Por Larry D'Abutti
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QUÉ FUE DE BRAD
(06.01.18)
Dir.: Mike White. Pro.: David Bernad, Dede Gardner,
Sidney y Jeremy Kimmel Brad Pitt, Prod. Eje.). Gui.: Mike White.
Int. Ben Stiller, Austin Abrams, Jenna Fischer.
Mike White es actor, productor, guionista y, desde 2007, director;
esta es su segunda película, tras El año del perro. Se le da
bien la comedia, y hace frecuentemente tándem con Jack Black. Y
aquí, con Ben Stiller de protagonista, podríamos pensar que nos trae
otra película divertida; al fin y al cabo, es a lo que más
acostumbrados nos tiene Stiller, con mejor o peor fortuna. No es
así; y si en Qué fue de Brad una sonrisa se deja ver de vez
en cuando es por algún detalle del guión que nos recuerda, quizá, a
nosotros mismos.
Ben Stiller es Brad Sloan; un hombre cercano a la cincuentena -47
años tiene, él mismo se encarga de puntualizarlo- que se enfrenta a
su tiempo agobiado por su presente, temeroso del futuro y enfadado
-más que nostálgico- por su pasado. Su vida le parece anodina y
carente de atractivo; su trabajo, su familia, mediocres. Sobre todo
si se compara con sus antiguos amigos, todos unos triunfadores,
millonarios e instalados en el éxito permanente.
Por eso ahora va con su hijo Troy a Boston, deseoso de que consiga
matricularse en la más prestigiosa universidad –si puede ser,
Harvard mismo-, la que le vaya a garantizar ese mismo triunfo en la
vida que ve en los demás, que deseaba y ya no sabe cómo alcanzar y
que sueña que al menos el chaval pueda conseguir.
La
película recorre los pensamientos de Brad tanto como su itinerario
por los campus de Boston. Mientras su hijo visita las facultades y
se somete a las entrevistas, incluso cuando acaba el día y duerme,
Brad se enfrenta a sus fantasmas, en forma de soledad, de jóvenes
universitarias –que serán colegas de Troy- o de viejos amigos que
reviven el pasado y lo hacen enfrentarse a la verdad. Triste verdad,
quizá.
El
relato pone al protagonista –y al espectador adulto- frente al
espejo del tiempo, ese que es el más incómodo en que mirarse. Brad
se hace mayor, su hijo va a la universidad y a él le parece que ya
no le queda nada por hacer. Salvo asumir que el tiempo se le ha
escapado entre las manos… Aunque tal vez comprenda que no ha sido
todo el tiempo, que queda más, y más por hacer y más por disfrutar y
sentirse vivo.
Algo en la mirada de Brad Sloan, en el gesto de Ben
Stiller propone que pueda ser así. Stiller compone un personaje
perfecto, maduro y nada ridículo, lejos de sus comedias bufas y
mucho más cercano de la tragedia –sencilla y cotidiana, eso sí- del
hombre moderno. Da gusto verlo en películas como esta.
QUEMAR DESPUÉS DE LEER
(12.10.08)
Dir.:
Ethan y Joel Coen
Pro.: Ethan y Joel Coen Gui.:
Ethan y Joel Coen
Int.: George Clooney, Brad Pitt, Frances McDormand, John Malkovich
Fot. Emmanuel Lubezki
Mús.: Carter Burwell
Nueva película de los hermanos Coen, muy poquito después de su éxito
mundial No es país para viejos.
Y ésta es muy distinta de aquélla, porque vuelven al terreno de la
comedia, y con sus intérpretes favoritos Frances McDormand –esposa,
además, de Joel- y George Clooney, a los que se añaden Brad Pitt
–colega de fechorías de este último- y John Malkovich.
Es posible que las películas “serias” de los Coen sean más
importantes: Sangre fácil, Muerte
entre las flores, Barton Fink, Fargo –desde luego-, El
hombre que nunca estuvo allí... Lo que sí tienen en común con las
comedias es ese punto de ferocidad, esa tremenda ironía y esa fuerza
visual, todo ello marca de la casa. Y un profundo elogio de la
estupidez, como expresa George Clooney cuando afirma que ha cerrado su
“trilogía de la idiotez” con esta película, tras O
Brother y Crueldad intolerable.
Quemar después de leer,
en efecto, está llena de idiotas. La narración se inicia con los
apuros de Osbourne Cox, un agente de la CIA en horas bajas. Tan bajas,
que realmente lo ponen de patitas en la calle. Cox –primer error-
decide vengarse, por el procedimiento de escribir sus memorias, en las
que piensa reventar más de un secreto profesional, es decir del
espionaje americano y tal. Por qué causas y mediante qué sucesos
casuales el disquete con las supuestas confidencias trascendentales va a
parar a manos de unos pelanas –2º disparate- que trabajan en un
gimnasio, es algo que es mejor dejar en el secreto del sumario.
Los pelanas del gimnasio son dos: un tonto del bote rematado –un
inconmensurable Brad Pitt- y una pobre desesperada de la vida; es decir,
que se muere por encontrar novio. El tercer error –de la naturaleza-
se produce cuando la empleada del gimnasio se cree que el famoso
disquete la va a hacer rica, chantajeando a su dueño o vendiéndoselo a
los rusos, eso depende. Y encima, conoce, a través de un programa de
citas, al amante de la mujer del funcionario de la CIA. Está claro, ¿no?
Los jefes de CIA también son idiotas –eso es reconfortante- pero no
tienen un pelo de tontos, y enseguida se dan cuenta de que algo pasa con
el disquete y los cinco o seis individuos que andan alrededor.
Da mucho gusto ver a actores tan formidables meterse de lleno en sus
papeles y someterse a los caprichos del humor de los Coen. Nada que
decir de Frances McDormand, siempre estupenda. Malkovich –como agente
de la CIA- no es en realidad el protagonista, pero sobre él se apoya
todo el entramado de la historia; es un personaje a su medida y no hay
que insistir más. Clooney está hecho un auténtico hortera, en las antípodas
de su elegancia habitual, y se ve que lo disfruta. Y Brad Pitt hace de
un mascachapas sin cerebro, con un corte de pelo inverosímil y una
mirada que te mata... de risa. Ah, también están el estupendo Richard
Jenkins –habitual de los Coen- y la glacial Tilda Swinton, que también
te mata, pero de miedo; qué señora...
Y eso es casi todo. El resto: el guión, el argumento, la historia, es
algo más convencional, más previsible para el ingenio y el genio de
Ethan y Joel Coen: es otra historia de perdedores radicales, muy
cercanos a otros protagonistas de su obra. Ésta tiene la envoltura de
un thriller político –en clave de farsa, claro- ambientado, esta vez,
en Washington, cuna de la alta intriga USA; y a la vez es una descomunal
caricatura de la sociedad americana –como otras veces-, que parece
repleta de paranoicos, aun antes de la crisis económica.
Previsible o no, Quemar después de
leer sigue siendo lo que en el fondo pretende: una comedia
disparatada, que transmite muy buen rollo entre sus creadores y que hace
sonreír al espectador un buen número de veces. La película se pone un
poco tramposa para lograrlo, pero ¿no sería hermoso que en la realidad
el jefe de la CIA, ante un descacharre semejante, también dijera:
“Algo hemos debido hacer mal, seguro... Sólo falta saber qué puede
ser”. (www.quemardespuesdeleer.es)
QUE SE MUERAN LOS FEOS (25.04.10)
Dir.
Nacho G. Velilla
Pro. Nacho G. Velilla, Mercedes Gamero
Gui. Nacho G. Velilla, Oriol Capel, Antonio Sánchez, David Sánchez
Int. Javier Cámara, Carmen Machi, Julián López
Nacho
G. Velilla hizo sus primeros trabajos como guionista para la mítica
serie Médico de familia; y más
modernamente ha sido escritor, productor –y también director de
algunos capítulos- de 7 vidas
y Aída. Hace un par de años debutó en el cine con Fuera
de carta, que triunfó en Málaga y –más o menos- en la taquilla
nacional. Con todo ese bagaje, le es posible demostrar que domina los
mecanismos del género: de la comedia, quiero decir; si puede ser
costumbrista y bastante coral, mejor.
Ahora repite con Javier Cámara y Carmen Machi, a los que convierte en
los antihéroes protagonistas de su indagación: ¿se puede ser feliz
siendo feo, cojo... y paleto? Soltero y poco espabilado, además,
Eliseo, vive en su granja dedicado a las vacas y a la carnicería del
pueblo. Separada y con alguna tara física, Nati se deja caer por allí,
buscando cobijo y un poco de aire. Nati se casó con el hermano de
Eliseo, más guapo que él pero también bastante más sinvergüenza;
por eso ella ahora se arrima a su ex cuñado. Eso sí, con buenas
intenciones: sólo para trabajar en el negocio familiar, por la parte
que se supone que le toca.
Entre sus complejos y sus vacas, ayudados, es un decir, por el tío
Auxilio y por Bertín -Julián López, la revelación del momento-,
Eliseo y Nati sobreviven como pueden; sus caminos han vuelto a cruzarse,
pero eso no les ayuda a afrontar un futuro que, por más que lo
intenten, no parece hecho para ellos. La verdad es que todo el pueblo
parece suspendido en el vacío; por lo menos, los vecinos que conocemos:
el maestro con aspiraciones literarias y su sacrificada mujer, el cura
moderno, la aspirante a madre soltera y el ligón vocacional. Cada uno
da vueltas sobre su eje y alrededor de los demás, pero no da la sensación
de que ese universo vaya a expandirse mucho ni a cambiar su gravitación
particular. Aunque, claro, a lo mejor sí; esa es una de las claves de
la buena escritura de comedia, la posibilidad de alterar y desviar el
orden del argumento.
El género, y sobre todo en su vertiente más coral, tiene ilustres
precedentes en nuestro cine; en la mente de todos están Azcona y
Berlanga, en la cúspide del Olimpo. En la de Nacho G. Velilla también,
y se atreve con el formato, en la series de televisión y en sus películas;
pero lo que en Fuera de carta era un espacio urbano y cerrado se convierte aquí en
un escenario natural campestre, que tiene clara vocación de
protagonista, tanto como los propios personajes.
Por desgracia, lo que tiene el guión de buen entramado dramático y
narrativo hace aguas por un par de defectos; que son más bien excesos:
por un lado, las composiciones habituales de Cámara y Machi tienen
tanta personalidad y tanta fuerza que es difícil verlos en papeles
diferenciados. Este Eliseo está duramente caracterizado, pero aun así
se le ve un poco el cartón; y no digamos la buena de Aída, digo de
Nati, que retrata a una señora casi de la familia, de tan conocida.
Y por otra parte, hay algunos momentos de cierto desaliño, tanto en la
imagen como en la escritura. El ritmo de la película –cine y televisión
no comparten absolutamente el lenguaje- resulta atropellado y deslucido
por abusivos subrayados, y los chistes de brocha gorda salpican
abundantemente las ocurrencias de los protagonistas; basten como
muestras la mayoría de las apariciones de la joven lesbiana o la
interminable secuencia final.
En la parte positiva, sin duda, el esfuerzo de los intérpretes para
llevar adelante su trabajo, a pesar de las circunstancias señaladas, de
las que son, evidentemente, conscientes. Javier Cámara y Carmen Machi
se ponen al tajo y no desdeñan ni asistir al parto de una vaca en la
granja; esfuerzo titánico, equiparable al del resto del elenco, que no
duda en destrozar concienzudamente el emblemático Eres
tú de Mocedades, un icono de la cultura “pop” de este país.
Este aire fresco y esta capacidad iconoclasta son lo mejor de la película,
por encima de su mensaje bienintencionado de felicidad en el feísmo y
la incompetencia manifiesta. (www.quesemueranlosfeos.com)
15 AÑOS Y UN
DÍA
(09.06.13)
Dir.: Gracia Querejeta
Pro.:
Gerardo Herrero, Mariela
Besuievsky Gui.:
Santos
Mercero, Gracia Querejeta
Int.:
Maribel Verdú, Tito
Valverde, Arón Piper
Hace ya mucho
tiempo que Gracia Querejeta dejó ser “la hija de Elías” para adquirir y
afirmar una voz propia; se ha ganado la consideración general con una
obra sólida y consecuente, que desarrolla su mirada y su escritura sobre
cuanto la rodea. Debutó en 1992 con la muy estimable Una estación de
paso, a la que siguieron El último viaje de Robert Rylands,
basada en una novela de Javier Marías, que gustó –la película- a todo el
mundo menos a este; una curiosa serie de documentales dedicados a los
ases del fútbol; Cuando vuelvas a mi lado; Héctor –muy
aplaudida y premiada-, y Siete mesas de billar francés.
Con 15 años y un día,
Gracia Querejeta ha conseguido cuatro premios en el pasado Festival de
Málaga, incluidas la Biznaga de Oro a la mejor película y la de Plata al
mejor guion. El argumento es sencillo, aunque no carente de ambición; de
hecho, contiene más de una faceta: crítica social, retrato familiar,
apunte amoroso y hasta intriga criminal; pero al igual que en Héctor,
toda la historia gira en torno a un adolescente problemático. Y también
aquí el entorno doméstico es determinante.
Jon, el chaval protagonista, vive con su madre, Margo, inteligente y
voluntariosa pero incapaz de echarse a los hombros la vida de los dos.
Ella quiere abrirse camino como actriz, aunque es consciente de que
seguramente su momento ya ha pasado. Se organizaría medianamente, a
pesar de ello, si no fuera porque Jon no deja de hacer trastadas. La
mayor parte no son graves, aunque apunta a dos blancos de consideración:
su vecino, un hombre antipático dueño de un perrito todavía peor educado
que su amo, y alguno de los profesores y auxiliares del instituto, con
los que se lleva bastante mal y a los que hace objeto de sus pullas y
sus bromas pesadas.
Cuando su proceder se pasa de la raya, al final, como es lógico, es
expulsado del colegio; entonces Margo, desesperada, decide enviar a Jon
a un pueblo de la costa, a vivir con su abuelo. Max es un militar
jubilado, inflexible en sus costumbres y no demasiado cariñoso. Acepta
tener a su nieto con él, pero a condición de que acate sus normas y no
le haga cambiar de vida. Max tiene pocas manías, o eso cree él: no
necesita ningún lujo –ni televisor tiene-, come y viste austeramente y
su única diversión consiste en su ejercicio mañanero y en mirar de reojo
a Aledo, la policía local, si se cruza con ella en ese rato.
El pulso entre abuelo y nieto echa chispas; pero poco a poco irán
acercando sus posiciones: Jon se resigna a la vida del pueblo, adquiere
alguna disciplina, hace nuevos amigos y comprende y asume los valores
que ve en el hombre; y Max, por su parte, recibe una inyección de
juventud y recobra parte de una alegría de vivir que ya creía olvidada.
Deja de preocuparse –poco- tan solo por él mismo y trata de comprender
–otro poco- la situación del chaval. Hasta le busca un profesor para que
no pierda del todo el ritmo de los estudios. Claro que el que encuentra
más a mano es otro chico, de la misma edad de Jon y, por desgracia, más
complicado aun que él. Precisamente a consecuencia de la relación de
amistad que surge entre los dos adolescentes, Jon va a vivir los
momentos más difíciles y más dramáticos de su existencia.
En ese
momento, el argumento enlaza todas las subtramas de la historia: la
realidad, tantas veces cruel, de la inmigración, más aun para los
jóvenes; el dolor –y también el rencor- de las familias rotas; la
resignación cobarde o la fuerza para reencontrar el amor… Y hasta cierto
suspense que acompaña a la investigación de un tremendo suceso.
Todo está orquestado correctamente y discurre con solvencia hacia la
catarsis final. Pero el cine de Gracia Querejeta se ha vuelto frío, algo
distante, carente al parecer de la necesaria sensibilidad. Y no por
culpa de los intérpretes, que están bien –y sobresaliente Maribel
Verdú-, sino quizá por esa intención de tocar distintos temas a la vez
que, en vez de sumar y aumentar la emoción, la dispersa y no la deja
llegar al espectador. (http://www.tornasolfilms.com/estrenos/15-anos-y-un-dia)
QUEEN & SLIM
(15.02.20)
Dir.: Melina Matsoukas.
Pro.: Melina Matsoukas, Lena Waithe, Pamela Abdy,
Andrew Coles, Gui.: Lena Waithe.
Int.: Daniel Kaluuya, Jodie Turner-Smith. Bokeem
Woodbine.
Melina Matsoukas es una directora ameicana de
origen griego y caribeño, que se ha curtido en el campo del
videoclip –una larga lista con Beyoncé, Lady Gaga, Rihanna, Katy
Perry, Kyle Minogue y otras- y la televisión. Queen & Slim
es su primer largo, y es una apasionante “road movie”
encabezada por Daniel Kaluuya –el protagonista de Déjame
salir- y Jodie Turner-Smith, casi debutante –para mí,
absolutamente- pero también con amplia carrera en la pantalla
pequeña americana.
Ellos son los Slim y Queen del título, una pareja
que se conocen gracias a Tinder y comparten una primera cena no
demasiado exitosa. Ella es una joven abogada, muy decepcionada
por haber perdido un caso con graves resultados; él, sin oficio
conocido, no parece tener otra cosa que hacer que intentar ligar
o, al menos, pasar el rato. La cosa va regular tirando a
aburrido, pero cuando van en el coche camino de una despedida
que sería definitiva, tienen un tropiezo con un policía que
patrulla por el barrio.
Queen y Slim son jóvenes, parecen venir de
fiesta. Y son negros. Y el policía es un chulo mal nacido. Muy
mala combinación para una madrugada fría, afilada y llena de
malos presagios. Que se cumplen todos.
Y los dos protagonistas, personas normales y
corrientes antes de encontrarse, se convierten en delincuentes y
fugitivos. Sus destinos se unen y comienzan una dramática huida
a través de seis estados, cinco coches y mucho miedo, hambre,
sueño y afán de libertad. La meta es Florida, desde donde
escapar a Cuba. Y los medios, algunos conocidos y parientes que
les brindan refugio y les dan dinero y comida, las más seguras
carretas secundarias y la suerte, que les parece favorable.
O quizá no sea la suerte. A medida que la fuga
progresa y la policía les sigue el rastro, una ola de
indignación sacude las capas más populares de la población
negra, que ayuda a los perseguidos y estorba a los
perseguidores, hasta llegar a provocar auténticos disturbios. El
mapa del viaje se ve así repleto de incidentes que salpican la
acción, como requiere todo buen relato de carretera. Paisajes,
tipos, tropiezos y recursos de toda índole pasan ante la vista del
espectador, asomado casi todo el rato a la ventanilla de los
coches que, uno tras otro, transporta a Slim y Queen.
No hay tregua, hay tensión creciente y hay una
inevitable sensación de melancolía cercana a la tragedia, que
tiñe cada fotograma. La imagen es caliente; la banda sonora,
compuesta por un buen número de temas, nos lleva a Nueva
Orleáns, al Caribe, al rhythm and blues, al soul; los cuerpos
danzan y se aman en la noche y miran de día al horizonte. Y no sabemos qué
va a pasar en cada amanecer, en cada recodo de la carretera, en
cada paso que lleva al paso siguiente.
Queen & Slim
–la película- es una historia de azares y caminos, de maldad, de
infortunio y de solidaridad; de personajes confundidos
–magníficas interpretaciones de sus protagonistas- y existencias
arriesgadas, y es un retazo de vida, un viaje terrenal con
música para el alma. O, dicho con más propiedad, una road movie
que tiene corazón de blues.
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