y es testigo mudo, o casi, de los
avatares de la familia: el matrimonio desapegado, la abuela
bienintencionada, los críos revoltosos y con todos ellos, los
conflictos y peripecias que viven. En un registro fotográfico
exhaustivo –Cuarón también es el director de la fotografía y el
montador- muy cercano al neorrealismo en estética e intenciones.
Y esa vida, el microcosmos que late alrededor de Cloe
y su circunstancia –que no es nunca fácil y en algunos momentos
incluso absolutamente trágica, con alguna secuencia durísima de ver-
es el valor esencial de la película: un retrato humano, seguramente
lleno de nostalgia y afecto. Pero la factura de Roma resulta
radicalmente incongruente con ese propósito, porque la mirada de
Cuarón elude el tiempo y el reposo necesario; la cámara está
incesantemente en movimiento, a veces en largas panorámicas que
pueden terminar donde empiezan, a ratos en movimiento a través de
escenarios que no se sabe dónde acaban. El espectador acompaña a la
fuerza estos viajes, en los que puede ser que los protagonistas se
pierdan, o puede que contengan momentos feroces o completamente
inertes. Naturalmente, es un prodigio técnico de primer orden, pero
también revela un artificio insustancial y que, al erigirse en
protagonista de la pantalla, desnaturaliza en parte el contenido de
la historia.
Nada debía distraernos de la otra verdadera
protagonista: la pequeña Cloe, la criada indígena que se agiganta
con el transcurso de los hechos –magnífico trabajo el de Yalitza
Aparicio, un debut más que prometedor- y que se resume en el mejor
plano de la película, con los críos apiñados abrazando a su tata en
la playa. Cuarón deja ahí respirar el aliento de Roma: una
comunidad familiar, que seguramente él conoció muy bien, y que
podría haber retratado menos caprichosamente y con mayor
profundidad.
Así que, para no escaparme yo también por la tangente, y ya que
parece que hay que rematar con claridad, diría que Roma no me
parece una película en ningún modo despreciable, aunque esté lejos
de ser, en mi opinión, una obra maestra.
RUSH
(22.09.13)
Dir.:
Ron Howard
Pro.: R.Howard, Brian Grazer, Peter Morgan Gui.: Peter Morgan
Int.: Daniel Brühl, Chris Hemsworth, Olivia Wilde
En Hollywood, Ron
Howard es todo un personaje: actor, productor, guionista y director; y
en esta faceta, con más de treinta títulos, entre los que se cuentan
Un, dos, tres… splash, Cocoon, Willow, Un horizonte
muy lejano, Apolo 13, El Grich, Una mente
maravillosa –con la que ganó el Oscar-, El código Da Vinci y
Frost contra Nixon. Un buen currículum, en el que hay de todo:
comedia, fantasía, drama, acción y también biografía, cuando ha
encontrado algún personaje real con la suficiente dosis de aventura y
emoción en su vida.
Quizá por eso se ha
sentido atraído por la figura de Niki Lauda, un deportista fuera de
serie, idolatrado en todo el mundo. Mucho ha cambiado el “circo” de la
Fórmula 1 desde los años 70, pero es imposible olvidar la figura del
piloto austriaco, su impresionante palmarés y sus duelos con el
británico James Hunt. Sobre todo a lo largo de la temporada 75-76, que
presenció un espectacular codo con codo entre los dos, disputándose
carrera a carrera el campeonato del mundo. Su rivalidad había nacido
desde que coincidieron, aun muy jóvenes, en los circuitos inferiores, y
no hizo más que crecer hasta el terrible accidente de Lauda en
Nürburgring, en agosto de 1976, que casi le cuesta la vida.
Con indudable acierto, Howard ha
fiado la recreación de los dos campeones a Daniel Brühl y Chris
Hemsworth; empezando por su aspecto físico –más fácil el de Hemsworth-Hunt;
más complicado, pero muy logrado el de Brühl-Lauda- y completándolo con
su carácter y personalidad. Ambos fueron las dos caras del héroe
moderno: James Hunt,
un playboy atractivo,
juerguista impenitente, ansioso de exprimir todo el jugo de la vida;
Niki Lauda, un hombre frío, calculador, exigente consigo mismo y con los
demás, como persona y como deportista.
Porque su rivalidad –no exenta de mutua admiración- y su dispar sentido
de la existencia y la competición se revelan en la película en la
indagación de su intimidad: Hunt se casa, casi por capricho, con Suzy
Miller una guapísima modelo que, harta de sus excesos, lo abandona por
Richard Burton, otro pájaro de cuidado; Hunt, en todo caso, no pareció
demasiado afectado. Niki Lauda, por su parte, se casó con Marlene, una
joven rica pero formal, que lo ayudó a recuperarse y con la que convivió
durante 21 años.
Es un rasgo más del argumento, desarrollado en un estupendo guion de
Peter Morgan –autor de Frost contra Nixon y The Queen-,
que otorga parecido peso a los dos protagonistas. Es otro logro, porque
cada uno es quien es gracias a su oponente. Hunt quiere ganar, ser
campeón; pero sobre todo quiere derrotar a Lauda y pasar por encima de
él con su velocidad, su destreza y su don de gentes. Lauda también
quiere vencer, ser el mejor, que su coche sea superior al de Hunt, que
éste no pueda alcanzarlo y que acepte sus reglas del juego. También le
gustaría, aunque lo niegue, que la gente lo quisiera tanto como a él.
Hay muy buenas películas sobre las carreras de coches; y esta es una de
ellas. No sólo los personajes llenan de verdad y emoción todo el
metraje; su universo, el mundo casi enloquecido de la Fórmula 1, los
personajes y las intrigas que lo pueblan y, por supuesto, el momento
crucial de los coches en la pista, el estruendo de los motores, el humo
de las gomas quemándose en el asfalto, la velocidad bajo el sol o en
medio de la lluvia…, todo está retratado con pulso excelente, trepidante
y espectacular cuando hace falta y profundo y analítico cuando toca.
No
hace falta ser muy aficionado, ni conocerse los circuitos, ni los
campeones de ahora –además de Fernando Alonso, claro- ni de antes. La
película lo explica muy bien, pero interesa, sobre todo, por todo lo
demás: la historia humana, la rivalidad, el afán de superación, la
pasión por el triunfo y todas sus consecuencias. Y también, que igual es
lo más importante, por ofrecer dos horas de entretenimiento sin
complejos ni pretensiones. Ron Howard es un artesano y un hombre de cine
que rara vez engaña: sus trabajos gustarán más o menos pero no tienen
trampa ni cartón. (http://www.rushmovie.com/)
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