Por Larry D'Abutti
=P=
PÁJAROS DE PAPEL (14.03.10)
Dir.:
Emilio Aragón
Pro.: Emilio
Aragón, Mercedes Gamero. Gui.: Emilio
Aragón, Fernando Castets
Int.: Imanol
Arias, Lluís Homar, Carmen Machi
Este
es el debut de Emilio Aragón como director de cine; ya lo ha sido todo
en la pequeña pantalla: payaso, actor, “showman”, músico,
productor, empresario… Le faltaba este paso y se ha lanzado a la
aventura, tocando todos los registros creativos –hasta la banda sonora
es suya- y con un resultado más que estimable. Claro que es una primera
obra y vaya por delante que no es perfecta. Pero se nota que está hecha
con toda la ilusión del mundo, con muchísimo esfuerzo y con mucho
trabajo y tras una larga preparación; suya y de Fernando Castets
–habitual colaborador de Campanella- con el que ha coescrito el guión.
La
película arranca en el Madrid sitiado de la guerra civil. Por allí
anda un esforzado grupo de cómicos, artistas de “varietés”, como
se decía entonces, encabezado por dos buenos amigos: el músico Jorge
del Pino y el ventrílocuo Enrique Corgo. Jorge actúa por esos pueblos,
dejando en casa a la familia; Enrique también, pero familia no tiene,
el hombre. Y muy pronto, Jorge tampoco: una bomba se lleva por delante a
su mujer y a su hijo, inundando su vida de dolor y desesperación.
Acaba la contienda, y, en la gélida posguerra, los cómicos van y
vienen por la dolida geografía española; se
separan, se reencuentran, sobreviven en la penuria, navegan entre el éxito
pequeño y la desesperanza tenebrosa y sufren los peligros de unos días
hostiles y unas calles sin calor. Jorge y Enrique se reencuentran bajo
la tutela de Arturo, otro superviviente, un empresario con malas
taquillas pero buena fe. La fe es lo que ha perdido Jorge; y también la
pena se le ha disipado y eso le duele más que cuando la sentía.
Enrique tampoco se hace ilusiones, y todavía menos Rocío, cupletista
en franca decadencia que fía ya más en sus artes amatorias que en las
musicales.
Todos
juntos, más un chaval huérfano que se les pega, la joven promesa
–una niña inocente de los peligros del momento-, los músicos, el
anciano matrimonio con sus perritos danzarines, imitadores, tramoyistas,
cantantes… y también un espía; todos forman esa extraña “familia”
de artistas desheredados de la fortuna, pero capaces aún de
sobreponerse al hambre, a la represión, a los abusos y, si puede ser,
hasta a los militares. Son éstos los que han infiltrado a uno de los
suyos en la compañía, para vigilar y controlar la vida licenciosa y
probablemente conspirativa de los cómicos.
Este coro, un conjunto de formidables actores, constituyen la columna
vertebral de la historia; no podía ser de otra manera, y Emilio Aragón
ha ejercido de director de orquesta –también la banda sonora tiene números
de buenísima factura- para darle a cada uno su partitura, su sitio y
también su libertad para crear. En ese aspecto está mejor que en la
realización, que le ha quedado un tanto desigual: hay secuencias mucho
mejores que otras, en algún momento el ritmo decae y la resolución del
relato no es, precisamente, lo más logrado de la película.
Pero la intención es muy buena, y las dos o tres tramas que se
entretejen tienen entidad y están convenientemente trazadas: los
homenajes y referencias a la profesión –el hábitat natural de Emilio
Aragón- son oportunas y sinceras; la vida de los artistas de “varietés”,
tan denostada, humillada y censurada; tan sospechosa en la época y en
todas las épocas, sale retratada con valentía, realismo y muchísimo
amor. Y por último, los personajes protagonistas, este Jorge y este
Enrique –magnífico Imanol Arias, majestuoso Lluís Homar- desnudan su
vida y su corazón dolorido, su soledad y su amargura, con la mirada,
con el gesto, con el tono, hasta con el silencio más elocuente que un
discurso.
Entrañable reconstrucción, en suma, de una época y unas gentes, pero
también de unos sentimientos: por encima de todos, el del amor por una
profesión que pervive para llenar pantallas y escenarios de alegría,
imaginación y talento, y por quienes se dedican a ello con toda su
voluntad y con la intención de no morir en el intento. A veces se
consigue, a veces no.
(www.pajarosdepapel.com)
PALABRAS PARA UN FIN DEL MUNDO
(14.11.20)
Dir.: Manuel Menchón.
Pro.:Andrés Luque, Mario Madueño, Manuel Menchón. Gui.: Manuel Menchón.
Voces de José Sacristán, Víctor Clavijo, Marian Álvarez, Andrés
Gertrúdix, Antonio de la Torre.
Tercera vez que
aparece la figura de Miguel de Unamuno en nuestras pantallas en los
últimos años; con la película de Amenábar en medio, el malagueño Manuel
Menchón dirigió La isla del viento (2005), centrada en el exilio
del pensador en Fuerteventura, y ahora estrena este impactante
documental, en el que lleva trabajando 10 años.
Como en Mientras
dure la guerra, Menchón se centra en los últimos momentos de la vida
de Unamuno. Aunque empieza bastante antes, y acaba con la muerte de
quien pudo –y seguramente debió- ser Premio Nobel de Literatura, lo que
impidió el régimen del III Reich. Lo cuenta el documental, una labor de
investigación exhaustiva y apasionada –en el mejor sentido-, plasmada en
imágenes reales, en muchos momentos dramáticas, y en un blanco y negro
en el que gotean manchas de color dispuestas con toda intención.
La principal de la
película, además de mostrar al protagonista en todas sus facetas, es
precisamente ahondar en el momento de su muerte, el 31 de diciembre de
1936, rebatiendo la versión oficial y levantando un mar de
incertidumbres que, si bien no concluyen en sospecha, sí se alejan
definitivamente de la idea hasta ahora establecida. Y el retrato de esos
momentos nos revela la figura de Bartolomé Aragón, profesor en
Salamanca, periodista ocasional, falangista y fascista convencido.
Aragón fue la persona que estuvo con Unamuno en sus últimos momentos.
Parece que su fallecimiento fue tan plácido que solo al ver que una de
sus zapatillas estaba a punto de quemarse en el brasero pudo Aragón
darse cuenta de lo ocurrido. A partir de ahí, se producen toda una serie
de irregularidades y alteraciones de los hechos, tanto en el relato
público como en los documentos y trámites del suceso. Hoy 84 años
después, la verdad completa sigue sumida en la bruma; pero documentos
como este de Manuel Menchón contribuyen, al menos, a iluminar algunos
aspectos, algunos hechos, algunos protagonistas de la historia.
PARA SAMA
(14.11.20)
Dir.:
Waad Al-Kateab, Edward Watts.
Pro,: Waad Al-Kateab. Gui.: Waad Al-Kateab. Int.: Waad Al-Kateab, Hamza
Al-Kateab.
Waad Al-Kateab era una estudiante de la Universidad de Alepo cuando
estalló la llamada “primavera árabe” en marzo de 2011. A la revuelta en
Siria siguió la durísima represión del régimen de Bashar Al-Assad, que
desembocó en una terrible guerra civil que todavía no ha terminado.
La
joven se armó de su teléfono móvil y se dispuso a contar lo que pasaba
en su país, en su ciudad y en el hospital en el que trabajaba su marido
Hamza. Sus reportajes empezaron a hacerse populares, incluso
internacionalmente cuando se emitieron en los medios de Gran Bretaña;
gracias a eso pudo hacerse con un equipo de grabación mejor. Y a lo
largo de 5 años filmó 500 horas de estremecedora realidad para montar
este documental en el que presenciamos el caos más absoluto y más
doloroso.
La
ciudad de Alepo va siendo minuciosamente destruida y sus habitantes no
pueden escapar al horror y a la muerte; aunque tampoco al amor.
Refugiados en el hospital, vemos la relación entre Waad y Hamza,
presenciemos el embarazo de esta y el nacimiento de su hija Sama. La
niña va creciendo entre las bombas de la aviación rusa, aliada del
dictador, los escasos momentos de reposo, la atención de sus padres
–ella grabando sin cesar, él trabajando al mismo ritmo –en el peor
momento, casi 900 operaciones en 20 días- y con una existencia cada vez
más problemática.
La cámara de Al- Kateab no nos evita casi nada: destrucción, pánico,
muerte. Hombres, mujeres, ancianos y niños; hombres llorando, niños
heridos, desesperados, llamando a sus padres y__ hermanos entre los
escombros y el polvo. El horror de la guerra, multiplicado por la
fatalidad y la desesperanza. Waad Al-Kateab habla con su hija y trata de
explicarle que la vida no es así, que se lucha por unos ideales, aunque
se pierda, y que es posible un futuro mejor, sin tanto horror ni tanta
crueldad. Esa es, en definitiva, la moraleja de la película. Pero
contemplando hasta dónde puede llegar la maldad humana, cuesta
admitirla.
PARÁSITOS
(26.10.19)
Dir.: Bong Joon-Ho. Pro.: Young-Hwan Jang, Yang-kwon
Moon. Gui.: Bong Joon-Ho, Jin Won Han. Int.: Kang-ho Song, Yeo-Jeong
Jo, So-dam Park
El coreano –del Sur, por supuesto- Bong Joon-Ho
ha dirigido una decena de películas. No las he visto todas, ni
creo que se hayan estrenado en España, pero sí recuerdo un par
de ellas, ambas tremendas: The host (2006), sobre una
bestia submarina, en la mejor tradición del género, y
Rompenieves (2013), un thriller ferroviario que le habría
dado miedo al mismísimo Tarkovski, con el que ganó más de 30
premios. Con Parásitos ganó la Palma de Oro en el pasado
Cannes de este año, yo creo que muy merecidamente.
El título se refiere a los componentes de la
familia Kim, un matrimonio y sus hijos jóvenes, todos
desempleados y trampeando en la vida con los más variados
subterfugios, desde falsificar cajas de pizzas hasta robar la
wifi del vecino. El hijo, llamémosle Woo, tiene la oportunidad
de suplir a un amigo, que se marcha a América, como profesor de
inglés de la hija de la acaudalada familia Park. Acepta, claro,
y la cosa se le da tan bien que todos está contentísimos con él,
especialmente su alumna Da-hye, de su misma edad.
Woo se da cuenta de las posibilidades de trabajo
honrado –o casi-que hay en la mansión de los Park, y se la
ingenia para que su padre sustituya al chófer, su hermana a la
niñera y su madre al ama de llaves y mano derecha de la señora.
No importa mucho que para ello hayan mentido, delatado y
difamado a los anteriores sirvientes, que han sido despedidos
sin contemplaciones y sin entender nada de la situación. Lo que
vale es que ahora la vida sonríe a los Kim, que empiezan a
sentirse los reyes el mambo: como si las familias –y sus casas-
que son simétricamente opuestas, pudieran fundir sus
diferencias.
Pero un día… Los Park se van a una fiesta de
cumpleaños y los criados, solos en la residencia, aprovechan
para montar la suya propia. Llueve muchísimo. Y llaman a la
puerta: es la antigua ama de llaves, que dice haberse dejado
algo allí cuando fue despedida. Y los acontecimientos se
precipitan de tal manera que lo que parecía una comedia más o
menos bufa se transforma en un vodevil y, poco a poco, en un
drama descomunal ante el cual el espectador no sabe si reír o
temblar, sin poder salir del asombro y sin darse cuenta de que
la pantalla está tiñéndose de amargura y de dolor.
Bong Joon-Ho maneja con solvencia, como siempre,
los tiempos y los caracteres. En el primer apartado, solo se le
echaría en cara el desarrollo de la tremenda tormenta, que,
aunque cumple como doble metáfora, se alarga y provoca una
duración exagerada; la película, a mi entender, estaría mejor
sin esa secuencia. En cuanto a los personajes, aquí sí que
brilla en toda su extensión. Los cuatro protagonistas, los
cuatro amos de la casa y los que van pasando por ahí, brillan
con una pátina de realidad indiscutible.
Parásitos
es, como ya apuntaba, divertida y perversa. Y hasta feroz, pero
también delicada. Woo, que quizá es el más protagonista, por más
superviviente, acierta a comenzar y terminar la narración, en un
círculo que va de los sueños a la ilusión, y viceversa, para
contener todo ese caudal de emociones, enredos, pequeñas
mentiras y medias verdades, desastres anunciados y dramas
inesperados. La película es coreana, pero la entiende todo el
mundo porque, en definitiva, se parece mucho a la vida.
PARÍS, PARÍS (12.04.09)
Dir.
Christophe Barratier. Pro. Nicolas Mauvernay, Jacques Perrin. Gui.
Christophe Barratier, Julien Rappeneau. Int. Gérard Jugnot, Clovis
Cornillac, Kad Merad.
Hace cuatro años, Christophe Barratier alcanzó un
éxito mundial con Los chicos del
coro. Y ahora trata de reeditarlo, con el mismo protagonista y con
esta nueva historia, también con las suficientes dosis de música,
nostalgia y apego por sus personajes.
París, mayo de 1936: el bueno de Pigoil –Gérard Jugnot- asiste
alborozado al triunfo del Frente Popular y a lo que piensa que va a ser
una época de máximo esplendor de “su” teatro: el Chansonnia, el
lugar preferido por todo el barrio, siempre lleno de magia, canciones,
chicas guapas y un público incondicional. En realidad, Pigoil no es más
que un humilde empleado; y pronto, ni eso: los avatares políticos y
económicos hacen que el teatro pase a manos del rico y malvado Galapiat
y toda la nómina del Chansonnia acaban en el paro. Para colmo, Pigoil
pierde la custodia de su hijo y, desesperado, no encuentra más solución
que ocupar –por las buenas o por las malas- el teatro y, en compañía
de sus amigos Milou y Jacky, convertirse en empresario de variedades y
devolver al barrio su local favorito. Con la que está cayendo.
Unas
gotitas de suspense aderezan convenientemente el guión, que recorre un
París pre-bélico azotado por la inseguridad, las huelgas y la amenaza
nazi, de creciente violencia. Pero también lleno de alegría, música,
esperanza y amor: dentro y fuera del escenario.
PASSENGERS
(14.01.17)
Director: Morten Tyldum.
Intérpretes: Chris Pratt, Jennifer Lawrence, Michael Sheen.
En un futuro quizá no muy lejano, la nave de transporte Avalon cruza
el espacio en un viaje de 120 años desde la Tierra hacia un planeta
en el que la vida sea posible. A bordo van hibernando 5.000
pasajeros que permitirán la continuidad de la especie humana. Pero
un accidente fortuito provoca que una de las cápsulas de hibernación
se abra, y Jim Preston, un joven mecánico que busca un futuro mejor,
despierte antes de tiempo y se encuentre solo en la inmensa nave.
¿Solo…? En realidad, no tanto.
Morten Tyldum, el director de Headhunters e Imitation game,
es el responsable de esta nueva odisea espacial cercana al mito
edénico, que cuenta con el carisma de sus intérpretes, un
espectacular –como no podía ser por menos- diseño de producción y un
depurado estilo narrativo, que va adquiriendo ritmo e intensidad
según progresa el relato; sin olvidarse tampoco de aderezar la trama
con un oportuno sentido del humor y, por supuesto, con la chispa del
amor que salta entre los protagonistas.
PATERSON
(10.12.16)
Dir. Jim Jarmusch. Int. Adam Driver, Golshifteh Farahani, Chasten
Harmon
Jim Jarmusch, que no había estado muy activo últimamente –solo dos
películas desde Flores rotas (2005): Los límites del
control y Solo los amantes sobreviven- se descuelga ahora
con otras dos en este año: el documental sobre Iggy Pop y The
Stooges, y esta Paterson, que recupera el aroma de gran cine
de Extraños en el paraíso, Mystery train o Noche en
la tierra. Paterson es una pequeña ciudad de New Jersey, pero,
curiosamente, también es el nombre del protagonista, un conductor de
autobús aficionado a la poesía y poeta él mismo.
Paterson vive con su mujer, Laura; y cada mañana se despiertan
juntos; él se va al trabajo, ella se queda en casa ideando nuevos
motivos decorativos para sus muebles, sus cortinas o los “cup-cakes”
que prepara, o inventando nuevos platos, o soñando con sus futuras
glorias como cantante country. La vida de Paterson es más monótona:
coge su autobús, hace siempre el mismo recorrido, escucha y paladea
las conversaciones de sus pasajeros, siempre distintas, siempre
iguales, para para comer y vuelve a casa por la tarde. Y ya está.
Bueno, no: sale a tomar una cerveza después de cenar y aprovecha
para pasear a Marvin, un bulldog inglés con ocultas y traviesas
intenciones. Y en medio de todo eso, escribe poemas, escribe sin
parar.
Una semana, de lunes a domingo, ocupa la película. No es mucho
tiempo, pero a la vez es toda una vida: conocemos a Paterson y Laura
como si fueran nuestros vecinos. Y es imposible no quererlos. Porque
Adam Driver es un actor sensacional –en un personaje maravilloso-, y
Golshifteh Farahani no se queda atrás. Y porque la poesía, esa que
el protagonista escribe y disfruta y homenajea, empapa todo el
metraje de esta obra modélica, una joya en la que cada plano, cada
secuencia y cada diálogo es una gozosa lección de cine. Jim Jarmusch
en estado puro: un director capaz de extraer de lo más sencillo la
más alta cota de complejidad, diversión e inteligencia.
PEQUEÑA FLOR
(10.12.22)
Dir.:
Santiago Mitre. Pro.: Didar Domehri, Agustina Llambi-Campbell. Gui.:
Santiago Mitre, Mariano Llinás. Int.: Daniel Hendler, Vimala Pons,
Melvil Poupaud, Sergi López.
Me
gustan mucho los directores capaces de reinventarse, de buscar
nuevos caminos, de romper límites. Como Santiago Mitre (Buenos
Aires, 1980), cuya carrera, ya interesantísima, no permite
encasillarlo. Ha dirigido El amor (primera parte) (2005),
El estudiante (2011, una indagación sobre la identidad
política), Los posibles (2013, un film musical experimental),
Paulina (2015, su primer gran éxito internacional y la
consagración de Dolores Fonzi), La cordillera (2017, esa
fábula sobre la figura del presidente argentino y la política
internacional) y Argentina, 1985, reciente y multipremiada,
sobre el proceso a los generales golpistas.
Y al
mismo tiempo que esta, o un poco antes, aunque se estrena después,
llega esta película inclasificable, quizá un thriller o una historia
romántica, o una comedia negra, al compás del jazz y el clarinete de
Sidney Bechet. El film tiene sus personajes y su argumento y todo,
pero quizá lo primero que tuvieron en mente Mitre y su habitual
coguionista Mariano Llinás fue la pregunta clave que todos nos hemos
hecho alguna vez: cómo matar a tu vecino, ese ser? Con un balazo de
revólver, o de un martillazo en el cráneo, o electrocutándolo, o
dándole con una pala en la nuez, o con una sierra eléctrica, un
punzón, envenenándolo, gaseándolo o colgándolo de su propio
cinturón…? Todas son formas válidas -pensaron, seguramente-, lo
importante es encontrar una definitiva, si es que la hay.
Y dicho
esto, la película está protagonizada por un joven matrimonio, José y
Lucie. Viven en Francia, aunque él es argentino y bastante reacio a
entender y hablar el francés. Son padres de una nena y, cuando José
pierde su empleo, Lucie sale a trabajar y José se queda al cuidado
de la casa y el bebé. Un día, tiene la ocurrencia de pedirle al
vecino de al lado que le deje una herramienta para arreglar un poco
su jardincillo. El vecino, un hombre muy simpático, lo invita a
pasar a su casa. Traban conversación, beben, escuchan música. Jean-Claude,
el vecino, le explica su fascinación por el jazz y le muestra su
maravillosa colección de vinilos. Al final, están incluso algo
embobados oyendo a Sidney Bechet y su Pequeña flor… Hasta que
José se acuerda de por qué había ido. Y poco después, sin saber
cómo, su vida cambia para siempre.
Al
principio no lo parece, y hasta casi se ve arrastrado por los
acontecimientos en dirección muy distinta. Lucie está muy
descontenta, aparecen grandes grietas en el matrimonio. Por ahí
entra en acción también Bruno, un psicólogo-gurú que parece español
pero solo es catalán, y que enreda a Lucie con sus maniobras
mentales y también físicas. José no sabe muy bien si está despierto
o soñando.
Y el
espectador, también. Porque Pequeña flor es una montaña rusa
en la que el argumento sube, baja, da vueltas y parece a punto de
desvanecerse… como una pesadilla o como un viaje psicodélico en el
que sabemos que lo que vemos no puede ser verdad pero es
completamente verosímil. La inspiración y la frescura, y también el
talento de Mitre nos provoca, nos sorprende y nos divierte
Y nos llena la retina de locura, y los oídos del
mejor jazz con una narración a contracorriente de modas y cánones,
con un pulso que lleva a sus intérpretes en volandas, entregados a
la geometría voluble de la película: hay un cara a cara, o quizá
tres, hay un triángulo erótico-sentimental y otro presidido por Baco
y Thanatos. Santiago Mitre no le tiene miedo a la verdad social o
política y tampoco al riesgo y al ridículo. Así que lo que hace es
cine: a veces serio y verdadero, a veces, como aquí, ligero y muy
divertido.
PEQUEÑAS MENTIRAS SIN IMPORTANCIA
(29.05.11)
Dir.:
Guillaume Canet
Pro.: Alain Attal Gui.:
Guillaume Canet
Int.: Marion Cotillard, François Cluzet, Benoît Magimel
Guillaume
Canet es un conocido actor francés de 38 años, con más de cuarenta títulos,
entre cine y televisión –lo veremos en la nueva versión de La guerra de los botones de Christophe Barratier- y una más corta
carrera como director: éste es su tercer largo; con el que ha
conseguido, eso sí, un taquillazo en su país: más de cinco millones
de franceses han visto esta película.
Max –François Cluzet,
extraordinario actor- invita todos los años a sus amigos a pasar dos
semanas de vacaciones en su casa de la playa. Aunque en esta ocasión
Ludo, quizá uno de los más animados, ha sufrido un grave accidente,
los demás, tras algunas apenadas resistencias, y pensando que está
bien atendido y que no pueden hacer más por él, deciden seguir
adelante con el plan. No es la única ausencia: Marie –Marion
Cotillard, la más rutilante estrella del actual cine francés- se ha
dejado en París a su último amante, y a Éric y a Antoine, sus novias
les acaban de plantar, dejándolos solos y en un desconcierto bastante
patético. Son suficientes, sin embargo, para llenar la casa de Max; un
espectacular chalet al borde del mar en el que, evidentemente, todos se
sienten como si fuera suyo. No en balde Canet ensayó allí con sus
actores hasta hacer que se familiarizaran con la casa y todos sus
elementos. Ese trabajo, además, permite que un guión bien aprendido
explique en pocas secuencias y algunas palabras más la personalidad de
cada cual y las relaciones, explícitas o subterráneas, que mantienen
entre sí. Todos capitaneados, desde luego, por su anfitrión, un hombre
rico y generoso, pero también bastante neurótico, acaparador y, en el
fondo, un poco egoísta.
El esquema no es muy original: una decena de personas reunidas, casi
encerradas, en un único espacio; no importa el horizonte infinito del
mar ni las idas y venidas de los personajes; en realidad, la casa
funciona como un escenario único –es casi otro protagonista- y allí
sucede lo más importante, en la discreción de las habitaciones –más
o menos- o congregados todos en torno a la mesa. Así vamos conociendo
la vida de estas personas, de la más alegre a la más dolorosa, pasando
por una completa exposición del amor, la soledad, el desconcierto y el
temor al futuro, además de la propia amistad, ciertamente, y de sus
pruebas; alguna verdaderamente inesperada y hasta incómoda. Que
no surge de repente, por arte de magia. Lo mejor de este relato es que
los personajes están muy bien construidos, cada uno con su historia
detrás, con una evolución que ahora vemos y comprendemos según se
desenreda el entramado de situaciones divertidas, apasionadas,
conmovedoras o absurdas que se nos muestran. Canet confiesa los rasgos
autobiográficos del argumento, pero no hace falta; sus protagonistas
–que lo son todos por igual- son tan reconocibles y verdaderos que
esta reunión se parece mucho a la que podamos tener cualquiera de
nosotros con nuestros propios amigos.
Claro que hace falta encontrar un reparto de excelentes intérpretes que
ponga todo eso en la pantalla y lo haga funcionar. Marion Cotillard y
François Cluzet; y Benoît Magimel, Jean Dujardin y Gilles Lellouche, y
todos los demás, están sencillamente soberbios, calculadamente espontáneos
y creíbles; gracias a ellos y a la agilidad de la puesta en escena de
su director, la película trasciende su cotidianeidad para adentrarse en
el terreno del arte.
Sí que hay también algún reparo, desde esta misma falta de
originalidad inicial –la historia de treintañeros enfrentados al
miedo a la vida- hasta la inclusión abrumadora de canciones, recurso
expresivo que detesto; quizá también la excesiva duración… Pero no
empañan la nota final de esta estupenda película coral, que te
interesa y te divierte, y te lleva de la sonrisa a la emoción con las
vidas de estos amigos y el retrato de sus aspiraciones, sus dudas, sus
certezas y sus engaños: esas pequeñas –y medianas- mentiras que
cuentan a los demás y que ellos mismos –y tú y yo- necesitamos
creernos para sobrevivir.
(http://pequeñasmentiras-lapelicula.es/)
PEQUEÑOS DETALLES
(27.02.21)
Dir.:
John Lee Hancock. Pro.: John Lee Hancock, Mark Johnson. Gui.:
John Lee Hancock. Int.: Denzel Washington, Rami Malek, Jared
Leto.
Además de algunos guiones para Clint Eastwood -Un
mundo perfecto,
Medianoche en el jardín del bien y del mal-
y otros, ocho títulos avalan ya la carrera de John Lee Hancock (Longview,
Texas, 1956) como director, entre los que destacan
El Álamo: La leyenda,
The blind side. Un sueño posible,
Al encuentro de Mr. Banks
-con Tom Hanks en el papel de Walt Disney- y
El
fundador,
que descifraba los entresijos del “imperio” McDonald’s.
Distintos géneros y un estilo de evidente fuerza narrativa.
Pequeños detalles
retrata a uno de esos personajes estupendos propios del
policiaco de todas las épocas: el alguacil del condado de Kern
Joe Deacon -más conocido como “Deke”-, que da pie a una
magnífica creación de Denzel Washington. A Deke lo envían a Los
Angeles para recoger unas pruebas; a él no le hace mucha gracia
el encargo, luego iremos sabiendo por qué, pero no tiene más
remedio que obedecer. Y al llegar a Los Angeles, y tras sentir
el desagrado de sus colegas, se ve involuntariamente implicado
en un caso de asesinatos en serie que se están produciendo en la
ciudad.
Involuntariamente… o quizá no tanto; parece acceder a
regañadientes a la petición de ayuda -tampoco muy entusiasta-
del sargento Jim Baxter -Rami Malek-, que dirige la
investigación, pero pronto comprendemos que hay otros motivos,
todavía ocultos, que lo llevan a colaborar en la tarea. Que al
principio solo va dando palos de ciego, hasta que aparecen
algunas señales y coincidencias, esos “pequeños detalles” del
título, que les permiten encaminar las pesquisas en una
dirección.
Claro que puede que sea equivocada, y den con algún posible
culpable que no lo sea, aunque lo parezca. O que lo sea, por más
que no se pueda demostrar. Y aquí entra en escena un tal Albert
Sparma -Jared Leto en su salsa, ya nominado al Globo de Oro-, un
personaje ambiguo y bastante retorcido, cuya ocupación principal
parece ser reírse de la policía y sus métodos. Y mientras, se
produce un nuevo caso y la tensión aumenta cada vez más.
Hay
aquí un cierto aroma a
El
silencio de los corderos,
con crímenes que rozan el canibalismo y una búsqueda agobiante,
igual de oscura y malsana. Aunque este alguacil Deke sea alguien
mucho más turbio y complejo que la detective Clarice Starling;
el hombre carga con un pasado tormentoso, una historia en la que
no cabe el olvido y quizá tampoco la redención. Y su
protagonismo convierte el relato en algo que va más allá del
thriller policiaco al uso: más que una pugna entre el bien y el
mal -la policía y el asesino de turno- es un pulso entre la
búsqueda de la verdad y la posibilidad de alcanzarla por entero.
Y todo en un permanente claroscuro, sin verdades absolutas ni
conclusiones satisfactorias.
John
Lee Hancock se ha rodeado de un plantel de técnicos y artistas
de primer nivel, desde el compositor Tomas Newman hasta su
habitual director de fotografía John Schwartzman, y concluyendo
con un trío protagonista con Oscar a sus espaldas: Washington y
Leto -el antihéroe fronterizo, lleno de matices, y su némesis
estridente- y Rami Malek, que compone un personaje íntegro y
consecuente, un policía que cree en la ley hasta el límite del
derrumbe.
Y
este
elenco protagonista es, por supuesto, lo más interesante de la
propuesta que, si no resulta muy original, sí que revela el
esfuerzo de su director-guionista por crear una obra clásica y a
la vez moderna, un retrato de personajes y atmósferas, de
sucesos tremendos y cosas pequeñas que pueden cambiar la vida.
Le ha salido bien y merece la pena que la veamos.
PERDIDA
(12.10.14)
Dir.
David Fincher
Pro.: Arnon Milchan, Reese Witherspoon Gui.: Gillian Flynn
Int.: Ben Affleck, Rosamund Pike, Neil Patrick Harris
David Fincher
posee una de las carreras más notables dentro de la nómina de directores
americanos en activo. Películas suyas son las extraordinarias Seven
y Zodiac; y también The game, El club de la lucha,
El curioso caso de Benjamin Button, La red social y alguna
más, todas interesantes cuando menos. El potente cine de Fincher se
mueve a menudo en los terrenos del suspense, la ambigüedad y la intriga
–policiaca o no-, con evidente afición por los finales sorprendentes.
Muchos, y también él mismo, lo han comparado con Alfred Hitchcock, y es
imposible negar esa evidencia.
Quizá el genial autor de Vértigo habría filmado su versión de la
novela de Gillian Flynn. El argumento, en principio, parece apropiado:
Nick y Amy Dunne son un matrimonio normal; han vivido en Nueva York unos
años de éxito y relativo lujo, pero ahora las cosas no les van muy bien;
han tenido que mudarse a Mississippi y el dinero ya no fluye con la
alegría de antes. Nick ha abierto un bar a medias con su hermana y la
inteligente y muy atractiva Amy trata de revivir su prestigio como
escritora. Quizá haya alguna fisura en su vida en común, ciertamente,
pero nada hace presagiar la tragedia que van a vivir justo en su quinto
aniversario: de repente, Amy desaparece.
Nick no puede comprender lo sucedido. En la casa hay señales de lucha y
todo parece apuntar a un secuestro. Pero nadie pide rescate, y él sabe,
además, que no podría pagarlo. Y lo peor es que, cuando la policía local
empieza a investigar, aparecen indicios bastante más preocupantes, y la
idea de un asesinato comienza a hacerse más y más patente. El hombre
empieza a desesperarse y, junto con los padres de Amy, inicia una
campaña que trata de llegar a los medios y a la opinión pública en busca
de alguna pista del paradero de su mujer.
Por desgracia para Nick, esa opinión pública y, lo que es peor, la de la
policía, lo señala cada vez más como el posible culpable de la muerte de
Amy. Se encuentran nuevas aparentes evidencias, pero la definitiva es el
diario de la joven, donde explica sus desavenencias íntimas, alguna de
ellas de extraordinaria gravedad. Y el cerco parece cerrarse sobre Nick,
incapaz de demostrar su inocencia bajo el peso de la sospecha; hasta el
punto de ser linchado moralmente por la propia sociedad a la que pedía
ayuda.
¿Cuál es la verdad? Fincher maneja con habilidad la capacidad
perturbadora del hasta ahora modélico guion. La cámara persigue la
zozobra y la angustia del protagonista, pero pronto se despliega en
diferentes y paralelos puntos de vista: Nick trata de explicarse, pero
también oímos la voz de Amy plasmada en su diario, y conocemos la
realidad mostrada por las pruebas. Y aun hay otra trama más, que surge
de repente y se cruza con el argumento para hacer que salten chispas en
cada imagen y que la emoción y la incertidumbre crezcan sin parar.
El mejor Ben Affleck se complementa con una estupenda Rosamund Pike;
atención a esta actriz –una belleza rubia que hubiera encantado a
Hitchcock-, que harta de lidiar con un buen número de personajes
secundarios –hasta ser “chica Bond” en Muere otro día-, está
decidida a dar el definitivo paso: cualidades le sobran para ser una
estrella. Aquí da la réplica a Affleck con absoluta contundencia. La
misma que muestra la película, en progresión continua –como ya apuntaba-
hasta llegar a un majestuoso clímax… que por desgracia se diluye, en mi
opinión, en un demasiado largo y por demás explicativo epílogo.
Seguramente, es el final que la guionista ha escrito para la película,
distinto del de la novela original. En todo caso, quizá sirva también
para recuperar el aliento tras una catarata de emociones, oscuras
pasiones, verdades ocultas y mentiras brutales que llenan la película y
que muestran, en definitiva, la maestría de Fincher para el suspense, su
mirada cargada de perversión siempre al borde de la tragedia, siempre
agudo observador de la transgresión y el crimen… con o sin castigo. (http://www.perdidalapelicula.es)
PERDIENDO EL
NORTE
(01.03.15)
Dir.: Nacho García Velilla
Pro.: Mercedes Gamero, Nacho G.
Velilla Gui.:
Oriol Capel,
David S. Olivas,
Antonio Sánchez, Nacho G. Velilla
Int.:
Yon González,
Julián López,
Blanca Suárez
Vente a
Alemania, Pepe, decía José
Sacristán en 1971. Y con muy parecido fundamento, Nacho G. Velilla
–director de Fuera de carta y Que se mueran los feos, y
responsable de series como 7 vidas o Aída- traza un relato
de emigrantes en apuros; con un humor no tan básico ni tan grosero, pero
casi tan superficial como aquel. Hay continuas referencias a la crisis y
a los recortes, que obligan a las “jóvenes promesas” protagonistas –un
economista y un biólogo- a marcharse a Berlín, donde, según han visto en
un reportaje televisivo, atan los perros con… salchichas. De Frankfurt,
naturalmente.
Y naturalmente, nada les sale como creían. No saben el idioma, no saben
desenvolverse en un medio tan hostil… Y menos mal que acaban cayendo en
un redil –léase kebab- completamente llenito de compatriotas, en
Kreuzberg, el barrio turco de la capital alemana. Lo más normal: la
mujer del dueño, un encargado enloquecido, su hermana y hasta Andrés, un
señor mayor que pasaba por allí –José Sacristán, qué casualidad-, todos
españoles. Y también casualmente, el reparto lo componen los artistas
habituales de García Velilla: Julián López, Javier Cámara, Carmen Machi,
Yon González… más Blanca Suárez, que forma con este último la pareja de
guapos protagonistas.
De manera que todo entre amigos, y todo en sordina: el guion, que no es
muy brillante en los diálogos y carece de rigor en la resolución de las
secuencias; las interpretaciones, bastante desiguales –para no cargar
las tintas sobre alguno-, y hasta la producción, tan modesta que deja
ver las costuras de unos escenarios supuestamente berlineses que no
engañan a nadie. En realidad, la película, aun abundando en sus buenas
intenciones –ese intento de retrato de la crisis y sus damnificados-
deja pasar la oportunidad de profundizar y denunciar tan grave
situación; la comedia, si se sabe hacer, también sirve para eso. (http://perdiendoelnorte.es/)
PERFECTOS DESCONOCIDOS
(02.12.17)
Dir.: Álex de la Iglesia.
Pro.: Álvaro Augustín, Ghislain Barrois.
Gui.: Álex de la Iglesia, Jorge Guerricaechevarría.
Int.: Belén Rueda, Eduard Fernández, Ernesto Alterio. Y Juana
Acosta, Eduardo Noriega, Dafne Fernández y Pepón Nieto. Y Beatriz
Olivares.
Nueva película de Álex de la Iglesia, un director cada vez más
prolífico y siempre estimulante. Ya hace más de 20 años de sus
primeros éxitos Acción mutante y El día de la bestia;
pero lleva ya quince largometrajes –más cortos, series y telepelis-,
los últimos cinco en cuatro años. Es un no parar, se ve que este
ritmo le va bien.
Los “perfectos desconocidos” de ahora no lo son tanto; al menos,
cuando empieza la película. Eva y Alfonso son un matrimonio como hay
tantos. Esta noche –noche de luna llena y eclipse, con lo peligroso
que es eso- esperan a sus amigos a cenar: Eduardo y Blanca, pareja
reciente, Ana y Antonio, que ya sabemos que se guardan algún
secretillo, y Pepe y su novia, a la que todavía no conocen. Con los
anfitriones está Sofía, su hija adolescente, que saldrá de marcha en
cuanto lleguen los invitados. Y esos son todos los personajes.
Y
la casa, el único escenario. Los siete amigos –al final, Pepe viene
solo- se sientan a cenar. Y surge una iniciativa, un juego que
parece inocente. ¿Y si todos dejan sus móviles encima de la mesa y
se leen en público los mensajes y se atienden en alto las llamadas?
Claro, como ninguno tiene nada que ocultar ni que objetar, la
propuesta es aceptada. Y comienzan a pasar cosas. Algunas,
indiscretas, algunas, equívocas; otras, muy divertidas. Y otras
todavía más, de puro trágicas.
Porque la película es una comedia bufa, procedente sin duda del cine
italiano, la obra preexistente de Paolo Genovese del mismo título,
en cuyo guion se inspira. Pero De la Iglesia y Guerrica-echevarría
la han trasladado muy hábilmente a nuestros tipos y nuestras
latitudes: todos los personajes son reconocibles, también gracias al
espléndido trabajo de sus intérpretes.
Se
podría destacar a Ernesto Alterio –con un papel para lucirse-, Pepón
Nieto y Belén Rueda, pero seguramente sería injusto para sus
compañeros, porque todo el reparto está espléndido.
Muy bien coreografiado, además. Álex de la Iglesia los encierra en
un casi único decorado, el comedor y poco más. Esos escenarios
herméticos le encantan al director y recurre a ellos frecuentemente.
Este no es como el de El bar, de donde los personajes no
podían salir, pero se le asemeja: todos aquí están atados a la mesa,
en donde los móviles vomitan sorpresas, mentiras dolorosas,
confusiones divertidas y certezas como puñales.
Y la cámara vuela sin respiro de uno a otro,
escudriñando hasta los rincones más velados, más escondidos y más
secretos. Sin pausa y sin error, con una habilidad que raya en la
maestría. Es toda una lección de cine, además de una propuesta
estimulante, pelín amarga y todo el rato verdadera.
PETRA
(20.10.18)
Dir.: Jaime Rosales. Pro.: Bárbara Díez, José Mª Morales, Antonio
Chavarrías. Gui.: Jaime Rosales, Michel Gaztambide, Clara Roquet.
Int.: Bárbara Lennie, Álex Brendemühl, Joan Botey
Petra
es la 6ª película de Jaime Rosales, el director de Las horas del
día, La soledad –ganadora de tres Goya- y Tiro en la
cabeza. Ninguna de sus obras deja indiferente; pueden
desconcertar, asombrar y también irritar a ciertos sectores, y casi
todas son arriesgadas desde el punto de vista formal. También
Petra, que cuenta una historia familiar con acentos de tragedia
griega.
Petra –estupenda, como siempre, Bárbara Lennie- es una joven que
llega a la casa-taller –una mansión en el campo- de Jaume, un
veterano y consagrado artista plástico. El motivo aparente es
aprender a la sombra del maestro; el real es que Petra sospecha que
Jaume es su padre. Al instalarse allí, Petra conoce a Marisa, la
mujer de Jaume, a su hijo Lucas y a la servidumbre y ayudantes, un
reducido y eficaz grupo de personas que también tendrá importancia
en la trama,
un
relato que se va desarrollando a retazos, avanzando y retrocediendo,
de manera que conoceremos los antecedentes del viaje de Petra y
también, por supuesto, el desenlace de su interrogante. Y
abarcándolo todo, una historia de amor que se desliza sobre un lecho
resbaladizo que indaga en la naturaleza y la fuerza del mal. Porque
Jaume, cuando está y cuando no se le ve, gravita sobre la vida de
cuantos lo rodean con el peso y la densidad de su maldad.
Rosales estructura la película en capítulos, jalonados por potentes
elipsis narrativas, que contienen largos y estilizados
planos-secuencia rodados con lentas panorámicas enmarcadas siempre
por elementos arquitectónicos que limitan o parten la escena –casi
como en La soledad- y que crean un lenguaje propio, a veces
distanciador, a veces íntimo, en el que valen tanto las imágenes
como su ausencia.
Los capítulos, además, no se presentan en orden continuo, sino que,
como decía, obligan a retroceder en el tiempo, a modo de flashbacks;
de hecho, la narración empieza en el Capítulo II, para presentar el
I tiempo después, y lo mismo sucede un par de veces más. No es un
capricho gratuito del director, sino que permite conocer hechos y
personajes cuando el dramatismo o la poética del relato lo
necesitan. Y cada fragmento lleva su título, que anticipa al
espectador, de alguna manera, su contenido.
A
pesar de estos ingredientes, la obra no se resiente en su
continuidad; todo lo contrario: discurre con fluidez, con
transparencia y también con elegancia, no exenta de turbulencias de
alto voltaje en algunas ocasiones. Y este es el gran mérito de Jaime
Rosales, haber sabido dotar a su película de unas imágenes en las
que intérpretes y cámara se entrecruzan con la precisión de un
ballet, al tiempo que las vidas que atraviesan por la pantalla
hierven de pasión, entre el miedo, la mentira, el amor, la
perversión y la fuerza del destino. Petra es, para mi gusto,
la película española más compleja, inteligente y perturbadora de los
últimos meses.
PHILOMENA
(02.03.14)
Dir.:
Stephen Frears
Pro.: Steve Coogan, Gabrielle Tana Gui.: Steve Coogan, Jeff Pope
Int.: Judy Dench, Steve Coogan, Sophie Kennedy Clark
Como tantos otros
grandes del cine británico, Stephen Frears se formó en la televisión;
desde finales de los 60 hasta los primeros 80 realizó un buen número
–casi 40, en realidad- de capítulos de series y películas para la
pequeña pantalla. Y sin abandonarla del todo, ha dirigido cine con
enorme éxito desde 1985: Mi hermosa lavandería, Ábrete de orejas, Las
amistades peligrosas, Mary Reilly, La camioneta, Hi-Lo Country –con
Penélope Cruz iniciando su carrera internacional-, Negocios ocultos,
La reina… son solo algunos de sus 23 títulos, importantes y
sugerentes casi todos ellos.
También lo es este último: Philomena, escrito, producido y
protagonizado por Steve Coogan, personaje polifacético y quizá el actor
más interesante y en mejor forma de su generación. Claro que aquí lo que
hace es acompañar y ayudar al brillo de su compañera, la maravillosa
Judi Dench –nominada al Oscar por este personaje- que da nombre a la
película: ella es Philomena Lee, una mujer de setenta años que lleva
casi cincuenta sin saber nada de su hijo. Cuando era una adolescente,
Philomena se quedó embarazada y fue cruelmente arrojada a la institución
–lo más parecido a una cárcel- que las Hermanas del Corazón de Jesús
mantenían en Roscrea, en el corazón de la muy católica Irlanda.
Resuenan los ecos de Las hermanas de la Magdalena (Peter Mullan,
2002), otra película que cuenta hechos parecidos. En Roscrea –hasta su
clausura en 1970- las monjas maltrataban ferozmente a las chicas que
caían en sus manos. Descarriadas, pecadoras y merecedoras de todos los
castigos, trabajaban en condiciones espantosas, daban a luz sin ningún
auxilio médico –a veces con resultados fatales para madre e hijo- y
perdían después los niños, vendidos por sus captoras a familias
adineradas y poco escrupulosas.
Desde un ventanuco enrejado de su prisión, Philomena vio cómo se
llevaban a su hijo Michel, y su imagen todavía no se le ha borrado. Y
ahora, en el tramo final de su vida, quiere buscarlo, saber de él,
reconocerlo. Casi por casualidad,
traba conocimiento con
Martin Sixsmith, un periodista que, recién despedido de un puesto
importante en el Gobierno, busca inspiración para escribir un libro con
el suficiente interés humano. Martin, sin mucho convencimiento, decide
ayudar a la mujer a encontrar el rastro de su hijo, aunque para ello
tengan que atravesar días y kilómetros, e incluso viajar muy lejos y
ahondar en secretos y verdades nunca sospechados.
Martin y Philomena son personas muy distintas. Ella es creyente,
católica convencida de su culpa –el placer momentáneo y eternamente
pecaminoso-; él es agnóstico rozando el ateísmo y educadamente distante
–a un paso del cinismo-. Él es un hombre de mundo, inteligente y un
punto egoísta; ella es una mujer sencilla, poco cultivada pero de gran
corazón. Cuando inician el viaje, con una primera visita a Roscrea, la
hostilidad, las mentiras y el desprecio de las monjas enfurecen a Martin,
pero dan fuerzas a Philomena para seguir buscando a su hijo. Cuando él
descubre que el niño fue entregado a un matrimonio americano, ella no
duda en pedirle que la lleve hasta allí.
Formalmente, la película es tanto
un relato de viaje –la “road movie” clásica- como una historia “de
colegas”, géneros que a menudo se dan juntos y que aquí siguen los
cánones establecidos. Según se desarrolla el recorrido, y a la par que
van apareciendo personajes y sucediendo acontecimientos, la relación
entre los protagonistas se aproxima, se solidifica hasta la cohesión de
sentimientos y propósitos. Cuando terminan su viaje y se cierra el
círculo de la búsqueda, la amistad ha sustituido a la desconfianza y el
destino se rinde a la fuerza de voluntad que no cede ante la hipocresía,
la intolerancia, la crueldad y los vaivenes de la vida.
Aunque, naturalmente, la escritura de un guion tan poderoso y certero no
deja resquicio a la complacencia ni al sentimentalismo. La historia,
como decía, es real; pero aunque no lo fuera, la película seguiría
siendo verídica y necesaria: toda una lección. (http://philomenamovie.com/)
PLANES PARA
MAÑANA (21.11.10)
Dir.
Juana Macías
Pro. Guillermo Sempere Gui.
Juana Macías, Alberto Bermejo, Juan Moreno
Int. Carme Elías, Goya Toledo, Ana Labordeta, Aura Garrido
Juana
Macías es una estupenda y muy elogiada directora de cortometrajes
–ganó un Goya con Siete cafés
por semana- que ahora se pasa al largo con esta historia: cuatro
mujeres se enfrentan al día más crucial de su vida: Antonia debe
elegir entre su felicidad y la de su familia; Inés va a decidir si
quiere ser madre o no; Marian sabe que va a romper con su opresiva
relación; y Mónica, por último, vive el inminente paso a la vida
adulta.
Premio en el pasado festival de Málaga para la directora debutante,
para la joven Aura Garrido y para el magnífico guión, que sigue en
paralelo las horas más dramáticas de las protagonistas hasta hacerlas
confluir en su tramo final con un giro narrativo lleno de sentido y
emoción. La película parte, como en Amores
perros –también coincide con una de sus actrices: Goya Toledo-,
de un accidente de coche; pero lo que en la de González Iñárritu es
un fundido a negro, aquí se traduce a un encadenado con salida a la
esperanza. Aunque sabemos que no es fácil, porque conocemos
perfectamente a estas mujeres: son parte de nuestro entorno; están,
ellas u otras muy parecidas, en nuestro propio horizonte. Y también los
hombres que las acompañan, desdibujados, en segundo término: uno no
cuenta, otro está de sobra, otro aparece de repente, con riesgo de
desvanecerse, y el más joven es el único que va a caminar al lado, y
no detrás, de su pareja.
Por eso son ellas las protagonistas y son cuatro grandes actrices las que
dan vida a estas mujeres; de distintas generaciones y clases sociales
pero con un mismo afán de superar sus problemas y de romper la malsana
rutina, la feroz incomprensión, el miedo a la dicha posible y el
agobiante sentido de culpa; formidables interpretaciones al servicio del
pulso exquisito, el mimo casi, con el que la directora traza y conduce
sus vidas: cuatro personajes en busca de futuro. (www.planesparamañana.com)
PLANET 51
(29.11.09)
Dir.:
Jorge Blanco con Javier Abad, Marcos Martínez
Pro.: Ignacio
Pérez Dolset, Guy Collins
Gui.: Joe
Stillman
El
estudio español Ilion ha levantado este colosal proyecto, la película
más cara de nuestro cine –55 millones de presupuesto, más de 150 en
promoción-: una apuesta en el campo de la animación que no tiene nada
que envidiar a las grandes producciones internacionales, japonesas o
estadounidenses, incluidas las de Dreamworks o Pixar-Disney. De hecho,
el argumento y el muy ingenioso guión –de uno de los autores de Shrek-
intentan descaradamente jugar en campo contrario y están llenos de guiños
y referencias al imaginario americano, desde sus costumbres y escenarios
hasta sus propias películas.
La historia cuenta una invasión extraterrestre, pero al revés: un
divertido prólogo nos sitúa en un lugar perdido en una galaxia
desconocida, en el que sus gentes, unos simpáticos “marcianos”
verdes, pequeñitos y con antenas –un jocoso estereotipo- llevan una
vida muy parecida a la “terrícola” que conocemos: hasta van al cine
a ver películas de “humaníacos” que asaltan su territorio. Y de
repente, esa invasión se produce: se aproxima una nave espacial y el
capitán astronauta Charles “Chuck” Baker llega con su módulo de
aterrizaje terrestre a lo que él cree un planeta deshabitado, y
desemboca... en el jardín de una familia que está preparando su
barbacoa.
La impresión y el susto son parecidos por ambas partes: los pacíficos
ciudadanos de Glipforg –algo así como la California de los años 50-
se sienten invadidos por los “alienígenas”, y el desprevenido Chuck
huye espantado y se esconde en el primer sitio que encuentra, que
resulta ser el planetario donde trabaja Lem, un espabilado chaval de
dieciséis años; Lem tiene todas las características de los chicos de
su edad: le gusta la vecinita de enfrente, se siente inseguro e
incomprendido, sale con sus amigos... y eso sí, le apasiona la astronomía.
Chuck y Lem, claro, se hacen amigos... y así empieza la aventura.
Juntos tendrán que afrontar el miedo y la incomprensión de los
naturales del planeta ante una presencia que imaginan peligrosa y que
pone hasta al ejército en su busca y captura. Y por ahí se desarrolla
toda una serie de personajes estupendos, muy bien dibujados –en el más
amplio sentido del término-: el profesor Kipple, todo cerebro; el
general Grawl, todo... uniforme, dispuesto a impedir y resolver
cualquier peligro que aceche su planeta; los chavales Skiff, Eckle y
Neera, la novieta de Lem; y padres, vecinos y ciudadanos en general: un
mundo.
Sin olvidar al pequeño robot Rover y otros animales de compañía, como
el delicioso perrito, una especie de “alien”-mascota, que acaba por
ser bastante protagonista también. Todo ello ambientado en un planeta
tan reconocible que parece diseñado por un maestro del pop. De hecho,
éste es el mayor valor de la película: un aspecto visual formidable,
basado en elementos geométricos primarios como el círculo y la esfera,
en el que todo armoniza en colores, volúmenes y movimiento; personajes,
ropas, casas, calles, vehículos y accesorios de todo tipo, con cientos
de detalles tan cuidados e imaginativos que darían para muchas más películas.
Desgraciadamente, no parece que vaya a ser posible. La película es
exageradamente costosa –no sé si el estudio la va a sobrevivir- y el
estreno americano, en 2.600 salas y en las mejores fechas, no ha sido
demasiado feliz. El problema puede que consista, precisamente, en el afán
de emular a las producciones de la casa. La animación, como ya digo, es
excelente; el diseño, magnífico; y sin embargo... La historia resulta
algo pueril, con un argumento sólo apto para menores. Está bien
resuelto, con su toque de thriller clásico, pero no reserva la mínima
sorpresa. Y el evidente homenaje a la América de los 50, sus películas
y sus manías –el fantasma de otra “guerra fría” al fondo- acaba
por ser redundante, de tan utilizado.
Y pelear con los americanos, en su casa y con un género en auge que
multiplica la competencia, es complicadísimo. A ver qué pasa aquí,
donde la taquilla tampoco da muchas facilidades, que digamos... (www.planet51.es)
¿PODRÁS PERDONARME ALGÚN DÍA?
(23,01,19)
Dir.: Marielle Heller. Pro.: Anne Carey, Amy Nauiokas,
David Yarnell. Gui.: Nicole Holofcener, Jeff Whitty. Int.: Melissa
McCarthy, Richard E. Grant, Dolly Wells.
Marielle Heller es una actriz, guionista y directora americana, con
media docena de títulos, que comprenden una todavía corta carrera en
televisión y un largo para la pantalla grande, The diary of a
teenage girl, con Kristen Wiig y Alexander Skarsgård de
protagonistas. A lo que parece, le interesan los caracteres
femeninos, y en el de la escritora Lee Israel –un personaje real- se
mueve a sus anchas.
Lee se ha ganado la vida escribiendo biografías de famosas como
Katharine Hepburn o Tallulah Bankhead. Pero ahora ha entrado en una
madurez sombría y estéril; ni es capaz de escribir, ni lo poco que
produce –un intento sobre la vida de Estée Lauder- parece tener el
menor interés para sus editores. Sobrevive como administrativa en
una oficina, pero su mal carácter hace que la echen. Se encuentra
parada y sin dinero, apenas para mal comer y sin poder pagar el
alquiler de su apartamento.
Hasta que consigue vender a un anticuario una carta autógrafa que ha
caído en sus manos. Y alertada por la comodidad de un dinero fácil,
se lanza a una escalada de falsificaciones de correspondencia y
dedicatorias de artistas fallecidos, como Dorothy Parker –autora de
la frase que da título a la película-, Ernest Hemingway, Noel Coward
y otros por el estilo. Hasta se provée de papel envejecido y
máquinas de escribir antiguas, cuando su negocio se lo permite, para
dar mayor verosimilitud a sus timos.
Para todo cuenta con la complicidad de Jack, un viejo casi amigo,
que malvive aun peor que ella y que se pega a su costado en una
extraña y maliciosa simbiosis, que igual acaba por perjudicarlos a
los dos. Sobre todo, cuando Lee se da cuenta de que está empezando a
levantar sospechas, de los coleccionistas, primero, y hasta del FBI
después, y decide elevar la apuesta y cometer algún delito más
importante.
¿Podrás perdonarme algún día?
es el retrato de este fenomenal personaje, a lo largo de casi dos
décadas, pero es sobre todo el relato de una soledad, asaltada por
la decadencia, el alcoholismo y la ruina y redimida mediante un
ejercicio de dignidad y de pelea con la vida. Lee no se siente
plenamente orgullosa de lo que hace, pero en el fondo se sabe una
artista satisfecha de sus logros. Es una mujer luchadora, enérgica,
ingeniosa y agresiva, y esas cualidades la ayudan a sobrevivir y la
colocan un punto por encima de Jack, lo que ya es bastante.
Y la película es, en fin, un recital de sus dos
protagonistas. Candidatos a los inmediatos Oscar –junto con el guion-,
Melissa McCarthy y Richard E. Grant están enormes, en una
apabullante lección de los que es la interpretación en el cine: él,
extraordinario en su personaje caducado, amargo y titubeante, que se
sabe derribado con certeza y que se agarra al menor soplo de vida;
ella, lejísimos de sus trabajos de comedia bufa, maravillosa en el
mejor papel de su carrera, dueña de un gesto, una mirada y una
trascendencia que rompe la pantalla y la inunda de verdad.
POLIAMOR PARA PRINCIPIANTES
(22.05.21)
Dir.:
Fernando Colomo. Pro.: Álvaro Longoria, Berta Moreno. Gui.:
Fernando Colomo, Casandra Macías Gago, Marina Maesso. Int.:
Karra Elejalde, Toni Acosta, Quim Ávila.
Nueva película de Fernando Colomo (Madrid, 1946), uno de los
padres -el más destacado- de la comedia española contemporánea,
autor de una veintena larga de películas desde Tigres de
papel, su debut en 1977. Recordemos las mejores: ¿Qué
hace una chica como tú en un sitio como este? (1978), La
línea del cielo (1983), La vida alegre (1987),
Bajarse al moro (1989), Alegre ma non troppo (1994),
El efecto mariposa (1995), Al sur de Granada
(2003), El próximo oriente (2006), Isla bonita
(2015)…
No
se le puede negar a Colomo su vis cómica, su destreza narrativa
y su apego a la realidad, bañado frecuentemente de un agudo
sentido de la oportunidad. Como ahora, desarrollando un
argumento pegado a la controversia más moderna; superficial,
desde luego, pero de irrebatible actualidad: el lenguaje -y la
actitud- inclusivo, la disparidad -cada día más larga- de
géneros, las relaciones abiertas, llamadas ahora poliamor.
Elejalde y Acosta son Satur y Tina, un matrimonio acomodado y
feliz -ella trabaja, él más bien se dedica a hacer el ganso-,
que tienen solo una preocupación: su hijo Manu, un chavalín de
casi 30 años que aspira a youtuber de éxito. Y no tiene mucho,
hasta que, casi por casualidad, se convierte en el “ranger del
amor”, un personaje misterioso que carga contra las nuevas
tendencias del amor, suscitando las iras de toda la modernidad
poliamorosa. De la que forma parte Amanda, una joven doctora
encantadora, muy simpática… pero que ya tiene relaciones.
Concretamente, con Marta y Esteban, una pareja que a su vez
practican el amor, o el sexo, o las dos cosas -probablemente-
con Claudia, una chica trans, amante de Amanda -que lío- y con
Álex, un modelazo al que le gustan todas, todos y todes: también
Manu. El poliamor: un hexágono amoroso, en el que caben todos
los lados y los ángulos que haga falta.
Entonces, el “menage” está servido. Esta podría ser una nueva
versión de Sé infiel y no mires con quién -esa obra que
cada cierto tiempo se reescribe misteriosamente a sí misma- sólo
que aquí no hay infidelidad, porque todo está permitido y a la
vista. Todo, no: los celos están excluidos, como es natural; lo
que no quita para que se sientan, y también la competencia y la
duda y la inseguridad; porque al fin y al cabo, los poliamorosos
son humanos, y bastante más normalitos de lo que ellos -y ellas
y elles- se creen. El que más, el Ranger del Amor, que querría
ser un superhéroe irreductible y en el fondo no es más que un
tuercebotas enamorado como un colegial.
Por
ahí va, creo yo, lo mejor del guion: la oposición entre teoría y
práctica, entre los sueños y los deseos reales, entre las
mentiras asumidas y la verdad descarnada. Eso, y algunos
chispazos de humor verbal, como el que arrasa en la iniciación
de los protagonistas o en algunas de las intervenciones de Satur,
un Karra Elejalde en modo comedia.
Y
ahí, sin embargo, es donde cruje la película: fiado en su
capacidad para el género, Colomo -y sus productores, supongo- ha
tirado de reparto con nombres de éxito reciente basándose en su
comercialidad y no exigiendo mucho más. Es verdad que no es la
primera vez que lo hace, va siendo frecuente en su última obra,
y con resultados parecidos: unos personajes que no levantan el
vuelo, por falta de profundidad o por exceso de personalidad.
Karra Elejalde se parece demasiado a sí mismo y Toni Acosta -una
actriz que le cae bien a todo el mundo, y también a mí- repite
por enésima vez su interpretación más conocida. Planos los
demás, menos alguno que lo quiere superar y se pasa bastante de
rosca, lamento tener que decir que esta película podría haber
quedado bastante mejor con algo más de esfuerzo.
POZOS DE AMBICIÓN
(17.02.08)
Esc. y Dir.: Paul Thomas Anderson
Pro.: Paul Thomas Anderson,
Scott Rudin
Int.: Daniel Day-Lewis, Paul Dano, Ciaran Hinds
Paul Thomas
Anderson: 37 años, “enfant terrible” del cine americano, un director extraordinario: es decir, nada
corriente. Es el autor de Sidney
(su debut en 1996), la película que reunió a Philip Seymour Hoffman,
Samuel L. Jackson y Gwyneth Paltrow; Boogie
nights, una inmersión en la industria del porno que puso en órbita
a Mark Wahlberg y Julianne Moore; Magnolia,
ese mosaico de vidas capitaneadas por el mejor Tom Cruise, y Punch-drunk love (Embriagado de amor), una historia alucinada entre
Emily Watson y un apabullante Adam Sandler.
Ahora le
llega el turno a Daniel Day-Lewis, un actor que sólo trabaja si está
muy, muy motivado: sólo ha hecho cuatro películas en los últimos 10 años.
Pero esta historia le interesó, y de momento le está dando muy buenos
réditos: lo gana todo, incluido, con casi total seguridad, el Oscar próximo.
Él es el absoluto protagonista de este argumento, 30 años de la vida
de Daniel Plainview, un oscuro y ambicioso minero que, buscando plata a
principios del siglo XX, encontró petróleo. Su
instinto para los negocios, su intuición y su codicia lo convirtieron
en pocos años en un hombre rico y poderoso, pero también prepotente y
despiadado.
Mientras sembraba con sus torres petrolíferas las tierras que
arrendaba, compraba o sustraía –todo le valía-, Plainview seguía el
camino que se había trazado con absoluta determinación: un plan en el
que no importaban creencias, familia, amistades ni compromisos; nada que
estorbara su enriquecimiento, su expansión y su poder. El personaje es
absolutamente monolítico: no retrocede ante nada, aunque tenga que
sacrificar a sus trabajadores y hasta a sus seres más cercanos; y, por
supuesto, aunque tenga que mentir y humillar sus creencias más íntimas.
Paul Thomas Anderson, gran creador
de personalidades singulares, dibuja con extraordinario vigor –lo que
requiere el argumento- el retrato del “petrolero” Plainview,
investido de los rasgos, los ademanes y la traza de Daniel Day-Lewis,
que está sencillamente magnífico: su creación tiene tanta alma, tan
rica es su presencia, que hasta desaparece bajo la apariencia de su
personaje. Su gesto, su mirada y su voz son absolutamente fascinantes;
está en todas las secuencias de la película, y, casi, casi, en todos
los planos; y cuando no está, su imagen sigue viva en la retina y la
consciencia del espectador.
Su personalidad, además, evoluciona al ritmo que marca el guión, que
esta vez sigue los cauces tradicionales: hay una estructura muy clara de
tres tiempos, con la presentación del protagonista y los elementos que
lo definen –su obstinación, su espíritu solitario y egoísta, su
apropiación interesada del papel de “padre” y su capacidad de
negociador-, el nudo de la acción –desde los primeros pozos a la
expansión hacia la distribución y comercio del petróleo-, y la
conclusión, a modo de epílogo, en el que historia y personaje se
ajustan las cuentas mutuamente.
Es verdad que en esta ocasión Paul Thomas Anderson ha optado por un
relato –que parte de la novela Petróleo
de Upton Sinclair- con cierto sabor a clasicismo y que remite con su
construcción de personajes y ambientes a obras como Gigante
–la película de George Stevens- o Ciudadano
Kane, historias del hombre emprendedor e implacable que sale de la
nada para conseguir el sueño del poder y la riqueza. Pero la
personalidad de Anderson imprime un carácter propio a la suya: el
argumento tiene ecos de aquéllas pero la potencia visual –casi
excesiva- y emotiva de este cine es de su exclusiva propiedad.
Compartida aquí, también es cierto, con el fantástico trabajo de Daniel
Day-Lewis: su compenetración es perfecta. Y si la obra pudiera pecar, quizás,
de excesivo metraje –algo más de dos horas y media- y de una ligera
grieta antes de su resolución, el actor se encarga de que no nos demos
cuenta ni de una ni de otra circunstancia con su calidad y con la pasión
–y la técnica- que ha puesto en su papel: el soberbio, despiadado y
vengativo rey del petróleo.
(www.paramountvantage.com/blood/)
PRECIOUS (07.02.10)
Dir.: Lee Daniels
Pro.: L.D., Sarah y Gary Siegel-Magness
Gui.: Geoffrey Fletcher
Int.: Gabourey Sidibe, Mo’Nique, Paula Patton
Lee
Daniels ha sido representante de estrellas, fue el productor de Monster’s
ball –Oscar en 2002 para Halle Berry- y ha dirigido Shadowboxer
en 2005. Precious está basada
en la novela Push, de
Sapphire, que no he leído; ni pienso hacerlo, de momento. Lo primero
porque no espero que me descubra gran cosa, y, sobre todo, porque las
películas tienen entidad por sí mismas y así hay que recibirlas y
juzgarlas. Fuera polémicas.
Claireece Precious Jones, a la que todo el mundo llama simplemente
“Precious”, es cualquier cosa menos preciosa. Tiene dieciséis años,
sufre una deforme obesidad y no es muy bonita, la verdad. Además está
embarazada. Será su segundo hijo y ambos se deben a su propio padre,
que la viola sistemáticamente. Vive en Harlem con su madre, una ex
reclusa que la maltrata física y verbalmente con la mayor crueldad.
Precious, naturalmente, fracasa en la escuela: todavía está en
primaria, apenas lee y escribe y la acaban de expulsar a causa de su
embarazo.
La vida no es un camino de rosas para la muchacha, que sueña
desesperadamente con el amor, el éxito, la belleza inalcanzable y un
futuro distinto al que parece estar destinada. Precious lucha por
conseguirlo y gracias a su obstinada voluntad descubre una escuela
alternativa, refugio de otras chicas tan desafortunadas como ella. La
dirige una joven maestra, la señorita Rain, decididamente volcada en la
ayuda y la redención de sus escasas y problemáticas alumnas. Gracias a
ella, Precious encuentra un cobijo y un espacio para echar a andar: es
decir, para aprender a leer de verdad y a escribir sus primeras líneas.
Lee Daniels ha optado por aligerar un tanto el tremendo dramatismo de la
historia, e introduce elementos paralelos a la trama, como esas ensoñaciones
de Precious que permiten respirar a la protagonista y al espectador. No
me parecen del todo acertadas, como tampoco el ritmo sincopado del
montaje con el que arranca la película y que poco a poco,
afortunadamente, se va perdiendo en favor de un sentido más sosegado y
más profundo, más cinematográfico también, de la narración.
Que tiene, sin duda, otros valores y aciertos indiscutibles. El primero, sus
dos protagonistas, madre e hija. Precious vive aplastada por el recuerdo
de su padre, un canalla ignorante y sin escrúpulos, y por la presencia
de la madre avasalladora y cruel. La chica se siente fea, gorda y
despreciable; pero según avanza en su liberación por la influencia de
su maestra, el peso materno se va diluyendo. Hasta que reaparece al
final del relato, para lamentarse, explicarse e intentar justificarse en
un cara a cara con su hija y con la asistente social –una sorprendente
Mariah Carey- que lleva el expediente de la joven.
Gabby Sidibe está fenomenal en el papel de Precious, toda sensibilidad
y acierto, tanto en su abatimiento dolorido como en su actitud
desafiante; todo un logro para una intérprete primeriza. Y Mo’Nique
también, una actriz cómica que demuestra un rigor sorprendente y una
capacidad dramática de muchísimo calado. Las dos aprovechan
estupendamente el magnífico guión –veleidades estilísticas aparte-
que se les brinda. Los personajes, casi todos ellos, son poderosos y
espectaculares, pero no ocultan que también son verdaderos.
No hace falta ser negra, gorda, fea, analfabeta y malvivir en Harlem;
cualquier barrio de nuestras ciudades está lleno de chicas y chicos así;
desde nuestras “juanis” hasta aquella enternecedora Rosetta de los
hermanos Dardenne. Todos son víctimas de lo mismo, abusos y violencias
que hunden sus raíces en la más cruel carencia del ser humano: la
ignorancia. Si Precious se salvara, sería por la instrucción y el
conocimiento. Si otros niños y jóvenes más cercanos sufren de manera
parecida, acudamos al rescate, sin excusas ni descanso, con las armas de
la educación y la cultura: Precious grita su mensaje de auxilio desde
la pantalla y su grito nace de la auténtica necesidad.
(www.weareallprecious.com)
(17.02.08)
PRIDE
(22.03.15)
Dir.:
Matthew Warchus
Pro.: David
Livingstone Gui.: Stephen
Beresford
Int.: Bill Nighy, Imelda Staunton, Dominic West
El
cine del Reino Unido nos depara a veces sorpresas como Trainspotting
(Danny Boyle, 1996), Full Monty (Peter Cattaneo, 1997) o Billy
Elliot (Stephen Daldry, 2000), películas en principio modestas que
consiguen un rotundo éxito. Son comedias dramáticas –más o menos- que se
sustentan en una realidad social dura protagonizada por gentes
instaladas en la crisis. En esa misma línea,
Matthew Warchus, el director de
Círculo de engaños –la historia de ese triángulo que formaban Nick
Nolte, Sharon Stone y Jeff Bridges-, lleva ahora a la pantalla unos
hechos reales que
sucedieron durante la tremenda huelga de la minería británica contra el
thatcherismo en 1984.
A un grupo de activistas del
movimiento LGTB londinense se les ocurrió aprovechar la manifestación
del “orgullo gay” de ese verano –hace veinte años esas celebraciones no
tenían aun la repercusión que han alcanzado en la actualidad-, para
hacer una colecta de ayuda a los trabajadores en paro. No consiguieron
mucho dinero, pero sí crearon un “comité” relativamente clandestino y
decididamente variopinto, que se impuso la tarea de sensibilizar a la
población y conseguir nutrir sus arcas con un saldo de cierta
importancia. Y después, llevar la recaudación a uno de los lugares más
afectados, en pleno corazón de Gales.
La película muestra, una a una y por orden, todas las vicisitudes de tan
solidaria acción: la dificultad de la cuestación, los problemas
personales de sus promotores, el pintoresco viaje y la espectacular
llegada al pueblo. El grupo visitante –homosexuales, lesbianas y algún
transexual- provoca un ciclón en la sociedad estrecha y muy machista de
la localidad, cuyos habitantes se debaten entre agradecer el gesto a sus
benefactores o echarlos del lugar a pedradas. Una disyuntiva
melodramática, con feroces partidarios por ambas partes.
Afortunadamente, entre las gentes del lugar hay algunos más inteligentes
y comprensivos; entre ellos, el influyente Dai, la combativa Hefina y el
melancólico Cliff, cuya vida secreta tendrá oportunidad de salir a la
luz. Sus intérpretes son, también, un valor seguro de la película: los
veteranos Paddy Considine, Imelda Staunton y Billy Nighy, que completan
el reparto –exento de estrellas de relumbrón, esto no es Hollywood-
junto a un buen número de actores y actrices jóvenes, la mayoría
desconocidos pero todos ellos de enorme calidad.
Esta, precisamente, es otra de las señas de identidad de este excelente
cine británico; ni Jamie Bell, ni Ewan McGregor eran populares cuando
protagonizaron las películas antes citadas; y hoy son artistas
reconocidos mundialmente. En realidad, esa apuesta por los nuevos
rostros hace que estas obras posean la frescura y la autenticidad de que
otras, más ambiciosas, carecen. En el caso de Pride, además, lo
importante es el conjunto: es una pieza coral, en la que se enfrentan
dos mundos opuestos, el de la capital, aparentemente más abierto y
cosmopolita, y el rural, cerrado y más atrasado.
Claro que en ambas sociedades hay mucho que explicar, mucho que
descubrir. En el pueblo hay intransigencia, rencor y miedo –a la
libertad, sobre todo-; pero también buena voluntad y agradecimiento. Y
en la city descubrimos que, bajo una capa de supuesta modernidad, late
un profundo odio al diferente, al transgresor, al que se coloca fuera de
la norma rígida y convencional. La vida del activista gay, del chaval
que descubre su homosexualidad, de las chicas que se quieren, del hombre
que se convierte en mujer, no resulta fácil. Sobre todo si no se somete,
si se deja ver, si se manifiesta.
Matthew Warchus retrata la Gran Bretaña de 1984, y lo hace con la
habilidad de mostrar un escenario y unos personajes que, sin dejar de
ser de hace treinta años, permanecen en nuestros días con absoluta
actualidad. Puede que algunas cosas hayan cambiado y quizá a veces
triunfe –ahora y antes- la solidaridad; pero la película apunta, creo
que con acierto, que no hay descanso, que no nos podemos fiar, que no
está todo hecho. Ni mucho menos. (http://www.pridemovie.co.uk/)
PRIMOS
(06.02.11)
Dir.: Daniel Sánchez
Arévalo
Pro.: José Antonio Félez, Fernando Bovaira
Gui.: Daniel Sánchez Arévalo
Int.: Quim Gutiérrez, Raúl Arévalo, Adrián Lastra…
…y
Antonio de la Torre, e Inma Cuesta, y Clara Lago; los primeros son los
tres primos que dan título a la película, pero estos últimos también
importan. Todos juegan en este tercer largo de Sánchez Arévalo, de
dilatada carrera como productor, guionista –sobre todo- y
cortometrajista. Debutó en el formato grande con la estupenda Azuloscurocasinegro,
a la que siguió la no tan afortunada pero aún más arriesgada Gordos;
y ahora se atreve con la comedia, en un cambio de género que no le hace
perder sus señas de identidad.
Primos
arranca con un plano-secuencia, que es en sí mismo un divertido
cortometraje. Hasta los últimos segundos se mantiene en un plano
cercano de Quim Gutiérrez, que, trajeado de novio, se lamenta del
abandono de su chica. Entre actor y director hay una absoluta
complicidad, que extrae de Gutiérrez lo mejor de un intérprete de difícil
clasificación: sus maneras, su gesto, hasta su dicción pueden
conseguir que lo detestes –en Una
hora más en Canarias, por ejemplo- aunque no sea culpa suya, o que
lo ames, como en estas películas de Sánchez Arévalo.
Diego, su personaje, se lamenta del doble ridículo que está haciendo;
al final –al final de este prólogo-, vemos que sólo le queda el
consuelo de sus dos primos, que son a la vez sus mejores amigos: Julián
–Raúl Arévalo con chaqué: todo un espectáculo- y José Miguel
–Adrián Lastra, un actor forjado en las series televisivas-, que
lleva un parche en un ojo como resultado de un accidente bélico que no
cuenta por pudor. Los tres, para darse ánimos mutuamente ante la catástrofe,
deciden bebérselo todo, primero, y luego coger el cadillac de la boda y
marcharse al pueblo, a Cantabria, en donde pasaron los veranos de su
adolescencia.
Y los recuerdos les salen al paso; los recuerdos y los personajes que
los protagonizaron: allí sigue El Bachi, agarrado a su botella,
vigilando inútilmente a su hija Clara, que no anda por buen camino… Y
allí está Martina, el amor de juventud, la niña guapísima que
enamoraba a Diego, convertida ahora en la joven de belleza serena, madre
de un chavalín y contrapunto sensato de todas las locuras pasadas,
presentes y futuras.
El relato recorre las andanzas de todos ellos en apenas cuarenta y ocho
horas de ajetreo, añoranzas, amores imprevistos pero inevitables y
otros trajines que acaban frecuentemente en las frías aguas del puerto.
El más asiduo es Julián, empeñado en redimir al Bachi y, de paso, a
Clara, mientras José Miguel se empeña en vencer los traumas del niño
junto con los propios, y Diego siente que el pasado vuelve, o que no
puede ser, o que cualquiera sabe lo que siente, si no lo sabe ni él.
Menos mal que también ayuda Martina –Inma Cuesta, otra de las
“diplomadas” en televisión, la heroína de Águila
roja-, con su aplomo y su irónica seriedad.
A Sánchez Arévalo, esta vez –como en Azuloscuro…-
el guión no se le va de las manos. Claro que, como apuntaba, exige la
complicidad del espectador, porque estos personajes y sus intérpretes
viven en un universo poético tan personal que necesita ser aceptado y
comprendido para poder ser disfrutado. Pero si estás del lado de los
creadores, la historia se revela en todas sus dimensiones: no sólo como
una comedia costumbrista, ágil y entretenida, sino también como un
canto a la vida sencilla –el marco de Comillas se presta como anillo
al dedo- y a la amistad, y como un apunte más profundo que habla de la
pérdida de la inocencia adolescente, en un trazo de ida y vuelta, y la
asunción de la madurez y el compromiso de la vida adulta.
Cualquiera sabe qué será de esta tropa divertida, pelín desastrosa y
decididamente entrañable; casi, casi, como todo el mundo. Pero el mismo
hecho de que nos lo preguntemos, de que sus vidas nos interesen aún
cuando ya se han borrado de la realidad, demuestra el calado, el interés
y la sinceridad de la propuesta. Que, además, te hace, todo el rato,
pensar y sonreír: algo verdaderamente notable en el panorama actual del
cine en España.
(www.primoslapelicula.com)
PROFESOR
LAZHAR
(20.05.12)
Dir.:
Philippe Falardeau
Pro.: Luc Déry, Kim McCraw Gui.:
Philippe Falardeau
Int.: Mohamed Fellag, Sophie Nélisse, Émilien Néron
Philippe
Falardeau es un director y guionista canadiense, nacido en Quebec en
1968; ha realizado media docena de películas y hasta ahora ninguna, según
creo, se había estrenado en España. Profesor
Lazhar llega a nuestras pantallas avalada por un aluvión de
trofeos: seis Genie de la Academia canadiense –incluidos los de mejor
película, director, guión adaptado y actor protagonista-, premios en
Locarno, Toronto, Valladolid, Sundance y Rotterdam, y una nominación a
los Oscar.
El guión parte de una obra
de teatro, cuyo escenario es un colegio de Montreal. Allí sucede la
mayor parte de la acción, y allí empieza la narración: un buen día,
al comienzo de una jornada que parece normal, la escuela se ve sacudida
por la tragedia más insospechada cuando una de las profesoras se ha
suicidado en su aula. Tras la conmoción, los alumnos, sus padres y el
claustro al completo quedan aturdidos, y no saben bien cómo afrontar la
situación. A la desolación y la incertidumbre se une un problema
administrativo: el curso está a la mitad y no va a ser fácil encontrar
quien sustituya a la maestra desaparecida.
Por suerte, aparece un aspirante a cubrir la vacante: Bachir Lazhar, un
maestro de origen argelino, que se ofrece incondicionalmente a trabajar
en el colegio. La directora, sorprendida pero aliviada en el fondo,
acaba por aceptar y pone a Bachir al frente del aula y de sus asustados
alumnos; lo cierto es que tampoco él domina al completo la situación:
es un hombre un tanto chapado a la antigua y un profesor de métodos más
bien tradicionales. Como es lógico, choca francamente con el estilo
mucho más moderno de la escuela y su alumnado; pero poco a poco va
cogiendo el tono, y los niños y las niñas se acostumbran también a la
manera directa, sincera y animosa del nuevo profesor.
Las películas que se desarrollan en torno al aula forman, desde hace
mucho, un auténtico género cinematográfico; hay un montón de
referentes ilustres, desde Rebelión
en las aulas y El club de los
Poetas Muertos hasta Mentes
peligrosas y las europeas Hoy
empieza todo, de Bertrand Tavernier y La
clase, de Laurent Cantet –la más reciente y, sin duda, una de las
mejores-. Sin embargo, Profesor Lazhar aporta un grado importante de originalidad. En
principio, los chicos son pequeños, de 10 y 11 años, y no plantean
conflicto frente a la institución, sino que el problema está en sus
cabecitas, confusas por lo sucedido; y otro tanto sucede con el maestro:
su relación con los alumnos está presidida por la dedicación y el
cariño, pero bajo su apariencia tranquila y ordenada, Lazhar guarda más
de un secreto.
La película va desvelando paulatinamente la vida de sus protagonistas,
mostrando lo que es preciso de cada cual para que comportamientos,
dudas, temores y esperanzas vayan definiéndolos con exactitud: la
directora del colegio y su claustro; el profesor de gimnasia y la
maestra atraída por Bachir y su aire misterioso; la alumna más
brillante, ese chaval angustiado y aquel otro más simplón pero igual
de entrañable… Y finalmente, el extraño profesor, casi un extranjero
sin apenas recursos, pero que no deja que su pasado arruine su vida y su
trabajo cuando ha encontrado su auténtico sentido: ayudar a los
chavales a superar su dolor, y enseñarles, más que conocimientos, los
valores que pueden conducirles en el futuro.
No hay nada de fábula en esta historia; sólo un trozo de realidad que
se muestra de la mano de un grupo de actores inspiradísimos, que no
hace falta que sean famosas estrellas de la pantalla, y de unos chavales
que son un prodigio de sencillez, espontaneidad y ternura. Una realidad
que roza la tragedia pero no está exenta de sentido del humor; que
apunta a la cuestión de la inmigración, sus causas políticas y sus
desvalimientos; al sentido de la educación y sus absurdos dogmas pedagógicos
y –no digamos- afectivos; al dolor por la pérdida y a la posibilidad
de su superación… Sin complejos y sin mentiras, con una mirada fresca
y estimulante, basada ciertamente en una muy actual problemática social
y a la vez rebosante de simpatía y esperanza.
(http://www.acontracorrientefilms.com/pelicula/66/profesor-lazhar/)
PROMESAS DEL ESTE (07.10.07)
Dir.:
David Cronenberg
Pro.: Paul Webster, Robert Lantos
Gui.: Steven Knight
Int.: Viggo Mortensen, Naomi Watts, Vincent Cassel
Nueva
película de Cronenberg, tras Una
historia de violencia (2005) y de nuevo con Viggo Mortensen de
protagonista; su anterior obra fue enormemente discutida, aunque nadie
le puede negar el sello de su autor. Que se ha manifestado durante toda
su carrera con una enorme personalidad que lo convierte en uno de esos
directores que no pasan desapercibidos, desde sus inicios con Rabid,
Fast company, Scanners y las más conocidas Videodrome y La zona muerta,
entre finales de los 70 y los primeros 80, hasta la últimas Inseparables,
Naked lunch, Crash, eXistenZ y Spider.
Cronenberg
suele poner el acento en la búsqueda de los subsuelos de la existencia
humana, sea bajo la fórmula del horror o el fantástico o basándose en
la más cruda normalidad... aparente. Instintos básicos como el miedo,
la pasión, la ambición y, por supuesto, el sexo y la violencia son
componentes habituales de los perturbadores argumentos del director
canadiense. Y desde luego están presentes en esta película, que
retrata un Londres poco conocido pero inequívocamente real.
Hay que ir preparados, porque la primera secuencia ya explicita una
tremenda violencia visual, pero sobre todo conceptual, que no hará sino
ir en aumento gradualmente. Con enorme sabiduría, Cronenberg hace
gravitar todo la historia sobre los hombros castigados de su heroína.
Anna es una enfermera de origen ruso, no demasiado afortunada en la vida
y sin muchas expectativas de futuro pero llena de determinación cuando
se trata de proteger a la recién nacida que le cae entre los brazos, huérfana
de otra inmigrante, ésta una pobre chica condenada a la prostitución y
a la vida infame y, además, breve.
Paralelamente, pero trágicamente enlazado con este hecho, conocemos la
vida interior de la familia, el respetable trabajo en la hostelería, la
dedicación patriarcal y todopoderosa, y los turbios manejos y
criminales asuntos –todo a la vez- de Semyon, el jefe del clan y de la
mafia rusa del contrabando de mujeres en Londres. Semyon dirige con mano
férea sus negocios, con la yuda de su hijo Kirill y su hombre de
confianza Nikolai. Este es el triángulo de fuerza contra el que Anna,
involuntariamente, irá a estrellarse.
La enfermera trata de obtener algún dato que permita identificar a la
niña, pero sólo tiene un cuaderno, indescifrable para ella, encontrado
entre las pertenencias de la madre. Casi por casualidad, esto hará que
Anna conozca a Semyon y, a través de él, a Nikolai. No hay ninguna
concesión, ningún respiro. Anna es absolutamente inocente, bastante
hace con sobrevivir y no sabe qué puede acarrearle esta relación.
Nikolai es bastante menos inocente -¿cómo puede serlo un matón
profesional, de conciencia más terrible aún que su terrible aspecto?-
pero igualmente ignorante de su destino.
El espectador, sin embargo, sí que es consciente de las tramas que se
entrecruzan en estas vidas, y que siente caer sobre ellas por el mismo
peso de la sangre, la corrupción y el crimen organizado. Todo conduce,
con paso cauteloso pero rebosante de maldad, al momento cumbre de la película,
una secuencia de tremenda violencia –de nuevo-, de una sequedad brutal
y de un realismo que pone –otra vez- los pelos de punta. Y después,
para que reconozcamos aún el talento de Cronenberg, la historia da un
quiebro y se producen no una sino dos sorpresas que nos llevan hasta el
final.
Fantástico trabajo de los actores, la dolorida Naomi Watts, el
expansivo Vincent Cassel, el enigmático y ambivalente Armin
Mueller-Stahl que da vida al patriarca Semyon y, desde luego, el
contenido y magnífico Viggo Mortensen, en una memorable interpretación
llena de pasión, fuerza e inteligencia. Promesas
del este es un Cronenberg en estado puro, sin ningún resquicio ni
la menor licencia: esta vez no hay ciencia ficción ni fantasía, sino
la terrible verdad de una situación que el director denuncia
absolutamente sin renunciar a su estilo, su temperamento y su poética
personal. (www.promesasdeleste.es)
PROMOCIÓN
FANTASMA (05.02.12)
Dir.:
Javier Ruiz Caldera
Pro.: Francisco Sánchez Ortiz, Fernando Bovaira, Simón de Santiago
Gui.: Cristóbal Garrido, Adolfo Valor
Int.: Raúl
Arévalo, Alexandra Jiménez, Aura Garrido
Segunda
película de Javier Ruiz Caldera, el director de Spanish movie
(2009), esa caricatura hecha al modo americano pero bastante mejor que
muchas de aquéllas. Aquí también hay referentes del cine USA de los
80, desde El club de los cinco (John Hughes, 1985) hasta las ya
clásicas películas de fantasmas de Ivan Reitman (1984 y 89), pero sin
que personajes y situaciones pierdan su sabor español; a lo que
contribuye también la acertada banda sonora, con inclusión de
canciones de referencia.
Modesto -un acertadísimo Raúl Arévalo, más actor cada día- es un
profesor de instituto de personalidad... delicada. Es un buen chico y,
seguro, un buen profesor; pero posee una cualidad extraña, incómoda y
casi siempre incomprendida: desde niño, ve muertos. Y eso ha afectado a
su carácter y a su curriculum: no dejan de despedirlo de todos los
colegios en los que trabaja. Hasta que va a parar a un instituto en el
que encuentra a cinco chicos, eternamente repetidores; como que murieron
hace veinte años en un incendio en la biblioteca del centro, y allí se
han quedado hasta que consigan resolver su "asignatura"
pendiente. El bueno de Modesto, que es único que los ve, tratará de
ayudarlos, con el beneplácito de la directora -Alexandra Jiménez- y la
enemiga del presidente del APA, el desastroso Otegui -Carlos Areces-,
que solo busca su expulsión.
Comedia juvenil, sin duda; pero con cierta enjundia argumental que se
equilibra entre los dos extremos habituales: la sosería bobalicona o el
exceso escatológico, y con un reparto muy bien organizado, compuesto
por tres generaciones de intérpretes -Luis Varela, Elena Irureta,
Silvia Abril, Joaquín Reyes, Aura Garrido...- que han entendido lo que
se traen entre manos y se han puesto a la tarea con entrega y
dedicación. El resultado es que se cumple con creces el objetivo
propuesto: hacer reir a todos los públicos sin prescindir de la
inteligencia y el sentido del humor. (www.promocionfantasma.es/)
PRÓXIMA
(14.12.19)
Dr.: Alice Winocour. Pro.:Isabelle Madelaine, Emilie Tisné. Gui.: Alice
Winocour. Int.: Eva Green, Zélie Boulant, Matt Dillon.
Tercera película ya como directora de Alice Winocour, pero creo que aun
relativamente desconocida en nuestras pantallas porque sus dos primeras
obras –Disorder: El protector (2015) y Augustine (2012)-
no se han estrenado aquí en buenas condiciones; sí lo hizo mejor la
magnífica Mustang (2015), dirigida por Deniz Gamze Ergüven, de
cuyo guion es autora.
Próxima
cuenta la historia de Sarah Loreau, una mujer astronauta que ha sido
seleccionada para formar parte del equipo que va a viajar a Marte.
Además de la duración del viaje, que se cifra en muchos meses, a Sarah
le preocupan dos cuestiones previas: una, el durísimo entrenamiento que
le queda, con pruebas tremendas y siempre ante la competencia de sus dos
compañeros, el americano Mike Shannon y el ruso Anton Ocheivsky, que la
observan con cierta condescendencia; Mike, incluso con indisimulada
agresividad.
Y
la otra preocupación, puede que mayor, es por su hija Stella, una niña
de siete años, que deberá quedarse al cuidado de su exmarido Thomas.
Stella vive con su madre, por lo que la nueva relación con su padre
puede resultar bastante problemática. De hecho, la separación madre-hija
ha comenzado ya: Sarah tiene que marchar a Rusia, y luego a Kazajistán,
desde donde se lanzará nave con destino a Marte. Antes completará su
entrenamiento y luego estará en cuarentena para impedir cualquier forma
de contagio interespacial. Sarah y Stella tienen que empezar a
despedirse.
Todo el relato se desarrolla desde la óptica de la protagonista, y el
espectador –también el masculino- empatiza fácilmente con ella. Al
menos, a mí me ha pasado. Quizá haya algún sector de la sociedad –y de
la crítica- que acusen a la cartelera de cierto “empacho” feminista. Es
cierto que hay algunas películas más realizadas por mujeres, que hay
unas pocas más protagonistas femeninas, que acaba de estrenarse Los
ángeles de Charlie con cierta vuelta de tuerca y que ahora llega
Mujercitas, también dirigida por una mujer…
Creo, sin embargo, que lo que sucede es que nos acercamos –poco- a lo
que debería ser una situación más igualitaria. Claro que Próxima
es una historia femenina, con una protagonista, unas productoras y una
directora-guionista que son mujeres. Pero se puede, sin duda, contar la
aventura de una mujer astronauta –ya ha habido unas cuantas-, con sus
problemas, sus satisfacciones, sus logros, sus fracasos también, y su
miedo y su valor. Como cualquier hombre.
Lo
estimable, el sentido radical de la crítica, reside en la confrontación
de sus elementos y el todo resultante. Pues bien, Alice Winocour y su
protagonista Eva Green exprimen los medios a su alcance. Técnicamente,
la película no tiene un pero, desde la magnífica banda sonora de Ryuichi
Sakamoto a la reproducción en pantalla del arsenal de artilugios,
instrumentos, habitáculos y escenarios varios, con estupenda sensación
de realidad. Y el guion se desarrolla con habilidad, estrictamente
graduado.
Solamente la parte final quizá adolezca de una excesiva emoción. Aquí
sí, la Sarah-madre puede a la impávida astronauta y el celuloide –perdón
, el archivo DCP- se desliza hacia el ternurismo. Pero ahí está el
esfuerzo y la calidad de Eva Green, que rescata su personaje y lo
recompone para seguir siendo el que durante toda la película nos ha
convencido y transmitido su arte y su verdad.
PROYECTO
DOS (27.04.08)
Dir.:
Guillermo Fernandez Groizard
Pro.: José Antonio Romero Gui.:
Guillermo
Fernandez Groizard,
Nacho Cabana
Int.: Adriá Collado, Lucía Jiménez
Confuso
argumento, que trata de un joven científico que sufre desde pequeño
episodios de paramnesia, los aparentes recuerdos de situaciones que en
realidad son nuevas. Eso no pasaría de ser una curiosidad, casi molesta
por su reiteración, pero la cosa se complica cuando parece ser que el
protagonista es asesinado en mitad de la calle, pero luego resulta que
no... Y su mujer tiene un pasado escondido y un presente nada claro, y
ella no es capaz de explicarlo, o a lo mejor sí. Y hay una organización
que los quiere matar a todos, empezando por los compañeros de
laboratorio del protagonista, que digo yo que qué culpa tienen ellos...
Tampoco el espectador tiene la culpa, que bastante hace con tratar de
entender todo el tejemaneje que va y viene de los cerros de Úbeda a las
azoteas de Madrid, pasando por Londres a toda velocidad. La película
funciona como un thriller –o al menos eso pretende-, pero sin el rigor
y la construcción dramática necesarios para una verdadera intriga. Lástima,
porque el cine español debe hacer también este tipo de películas...
pero debe hacerlas bien.
PUÑOS DE ASFALTO (17.05.09)
Dir.:
Dito Montiel
Pro.: Kevin Misher Gui.:
Dito Montiel, Robert Munic
Int.: Channing Tatum, Terrence Howard, Zulay Henao
Dito
Montiel es un neoyorquino de 42 años, de origen latino y de profesión
músico, novelista, actor, guionista y director... Su banda de rock-punk
se llamaba “Mayor Conflicto”, lo cual que era toda una premonición;
pero su debut en la dirección, con la estupenda Memorias
de Queens en 2006, auguraba cierto futuro prometedor. En ese reparto
estaba ya este chico Channing Tatum –se ve que le tiene cierto interés-
pero allí aparecía arropado por Robert Downey Jr. y Shia LaBeouf. Aquí
es el protagonista.
Se trata de un tal Shawn MacArthur, un chaval aspirante a huérfano, que llega
a Nueva York y se echa a la calle a vender cacharros varios, falsos y de
dudosa procedencia. Le va mal, claro, pero llama la atención de Harvey,
otro maleante de poca monta, un timador callejero de corto recorrido
pero de vista larga para los negocios. Se da cuenta de que a Shawn se le
da bien repartir, y no pizzas, precisamente. Como entre los ilustres
conocidos de Harvey están los más importantes promotores de peleas
clandestinas, le propone al chico participar y repartirse las ganancias.
Hay quien ha dicho que ésta –como Memorias
de Queens- es una película de iniciación; a mí me gustaría saber
de iniciación a qué, como no sea a la desesperación del espectador,
que empieza aquí, es verdad, y va rápidamente en aumento según
progresa el argumento. Porque argumento hay; siempre hay uno, menos en
las películas de Antonioni, que no hacía falta. Otra cosa es suponer
que haya historia, que haya guión y que haya interpretación: la
historia es muy floja, la interpretación muy mala y el guión,
inexistente.
Claro, que yo he visto la película doblada; pero el doblaje, aunque sea
horroroso, suele ser también bastante cercano a su original; y sí, por
la cara que se les pone a los protagonistas, es seguro que la V. O. es
tan mala como la versión en castellano. Entendámonos: es posible
reunir una cantidad mayor de sandeces e hilvanarlas peor aún... pero
habría que trabajar mucho, y no creo que merezca la pena. Es más fácil
así, con unos personajes de cartón piedra, unas situaciones sin pies
ni cabeza y unos diálogos que producen sonrojo.
Del reparto, qué vamos a decir. El chaval Tatum está para ir a la
escuela y que le pongan deberes; Terrence Howard, que es un estupendo
actor, hace cada vez peores películas y más facilillas, con lo que su
naciente prestigio ya es más decreciente que otra cosa; la chavala, que
parece la hija mulata de Paloma San Basilio, seguro que es una buena
persona, y a Luis Guzmán ya no hay quien le aguante, de tanto parecer y
ser malo. Del resto, lo más destacable es que incluya nombres como
Janet Paparazzo, Kimelisa Chomba Dunn, John Cenatiempo, Gabrielle
Pelucco, Flaco Navaja, Youri Cho, Cung Le y Nina Poon... Una risa.
Pero tampoco todo esto es lo peor. Lo peor es lo que se ve: una serie de
peripecias absurdas entrelazadas con brutales peleas a puñetazo limpio
entre el protagonista y su rival de turno. Si el boxeo ya es de por sí
un espectáculo lamentable –sólo un puntito más divertido que las
corridas de toros-, estas exhibiciones de combates sin guantes, sin
reglas, sin límites, sin ningún espíritu deportivo; sólo por dinero,
por el valor de la fuerza bruta y para deleite de gangsters y
millonarios de baja estofa... son sencillamente repugnantes.
Extraer de estos contenidos la menor consecución ética,
y no digamos estética, es imposible. Y que esto se presente como cine,
como entretenimiento y como opción de ocio para los jóvenes es, como mínimo,
lamentable. Dito Montiel ha hecho una película mucho peor que la
primera, sin siquiera aquel aparente virtuosismo técnico: ésta es
ramplona, sin gracia, reaccionaria y violenta: la peor que he visto este
año. Y ya sé que no se debe contar el final; no lo voy a hacer, aunque
tenga la tentación, por ver si así va menos gente a verla. Lo que sí
diré es que es perfectamente coherente con el resto: da grima. (www.puñosdeasfalto.es)
PURO VICIO
(15.03.15)
Dir.:
Paul Thomas Anderson
Pro.:
Paul Thomas Anderson,
Daniel Lupi, JoAnne Sellar Gui.:
Paul Thomas Anderson
Int.: Joaquin
Phoenix, Josh Brolin, Katherine Waterston
Paul Thomas
Anderson –no confundir con Wes Anderson, el magnético director de El
Gran Hotel Budapest, ni menos con Paul W. S. Anderson, el marido de
Milla Jovovich que se entretiene habitualmente en hacerla enfrentarse a
tiro limpio con zombis y mutantes varios- es un realizador californiano
que lleva dos décadas creando obras muy personales, muy originales y
siempre estimulantes, desde Boogie nights (1997) hasta este
Inherent vice –Vicio natural o Vicio propio, mejor que
el título que le han puesto-, pasando por Magnolia (1999),
Embriagado de amor (2002), Pozos de ambición (2007) y The
master (2012).
Con Puro vicio tampoco va a dejar indiferente a nadie. El guion
procede de una novela de Thomas Pynchon, autor muy celebrado como punta
de lanza de la narrativa americana posmoderna; seguramente da lo mismo,
porque Anderson, si se inspira en él es para devorarlo, digerirlo y
transformarlo en cine de imparable impacto. El que tiene su
protagonista, un majestuoso Joaquin Phoenix que está en –casi- todos los
planos y a través de cuyos ojos se muestra la desorbitada trama. Que
empieza con el más clásico esquema de la novela negra: un detective
privado recibe la visita de una joven que le encarga buscar a una
persona desaparecida.
Claro que a Larry Sportello –“Doc” para los amigos-, la visita de Shasta
Fay Hepworth le pilla por sorpresa: no solo porque el hombre está
sumergido en las ensoñaciones propias de un colocón considerable –su
estado habitual en estos momentos-, sino porque Shasta fue su novia hasta
que lo abandonó de buenas a primeras, y reaparece sin previo aviso. Y el
encargo también se las trae: su novio actual se ha esfumado, seguramente
enterado de que su mujer –la del novio- y su amante –el de ella- piensan
matarlo.
Estamos en California, años 70, y la película estalla de color. Pero no
es el color de la luz y la alegría, sino el prisma deformante de una
atmósfera abrasadora en la que el sol se enturbia con los humos, el
polvo blanco y las pastillas para soñar. Y el viaje de “Doc” se puebla
con los individuos más variopintos: unos están y otros no, y sus vidas o
sus sombras se entrecruzan en un paisaje que se va complicando y
desdoblando como si fueran muñecas rusas; a cada paso –titubeante- que
el detective da, la historia se hace más densa y más contradictoria.
Y más decadente. Porque “Doc” sabe que su mundo se acaba, que la intriga
se termina, que los tipos que tiene delante se esfuman y que, consiga
complacer a Shasta o no, su tiempo y sus amores se acabarán también. Lo
sabe, pero no le importa: sigue intentando penetrar en la verdad y no le
importa sufrir la persecución del desaforado policía, ni los batacazos
de las mafias, ni la desilusión de saber que lo que averigua no sirve
para nada. El personaje, creado a la medida para Joaquin Phoenix, es una
mina y el actor la explota hasta la última veta. Este empecinado
detective, siempre en el filo de la exageración –una especie de “El
Nota” de El gran Lebowski, pero mucho más colgado-, no descansa
un momento ni se da por vencido; y su pelea y su desconcierto corren
parejos a los del espectador al tratar de asimilar la catarata de
acontecimientos que cruzan por la pantalla.
Pero hay una absoluta coherencia en ello, por más que en algún momento
la locura que atraviesa –en más de un sentido- la película, amenace con
abrumar y agotar. Porque la propuesta de Anderson, como él mismo dice,
consiste en que quien la vea se deje perder entre la avalancha de
información sin enredarse en los detalles, y permita que la historia se
sienta, aunque no se entienda completamente. Corre un riesgo importante,
en una época en que los argumentos predigeridos, las historias
previsibles y fácilmente asimilables consiguen éxitos de taquilla que
hacen el negocio más rentable; pero apostar por un relato sorprendente,
una película un tanto apabullante, sí, pero de estructura y factura
brillantísimas, y que te hace sentir, pensar y disfrutar, es algo muy de
agradecer: es apostar por el cine. (http://inherentvicemovie.com/)
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