Por Larry D'Abutti
=M=
MADRE
(16.11.19)
Dir.:
Rodrigo Sorogoyen. Pro.: Ibon Cormezana, Jerôme Vidal, Jean
Labadie, Rodrigo Sorogoyen. Gui.: Rodrigo Sorogoyen, Isabel
Peña. Int.: Marta Nieto, Álex Brendemühl, Jules Porlier. Foto.:
Álex de Pablo. Mús.: Olivier Arson.
Rodrigo Sorogoyen es uno de nuestros directores
más interesantes. Debutó con 8 citas (2008), al alimón
con Peris Romano; trabajó en distintas series de televisión y
volvió a la pantalla grande con Stockholm (2013) y
encadenó sin parar Que Dios nos perdone (2016), Madre
(2017) –el premiadísimo corto, finalista en los Oscar-, El
reino (2018) y este largo.
Madre
no es una ampliación del cortometraje, como se ha hecho a veces.
Es un retrato de la vida de su protagonista, diez años después.
De entrada, muy buena idea. Y también incluirlo en el comienzo
de la narración; no solo para que lo vean quienes no lo
conocían, sino porque da vida al personaje y lo explica –lo que
viene a continuación- con toda coherencia. De esta manera, el
primer cuarto de hora de la película nos permite saber qué ha
pasado, y cómo, en la vida de la protagonista.
Más allá del virtuosismo de haberse rodado casi
en su totalidad en un magnífico plano-secuencia, ese comienzo
establece con habilidad el doble estímulo que contiene la
película: por un lado, el viaje interior de Elena –espléndida,
digámoslo ya, Marta Nieto-, un discurrir mucho más potente, arrasador casi,
que el de sus idas y venidas por los escenarios naturales
–playas, senderos, habitaciones- por los que deambula. Y por
otra parte, sitúa al espectador ante el ritmo, el estilo, la
fotogenia del relato, en las antípodas de El reino, su
gran éxito del pasado año.
Este relato es el de una relación fragilísima,
una fascinación, también doble, un juego imposible de dolor,
pasión, memoria y ningún futuro. Paseando por la playa francesa
en donde vive desde hace diez años –no hace falta explicar qué
playa es-, Elena se fija en Jean, un chaval veraneante, que
tiene, precisamente, dieciséis años. Jean, que seguramente se ha
percatado, también la busca. Y va al bar en el que trabaja ella,
e inicia un acercamiento que primero es curioso y enseguida se
convierte en atracción.
Jean ve a través de Elena, capta su fragilidad,
su misterio, la pena que vive dentro de sus ojos, que se muestra
en cada paso que da. Elena sucumbe pronto, arrasada por un
sentimiento incontrolable que amenaza con poner su vida patas
arriba. El primero que lo sufre es su compañero; y luego
su jefe y por último cuantos habitan su universo tambaleante y
al final caótico. Sorogoyen y Marta Nieto nos llevan por la
película de puntillas, con el ritmo pausado de las olas en la
playa, con una calma que presagia la posible, cercana, inminente
tempestad.
Hay causa, hay más de una causa; y por eso la narración concluye
como debe, con una ejemplar catarsis emocional, sentimental y
hasta física. Y Elena y Jean se enfrentarán a la necesidad de
recuperar sus mundos, sus identidades, sus “personas”, en el más
amplio sentido de la palabra. La película se cierra cuando se
apaga la última imagen, pero no termina en la retina del
espectador; ahí siguen latiendo esas vidas: la de Jean, un
adolescente que quiebra sus lazos familiares para abrazar un
absurdo, y la de Elena, una maternidad fugitiva, dolorosa,
irrenunciable… e imposible.
MADRE!
(30.09.17)
Dir.: Darren Aronofsky. Gui.y Pro.: Darren Aronofsky.
Int.: Jennifer Lawrence, Javier Bardem, Ed Harris, Michelle
Pfeiffer.
No
sé de ninguna película de Aronofsky que haya dejado indiferente.
Algunas han sido éxito, de distinta forma, como El luchador o
Cisne negro –en la primera rozó el Oscar Mickey Rourke; en la
segunda, lo consiguió Natalie Portman-, otras han fracasado, como
Noé y otras, en fin, no fueron… comprendidas, como Pi o
La fuente de la vida. A esta última categoría puede sumarse
esta Madre! que protagonizan Javier Bardem y Jennifer
Lawrence; ella, en el papel más duro que le he visto hasta la fecha
Él
es un poeta que no reencuentra la inspiración ni el éxito pasado;
Ella es su joven esposa, dedicada a terminar de recomponer la casa
que habitan, al parecer recién sacada del caos. De alguna manera,
habitan un territorio virgen en el que todo parece iniciático. Y su
vida conyugal se ve de pronto asaltada por la llegada inesperada de
un personaje misterioso, perdido y solitario, al que Él,
contrariando a su mujer, decide dar cobijo. En realidad, el hombre
perdido no es tan solitario, porque pronto aparece su mujer. Y algo
más tarde, los dos hijos de la extraña pareja.
Esto es solo el principio de la primera parte. Porque hay una
violenta catarsis, y luego, sin respiro para el espectador, una
segunda historia aún más violenta, fantástica y terrorífica como la
peor pesadilla. Se ha citado a Polanski y a La semilla del diablo
como referentes de esta perturbadora película. Efectivamente, se
puede rastrear ese paralelismo –Aronofsky nunca ha ocultado su
devoción por el maestro polaco- pero Madre! es mucho más:
es un relato
desmedido y a la vez apasionante, con evidentes resonancias bíblicas
–desde el Génesis a los Evangelios- y con la fuerza de un torbellino
de imágenes extenuantes, de enorme belleza plástica –una
sobresaliente fotografía de Matthew Libatique– pero cercanas al
horror de la serie negra de Goya. En resumen: un espectáculo
descomunal, inteligente y desmadrado a partes iguales. Dicen que a
esta película o la amas o la odias. Yo, las dos cosas a la vez.
MADRES PARALELAS
(09.10.21)
Dir.:
Pedro Almodóvar. Pro.: Agustín Almodóvar, Esther García. Gui.: Pedro
Almodóvar. Int.: Penélope Cruz, Milena Smit, Israel Elejalde.
Largometraje número veintitrés en la carrera de Pedro Almodóvar.
Lista que no hace falta repasar, porque sus películas están en la
retina de casi todo el mundo; no en balde el manchego convierte cada
título en un acontecimiento, algunos de carácter mundial como el
Oscar de Hable con ella (2002) o las otras decenas de premios
conseguidos con sus filmes.
En los
últimos tres años ha estrenado la muy interesante Dolor y gloria,
el corto -casi medio- La voz humana y esta historia de ahora.
No sé si tanta productividad ha afectado algo a la calidad de su
trabajo, porque la verdad es que Madres paralelas -digámoslo
ya- me resulta bastante inferior a la media de su obra.
El tema
es que Janis, la protagonista, que es fotógrafa, entabla una
relación con un arqueólogo, a raíz de una sesión realizada con él. Y
aprovecha para pedirle que encabece una investigación acerca de las
fosas comunes con ajusticiados de la guerra civil que hay en su
pueblo. También aprovecha para quedarse embarazada, y la vemos dar a
luz en el hospital; allí coincide con Ana, una joven que se dispone
a tener a su bebé prácticamente a la vez. Las dos son madres
solteras y entre ambas se establece un vínculo que es, primero,
pasajero, pero luego renovado y de extrema intensidad.
La culpa
es de la vida misma, que regala a las dos madres un par de
acontecimientos dramáticos nivel folletín. Menos mal que Arturo, el
arqueólogo nunca convencido de su paternidad, al menos accede a
rescatar del olvido y el dolor los restos masacrados de las
víctimas. Hay algún detalle prestado -digámoslo así- de otras
historias y un plano final relativamente sonrojante; pero no es lo
único: quizá peor es una secuencia amorosa que tiene coherencia
cero, y que despeña el argumento sin remisión.
Claro
que Penélope Cruz está bien; está más que bien, teniendo en cuenta
el guion con el que tiene que lidiar. Ella y los demás, con Israel
Elejalde que va y viene, con Milena Smit que no sabe muy bien por
dónde tiene que ir, y con Aitana Sánchez Gijón -siempre estupenda
actriz- que ni viene ni va, en un personaje absolutamente
irrelevante, metido en la historia con calzador; si desapareciera de
la película, funcionaría exactamente igual.
Y otro
tanto podría decirse, casi, del papel de Rossy de Palma, que asombra
por su ubicuidad nunca demasiado justificada. Parece mentira que
Almódovar, férreo director de actores y actrices, no haya conseguido
elevar el nivel de sus intérpretes al acostumbrado en sus filmes. O
será, definitivamente, que el culpable es el propio guion, repleto
de lugares comunes, párrafos con más intención que verdad y un tono
general tan irregular que parece escrito por diferentes autores.
El
principal problema, desde luego, reside en el desequilibrio en la
doble -por lo menos- realidad que quiere mostrar. Por un lado, el
melodrama maternal y sus connotaciones sexuales y otras
circunstancias, hasta de tipo penal; y por otro, esa situación que
todavía cruje en la España de hoy: las fosas escondidas que albergan
los cadáveres de la ignominia, y que Almodóvar expone y reivindica
de manera más bien furibunda.
Hace
bien, todo es poco ante este asunto que debería resolverse ya de una
vez, memoria histórica mediante o por cualquier otro recurso. Y en
la misma línea va, por ejemplo, el magnífico documental El
silencio de otros (2018) de Almudena Carracedo y Robert Bahar.
Pero lo que ahí es un alarido sincero y profundo, en Madres
paralelas resulta impostado y grandilocuente.
Y por todo esto, pienso, la
película de Almodóvar no funciona, o funciona solo a ratos. Otras
veces, su cine emociona y convence; en esta ocasión, creo que no.
MADRES & HIJAS (04.07.10)
Dir.:
Rodrigo García
Pro.: María
Falcone, Julie Lynn
Gui.: Rodrigo García
Int.: Naomi Watts, Annette Bening, Samuel L. Jackson
En
sólo diez años de carrera como director, guionista y realizador de
series de televisión, Rodrigo García –el hijo cineasta de Gabriel
García Márquez– ha demostrado ser un perfecto conocedor del alma
femenina. Después de Passengers
y sobre todo tras Cosas que diría
con sólo mirarla y Nueve
vidas, nos llega ahora este relato de madres e hijas: un potentísimo
melodrama de vidas cruzadas, de historias que se entrelazan y
complementan aunque al principio no lo parezca.
Y no lo parece, porque las protagonistas no tienen nada en común:
Elizabeth es una independiente y atractiva abogada que busca el placer y
la satisfacción profesional, sin importarle mucho cambiar de trabajo o
de compañero de cama; Karen es una mujer madura que reparte su tiempo
entre el trabajo de enfermera y el cuidado de su anciana madre, y vive
cerrada a casi todo lo que suponga alguna transgresora novedad; Lucy es
una joven que quiere –pero no puede- ser mamá e intenta adoptar un
bebé como solución a su matrimonio y a su problema emocional…
Poco a poco las vamos conociendo más: Elizabeth se desenvuelve con
desahogo en su nueva casa y con absoluta eficacia en su nuevo trabajo y
no le cuesta nada intimar con su jefe, aunque eso suponga un peligro
llamado amor; todo lo contrario que Karen, incapaz de conceder la
menor simpatía, siquiera en la mirada, a cualquiera que le parezca un
pretendiente; y lo mismo en su hogar, donde no se fía de su madre, no
digamos de su asistenta. Por su parte, Lucy lucha contra la incomprensión
general… que quiere decir, sobre todo, familiar. Su marido se
desespera ante las dificultades y su madre no es precisamente la ayuda
que necesita.
Al mismo tiempo, el muy graduado guión de Rodrigo García nos desvela
las verdaderas claves de los personajes; son más evidentes, más
sencillas las de la joven Lucy, mientras que las de la resuelta abogada
y la adusta enfermera arrancan de mayor profundidad y sacuden sus vidas
de manera mucho más dramática: las dos buscan una expiación, que para
una es más imprescindible, pero que ambas solicitan del destino; un
destino que las ha marcado con el estigma de la ausencia, la pérdida,
“el fantasma de otro que se fue” –como dice el director-, de otro
que nunca existió.
En torno a estas protagonistas giran los demás integrantes de la trama:
las personas, mujeres y hombres, que pasan por sus vidas y cambian su
futuro, ese esquivo destino. Todos están interpretados por figuras
importantes del cine americano, que se ponen al servicio de este
proyecto confiando en su calidad e interés hasta el extremo de rebajar
su sueldo. El presupuesto de la película, conseguido por Rodrigo García
gracias a su trabajo en la televisión, equivale al caché de Samuel L.
Jackson en una producción convencional de Hollywood.
Este es, seguramente, el secreto de esta empresa de rabiosa
independencia; una reivindicación del cine de autor, de cine para la
reflexión y la intimidad, en medio –y a la espalda- de una industria
de consumo rápido y fácil digestión multitudinaria: el talento de su
director, desde luego, pero también la entrega y la cohesión de sus
estrellas, sus maravillosos intérpretes, de Glenn Close y Calista
Flockhart a Anne Hathaway –en sus anteriores obras- y de Jimmy Smits y
Kerry Washington al propio Samuel L. Jackson.
A Rodrigo García lo que le interesa es precisamente esto, el retrato,
lo más perfecto, lo más sincero, lo más íntimo posible, de sus
personajes; sobre todo, de sus protagonistas: esas mujeres que, como decía,
demuestra conocer tan bien. Sus registros, su alma, es el material que
utiliza para construir este formidable mosaico, que indaga en la emoción
de la maternidad, en muy diferentes circunstancias –siempre lleno de
respeto, sensibilidad y realismo- hasta concluir en un final modélico,
de difícil encaje y de suma precisión narrativa y sentimental.
(www.verticecine.com/madresehijas/)
MAIXABEL
(25.09.21)
Dir.:
Icíar Bollaín. Pro.: Juan Moreno, Koldo Zuazua, Guillermo Sempere.
Gui.: Iciar Bollain, Isa Campo. Int.: Blanca Portillo, Luis Tosar,
María Cerezuela, Urko Olazábal.
Icíar
Bollaín es toda una personalidad de nuestro cine. Debutó como actriz
juvenil en El sur (Víctor Erice, 1983) y se pasó a la
dirección en 1995 con Hola, ¿estás sola?; y cuenta ya con una
decena de títulos en su haber, muy interesantes la mayoría:
Flores de otro mundo, Te doy mis ojos, Mataharis,
También la lluvia, El olivo…
Y
Maixabel, su mejor película. ¡Y qué película más difícil…! Juan
Moreno y Koldo Zuazua llevaban diez años pensando en este proyecto,
hasta que Bollaín asumió el reto y construyó con Isa Campos este
guion, uno de los mejores de su carrera. Con extraordinario pulso,
relata los hechos que la historia, esta dolorosa historia, nos ha
ido dejando.
En el
año 2000, un comando de ETA compuesto por Patxi Makazaga, Luis
Carrasco e Ibon Etxezarreta asesinaba al exgobernador civil de
Guipúzcoa Juan María Jáuregui. Los tres fueron detenidos y
condenados; y en 2011, a raíz de una iniciativa del gobierno que
proponía encuentros entre los pistoleros de ETA y sus víctimas,
Maixabel Lasa, la viuda de Jaúregui, aceptó verse con los asesinos
de su marido.
La
iniciativa fue mal acogida por todas partes, en el entorno de la
banda terrorista y en la sociedad del País Vasco y de España entera;
todos veían más dificultades y perjuicios que posibles beneficios;
pero Maixabel demostró un valor, una comprensión y una determinación
que sorprendió y sobrecogió a propios y extraños. Y fue al encuentro
de Carrasco y Etxezarreta, con el que, además, ha mantenido una
mayor proximidad.
Y esto
es lo que cuenta la película. Estos hechos, presididos por la figura
enorme, inaprensible, de esta mujer capaz de escuchar, entender y
perdonar, defensora irreductible de la convivencia y la paz. Es un
homenaje a su persona y sus ideas, y un retrato fiel de este país en
ese momento. No hay, por supuesto, ninguna justificación de los
crímenes de ETA, ninguna exaltación, ni una mirada apreciativa. Solo
el arrepentimiento, la extrema confusión, el dolor sincero de unos
hombres que reniegan de su pasado y son capaces de confrontarlo con
su episodio más oscuro. Lo que no evita, naturalmente, que la
caverna haya puesto ya el grito en el cielo por la obra, acusándola
de proetarra; y naturalmente, sin haberla visto ni mucho menos
comprendido.
Por el
contrario, resulta muy aconsejable ver Maixabel, conocer y
entender su argumento y disfrutar del espectáculo que se desarrolla
en la pantalla. Sobre un magnífico guion, insisto, preciso y
contundente, apoyado en momentos clave por la música de Alberto
Iglesias y envuelto a menudo por el atronador silencio de las
conciencias, con múltiples secuencias clave -el recorrido de
Etxezarreta por los escenarios de los atentados, la apabullante
escena final, el encuentro con los etarras-, resueltas con la
sabiduría narrativa de Icíar Bollaín.
Y, por
supuesto, con la extraordinaria interpretación de un elenco en
estado de gracia. Estupendos María Cerezuela y Urko Olazábal,
perfectos Blanca Portillo y Luis Tosar en maravillosa simbiosis con
sus personajes: ellos son Maixabel Lasa e Ibon Etxezarreta, y su
dolor, su miedo, sus dudas, la rabia, el desastre y el perdón que
muestran en la pantalla conmueven y llegan a arrasar la inteligencia
y la sensibilidad del espectador. En un trabajo tan arriesgado como
sincero, ellos y el resto de los creadores de la película empezaron
por hablar con las personas reales que conforman la historia, para
acercarse lo más posible a la verdad de sus sentimientos, sus
pensamientos, sus motivaciones. Lo han conseguido; pero Maixabel
no es un reportaje ni un documental: es un hecho fílmico esencial,
arriesgado, duro, verdadero y muy emocionante, y muy cercano a la
obra maestra.
MALDITOS BASTARDOS (20.09.09)
Dir.:
Quentin Tarantino
Pro. Lawrence Bender Gui. Quentin Tarantino
Int. Brad Pitt, Christoph Waltz, Diane Kruger
Octava
película de Tarantino, no sé si el mejor director de la historia del
cine, pero sí seguramente el más cinéfilo; o, por
lo menos, eso piensa él. Sus películas, desde su apabullante
debut en 1992 con Reservoir dogs, están repletas de citas, guiños, homenajes y
referencias al mundo del celuloide. Malditos
bastardos es una prueba más y la confirmación de un estilo,
casi una marca inconfundible. Que no es poco, en los tiempos que corren.
Tras diez años de darle vueltas a
la idea, Quentin Tarantino terminó el guión y rodó Malditos
bastardos en un tiempo récord para poder exhibirla en el pasado
Festival de Cannes, donde fue uno de los platos fuertes de la programación
y le valió un premio a su protagonista Christoph Waltz. Claro que
aquella copia –ya es una costumbre- no es la exhibida finalmente en
las pantallas comerciales: Tarantino la ha retocado con un nuevo montaje
hasta dejarla, ahora parece que sí, definitivamente a su gusto. Rodada
en Europa, en escenarios reales, con
cámaras convencionales -a Tarantino el vídeo de alta definición le
parece una cochambre televisiva- y
protagonizada por un reparto internacional, en el que los intérpretes
son de la misma nacionalidad que sus personajes -puro "toque
Tarantino"-, la película se sitúa en
la Francia
ocupada por Alemania y cuenta los deseos de venganza de una joven que ha
visto a su familia morir asesinada por el malvado coronel nazi Hans
Landa; deseos que coinciden y son ampliamente superados por la
enloquecida misión del teniente Aldo Raine y su pelotón de implacables
soldados: los "bastardos" en cuestión. La misión no es otra
que la de acabar con cuantos nazis se encuentren: si el número suma
centenares, bien; y si hay ocasión de liquidar a los mismísimos
Goebbels y Hitler, aprovechando que están distraídos en el cine, muchísimo
mejor.
La
película está dividida en episodios, al estilo del folletín
tradicional; una estructura que Tarantino conoce, maneja y utiliza con
profusión. El primero, esa secuencia en la que los soldados del coronel
Landa aniquilan a la familia judía, es en sí mismo un cortometraje
sensacional, una magistral lección de cine de suspense y terror, no
exenta del tremendo sentido del humor marca de la casa.
A continuación, conoceremos al teniente Raine en el momento de reclutar
a sus hombres. Otro personaje sensacional: Raine lo ha pasado mal, lo
sabemos por algunos detalles sutiles y no tan sutiles, y arde en deseos
de venganza. Como un auténtico jefe apache, su idea es exterminar al
hombre blanco –léase nacionalsocialista-, no hacer prisioneros,
coleccionar cabelleras –así como suena- y marcar a cuchillo a sus víctimas.
Tiene mucho éxito, y hasta Hitler brama encolerizado ante sus andanzas.
Quizá los otros episodios, hasta llegar al explosivo final, hacen
decaer el ritmo y la intensidad; hay alguna secuencia un poco larga,
chistes que no son tan eficaces, y algún personaje que podría tener
mayor peso se diluye para ir y venir demasiado caprichosamente. Está,
desde luego, ese hilo conductor y verdadero protagonista: el perverso
coronel Landa -¡cómo me gusta que se llame Landa!-, exquisitamente
educado, inteligente, implacable y casi satánico cazador de judíos; un
bombón de personaje que borda Christoph
Waltz.
Y está también, en la parte positiva, el trabajo con los otros
personajes –a alguno lo vamos a volver a ver-, el acierto en el
“pastiche” –música e imágenes con ecos tan reconocibles-, y ese
amor de Tarantino por las películas, que lo lleva a conducir el
argumento hacia un desenlace en una sala de cine. En las butacas se
sientan Hitler, Goebbels, Goering, la sombra de Leni Riefenstahl y hasta
Emil Jannings, el actor favorito del régimen. Y mientras Landa decide
el destino del mundo, asistimos a un apocalipsis con el que Quentin
Tarantino se carga el pasado y la
historia del siglo XX y siguientes: al fin y al cabo, ésta no es una
obra rigurosa ni docente; ni un drama bélico ni una película de tesis.
Bien
mirado, Malditos bastardos es
poco más que una historieta, casi una nadería. Pero ¡qué divertida
es y cuanto cine lleva dentro! (www.MalditosBastardos.es)
MAL GENIO (LE REDOUTABLE)
(14.10.17)
Dir.: Michel Hazanavicius. Pro.: Michel Hazanavicius, Florence
Gastaud. Gui.: Michel Hazanavicius. Int.: Louis Garrel, Stacy Martin,
Bérénice Bejo.
Tras una breve incursión en la comedia -con las dos OSS 117-,
Michel Hazanavicius pegó el bombazó con The artist, la
película muda en blanco y negro que arrasó en todo el mundo y ganó
todos los premios. Y ahora vuelve a tomar prestado otro género y
otro lenguaje para mostrarnos –recordarnos a algunos- cómo era el
cine de la “nouvelle vague” y de paso cómo era –y sigue siendo, me
temo- su líder, su tótem, su más carismático miembro: el genial, el
provocador, el temible –le redoutable- Jean-Luc Godard.
En
1967, durante el rodaje de La chinoise, Godard se enamora de
su protagonista, la encantadora Anne Wiazemsky. A ella la seduce la
personalidad apabullante del director, y forman una pareja feliz que
parece eterna. Pero Godard se arrebata con los alientos
revolucionarios del mayo del 68 y su cine y su vida se tambalean en
una agitación política que parte de un compromiso desaforado y
amenaza con convertirlo en un artista marginal y tan despreciado como
adorado hasta entonces.
Y
poco a poco, Hazanavicius nos deja ver el lado más oscuro de su
personaje, un enorme artista pero también un hombre caprichoso,
maleducado y machista en grado sumo. La película está vista desde
los ojos de Anne, en cuya autobiografía se basa el guion; pero caben
pocas dudas acerca de la veracidad del relato. Lo mejor, no
obstante, es el acertado retrato de una época y unos acontecimientos
–las calles ardiendo, las asambleas estudiantiles, las cargas de la
policía y la agitación política y cultural-; el sentido del humor
que, pese a todo, traspasa la narración, y la notable interpretación
de los protagonistas.
Y
sobre todo, el homenaje que Hazanavicius rinde a ese cine libre,
distinto, popular pero inteligentísimo e inaugural en tantas cosas.
Mal genio podría ser también una obra de Godard; es una
película de la nueva ola, con todos sus elementos formales,
visuales, conceptuales y hasta sonoros, con una banda musical pegada
a los personajes como una segunda piel.
Solo queda lamentar, precisamente, el fallecimiento
de Anne Wiazemsky, justo en los días del estreno de la película, y
agradecer a Hazanavicius su gusto por el pastiche y la oportunidad
de este homenaje que desmonta al genio para hacerle aun más humano y
más genial.
MALOS TIEMPOS EN EL ROYALE
(17.11.18)
Dir.: Drew Goddard. Pro.: Drew Goddard, Jeremy
Latcham. Gui.: Drew Goddard. Int.: Jeff Bridges, Cynthia Erivo,
Dakota Johnson.
Drew Goddard, recordemos, es uno de los productores de Perdidos
–la serie- y Marte; y también es el director de La cabaña
en el bosque (2012), su debut en la pantalla grande, que dejó un
buen sabor de boca. Así que había expectación ante el estreno de su
nueva película; expectación que, de alguna manera, ha respondido a
las esperanzas.
El Royale
es un hotel, bastante decadente a simple vista, que no se sabe muy
bien si está en California o en Nevada. O, por decirlo más
exactamente, está en los dos estados, porque se construyó encima de
la línea divisoria. De hecho, la línea está pintada en el suelo y
atraviesa el establecimiento partiéndolo en dos mitades; hay
habitaciones en Nevada y habitaciones en California, que, por
cierto, son un dólar más caras, aunque no haya mucha explicación.
El
caso es que vemos como Darlene llega al hotel. Es una joven negra,
cantante en los casinos cercanos. Y delante de la puerta, indeciso,
está el padre Daniel Flynn, un sacerdote mayor y algo desorientado;
cuando al fin ambos entran se encuentran la recepción vacía –como
nos imaginábamos-, y a otro posible cliente, un guaperas vendedor de
aspiradoras que se hace llamar Sullivan. A fuerza de insistir, el
recepcionista aparece por fin; es un chaval muy dispuesto y reparte
las habitaciones a gusto de las exigencias de cada cliente.
Que son tres, y el empleado, cuatro. Aun falta alguien: Emily, por
ejemplo; y no vendrá sola. Lo importante es que de todos estos
personajes, ninguno parece ser quien dice; el cura, la cantante, el
vendedor… y el mismo hotel. La culpa de que sospechemos que allí hay
más –mucho más- de lo que parece la tiene la secuencia inicial,
rodada de un tirón desde un ángulo que parece imposible, y que luego
sabremos que no lo es.
Hay un indiscutible aliento Tarantino, que impregna la pantalla con
estos personajes equívocos y esta atmósfera en la que se masca la
tragedia. Y digo equívocos, hasta que cada uno se va explicando a
los ojos del espectador mediante su protagonismo en un capítulo
propio. Y la madeja se va desenredando a la vez que el escenario
deja ver su tramoya oculta, el elemento más perturbador y peligroso
de la historia.
Malos tiempos en El Royale
–ya lo dicen sus créditos- es una obra “de autor”. Y Goddard trata
de demostrarlo en cada plano y en cada momento. La mayor parte de
las veces, le sale bien: la película absorbe en su inicio, mantiene
el interés y el compás en buena parte del metraje y el virtuosismo de
cámara y montaje se recibe con aprobación. Sin embargo, parece ir
patinando hacia el final, cuando la acción se desboca, la violencia
tiñe el fotograma –con algunos detalles soberbios todavía- y hasta
las interpretaciones derivan en un abanico de calidades no siempre
aceptables.
Queda, no obstante, la buena sensación global: el
sentido del ritmo, el humor desaforado, el suspense y hasta la
mijita de horror que asoma por alguna esquina. Una película, en
resumen, un tanto desigual, un poco larga, pero apreciable en su
totalidad.
MAMÁ
(10.02.13)
Dir.:
Andy Muschietti
Pro.: Guillermo del Toro Gui.: Neil Cross, Andy y Barbara Muschietti
Int.: Jessica Chastain, Megan Charpentier, Isabelle Nélisse
Los argentinos
Andy y Bárbara Muschietti llevan unos años afincados en España,
dedicados fundamentalmente a la publicidad. Pero en 2008 rodaron un
cortometraje de terror titulado Mamá, escasos tres minutos de
angustia de unas niñas perseguidas por un espectro materno, que llamó la
atención, entre otros muchos, de Guillermo del Toro. De ese corto ha
surgido este largometraje, producido por el mejicano y escrito por los
hermanos Muschietti con la colaboración de Neil Cross, destacado
guionista de series de la televisión británica.
A la carta de presentación de Mamá se une su éxito fulgurante en
Estados Unidos: número uno en la taquilla y 60 millones de dólares
recaudados hasta ahora; recordemos que costó 15, así que, por el
momento, el negocio va bien. Y hay que decir que la película lo merece.
El argumento, claro, es mucho más complejo que el del corto; para
empezar, se sitúa –en un alarde de mala intención- en estos tiempos
azotados por la crisis económica y política que padecemos. Esta mala
situación han producido, entre otras desgracias, tremendas
perturbaciones personales en las que caben depresiones y suicidios, y
también asesinatos.
Tras unos trágicos
sucesos de esa índole, que sacuden a una familia, dos hermanas, dos
niñas de tres años y apenas uno, quedan abandonadas en una cabaña en
mitad de un bosque. Toda búsqueda resulta infructuosa durante muchos
meses, hasta que cinco años después, casi por casualidad, son
encontradas vivas pero en un estado semisalvaje. Victoria ahora tiene
ocho años y su hermana Lilly, seis; apenas saben comportarse y casi ni
hablan; están sucias, delgadas, vestidas con andrajos y llenas de
temores; pero es evidente que si han sobrevivido es porque alguien ha
cuidado de ellas todo el tiempo.
El tío de las pequeñas, Lucas –Nikolaj
Coster-Waldau, una de las estrellas de Juego de tronos-, y su
novia Annabel –magnífica Jessica Chastain, la gran baza de la película-
las acogen en su casa y tratan de darles toda la atención y el amor del
que han carecido. A Annabel le cuesta un poco: tiene ganas de ser mamá,
pero estas criaturas que le han caído encima de repente no suponen,
precisamente, la idea que ella tenía de la maternidad. Ve además que su
carrera como música de rock está a punto de acabar casi antes de
empezar. Pero Lucas muestra tanta ilusión, que no duda en aplicarse a la
tarea, aun a costa de disputar la custodia de las niñas a otra pariente
que se las quiere llevar a su casa.
Poco a poco, con evidentes dificultades pero sin cejar en el empeño,
parece que la pareja va ganándose la confianza de las dos hermanas. Más
o menos. Pero pronto las cosas empiezan a torcerse, la casa comienza a
temblar y nos damos cuenta de que Victoria y Lilly no han llegado solas:
con ellas viene una sombra, una amenaza, una presencia fantasmal
terrorífica que quiere su cariño para ella sola y que engendra unos
celos mortales hacia la familia recién creada. Annabel tendrá que
enfrentarse entonces a ese nuevo desafío, cada vez más oscuro, más
siniestro y más temible.
Jessica Chastain cambia su imagen para demostrar, por si hiciera falta,
su enorme versatilidad y fotogenia; ella carga con todo el peso del
argumento, en el extremo llamemos positivo. En la otra punta están las
fuerzas del mal y en el fiel de la balanza, las dos niñas: dos pequeñas
actrices que son un prodigio de sensibilidad y desparpajo, pese a los
momentos difíciles que se ven obligadas a representar. Muschietti las ha
dirigido con enorme eficacia y ha ensamblado con acierto todas las
piezas de la película; incluida la estupenda imagen del mejicano Antonio
Riestra, el director de fotografía de Katmandú y Pan negro.
Mamá es una excelente película de terror, una de las más originales –aún con
sus evidentes referencias y homenajes- de los últimos años, con una
estupenda puesta en escena repleta de efectos tenebrosos y con el sello
indiscutible de Guillermo del Toro, un maestro del horror fantástico. (http://www.mamamovie.com/)
MAMÁ MARÍA
(24.04.21)
Dir.:
Jean-Paul Salomé. Pro.: Jean-Baptiste Dupont, Kristina Larsen.
Gui.: Jean-Paul Salomé, Hannelore Cayre. Int.: Isabelle Huppert,
Hippolyte Girardot, Farida Ouchani.
Jean-Paul Salomé (París, 1960) tiene en su haber media docena de
largos, alguno inédito en España. Recuerdo Espías en la
sombra (2008) y sobre todo su Arsène Lupin (2004),
penúltima aproximación al célebre ladrón, con Romain Duris y
Kristin Scott Thomas de protagonistas. Evidentemente, a Salomé
-que suele ser también el autor de sus guiones- le gusta este
tipo de personajes, como esta señora bastante tremenda que ha
regalado a Isabelle Huppert.
Patience Portefeux es una mujer de mediana edad, viuda con dos
hijas y una madre en delicado estado mental ingresada en una
residencia. Vive en París, en Belleville -un barrio mestizo- y
pasa alguna dificultad para llegar a fin de mes con su sueldo de
intérprete para la policía; se dedica fundamentalmente a
traducir los diálogos entre los traficantes magrebíes de droga
que tratan de introducirla y distribuirla en la capital
francesa.
Tiene además una relación con el comandante de la prefectura,
Philippe, un veterano policía con el que quizá no está demasiado
entusiasmada, pero que le aporta cierta tranquilidad, a la vez
que coartada. Porque Patience, que de su nombre ya tiene poco,
ha decidido aprovechar sus conocimientos y habilidades para
interceptar un importante alijo de marihuana -algo así como dos
toneladas- y entrar a tope en el negocio.
Contacta con Scotch y Chocapic, dos distribuidores de poca monta
a los que tiene fichados por sus escuchas telefónicas, y empieza
a proveerlos de “material” a escala industrial. Tanto, que
pronto se hace famosa en el ambiente, una “Mamá María” aparecida
de la nada que parece controlar el mercado con mano de hierro.
La cadena de distribución está que hierve, la policía trata de
encontrar a la misteriosa mujer y, claro, los originales
destinatarios de la droga, que han visto desaparecer su encargo,
también quisieran dar con ella.
Estos son los más peligrosos, porque están decididos a recuperar
lo que puedan de su mercancía, y si hace falta eliminar a Mamá
María, la eliminarán, qué se le va a hacer. Así que la vida de
Patience, a la par que va amasando una considerable fortuna, se
va complicando cada vez más. Scotch y Chocapic la apremian,
Philippe empieza a sospechar, los gángsters estrechan el cerco…
y no cuenta más que con su ingenio y la relativa complicidad de
su vecina y casera Colette, que, como su nombre no indica, es
china y se las sabe todas.
La
película no decae de este tono de traza ligera, por más tremendo
que sea todo lo que vemos. Puede que parezca un defecto, no
saber decidirse entre la comedia y la intriga policiaca; yo creo
más bien que es una apuesta personal de Jean-Paul Salomé, que
demuestra que sabe manejar los hilos de la urdimbre, dotándola
de esa interesante mezcla de géneros. Lo confirma un guion que
va desarrollando con rigor todas las etapas canónicas, en las
que no cabe la sorpresa sino algún que otro elemento introducido
con picardía para que parezca trascendente y así dar salida al
laberinto en el que Patience se ha ido enredando.
Por supuesto, ella es el
espectáculo. Jean-Paul Salomé le cede el protagonismo a Isabelle
Huppert, una actriz descomunal metida en 160 centímetros de
estatura. Puede ser lo que quiera: angelical o mortífera, sabia
o enajenada, amante, colega o enemiga mortal, diáfana o
escondida bajo mil capas. Es un portento, en el registro más
dramático o en el más ligero. O como aquí, en la mezcla de los
dos. La película es toda suya, de principio a fin y eso siempre
es una garantía.
MANDARINAS
(03.05.15)
Dir.: Dir.: Zaza Urushadze
Pro.: Ivo Felt Gui.: Zaza
Urushadze
Int.: Lembit Ulfsak, Elmo Nüganen,
Giorgi Nakashidze
De
Zaza Urushadze –director,
escritor y actor-, nacido en Georgia hace 50 años, y de sus cuatro
películas anteriores, no sabíamos nada. Ni, la verdad, del cine
georgiano, absolutamente desconocido por estas tierras. Pero
Mandarinas –coproducción
con Estonia, que viene a ser lo mismo- llega precedida de cierta fama:
ganadora en diversos festivales y, sobre todo, candidata al Globo de Oro
y al Oscar en estas últimas convocatorias.
Prestigio totalmente justificado: Mandarinas es una hermosa y
profunda historia, contada con todo el amor del mundo por su director y
guionista. Amor a la tierra, a ese movedizo concepto que llamamos
patria, y amor a las personas. A su protagonista, desde luego: Ivo, un
anciano carpintero que fabrica cajas para las mandarinas de su amigo
Margus. Son los únicos habitantes que han quedado en un pueblo estonio
zarandeado por la guerra civil de Georgia, una de las más dramáticas
consecuencias del desmembramiento de la Unión Soviética.
En 1992, toda la región de Abjasia es un
campo de batalla entre chechenos –mayormente mercenarios- y distintas
facciones de georgianos; la población estonia ha huido, dejando sus
tierras y sus casas, y solo Ivo y Margus resisten sin pensar en acabar
sus días en cualquier lugar que no sea su pueblo. El carpintero sigue
fabricando cajas, que apenas contienen la colosal cosecha de mandarinas
de su vecino; y de eso sobreviven, a duras penas, ambos. A su alrededor,
las escaramuzas y enfrentamientos se suceden, hasta que una persecución,
seguida de un tiroteo, se produce ante sus mismas puertas.
Y los dos amigos descubren que hay un
superviviente por bando. Un miliciano checheno y un joven soldado
georgiano. Cristiano este, musulmán aquel. Gravemente heridos
los dos, consiguen sobrevivir gracias a los cuidados de Ivo, que los
acoge en su casa, y Margus, que no sale de la preocupación por sus
mandarinas cuando entra en esta nueva y mucho más peligrosa de lidiar
con los combatientes. Sobre todo
cuando Ahmed y Niko, los enemigos irreconciliables, mejoran de sus
heridas y son capaces de enfrentarse incluso dentro de la casa.
Que se convierte así en una especie de
jaula en la que se ven obligados a convivir gentes de distintas edades,
religiones y nacionalidades, por más que la línea que define estas
últimas sea tan delgada que sería inexistente si no fuera por la
cerrazón y el odio de sus ocupantes; que hablan el mismo idioma y,
seguramente, eran vecinos antes de estallar el conflicto. Solo cuando se
encuentran encerrados y desarmados, cara a cara, los adversarios pueden
dejar que sus sentimientos evolucionen y que el conocimiento mutuo y la
necesidad de defenderse les hagan llegar a perdonarse, entenderse y
cooperar.
Zaza Urushadze desarrolla
una metáfora acerca –en sus propias palabras- del comportamiento de
personas que se encuentran en una situación que se escapa a su control,
lo que las hace modificar su naturaleza. Y eso es así en las figuras de
Ahmed y Niko; pero lo que ambos pierden de libertad lo ganan en
responsabilidad, gracias a la influencia de Ivo, que representa el
sentido común, la moralidad y el orgullo personal. Ivo no toma las
armas; y no solo porque es un hombre mayor, sino porque está convencido
de su inutilidad y de la superioridad de la solidaridad, el compromiso
y la honradez.
Y pese a ese carácter
emblemático, al peso simbólico –en gran parte- del relato y a la lejanía
del conflicto para el espectador occidental, nada hay de superfluo ni
artificial en esta historia. Contada con extraordinaria economía de
medios y con un lenguaje cercano y tan certero que ni se advierte,
Mandarinas, como otras grandes obras a contracorriente, de
cinematografías escondidas y desconocidas por los grandes circuitos, se
eleva a la categoría de referente universal. No es un relato sobre la
guerra; es un relato sobre las personas. Es una película sencilla y
pequeña pero es cine grande y fundamental.
(www.karmafilms.es/mandarinas/)
MANUAL DE
LA BUENA ESPOSA
(09.01.21)
Dir.: Martin Provost. Pro.: Serge Hayat, François
Kraus, Denis Pineau-Valencienne. Gui.: Martin Provost, Séverine
Werba. Int.: Juliette Binoche, Yolande Moreau, Noémie Lvovsky.
Martin Provost es un actor, guionista y realizador francés, de
alguna manera especializado en cine protagonizado por mujeres:
ha escrito y dirigido siete películas, entre ellas El vientre
de Juliette, Seraphine, Violette y la anterior
a esta de ahora, Dos mujeres (2018), con Catherine
Deneuve al frente del reparto.
En Manual de la buena esposa, la acción se sitúa en 1967.
Es importante, porque en el transcurso del relato llegaremos a
mayo del 68, momento crucial en Francia y, de rebote, en casi
todo el mundo. Resulta que durante toda la primera mitad del
siglo XX abundaron en el país vecino las instituciones dedicadas
a la instrucción y educación de las jovencitas, generalmente de
clases medias-bajas, para ser las perfectas casadas –alguna
reminiscencia hay también en la pedagogía española- que la
sociedad necesitaba. En los años sesenta existían cientos de
ellas, y aquí conocemos la muy respetada y formal Escuela Van
der Beck, en plena Alsacia. Regida por el matrimonio Paulette y
Robert Van der Beck, con la ayuda de la hermana de este,
Gilberte, y la incombustible sor Marie-Thérèse, la escuela se
ocupa de formar a una escasa veintena de chicas más o menos
aplicadas y más o menos conformes con su destino de futuras amas
de casa.
Enseguida se nos muestran la disciplina y el ideario del centro,
basados en los “siete pilares” de la educación femenina, que se
resumen en llegar a ser trabajadoras de hogar sumisas, alegres y
complacientes, y expertas y abnegadas madres cuando toque. Y
poco a poco vamos conociendo también a los integrantes de la
institución; “las” integrantes, más bien, porque aparte de
Robert, el rijoso y ludópata dueño, que pronto hace mutis por el
foro, solo están las mujeres: Paulette y sus colaboradoras, un
triunvirato formidable aunque desigual a más no poder, y las
chicas: Annie Fuchs, Corinne, Christiane, Albane Des-deux-Points,
Yvette… y las demás, un rebaño colorista y delicado,
minuciosamente descrito en sus componentes principales. El
argumento se va desplegando en los avatares que atraviesan ambos
grupos, en un tono relativamente dramático pero salpicado de
humor –a veces tirando a negro- y con una paleta y escenarios
que remiten a Wes Anderson y a la vertiente más expresionista
del propio cine francés.
No
estoy muy seguro de que los giros narrativos y visuales le
sienten bien a la historia, que en algunos instantes puede
llegar a desconcertar al espectador; como es evidente que son
voluntarios, la solución, en todo caso, consiste en entregarse a
lo que pasa en la pantalla y dejarse llevar por los sentimientos
secretos o explosivos, alocados, reprimidos, soñados o alertados
de repente de las jóvenes y no tan jóvenes protagonistas.
Encabezadas por Juliette Binoche –un gusto siempre verla en
cualquier papel-, la magnífica Yolande Moreau y las chicas Marie
Zabukovec y Anamaria Vartolomei, que se disputan los mejores
momentos de la película: los que tienen que ver con la educación
sexual y, precisamente, con la liberación de los instintos. Para
acabar con un magnífico flash-mob andante, cuando llega la
primavera y la Escuela Van der Beck se pone en marcha para tomar
París.
Y los siete pilares
famosos se convierten en un himno feminista, un canto a la
libertad, al placer, al amor y a la identidad consciente y
asumida. Remate por todo lo alto de este manual de la mujer
moderna: una película un tanto desigual, pelín desequilibrada,
pero divertida sin desdeñar la profundidad, pedagógica en más de
un sentido, y oportuna y necesaria. Bastante, para los tiempos
que corren.
MAÑANA EMPIEZA TODO
(01.04.17)
Director: Hugo Gélin. Intérpretes: Omar Sy. Clémence Poésy, Antoine
Bertrand.
En 2013, el cine mejicano batió records en las taquillas de Méjico,
Estados Unidos –la película hispana más vista de la historia-y en
toda América con No se aceptan devoluciones, de Eugenio
Derbez; y ahora los franceses se apropian del argumento para
intentar repetir el éxito en Europa fiándose del casi debutante Hugo
Gélin y, sobre todo, del carisma de Omar Sy, el inolvidable
protagonista de Intocable.
Sy es Samuel, un despreocupado mujeriego que vive del cuento en la
costa del sur de Francia; pasa el tiempo entre sus fiestas y sus
conquistas, pero un buen día aparece Christine, una joven que le
asegura que él es el padre de la niña que trae en los brazos. Y
aprovechándose de su desconcierto, se la deja y desaparece; de nada
sirve que Samuel la persiga hasta Londres y se instale allí,
buscándola desesperadamente. Consigue un trabajo de especialista en
el cine –esos que hacen las escenas peligrosas en vez de los
protagonistas- y da a la nena la educación que puede. Pasan ocho
años y cuando padre e hija viven contentos y son inseparables,
Christine reaparece y pretende recuperar a la niña: un drama.
Se conozca o no la película original, sigue siendo inevitable
ponerse de parte del atribulado padre, aunque sea un poco desastre,
y enternecerse con el encanto de la pequeña, que demuestra, una vez
más, lo buenos actores que pueden llegar a ser los niños. Lo más
difícil es empatizar con la película en sí misma, porque la historia
es sumamente previsible –la única sorpresa, nada divertida además,
se desvela casi a mitad del metraje- y, a pesar de los esfuerzos de
Omar Sy y acompañantes, un tanto ñoña.
Eso sí, sabiendo de su éxito en Francia, con más de 3 millones de
entradas vendidas, uno no tiene por menos que pensar –y envidiar-
que a los franceses les gusta muchísimo su cine. Todo lo contrario
de lo que pasa en España.
MAPA DE LOS SONIDOS DE
TOKIO (06.09.09)
Dir.: Isabel Coixet
Pro.: Jaume Roures Gui.:
Isabel Coixet
Int.: Sergi López,
Rinko Kikuchi, Min Tanaka
Isabel
Coixet es nuestra directora más internacional; tanto, que ha rodado
cinco de sus siete películas fuera, y una –Elegy-
ni siquiera es española. Ésta sí -premio en Cannes al mejor sonido-,
aunque está rodada casi en su totalidad en Tokio y está hablada en
inglés –lo más habitual en su obra- y japonés.
Este Mapa de los sonidos de Tokio
es, en primer lugar, eso: hay más protagonistas, pero el principal es
la ciudad, un lugar inmenso, múltiple, atravesado por caminos
congestionados, luces brillantes en movimiento perpetuo, gentes siempre
afanosas... y murmullos, voces, sonidos, ruidos. Los ruidos que recoge
con su micrófono el narrador de la historia, otro personaje
fundamental. Y con los sonidos, la urbe que envuelve la relación entre
David y Ryu. Él es un español que regenta un negocio de vinos; ella,
una joven que trabaja de noche en una lonja de pescado.
Los cuatro: la pareja de amantes, el narrador y el escenario, son los
puntos cardinales de un argumento que va de unos a otros sin cesar.
Coixet está, evidentemente, fascinada por Tokio, una ciudad en la que
es posible casi todo: celebrar comidas de trabajo con señoritas
desnudas en vez de mesas, hacer el amor en hoteles solitarios, automáticos,
pero con habitaciones que simulan vagones del metro, sorber los fideos
con todo el ruido del mundo, y tomarte unas cervezas acompañado de una
chica que lleva en el bolso la pistola con la que te va a matar. Y que
la joven trabajadora, la solitaria y aparentemente frágil Ryu, sea, en
realidad, una profesional del crimen. David ha dejado a su novia
japonesa y ella se ha suicidado. El padre de la chica, un importante
hombre de negocios, enfermo de dolor, decide contratar a un sicario para
que lo asesine.
Ryu
entabla conocimiento con David, a través del vino: ella va a la tienda,
se deja aconsejar, acepta la invitación a probarlo, a charlar, a seguir
la conversación en bares y restaurantes, a terminar la noche en un
hotel. Sexo –que Coixet planifica desde su personal punto de vista,
como ha explicado repetidamente y que se hace bastante evidente- que
David y Ryu comparten desde muy distintas pulsiones: a ella le satisface
ser dominada y a él no se le olvida su difunta novia. A esa primera
noche siguen otras, mientras en David se instala el remordimiento y en
Ryu crece la angustia de tener que matar al hombre que le gusta, quizá
al hombre que ama.
La película posee momentos de enorme intensidad, que Coixet alterna
–no sé si voluntariamente- con pasajes estáticos, en los que el
narrador y los horizontes quebrados de Tokio asumen el primer plano,
desplazando y demorando la acción. Siempre está, eso sí, el ruido de
la ciudad y su música y su retrato, con unas canciones y unas imágenes
de potente plasticidad, que evocan el universo de Wong Kar-wai; como el
mismo argumento remite en algunos detalles al Último
tango en París. Lo malo es que Coixet todavía no es Bertolucci, ni
muchísimo menos algo cercano a la categoría conceptual y fílmica del
maestro chino.
Lo que sí ha conseguido la directora, en esta película que de todas
maneras es francamente notable –con el Anticristo
de Von Trier, las obras más impactantes de este verano-, es la absoluta
entrega de sus protagonistas. La personalidad de Sergi López y el equívoco
carisma de Rinko Kikuchi –recordemos: nominada al Oscar por Babel-
se pliegan a los deseos y las obsesiones de Isabel Coixet, danzan al son
que ella les marca y bordan el contrapunto entre Eros y Tánatos con una
energía y una sinceridad mucho mayor que la que aparenta la contención
de ambos.
Y desde luego, acierta Coixet plenamente en su
mirada sobre Tokio; no es la única posible, quizá no todo el mundo la
reconozca, pero no cabe dudar de la autenticidad de la imagen de una
ciudad-espectáculo, llena de vida y de contrastes, ruidosa o callada, húmeda,
inabarcable, que respira, se agita, gime y bulle y apenas se altera por
el sonido imprevisto de un disparo.
(www.mapofthesoundsoftokyo.com)
MAPS TO THE STARS
(08.03.15)
Dir.: David Cronenberg
Pro.: Martin Katz, Michel Merkt, Saïd Ben Saïd Gui.: Bruce Wagner
Int.: Julianne Moore, Mia Wasikowska, John Cusack
Tras una década
de trabajos menores y de escasa repercusión, David Cronenberg se dio a
conocer en 1975 -¡hace 40 años!- con un clásico del terror fantástico:
Vinieron de dentro de, a la que siguieron Rabia, Cromosoma
tres, Videodrome, La zona muerta y La mosca, que lo
convirtieron en maestro del género. Pero a partir de ahí su cine se
alejó de la fantasía para indagar en personajes de la vida común –más o
menos-, aunque revelando sus aspectos más morbosos, cargados de
complejos, excentricidad y, a veces, erotismo y extrema violencia:
Inseparables, El almuerzo desnudo, Crash, Una historia de violencia,
Promesas del este, Un método peligroso…
Ahora fija su mirada en las gentes
que pueblan la fábrica de los sueños. Las moradas de las estrellas que
se extienden al amparo del gigantesco letrero de la colina de Hollywood
no figuran en ningún mapa. Pero a Agatha, una enigmática joven que acaba
de llegar a la ciudad, no le hace falta para encontrar la de Havana
Segrand, la famosa actriz que busca recuperar su lugar en el firmamento,
ni la del doctor Stafford Weiss, conocido terapeuta y escritor. Havana
lucha por conservar su delicada estabilidad emocional y por protagonizar
una película sobre la vida de su madre, también estrella de la pantalla,
desaparecida dramática y prematuramente. Por su parte, el doctor Weiss y
su mujer se debaten entre el lujo económico y la miseria afectiva, e
intentan recuperar a su hijo, un niño actor de trece años acosado por
las drogas y en trance de una complicada rehabilitación, y a la vez
enterrar definitivamente un pasado demasiado doloroso que sigue
lastrando sus existencias. Y Agatha irrumpe en las vidas de todos ellos
como una fuerza de la naturaleza.
Esto es Hollywood y por lo tanto se trata de hacer cine. Pero ni Havana
ni Benjie, el crío de los Weiss, lo van a tener precisamente fácil. Ese
es un mundo complicado, repleto de egos, manías, imposiciones
implacables y relaciones malsanas, en el que nunca se es demasiado joven
pero muy pronto se es demasiado mayor. La cámara de Cronenberg retrata a
sus personajes, destripándolos con la precisión y la frialdad de un
operario que sigue al pie de la letra el libro de instrucciones: en este
caso, el magnífico guion de Bruce Wagner –diez años de continuas
reescrituras- que disecciona con inteligencia y ácido sentido del humor
las criaturas de Beverly Hills y aledaños.
Claro que hay alientos de obras como El crepúsculo de los dioses,
Eva al desnudo o –más modernamente- Mulholland Drive, en
cuanto se refiere a las desquiciadas gentes de Hollywood vistas por
Wagner; pero este mapa de las estrellas de Cronenberg contiene más
cruces de caminos, quebradas donde perderse y abismos a los que
asomarse; la película habla también del juego de la identidad, como
Inseparables; de la pervivencia dramática del pasado, como en Una
historia de violencia, y del impacto del sexo, como en Crash,
aunque sin coches… o casi.
Y contiene el germen de la locura, el poder del fuego, la oscura
disyuntiva entre la redención y el crimen. Como en una revisión
contemporánea de la tragedia griega, los personajes son esclavos de su
destino; personificado en la figura de Agatha, que asalta el aséptico
hogar de los Weiss y la decadente mansión de Havana para dejar su huella
indeleble, como la larva que socava la vida que la alberga.
Naturalmente, los intérpretes de Cronenberg se someten al juego: la
maravillosa Julianne Moore, en el mejor momento de su carrera; una muy
potente Mia Wasikowska, y la pareja anegada por el dolor que forman los
estupendos John Cusack y Olivia Williams.
Todos conforman este turbio universo que atraviesa la pantalla como una
pesadilla: un relato implacable acerca del mundo de las estrellas de la
pantalla, pero sobre todo una ácida sátira sobre la condición humana en
general; y otra muestra capital del cine más inquietante, desgarrado y
morboso de su maduro e inteligente autor: un David Cronenberg en estado
puro. (http://www.focusfeatures.com/maps_to_the_stars)
MARGIN CALL
(23.10.11)
Dir.: J.C.
Chandor
Pro.: Michael
Benaroya, Neal Dodson, Zachary Quinto
Gui.: J.C.
Chandor
Int.: Kevin Spacey, Zachary Quinto, Jeremy Irons…
Primera película
del joven director y guionista J.C. Chandor, que ha conseguido reunir
para su debut un reparto verdaderamente colosal: los citados más
arriba, acompañados de Paul Bettany, Stanley Tucci, Demi Moore, Simon
Baker y Penn Badgley. El guión, dicen en la promoción, está basado en
hechos reales… lo que no deja de ser un eufemismo: la película es,
sencillamente, una reconstrucción de la verdadera historia de esta
crisis mundial; más concretamente, del nacimiento de la crisis
financiera y económica que nos arrasa.
Es verdad que ya se han hecho algunos documentales sobre el tema; un par
de ellos, desde luego, de verdadera categoría. Pero el cine de ficción
presta un interés y una tensión que el puro documento, por más
fidedigno que sea, está generalmente lejos de alcanzar. De esta forma,
Chandor y sus intérpretes ponen cuerpo y cara –algunos, mucha cara- a
los personajes que iniciaron la catástrofe, a través de las
veinticuatro horas previas al derrumbe.
En una muy importante firma de inversiones de los Estados Unidos
–nadie nombra a Lehman Brothers, pero podría ser un ejemplo-, se están
produciendo despidos generales por ajuste de personal: la excusa más
utilizada en los últimos tiempos. Eric Dale, jefe de una sección, es
drásticamente apartado de su trabajo; pero no sin antes alertar a Peter
Sullivan, un joven analista de su confianza, de algún riesgo que ha
advertido recientemente. Sullivan, intrigado, completa el examen y lo
que descubre lo deja horrorizado.
A partir de ahí, la alarma irá subiendo de escalón en escalón:
Sullivan alerta a su jefe, éste al suyo, un joven “halcón” de las
finanzas capaz de la mayor atrocidad sin perder la compostura, y, por último,
ya de madrugada, tiene que hacerse presente el mando supremo, el
presidente de la entidad, con toda su cohorte de asesores, abogados y
demás servidumbre. No tarda mucho en comprender el alcance de lo que
sucede y menos aún en darse cuenta de lo que tiene que hacer y de las
consecuencias que se van a producir.
J.C. Chandor confiesa que todo lo que sabe de finanzas, negocios
bancarios y chanchullos afines se lo debe a su padre, que trabajó 40 años
para Merrill Lynch; a la vista del resultado, es suficiente bagaje. Margin Call es una película trepidante y hasta con suspense, muy
bien medida y enormemente didáctica. Pero sobre todo es una historia,
la crónica del comienzo de la crisis actual, contada desde dentro y por
sus propios protagonistas. Que no hace falta decir que supone un
considerable despliegue dramático de este equipo de intérpretes de
excepción. Jeremy
Irons es John Tuld, el jefe de todo esto; él es el que va a tomar la
decisión definitiva, el que va a plantear la estrategia y el que va a
ordenar quién la ejecuta, quién se beneficia –él el primero, por
supuesto- y quién sale perjudicado. Todo, con la frialdad y la eficacia
del que se sabe vencedor, como en tantas crisis anteriores; como en la
que, seguramente, vendrán más tarde. A su lado están Demi Moore y
Simon Baker, las dos caras de la moneda de la operación suicida en
marcha, y también Kevin Spacey en el papel de Sam Rogers, el director
de la división de riesgo de la empresa. Su conciencia le enciende las
mil alertas morales que gravitan sobre el caso, y deberá elegir, sin
apenas margen para la reflexión, qué camino toma: el de la obediencia
a la empresa o el de la difícil, quizá imposible honradez.
J.C. Chandor ha realizado, con una maestría impropia de un casi
debutante, una película de enorme valor y oportunidad, para darnos a
conocer la cara humana de un conflicto que se ha llevado por delante las
ilusiones, el trabajo y casi la vida de millones de ciudadanos en todo
el mundo. Aquí están sus responsables, con sus dudas y sus miedos
–al fracaso, al paro, a la pobreza-, su feroz determinación, su apego
a la riqueza y al poder y su falta de humanidad para crear un desastre y
además aprovecharse de él. (http://www.margincallmovie.com/)
MARIE CURIE
(03.06.17)
Director: Marie Noelle. Pro.: Marie Noelle. Mikolaj Pokromski, Ralf
Zimmermann. Gui.: Marie Noelle, Andrea Stoll.
Intérpretes: Karolina Gruszka, Arieh Worthalter, Charles Berling.
Marie Noelle es la directora de Ludwig II (2012) y La
mujer del anarquista, la película de 2009 ambientada en la
Guerra Civil española. Y ahora continúa con el género biográfico
narrando la vida de Marie Curie, posiblemente la científica más
importante de la historia, “descubridora” del radio y el polonio y
ganadora –la primera persona y la única mujer- de dos premios Nobel.
Precisamente, la película transcurre entre la entrega del primero de
estos premios, el de física, en 1903, y la consecución del segundo,
el de química, en 1911. Casi dos décadas de una existencia
apasionante definida por su amor a la ciencia, su incansable
espíritu de lucha y una voluntad de hierro que la hizo levantarse de
todos los golpes que el destino la fue propinando. El guion del
filme acierta a recoger esos aspectos, en un repaso a la vida íntima
de Marie, tanto en lo profesional como en lo familiar y amoroso; y
la cámara se presta siempre a iluminar y embellecer cada momento
–magnífica fotografía de Michal Englert-, aproximándose al cuerpo de
la protagonista, a su rostro, feliz o contrito, o a sus manos
heridas por la radiactividad; o retratando a los personajes en
escenarios casi oníricos, bañados por la luz o difuminados en la
niebla o la espesura. Siempre, en todo caso, con estricta precisión
y evidente sentido estético, como mimando a un ser aparentemente
frágil pero con tremenda fuerza interior; lo que también describe la
extraordinaria banda sonora de Bruno Coulais: es de rigor citar
estos elementos.
El relato se inicia cuando Marie y Pierre Curie son padres de su
segunda hija y, tras dilatarlo en el tiempo, acuden por fin a
Estocolmo a recibir el premio Nobel que ganaron juntos por sus
investigaciones sobre los fenómenos de radiación. Son los albores
del siglo XX y todavía Marie se encuentra en un segundo plano tras
la figura de su marido. En París empiezan a surgir los primeros
movimientos en favor de la emancipación femenina, pero la sociedad
francesa –aun estremecida por el caso Dreyfus-, presta poca atención
a estas reivindicaciones. Los esposos Curie se embarcan en su tarea,
conscientes de sus limitaciones económicas y científicas y Marie
aparece como una entregada madre y esposa a la vez que decidida
investigadora. Pero en 1906, Pierre muere en un accidente en las
calles de París y ella se queda sola.
Son momentos de incertidumbre, de dudas entre regresar a su Polonia
natal o proseguir sus investigaciones; pero su carácter se impone,
apoyada en su familia política, y vuelve al trabajo, empeñada en
conseguir un laboratorio avanzado y suficiente para su sueño: lograr
aislar una partícula de radio puro. Claro que su voluntad choca con
el machismo de los académicos y profesores franceses, que no
soportan ver a una mujer tachada de extranjera y atea –como luego de
impúdica y judía- impartiendo clases y realizando experimentos de
altísimo nivel. Pero Marie cuenta –además de con la admiración de
destacados científicos, como el mismísimo Albert Einstein- con la
ayuda de su ayudante y amigo André Debierne y de su colega Paul
Langevin. Con este último mantiene un apasionado romance, que acaba
de manera melodramática, mientras la prensa y la calle la crucifican
y ella, con los primeros síntomas de la enfermedad que la mataría,
consigue el éxito buscado y recibe de la Academia Sueca de las
Ciencias su segundo premio Nobel, esta vez el de química.
Marie Curie tiene en la pantalla el rostro y la figura de Karolina
Gruszka, la intérprete ideal para plasmar la energía y la
determinación del personaje tanto como la entrega y la pasión
amorosa para con sus dos hombres. Ella tiene la belleza y la fuerza
que, como decía, describe el guion y envuelven música y fotografía:
toda una vida, todo un espectáculo.
MÁS ALLA DE LAS PALABRAS
(16.01.21)
Dir.: Urszula Antoniak.
Pro.: Lukasz y Piotr Dzieciol, Floor Onrust.
Gui.: Urszula Antoniak. Int.: Jakub Gierszal, Andrej Chyra,
Christian Lober
El reciente cine
polaco –como otros de parecido exotismo- nos llega con
cuentagotas; quizá por eso, lo que alcanza a estrenarse aquí es
siempre interesante; recordemos las películas de Pawel
Pawlicowski –Ida, Cold war- o la reciente Corpus
Christi. De Urszula Antoniak hemos visto una de sus tres
películas anteriores, Nada personal (2009), y ahora, con
cierto retraso, nos presenta esta Más allá de las palabras,
de 2017.
El protagonista es
Michael, un treintañero y brillante abogado que trabaja en un
buen bufete de Berlín. Tiene una buena relación con su jefe y
amigo Franz, vive bien, está satisfecho. Es el prototipo del
joven profesional triunfador alemán… solo que no es alemán.
Michael es polaco, aunque lleva ya años instalado en Alemania, y
nadie lo distinguiría del común de los berlineses; de hecho,
cuida cada día no solo su aspecto, sino también su dicción, su
acento y su vocabulario.
Su vida es tan
ordenada y metódica como es preciso. Hasta que un día aparece en
la puerta de su casa un desconocido, que para su sorpresa
resulta ser su padre. Un padre desaparecido hace mucho, en la
bruma de la infancia, muerto para él, pero que revive y pronto
disipa sus dudas. Michael acepta que ese hombre es quien dice
ser, pero su presencia le rompe todos los esquemas. Para
empezar, Stanislaw, su padre, no sabe alemán, y le trae de golpe
los sonidos primordiales de su tierra de origen, el idioma que
prácticamente había postergado.
En poco más de un
fin de semana, Michael y Stanislaw desarrollan una relación
frágil, provisional; ambos comprenden que tendrá un final tan
abrupto como el comienzo, pero tratan de crear un clima de
relativa complicidad, que no obstante produce resultados
opuestos. El padre no duda en lo que quiere conseguir, mientras
que el hijo ve derrumbarse sus certezas más aparentemente
firmes. A partir de esos días, Michael iniciará un camino de
vuelta a sus raíces, su idioma, su condición de inmigrante: esa
realidad que él mantenía oculta.
Urszula Antoniak
sabe bien de lo que habla: ella misma fue inmigrante en los
Países Bajos y sus dos nacionalidades se han incorporado a su
personalidad, como los dos idiomas que practica indistintamente.
Algo que el protagonista de su película ha resuelto suplantando
el de su origen por el de su adopción, trastocando su identidad
para escalar socialmente. Tanto, que tiene dificultad en admitir
que otros inmigrantes puedan alcanzar el mismo estatus. La
escena inicial –y, por supuesto, la catarsis final- da buena
prueba de ello: Michael es incapaz de empatizar con un africano,
por más que sea, evidentemente, un hombre culto, poeta por más
señas; pero, claro, no sabe alemán.
La película habla
de un personaje y un entorno reducido, que enseña al espectador
en un apabullante, milimétrico blanco y negro en pantalla ancha
–un recurso común con otros cineastas polacos-, con los tonos y
texturas expresionistas de la magnífica fotografía de Lennert
Hillege; un blanco y negro que sienta muy bien a la misma
dualidad del protagonista.
Más allá de las
palabras es una
película personal, introspectiva, pequeña, si se quiere; pero
inteligente y sumamente brillante. Esta semana no han llegado
croods ni wonderwomans, pero se ha estrenado muy buen
cine: esta es la muestra.
MATAHARIS
(30.09.07)
(23.09.07)
Dir.: Iciar Bollain
Pro.: Santiago García de Leániz
Gui.: I.B., Tatiana Rodríguez
Int.: Nuria González, Najwa Nimri, María Vázquez...
...y Tristán
Ulloa, Diego Martín, Adolfo Fernández, Antonio de la Torre (que
trabaja en todas las películas de Iciar Bollain) y algunos más, pero
ellas, las detectives Carmen, Eva e Inés, son las absolutas
protagonistas del acontecimiento. Que se suma a una carrera con 25 películas
como actriz y cuatro como directora, todas estupendas: Hola,
¿estás sola? (95), Flores de
otro mundo (99), la premiadísima Te
doy mis ojos (2003) y ésta nueva.
Tres mujeres detectives, efectivamente, que trabajan juntas en la
Agencia Valbuena, y que son las “mataharis” a las que alude el título
en un juego irónico y cargado de intención. Nada más lejos de la vida
de estas trabajadoras de la investigación que el glamour, la picardía,
los altos vuelos y la carga política y sexual de la famosa espía.
Estas son tres mujeres normales, de diferentes edades y con distinta
experiencia en el trabajo y en la vida.
Carmen es el hombre, digo la mujer de confianza de Valbuena, y trabaja
mucho; está casada, pero su marido también tiene muchísimo que hacer
y su vida conyugal se está reduciendo a cero a marchas forzadas. Eva
también está casada y acaba de ser mamá por segunda vez, lo que le
complica extraordinariamente la vida; no es que su marido sea un
mamarracho completo pero tiene tanto lío y es tan desastre en la casa,
que más que una ayuda es un castigo. E Inés, que es la más joven e
inexperta, lo tiene todo por descubrir, apenas tiene un noviete
calientasábanas y aspira a algo más... en todos los aspectos.
Lo de que lo tiene todo por descubrir también se puede aplicar a sus
dos compañeras, que para eso son investigadoras. De hecho, las tres están
envueltas en sendos casos, que se van a desarrollar de forma distinta y
no siempre como estaba previsto.
Carmen acompañará a su cliente y amigo Sergio en un asunto de posible
fraude laboral, que girará a otro tipo de engaño bastante más íntimo
y doloroso; Eva se verá obligada a repartir su trabajo en una doble línea,
y mientras busca el amor perdido de su cliente encontrará un hecho
sorprendente que le cambiará la vida. Y más trascendente todavía será
el caso de Inés, enfrentada a una turbia acusación de robo en una
empresa que se convertirá en algo mucho más importante, profundo y
decisivo.
Bollain y Rodríguez enfrentan de entrada, en su inteligentísimo guión,
la cuestión de las mujeres trabajadoras y la posibilidad –o no- de la
conciliación laboral; es una cuestión candente en el mundo de hoy, y
la solución no es fácil. Tampoco las autoras sientan cátedra, sino
que exponen el problema y, de paso, alguna de sus causas: la inhibición
masculina en el hogar, el machismo en el trabajo, la incomprensión y la
incomunicación general. Y esto, naturalmente, vale para mujeres
detectives, asistentas, ejecutivas, maestras o cajeras del Carrefour.
Pero éstas son investigadoras privadas, y ello permite a Iciar Bollain
reflexionar también acerca de la naturaleza humana, la fragilidad de
las relaciones y ese valor tan precario que se llama intimidad. Las
protagonistas observan, espían... y hoy todos somos observados y
espiados, a veces hasta unos límites que llegan a la obscenidad; no hay
lugar público –ni casi privado- que escape a esta observación y
nuestra vida corre riesgo de ser revelada en sus más íntimos
detalles.
Los personajes de la película lo saben, y también lo padecen. Estas
“mataharis” tienen, claro, su vida privada... hasta donde es
posible. Son como todo el mundo y se hacen también las mismas preguntas
que cualquier persona: ¿hasta dónde el deber? ¿hasta dónde la
confianza? ¿el trabajo es más importante que el amor? ¿hay amor sin
condiciones? ¿Y qué pasa si miramos y lo que miramos no nos gusta...?
Todo este escenario humano está compuesto con mucha intención e
indudable acierto por Bollain y compañía. Quizá, eso sí, haya tantas
aristas por ensamblar que el poliedro quede algo difuso, con menos
profundidad y encanto que en anteriores películas de la
directora.
Pero no por eso es desestimable, sino todo lo contrario. En un panorama
no demasiado halagüeño, esta es una película sobresaliente y, desde
luego, tan sincera, valiente e inteligente como todas las de Iciar
Bollain, que es un lujo de nuestro cine. (www.sogecine-sogepaq.com/mataharis/)
MAUDIE, EL COLOR DE LA VIDA
(24.06.17)
Directora: Aisling Walsh. Intérpretes: Sally Hawkins, Ethan Hawke,
Kari Matchett.
Parece que están de moda las películas sobre pintores/as, no
demasiado conocidos; en un momento se van a juntar Paula
(Paula Modersohn-Becker), Los últimos días del artista (Wladyslav
Strzeminski) y esta Maudie, sobre la vida de Maud Dowley,
luego Lewis. Las tres son interesantes.
Maud es una joven inteligente y decidida a pesar de su problema
físico. Vive en casa de su tía Ida, pero cuando ve un anuncio
pidiendo una asistenta, no duda en optar al puesto. Lo malo es que
quien lo solicita es Everett, un tosco pescador, casi analfabeto y
con mala uva, que vive en una barraca ruinosa fuera del pueblo.
A pesar de sus caracteres tan opuestos, la convivencia, que empieza
con serias dificultades, va poco a poco transformándose en amistad
y, al final, en verdadero amor. Mientras, Maud se revela como una
pintora extraordinaria, llena de un encanto primitivo y con una
maravillosa potencia expresiva; tanto, que sus cuadros y postales se
hacen famosos en todo el país e incluso fuera de sus fronteras.
El guion de la canadiense Sherry White desarrolla a la perfección
estos personajes, y la tarea de la directora irlandesa Aisling Walsh
se centra en dejar que los protagonistas cobren vida mediante las
sensacionales interpretaciones de Ethan Hawke y Sally Hawkins: él,
en uno de sus mejores trabajos, como el huraño y violento Everett, y
ella en una muestra más de su valor y su superlativa capacidad para
los retos más complicados.
La película es un relato sensible –también triste- y pleno de
poesía, que narra la vida adulta de Maud Lewis, una pintora quizá no
famosa en todo el mundo, pero sí una de las artistas populares más
reconocidas de Canadá y, como se muestra en la pantalla, una persona
aparentemente débil pero capaz de superarlo todo con la fuerza de
sus únicos, mágicos pinceles.
MELANCOLÍA
(06.11.11)
Dir.:
Lars
von Trier
Pro.: Meta Louise Foldager, Louise Vesth
Gui.: Lars von Trier
Int.: Kirsten Dunst, Charlotte Gainsbourg, Kiefer Sutherland
Es
muy difícil que una película de Lars von Trier deje indiferente: El
elemento del crimen, Europa, Rompiendo las olas, Los idiotas, Bailar en
la oscuridad, Dogville, El jefe de todo esto, Anticristo… y así
hasta una veintena de títulos. El director danés –seguramente el más
potente desde Dreyer- tiene, no cabe duda, una enorme personalidad. Quizá
la misma que le impidió, por sus desafortunadas declaraciones, llevarse
la Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes; aunque no tanto como
para privar a Kirsten Dunst del premio a la mejor actriz.
Ella y Charlotte Gainsbourg son Justine y Claire, las
dos hermanas protagonistas de este extraordinario poema visual. Como en Anticristo,
la película comienza con un espléndido preludio, casi surrealista, que
rinde tributo a los jardines de Marienbad
rompiendo –y anticipando- la continuidad espacio-tiempo, y nos hace
intuir la soledad y el abatimiento que se apoderan de la Tierra –de la
vida- cuando está a punto de extinguirse. Porque aquí es obligatorio
contar el final: ésta es una película sobre el fin del mundo.
Tras la obertura, el relato se divide en dos partes. La primera está
dedicada a Justine, una joven delicada, vacilante y triste; no lo parece
ahora, porque se acaba de casar y llega a la fiesta preparada en la
enorme mansión de su hermana con el ánimo suficiente y la forzosa
alegría de verse acompañada y agasajada por su reciente marido, su
familia y sus amigos. No ayuda mucho el odio que se profesan sus padres,
ni el asombro escandalizado de su cuñado, pero Justine, por el momento,
intentará ser feliz. El festejo, desgraciadamente, se va a prolongar
demasiado y las horas de vigilia servirán para que la joven experimente
la realidad, la trascendencia y el peso enorme de su propia vida.
La segunda parte está protagonizada por Claire. El escenario sigue
siendo el mismo, también Justine está allí, pero todo ha cambiado. Un
gigantesco planeta llamado Melancolía ha surgido detrás el sol,
atraviesa la órbita de los planetas y se acerca a la Tierra. Si los cálculos
de los científicos no fallan –y parece que no-, los dos planetas
chocarán y la Tierra se desintegrará. Claire no puede comprender, y
menos aceptar, el dramático acontecimiento; deja que su marido la engañe
con falsas esperanzas, y trata de engañar también a su hijo para que
no se aterrorice. Al mismo tiempo, se impone ayudar a su hermana a salir
de la depresión que la tiene postrada.
Y poco a poco, extrañamente, los papeles se invertirán: Claire, una
mujer vitalista y sensata, se deja abatir por el miedo y la desesperación,
y Justine, que no esperaba nada de la vida, recobra la serenidad, el
valor y la iniciativa. Lars von Trier, como acostumbra, ha entregado el
timón a sus actrices y, nuevamente, ha acertado: Kirsten Dunst y
Charlotte Gainsbourg iluminan la pantalla con sus interpretaciones, y en
sus rostros y en sus cuerpos vibra el alma de esta historia: los
sentimientos, la pasión y el miedo, el vértigo del tiempo y la amenaza
de la muerte; la vida, en resumen, que se abandona o se llena de energía,
se sufre como una carga o se defiende hasta el último aliento.
Es posible que Von Trier sea tan excesivo en sus obras como en su vida;
ello no deja de ser un caso de absoluta coherencia. Lo cierto es que en
sus películas –y, por supuesto en Melancolía-
se produce la máxima fusión entre los elementos poéticos que
conforman el verdadero cine: la imagen impactante –rara vez
caprichosa-, el tratamiento dramático de la banda sonora –aquí la música
clásica, como en Bailar en la
oscuridad la de Björk, o el silencio en Dogville-,
la consistencia de sus personajes, que profundizan en los recovecos del
alma humana con implacable consistencia…
Todo contribuye en esta película a crear la atmósfera fascinante y
absorbente de un planeta en declive que contiene las miserias, las
bajezas, los dolores y las incertidumbres del ser humano que lo puebla.
Pero también la luz, la esperanza y el amor.
(http://www.melancholiathemovie.com/)
MEN
IN BLACK 3 (27.05.12)
Dir.:
Barry
Sonnenfeld
Pro.: Walter F. Parkes, Laurie MacDonald
Gui.: Etan Cohen
Int.: Will Smith, Tommy Lee Jones, Josh Brolin
Es
sabido que el moderno cine norteamericano busca el rendimiento económico
en repetir y repetir fórmulas y personajes en una especie de
franquicias interminables. A veces les funciona, a veces no; pero hay
algunas contadas ocasiones en que, independientemente del éxito en
taquilla, la insistencia merece la pena, y esta serie de los Hombres
de Negro podría ser una de ellas. Las
dos anteriores entregas ya fueron realizadas por Barry Sonnenfeld (1997
y 2002), aunque con desigual resultado de recaudación y crítica; pero
por si la flauta volvía a sonar como en la primera ocasión, los
productores –Spielberg entre ellos- han vuelto a entregar la batuta al
director de La familia Addams, Cómo
conquistar Hollywood, Wild, wild west y El
gran lío, que llevaba seis años tan tranquilo, dedicado a la
televisión.
La “operación” se basa,
naturalmente, en el carisma y simpatía de los protagonistas –cada uno
en su estilo- la calidad del guión, y la gracia y la oportunidad de los
múltiples cachivaches y efectos varios empleados, incluidas las
apariciones de los consabidos extraterrestres, amigos y colaboradores, o
malísimos enemigos. Para empezar, los agentes “J” y “K”
regresan a la pantalla como si los años no pasaran para ellos… o
casi. “J” –Will Smith- sigue intentando echarle humor y comprensión
a la relación con su siempre gruñón compañero “K” –Tommy Lee
Jones-, aunque en algún momento empieza a sentir la tentación de estar
harto de él. Y justo entonces,
“K” desaparece, el malvado alienígena Boris “El Animal” se
escapa de su prisión lunar y amenaza con esclavizar la Tierra, y
“J” se verá obligado a viajar en el tiempo para volver a julio de
1969 –en las vísperas del viaje del Apolo XI, la cosa tendrá su
miga-, integrarse en la misma organización secreta –pero más antigua
y con una jefa jovencita-, reencontrar a un joven “K” –Josh
Brolin-, tratar de torcer el destino y conseguir salvar al planeta y a
su amigo.
Dos elementos son sin duda sobresalientes: el trabajo de los
maquilladores, que convierten a Brolin en un Jones rejuvenecido y a
Jemaine Clement –visto recientemente en La
cena de los idiotas, versión USA– en un irresistible Boris “El
Animal”, y el de ambos intérpretes, que consiguen una perfecta
identificación con sus roles respectivos. También queda demostrada la
imaginación de los creadores de escenarios y personajes, y la capacidad
del guionista para el surrealismo que preside muchas de las situaciones.
Pero esos mismos detalles se enredan a veces caprichosamente provocando
bastante confusión y, al final, fatiga.
El dúo-trío protagonista hace todo el tiempo lo que le mandan y la
verdad es que en muchos momentos consiguen una actuación bastante
hilarante, acometiendo con absoluta seriedad los mayores disparates; de
eso se trata, claro. Pero todo deja un regusto añejo, como de ya visto
–es que ya lo hemos visto- y la aventura en sí misma resulta, además
de previsible, liosa y floja. Está Emma Thopmson y hay una versión en
3D, naturalmente, pero ninguna de las dos cosas ayuda a levantar el ánimo.
Quizá un poco, en los momentos finales, cuando la película nos regala
una sorpresa interesante, que explica y justifica los personajes, el epílogo
y, supongo, el fin de la serie.
De manera que no tengo más remedio que cuestionarme lo que decía en
principio porque, a mi entender, tampoco esta tercera parte supera a la
primera, aún siendo, probablemente, mejor que la segunda. Will Smith
–y no digamos Tommy Lee Jones- se está poniendo un poco mayor para
estas andanzas; al menos, mientras no evolucionen –las aventuras- al
mismo ritmo que sus anteriormente magnéticos Men
in black. Con sus elegantes trajes negros, sus molantes gafas
oscuras, sus neuralizadores y sus armas atómicas, han llenado tebeos y
han cumplido una trilogía divertida en la pantalla. Ya es hora de que
les den una merecida jubilación. (www.meninblack.com)
MIDNIGHT IN PARIS
(15.05.11)
Dir.: Woody Allen
Pro.: Letty Aronson, Stephen Tenenbaum, Jaume Roures
Gui.: Woody Allen
Int.: Owen Wilson, Rachel McAdams, Marion Cotillard
Midnight
in Paris
ha abierto el festival de Cannes y es una nueva película “española”
de Woody Allen; financiada, quiero decir, con dineros de Mediapro,
dentro del lote firmado entre Jaume Roures y Allen. También es otra película
“europea” del maestro neoyorkino –la siguiente es en Roma- y la
que hace el número cuarenta y tres –con más de sesenta como
guionista- en su filmografía. Que no hace falta repasar y que cumple,
caso único en la historia, esa norma de estrenar cada año; no es cosa
de estos últimos tiempos; es que su debut fue en 1966, así es que la
cuenta es bien fácil. En cualquier caso, las andanzas por el viejo continente han llevado a Woody
Allen a París. Si en su genial Todos
dicen I love you aparecía la capital francesa en una secuencia
llena de encanto, ahora Allen se ha entregado a una completa declaración
de amor personal a la ciudad, a sus calles y rincones, a su atmósfera y
su clima, a sus habitantes y a su historia. Sin olvidar, naturalmente,
los temas que le son más queridos y que caracterizan sus argumentos, en
cualquier sitio que transcurran y con cualquier intérprete que los
represente. Aquí, por ejemplo, entregando su “alter ego” nada menos
que a Owen Wilson.
Él es Gil, un joven guionista de Hollywood; pese a haber conseguido
bastante éxito, no se conforma y quiere escribir una novela. Está en
París con su novia y los padres de ésta que, no hace falta decirlo,
son ese matrimonio americano que a Allen le encanta ridiculizar. Gil está
bastante incómodo, recela del futuro que le aguarda y hasta el viaje
parece aguársele del todo cuando coinciden con otra pareja, unos amigos
de su novia, que se les pegan –sobre todo él- y que resultan –sobre
todo él, ya digo- un modelo de pesadez, inoportunidad y pedantería.
Gil está prendado de París y prefiere recorrer sus calles y sus cafés,
paseando solitario en la noche. Hasta que se pierde, como era de
esperar, y, aturdido y cansado, se sienta en una esquina esperando que
pase un taxi libre. Y en ese momento dan las doce, y aparece un coche:
un viejo taxi, un peugeot de aquellos negros, de capota rígida,
escapado de los años veinte. No viene vacío, pero sus ocupantes mandar
parar el coche al ver a Gil y lo invitan a subir y a ir con ellos a una
fiesta. El hombre entra en el taxi y, por arte de magia, entra en el
pasado.
Sus anfitriones son Scott Fitgerald y Hemingway y en la fiesta está
tocando Cole Porter, y luego irán a casa de Gertrude Stein, que se
brindará a aconsejar al novelista en ciernes, y allí conocerá a
Picasso y a Man Ray y al auténtico Dalí, obsesionado con los
rinocerontes. Luego llegará el día, el hechizo se romperá y Gil tendrá
que atravesar su penosa existencia antes de saber si otra vez, con el
embrujo de las campanadas de medianoche, volverá a vivir su cuento de
hadas y podrá conocer a T. S. Eliot, a Josephine Baker, a Belmonte y a
Buñuel. Y a María, que puede ser quien le descubra el auténtico amor.
O no…
Como en La rosa púrpura de El
Cairo, como en Sueños de un
seductor o Scoop o Zelig, Allen hace ir a sus personajes de la realidad a la fantasía
–y viceversa-, dotando a sus imágenes del más auténtico sentido de
la poesía; ha ido, además, depurando o, por mejor decir, modificando
su estilo, hasta convertir su narración en un ejemplo de ligereza y
sencillez, combinándolas con el más estricto rigor en la planificación
y el montaje. En Midnight in Paris no falta ni sobra nada: cada plano, cada
movimiento de cámara, cada sugerencia en el guión y cada elipsis sirve
para dar vida a sus personajes, para azuzar la imaginación y para
entretener y divertir al espectador.
La película, además, está llena de hallazgos visuales y, cómo no,
verbales; pero sobre todo contiene esa pasión por París que es, en
realidad, mucho más: es la pasión por la cultura, por la historia, por
el propio cine, sin dejarse enredar en las trampas de la nostalgia
simplona y apostando por la sinceridad, el amor verdadero, el futuro
pluscuamperfecto y la alegría. (www.midnightinparislapelicula.com)
MIEL
(13.04.14)
Dir.:
Valeria Golino
Pro.:
Viola Prestieri, Riccardo
Scamarcio
Gui.:
Valeria Golino, Francesca
Marciano, Valia Santella
Int.:
Jasmine Trinca, Carlo
Cecchi, Libero De Rienzo
La italiana
Valeria Golino ha entrado en una espléndida madurez como actriz: 80
títulos, algunos de ellos en impor-tantes producciones americanas –Rain
Man, Leaving Las Vegas, Cosas que diría con solo mirarla…- y la
mayoría en Europa, Italia sobre todo; películas de distinto calado, pero
en las que ella siempre está bien. Y ahora ha debutado en la dirección
de largometrajes con esta obra intensa, emotiva, valiente y muy
inteligente, que recibió aplausos unánimes en la reciente muestra de
cine italiano de Madrid.
Al comenzar el relato, la protagonista aparece escondida tras una
mampara
translúcida, que solo nos deja oírla y entrever sus movimientos;
después, el secreto se desvela y la descubrimos: Irene es una atractiva
treintañera, que enseguida se nos muestra independiente y resuelta. Vive
sola, hace deporte de forma agotadora, y parece fría y decidida. No
dedica mucho tiempo al amor, aunque mantiene alguna relación a la que no
concede demasiado futuro; en cambio, toda su alma está puesta en su
actividad clandestina: con el seudónimo de “Miel”, trabaja para una
organización que se dedica a ayudar a personas que ya no pueden soportar
sus sufrimientos y desean poner fin a su vida.
Cada vez, su gente le facilita la
identificación del siguiente demandante y ella llega hasta él con
instrucciones precisas pero enormemente respetuosas. Irene trata de
desarrollar su tarea sin implicarse emocionalmente; consciente de la
radical consecuencia de sus actos, pero convencida de cumplir la
voluntad de quienes quieren morir dignamente y sin dolor. En efecto,
ella se retira en los últimos momentos, para que sea el propio
interesado, solo o con ayuda de otro, quien se administre el ingrediente
letal.
Extraído de un pasaje de una novela italiana relativamente trascendente,
Valeria Golino y sus guionistas han creado un personaje formidable:
Irene es una mujer fuerte, nada condescendiente, rebelde ante la
hipocresía y la mentira; su aspecto casi andrógino llena su feminidad de
energía, la que necesita Miel para cumplir sus encargos y sobrevivir por
debajo de la verdadera piel de la joven. Irene no podría hacer lo que
hace Miel, pero la acepta como parte de sí misma. Aunque ese equilibrio, y
esa determinación se derrumban cuando llega una solicitud muy diferente.
El nuevo “paciente” –el único al que conocemos con nombre y apellido:
Carlo Grimaldi- es un hombre mayor, ingeniero jubilado, inteligente y en
posesión de todas sus facultades, con buena salud y sin más problema que
su absoluto desdén por sus semejantes y su hastío por la vida: algo que
Irene, de repente, no puede comprender ni soportar. La sorpresa y la
curiosidad la invaden, y también el desconcierto y la rebeldía. Por
primera vez, su trabajo le plantea una disyuntiva moral.
La película se adentra con valentía en el espinoso tema de la eutanasia,
sin ceder ante posibles –seguras- reacciones adversas de los sectores
más conservadores y rancios de la sociedad. Miel es una abanderada de la
libertad: para salvaguardar el derecho a decidir de cada cual, y también
para recibir y asumir las bofetadas de la vida, cuando llegan. Pero
además, Valeria Golino indaga y se pregunta acerca de la alienación y la
identidad, la construcción de la persona y su implicación con el resto
de la humanidad. A la sombra de la profunda misantropía de Carlo, Irene
–esencialmente humanitaria- sobrevivirá, quizás, a Miel para intentar
una nueva andadura.
Magnífico el tándem que forman Golino y Jasmine Trinca; la directora
consigue en todo momento una temperatura y un ritmo admirables, y la
actriz –vista en Caos calmo o La mejor juventud…- recoge
toda la luz de la película y la transforma en energía: la historia, que
transcurre equilibrada y voluntariamente distanciada, estalla
repentinamente, aquí y allá, cargada de emoción, gracias al talento de
su protagonista. (www.goodfilms.es)
MIEL
DE NARANJAS
(03.06.12)
Dir.:
Imanol Uribe
Pro.: Luis Galvão,
Enrique González Macho
Gui.: Remedios
Crespo
Int.: Iban
Gárate, Blanca Suárez, Karra Elejalde
Si
se puede hablar de un cine “periférico” en España –que yo creo
que sí-, hay que referirse, por una parte, al que se hace de espaldas a
la industria –raquítica, pero industria al fin y al cabo-, cuyo
ejemplo más actual podría ser “Iceberg”, de Gabriel Velázquez,
rodada en el río Tormes con cuatro chavales desconocidos; y por otra al
que se produce en las comunidades alejadas del epicentro de esa misma
–convengamos en llamar- industria: Madrid y aledaños; de estas
cinematografías, las que se me antojan más interesantes son la
andaluza, por su pujanza y cercanía argumental, y la vasca, siempre a
la cabeza de un cine valiente y social y políticamente comprometido.
Valga este exordio para acercarnos a la figura de Imanol Uribe, una de
las más representativas de esta última, director de películas
como El proceso de Burgos, La
muerte de Mikel, Adiós pequeña, El rey pasmado, Días contados, Bwana,
El viaje de Carol… Todas ellas interesantes, certeras y alguna
verdaderamente arriesgada. Y ésta de ahora también: Miel
de naranjas se sitúa en
la tenebrosa España de los años 50 del pasado siglo, cuando la
dictadura franquista se traduce en una feroz represión de las ideas y
actitudes contrarias al régimen. Los militares constituyen tribunales
que ejecutan juicios sumarísimos contra todo aquél sospechoso de
sedición o –lo más frecuente- comunismo; los acusados son
invariablemente considerados culpables, condenados y llevados al paredón
en cuestión de horas.
En ese terrible ambiente,
Enrique, el joven secretario judicial, asiste con pavor y resignación a
los acontecimientos. Los procesos, los juicios y sus crueles e
inmediatas consecuencias –la condena y el fusilamiento- se han
convertido para los ejecutores en una rutina despiadada, en la que caben
hasta las bromas y los insensibles automatismos burocráticos…
Para Enrique, desde luego, no. A duras penas cumple con su
obligación de levantar actas y archivar sentencias; trata de mantener
una dura imparcialidad, que cada vez necesita mayor control, y siente
que su razón está a punto de rebelarse… aunque también quiere
quedar bien con el tremendo presidente del tribunal, porque le tiene
miedo y, sobre todo, porque está enamorado de su sobrina Carmen. Los
dos jóvenes comparten, además del amor, la preocupación por el
momento que viven y el temor a un futuro que se les antoja muy problemático.
Y la verdad es que nada es sencillo en ese paisaje torturado y quebrado
por distintas líneas de tensión: un acierto del guión que convierte
la película, sobre la denuncia de aquellos sucesos, en una intriga
policial a la que se suma el juego de sentimientos de los protagonistas.
Enrique –Iban Gárate, por primera vez con un protagonismo absoluto,
que resuelve satisfactoriamente- se verá al fin obligado a tomar
partido, y será Carmen –lo mismo se puede afirmar de la solicitadísima
Blanca Suárez- quien lo ayude en la encrucijada; y en torno a ellos se
mueven militares de múltiple condición, paisanos, familiares,
militantes clandestinos o no tanto, participantes todos de una aventura
equívoca y peligrosa.
Cuando se fía el peso de la acción a unos protagonistas todavía
noveles, es necesario apoyarlos en un reparto sólido y eficaz; Uribe lo
sabe muy bien y por eso Iban y Blanca comparten pantalla con gente como
Eduard Fernández, Ángela Molina, Karra Elejalde, Bárbara Lennie, el
gran Antonio Dechent y otros de parecida categoría. Cada uno con
distinta importancia, pero todos entregados a cumplir su guión; que, si
tiene en cierto momento algún pequeño escollo, ellos contribuyen a
salvarlo.
A la faena se pone también Imanol Uribe –premio al mejor director en
Málaga, y la película mereció más-: está siempre atento al ritmo de
la narración, al crecimiento de sus personajes y a la progresión
argumental; sin medias tintas pero sin caer en excesivo apasionamiento y
dejando que hablen las imágenes para retratar en aguafuerte unos seres
creíbles y cercanos luchando por sus ideas en un escenario crudamente
real: una página de nuestra historia que no debe olvidarse ni
repetirse. (http://www.altafilms.com/site/sinopsis/miel_de_naranjas)
MIENTRAS DUERMES
(16.10.11)
Dir.:
Jaume
Balagueró
Pro.: Julio
Fernández Gui.:
Alberto Marini
Int.: Luis Tosar, Marta Etura, Petra Martínez, Alberto San Juan
Desde
su debut con la estupenda Los sin
nombre (1999), Jaume Balagueró ha disfrutado dando miedo a los
espectadores. Tras ésta dirigió OT:
La película
–nadie es perfecto-, pero luego se reivindicó con Darkness,
Frágiles, y la serie [Rec]
en colaboración con Paco Plaza. Balagueró ha rodado con repartos
internacionales, en español y en inglés, y siempre bajo la batuta del
muy listo Julio Fernández y con un ojo puesto en el público
norteamericano. Pero ahora ha dado un leve giro, para separarse del
terror puro, más o menos fantástico, más o menos “gore”, y para
inclinarse hacia el suspense psicológico, cercano al horror pero sin
ninguna de las convenciones del género: ni sustos, ni cámara
subjetiva, ni golpes de efecto estridentes o sangrientos. Al contrario:
los personajes y los escenarios no pueden ser más cotidianos, más
normales y sencillos. Al menos, en apariencia. Hay una casa, pero más
parece la de la Rue del Percebe que la de [Rec].
En principio.
Abajo está el portero y en los pisos, los vecinos. Primero conocemos a
César. Se levanta muy temprano, aún de madrugada. No está en sus
habitaciones del sótano del edificio; pero llega enseguida, se asea, se
dispone a trabajar. Limpia un poco, distribuye el correo, trae los periódicos
del día… Y empiezan a salir los vecinos: la señora Verónica, con
sus perritos; Úrsula, la niña del tercero, con su hermano y su padre,
que los lleva al cole; en sentido contrario, llegan los empleados de la
oficina del primero; y luego baja Clara, la joven siempre alegre, simpática
hasta para ir al trabajo.
César es atento, servicial, siempre dispuesto a hacer un favor o
resolver un problema doméstico. Al administrador, sin embargo, César
le cae fatal, no sabemos bien por qué. Hasta que poco a poco, el
personaje se va explicando. Primero es Úrsula, la niña espabilada y
despótica, la que nos hace sospechar; luego vemos que el hombre siente
algo parecido al desprecio por su anciana vecina Verónica, la de los
chuchos; y por último, podemos contemplar las siniestras –y
repetidas- actividades nocturnas del equívoco portero. Sabemos también
que César visita a su madre enferma, recluida en un hospital. La madre
está apenas consciente, no habla ni se mueve, pero su expresión y su
mirada cargada de dolor delatan el horror de haber parido semejante
monstruo.
César es un hombre atormentado. No puede ser feliz, porque es
absolutamente malo; sólo disfruta y se complace haciendo el mal, y la
alegría y la dicha de los demás le produce tanto daño que ha dedicado
su vida a impedirla por todos los medios. Molesta disimuladamente,
provoca, delata, miente y será capaz de llegar a violar y a matar si
con ello es posible borrar la sonrisa de una cara, amargarle el día a
alguien, acabar con una vida feliz. Como la de Clara, que parece inmune
a los problemas y que vive contenta y confiada, y más cuando su novio
viene a pasar con ella unos días de placer y risas. El colmo.
Luis Tosar encarna de nuevo un personaje negativo, aunque César no es
el Antonio de Te doy mis ojos,
ni mucho menos el “Malamadre” de Celda
211. Éste de ahora es perverso sin excusas, es un arquetipo de la
maldad absoluta. Aunque en la trama haya algún personaje fallido y un
par de errores de bulto –uno, bastante grave-, Balagueró ha
construido este protagonista sin fisuras, con una progresión dramática
perfectamente modulada y dejándolo expresarse con sus palabras tanto
como con sus silencios, hasta un remate final coherente en su maldad y
no tan abierto como parece.
Tosar, naturalmente, lo borda; como igualmente hacen Marta Etura con su
Clara y Petra Martínez en el papel de la impagable señora Verónica.
Como decía al principio, en esta película no hay sustos ni gritos,
pero eso no impide que el horror que nace en la inconsciencia de la
noche te hiele hasta los huesos. (www.mientrasduermeslapelicula.com)
MIENTRAS DURE LA GUERRA
(28.09.19)
Dir.: Alejandro Amenábar. Pro.: Alejandro
Amenábar, Fernando Bovaira, Domingo Corral. Gui.: Alejandro
Amenábar, Alejandro Hernández. Int.: Karra Elejalde, Santi
Prego, Eduard Fernández.
Hace ya 23 años del estreno de Tesis,
aquella película que dio a conocer a un joven director de 24
años, Alejandro Amenábar. Tesis fue una apuesta
arriesgada, y ese mismo amor por el riesgo no ha abandonado
nunca a Amenábar: Abre los ojos, Los otros –ya con un
reparto internacional-, Mar adentro –otra película
valentísima, reconocida con todos los premios, incluido el
Oscar-, Ágora, Regresión…
Mientras dure la guerra
es su séptimo largo. Cuenta las últimas semanas en la vida de
Miguel de Unamuno, desde el 19 de julio hasta el 12 de octubre
de 1936, un par de días antes de su muerte. El mismo 19 de julio
en que las tropas sublevadas se apoderan de Salamanca e imponen
el orden militar, Unamuno sale aun a la calle con sus amigos –un
pastor protestante y un joven profesor de universidad- a tomar
su habitual café. El escritor, cansado del desorden y la
violencia que imperan en la República, acoge de buen grado el
golpe, que le parece puede devolver a España la tranquilidad y
la paz.
Al mismo tiempo, en África, el general Franco
prepara su salto a la península. Quiere unirse a la Junta
militar que dirige las fuerzas rebeldes. Su hermano Nicolás y,
sobre todo, su amigo el general Millán Astray –el “glorioso
mutilado”, como él mismo se hacía llamar-, no se conforman con
eso: quieren verlo como jefe único y absoluto, un generalísimo
de los ejércitos.
La narración recorre el camino de los dos
personajes, protagonista y antagonista. Y los sigue
paralelamente, hasta que confluyen en el clímax de la obra: una
estructura clásica, un engranaje perfecto. Pero la película
contiene mucho más que la vida decreciente del pensador y el
auge imparable del militar, aunque ambos retratos sean la baza
más destacada y evidente: Unamuno –un maravilloso Karra Elejalde,
otra apuesta de riesgo más del director- es un hombre
contradictorio, indómito y fiel a sus creencias, aunque estas
varíen con el tiempo y las circunstancias; Franco –también
sensacional el casi desconocido Santi Prego- es un individuo
aparentemente apocado, pero en realidad es frío, astuto e
implacable; su camino se va abriendo, porque tiene suerte –la
famosa “baraka” que le atribuye Millán Astray- y porque sabe
jugar sus bazas. Unamuno, en efecto, murió en esos días; pero
Franco ha tenido 40 años para demostrar cuánto de acertado es
ese retrato. Fue nombrado Jefe del Estado mientras durase la
guerra, y se perpetuó en el cargo tras su victoria y con todos
sus muertos a la espalda.
Mientras dure la guerra
es una película emocionante e inteligente; objetiva pero no
equidistante, porque la historia tampoco lo es. Y está llena de
talento: Elejalde y Prego están magníficos, insisto, pero
también Eduard Fernández –el feroz Millán Astray- y el resto del
reparto, lo que confirma, además de su clase, la calidad de
Amenábar como director de actores. La verdad es que todo
funciona aquí: la buenísima fotografía de Álex Catalán, la
perfecta ambientación, el vestuario de Sonia Grande y hasta la
banda sonora, del propio Amenábar, que es, como sabemos, un
estupendo compositor.
Y como decía, la película también es poliédrica;
hay muchos mensajes y contenidos atravesando su metraje. El
guion, uno de los mejores que ha escrito Amenábar, llena de
significados cada rincón de la pantalla, sean las figuras
patéticas de los legionarios en camino, sean los disparos que
cruzan la atmósfera salmantina, o los cuerpos en las cunetas o
el esperpéntico canto del himno nacional. O el tonante Unamuno,
escupiendo a un coro de fascistas su famosa frase: “Venceréis,
pero no convenceréis”. Y, desde luego, el intencionado
protagonismo de la bandera. Abre y cierra la película, como una
reivindicación, y ocupa absolutamente el cartel, como un telón
que debe abrirse para dejar ver lo que hay detrás: un país en
conflicto. Porque Mientras dure la guerra es una
confrontación, un alegato y el relato de unos hechos de hace 80
años. Pero es también un espejo en el que mirarnos y, mucho más
de lo que podamos creer, una foto fija de la España de hoy.
MINARI. HISTORIA DE MI FAMILIA
(13.03.21)
Dir. Lee Isaac Chung. Pro.: Dede Gardner, Jeremy Kleiner,
Christina Oh. Gui.: Lee Isaac Chung. Int.: Steven Yeun, Yeri
Han, Alan Kim.
Hasta la fecha, no tenía más noticia de Lee Isaac Chung que el
hecho de ser estadounidense hijo de coreanos del sur y que su
primera película, Munyurangabo -sobre el sangriento
enfrentamiento entre hutus y tutsis en Ruanda- fue muy bien
recibida en Cannes en 2007. No la he visto, y tampoco sus dos
siguientes obras: Lucky life (2010) y Abigail Harm
(2012). Ahora esta Minari, después de triunfar en
Sundance, ha sido premiada con el Globo de Oro a la mejor
película extranjera… siendo cien por cien americana. De hecho,
Brad Pittt y el protagonista, Steven Young, son productores
ejecutivos de la cinta, que, eso sí, está rodada en coreano en
más del 50%, lo que la habilita para esta categoría. En la que
también competían, Otra ronda, La llorona,
Entre nosotras y La vida por delante. No digo más,
que se me entiende todo.
Este
“minari” es una especie de perejilillo que planta la abuela de
David y que prende y crece estupendamente entre la foresta y el
arroyo, símbolo del propio arraigo de la familia. David tiene 7
años, y con sus padres y su hermana mayor llega a su nueva casa,
un “móvil home” instalado en una finca de Arkansas. Jacob, el
padre, es un experto sexador de pollos, pero su deseo es
convertirse en granjero, tener su propia autonomía e integrarse
en el tejido industrial y comercial del país.
A
Monica, su mujer, no le gusta nada ni el nuevo “hogar”, ni el
descampado en el que está instalado, ni la pretensión de Jacob
de convertirlo en una productiva huerta. Ella lo tiene bastante
claro desde el principio, recelosa de las habilidades de su
marido para la agricultura y asustada ante la inmensidad de la
tarea y la soledad en la que la acometen. Por eso consigue que
su madre se reúna con ellos y, al menos, pueda cuidar de los
niños. Aunque no resulte ser una abuela muy convencional, y el
pequeño David es el primero que lo acusa.
Parece que el director y guionista de la película se ha
inspirado en su misma historia; de hecho, el argumento respira
autenticidad y también una evidente intención de destacar la
mítica posibilidad de que cualquiera, hasta un humilde
inmigrante coreano, puede abrirse camino en la tierra de las
oportunidades infinitas. De ahí, seguramente, parte de la
complacencia con la que se ve el filme por aquellos pagos.
De
todas maneras, Minari tiene otros valores: aunque los
protagonistas principales son los padres, la mirada del niño
funciona como un testigo fiel, inocente y pícaro a partes
iguales y con esa inteligencia propia de quien se acostumbra a
solventar dificultades mayores de las normales. La presencia
constante del crío dota al relato de una sensibilidad especial,
que se muestra en un montaje muy sintético, con largas escenas
entre potentes elipsis, siempre con un ritmo delicado y
armonioso. Que permanece incluso en los momentos más duros, como
cuando el matrimonio está a punto de quebrarse, o cuando la
enfermedad acecha y la tragedia casi definitiva se deja caer
sobre la familia.
Muchas cosas suceden a lo largo de un año, más o menos el tiempo
que desarrolla la película, llena también de referentes
culturales: no solo la vida familiar, sino también la religión y
la superstición, la tradición y la modernidad, la naturaleza y
sus ritmos y, siempre, el espíritu de superación y la necesidad
de la integración.---
Y
todavía hay espacio para que estos intérpretes, mayores y
pequeños, nos apabullen con su trabajo. Sobre todo el pequeño
Alan Kim, que hace de su David una creación propia de un actor
consagrado. Y el resto del grupo lo acompaña con parecidos
resultados.
Por último, siguiendo con mi cruzada particular a
favor de los títulos originales, tengo que reconocer el acierto
del que le han puesto aquí: Minari: historia de mi familia. Pues
menos mal, porque si no, igual no nos habíamos dado cuenta…
MONUMENTS
MEN
(23.02.14)
Dir.:
George Clooney
Pro. y
Gui.: George
Clooney, Grant Heslov
Int.:
George Clooney, Matt
Damon, Cate Blanchett
Pocas personalidades tan interesantes como la de George Clooney en el
actual cine americano: crecido en una familia de artistas, actor de
carisma irresistible –casi cuarenta películas de todos los géneros y más
de treinta papeles en series de televisión, con Urgencias a la
cabeza-, productor de una treintena de títulos y guionista y director de
cinco, de los más significativos quizá de su carrera: Confesiones de
una mente peligrosa, Buenas noches y buena suerte, Ella es el partido,
Los idus de marzo y esta nueva, que reúne todas sus facetas.
Monuments Men
es una página –más o menos novelada- de la Historia del Siglo XX.
Durante la II Guerra
Mundial, los alemanes procedieron al saqueo sistemático de las obras de
arte que encontraron en las grandes colecciones –las privadas de los
ricos judíos franceses, sobre todo- y, de paso, en museos, iglesias y
palacios de toda la Europa ocupada. Miles de cuadros, esculturas y
objetos artísticos fueron seleccionados y escondidos para su posterior
traslado a Alemania para nutrir el gran museo del III Reich ideado por
Hitler. En los últimos tiempos de la contienda, todavía el omnipotente
Hermann Göring visitaba con frecuencia el parisino Jeu de Paume, donde
se almacenaban miles de obras, para escoger las que quería llevarse.
Con la derrota final del ejército nazi, siguiendo instrucciones del
propio Hitler –el terrible “Decreto Nerón”-, muchas de esas piezas se
destruyeron con furia incendiaria. Otras permanecieron ocultas en
distintos lugares, desde casas particulares hasta minas abandonadas; y
muchas más cayeron en poder de los soldados rusos, que las llevaron a su
país. Y en esos momentos, alertados por esta dolorosa situación, un
grupo de voluntarios americanos –media docena de veteranos arquitectos,
restauradores e historiadores- decidieron volar a Europa para rescatar
cuantas obras pudieran, y devolverlas a sus legítimos dueños. Al menos,
eso es lo que cuenta la película. Como decía, George Clooney escribe,
produce y dirige este relato y además capitanea el pelotón de maduros y
esforzados combatientes por el arte que forman Bill Murray, John
Goodman, Bob Balaban, Jean Dujardin y otros: los infatigables “Monuments
Men” que se jugaron la vida –y algunos la perdieron- tratando de
salvar el legado histórico de la cultura europea.
Bajo la dirección del profesor Frank Stokes –George Clooney-, el grupo
se reparte en misiones de distinto grado de dificultad y peligro: uno va
a París para tratar de obtener un catálogo de las piezas robadas,
mientras los demás se reparten por los terrenos recién reconquistados e
incluso en el mismo frente de la retirada alemana. Buscan sobre todo dos
obras de incalculable valor: el Políptico de Gante –el gigantesco
retablo de los hermanos Van Eyck-, y la maravillosa Madonna de Brujas,
esculpida por Miguel Ángel. Las pesquisas van dando resultado, fruto de
la exhaustiva investigación, el empeño de los rescatadores y también,
por supuesto, de la suerte que a veces los acompaña.
Aunque no siempre ayude al Clooney autor del evento. Partiendo del texto
de Robert Edsel y Bret Witter, el guion simplifica los hechos
peligrosamente. No solo en la reducción del número y disposición de los
expedicionarios –no sería lo más grave, gracias al estupendo reparto-,
sino también en la progresión y la intensidad de sus acciones. La
narración se hace pronto demasiado rutinaria, sin excesiva emoción y con
cierto sentido del humor que no acaba de encontrar acomodo. Monuments
Men apunta a película bélica clásica, a drama
histórico-político-cultural y a policiaco con suspense; y seguramente se
queda a medio camino de todo ello.
Al
final, Clooney quiere cargar las tintas –siguiendo aquí la tesis
original del libro- en la difícil cuestión de si una obra de arte vale
más que una vida humana, sacrificada por salvarla. En realidad, fueron
cinco millones de piezas las rescatadas, pero aun así… la respuesta
tiene más aristas de las que muestra el convencido historiador Frank
Stokes, protagonista de la historia en la pantalla. (http://www.monumentsmen.es/)
MOONLIGHT
(11.02.17)
Director: Barry Jenkins.
Intérpretes: Ashton Sanders, Mahershala Ali, Naomie Harris.
La primera película de Barry Jenkins, Medicine for melancholy
está inédita en nuestras pantallas, pero ahora estrena Moonlight,
y se ha colocado en cabeza de la nómina de directores afroamericanos
de Hollywood con esta emocionante historia que refleja la vida en un
barrio marginal de Miami, su ciudad natal.
El filme cuenta en tres partes la vida de su protagonista, Chiron,
un chaval tímido y acomplejado, que sufre en su casa por la difícil
convivencia con una madre soltera y drogadicta, y en la calle y en
el colegio con la hostilidad de los violentos chicos de la zona.
Solo se sostiene por la amistad con Juan, con un dealer cubano que
le coge cariño y le regala las primeras lecciones para la vida.
El relato progresa en el tiempo y Chiron crece, se convierte en un
problemático adolescente agobiado por su sexualidad y su entorno tan
hostil, y luego, en la conclusión, en un hombre que se enfrenta a la
pelea de la vida adulta y busca a tientas su lugar en el mundo y su
identidad como persona. Y también la amistad y, si es posible, el
amor.
Moonlight
es un emotivo retrato del protagonista y sus alrededores; pero es
mucho más que una biografía: es un derroche de sentimiento y una
mirada compasiva sobre unas gentes a la deriva que buscan
desesperadamente su rumbo. Y, por encima de todo, es una lección de
cine, con un solidísimo guion, una fotografía y una puesta en escena
excepcionales, con una cámara de exactitud milimétrica, una
magnífica banda sonora y un plantel de intérpretes –expertos y
noveles- en estado de gracia, orquestado todo por el talento y la
capacidad poética de Barry Jenkins.
MOONRISE KINGDOM
(17.06.12)
Dir.:
Wes Anderson
Pro.: Wes Anderson, Scott Rudin Gui.: Wes Anderson, Roman Coppola
Int.: Jared Gilman, Kara Hayward, Bruce Willis, Edward Norton, Bill
Murray, Frances McDormand, Tilda Swinton, Harvey Keitel, Jason
Schwartzman...
Otro director de indiscutible
personalidad. Las películas de Wes Anderson –Academia Rushmore, Los
Tenenbaums, Vida acuática, Viaje a Darjeeling, Fantástico Sr. Fox-
se distinguen a la primera secuencia; casi, al primer plano. Su
sentido de la narrativa, el tiempo y el ritmo; el tratamiento de la
imagen y el sonido, el color, la fotografía…, todo revela la autoría, la
poética personal e intransferible de este creador.
Moonrise Kingdom
es otra historia con niños, pero está en las antípodas de la de
Velázquez (Iceberg). Lo que en aquélla es retrato en blanco y negro de una
dolorosa realidad, se convierte en ésta en artificio multicolor, bañado
por la luz de la luna, encendido por rayos y centellas –no todos
imaginarios- y atravesado por un sentido del humor que va de la ternura
a la demencia. Todo ello sin reposo y continuamente sorprendente. Y
además, esta es una historia de amor.
Suzy y Sam son dos críos de 11 o 12 años. Y están enamorados. Así que se
marchan juntos: Suzy se escapa de su casa, aprovechando que su madre
está entretenida con el sheriff y su padre está como si no estuviera; y
Sam se escapa del campamento scout en el que pasa –malamente- el verano.
El aturullado jefe del campamento organiza la persecución de Sam, y los
padres de Suzy, también. Y el sheriff. Y la adusta y burocrática
asistente social, y la policía, y todo el mundo.
Los niños llevan ventaja, aunque sus perseguidores son expertos y
perseverantes; pero no es el éxito de la escapada lo que importa, sino
la propia escapada, la aventura, el viaje. En todas las películas de Wes
Anderson, los personajes van y vienen, se mueven, viajan… y aprenden. Y
el espectador no tiene más remedio que simpatizar con ellos, aunque
estén chiflados o aunque sean, como en este caso, unos niños malutos y
desobedientes. (http://focusfeatures.com/moonrise_kingdom)
MORTADELO Y FILEMÓN CONTRA JIMMY EL
CACHONDO
(30.11.14)
Dir.: Javier Fesser
Pro.: Francisco Ramos, Luis
Manso Gui.: Javier Fesser, Claro García
Int.: Karra Elejalde, Janfri Topera
La nueva aventura
de Mortadelo y Filemón, de nuevo con Javier Fesser al timón,
pretende llegar a todos los públicos y conseguir que todos se partan de
risa. Eso es lo que le pasa también al malvado Jimmy –el enemigo de
turno de la pareja-, que es capaz de cometer las más terribles fechorías
–volar por los aires la sede de la TIA, por ejemplo-… porque le
divierten mucho. Es tan cachondo Jimmy, que incluso en la puerta de su
guarida secreta ha puesto un letrero que dice “guarida secreta de
Jimmy”; y puede encargar misiones distintas a sus dos secuaces, dos
malvados hermanos siameses… muy peligrosos. Aunque no tanto como
Tronchamulas, un feroz y gigantesco delincuente que se escapa de la
cárcel –por el procedimiento de echar la tapia abajo- y que quiere
vengarse de Mortadelo.
Claro que a este le ayuda –es un decir- Filemón, además de contar con
las fuerzas vivas de la TIA: el superintendente Vicente, la señorita
Ofelia y el profesor Bacterio. Y también están otros muchos personajes,
viejos y nuevos conocidos de los personajes de Ibáñez; que imagino que
estará satisfecho, porque la película de Fesser es un auténtico tebeo
como los que forma el genial dibujante. En movimiento, claro. ¡Y qué
movimiento! El ritmo de los acontecimientos, los chistes, las carreras,
trompazos, explosiones y demás hecatombes es tan furioso que uno no deja
de sorprenderse, de sonreír y reír a ratos, pero acaba tan agotado como
si el mismo Jimmy le hubiera pegado un ladrillazo en la cabeza. Igual es
que hay que ver la peli varias veces para disfrutar y enterarse de todo
lo que pasa.
MORTADELO Y FILEMÓN. MISIÓN:
SALVAR LA TIERRA
(27.01.08)
Dir.:
Miguel Bardem
Pro.: Paloma
Medina, Teddy Villalba Gui.:
Miguel Bardem
Int.: Edu Soto, Pepe Viyuela, Janfri Topera, Carlos Santos, Álex
O'Dogherty
Mortadelo
y Filemón forman parte, sin duda, de la mitología española contemporánea.
Creados hace ahora cincuenta años por el genial Francisco Ibáñez, los
dos inmortales personajes son seguramente los únicos capaces de
codearse en el Olimpo de las historietas con Astérix, con Tintin, con
Corto Maltés y con los superhéroes de la Marvel. De su inmensa
popularidad da buena cuenta el hecho de que
en su primera aparición en la pantalla grande, hace cinco años,
rompieron las taquillas y se alzaron con el título de película más
vista del año.
Y ahora, los
esforzados y desternillantes agentes de la T.I.A.
regresan... para salvar al planeta entero de los peligros que lo
acechan. Filemón sigue siendo muy parecido a Pepe Viyuela, y Mortadelo
tiene ahora los rasgos –prestos al disfraz, a la metamorfosis y a la
pirueta- de Eduard Soto, antes conocido como “El Neng de Castefa” y
otros alias. Viyuela es el Filemón ideal; su capacidad gestual –es,
posiblemente, el mejor “clown” de este país- y su elasticidad lo
convierten en un perfecto personaje de cómic, ayudado además por
cuantos efectos especiales se puedan imaginar. En cuanto a Mortadelo, el
inefable Benito Pocino, protagonista de la primera película, era
realmente un calco del personaje; pero Edu Soto, convenientemente
caracterizado, lo supera: quizá no posee el encanto naif de Pocino,
pero es mucho mejor actor; que, aunque pudiera no parecerlo, también es
muy importante en una película como ésta.
El resto de las comparaciones tampoco desmerecen en la presente
aventura: reaparecen el Súper, el profesor Bacterio –culpable de los
inventos más atroces-, la descomunal secretaria de la T.I.A., Ofelia, y
hasta Rompetechos, esa especie de Mr. Magoo bajito trasladado por Ibáñez
a los escenarios españoles; todos, interpretados de nuevo por los
mismos actores: eso le da a la película apariencia de continuidad. Pero
la gran baza del argumento reside, como no podía ser por menos, en los
“malos” de la historia. Además de otros secuaces de menos calado
–cuya característica principal es siempre la grandísima fuerza unida
a un escasísimo cerebro-, Mortadelo y Filemón se enfrentan al malvado
Botijola y a su ayudante Todoquisque. Éste se llama así, seguramente,
porque compite con Mortadelo en su capacidad para el disfraz y para
convertirse por arte de magia en la persona que desee; naturalmente, es
un enemigo peligrosísimo. Y no digamos su jefe, empeñado en dejar que
el planeta se muera de sed, acabando con todas las reservas de agua
habidas y por haber, para luego obligar a todo el mundo a comprar el
brebaje de su invención. Que es evidente que está malísimo, dicho sea
de paso; pero para eso es el malo de la película, la mente criminal que
trae en jaque a los servicios secretos más conspicuos y profesionales
de la Tierra.
Precisamente ahí arranca la historia, cuando las potencias mundiales,
aterrorizadas, acaban por determinar pedir ayuda a la única organización
que les queda: la T.I.A. La agencia –española, por supuesto- dirigida
por el Súper, está en horas muy, pero que muy bajas; casi, casi, a
punto del derribo. Y la causa, precisamente, es que, como todo el mundo
sabe –y si no, nos acabamos de enterar-, Mortadelo y Filemón han
abandonado el servicio. Para colmo, están enfadados entre sí; por
culpa, parece, de los devaneos amorosos de Filemón con la hermana de
Mortadelo, la joven y virginal –es un decir- Toribia. Parece que no
sirve de nada que Filemón proclame su inocencia, tal es el enfado de su
colega y antes amigo..., hasta que la presión del Súper y la gravedad
de la situación, con Bacterio desaparecido y sus inventos haciendo
estragos por todos los rincones, hace que la superpareja decida unir de
nuevo sus fuerzas para luchar contra el mal.
Sería imperdonable tratar de explicar los personajes de Ibáñez. En la
pantalla están como salidos de las páginas de los tebeos: la pareja se
complementa a la perfección y conservan inamovibles sus roles: Filemón
parece ser el jefe, y las decisiones importantes las toma él... pero su
ayudante lo rebasa en todos los terrenos y convierte cada apuro, cada
contratiempo, en un peligro mayúsculo para su superior; sencillamente,
porque él mismo no se cree que lo sea; al contrario: Mortadelo es, pese
a su torpeza, un superviviente, un listo, un mago capaz de sacar de su
chistera –aquéllas primeras historietas...- el disfraz más
extraordinario para salir indemne de la situación, aún a costa de
empeorar la de su camarada.
Así sucede en la película: Miguel Bardem, un director especialmente
dotado para el imaginario –recordemos Noche
de reyes y La mujer más fea
del mundo- ha dispuesto casi de la misma ilimitada capacidad de
fabulación que la que verdaderamente tiene Ibáñez con sus lápices.
La pantalla se convierte, de este modo, en viñeta de cómic, y casi,
casi, más que oírlos hablar, vemos salir de las cabezas de los
protagonistas “bocadillos” con el texto. Y no hay reposo; a una
velocidad de crucero de un efecto por minuto –si no más-, la trama se
va desarrollando a ritmo creciente: un “gag” sucede a otro, a un
conflicto otro mayor, y a cada ocurrencia, otra más formidable, más
descalabrada. Mortadelo y Filemón buscan a Bacterio, se meten en la
peligrosa máquina del tiempo –o es en la moderna ducha, los dos
inventos son muy parecidos- y se enfrentan a gladiadores monstruosos y a
perritos maniáticos; a Torquemada –o un primo suyo- y a la colaboración,
todavía más peligrosa, de la oronda secretaria. Y al fin, al malvado
Botijola y a sus esbirros, todos, siempre, con la malsana intención de
matarnos... de risa.
Hay
momentos estupendos en la película, desde la divertida presentación
hasta la trepidante secuencia final, con un enfrentamiento “físico”
entre buenos y malos repleto de efectos –la animación digital ha
venido a proporcionar resultados cada vez más espectaculares-, y
pasando por toda una galería de chistes verbales y, sobre todo,
visuales, en la línea del mejor tebeo de “línea clara”. Y en
general, todo el argumento se sostiene sobre la tensión del más difícil
todavía: la facilidad de los protagonistas para meterse en líos,
tergiversar la realidad más evidente y salir, asombrosamente, casi
ilesos de tantas
dificultades; como un Bond de andar por casa, pero en clave de comedia.
Que tampoco hay que buscarle más de estos tres pies al gato de esta
historia. Se trata de ofrecer, en resumen, un rato de diversión; que
sirva como homenaje a la longevidad de los personajes más grandes de
nuestro cómic, y de paso a su autor, que lleva tantos años metiéndolos
en tan esforzadas aventuras. Y no se han escatimado esfuerzos para que
la película se “lea” como una historieta y para que, dentro de
poco, ocupe un lugar –el DVD casero, por ejemplo- entre los demás
“Mortadelos” en nuestra estantería. (www.myfmisionsalvarlatierra.com)
MR. TURNER
(21.12.14)
Dir.:
Mike Leigh
Pro.: Georgina Lowe
Gui.: Mike Leigh
Int.: Timothy Spall, Dorothy Atkinson, Marion Bailey
Lo que un día fue
la avanzadilla del cine británico –y europeo- es hoy una muestra de
clásicos –Ken Loach, Terence Davies, Stephen Frears, Jim Sheridan- que
atesoran toda la experiencia, no han perdido vigencia y siguen
demostrando su calidad y su talento. Como Mike Leigh: 71 años y una
docena de películas estupendas, entre las que están Grandes
ambiciones, Secretos y mentiras –con la que ganó un buen
número de premios y rozó el Oscar-, Dos chicas de hoy, El
secreto de Vera Drake, Happy, un cuento sobre la felicidad y la
extraordinaria Another year.
Cine sin contemplaciones, exacto como una radiografía, lleno de
personajes y escenarios certeros y agudos como una saeta. Y lleno de
amor también; pocos autores quieren tanto a sus criaturas como este
inglés tan menudo y tímido como enorme en su inteligencia. Con
Another year había colocado el listón bien alto, pero lo ha superado
ahora con esta deslumbrante biografía del pintor Turner. De los últimos
veinticinco años de su vida, más exactamente: los que ocupan el segundo
cuarto del siglo
XIX.
En la relamida sociedad inglesa de la época, lo importante es guardar
las formas y la discreción. Exactamente lo que no hace Joseph M. William
Turner, un hombre de vida disoluta, excéntrico, gruñón y antipático, y
un pintor maravilloso. A cualquier hora, en los lugares más dispares,
puede vérsele tomando apuntes del paisaje o de cualquier elemento, al
tiempo que su retina acumula y guarda la luz de cada instante. De vez en
cuando se acuerda de volver a su casa, donde lo aguarda su anciano
padre, bastante menos preocupado que la doncella que atiende a ambos. A
él, Turner lo adora, tanto como la maltrata a ella, que, secretamente
enamorada del pintor, se lo tolera todo. Todo significa todo, porque la
falta de escrúpulos y de sentimientos de Turner no parece tener límites.
Mientras abusa de su criada, no duda en olvidarse de su mujer y sus dos
hijas, a las que casi ni conoce, y frecuenta los burdeles de Chelsea con
una mezcla de erótica indiferencia que mezcla la pulsión estética con la
lujuria. En los salones palaciegos o en las galerías de la Real Academia
de las Artes se muestra displicente y egoísta, incapaz de un elogio o
una muestra de interés por sus colegas.
Y en sus últimos años, Turner vive aun más anárquicamente, mientras su
pintura se hace a la vez más pura, más abstracta –más revolucionaria- y
menos del gusto de sus coetáneos de la distinguida clase alta londinense
y de la exquisita Academia. Un personaje tremendo, en resumen; quizás a
este, Leigh no lo quiera tanto, pero le sirve para el lucimiento de su
protagonista y su director de fotografía.
Timothy Spall, habitual secundario –obligado por su físico- del cine del
Reino Unido, borda una interpretación descomunal, acorde con su
personaje. Su Turner no habla: gruñe; no camina, arrasa. Y su trazo en
el lienzo, que puede ser delicado, a veces se arrebata en un brochazo
feroz que cruza la tela como un relámpago. Y lo maravilloso es que
dentro de la tosca corteza del personaje, Spall demuestra una infinita
gama de matices: en un gesto, en un respingo, en una mirada, en la
respiración entrecortada o en el temblor de unos dedos. Un grandísimo
trabajo de este grandísimo actor.
Dick Pope, de la mano del director, lleva a la pantalla la paleta de
Turner, impregnando la atmósfera de la película de la luz y los colores
del pintor, preciosista y minuciosa en los detalles, como en los mejores
óleos, llena de fuerza y también delicadez impresionista como en las
acuarelas. La película no solo es Turner; es, además, la pintura, la
obra de Turner. Y su época: Leigh se ha cuidado –gracias también a su
estupendo guion- de retratar al pintor en su laberinto: las gentes que
lo rodean, los lugares que habita y el aire que respira son también
protagonistas del relato: una biografía apasionada y apasionante de un
maestro de la luz realizada por un maestro del cine.
(www.wanda.es)
MULA
(09.03.19)
Dir.: Clint Eastwood.
Pro.: Clint Eastwood, Dan Friedkin, Jessica Meier.
Gui.: Sam Dolnick. Int.: Clint Eastwood, Dianne Wiest, Bradley
Cooper.
Nueva película de Clint Eastwood la número 60 como actor y la
trigésimo octava como director; además de producir 45 y hasta poner
la música en otra treintena. Un maestro, un genio del séptimo arte,
que en mayo cumplirá 89 años. Es inmortal.
La
verdad es que desde la mitad de Gran Torino para acá, el
último cine de Clint Eastwood me había interesado, con algunos
chispazos de excepción, bastante poco. Lo veía bastante agotado,
exageradamente conservador y lastrado por cierta ñoñería patriotera.
Pero llega este personaje de Mula y me derriba todos los
esquemas. Claro que cualquier película de Eastwood con él dentro es
mejor, pero es admirable que a estas alturas se ponga delante y
detrás de la cámara y lo haga con la personalidad, solvencia y el coraje que
demuestra.
El
protagonista, Earl Stone, también es un nonagenario curtido por la
vida y sus derrotas. Está en la ruina, desahuciado y sin más bien
que su vieja Ford que anda con las bielas por los suelos. Ha vivido
épocas mejores, ha sido un floricultor de éxito y su negocio iba
viento en popa… hasta que los nuevos tiempos han impuesto nuevos
modos y él no ha sabido adaptarse. Además, Earl está solo; abandonó
a su familia –mujer e hija- por su obsesión por el trabajo, y ahora
comprende que nadie le quiere.
Bueno, sí le quieren algunos tipos. En concreto, los que le proponen
ganarse fácilmente unos dólares llevando un alijo de droga en su
camioneta. Piensan, y él también lo cree, que nadie va a reparar en
un anciano que va por la carretera cantando a pleno pulmón las
canciones que suenan en la radio. Y tienen razón, y así comienza un
nuevo negocio, que, viaje tras viaje, permite a Earl volver a tener
dinero, comprarse una flamante camioneta nueva y además repartir
algo entre amigos y necesitados varios.
Lo
malo es que la policía no es tonta –en América, por lo menos- y la
DEA, la Agencia anti droga, ha puesto al inteligente y concienzudo
agente Bates tras ese llamativo movimiento de mercancía. Y los
propios narcos se van volviendo cada vez más exigentes y peligrosos.
En fin, que todo apunta a un final cercano al rosario de la aurora,
o como se estile por allende esas fronteras.
Clint Eastwood está a sus anchas en este relato. Domina todos los
registros, como actor –en un personaje delicioso, todo ojos y
corazón- y director. La historia se inicia, es verdad, con un
prólogo que quizá peque de esquemático y acelerado; pero se lo
perdonamos, porque ya la película dura dos horas y porque todo lo
que viene a continuación es de primera calidad. Apoyado en un
estupendo reparto, que incluye, además de los citados, a Andy
García, Laurence Fishburne y Michael Peña, entre otros, Eastwood
convierte Mula en un espectáculo más que digno, con interés
constante, emoción, sentido del humor, su buena dosis de
incorrección y muchos, muchos momentos de
verdadero cine.
MY BLUEBERRY
NIGHTS (14.12.08)
Dir.: Wong Kar Wai
Pro.: Stéphane Kooshmanian, Jean-Louis Piel, Wang Wei, W.K.W. Gui.:
Wong Kar Wai, Lawrence Block
Int.: Norah
Jones, Jude Law, Natalie Portman, Rachel Weisz
Wong
Kar Wai es chino, nacido en Shanghai y afincado en Hong Kong; dirige
desde 1982 y es el autor de una treintena de películas, poco conocidas
al principio fuera de su país pero aclamadas sucesivamente en todo el
mundo desde 1995 –con Fallen
angels y Happy together- y sobre todo desde el 2000, con In
the mood for love (Deseando amar), una de la mejores películas de
las últimas décadas. Después realizó 2046
–una especie de epílogo futurista de la anterior-, un episodio de Eros
–junto con
Antonioni y Soderbergh- y esta deslumbrante Mis
noches de arándanos americana.
Que Wong Kar Wai dirigiera en Estados Unidos era algo que se veía
venir; había enorme curiosidad por comprobar como se resolvía el reto,
y más cuando pasaban los meses y la película no llegaba a estrenarse.
Aquí está, por fin, y no decepciona: todo lo contrario. Para empezar,
cuenta con el descubrimiento de Norah Jones, la extraordinaria cantante,
como una espléndida actriz, dúctil, sensible, muy atractiva y
contundentemente fotogénica. Ella es Elizabeth, Liza, Beth... Va
cambiando su nombre según su rastro se borra por las esquinas de América,
en una especie de “road movie” de sentimientos que la libera y la
ata a partes iguales.
Las películas de Wong Kar Wai –como pasa con todo el cine de verdad-
no se pueden contar. O sí se pueden contar, pero da igual: el relato
está en la pantalla, y en ese espacio infinito que va desde lo más
hondo del plano hasta el fondo de la retina del espectador; y se
mantiene en la memoria aún cuando ya no lo vemos; al salir de la sala,
y mucho tiempo después, la película sigue viva. El tiempo y el espacio
–en Deseando amar, en 2046-
se fragmentan y se recomponen en el universo personal de Wong Kar Wai.
En My blueberry nights, también,
pero el discurso aquí es menos hermético, más descriptivo; quizás
porque los personajes que pueblan el periplo de Elizabeth –el policía
autodestructivo, la ex esposa fatigada, la joven jugadora- son, como
ella misma, americanos; y también el paisaje, la ciudad y los
comportamientos. Eso hace cambiar el punto de vista del narrador –y la
parte con Natalie Portman es la expresión más evidente-, pero Kar Wai
sigue siendo un maestro de la elipsis, del ritmo y la planificación, y
un poeta de la imagen: la pantalla se enciende, cambia de color –como
los neones del bar de Jeremy-, se agranda o se estrecha, se nubla, se
introduce por la oquedades del alma de los protagonistas...
Jeremy es la piedra angular en el viaje de Elizabeth, es su principio y
su final. La barra del bar separa a los jóvenes, no sólo físicamente.
Jeremy se quedará detrás, custodiando las llaves perdidas de los
clientes que no volverán, preparando tartas que no se van a consumir y
contemplando una y otra vez el vídeo en el que ella resplandece y luego
desaparece, delgada y fugitiva como el humo de su eterno cigarrillo en
soledad. Elizabeth se marcha, dejando que su huella se pierda, el teléfono
no la alcance y su recuerdo no ocupe más espacio que una tarjeta postal
que atraviesa el país por azar. Ella cambia y permanece; viaja, se
detiene un momento, se deja llevar: busca y sabe que encontrará.
Magnífica Norah Jones, que además presta su voz cálida y envolvente a
la partitura de la película, que no es sólo musical; como siempre,
Wong Kar Wai enlaza magistralmente en su pentagrama melodía,
sentimiento, imágenes de belleza apabullante y extraordinarias
interpretaciones: estupenda Natalie Portman, pero también Rachel Weisz
y un David Strathairn que traspasa la conciencia del espectador.
Jude Law se lleva la mejor
parte. Jeremy, su personaje, es, en realidad, el testigo de esta
historia. Es él quien ve llegar a Elizabeth desencantada y hambrienta,
quien la ve partir doliente pero decidida y quien esperará su regreso
–todos los días y todos los kilómetros que haga falta- para
recuperar el sabor de la tarta de arándanos en el beso dulce y delicado
de su boca.
(www.myblueberrynights.es)
|