Por Larry D'Abutti
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NACIDAS PARA SUFRIR (14.02.10)
Dir.:
Miguel Albaladejo
Pro.: Gerardo Herrero, Mariela Bsuievski, Javier López Blanco
Gui.: Miguel Albaladejo
Int.: Petra Martínez, Adriana Ozores, Malena Alterio
Miguel
Albaladejo debutó en 1998 con la estimable La
primera noche de mi vida y ésta es su octava película; por medio,
títulos como Manolito Gafotas,
Ataque verbal, Rencor, Cachorro... Unas son mejores que otras, todas
tienen personajes, momentos, asuntos de interés. Y Nacidas
para sufrir es la mejor. Los protagonistas de Albaladejo suelen ser
mujeres; en Nacidas para sufrir, absolutamente. Una señora mayor, Flora, más
buena que el pan, se ha pasado la vida ayudando a sus parientes. Vive en
el pueblo y como ha sido soltera todo el tiempo, ha acogido en su casa a
sus sobrinas cuando se quedaron huérfanas y en estos últimos tiempos a
una tía anciana. La tía se muere, como es obligado, y Flora se queda
sola... Bueno, sola del todo, no: Purita vive con ella. Purita es la
criada, también es una santa, y trabaja como una bestia: la casa, los
huertos, los animales... hasta de chófer de Flora hace, si es
necesario.
Para las sobrinas, Purita, aunque sea una santa, no cuenta. La tía
Flora se ha quedado sola y lo mejor sería acudir a atenderla y
solucionarle el futuro; es decir, llevarla a una residencia, vender lo
del pueblo y heredar ahora que todavía tienen la vida por delante. La más
convencida es Marta, que, como es monja, debe de ser la más buena de
todas. Pero por más que le insisten, Flora
–que es de pueblo pero no tiene un pelo de tonta y está muy puesta en
la vida moderna- no se deja convencer. Así es que pone a las sobrinas
de patitas en la calle y se dispone a tomar sus propias decisiones.
Dos de los mejores retratos de mujeres de la galería de Albaladejo:
Flora y Purita. Petra Martínez y Adriana Ozores realizan a compás un
auténtico duelo de “titanas” de la pantalla. Adriana Ozores, que se
ha dedicado más últimamente al teatro y la televisión, vuelve al cine
por la puerta grande: su Purita es una composición genial: callada,
humilde, servicial al máximo... y habilísima manipuladora bajo su
caparazón de inocencia. Petra Martínez es, desde hace mucho tiempo,
una de nuestras mejores actrices, toda una vida en los escenarios; en
estos años también ha hecho televisión y, después de cuarenta de
trabajo, fue la revelación de La
soledad hace un par de temporadas.
La soledad es, precisamente, el pájaro oscuro que atrapa con sus garras
también a este personaje. Flora ha llenado sus días con el cuidado de
su tía y la vigilancia del trabajo denodado de Purita. Si deja que
despidan a la criada, su vida se hundirá en la nada, condenada a la
residencia de ancianos o a las horas eternas sin compañía en la
frialdad de su casona vacía. La solución que alcanza es habilidosa,
valiente, absolutamente rompedora de tan moderna y, no nos engañemos,
un ejemplo más del abuso que su gran corazón comete contra su criada,
amiga y rehén. Ella lo ve muy justificado y meritorio: hay personas que
no saben ser malas, eso es lo que pasa.
Contra la pareja actúan multitud de fuerzas centrífugas: la codicia de
las sobrinas, capitaneadas por la monja; la maledicencia y la envidia
del entorno pueblerino, que hasta hace actuar al cura, un tipo tan auténtico
que parece de opereta, y la malicia de la familia de Purita –el penúltimo
as que Albaladejo guardaba en la manga-, que obliga a Flora a hospedar
en su casa a la incómoda madre de su amiga –estupenda también
Alfonsa Rosso- y a prodigarle unos cuidados que van poco a poco
dinamitando su espacio, su tiempo y su vida entera.
Todavía quedará ingenio para saber cómo la pareja se defiende –o no-
de tanta tensión, cómo la bondad se enfrenta al dolor, y viceversa, cómo
se deshace un nudo cada vez más apretado. Miguel Albaladejo aporta toda
su experiencia en esta clase de guiones y consigue uno modélico, casi
perfecto. Sus actrices despliegan sus personajes sin una sola nota
discordante, y la película fluye apaciblemente narrando la vida de
estas personas sacrificadas y bondadosas... capaces de las mayores
atrocidades. (www.nacidasparasufrir.com)
NADA QUE DECLARAR
(10.04.11)
Dir.: Dany Boon
Pro.: Jérôme Seydoux Gui.:
Dany Boon
Int.: Dany Boon, Benoît Poelvoorde, Karin Viard
Dany
Boon lleva quince años como actor y escribe y dirige desde 2004, su
debut tras la cámara con La vie
de chantier, inédita por estos pagos; luego llegaron La
casa de tus sueños (2006) y Bienvenidos
al Norte (2008), con la que rompió todos los records en Francia:
veinte millones y medio de espectadores. Dany Boon es director,
guionista y actor cómico, pero sus argumentos hablan de temas cada vez
más serios, que van de los apuros que todos pasamos cuando hacemos
obras en casa al racismo y la abominable xenofobia, pasando por la
irracional estupidez de los prejuicios regionalistas. Boon sabe de lo
que habla: hijo de una jovencita francesa y un argelino exboxeador, ha
vivido desde pequeño los sinsabores de esas mismas situaciones que
ahora critica, en clave de farsa, en sus películas. Nada que declarar empieza en los últimos días de 1992, vísperas
de la eliminación de las aduanas en la Eurozona. La rutinaria actividad
en la frontera franco-belga de Courquain-Koorkin –la grafía del
nombre depende del lado de la raya en que se esté- empieza a echar
humo. Sobre todo porque el policía Ruben Vandervoorde –francófobo
por tradición familiar y decisión propia- y el gendarme Mathias
Ducatel –con su aire de superioridad y condescendencia- mantienen una
relación que si no es de odio mortal se le parece bastante.
Aunque Mathias no siente especial aversión por sus vecinos, y de
hecho está viviendo un estupendo romance –secreto, eso sí- con la
joven belga Louise, a Ruben le saca de quicio que los franceses vayan a pasar
en breve por delante de sus narices sin que pueda pararlos, molestarlos
ni hacerles volver por donde han venido, como es hasta ahora su diversión
favorita. A ambos, sin embargo, les une –es un decir- su preocupación
por la posible pérdida o cambio del trabajo; y les separa
–definitivamente- un pequeño problema sentimental que, cuando se
conozca, será una bomba: la novia de Mathias, Louise, no es otra que la
hermana pequeña de Vandervoorde. No hace falta explicar que a la
absurda aversión xenófoba de Ruben se une un exacerbado machismo que,
con la excusa de la protección, considerará a su hermana menor de edad
y débil mental, y tratará de impedir semejante pecaminosa relación.
Para terminar de empeorar las cosas, a las autoridades de ambos países
se les ocurre que la mejor manera de conservar el orden en la zona
fronteriza y a la vez potenciar la tarea común de ambas policías
consiste en la creación de una patrulla móvil, compuesta por un
elemento de cada lado: como era de esperar, el trabajito recae en Ruben
–como “recompensa” por sus exagerados desvelos- y en Mathias, que
se ofrece voluntario para tratar de dulcificar a su tremebundo futuro cuñado.
Dany Boon comprende que la peripecia de los dos carabineros patrullando
las carreteras en su “bólido” –una tartana desastrosa hasta que
un amiguete se lo “tunea” convenientemente- no da para el metraje
necesario, y por eso introduce una historia paralela de gangsters de
poca monta y otros delincuentes aficionados, que sirven de distracción
y relleno. El recurso es peligroso, porque podría dar al traste con la
necesaria continuidad del relato principal; pero el director-guionista
se las apaña con absoluta solvencia para resolver el escollo,
integrando a los protagonistas en este segundo enredo.
El actor Boon está, naturalmente, a sus anchas; secundado por Benoît
Poelvoorde -con un papel escrito para él- y el resto de los intérpretes,
que se pliegan gustosísimos al sainete. Lo más interesante, sin
embargo, sigue siendo esta trama, que abunda en los conflictos que Dany
Boon maneja mejor: los personajes en situación límite, los enredos
sentimentales y el absurdo de los prejuicios elevados a categoría
internacional, como este peligroso y contagioso racismo, desgraciadamente
tan actual. Todo ello hilvanado con un guión de trazo grueso cuando
hace falta y siempre con una eficacia para el chiste verbal –mejor en
versión original- y visual fuera de toda duda.
(www.rienadeclarer.com)
NEBRASKA
(09.02.14)
Dir.:
Alexander Payne
Pro.: Albert Berger, Ron Yerxa Gui.: Bob Nelson
Int.: Bruce Dern, Will Forte, Stacy Keach
Alexander Payne
cuenta en su curriculum como guionista con dos Oscar, por Entre copas
(2004) y Los descendientes (2011), que también dirigió. Antes
había hecho Ciudadana Ruth (1996) y las más celebradas
Election (1999) y A propósito de Schmidt (2002). Payne no
suele trabajar con primerísimas figuras –Nicholson y Clooney son la
excepción-, pero sí con grandísimos intépretes. Para Nebraska,
esta historia viajera y crepuscular, ha contado con el
extraordinario Bruce Dern, que no por casualidad fue premiado con este
papel en el último Festival de Cannes y es muy merecido candidato al
Oscar de este año.
Dern es Woody Grant, un anciano borrachín y un tanto demenciado, que
está obsesionado con escaparse de casa. En realidad, lo que pretende es
llegar a Lincoln, Nebraska, para cobrar un billete supuestamente
premiado con un millón de dólares; no hay quien lo convenza de que no se
trata más que de un reclamo publicitario, y como no puede conducir, y su
mujer no le da dinero para el billete, Woody aprovecha cualquier ocasión
para echar a andar carretera adelante... hasta que la policía o su hijo
David, alertado por la madre, le dan alcance.
Por fin, compadecido y a la vez
resignado, David acepta acompañarlo en su aventura; y los dos emprenden
el fatigoso y larguísimo viaje de 1.500 kilómetros entre Montana y
Nebraska, desde casi la frontera con Canadá hasta el mismísimo corazón
de la América más profunda. Padre e hijo saben que lo que hacen es un
disparate, pero ninguno de los dos quiere reconocerlo: David solo aspira
a cuidar del anciano, y más de una vez intentará que den media vuelta; y
Woody reúne los últimos alientos que le quedan para seguir hacia
delante, sin dejar un resquicio a la duda, al cansancio ni mucho menos a
la derrota: el billete es suyo, el dinero es suyo y nada le impedirá
hacer su voluntad.
Como en todos los grandes relatos de viajes, de La Odisea a
Una historia verdadera, de David Lynch –a la que además se asemeja
en su carácter declinante- lo importante no es la meta, sino el
recorrido. Es improbable que el protagonista consiga su propósito, pero
mientras lo intenta, el magnífico guion de Bob Nelson nos permite
conocerlo; a él y a su entorno. Porque David y Woody harán una parada en
el pueblo natal de este y allí aprovecharán para reunir a toda la
familia: hermanos, cuñadas, sobrinos y algún que otro allegado, a los
que se suman los amigos casi olvidados; todos llegan al olor del
suculento premio, del que imprudentemente el anciano ha alardeado.
El viaje como argumento se le da bien a Alexander Payne, gran retratista
de personajes y paisajes. Aquí utiliza una vigorosa y muy adecuada
fotografía en blanco y negro que llena de matices de gris carreteras y
caminos, campos polvorientos e interiores en claroscuro: la penumbra del
bar y sus parroquianos, la calma somnolienta de la casa repleta de
parientes; la noche en el pueblo y las figuras que escapan de la luz…
Hay una oposición, que llega a ser cómica, de tan brutal, entre la
sencillez y la tozuda ingenuidad de Woody, y la rancia y agresiva
miseria –sobre todo moral- de las gentes del pueblo.
Pero no hay trazo grueso, sino delicadeza y naturalidad para mostrar el
paso de la vida, la persistencia de la memoria –aun en el límite del
olvido-, y el respeto por el pasado que no se conoce y el futuro que no
se entiende. David descubre el cariño que tiene a su padre, por encima
de las inquietudes cotidianas y del sentido común, y Woody reconoce en
su hijo su propia sombra, su fuerza perdida, su herencia. En Nebraska
no encontramos los rutilantes viñedos californianos ni las cálidas
playas hawaianas; es otra América, pero un idéntico canto a la vida, a
las raíces, a la verdadera humanidad y al compromiso con uno mismo y con
los demás. Y al amor, que no entiende de pueblos ni de edades. Ni mucho
menos de dinero. (http://www.nebraskamovie.co.uk/)
NEGACIÓN
(22.04.17)
Director: Mick Jackson. Producción: Gary Foster, Russ Krasnoff.
Guion: David Hare.
Intérpretes: Rachel Weisz, Timothy Spall, Tom Wilkinson.
El británico Mick Jackson es un director de televisión que a veces
se pasa a la pantalla grande; cuenta con títulos como Héroes de
papel (1989), Borrón y cuenta nueva (1994), Volcán
(1997) y, la que le dio más fama, El guardaespaldas (1992),
con Whitney Houston y Kevin Costner de protagonistas, y guion de
Lawrence Kasdan.
La historia de Negación está basada en los sucesos provocados
por el contenido del libro de la escritora americana Deborah
Lipstadt –representada en la película por Rachel Weisz-, atacando a
ciertos periodistas y supuestos historiadores negacionistas del
Holocausto. El relato comienza en 1966, cuando uno de estos, David
Irving, famoso columnista y conferenciante admirador de Hitler y del
nazismo que contaba con cientos de seguidores, denunció a Lipstadt
por difamación. Y ella tuvo que acudir a los tribunales de
Inglaterra, a intentar demostrar la verdad de las afirmaciones
vertidas en su libro y la falsedad de los argumentos de Irving que,
por muy descabellados que fueran, pretendían sustentarse en hechos
y detalles que se tergiversaban, magnificaban u ocultaban a capricho
de la hábil dialéctica del iracundo denunciante.
El exterminio sistemático de ciudadanos judíos –y también gitanos,
comunistas, homosexuales, discapacitados y prisioneros de guerra-,
hombres, mujeres y niños, lo que se conoce comúnmente como el
Holocausto provocado por el régimen nazi, es uno de los episodios
más terribles y vergonzosos de la historia de la humanidad; sin
embargo, a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX se
extendieron múltiples formas de negación de lo ocurrido, sobre todo
tendentes a minimizar la extensión y las causas del genocidio.
Uno de los líderes de este movimiento en Gran Bretaña fue este David
Irving, a quien conocemos de entrada en la película en una de sus
charlas-mítines en la que defiende la figura de Hitler como
unificador de Europa y ridiculiza a las víctimas ante sus
enfervorizados admiradores. Y a pesar de esta falacia y este estilo,
es él quien denuncia a la escritora, obligándola así a tener que
rebatir ante el juez su disparatado discurso, en vez de al revés; en
Inglaterra, la ley obliga al acusado a convencer de su inocencia,
algo que el orgullo americano de Lipstadt se resiste a comprender.
Al fin, Deborah llega a Londres y contacta con la comunidad judía y
con sus editores, que ponen en marcha la estrategia judicial
contratando a un experto abogado, Anthony Julius y, sobre todo, al
genial Richard Rampton, un letrado al borde de la jubilación, pero
lleno de coraje, de sabiduría y de capacidad para el combate cuerpo
a cuerpo. En efecto, la táctica de Rampton, que se niega a utilizar
ningún testimonio de los supervivientes y testigos del genocidio
–para disgusto de los colectivos judíos y de la propia Lipstadt- a
fin de que no puedan ser utilizados ni humillados, se centra en las
disparatadas opiniones de Irving, que niega la existencia de las
letales cámaras de gas de Auschwitz y atribuye la noción del
Holocausto a un complot internacional; y las desmonta una por una,
demostrando la verdad contenida en las páginas del libro de la
escritora. Pero la vehemencia y el descaro del fanático negacionista
son tales, que el juez está a punto de creer en su buena fe y
otorgarle el beneficio de la libertad de expresión.
Aunque la película relata unos hechos reales, no son tan conocidos
como para que no haya suspense y tensión en lo que es, sobre todo,
un thriller judicial realizado por Mick Jackson con el necesario
oficio para permitir que luzca el trabajo de los protagonistas:
perfecta Rachel Weisz, absolutamente integrada en el personaje de
Deborah Lipstadt –con la que trabajó personalmente en su
recreación-, y magníficos los antagonistas: Tom Wilkinson como el
hábil abogado Rampton y un fascinante Timothy Spall –tantas veces
defensor de causas nobles en la pantalla- como el insolente e iluminado
extremista David Irving.
NIEVA EN BENIDORM
(12.12.20)
Dir.: Isabel Coixet.
Pro.: Pedro Almodóvar, Agustín Almodóvar, Esther García.
Gui.:
Isabel Coixet. Int.: Timothy Spall, Sarita Choudhury, Carmen Machi.
Isabel Coixet es una
de nuestras directoras con más clara vocación internacional; trabaja con
equipos –técnicos y artísticos- españoles, claro, pero también con
potentes figuras extranjeras, dentro y fuera de nuestro país. Recordemos
Cosas que nunca te dije, Mi vida sin mí, La vida secreta de las
palabras, Elegy –con Penélope Cruz y Ben Kingsley-, Nadie quiere
la noche, La librería y otras.Y también junta a Javier Cámara y
Candela Peña en Nadie quiere la noche o a Greta Fernández y
Natalia de Molina en Elisa y Marcela, películas rotundamente
españolas. En total, 15 largometrajes, una docena de documentales y
cortos y episodios para televisión. Una carrera prolífica y de probada
calidad; entre otros reconocimientos, con un montón de premios de toda
procedencia y cuatro Goyas de nuestro cine.
Ahora nos trae una
historia que sigue fiel a su estilo, pero con un protagonista inédito y
cien por cien hispánico: Benidorm. La ciudad vertical, la babel del
Mediterráneo, un horror o una maravilla, según la mirada del transeúnte.
Y por allí andan los otros protagonistas, los humanos: Peter, Alex,
Marta, Luci… Peter –un genial Timothy Spall- acaba de llegar de
Manchester; prejubilado con más pena que gloria de su trabajo de toda la
vida, viene a Benidorm en busca de su hermano, que vive allí desde hace
muchos años, todos los que llevan sin verse.
Pero no solo no lo
encuentra, sino que descubre que tampoco sabe nada de la vida y los
asuntos de su hermano. Por ejemplo, que regenta un cabaret en el que
actúa Alex, una madura y atractiva compatriota, que seguramente sabe más
de lo que cuenta. Y cuando Peter se decide a denunciar la supuesta
desaparición de su hermano, conoce a Marta, una policía amante de la
poesía de Sylvia Plath. ---
Pero la revelación
mayor que sacude a Peter es la propia ciudad: la noche hirviendo en cada
bar, en las discotecas que se desparraman por las aceras, en cada calle
y hasta en la orilla del mar. El barullo del cabaret y la soledad de su
hotel; los turistas bañados en alcohol y los portadores de otras
sustancias más peligrosas; el carnicero improbable y la silenciosa Luci,
guardiana de tantas cosas. Y ese imperio arquitectónico, que esconde los
rincones más cursis al lado de los más irrenunciablemente románticos.
Peter busca a su
hermano, pero busca mucho más: una vida nueva, su propia identidad, la
respuesta a algunas preguntas nunca formuladas, quizás hasta un poquito
de amor; poca cosa, como se ve. La cámara siempre solidaria de Isabel
Coixet –el personaje está en el 95 por ciento de los planos- lo acompaña
en sus idas y venidas, en sus dudas, sus aciertos, sus errores y sus
intuiciones. Y sobre todo, en la fascinación que siente por Alex, desde
la noche primera en la que la vio actuando en el cabaret. Como dice la
misma Coixet, Peter empieza a pensar que en Benidorm, ese sitio tan
raro, cualquier cosa es posible. Y así se desarrolla esta historia
urbana y marítima, una de las más poéticas de la directora: una especie
de cuento de hadas para adultos, ligeramente surrealista, en el que al
final no se sabe si los enamorados serán felices y comerán perdices, o
no… que tampoco importa: Timothy Spall, Sarita Choudhury, Ana Torrent y
los demás crean unos personajes tan humanos y tan verdaderos que da
igual dónde empieza y dónde acaba el relato, y que la mayoría de las
preguntas quede sin respuesta. Así es la vida, como la que pasa por
delante de cualquiera de nosotros.
Y
por cierto, la película está jalonada por diferentes informacio-nes
acerca del estado del tiempo: cálido, nublado, ventoso, estable o muy
revuelto… Si todo eso tiene relación con lo que vemos o no, queda a la
interpretación del atento espectador.
NO CONFÍES EN NADIE
(15.02.15)
Dir.:
Rowan Joffé
Pro.: Avi Lerner,
Liza Marshall, Mark Gill Gui.: Rowan Joffé
Int.: Nicole Kidman, Colin Firth, Mark Strong
Además de un
interesante guionista, autor de 28 semanas después y El
americano, Rowan Joffé es hijo de Roland Joffé –un veterano
realizador, muy interesante hasta que se le fue la pinza rodando su
película de Escrivá de Balaguer- y también director desde 2007, con dos
películas para televisión y Brighton Rock (2007), que no se
estrenó en España. Para la que nos ocupa ha compuesto el guion a partir
de una novela de S.J. Watson y ha vuelto a reunir a Nicole Kidman y
Colin Firth, que fueron pareja hace cosa de un año en la dramática Un
largo viaje.
Esta también es seria; por lo menos, al principio. Christine es una
mujer con un problema muy grave: una especie de amnesia que le hace
olvidarlo todo –su vida, su entorno, sus recuerdos- cuando duerme. Cada
mañana se levanta con la memoria en blanco. Confusa, asustada, va al
baño –desnudo integral trasero, ya que estamos, de una señora que NO es
Nicole Kidman- y descubre la pared llena de etiquetas con instrucciones.
Y Ben, su marido, le explica –una vez más- la realidad. Después, él se
marcha a la oficina y Christine se queda sola.
Siguiendo sus propias indicaciones, encuentra una cámara de vídeo, en la
que, ahora lo sabe, graba día tras día sus datos más esenciales, sus
tareas cotidianas, sus impresiones. Es como una memoria eventual, que le
permite reconocerse y encajarse en la vida. Y antes de que suceda otra
cosa, recibe la llamada del doctor Nasch, que dice ser el psiquiatra que
la está atendiendo. De esa conversación, Christine extrae algunas
conclusiones, además de empezar a entender las causas de su estado. Ben
le ha hablado de un tremendo accidente, pero el doctor Nasch parece
conocer algo más. Y Christine –ella no lo sabe, pero cada día actúa
igual- indaga, trata de entender, de recordar, de abrir una rendija en
sus recuerdos.
Es imposible no acordarse –el espectador- de 50 primeras citas,
con una Drew Barrymore atacada de la misma especie de amnesia y Adam
Sandler en el papel de paciente enamorado. Supongo que no son tan buenos
actores como estos, pero esa película era una comedia, que se veía con
simpatía en su ligereza, y esta es un drama con suspense, que exprime y
angustia a los protagonistas tanto como al que los contempla. En cada
giro de guion, en cada peldaño que Christine sube hacia la comprensión
de su propia vida, su pasado parece enredarse en múltiples direcciones,
sin posibilidad de discernir cuál es la verdadera.
Nada que objetar al relato, ni desde el punto de vista visual ni desde
el de la escritura. Los sucesivos amaneceres –Despertares, he
aquí otra referencia, como pueda ser, en cierto modo, Memento,
la gran película de Christopher Nolan- se despliegan en una estructura
narrativa que Joffé, y desde luego Nicole Kidman y un soberbio Colin
Firth, manejan a la perfección. Ella, cada vez más rehén de su propia
consciencia; él, como el marido de conducta impecable, poseedor de todas
las respuestas y de infinita paciencia. Y entre los dos, cerrando un
triángulo imposible –al menos, improbable-, el enigmático pero
concienzudo psiquiatra.
Todo va tan bien resuelto, que no se dejan ver los agujeros de la trama
ni los costurones que los remiendan. Hay incluso un par de goles en
clamoroso fuera de juego, que el árbitro no quiso ver. Por eso la
historia transcurre con facilidad, sazonada de sobresaltos como mandan
los cánones; pero en el último tramo el vehículo se desliza de mala
manera, y amenaza con descarrilar. No hay ya nada original en el
desenlace; ya no es que encontremos parecidos, es que tras un clímax
poco razonable, todo lo que ocurre hasta el final es previsible, un poco
ridículo e igual a centenares de películas que hemos visto antes.
Una pena, porque se estropea una buena historia, que naufraga tras haber
ido bastante rato navegando viento en popa. (www.deaplaneta.com/no-confies-en-nadie)
NO ES PAÍS PARA VIEJOS
(10.02.08)
Esc.
y Dir.: Ethan y Joel Coen
Pro.: Ethan Coen, Joel Coen, Scott Rudin
Int.: Josh Brolin, Tommy Lee Jones, Woody Harrelson, Javier Bardem
Enorme
personalidad la de los hermanos Coen, puesta de manifiesto desde su
fulgurante debut en 1984 con Sangre
fácil. Luego vinieron 12 títulos más, entre ellos Muerte
entre las flores, El gran salto, Fargo (2 Oscar y 5 nominaciones más),
El gran Lebowski, O brother, Crueldad intolerable, Ladykillers... y
ahora ésta, basada en una novela de Cormac McCarthy,
que Scott Rudin había comprado y que a ellos les gustó mucho.
La película cuenta los afanes de un tal Llewelyn Moss, un pobre diablo
que un mal día se encuentra, en mitad de la nada, con lo que
evidentemente es el desenlace de un tiroteo: coches, furgonetas y unos
cuantos muertos. Hasta el aire parece pesar en el paraje desierto. Huele
muy mal: a cadáveres... y también a peligro. El mismo sol titubea
antes de abrasar el escenario. Y en una de las camionetas, un moribundo
sin salvación. Y un cargamento de muchos kilos de droga. Y un maletín
con dos millones de dólares.
Moss sabe que el dinero tiene dueño, pero se lo lleva de todas maneras.
Y pone en marcha un tremendo mecanismo de persecución a muerte que
empieza como un billar a tres bandas y se va convirtiendo en un tapete
americano que va enviando las bolas a las troneras: es decir, los
muertos al hoyo. A Moss lo persiguen los dueños de la pasta, el sheriff
Bell y el asesino profesional Anton Chigurh. Y además anda por medio
otro vaquero con muy malas intenciones: Carson Wells, el personaje que
borda Woody Harrelson, y que es de verdad un secundario.
Bardem, no. Su asesino psicópata es en realidad el protagonista de la
historia. Él es el dueño de la narración, desde la secuencia inicial,
en la que disfruta de su primera oportunidad de lucimiento. A partir de
ahí, su presencia gravita sobre la pantalla, aún en los momentos en
que seguimos a otros personajes. Chigurh está en todos los recovecos de
la película: el sheriff persigue su sombra, el matón Wells se
encuentra con ella, y Chigurh olfatea el rastro de sangre y de miedo y,
sembrando de cadáveres su camino, no pierde el rastro de Moss, de la
mujer de Moss, de la madre de ésta –una bruja- y de cuantos objetivos
le imponga su irrenunciable y diabólica ética profesional.
Javier Bardem está sensacional. No porque su personaje tenga una
especial dificultad; hay cientos de papeles así y de mayor complejidad.
Es, desde luego, por su creación personal, su dotación artística de
los matices, las señas particulares de la que dota al diabólico
asesino. Es su peinado, que podría ser ridículo y resulta espantoso;
es su gesto, con una sobriedad mecánica que paraliza; es su mirada y es
su voz, su modulación cambiante, sugerente, siniestra, apabullante,
terrible. Lo que quiere decir que el personaje no está completo sino en
la versión original en inglés, qué le vamos a hacer.
Como Chigurh es el protagonista, los demás pivotan en su órbita. El
pobre perdedor que se debate entre la posibilidad de la vida resuelta y
el siniestro total. Y el sheriff Bell, que acerca a la jubilación
tediosa después de toda una existencia rutinaria, siguiendo la tradición
familiar y sin más fe en la ley y la justicia que cuando la empezó: la
misma si acaso, o un poco menos.
No hay mucha alegría, la verdad, en la vida de estos personajes; no la
hay en los parajes desolados que atraviesan, desde la inhóspita
frontera mejicana a las tristes habitaciones donde la sangre se derrama.
Este relato no es divertido, aunque de pronto asome el feroz sentido del
humor que los Coen nunca pierden.
Parece que han seguido muy fielmente, en la escritura de la película
–la fílmica también-, el original de McCarthy, su ascetismo
narrativo, su lenguaje despojado, sus silencios, su ensimismamiento.
Tampoco importa mucho: lo importante es que todo eso y lo demás, los
elementos cinematográficos que los Coen manejan con sabiduría, les han
permitido crear esta estupenda película, original, un poco a
contracorriente –no todo el mundo la va a entender ni a disfrutar-
violenta, pero también adornada de la poética crepuscular de los
viejos relatos de oscuros escenarios, sólo iluminados, como dice el
sheriff Bell, por las hogueras que encienden la noche.
(www.nocountryforoldmen.co.uk/intl/es/)
NO HABRÁ PAZ PARA LOS MALVADOS
(25.09.11)
Dir.:
Enrique Urbizu
Pro.: Álvaro Augustín, Gonzalo Salazar-Simpson
Gui.: Enrique Urbizu,
Michel Gaztambide
Int.: José Coronado, Helena Miquel, Juan José Artero
Octava película de Enrique Urbizu, un director que no se prodiga mucho
–hace 8 años de La vida mancha,
su anterior título- porque pretende hacer sólo el cine que le
interesa: los buenos argumentos –originales o adaptados-, los
personajes con fuerza y vida propia. Su carrera ha ido de la comedia,
cada vez más feroz, al thriller, cada vez más negro. Eso que asomaba
ya en La caja 507,
y que llega ahora a una espléndida culminación del género
conjugando la gran interpretación de su actor favorito, José Coronado,
con unas imágenes de impacto y un guión tan certero y tan cercano que
parece una crónica bien documentada y actualísima.
A Coronado, Urbizu le ha regalado este personaje: Santos Trinidad, un
policía desencantado, alcoholizado y violento. Como cada día, Santos
se toma la última copa cuando lo echan del bar; todavía deambula dando
traspiés en la noche hasta que se ve atraído por la luz y la música
del único local que ve abierto: un club de alterne regido por
colombianos de peligroso aspecto y peor conducta. Hace falta muy poco
para encender la chispa que lo hará saltar todo por los aires y la
madrugada se tiñe de pólvora y sangre. Un desastre, pero Santos todavía
tendrá reflejos para intentar borrar sus huellas y tratar de olvidarse.
Sólo un pero: hay un involuntario espectador de lo sucedido.
La juez Chacón, encargada del sumario, y el policía Leiva empiezan a
tirar del hilo que lleva a la madeja del caso; por el otro extremo,
Santos trata de encontrar al testigo de su fechoría. En realidad, de la
actividad oficial del protagonista sabemos poco. Ha pertenecido a los
cuerpos especiales de intervención, ha trabajado en Colombia –hasta
que un oscuro acontecimiento lo ha hecho regresar- y ahora se ocupa de
casos de mujeres desaparecidas, siguiendo rutinariamente el
procedimiento.
Lo que sí está claro que quiere hacer es escapar de su
responsabilidad. Aunque poco a poco, el hilo se ha ido tensando y el
trabajo de Leiva concluirá por llevar a Santos ante la juez. Es uno de
los momentos cumbre de la película, cuando los dos antagonistas se
sientan a ambos lados de la mesa y la escena tiene el mejor aroma del
cine policíaco, ése que remite a De Niro y Pacino comiéndose el plano
en Heat; como en la película
de Michael Mann, sus caminos han ido convergiendo hasta su confrontación
cara a cara. Pero para esos momentos, Santos ha dejado de ser una liebre
para convertirse en un depredador, que sigue el rastro de una pieza más
importante.
José Coronado y Helena Miquel son los ejes de la historia. Ella se
enfrenta a su primer papel importante, y está perfecta: es la cara de
la ley y la justicia, en un escenario en que los guardianes de la
primera la traicionan y la segunda depende de la mano de un ejecutor. Y
Coronado borda su personaje, creado desde su espectacular caracterización
y resuelto en gestos, miradas, voz y cuerpo de absoluta veracidad,
ferozmente contenido hasta la explosión de la violencia. Urbizu y
Gaztambide le han escrito un papel que es un homenaje, y él lo asume y
lo resuelve a la perfección.
No es el único acierto del guión. La escritura de la película
desarrolla esa crónica de la España de hoy que ahonda en las zonas más
negras y prohibidas: el mundo de la delincuencia organizada, la
prostitución, las drogas y, finalmente, el peligro del islamismo
radical. El eco del 11-M se deja oír con toda claridad y la película
escarba en los planes y los movimientos de una célula terrorista que
prepara un atentado similar. Urbizu se asoma con valentía a tan
dolorosa cuestión, sin escatimar ningún detalle y sin el menor asomo
de manipulación.
No
es un relato moral, sino un retrato que huye del blanco y negro para
plasmar con una paleta de infinitos tonos de gris la vida de unos
personajes que no amamos pero que nos subyugan por su verdad y nos
emocionan por la tensión que se desprende de la pantalla, creciente
minuto a minuto, sin descanso ni caídas hasta la conclusión necesaria
y convincente. (www.nohabrapaz.com/)
NOMADLAND
(27.03.21)
Dir.: Chloé Zhao. Pro.: Mollye Asher, Peter Spears, Chloé Zhao,
Frances McDormand. Gui.: Chloé Zhao. Int.: Frances McDormand,
David Strathairn, Linda May.
Chloé Zhao es una directora de origen chino (Pekín, 1982); esta
es su tercera película: antes dirigió Songs my brothers
taught me (2015), que no he visto, y The rider
(2017), que me pareció extraordinaria. Después de ver
Nomadland, confirmo que estamos ante una cineasta
importante, de una personalidad arrolladora y con una capacidad
sobresaliente para entender y plasmar la vida en momentos de
verdadero cine.
La
película recorre aproximadamente un año en la vida de Fern. Es
una mujer de mediana edad; es viuda, ha sido maestra interina
pero ahora no tiene trabajo, ni dinero, ni nada. La crisis se lo
ha llevado todo por delante, y no le queda más que su vieja
caravana y cuatro enseres que ha metido dentro como ha podido.
En realidad, a lo que llamamos “caravana” no es más que una
furgoneta mediana en la que ha aprovechado cada elemento y cada
resquicio para convertirla en lo que se aproxima a un hogar
rodante.
Y
eso es lo que hace: rodar carretera adelante en busca de algo
que, luego lo sabremos, no es sino su propia identidad. Fern
hace alto brevemente cuando encuentra empleo por algunos días:
en Amazon, en un supermercado, en un restaurante, en la
construcción… No hay esfuerzo imposible para ella. Y cuando
vuelve a quedarse sin trabajo, vuelve a la carretera y su rumbo
sigue cruzando el país, encontrando lugares y gentes
desconocidas o volviendo a ver a compañeros de ruta, tan
solitarios como ella o reunidos en campamentos elementales,
efímeros, casi fantasmas.
El
periplo de Fern atraviesa los paisajes de Nebraska, Dakota del
Sur, Arizona, Nevada, California… Apenas hay pausa, apenas hay
posibilidad de relacionarse con otros nómadas que, como ella,
viven sobre ruedas de acá para allá: Bob, el profeta; Patty; la
lúcida Linda May, Carl y Swankie. Y Dave, que puede ser
definitivo en su vida, a poco que ella le deje. Son relaciones
cortas, abruptas, pero presididas por el afecto, la solidaridad,
la generosidad de quien comparte lo que tiene y da lo poco que
le sobra.
Nomadland
es, evidentemente, una “road movie”, una película de carretera.
Pero especial, diferente a otras. Quizá con la que más parecido
guarda es con Una historia verdadera (David Lynch, 1999),
aunque la separa de esta, y de todas las demás, el sentido
finalista que tienen y que aquí no existe. Muchas veces se dice
que lo más importante del viaje es el propio trayecto, aunque
siempre la meta es la referencia; en Nomadland no hay
meta ni final porque el camino es, sobre todo, un viaje
interior, un descubrimiento.
Todo
en la película acompaña a la mirada de la protagonista, las
imágenes cálidas o heladas, huidizas, arrasadoras; todos los
sonidos son los que la envuelven: la maravillosa banda sonora,
los murmullos de la soledad, los silencios atronadores. Es un
objetivo implacable, que todo lo escudriña, también lo más
íntimo; es un relato sintético, lleno de intención, en el que
cada secuencia es un pedazo de vida, un capítulo más en la
existencia de Fern, que nos permite ir desvelándola poco a poco.
Fern
es una Frances McDormand imperial, majestuosa. Una actriz
despojada de artificio, ni maquillaje siquiera. Un personaje que
atrapa, convence, se apodera del espectador, incapaz de no
identificarse, sobrecogerse con la evidencia de su verdad. La
interpretación en cine -la auténtica- no es fácil, lo
comprobamos cada día. Pero Frances McDormand y Choé Zhao
desarrollan una clase magistral, para quien quiera aprender.
El resto del reparto también, con unos deliciosos
Linda May y David Strathairn a la cabeza. Es que todo respira
talento en la pantalla. Nomadland ganará los Oscar o no
-yo creo que sí- pero eso no es lo más importante; lo que vale
es que estamos ante una de las mejores películas de los últimos
años, un trabajo capital, una obra maestra.
NO MATARÁS (17.10.20)
Dir.: David Victori.
Pro.: Laura Fernández Brites, Carlos Fernández. Gui.: David Victori,
Jordi Vallejo, Clara Viola. Int.: Mario Casas, Milena Smit, Elisabeth
Larena, Fernando Valdivielso.
David Victori alcanzó
el reconocimiento con una serie de cortos para internet y la pequeña
pantalla, y debutó en el largometraje hace dos años con El pacto,
un thriller protagonizado por Belén Rueda y Darío Grandinetti. Y ahora
reincide en el género con esta historia nocturna, violenta y casi
esquizofrénica, que acaba de pasar por el Festival de Sitges.
De entrada, la
película ofrece la oportunidad de ver un reparto cortito pero muy
interesante, con la casi debutante Milena Smit y Mario Casas a la
cabeza. Ella es una revelación, y si se cuida y tiene suerte disfrutará
de una carrera de éxito. Y Mario está cada vez mejor: sigue siendo muy
guapo y ya se le entiende casi todo lo que dice. Aunque aquí su
personaje lo pasa tan mal que cualquier balbuceo está más que
justificado.
Él es Dani, un chaval
majete y de buen carácter que trabaja en una agencia de viajes y cuida a
su padre hasta el último momento. Cuando este fallece, Dani se enfrenta
a una nueva vida, que puede empezar haciendo un largo viaje; le cuesta
decidirse, porque le tira más el pequeño confort de lo ya conocido. Lo
que incluye la habitual cena de hamburguesa y refresco en el bar más
próximo, en su tranquila soledad.
Pero llega Mila, una
joven extraña y desconcertante, que, aun sin conocerse, le pide un
favor. No es gran cosa, pero cuando Dani accede, llega otra petición, y
luego otra, y un ofrecimiento y otro todavía más inquietante y
sugerente. Y así comienza una noche de pesadilla, que va girando como
una tuerca que se aprieta cada vez más y más, hasta llegar a un trágico
punto sin retorno.
El “todo en una
noche” es casi un género narrativo en sí mismo, y hay ingente cantidad
de ejemplos que lo aseveran. En la comedia o en el drama, la noche, el
transcurso de esas horas diferentes, oscuras, quizá amenazadoras, en las
que todo parece distinto, desde el paisaje y sus transeúntes hasta los
propios pensamientos, puede ser el personaje más divertido o el más
temible.
Como en esta
historia, en el que el protagonista pasa del asombro al temor, de la
preocupación al deseo, del dolor al éxtasis. Es un auténtico descenso a
los infiernos, una divina tragedia en la que Mila seduce a su hombre,
conduciéndolo hasta un laberinto de alcohol, sexo y destrucción del que
será muy difícil escapar. Dani lo intenta, y cuanto más se afana más se
enreda.
David Victori pilota
la narración con muy buen pulso, excelente sentido del ritmo y con
algunas escenas de verdadero impacto; no solo las de descarnada
violencia, sino aquellas en las que el bueno de Dani –el agónico
descenso de una escalera, por ejemplo- se encuentra atrapado como en una
tela de araña. Ayuda una banda sonora ejemplar, de Adrian Foulkes y
Federico Jusid (El secreto de sus ojos), que no da un respiro, y
un completo apartado técnico –fotografía, montaje, dirección de arte- de
absoluta calidad.
Y
también, digámoslo ya, la fuerza de la interpretación de Mario Casas,
obligado a respirar cine en casi cada momento de la película, incluidos
los arriesgados primeros planos que muestran la evolución del personaje,
un cambio trágico en pocas horas. Por las que transcurre la noche
hasta esa secuencia final que, si bien fulmina el tono hiperrealista
del relato, también contiene una enorme fuerza expresiva, cien por cien
cinematográfica, que la justifica plenamente.
NO TENGAS MIEDO
(01.05.11)
Dir.: Montxo
Armendáriz
Pro.: Puy Oria Gui.:
Montxo Armendáriz, sobre un argumento de Montxo Armendáriz y Mª Laura
Gargarella
Int.: Michelle Jenner, Lluís Homar, Belén Rueda.
Se
ha hecho esperar la nueva película de Montxo Armendáriz: seis largos años
desde Obaba. Claro que el director navarro no se prodiga nunca mucho; tan
sólo ha hecho 8 películas entre Tasio
(1984) y ésta. Eso sí, todas interesantes y algunas francamente
magistrales: 27 horas, Las cartas
de Alou, Historias del Kronen, Secretos del corazón, Silencio roto…
Armendáriz suele plantear en sus argumentos la indagación de la
verdad, la ruptura de muros de apariencias y de sombras de engaños, la
liberación del peso de culpas y secretos, a veces gozosa, a veces
imposible. No tengas miedo es,
seguramente, su película más difícil, más dolorosa y también más
decidida y más valiente. Habla de una situación, de un hecho sumamente
penoso y complicado; quizá el más sombrío, el más oculto y el más
dañino que las personas se puedan provocar.
Silvia es una nena de seis o siete años. Va al colegio, se divierte con
sus amiguitos, regresa a casa con sus padres. Su madre anda por ahí,
pero su padre está con ella, juega con ella… Algunos juegos Silvia no
los entiende bien, pero su padre le dice: “No tengas miedo”… Y
ella confía y cierra los ojos. Y su madre también cierra los ojos,
aunque de otra manera, cuando ve a Silvia practicando con sus muñecos
juegos imposibles, increíbles, insoportables.
Y pasa el tiempo sobre la familia; algunas cosas cambian, otras no.
Silvia es una muchacha retraída, roza la anorexia, tiene problemas para
relacionarse y sólo encuentra refugio en la música de su inseparable
violonchelo y en la compañía de su amiga Maite; crecen juntas y se
conocen mejor que nadie, pero sus vidas no son iguales. El
problema de Silvia no lo cura la amistad, ni la terapia psicológica ni,
por supuesto, la ignorancia culpable y la cómoda ausencia de la madre.
El problema sigue en casa, agazapado en la oscuridad de su habitación,
disfrazado de cariño, escondido ante el mundo bajo capas de soledad,
miedo y resignación.
Montxo Armendáriz se acerca a la vida de Silvia, a la vida de tantas
mujeres, tantas niñas y niños que sufren los abusos sexuales –llamémoslo
ya por su nombre- a manos de los adultos, generalmente los más
cercanos, a veces en el mismo seno familiar. Coloca el objetivo junto a
la muchacha, la sigue cámara en mano en largos planos-secuencia,
penetra en su atmósfera atormentada y luego elude con estudiadas y dramáticas
elipsis los momentos más duros, así como los tiempos que jalonan la
evolución de la protagonista.
El espectador recompone fácilmente esos tiempos en su retina, a la vez
que asimila el dolor, el horror y la pelea de la joven por recuperar su
integridad, su estima y su libertad. El relato se jalona, además, con
insertos de declaraciones de personas que han vivido casos semejantes;
adultos que apenas pueden olvidar y perdonar –incluso a sí mismos-
una niñez o una juventud marcada por la manipulación y la humillación.
Pero no perdemos de vista a Silvia, al contrario: todo se ensambla
perfectamente en su historia, consiguiendo una progresión narrativa y
dramática que parece no encontrar la luz final.
Michelle Jenner –junto con las niñas Irene Cervantes e Irantzu Erro-
da vida a la protagonista, en un trabajo arriesgadísimo que resuelve a
la perfección. Y otro tanto cabría decir de Lluís Homar –hay que
alabar su valentía y su esfuerzo para cargar con el papel más
desagradecido de su historia- y Belén Rueda, seguramente en su mejor
interpretación hasta la fecha. Todos se pliegan a la intensidad del
relato, pero también a la elegancia y al respeto que Armendáriz ha
sabido mostrar en ese tono documental con tan formidable poder de
sugerencia que evita el morbo y la vulgaridad. No se puede frivolizar
con sus imágenes porque esta película es más que una película; es
una denuncia y una crónica de unos hechos que nunca, nunca, deberían
suceder. (www.notengasmiedolapelicula.com/)
NOTICIAS DEL GRAN MUNDO
(30.01.21)
Dir.:
Paul Greengrass.
Pro.: Gary Goetzman, Gregory Goodman, Gail Mutrux.
Gui.: Paul Greengrass, Luke Davies. Int.: Tom Hanks, Helena
Zengel, Tom Astor.
Paul
Greengrass es un director inglés, conocido sobre todo por ser el
responsable de la serie de películas de Bourne; pero también ha
hecho otras obras notables –basadas en impactantes sucesos
reales- como Bloody Sunday, United 93, 22 de
julio o Capitán Phillips, que protagonizó Tom Hanks;
con quien repite en este atípico western que llega a nuestras
pantallas.
Noticias del gran mundo
son, en principio, las que cuenta el capitán Jefferson Kyle Kidd
a cuantos quieran escucharlo. Hace cinco años que acabó la
Guerra Civil y el veterano militar ayuda a restañar heridas
–empezando por las propias- recorriendo el país cargado de
periódicos y relatando historias recientes y antiguas, batallas,
aventuras, catástrofes y biografías más o menos reales. Un día,
en las afueras de Wichita Falls, Kidd encuentra, en trágicas
circunstancias, a Johanna, una niña de diez años que ha vivido
secuestrada por los indios Kiowa y que, según los papeles que
lleva, debe ir a casa de sus tíos, granjeros de origen alemán
que viven en Castroville. En contra de la voluntad de Johanna,
que quisiera volver con su familia india, el capitán accede a
llevarla y entregarla a sus tutores legales.
Y
ambos emprenden un viaje de cientos de kilómetros, a través de
un paisaje hostil y partiendo de la más absoluta incomunicación:
los viajeros hablan idiomas distintos y viven encerrados en sus
dramas personales. Kidd es un hombre herido, sin ilusión ni
metas claras, y solo se hace cargo de la pequeña por su sentido
del honor y la responsabilidad. Johanna es una criatura hosca y
aparentemente salvaje; en realidad, es una niña doblemente
huérfana, pero inteligente y valerosa,
Como
en La Odisea y como en cualquier narración de viajes, el
trayecto está trufado de incidentes y amenazas y se ve asaltado
por todo tipo de gentes, la mayoría bastante indeseables. Así,
los protagonistas afrontan todos los peligros imaginables y
alguno más, mientras su relación se va estrechando, es verdad
que a la fuerza, ante tanta adversidad. Porque además de
película de carretera –de camino, más bien- Noticias del gran
mundo es un esencial relato de colegas. Y también,
evidentemente, un western; género que los europeos siempre han
hecho bien, por lo general con mucha originalidad, y que en
estos momentos contribuyen a volver a actualizar; recordemos,
por ejemplo, Los hermanos Sister (2018), de Jacques
Audiard, como lo más reciente. Como ella, la película de
Greengrass se asienta sólidamente en los cánones del género para
transgredirlos lo necesario; aunque apoyándose en los elementos
formales clásicos: una espléndida fotografía, que brilla en los
paisajes abiertos y en el claroscuro de muchos interiores, obra
de Dariusz Wolski –el preferido de Ridley Scott-, y una banda
sonora impecable del gran James Newton Howard.
Paul
Greengrass también se renueva, y cambia la acción trepidante de
los Bourne y otras por la introspección contemplativa y
el ritmo pausado de una buena historia contada al amor de la
hoguera. Tom Hanks se presta sin reparos a construir el
personaje central, una vez más un hombre bueno, responsable y
honrado -ya ha hecho más que el mismísimo James Stewart-, que se
sabe de memoria pero que siempre resuelve con acierto.
Su Capitán Kidd es todo un arquetipo, pero a vez
es profundamente verdadero y expresivo; su mirada habla por sí
sola; habla de la guerra y sus heridas, también las del amor; y
de la justicia, la conciencia y el perdón. Un gran actor y una
estupenda película.
NUESTRO ÚLTIMO VERANO
EN ESCOCIA
(31.05.15)
Dir.:
Andy Hamilton, Guy
Jenkin
Pro.: David M. Thompson, Dan Winch Gui.: Andy Hamilton, Guy Jenkin
Int.: Rosamund Pike, David Tennant, Billy Connolly
La
familia McLeod se dispone a ir de vacaciones. Quizá decir familia sea
mucho decir: el matrimonio de Doug y Abi está prácticamente liquidado,
apenas se hablan y sus abogados preparan los documentos del divorcio.
Los tres hijos, todavía pequeños, no son muy conscientes del drama,
aunque advierten que sus padres discuten mucho, dicen palabrotas y
mienten a menudo. Pero tienen ilusión por ir a Escocia a ver al abuelo
Gordy, disfrutar del campo y bañarse en el helado Mar del Norte.
Así empieza la película de Andy
Hamilton y Guy Jenkin; autores que, juntos o por separado, han escrito,
producido y realizado series y películas para la televisión británica
desde hace treinta años; experiencia no les falta. Nuestro último
verano en Escocia tiene, precisamente, ese aire lleno de eficacia y
precisión de los mejores títulos de las pantallas –pequeña y grande- de
aquellas latitudes. Lo que incluye los argumentos cotidianos, los
paisajes reconocibles y los personajes cercanos y verdaderos. Envueltos,
si es posible, con un toque de comedia que lo hace todo más atractivo,
pero sin caer en el tópico ni en la facilidad.
Así que los McLeod –papás y niños- llegan al pueblo, a la gran casa del
abuelo. El viaje no es muy fácil; y además,
con el anciano Gordy viven el hermano de Doug, Gavin, y su mujer; y eso
tampoco anima mucho: Gavin es un nuevo rico, pretencioso y bastante
ridículo, ansioso de mostrar sus cualidades financieras y su éxito
económico; no importa que el público sea tan inocente y desinteresado
como sus propios sobrinos. Menos mal que los críos hacen muy buenas
migas con Gordy, que les anima en sus travesuras, les da algunas
insólitas lecciones y juega incansable con ellos, a pesar de sus
limitaciones y hasta que se le acaban las fuerzas.
Con el abuelo –y alguna
vecina-amiga del lugar-, los hijos y los chiquillos se completa un
panorama que recorre tres generaciones y toda una vida: la sabiduría
despojada de ilusión de la tercera edad, la realidad acuciante, llena de
problemas y con un futuro incierto de la madurez, y la energía, la
curiosidad y la mirada despierta de la niñez. Naturalmente, pequeños y
ancianos ganan por goleada: los adultos en el término medio de su
existencia revelan sus carencias, sus miedos, sus egoísmos y su afán por
no perder lo que tienen o no alcanzar lo que desean. Un retrato perfecto
del ser humano y sus circunstancias.
Lo mejor es que todo está expuesto sin pedantería ni concesión alguna a
la sensiblería; ni en los momentos más intensos, ni en la leve
caricatura, ni cuando asoma la tragedia; todo está medido con
escrupulosa exactitud, pero dejándolo fluir sin que parezca artificial.
A ello contribuye un guion estupendo y unas interpretaciones modélicas.
Los diálogos son brillantes y eficaces, y nada redundantes: lo que se ve
no necesita explicaciones y lo que no se dice se comprende igualmente:
así es el cine; y el reparto, magníficamente dirigido, se pone a la
tarea sin fisuras: los veteranos Billy Connolly y Celia Imrie lo bordan,
y los más jóvenes David Tennant y Rosamund Pike –una de las actrices más
en forma del cine británico- brillan a la misma altura. Por no hablar de
los tres críos, una verdadera delicia en la pantalla, espontáneos,
graciosos y conmovedores: otro mérito de sus directores, especialistas,
precisamente, en trabajar con niños.
Nuestro último verano en Escocia
puede parecer, pese a todo, una obra menor. Y lo es, en cierta medida, y
sin ningún demérito por esa condición. Es un cine pensado para el
disfrute sin complicaciones, para que distraiga y guste a todas las
sensibilidades, hecho con oficio y con inteligencia pero sin pretensiones
de romper las taquillas para rentabilizar ningún presupuesto desorbitado
de antemano por las exigencias técnicas y el caché de las grandes
estrellas. Es solo un excelente retablo humano, muy divertido a ratos,
pero profundo y acertado: una aguda mirada acerca de los problemas
familiares y generacionales, y una historia de valor, reafirmación e
iniciación. (www.acontracorrientefilms.com/pelicula/427/nuestro-ultimo-verano-en-escocia/)
NUEVA
VIDA EN NUEVA YORK
(18.05.14)
Dir.
Cédric Klapisch
Pro.: Cédric
Klapisch, Bruno Levy Gui.: Cédric Klapisch
Int.: Romain Duris, Cécile De France, Audrey Tautou
A Cédric Klapisch
le gustan los argumentos corales, con abundancia de personajes que giran
en torno a su protagonista; así era en Como en las mejores familias,
Cada uno busca su gato y Peut-être, por ejemplo –y en
otras no estrenadas en España-, y también en esta trilogía que cierra
con Nueva vida en Nueva York. Klapisch dirigió en 2002 Una
casa de locos, que retrataba a un grupo de despreocupados “erasmus”
que convivían en un piso de Barcelona: franceses, algún nórdico, alguna
española que pasaba por allí… Gentes que volvieron a encontrarse en
Las muñecas rusas (2005) y que ahora –por el momento- ponen fin a
su historia.
Para sus protagonistas –Xavier,
Isabelle, Martine y Wendy- han pasado veinte años desde sus días locos
de estudiantes. Al bueno de Xavier –Romain Duris en su mejor momento,
con esa pinta de golfo desvalido que lo hace tan simpático- no le van
bien las cosas. Wendy y él han terminado su relación y ella se ha
marchado a Nueva York, llevándose a sus dos hijos. Y también su trabajo
se ha empantanado: su nueva novela no progresa y su editor está
empezando a ponerse nervioso. Xavier, un poco a la desesperada, y
bastante aturdido, decide irse tras Wendy, no tanto para recuperarla
–sabe que ya vive con otro hombre- como para no perder a los niños.
Y porque, entrado en la cuarentena, piensa que su vida tiene que
encontrar al fin su sentido y desea que sus sentimientos, sus
necesidades y sus aspiraciones acaben por encajar: si no es en Francia,
tendrá que ser en América. En realidad, todo esto lo sabemos nada más
empezar la película, en la que vemos a Xavier correr por el barrio
chino, en una especie de prólogo acelerado de sus aventuras y
tribulaciones por Nueva York. Sus problemas son los de cualquier europeo
en el hormiguero neoyorkino: le abruman las magnitudes de la ciudad y no
se entiende muy bien con sus estirados habitantes. Si además pretende
quedarse allí una temporada, debe encontrar un sitio donde vivir. Y si
el europeo –aunque sea francés- quiere establecerse en Nueva York y, por
ejemplo, tener a sus hijos con él frecuentemente, entonces el abogado
que ha contratado le dirá que lo mejor que puede hacer es buscar un
trabajo y, desde luego, casarse con una americana y obtener la
ciudadanía.
Xavier se ha refugiado en casa de Isabelle y su novia Ju, un bonito
apartamento en Brooklyn; pero sabe que allí no puede estar mucho tiempo.
Así que de inmediato se pone a la tarea de encontrar piso –muy caros-,
empleo –muy malos- y novia, que tampoco es fácil, aunque sea de
conveniencia y a cambio de algún favor. Y Xavier transita a toda
velocidad por la película –que mantiene idéntico ritmo narrativo-
atravesando a trompicones las calles de Manhattan y debatiéndose entre
trabajos ocasionales, bodas y divorcios, hijos propios y ajenos, y
amores antiguos y nuevos, olvidados y recuperados. Porque también
Martine está en Nueva York, de visita –de momento- y cargada de
problemas.
Martine, la novia de juventud, es Audrey Tautou, siempre –o casi
siempre- encantadora; Cécile de France es Isabelle, la amiga eterna que
todo soltero tiene; y Wendy, la ex y madre de los hijos de Xavier, es
Kelly Reilly. Las tres, siempre alrededor de Romain Duris, han
atravesado toda la historia afectiva y vital del protagonista. Cédric
Klapisch ha tenido la habilidad de hacerlos evolucionar y crecer a lo
largo de las tres películas, que también pueden verse por separado:
Nueva vida en Nueva York, como las otras, tiene entidad por sí misma
y se deja comprender con facilidad. Es el movimiento final de la
sinfonía, lleno de ritmo y sentido del humor, en el que encajan todas
las piezas del rompecabezas –con la ayuda de Hegel y Schopenhauer, si
hace falta-, para que el protagonista y el espectador inteligente sean
capaces de contemplar la vida, ese carrusel de sensaciones y
acontecimientos, con toda madurez y sin perder la esperanza ni la
sonrisa. (www.acontracorrientefilms.com/pelicula/292/nueva-vida-en-nueva-york)
NYMPHOMANIAC
(26.01.14)
Dir.:
Lars von Trier
Pro.: Louise Vesth, Madeleine Ekman, Bert Hamelink, Marianne Slot Gui.:
Lars von Trier
Int.: Charlotte Gainsbourg, Stacy Martin, Stellan Skarsgård
El
estreno del Volumen 2 completa las cuatro horas de esta versión
“reducida” –el montaje original del director es de cinco y media- de
Nymphomaniac, la última apuesta del siempre arriesgado y provocativo
Lars von Trier. Ninguna de sus películas deja indiferente, desde El
elemento del crimen y Europa –no sé cuál más tremenda-,
pasando por su trilogía Corazón dorado: Rompiendo las olas, Los
idiotas y Bailando en la oscuridad y terminando con
Anticristo y Melancolía, que forman con esta nueva un lote de
especial negrura y desesperanza.
En la oscuridad, precisamente, se maneja bastante bien Von Trier. Está
en toda su obra, y Nymphomaniac se abre y se cierra con la
pantalla en negro, mientras el sonido va entrando y perdiéndose,
respectivamente. Con el ruido de la lluvia, la primera imagen nos deja
ver un estrecho callejón, oscuro y solitario; o no tanto: Joe está en el
suelo, desmayada y hecha un guiñapo. Y así la encuentra Seligman, un
hombre que ha salido a hacer una pequeña y rutinaria compra.
Sorprendido, Seligman descubre que la mujer ha sido brutalmente golpeada
y se la lleva a su casa para que se reponga de la paliza.
Aunque el hombre es un completo desconocido para ella, Joe, una vez que
se recupera mínimamente, decide contarle su vida, hasta llegar al
momento de su encuentro. Para sorpresa de Seligman, ella le
narra sus
primeras experiencias sexuales y le confiesa que es ninfómana, que lo ha
sido siempre y que sufre un enorme sentimiento de culpa por lo que
considera una depravación y unas actitudes desordenadas pero
irresistibles: solo en la relación sexual continua y con distintas
personas encuentra la posibilidad de satisfacción a su constante deseo.
A lo largo de los ocho capítulos
que componen la historia –El pescador de caña, Jerome, Delirium, La
Iglesia Oriental y la Iglesia Occidental, La pistola…-, Joe nos va
dando a conocer los personajes que pueblan sus recuerdos; de la mayoría,
no sabemos sus nombres –H, P, B, K, L…-, como si ese casi
anonimato contribuyera aun más al propio desprecio; aunque
el paciente y
comprensivo Seligman se las ingenia siempre para disculparla,
estableciendo con su proceder similitudes, metáforas y equivalencias de
todo tipo: matemáticas, literarias, artísticas y hasta teológicas.
Pero Joe le desbarata sus
buenas intenciones cada vez, con un relato que se va haciendo más
oscuro, más triste y más despiadadamente impúdico, lo que coincide con
la plena madurez de la protagonista –Charlotte Gaisbourg sustituye a la
juvenil Stacy Martin en el personaje-; y más doloroso también, y no solo
porque Joe se adentra en los terrenos del sadomasoquismo y la franca
delincuencia. La mujer, que se ha desnudado físicamente desde las
primeras secuencias, deja ver también su alma, sus sentimientos y su
capacidad para el mal.
Más cerca de Anticristo –hay incluso una autocita de una terrible
escena- que de Melancolía –en esta los protagonistas no son tan
culpables-, Lars von Trier domina en Nymphomaniac todos los
resortes de este doble striptease: mientras el intenso e inteligente
diálogo que mantienen Joe y Seligman se ilustra con las imágenes más que
explícitas de las actividades amatorias de la mujer, vamos también
recorriendo la senda moral que traza la protagonista. Así como en los
primeros compases no es difícil encontrar la sonrisa y hasta empatizar
con su militancia, la conducta de Joe llega a producir, en los momentos
finales, verdadera repulsión.
Por eso Nymphomaniac –por si hacía falta decirlo- está tan lejos
de la pornografía. El retrato de Joe es un tratado de anatomía, sí, pero
de la intimidad: la de una mujer que es dueña de su cuerpo al mismo
tiempo que esclava de sí misma; que reniega de su pasado y que no
encuentra ninguna luz en su presente. Por eso al final vuelve la
oscuridad, y con la pantalla en negro sus pasos se alejan… hacia el
silencio. (www.golem.es/nymphomaniac)
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