Por Larry D'Abutti
=L=
LA BATALLA DE LOS SEXOS
(04.11.17)
Dir.: Jonathan Dayton, Valerie Faris.
Pro.: Danny Boyle, Robert Graf, Christian Colson. Gui.:
Simon Beaufoy. Int.: Emma Stone, Steve Carell, Elisabeth Shue.
Dayton y Faris son los directores de aquella divertida –y también
cáustica- Pequeña Miss Sunshine y de la deliciosa Ruby
Sparks. En su cine, los personajes femeninos ganan; y en su
nuevo estreno, ahora con guion de Simon Beaufoy –Full Monty,
Slumdog millionaire, Los juegos del hambre: En llamas-,
mucho más. No solo por el resultado del descomunal partido de tenis
que centra el argumento, sino porque este está poblado de una
pléyade de personajes femeninos y tan solo uno y medio de
masculinos.
Al
comienzo de los años setenta del pasado siglo, las jugadoras
profesionales de tenis se enfrentan a Jack Kramer, el todopoderoso
amo del circuito, exigiendo ganancias iguales a las de sus
compañeros hombres. Kramer –este es el medio personaje, que
interpreta Bill Pulman- se niega y las tenistas, encabezadas por
Billie Jean King, lo dejan plantado y organizan su propio circuito,
lo que sería el embrión de la actual WTA.
La
iniciativa empieza a desarrollarse con cierto éxito, mientras
cosecha un sinfín de ataques y desprecios por parte de los muy
misóginos medios y estamentos deportivos. El adalid de la oposición
es un tenista retirado, Bobby Riggs –ex campeón de los grandes
torneos-, un hombre desagradable, soberbio y excesivo, además de
ludópata y machista. Este es el personaje completito –que recrea al
borde de la exageración Steve Carell-, y su duelo verbal primero y
finalmente deportivo con Billie Jean King justifica el título de la
película.
Billie Jean King –no hace falta decirlo, es en la pantalla la
encantadora y muy competente Emma Stone- y Bobby Riggs se
enfrentaron realmente en 1973 en un acontecimiento que fue seguido
por toda América y el resto del mundo; hasta 90 millones de
espectadores lo presenciaron por televisión. La batalla de los
sexos cuenta el partido, claro; pero cuenta también la vida de
sus protagonistas durante toda su preparación, con las idas y
venidas de unos y otros, y los tejemanejes que en alguna ocasión
estuvieron a punto de hacer naufragar el proyecto.
Riggs, cada vez más engreído, ve como su matrimonio se rompe;
mientras, Billie Jean encuentra el amor y la verdadera expresión de
su sexualidad. Y los dos, enfrentados fuera y dentro de la pista,
personifican la eterna guerra entre los géneros: las mujeres,
decididas a conquistar la igualdad, y los hombres, empeñados en
impedírselo. La película es una comedia y quizá nada más, pero aun
sin querer encierra un fondo de verdad incuestionable y la denuncia
de una injusticia que parece no acabar. Porque más de cuarenta años
después de aquellos hechos, en el tenis –y no solo en el tenis- aun
ellas siguen ganando bastante menos que ellos.
LA BIBLIOTECA DE LOS LIBROS RECHAZADOS
(15.06.19)
Dir.: Remi Bezançon. Pro.: Eric y Nicolas Altmayer, Isabelle Grellat.
Gui.: Remi Bezançon, Vanessa Portal. Int.: Fabrice Luchini, Camille
Cottin, Alice Isaaz.
El
parisino Remi Bezançon ha estrenado en España dos de sus cinco
películas: El primer día del resto de tu vida (2008) y Un
feliz acontecimiento (2011), la verdad es que sin demasiada
repercusión; esperemos que con esta de ahora tenga mejor suerte. De
momento, en Francia ha llevado a los cines a casi un millón de
espectadores, seguramente atraídos por el nombre del autor de la
novela original, David Foenkinos –La delicadeza, Charlotte-
y por el del protagonista, Fabrice Luchini, un extraordinario actor,
de esos que, a la menor excusa, compone formidables personajes,
todos distintos sin dejar nunca de ser él mismo: fantástico.
En
La biblioteca de los libros rechazados, Luchini es
Jean-Michel Rouche, crítico literario y conductor de un programa de
libros en la tele. Todo va bien en el programa, hasta que llegan
Madeleine y Joséphine Pick, acompañadas de Daphné Despero, una joven
y avispada editora. La historia es como sigue: Daphné ha conocido,
en un pueblo de la Bretaña y casi por casualidad, una curiosa
biblioteca que contiene cientos –quizá miles- de originales
rechazados por las editoriales y que los autores han ido depositando
allí.
Y,
todavía por más casualidad, hojeando entre los volúmenes, descubre
una novela, escrita por un tal Henri Pick, que le parece curiosa,
después fascinante y, por fin, una obra maestra. Emocionada, decide
llevarse el original y publicarlo. Henri Pick, ya fallecido, era un
simple cocinero, dueño de una pizzería en el pueblo. Nadie sabía de
sus dotes para la literatura; ni siquiera su viuda y su hija, que
asisten conmocionadas al revuelo que se forma cuando la obra se
publica y se convierte en un exitazo de crítica y lectores.
Así que la novela y las tres mujeres acaban en el programa de
televisión de Rouche. Y este, llevado por una extraña intuición,
proclama que el autor no puede ser el casi iletrado Pick, y que hay
una oscura operación comercial detrás del asunto. El revuelo que se
forma es tremendo, y Rouche, ante la oposición, primero, y la
resistente colaboración después, de Joséphine, emprende una
obstinada investigación en busca de la verdad.
La
película adquiere, entonces, un aire de thriller policiaco-literario
que, ciertamente, le sienta muy bien. El guion es inteligente y
acertado todo el tiempo, pero ahora se reviste, además, de cierto
tono humorístico y de una intriga que la acerca tanto a El nombre de la rosa
–un icono del género- como a las aventuras de Sherlock Holmes, en
donde Rouch es Holmes –naturalmente- y Joséphine un Watson muy
cercano al original.
No
hace falta insistir en la calidad y el carisma de Fabrice Luchini:
su interpretación es, como siempre, modélica; y los/las demás
componentes del reparto, mayoritariamente femenino, lo acompañan
eficazmente. Y el relato es, como decía antes, muy interesante,
ameno e inteligente.
Contiene la trama detectivesca, claro; pero también un ajustado
retrato de caracteres en el marco del mundo editorial, un universo
pequeño pero muy competitivo, en el que a veces la calidad de la
obra literaria se ve sepultada por intereses comerciales, políticos
o simplemente personales. Los millones de libros que son y han sido
rechazados ahí están, durmiendo el sueño de los justos. Y a lo mejor
es necesaria una mano inocente, como la de Daphné, para rescatarlos
del olvido y darles la vida que se merecen.
LA BRÚJULA DORADA
(09.12.07)
Dir.:
Chris Weitz
Pro.: Bill Carraro, Deborah Forte
Gui.: Philip Pullman, Chris
Weitz
Int.: Nicole Kidman, Daniel Craig, Dakota Blue Richards
Philip
Pullman es eso que en la cultura americana llaman “un aclamado
novelista” –ignoro la causa y la procedencia de tal aclamación-,
autor de una trilogía titulada La
materia oscura. Eso, lo de la trilogía, es muy llamativo para
Hollywood, porque se les proporcionan tres de una tacada y así la
huelga de guionistas se nota menos. Y la primera parte de la cosa –que
tendrá su continuación, si Gary Cooper, que estás en los cielos, no
lo remedia-, es esta: La brújula
dorada.
A ver si lo resumo –es que es muy larga...-: esto es un mundo paralelo
al humano, muy parecido pero separado del nuestro por unas fronteras mágicas.
En este mundo, cada persona va acompañada por su alma, que se llama
“dimon” y es un animalito que está siempre a su lado, y que, además,
habla. Si a mí un día me habla mi alma me muero del susto, y esto
explica por qué este mundo es diferente al nuestro. Eso sí, que sea un
bicho que va con el personaje tiene sus ventajas: si te encuentras con
un tío que lleva una mofeta subida a la chepa, ya te imaginas que no es
muy de fiar... Y así sucesivamente.
A lo que iba: que antes las buenas gentes de ese sitio tenían unos
aparatos llamados “aletiómetros”, que son, como todo el mundo sabe,
como unas brújulas que en vez de marcar los puntos cardinales señalan
lo que el guionista quiere, que para eso son suyas. Resulta que sólo
queda una, porque los malvados sicarios del Magisterio las han ido
destruyendo. Esto del Magisterio tiene su guasa, porque sus seguidores
tienen tal concepto de la educación que piensan que a los niños hay
que meterlos en vereda de chiquititos, que luego no hay quien haga
carrera de ellos; así es que se dedican a secuestrarlos y separarlos de
su dimon, para que no puedan pensar y ser independientes. Esto me suena
más...
Pero Lyra Belacqua, la jovencita protagonista, se propone liberar a sus
amiguitos y, de paso, llevar la única Brújula que queda a su tío,
Lord Asriel, que va camino del Polo Norte de allí a ver si encuentra la
frontera mágica esa. La malvada Sra. Coulter, a pesar de que es guapísima,
trata de impedírselo, y a la nena la ayudan la bruja Serafina, el
vaquero del espacio Lee Scoresby y el oso polar Iorek, que aunque está
todo remendado, lleva armadura y no veas qué miedo da.
Todo en la narración es brutalmente esquemático. Cuanto más lujo de
efectos especiales, animaciones informáticas, decorados fantásticos,
peleas, carreras, sustos y demás, más rechina toda la maquinaria. La
acción es caprichosa, los personajes incoherentes, el guión tramposo y
todo huele a refrito –suntuoso, eso sí-, a cosa ya vista, como por
otra parte sucede en la mayoría de la literatura y el cine juvenil en
la actualidad.
Por si fuera poco, se ha mezclado en el acontecimiento un pequeño escándalo
por el aparente ateísmo, el ataque al catolicismo latente, más que en
la película, en las novelas originales... Vaya por Dios –nunca mejor
dicho-; Narnia es cristiana, La
brújula es atea... Esto es como enfrentar al ángel de Qué
bello es vivir con Hannibal Lecter; claro que eso era verdadero
cine. Esto no, esto es un espectáculo grandilocuente, una sesión más
de “circomatógrafo” donde el argumento, las interpretaciones, el
ritmo dramático y la intención intelectual se subordinan al esfuerzo
por sorprender y apabullar con la acumulación de elementos visuales
–y sonoros- excesivamente explícitos, predigeridos y carentes de
sugestión y poesía.
Y para concluir, hay que añadir que la película no acaba... Con un
final cerrado, quiero decir; sino que se interrumpe cuando ya llevan
casi dos horas de aventuras y se queda todo en globo hasta la próxima.
Que veremos a ver, porque el producto ha salido tan caro -200 millones
de dólares, 3 veces el P.I.B. de Liberia- y la fabricación tan
complicada, que lo mismo no les quedan ganas ni dinero para seguir. O a
lo mejor sí, porque puede que yo esté totalmente equivocado y a los
chavales esta película les encante. A mí me ha aburrido –y
escandalizado- soberanamente. (www.goldencompassmovie.com)
LA CAMARISTA
(07.03.20) es el primer largo de la
mexicana Lila Avilés, también actriz y guionista. Su
protagonista es Gabriela Cartol, naturalmente desconocida por
estos lares, que lleva a la pantalla a Evelina, una joven “kelly”,
como decimos por aquí: una empleada de un gran hotel,
seguramente en el D.F., que limpia y arregla las habitaciones.
Es un trabajo muy poco agraciado, y el objetivo de Lila Avilés
no nos ahorra ni nos esconde nada de su fealdad.
Todo lo contrario: sigue y persigue a Eve por las piezas desordenadas,
los pasillos con más de un secreto, las oficinas, los ascensores, hasta
la intimidad de los aseos del personal; se trata de que el espectador
conozca la vida de esta mujer –estas mujeres, no hace falta insistir en
el valor metafórico del personaje- en su aspecto laboral. Y en el resto
de su existencia también, porque el muy preciso guion se encarga de
explicar, en cuatro trazos –dos llamadas telefónicas, un par de diálogos
con compañeras- como vive Eve fuera del hotel.
Lila Avilés demuestra, a pesar de su juventud, un admirable pulso en el
trazo del retrato. Con una cámara estática, con primerísimos planos, con
un encuadre que muestra y oculta a la vez, llenando de dramatismo la
pantalla, la joven limpiadora nos roba la atención y el sentimiento.
Evelina es mejicana, madre, joven, luchadora. Tiene coraje, ilusiones,
muchos problemas hoy y un futuro muy incierto. Esto es cine, pero
también vida, realidad que tenemos aquí al lado, aunque quizá no sepamos
verla.
LA CANCIÓN DE LOS NOMBRES OLVIDADOS
(14.03.20)
Dir.: François Girard. Pro.: Robert Lantos, Lyse
Lafontaine, Nick Hirschkorn. Gui.: Jeffrey Caine, Norman
Lebrecht. Int.: Tim Roth, Clive Owen, Saul Rubinek
El canadiense François Girard (Quebec, 1963) es
un veterano director y guionista apasionado por el espectáculo
y, sobre todo, por la música. Ha realizado cortos, series,
documentales y ocho largometrajes, entre ellos Sinfonía en
soledad: Un retrato de Glenn Gould (1993), El violín rojo
(1998), Seda (2007) –sobre la novela de Alessandro
Baricco- y El coro (2014); además de distintas óperas,
como Parsifal, y –esto no es tan normal en un director de
cine- dos grandes espectáculos del Circo del Sol: Zed y
Zarkana.
Y en La canción de los nombres olvidados, la música
vuelve a ser protagonista. Envuelve la vida de Dovidl y Martin
desde que son unos críos. Cuando estalla la segunda guerra
mundial, Dovidl, sus padres y hermanas llegan a Londres huyendo
de los nazis desde su Polonia natal. El niño, de nueve años, se
queda con la familia de Martin, de su misma edad. Se hacen
amigos, prácticamente hermanos; y Dovidl empieza muy pronto a
destacar en su ciudad adoptiva por su innato talento musical: es
un verdadero genio del violín.
Pasa el tiempo; y, cuando parece que va a llegar el momento de
la consagración ante el público, Dovidl desaparece. La vida de
Martin, desde entonces, tiene un solo objetivo: encontrar a su
amigo. Y años después, cuando es un respetado profesor y experto
musical, repentinamente, un encuentro fortuito hará que se le
presente la posibilidad que siempre había estado esperando: oye
tocar una pieza a alguien con tanta maestría que comprende que
solo ha podido tener un maestro: Dovidl.
Martin, entonces, intensifica la búsqueda, sin importarle tener
que recorrer medio mundo y que nadie entienda su empeño. Sabe
que debe resolver el misterio que arrojó a Dovidl de su lado,
poder así contestar a las preguntas que lo han atenazado tantos
años y conseguir, al mismo tiempo, rescatar a su amigo de los
fantasmas que han convertido su vida en un infierno.
Son seis los actores que encarnan a los dos protagonistas en las
diferentes etapas de su vida, aunque el mayor peso reside en
Luke Doyle y Misha Handley, los críos que inician el relato y
viven -aunque de refilón- los avatares de la guerra, y, por
supuesto, en Clive Owen y Tim Roth, los personajes adultos.
Estos son los encargados de lidiar con la tormenta de
sentimientos que los arrasa, los separa y los funde al mismo
tiempo. Como dice Martin cuando se dispone a emprender la
búsqueda, “Yo soy todo lo que él tiene”; y esa intuición llena
el relato de sentido.
La canción de los nombres olvidados
es una película desigual, ciertamente, pero llena de intención:
es un canto amargo; es la música que trata de rescatar la
memoria del terrible holocausto; es, en la película, el dolor
del niño que se ve separado de sus seres queridos, sabiendo que
no los volverá a ver. Y es también la muy interesante
fotografía, que envuelve a los personajes en sintonía con sus
emociones; y, cómo no, la música: como es lógico, Girard ha
prestado especial atención a este aspecto y ha encargado la
partitura al gran Howard Shore, el compositor de grandes filmes
de Scorsese, de Cronenberg, de El silencio de los corderos
y de El señor de los anillos, y ganador de 3 Oscar, que
ha creado una banda sonora sensacional: íntima, solemne,
arrebatadora. Lo mejor de la película.
LA CANDIDATA PERFECTA
(07.03.20), la nueva película de Haifaa Al-Mansour
–la directora de la memorable y poética La bicicleta verde- nos
lleva al otro lado del mundo, a Arabia Saudí. Es la primera, y supongo
que casi única, directora de ese país, un lugar muy complicado para
vivir si eres mujer. Sobre todo si reivindicas una igualdad y unos
derechos que no son nada fáciles de alcanzar. La candidata del título es
Sara, una joven médica que trabaja en un hospital público.
Es
inteligente y competente, pero algunos de sus compañeros y muchos de los
pacientes no ven con buenos ojos su trabajo. Y mucho menos que, llevada
por su afán de justicia e imbuida de un espíritu democrático insólito en
esas latitudes, se presente a las elecciones municipales que elegirán al
nuevo alcalde… o alcaldesa. Sola, sin un respaldo económico, social ni
mediático; ni político, sin partido –igual allí no saben bien qué es
eso- ni partidarios. De momento. Porque parece que, según se acercan las
elecciones, Sara va convenciendo a la gente. Con entusiasmo, sin
desfallecer y sin abandonar su trabajo ni a su familia: sus dos hermanas
y su padre, músico y ausente, avergonzado y temeroso por la iniciativa
de su hija. La candidata perfecta es, otra vez, un ejemplo de
mujer: una mujer que lucha por su identidad y por la igualdad en un
mundo de hombres hostiles, uniformados como replicantes y cargados de
ignorancia y desprecio hacia el sexo opuesto.
LA CASA DE JACK
(26.01.19)
Dir.: Lars von Trier. Pro.: Louise Vesth. Gui.: Lars
von Trier. Int.: Matt Dillon, Bruno Ganz, Uma Thurman.
Vigésimo sexta película –sin contar cortos, vídeos y capítulos de
series- del danés Lars von Trier, el cineasta más importante de su
país desde Carol Theodor Dreyer. La obra de Von Trier, desde su
deslumbrante debut con El elemento del crimen (1984) y
pasando por títulos como Europa, Rompiendo las olas,
Bailar en la oscuridad, Anticristo o Melancolía,
retrata a un director de una potencia extraordinaria, visual y
también intelectual.
Con un gusto especial por las zonas más oscuras del alma humana: el
dolor, la angustia, la debilidad, el sentido de la finitud y el mal
que acecha por los rincones son compañeros de viaje habituales en
sus películas. La maldad, precisamente, preside cada uno de los
fotogramas de La casa de Jack, protagonizada por un tipo
horroroso, al que da vida Matt Dillon, un actor fuera de norma, de
esos que a fuerza de no tener cara de nada pueden tener cara de lo
que quieran.
Jack habla en off con un tal Verge –al que no veremos hasta el
final- y le va relatando sus fechorías, que concreta, por no darse
importancia, en lo que él llama cinco “incidentes”: crímenes a cuál
más espantoso, que tienen como víctimas a personas desprevenidas y
bastante desvalidas: una viuda confiada, una pobre chica que se cree
enamorada, gente así. La exposición de los hechos se reviste de una
frialdad casi anatómica, y el punto de vista del autor es tan
desaforado que puede llegar a provocar la risa nerviosa.
Alguien incluso ha llegado a calificar la película como una “comedia
diabólica”. Una comedia no es; ni por su ritmo ni, mucho menos, por
su contenido. Si Von Trier considera que esto es humor –que puede
ser que sí-, está claro que su sentido de la diversión es más negro
que la noche más negra.
Lo
que sí tiene La casa de Jack –y cuando la veamos, la casa, lo
comprenderemos- es una mirada aguda y penetrante sobre las aristas
más incómodas de la personalidad humana, las que encierran y
aniquilan la conciencia y solo dejan asomar lo peor de cada cual. En
esta dimensión, sí que es diabólica, y más cuando la película se
desenlaza en un largo y, desde mi punto de vista, no muy afortunado
epílogo en forma de catábasis –Von Trier dixit-, un auténtico
descenso a los infiernos en el que todo el relato se explica a sí
mismo.
Al
final, lo que queda es un sentimiento tanto de fascinación como de
rechazo, de desolación y de cierta incredulidad, como si nos
negásemos a admitir que pueda existir un ser tan malvado, un
criminal de esa categoría, para el que seguramente las penas del
infierno no son suficientes. Lars von Trier piensa que sí –igual ser
danés tiene alguna influencia- y hasta deja caer, a mitad de
metraje, una especie de explicación personal, que suena a
justificación, pero también a cierta solapada burla. Él es así, no
creo que a estas alturas vaya a cambiar.
LA CHICA DEL TREN
(22.10.16)
Director: Tate Taylor. Intérpretes: Emily Blunt, Justin Theroux,
Rebecca Ferguson
Adaptación bastante cercana de la famosa novela de Paula Hawkins,
La chica del tren está dirigida por Tate Taylor, el mismo que
llevó al Oscar a Octavia Spencer por Criadas y señoras, a la
que acompañaban Emma Stone, Jessica Chastain y Viola Davis. Ahora la
protagonista es Emily Blunt, una de las estrellas más en forma del
actual panorama. Ella es Rachel, una joven con una vida complicada
por el alcohol y su divorcio, que parece no poder superar.
Todos los días toma el tren para ir a su trabajo, y puede ver su
antigua casa, donde su exmarido vive con otra mujer; y también otra,
en la que una pareja parece llevar una existencia perfecta. Rachel
incluso fantasea con la felicidad de los desconocidos; pero de
repente un día ve algo que la llena de confusión. Y se adentra en
una espiral de engaños y al final de misterio y terror, de la que
ella misma podría ser la causante… si consiguiera recordar lo
sucedido.
Esa puede ser la sinopsis, que sigue, como digo, los pasos y la
estructura de la obra original; y eso es, seguramente, la primera
rémora de la película (digo seguramente, porque como todo el que la
ve ha leído antes la novela, parte de la confusión se evita). Porque
confusa es, y bastante premiosa, como alargada innecesariamente. Y
con resultado de lejanía, que no deja empatizar con los personajes.
Y las protagonistas, las tres mujeres que soportan la trama,
alternando sus puntos de vista, lo necesitan.
Por lo demás, la película es un oscuro thriller convencional, de
buena factura –bien fotografiado y con una estupenda banda sonora de
Danny Elfman- en el que sobresale el trabajo a contracorriente de
Emily Blunt, que funde en la pantalla su desesperanza, su estado
mental alterado y su necesidad de salvación a cualquier precio.
LA
CHISPA DE LA VIDA (15.01.12)
Dir.:
Álex de la Iglesia
Pro.: Andrés Vicente Gómez Gui.:
Randy Feldman
Int.: José
Mota, Salma Hayek, Fernando Tejero
Reconozco
que no tengo mucho aprecio por el cine de Álex de la Iglesia; desde la
primera, Acción mutante (93),
que me estaba gustando mucho hasta que dejó de gustarme, sus películas
me parecen mal acabadas, incompletas, con unos guiones –suyos o
perpetrados en compañía de otros- poco rigurosos, pésimamente medidos
y con esa afición al remate escandaloso, truculento y autocomplaciente.
Me pasó en El día de la bestia (95), La
comunidad (2000), Crimen
ferpecto (04), Los crímenes
de Oxford (08) y –todavía más- Balada
triste de trompeta (2010). De las otras guardaré un silencio
piadoso.
En ésta, sin embargo, la cosa ha sido distinta: no es que no me haya
gustado el final; es que no me ha gustado desde el principio. La culpa
también es del guión –esta vez, del todo ajeno a De la Iglesia-,
pero sobre todo es del protagonista, José Mota. A mí este hombre me
resulta inquietante, nada simpático –aunque esto no tiene nada que
ver con la interpretación, está en su derecho- y con una vis cómica
muy por debajo de su propia estima; y con ninguna capacidad dramática,
al menos por el momento.
En la película, es Roberto, un “creativo” en paro con serios
problemas económicos. Cuando empieza el relato se dispone a visitar a
algún antiguo conocido, armado de sus ansias –vivas, naturalmente- de
trabajar y del recuerdo de su pasado éxito como creador del famosísimo
eslogan de la Cocacola. No tiene ninguna suerte y, desesperado, se
marcha a Cartagena, al hotel donde pasó su luna de miel; lo que haríamos
todos en situación parecida. Desgraciadamente, el hotel ya no existe y
en su lugar se alza un teatro romano, recién restaurado y a punto de
inaugurarse. Y más desgraciadamente aún, allí sufre un tremendo
accidente que lo pone a las puertas de la muerte.
También lo pone delante de las cámaras,
que –esto no lo habíamos visto nunca- se disputan ferozmente la
noticia, la exclusiva, las manifestaciones de todos los afectados –el
accidentado, su mujer y sus hijos; pero también el alcalde de la
ciudad, la directora de la instalación, el guarda que lo encuentra
primero y los médicos que lo atienden- y hasta el testamento del buen
hombre, si no logran salvarle la vida. Eso sería lo mejor, claro; lo
que más vendería y lo que más les gustaría a los desaprensivos
periodistas (?) y productores.
Un circo, en definitiva. Y una crítica sin contemplaciones de este modo
de tratar la realidad y sus desgracias, a manos de los canales de
televisión –principalmente- y sus innumerables programas-basura; y, de
paso, de toda esta sociedad que lo consiente y aplaude. En la intención
y en el discurso, De la Iglesia es fiel a sí mismo; pero ha elegido un
tono bufo, de burla desaforada, que no le sienta nada bien al relato ni
a sus protagonistas: Galiardo es un alcalde desquiciado, Tejero un
periodista de caricatura, y no digamos Puigcorbé, un productor putero e
ilimitadamente ambicioso. Salma Hayek solo se justifica para hacer
cartel internacional –más o menos-, Carolina Bang está porque tiene
que estar…
Y José Mota: por más esfuerzos que haga –supongo yo-, no puede hacer
olvidar su presencia de tantos años en la pantalla pequeña. Que no es
que sea muy gracioso todo el rato, pero a fuerza de multiplicarse en
infinitos personajes y con el concurso de su nutrido grupo de
guionistas, salva los muebles. Pero aquí se enfrenta a un papel auténticamente
dramático, en una situación que requiere un actor de verdad. Lo malo
sería que él mismo se considerase así ya, y más a la luz de una
candidatura al Goya –por una película no estrenada en 2011, mira por
dónde-; y lo peor, que su trabajo justificara el desacierto y la
desidia con que está realizada la película.
Álex de la Iglesia ha tirado por lo más fácil, pensando que la
denuncia que escenifica –como si fuera nueva- se basta para salvar su
obra. La verdad es que no, que nada disculpa ese barullo desaliñado y
grotesco, que como tragedia da un poco de risa y como comedia no tiene
ni puñetera gracia. (www.lachispadelavida.es)
LA CINTA BLANCA (17.01.10)
Dir. y Gui.: Michael Haneke
Pro.: Andrea Occhipinti, Margaret Ménégoz, Stefan Arndt
Int.: Christian Friedel, Leonie Benesch, Ulrich Tukur
Michael
Haneke vuelve a sacudir nuestras conciencias desde la pantalla. Lo ha
hecho muchas veces; sus películas suelen ser arrasadoras y, desde
luego, nunca dejan al espectador indiferente: El
vídeo de Benny, El castillo, Funny games –las dos versiones, la
del 97 y la del 2007-, Código
desconocido, La pianista, Caché... son títulos de una filmografía
apabullante. La cinta blanca ha ganado ya la Palma de Oro en Cannes, el Gran
Premio Fipresci en San Sebastián, los Premios de la Academia Europea
–mejor película, director y guión- y es la candidatura alemana a los
Globos de Oro y los Oscar del cine americano.
En un pequeño pueblo del norte de Alemania, en los años previos al
inicio de la I Guerra Mundial, ocurren extraños sucesos que perturban
la tranquilidad y el aparente orden asumido por los vecinos de la aldea:
el médico sufre un grave accidente que nadie sabe explicar; algo después,
y con pocas fechas de separación, dos niños son agredidos brutalmente;
hay suicidios, desapariciones y muertes súbitas; un granero se
incendia de repente... La voz anciana del antiguo maestro del pueblo va
recordando aquellos acontecimientos, y gracias a él sabemos también
otras historias más privadas, ocultas en el seno de las familias.
No sólo de las del pueblo llano; también las de la cúpula social. El
barón, verdadero amo del lugar, gobierna sus posesiones con la
autoritaria demagogia que le confiere su poder; pero su casa se
resquebraja por lo más íntimo. El pastor hace temblar a los feligreses
desde su púlpito y todavía más a sus hijos en la sacrosanta mesa del
comedor, desde donde imparte su implacable disciplina a golpes de moral
puritana y de vara de azotes para su mejor y más rápida comprensión. El
médico guarda el secreto de su relación ilegítima, pero guarda más
escondida aún su verdadera cara, despótica, cruel y cínica: él
protagoniza una de las escenas más duras y bochornosas del
relato.
...Y los niños, cuyo comportamiento también sorprende e intriga al
maestro, que fue testigo de esos días y esas gentes. El buen hombre
intenta descifrar tanto secreto y alcanzar la verdad, mientras corteja a
la joven sirviente del barón, con éxito poco probable en ambos empeños:
no sabe, no sabía entonces, los riesgos y los peligros a los que se
enfrentaba.
El relato es tan descarnado como los hechos que cuenta. Haneke
desarrolla esta historia con un férreo rigor narrativo, en un
deslumbrante blanco y negro, sin música pegada ni artificio alguno, con
una economía de planos que muestran lo esencial y sugieren lo que no
enseñan, lo que sucede fuera del cuadro, a veces rutinario, a veces insólito
y terrible. Por difícil que parezca, Haneke se reinventa a sí mismo:
en sus imágenes resuenan los ecos de Dreyer, de Bresson, del Bergman de
La vergüenza y El
huevo de la serpiente; pero La
cinta blanca, que es también una metáfora –el estigma público
de quien no es capaz de alcanzar la pureza-, sigue apuntando a la cuestión
latente en toda la obra del director: el mal, la maldad que socava el
sustrato del ser humano.
Y que se extiende fácilmente a toda la sociedad: la ignorancia, el
odio, la represión y el fanatismo se reproducen en la estructuras
familiares, laborales, económicas, políticas y, por supuesto,
religiosas. El pueblo que educa a sus hijos en el fascismo está
proyectando el suicidio moral de la siguiente generación. Haneke
lo señala firmemente. Su mirada y su palabra escudriñan, descubren,
denuncian. Nos enseña la aldea, sus habitantes y su conducta; nos
explica los mecanismos del poder y su equilibrio y cómo el maestro
navega malamente entre las fuerzas dominantes. No es, naturalmente, un
recurso casual: la acción transcurre en 1914, pero el germen del
nazismo –autoritarismo, orden extremo, dictadura- late en cada momento
de la película, en cada imagen. Y, si escuchamos atentamente, podremos
oír a lo lejos, como un rumor, los cánticos infantiles: la presencia,
apenas desvelada, de los verdaderos protagonistas de la historia.
(http://dasweisseband.x-verleih.de/)
LA CIUDAD DE LAS ESTRELLAS
(14.01.17)
Director: Damien Chazelle. Intérpretes: Emma Stone, Ryan Gosling, J.
K. Simmons.
Damien Chazelle es el nuevo maestro del cine musical. Hace un par de
temporadas consiguió tres Oscar con Whiplash -la historia de
un chaval que quería tocar la batería y de su antipático profesor- y
ahora acaba de arrasar en los Globos de Oro y es favorito para todos
los grandes premios con La ciudad de las estrellas, un
homenaje a Los Ángeles y a quienes viven en ella entregados a su
pasión por el arte.
Dos de estas personas son Mia y Sebastian: ella, aspirante a actriz
enredada en un eterno casting; él, pianista empeñado en subsistir
gracias al jazz. Los conocemos tras un extraordinario número musical
en medio de la autopista, a golpe de claxon entre un maremágnum de
coches, y
su encuentro no puede ser más
desalentador.
Pero pronto el ruido de los motores y las bocinas será sustituido
por las fantásticas melodías que nacen del corazón de los
protagonistas y les hacen danzar, volar… y enamorarse. La película
-un verdadero prodigio de ritmo, sensibilidad y magnetismo- nos
presenta por separado sus vidas, sus ilusiones, sus preocupaciones y
sus desengaños, hasta que poco a poco, entre canciones y bailes, sus
caminos se van encontrando y fundiendo, en una historia de amor que
puede ser eterno, como en el cine, o algo más complicado, como en la
vida misma. De momento, Sebastian y Mia -imposible pensar en mejores
intérpretes que Emma Stone y Ryan Gosling, dos artistas en estado
de gracia- disfrutan y sueñan: juntos, son capaces de crear un mundo
mágico, a veces real, a veces soñado, en el que la música, la luz,
el color y las coreografías nos remiten a las mejores páginas del
Hollywood eterno: el lugar de la felicidad, el amor y las estrellas.
LA CLASE
(18.01.09)
Dir.:
Laurent Cantet
Pro.: Caroline Benjo, Carole Scotta Gui.:
François Bégaudeau
Int.: François Bégaudeau, Nassim Amrabt, Laura Baquela
Laurent
Cantet, francés, 47 años, es el director de Recursos
humanos, El empleo del tiempo
y Hacia el sur, tres muy
interesantes películas; antes dirigió Los
sanguinarios –que no he visto- y remata, de momento, con esta
nueva, Palma de Oro en el último Festival de Cannes. En las obras de
Cantet, frecuentemente el protagonista es un hombre atrapado por su
circunstancia, sea la necesidad de tomar decisiones indeseadas, sea la
locura de ocultar su situación laboral. En este caso se trata de un
joven profesor enfrentado al sistema educativo; o, más concretamente, a
la realidad escolar, multiétnica, desmotivada e indisciplinada.
La película cuenta, efectivamente, lo que sucede en la vida diaria de
una clase de un instituto: profesores y alumnos que conviven más o
menos voluntariamente “entre las paredes” –título original- de
su aula a lo largo de todo un curso. Como los demás colegas, François
–interpretado por el propio guionista François Bégaudeau- se prepara
para enfrentarse a su difícil tarea; es profesor de lengua francesa y
está lleno de buena voluntad; y, aunque ya los conoce, alberga las
mejores intenciones para con sus alumnos. Pero las complicaciones no
tardan en presentarse.
La clase es un conjunto de veintitantos chavales, de actitudes,
intereses y culturas demasiado diferentes; sobre todo, culturas: cuesta
trabajo encontrar chicos franceses, hay bastantes magrebíes –marroquíes,
argelinos...-, algún subsahariano y hasta un chino. Y aunque el
profesor utilice sus mejores recursos, empezando por una absoluta
sinceridad y un ejemplar sentido ético, el comportamiento de los chicos
estará a punto de echar por tierra toda su ilusión. Para empezar, los
alumnos ignoran y desprecian cuanto se refiere al idioma, una jerga
alejadísima de sus usos y necesidades; el uso del subjuntivo, por
ejemplo, les parece de marcianos, de burgueses o de viejos, si no cosa
de otra lengua.
Casi todos los contenidos de una asignatura tan fundamental como el
propio idioma les resultan absolutamente aburridos y los viven como una
imposición. Sin contar con que la inmensa mayoría no quieren ser ni
sentirse franceses y muestran, como un signo más de desafío, su
pertenencia a países y etnias extranjeras. La propia rebeldía, el
descaro y el absentismo de los adolescentes son otros ingredientes del
colectivo al que tiene que enfrentarse cada profesor. François maneja
la situación como puede y trata de encontrar recursos e instrumentos
suficientemente atractivos para su clase. A veces lo consigue, otras no
tanto.
Un microcosmos –la clase- elevado a categoría: así son las aulas de
casi todos los institutos públicos, así es la sociedad occidental: en
Francia y, no nos engañemos, también en España. Cantet expone al
sistema educativo y escolar ante sus propias miserias: la convivencia en
el aula es dificilísima, el procedimiento disciplinario es injusto y
roza el absurdo, los chavales no tienen interés por lo que se les
explica... Y el plano final, tras la confesión de una de las alumnas más
destacadas de que no quiere de ninguna manera estudiar FP, es revelador:
la clase está vacía, los pupitres desordenados, no hay ni rastro de
los alumnos... que están en el patio, felices por fin, jugando al fútbol.
Bégaudeau –el guionista- y Cantet se conocieron por casualidad,
cuando el primero promocionaba la novela de la que ha partido la película.
El director tenía ya la idea de un guión de este estilo y encontró la
oportunidad de trabajar a partir del material escrito. Un cásting
exhaustivo condujo a la selección de los jóvenes, con los que trabajó
más de un año en un taller de interpretación; fruto de esa labor es
la creación de la mayoría de los componentes de la clase, que no se
muestran como son –como pudiéramos creer ingenuamente- sino como les
exige su papel, desarrollado en el guión y asumido por ellos con
verdadero valor y muchísimo arte.
Magnífico relato, un trozo de verdad atrapado por el guionista-actor,
que también es profesor y que sabe muy bien de qué está hablando:
entre él y Cantet han compuesto un formidable espejo en el que mirarse
y mirarnos para analizar y comprender nuestra propia realidad.
(www.golem.es/laclase)
LA CONSPIRACIÓN
(04.12.11)
Dir:
Robert Redford
Pro:
Robert Redford, Brian Falk, Bill Holderman Gui:
James Solomon
Int:
James McAvoy, Robin Wright, Tom Wilkinson
Con
75 años y más de 60 títulos a sus espaldas, Robert Redford es un magnífico
actor que ha pasado por todas las fases: joven promesa –sobre todo en
televisión, en los años sesenta-, galán joven de muchísimo éxito, y
galán maduro –capaz de más de una Proposición
indecente- en los últimos ochenta y los noventa. Y en esas décadas
se redescubrió como productor y director, con una carrera más que
interesante: Gente corriente, Un lugar llamado Milagro, Quiz Show, El hombre que
susurraba a los caballos, Leones por corderos… 8 películas con
esta nueva y sin contar su siguiente proyecto, The
company you keep, que ya está rodando.
La
conspiración
cuenta un tremendo episodio de la historia americana. El 14 de abril de
1865, todavía con las heridas de la guerra civil muy abiertas, el
presidente Abraham Lincoln sufrió un atentado en su palco del teatro
Ford a manos de un actor de Maryland, John Wilkes Booth. Lincoln murió
a las pocas horas. Este suceso es muy conocido, pero no tanto el hecho
de que se sustentaba en una conspiración que estuvo a punto de acabar
también con la vida del secretario de estado William Seward, y de la
que se salvó el vicepresidente Andrew Johnson porque su ejecutor huyó
aterrorizado sin cometer el crimen. La
investigación judicial y la persecución policial contra los
conjurados, dirigidas ambas por el ejército, dieron sus frutos con
cierta rapidez: el 26 de abril Booth fue abatido, su cómplice apresado,
y el resto de los implicados cayó pronto en manos de la justicia. Se
procesó a siete hombres y una mujer, el tribunal militar comenzó sus
sesiones el 9 de mayo, y el 30 de junio concluyó con una sentencia de
pena de muerte para cuatro de ellos, incluida la mujer: Mary Surratt,
madre de uno de los conspiradores; prácticamente el único que no fue
detenido.
Nadie quería saber nada de esta historia, por aquello de que si no nos
acordamos es como si no hubiera pasado; y James Solomon ha estado casi
veinte años dando forma a este guión y tratando de llevarlo a la
pantalla. Al final, los productores de la America Film Company, una
empresa especializada en películas históricas, se hicieron cargo del
proyecto y se lo entregaron a Robert Redford para que lo dirigiera.
Redford sabe que cuando se profundiza en un documento real, aparecen
casi siempre muchas zonas oscuras que se pueden sacar a la luz;
exactamente como en este caso.
El relato transcurre con rapidez por el magnicidio y los sucesos
inmediatamente posteriores, para centrarse en el proceso a los detenidos
y en los personajes de su entorno. Sobre todo en el principal acusador,
Joseph Holt, mano derecha en el juicio del secretario de la guerra Edwin
Stanton; el joven abogado Frederick Aiken, ayudante del muy importante
Reverdy Johnson –que delega en él el trabajo-, y, por supuesto, Mary
Surratt: acusada de conspiración y de dar cobijo a su hijo y al resto
de los conjurados.
James McAvoy y Robin Wright son los principales protagonistas; ella es
una grandísima actriz, que no tiene dificultades para alcanzar el grado
de dramatismo que requiere su personaje; y parte de su fuerza se
transmite a McAvoy, una de las más más firmes carreras del cine británico
actual, que es el encargado de la defensa de la mujer. Al principio no
cree en su inocencia más que el terrible fiscal; pero su actitud cambia
cuando le atrapa la duda y, convencido de que ella y los demás acusados
merecen un juicio justo, comprende que no va a ser así. El
abogado defensor se encuentra solo frente a todo el país, que anhela
venganza a cualquier precio, pero la película muestra cómo el proceso se
vuelve, inevitablemente, en contra de la propia justicia. Director y
guionista ponen su dedo en la llaga que más escuece a los americanos:
esos casos –algunos no tan lejanos- en los que la ley se olvida, el
derecho de las personas se ignora y los intereses ocultos de políticos,
militares y jueces arrasan con la libertad y la dignidad individual.
Redford sabe de lo que está hablando y conduce la trama con absoluta
seguridad, sin caer en el melodrama pero sin que el pulso le tiemble ni
un momento. (http://www.deaplaneta.com/es/la-conspiracion)
LA CRÓNICA FRANCESA
(23.10.21)
Dir.: Wes Anderson. Pro.: Wes Anderson, Jeremy
Dawson, Steven Rales. Gui.: Wes Anderson. Int.: Bill Murray, Benicio
del Toro, Frances McDormand, Adrien Brody, Timothée Chalamet, Léa
Seydoux, Tilda Swinton, Mathieu Amalric, Owen Wilson, Edward Norton,
Elisabeth Moss, Willem Dafoe, Saoirse Ronan, Anjelica Huston,
Christoph Waltz, Cécile de France, Hyppolite Girardot, Liev
Schreiber, Jason Schwartzman, Steve Park…
La nueva
película de Wes Anderson –pero no última, recordemos que ha estado
rodando en Chinchón hasta hace nada Asteroid City- es La
crónica francesa (del Liberty, Kansas Evening Sun) –título
completo- y es otra formidable muestra de imaginación y talento del
creador de El Gran Hotel Budapest, Moonrise Kingdom,
Fantástico Mr. Fox, Viaje a Darjeeling, La vida
acuática de Steve Zissou, La familia Tenenbaums… todas
diferentes entre sí –aunque con su indudable sello personal- y todas
distintas a las de otro director de cualquier latitud o estilo.
De
entrada, es preciso puntualizar que es complicado hacer la crítica
de esta película, porque contiene solamente -y todo el rato- cine,
algo muy difícil de reducir a palabras. Es un torrente de imágenes
que se resisten a cualquier aprehensión que no sea la completa,
incondicional y gozosa contemplación e inmersión; es como querer
explicar desde la orilla lo que siente alguien que desciende por
aguas bravas en una indómita canoa: hay que vivirlo para entenderlo.
Así que
me defenderé con unos breves apuntes. Parece que, como sustrato,
late en La crónica francesa un evidente homenaje al
periodismo, a publicaciones como The New Yorker, quizá. Las
partes de la película –tres o más- la estructuran como una revista
dominical, con esos reportajes –cultura, gastronomía, aventura…- que
tan bien conocemos. Por sus
páginas –es decir, sus secuencias-desfilan sucesos y personajes,
noticias verdaderas y cotilleos, pensamientos y comentarios y hasta
un obituario –es que hay de todo- que cierra la revista; y todo
construido como un rompecabezas que muestra, a toda velocidad, los
entresijos de la editorial y sus elementos humanos, desde el
omnipotente director hasta el más bisoño de los becarios.
Y, como
las verdaderas revistas, cada página es diferente. Las hay en color
y en blanco y negro, con distintos formatos y hasta con sus tiras
cómicas, animadas en la pantalla. No hay otro canon que el de la
imaginación, como decía antes, de su autor. Pero toda la historia –o
la no-historia, como queramos- está presidida por la exactitud y el
rigor, tanto estilísticamente como desde el punto de vista
narrativo; algo que Wes Anderson lleva demostrando poseer desde sus
primeras obras, hasta las más extravagantes o las de pura animación
como las maravillosas Isla de perros y Fantástico Mr. Fox.
No en
vano reúne cada vez con facilidad su encantadora troupe, que
encabezan Bill Murray y Anjelica Huston –intérpretes nada fáciles
para el común de los directores- y que suma a actores y actrices de
primera, que dejan lo que estén haciendo para rodar con él. Ellos
son aquí las voluntarias marionetas de este gran guiñol, los
polichinelas de esta commedia dell’arte, que llevan a la pantalla a
la guapa Simone, Showgirl, el joven Zefirelli, el Chófer, la Alumna,
Albert El Ábaco, el gran Arthur Howitzer Jr. o el ubicuo teniente
Nescafier, por citar solo alguno de ellos.
Y todos recorriendo el
paisaje animado de la gran ciudad –muy parecida a París-, que en el
filme se llama, irónicamente, “Ennui”, como retando al espectador a
que se aburra o se deprima: será con la vida misma, nunca con
semejante espectáculo. Que puede llegar a pasmar y hasta ofuscar al
espectador desprevenido, por la acumulación y la velocidad de sus
propuestas; lo que hay que hacer, como decía al principio, es
dejarse llevar, subirse a la montaña rusa y prescindir de todo
prejuicio, para disfrutar de un rato de cine en estado puro, eso tan
raro.
LA
DAMA DE HIERRO (08.01.12)
Dir.: Phyllida Lloyd
Pro.: Damian Jones Gui.:
Aby Morgan
Int.: Meryl Streep, Jim Broadvent, Anthony Head, Alexandra Roach
Phyllida
Lloyd tiene una carrera todavía corta, pero muy musical: este año
pasado ha dirigido su segunda película, una versión de Macbeth, la ópera de Verdi; pero su debut fue en 2008 con ¡Mamma
mía!, el espectáculo lleno de canciones de Abba, con galanes
maduros haciendo el ganso en bonitos escenarios naturales, y con la
espectacular fotogenia de Amanda Seyfried. Y, por encima de todo, con el
protagonismo de Meryl Streep.
Y de ahí viene,
probablemente, la evidente buena química que demuestran: la directora
ha realizado esta complaciente biografía de Margaret Thatcher para el
lucimiento personal de la actriz. La
dama de hierro repasa toda la vida de Thatcher; la muestra primero
en la actualidad, como una anciana con un serio deterioro mental aunque
siempre con una voluntad inquebrantable: todavía es capaz de organizar
su vida –lo intenta al menos-, se emplea a fondo en las tareas domésticas,
con algún que otro susto incluido, y dialoga –regaña, más bien- con
su difunto marido Denis, que ella ve a todas horas a su lado.
Y desde aquí, partiendo de unos recuerdos seguramente ya perdidos, pero
recuperados para la pantalla, la película retrocede y avanza repetidas
veces para contar su juventud, sus primeros pasos en la esfera pública,
enfrentada ya a la incomprensión y a la desconfianza, cuando no al
indisimulado desprecio de sus colegas varones, y la evolución personal
y política de la que iba a ser una figura clave en la historia moderna
de su país y, sin duda, del mundo entero. Poco a poco, a base de energía,
astucia, paciencia y oportunismo populista, la joven Thatcher se abre
camino y gana apoyos en su partido, en el parlamento y en la opinión pública;
tras unos iniciales reveses pronto superados, consigue el liderazgo de
los conservadores y los lleva al triunfo electoral.
Es probable que, una vez presentado el personaje en la secuencia
inicial, una narración más lineal y sin tantas idas y venidas fuera más
conveniente y procurara un ritmo y una progresión constante; no es así,
y el relato se interrumpe a cada rato para volver a la Margaret anciana.
Puede ser que la directora haya querido regalar a Meryl Streep estos
largos momentos, porque aquí la actriz, caracterizada con modélica
perfección, se encuentra a sus anchas y borda su papel; pero la película
se resiente, se enfría y no consigue apasionar. En realidad, es mucho más
interesante contemplar esa evolución que citaba y conocer el
protagonismo de la primera ministra en los acontecimientos que le tocó
vivir.
Además, estas imágenes se corresponden mejor con la que todos tenemos
en la retina y en las hemerotecas. Y el trabajo de Meryl Streep en estas
secuencias –secundada por Alexandra Roach en los años juveniles- es
todavía más formidable: una portentosa recreación de la figura
–vestuario, peinado, actitudes y miradas- de Margaret Thatcher. Y, por
supuesto, de su voz: su entonación, su dicción, su impecable acento
inglés; no hace falta decir que la película, desde este punto de
vista, sólo tiene sentido en su versión original si queremos
presenciar la interpretación, el esfuerzo tremendo y el apabullante
resultado que la lleva, una vez más, camino del Oscar.
Está, naturalmente, bien secundada por un eficaz reparto que se mueve
en ambientes extraordinariamente construidos; en el aspecto formal,
estas son las bazas que tratan de equilibrar la descompensada narración.
Pero hay algo más grave, y es la falta de profundidad en el carácter
político del personaje, su ideología y sus decisiones, como si se
pasara de puntillas por las zonas más oscuras de su intervención. La
película muestra una mujer formidable, sí, pero no se puede eludir su
responsabilidad en un período crítico de la historia de la Gran Bretaña:
la lucha por el poder, las tremendas huelgas de la minería, la guerra
de las Malvinas, la política interna y su repercusión internacional…
En resumen: poco más que la
maravillosa actuación de Meryl Streep, que merecía algo mejor que esta
biografía, minuciosa y apasionada, pero tan “artística” como
discutible. (www.theironladymovie.co.uk)
LA DUQUESA
(05.04.09)
Dir.:
Saul Dibb
Pro.: Michael Kuhn, Gabrielle Tana. Gui. Jeffrey Hatcher, Anders Thomas Jensen, Saul Dibb
Int.: Keira Knightley, Ralph Fiennes, Charlotte Rampling
La Duquesa,
dirigida por Saul Dibb, acaba
de ganar el Oscar al mejor vestuario. Dibb es un director británico de
40 años y ésta es su segunda película; más llamativa es su
protagonista: Keira Knightley, a sus 24 años recién cumplidos, la
actriz joven europea con más proyección internacional. Ella es
Georgiana Spencer, la Duquesa de Devonshire, una mujer que vivió en
Inglaterra durante los últimos años del siglo XVIII y protagonizó una
vida turbulenta y escandalosa en lo político y, sobre todo, en lo
familiar y sexual.
Curiosamente, parece que esta mujer es una antepasada de Diana Spencer,
la Lady Di de nuestros días, con cuya vida guarda cierta semejanza;
detalle éste muy destacado por la publicidad, como si fuera un mérito
o tuviera algo que ver con la película. En fin... Lo cierto es que
Georgiana tuvo realmente una vida intensa y llena de emociones. Casada
con apenas dieciocho años con el maduro Duque de Devonshire, uno de los
más poderoso nobles del reino, pero cuyo único interés era asegurarse
la descendencia masculina, pronto fue capaz de alcanzar un enorme
ascendiente en la corte y en el gobierno, y se convirtió en un icono de
la moda y en la mujer más influyente y más amada por los políticos,
los intelectuales y el pueblo inglés.
Desengañada por la falta de atención de su marido, la Duquesa no tardó
en entablar amistad íntima con la joven Elizabeth Foster y en caer en
brazos del apuesto Charles Grey. Charles era un antiguo amigo de
juventud, sin demasiados posibles pero no carente de ambición; y
Elizabeth –Bess, para los amigos- era una bella divorciada y sin
dinero, acogida a la hospitalidad y el beneficio –también del
dormitorio- de los duques.
Georgiana asume contra su voluntad la relación entre su marido y su
amiga, y se entrega, a cambio, a su pasión con su amante. Pero no
comprende las consecuencias de sus actos: mientras el Duque y Bess
mantienen un idilio ardoroso y algo estridente, pero que no traspasa los
muros de Devonshire, su falta de tacto, su entrega incondicional y su afán
de libertad llama la atención en la corte y fuera de ella y se
convierte en el cotilleo favorito de todo el país.
La sociedad de su época, todavía más hipócrita y conservadora que la
actual –que ya es decir- se conmueve ante el escándalo y puede hasta
poner en peligro la influencia política del Duque; de manera que la
madre de Georgiana, primero, y el marido, después, se ven obligados a
intervenir, exigiendo a la joven Duquesa su vuelta al redil matrimonial.
Las razones maternas son de orden familiar y hasta ético, pero las del
Duque, sencillamente, no pueden ser desoídas: sólo hay un modo de
acabar con la murmuración y restaurar el orden, y Georgiana se verá
obligada a obedecer.
La película eleva así un tanto su trazo histórico para conformarse
como una parábola acerca de las relaciones sociales, la fuerza de las
normas, el valor del disimulo y los peligros de la pasión. Georgiana
Spencer, seguramente, fue una mujer adelantada a su tiempo, que trató
de pasar por encima de todas las convenciones apostando por el amor y la
libertad. Y claro, entonces –y ahora- esas pretensiones solían
pagarse caras. Eso es lo que muestra este guión, que caldea su relativa
frialdad con dos potentes elementos: una magnífica reconstrucción histórica
y, sobre todo, un formidable duelo de interpretaciones.
Merecido Oscar al vestuario, pero también –faltaría más- estupenda
ambientación, con escenarios reales y una muy conseguida “atmósfera”
palaciega y cortesana. Por su parte, Ralph Fiennes compone un
impresionante Duque de Devonshire, un personaje decidido y casi
violento, pero también frío y contenido, capaz de expresarlo todo con
sus silencios y sus miradas; y Keira Knightley, que está en todos los
planos de la película con una irresistible fotogenia, acompañada de
muchísimo talento, es una insuperable Duquesa, toda corazón, encanto y
sensibilidad.
(www.theduchessmovie.com)
LADY BIRD
(24.02.18)
Dir.: Greta Gerwig. Pro.: Scott Rudin, Eli Bush,
Evelyn O’Neill. Gui.: Greta Gerwig. Int.: Saoirse Ronan, Laurie
Metcalf, Timothée Chalamet.
YO,
TONYA
(24.02.18)
Dir.: Craig Gillespie. Pro.: Margot Robbie, Steven
Rogers, Tom Ackerley. Gui.: Steven Rogers. Int.: Margot Robbie,
Allison Janey, Sebastian Stan.
Con estas dos películas se completa en nuestra cartelera el gran
lote de los inminentes Oscar de este año. Es verdad que Yo, Tonya
no está entre las nueve principales, pero sí están nominadas sus
protagonistas femeninas. En cualquier caso, la distribución ha
dejado para el final estas dos películas, que resultan ser de lo más
interesante de la temporada. Y que además contienen más de un punto
en común: ambas son historias de mujeres, tomadas de dos en dos,
madre e hija precisamente.
Y
las dos son historias reales: Yo, Tonya cuenta la vida de la
patinadora olímpica americana Tonya Harding, y Lady Bird es
una aproximación autobiográfica a la directora y guionista Greta
Gerwig durante su último curso en el instituto. Ya se sabe lo
importante que es ese momento para los jóvenes, con la gaduación, el
fin –se supone- de la adolescencia y el acceso a la universidad.
Gerwig, también actriz, productora y colaboradora con directores
independientes como Noah Baumbach, retrata a Christine McPherson,
que se hace llamar Lady Bird: una chica de Sacramento que se
enfrenta a la existencia con sus mejores armas: su voluntad, su
rebeldía y sus ganas de experimentar la vida adulta, con sus
problemas, sus temores y vergüenzas y sus conquistas. Ella es el
centro de un universo por el que giran sus amigas, sus novios, un
padre comprensivo y una madre estricta y vigilante hasta la
desesperación.
Aunque todavía peor –sin duda- es la madre de Tonya, una mujer que
ha descubierto la capacidad y la vocación de su hija por el patinaje
y que está decidida a que la niña triunfe, aunque tenga que matarla.
Craig Gillespie –autor, entre otras, de la estupenda Lars y una
chica de verdad-, acude al procedimiento de supuestas
entrevistas para dar a conocer a sus personajes; sobre todo a los
dos que más influyen en Tonya: su desagradable, tiránica y
alcoholizada madre, y su marido, un chulo imbécil y maltratador.
Ellos cuentan lo que quieren, pero hasta sus mentiras son
reveladoras. Y de una a otro pasa la vida de Tonya, una niña
asustada pero decidida, una joven luchadora y una artista de los
patines, la primera –y no sé si única- en conseguir un triple Axel,
una pirueta casi imposible. Como casi imposible fue su éxito, tan
difícil de conseguir y tan fugitivo.
En
las dos películas, claro, sobresale el trabajo de sus protagonistas.
Magnífica Saoirse Ronan en su delicada Lady Bird, un trabajo lleno
de sinceridad y naturalidad y que aprovecha todos los resquicios del
estupendo guion de Greta Gerwig. E impecable Margot Robbie, que dota
de realismo y verdad a un personaje tremendo, una mujer con voluntad
de triunfar en un mundo hostil, entre una sociedad clasista, injusta
y carente de valores y de moral.
LADY MACBETH
(29.04.17)
Director: William Oldroyd. Intérpretes: Florence Pugh, Christopher
Fairbank, Cosmo Jarvis.
Inspirada en el personaje femenino de la inmortal obra de
Shakespeare, esta película nos regala, de entrada, un par de nombres
que, con seguridad, volveremos a oír: el del director, William
Oldroyd, que debuta en el largometraje, y el de la actriz Florence
Pugh, que protagoniza, con apenas veinte años, su segunda película.
La acción transcurre en la Inglaterra rural de 1865, y a Katherine
la casan con un hombre que le dobla la edad. Aunque ella es poco más
que una adolescente, sabe cuáles son sus obligaciones para con su
esposo; pero este no parece tener ningún interés en exigírselas más
allá del gobierno de la mansión y del resto de posesiones, doncellas
y criados incluidos. El marido y el suegro de Katherine se marchan a
atender sus negocios y la joven queda sumida en la soledad y el
tedio más agobiantes.
Hasta que se siente atraída por Sebastian, un mozo de cuadra rudo y
fogoso –la antítesis de su marido-, con el que se enreda en un
ardiente romance. Y a partir de ahí, su vida girará en un torbellino
de pasiones y en una sucesión de terribles acontecimientos, que
Katherine gobernará con mano firme, y en los que mostrará su
verdadera personalidad. Que impregna toda la película, con la
fotogenia y la mirada de su intérprete.
Katherine habla poco, pero el valor de sus palabras es inmenso en
una obra de silencios, de espacios cerrados y atmósfera viciada, en
la que Oldroyd escarba para retratar, con fino pincel impresionista
y una plástica impecable, la vida y costumbres de una sociedad
injusta y clasista, en la que el dinero y la ambición están por
encima de la ley y los sentimientos.
Interesantísima película y, como decía al principio, con un
sorprendente debut del británico William Oldroyd y la deslumbrante
revelación de Florence Pugh, una “lady Macbeth” impenetrable,
ambiciosa y fría como el hielo.
LA ESCAFANDRA Y LA MARIPOSA
(03.02.08)
Dir.: Julian Schnabel
Pro.: Kathleen Kennedy, Jon Kilik
Gui.: Ronald Harwood (sobre la novela de Jean-Dominique
Bauby)
Int.: Mathieu Amalric, Emmanuelle Seigner, Max von Sydow
Julian
Schnabel es una personalidad impactante: neoyorkino, 56 años, pintor de
éxito líder del movimiento neoexpresionista “bad painting”, dirige
cine desde 1996 cuando debutó con su película dedicada a Jean Michel
Basquiat; y en 2000 dirigió Antes
que anochezca, que brindó a Javier Bardem, en su personaje de
Reinaldo Arenas, su primera opción al Oscar. Y ahora vuelve con esta
asombrosa adaptación de la novela La
escafandra y la mariposa.
Jean-Dominique Bauby era
redactor-jefe de Elle cuando,
en 1995 y con poco más de cuarenta años, sufrió un gravísimo
percance cardiovascular que lo dejó paralizado, sin poder hablar ni
casi alimentarse y con la única posibilidad de movimiento de su párpado
izquierdo; aniquilado físicamente, pero con sus facultades
intelectuales intactas. Padecía el “síndrome del cautiverio”: un
cuerpo encerrado en una coraza inclemente, como una rígida escafandra,
sin más libertad que la de su memoria, su imaginación y su capacidad
poética, como una mariposa fragilísima que intentara echar a volar
cada día y cada hora.
Bauby fue dictando
heroicamente a su enfermera –parpadeando para señalar, una por una,
todas las letras-, cada palabra y cada frase de un libro impresionante
en el que cuenta su existencia, antes y después del accidente; es una
novela, pero también una lúcida reflexión sobre la vida, una
autobiografía y un epitafio. Y Julian Schnabel, partiendo de esas páginas,
ha orquestado con su guionista una conmovedora película. Con un
prodigioso sentido del tiempo interior y del espacio externo, y adueñándose
de la percepción limitadísima del protagonista, aúna admirablemente
el punto de vista subjetivo de éste con la necesaria distancia para la
observación del espectador.
La obra arranca con los planos que muestran esas impresiones, las que el
único ojo del enfermo puede registrar –vacilantes, casi desenfocados,
verdaderamente húmedos a veces-, con tal maestría que no es necesario
conocer de antemano la dramática circunstancia del personaje;
comprendemos, sabemos, lo que pasa, lo que siente, lo que percibe y lo
que piensa; lo acompañamos en su terrible despertar y en su desesperación
inicial, que se hace más patente, más aniquiladora, según la realidad
se le va imponiendo. Bauby no se mueve, no habla, pero oye y comprende,
y su sufrimiento no tiene límites.
Según la realidad exterior se va haciendo más nítida Schnabel se va
también atreviendo a mostrarla y la cámara nos enseña entonces el
entorno, el escenario y los acompañantes de Bauby, y ambos universos,
el océano exterior que navega inmóvil dentro de su escafandra, y el
interno que vive e imagina al vuelo de su mariposa, los dos se funden en
una sola realidad en la pantalla, con tanta precisión y tanta armonía
que parece fácil.
Con el retrato de todos esos momentos, esos días en los que el genio de
Bauby se peleaba con su deterioro físico, más un par de insertos que
relatan con sabiduría los instantes cruciales de su historia, el
director compone, apoyado en un magnífico guión y siempre ayudado por
sus intérpretes, un monumento poético que rinde homenaje al esfuerzo
humano y demuestra cuánto sentido puede tener la vida cuando el último
aliento es, a la vez, tan débil y tan extraordinariamente poderoso.
Quizá por eso dice Schnabel que su obra es como un
manual de autoayuda para la muerte... Si fuera así ya sería bastante
para apreciar la grandeza del cine; pero en todo caso, La
escafandra y la mariposa, por encima del éxito y de los premios
–Cannes, dos Globos de Oro, cuatro nominaciones al Oscar-, es mucho más:
es una gran película, que hay que ir a ver desprovisto de prejuicios y
con la mente y los ojos bien abiertos: no es una tragedia, ni un
melodrama, ni tampoco, claro, una comedia; es, simplemente, gran cine:
el trazo de una vida, la recreación poética, conmovedora, certera –y
además inteligentísima- de la pasión de un hombre y cuantos
estuvieron junto a él. (www.laescafandraylamariposa.es)
LA FORMA DEL AGUA
(17.02.18)
Dir.: Guillermo del Toro. Pro.: Guillermo del Toro, J. Miles Dale.
Gui.: Guillermo del Toro, Vanessa Taylor. Int.: Sally Hawkins,
Richard Jenkins, Michael Shannon.
Décima película de Guillermo del Toro. El director de Cronos,
Mimic, El espinazo del diablo, Hellboy y El
laberinto del fauno vuelve con una fábula poética que entronca
con las mejores de su obra; y también con los clásicos que dan
vueltas sobre el mito de la bella y la bestia, la mujer y el
monstruo.
La
mujer es Elisa, una joven muda que trabaja de limpiadora en un
fantástico laboratorio secreto del gobierno americano. Vive sola y
no tiene más amigos que su compañera Zelda y su vecino Giles, un
hombre mayor, pintor frustrado y bastante desencantado de la vida.
Estamos en los años 50, en plena guerra fría, y la sombra de los
rusos, con ventaja en la carrera espacial y con sus misiles
cargados, preocupa al gobierno. Un día, traen al laboratorio a un
extraño ser acuático, mitad hombre mitad batracio, con el que los
científicos se proponen experimentar, por si encuentran alguna
posibilidad inesperada.
Y
Elisa descubre a este ser casi por casualidad, y entre los dos surge
una imprevista conexión, que parte de la compasión de ella ante el
trato inhumano que él recibe y se va convirtiendo en mutua simpatía
y, al final, en amor. Un amor que no entiende de diferencias, que es
oscuro y difícilmente comprensible y a la vez limpio y verdadero:
pura contradicción en un mundo hostil, frío y lleno de falsedad y
prejuicios.
Guillermo del Toro ha construido un universo particular, lleno de
hallazgos visuales y sonoros; entre estos, la magnífica banda sonora
de Alexandre Desplat y el fondo sonoro de la televisión y los
vinilos de Eliza. Entre los que conforman la imagen de la película,
el maravilloso diseño de los escenarios, azules y fríos en el
laboratorio, dorados y cálidos en las viviendas, deliciosamente naif
la de ella, recargada, sobreabundante en libros y cachivaches –y en
gatos- la del vecino.
Y
una fotografía que arranca como en un sueño, cercana a la estética
de Jean-Pierre Jeunet –aunque Del Toro lo niegue- y que va cambiando
hasta oscurecerse en la secuencia final entre la lluvia incesante,
la noche y el mar. No sé si La forma del agua es una obra
redonda, perfecta; quizá no, por un tanto autocomplaciente y no
demasiado original; pero desde luego es una historia intensa, muy
poética y absorbente.
Y que cuenta con
lo más atractivo para el espectador: una interpretación de Sally
Hawkins –ninguna sorpresa, porque es una actriz descomunal-
impresionante, sin resquicios, digna de todos los elogios. Su Elisa
es tierna, vulnerable, decidida, alocada y valiente; Guillermo del
Todo ha escrito uno de sus mejores personajes y Sally Hawkins da
todo un recital.
LA FUENTE DE LAS MUJERES
(11.12.11)
Dir:
Radu Mihaileanu
Pro.: Radu
Mihaileanu, Luc Besson, Denis Carot, Gaetan David
Gui.: Radu
Mihaileanu, Alain-Michel
Blanc
Int.: Laila Bekhti, Hafsia Herzi, Biyouna
La
fuente de las mujeres
transcurre en algún punto del norte de África, y es una película
francesa que dirige un judío francés nacido en Rumanía, Radu
Mihaileanu. Reconocido internacionalmente a partir de Vete
y vive (2005) y, sobre todo, El
concierto (2009) –esa historia de los veteranos músicos rusos que
se inventaban una orquesta sinfónica en París-, Mihaileanu plantea
ahora una fábula que tiene algo de la Sherezade de Las
mil y una noches y bastante más de Aristófanes, aunque Lisístrata
hable en darija –un dialecto marroquí- y la asamblea de las mujeres
sea aquí un baño público.
La fuente en cuestión está en lo alto de una colina con muy malos y
empinados caminos; es el único suministro de agua que tiene el pueblo,
y son las mujeres, desde siempre, las encargadas de acarrearla. Con dos
o tres cubos a cuestas, suben y bajan penosamente día tras día,
sufriendo mil inconvenientes y hasta graves problemas de salud.
Mientras, los hombres vegetan en el bar, mano sobre mano; la pertinaz
sequía ha secado los campos, no hay nada que cultivar ni apenas ganado
que cuidar. Ni industria alguna: estamos en el siglo XXI, pero el pueblo
se ha quedado anclado en el pasado.
El contraste entre el ocio de los hombres y el trabajo de las mujeres es
brutal. Como lo es la alegría y la fiesta por el nacimiento de un varón
–la película abunda en insertos musicales que dan pie a que las
mujeres manifiesten cantando lo que no pueden decir formalmente- y el
sufrimiento de la joven embarazada que baja de la fuente, tropieza, cae
y pierde el niño sin que nadie ponga el menor remedio. Pero eso hace
que Leila tome conciencia de la situación y contagie su rebeldía y su
valor a las demás mujeres del lugar. Leila está casada con un joven
del pueblo, pero es forastera; sabe leer y escribir, no está atada a
las tradiciones y aspira a alcanzar el progreso colectivo y a la vez su
propia dignidad.
Su propuesta, al principio escandalosa para todas, termina por calar:
las mujeres harán huelga de sexo hasta que el problema del agua se
resuelva; es decir, que los hombres suban a la fuente a cogerla, o que
busquen cualquier otra solución que a ellas las libere. Naturalmente,
se organiza un tremendo conflicto. Leila tiene a favor a su marido, a la
influyente “Viejo Fusil” y a la mayoría de las mujeres, con más o
menos decisión, con más o menos sacrificio. En contra, a todos los demás;
empezando por la familia de su marido, que le insta a repudiarla,
pasando por todos los hombres del pueblo y terminando por el mismísimo
imán, que, Corán en mano, intenta convencer a las rebeldes.
Mihaileanu se ha documentado exhaustivamente; de hecho, el
acontecimiento que narra es real: ocurrió –más o menos- en Turquía
en 2001. Pero, como decía, la película no es una crónica social o política,
sino un relato fabulado en el que se reivindica la libertad sexual y la
ruptura de una tradición machista embrutecedora. Para ello se centra en
el mundo islámico, donde estas cuestiones tienen aún un camino
infinito por recorrer y donde las mujeres son muchas veces consideradas
como seres reproductores, sin ninguna otra aspiración, y viven
sometidas al poder de los hombres; lo que incluye, además, la
influencia todopoderosa de la familia política.
Por eso oculta acertadamente la localización exacta de la historia,
pero indica su contemporaneidad: ya usan los móviles y las modernas
tecnologías, y la solución al problema del agua es totalmente actual.
Como también lo es el repaso que Mihaileanu hace del papel de las
instancias políticas, corruptas y oportunistas. Se salva de la quema el
personaje del imán, hombre, sí; pero sabio: es el único capaz de
razonar, comprender, y aceptar el papel de la mujer educada y
responsable.
Es la cara amable del islam, la lectura progresista del Corán y el
mejor valor de un mundo retratado por Mihaileanu y Blanc en esta película:
acogida favorablemente en el pasado Cannes y en todo el mundo occidental
y, desgraciadamente, desconocida más allá. (www.lafuentedelasmujeres.es)
LA
GRAN BELLEZA
(08.12.13)
Dir.:
Paolo Sorrentino
Pro.:
Nicola Giuliano, Francesca
Cima Gui.:
Paolo Sorrentino, Umberto
Contarello
Int.:
Toni Servillo, Carlo
Verdone, Sabrina Ferilli
Puede que el cine
de Paolo Sorrentino (Nápoles, 1970) no guste a todo el mundo pero lo que
no se le puede negar es que sus películas tienen fuerza y originalidad.
Recordemos, por ejemplo, Las consecuencias del amor, Il divo
–con un maravilloso Toni Servillo en la piel de Giulio Andreotti-, Un
lugar donde quedarse –la más “glamurosa” interpretación de Sean Penn-…
Un cine y un director con evidente personalidad.
La que demuestra en La gran belleza ya desde los primeros
compases. La película arranca con una declaración de intenciones: diez
minutos de imágenes sin palabras, que aúnan la impresión estética de la
monumentalidad de Roma –capaz de hacer desmayarse a un turista japonés-
con el vértigo de la “dolce vita” del siglo XXI que explota en la noche
del cumpleaños de Jep Gambardella. Jep ha reunido a todos sus amigos en
su espléndida terraza con vistas al Capitolio. Allí corre el champán y
el mejor vino, acompañados de otras materias y sustancias; atruena la
música, y los cuerpos, jóvenes y mayores, vibran al compás del frenético
“house” mezclado con éxitos de Raffaela Carrá, sones estridentes de
mariachi y sublimes fragmentos de ópera.
Todo vale para celebrar y homenajear al anfitrión. Jep Gambardella es el
protagonista –y creador- absoluto de esta historia; y un maravilloso
Toni Servillo
compone a la perfección este personaje inolvidable: un hombre
inteligente, elegante, maduro –más cerca de los setenta que de los
sesenta- pero aun seductor, brillante y mordaz hasta el cinismo. Su
novela de juventud –y única que ha escrito- El aparato humano le
ha conseguido reconocimiento interminable y ahora disfruta de fama y
riqueza mientras observa el paso del tiempo y la vida de sus semejantes
desencantado y aburrido. Toda una
galería de tipos humanos pasa por delante o –en el mejor de los casos-
rodea a Jep; convive con ellos, los soporta, los desprecia y puede que
en algún caso lleguen a conmoverlo: la artista moderna, la directora de
su revista, el hijo “especial” de su amiga, el marido de su exnovia, su
amigo aspirante a autor, el cardenal “papable”, la monja-santa… y otros
tantos. Todos son reconocibles, verdaderos –en la película y en la
realidad-, para todos tiene Jep un calificativo, una mirada de través,
quizá una caricia decadente.
La calidad del personaje corre pareja con la potencia de las imágenes;
la cámara de Paolo Sorrentino escribe con una caligrafía majestuosa,
homenajeando a los grandes maestros italianos: traza larguísimas
panorámicas, como el Visconti de Muerte en Venecia, del que
hereda además el virtuosismo en la recreación de los ambientes; expone
composiciones sobre vacío, personajes desolados como en Antonioni, y
hay momentos que remiten a su postrero documento Lo sguardo di
Michelangelo; en otras ocasiones la ironía, la imaginación y la
fuerza poética, casi onírica, del impacto visual, remiten a Fellini y
sus criaturas…
Pero ese brillantísimo ejercicio formal no esconde un contenido más
profundo y más amargo, porque hay otros referentes aun en la reflexión
que paralelamente hacen director y protagonista: ambos se muestran
radicales enemigos de la hipocresía, de las apariencias, del culto
idólatra a figuras insignificantes y distantes de la fatua felicidad
terrenal, tanto como de las falsas esperanzas en mundos mejores y más
eternos. La secuencia de la recepción a la supuesta santa, una monja
centenaria que parece una momia, escoltada por gentes de todas las
confesiones y sentada en el reconocible sillón de mimbre de
Emmanuelle, es reveladora.
Jep observa esa sociedad, esas gentes, y no encuentra en ellos, ni en la
vida que comparten, ningún rastro de la belleza que quiso entrever, en
su juventud, en el cuerpo de su novia; o más tarde en la sonrisa de un
niño; o en el canon escultural del mármol, en la voluta de un capitel de
piedra. Aquellos rastros murieron; estos no han estado nunca vivos. Y la
mirada de Jep busca la Gran Belleza antes de la muerte. La busca, pero
no la encuentra. (http://www.wandavision.com/site/sinopsis/la_gran_belleza)
LA
GRAN ESTAFA AMERICANA
(02.02.14)
Dir.:
David O. Russell
Pro.: Charles Roven,
Richard Suckle, Megan Ellison, Jonathan Gordon
Gui.: Eric Warren Singer, David O. Russell
Int.: Christian Bale, Amy Adams, Bradley Cooper, Jennifer Lawrence
David Owen
Russell es una de las nuevas luminarias de Hollywood: un director con
mucha personalidad, acostumbrado al éxito de público y, a veces, también
de crítica; produce y escribe además de dirigir, y ha firmado títulos
como Flirteando con el desastre, Tres reyes, Extrañas coincidencias
–en 2004, con el debut de Jonah Hill-, The fighter –de 2010, con
Amy Adams y sendos Oscar para Christian Bale y Melissa Leo- y El lado
bueno de las cosas, con Bradley Cooper de pareja de baile de
Jennifer Lawrence, quien ganó también el Oscar el pasado año.
Con sus cuatro artistas preferidos –Bale, Adams, Lawrence y Cooper-
repite en esta última: La gran estafa americana, nuevamente
favorita para el gran premio del cine; cuenta nada menos que con diez
nominaciones, incluidas la de la película, el director y sus cuatro
protagonistas. Puede que gane: por lo general, casi nunca se lleva el
Oscar la mejor en competencia; basta con echar una mirada a la lista de
premiadas año tras año para comprobarlo. Y no sería de extrañar que
volviera a suceder en esta próxima convocatoria, a pesar de la
extraordinaria calidad de algunas otras aspirantes.
Quizá porque además de al público –seguro- y a algunos críticos, esta
historia de estafadores y maleantes de diversa ralea pueda convencer
también a los académicos americanos. El guion tiene pretensiones de
altura, a ratos alcanzada, y cuenta la historia de Irving Rosenfeld, un
timador profesional que se está haciendo rico con falsos créditos y
obras de arte más falsas todavía. Su carrera cobra un impulso decisivo
cuando se asocia a Sydney Prosser, una atractiva y desvergonzada
buscavidas que se hace pasar por británica para impresionar y seducir a
los clientes.
Y cuando están en lo más alto, son descubiertos y amenazados por el FBI.
El astuto y ambicioso agente Richie DiMaso les obliga a colaborar con él
en una operación en la que pretende enredar al incauto alcalde de New
Jersey y a unos cuantos congresistas sin escrúpulos; cuantos más, mejor,
porque DiMaso solo busca un golpe de efecto que le haga ganar puntos en
su trabajo. Irving está muy preocupado, y la vida se le complica todavía
más cuando su estrecha –muy estrecha- colaboración con Sydney levanta
una tempestad de celos en Rosalyn, su joven, bastante idiota y muy
histérica mujer.
Los perfiles de los protagonistas están trazados con enorme vigor, y sus
intérpretes se ponen a la tarea con toda energía; más sofisticada Amy
Adams, rozando la violencia la fuerza con que Jennifer Lawrence se
entrega a su desmesurado personaje. Bradley Cooper y Christian Bale
disfrutan de sus caracterizaciones queriendo tomarse en serio sus
prótesis y sus adornos capilares, que van del peluquín vergonzante a los
ridículos bigudíes. Los ambientes en que se desenvuelven y el vestuario
con el que se arropan reflejan con exactitud no exenta de ironía el aire
decadente y hortera, tirando a canalla pero también muy divertido, de
los años setenta del pasado siglo. Eso, y una excelente banda sonora,
que además de la partitura original deja oir temas de Tom Jones –el
inevitable Delilah-, Santana, Elton John, Chicago o Donna Summer…
Todo contribuye a dar veracidad a un relato que también podría
desarrollarse en nuestros días; parece que las historias de corrupción,
de maletines que van y vienen, de promesas de negocios fraudulentos –con
la mafia de los casinos por medio- y de políticos inmorales, son modelos
que se repiten antes y ahora, allí y aquí.
La
gran estafa americana
podría ser un retrato ácido de esos hechos y esos personajes. Pero le
pierde su verborrea excesiva, sus momentos grandilocuentes y, desde
luego, su desenlace. Todo lo que está pensado, precisamente, para
conquistar a un público fácil –que incluye a los académicos americanos-
y para conseguir que su presupuesto –28 millones de dólares- se
multiplique en taquilla. (http://www.americanhustle-movie.com/teaser/)
LA GRAN
FAMILIA ESPAÑOLA
(15.09.13)
Dir.:
Daniel Sánchez Arévalo
Pro.: José Antonio Félez,
Fernando Bovaira Gui.: Daniel Sánchez Arévalo
Int.: Antonio de la Torre, Quim Gutiérrez, Verónica Echegui
La obra de Daniel
Sánchez Arévalo es todavía corta, pero muy interesante: la inició en
2006 con Azuloscurocasinegro –más de 50 premios, incluidos 3
Goyas- y después ha dirigido Gordos –en 2009, 2 Goyas más- y
Primos (2011). También es un estupendo guionista y cortometrajista;
de uno de sus más celebrados cortos, Traumalogía, procede este
largo actual. Y quizá también de ¡Gol!, su debut absoluto en
2002.
Antes de levantar falsas esperanzas, es preciso señalar que este
procedimiento de tomar un corto y alargarlo y completarlo hasta
conseguir un largometraje, unas veces sale bien y otras no. Y,
lamentablemente, me parece que esta es una de las que no.
La gran familia española
es la que forman cinco hijos, el padre –la madre se marchó de casa hace
ocho años-, una nieta y las novias más o menos inciertas de los retoños.
La más evidente parece Carla, que se va a casar hoy mismo con Efraín, el
pequeño de la prole; que no se llama Efraín porque sí: a los padres,
desde que tuvieron su primera cita, les emociona Siete novias para
siete hermanos, la película musical de Stanley Donen; llevados de su
entusiasmo, decidieron tener también siete hijos, a los que fueron
llamando como a los hermanos de marras: Adán, Benjamín, Caleb, Daniel y
el ya mentado. Pararon después del quinto, luego sabremos por qué. Y
Efraín y Carla se van a casar, un tanto intempestivamente; no solo
porque ella aparece en evidente estado de buena esperanza, sino porque
precisamente hoy, tras décadas de decepciones inconsolables, España
juega la final del campeonato del mundo
de fútbol
contra Holanda. Aunque
familiares y amigos piensan que a nadie se le ocurre una cosa así,
acuden resignados a la boda.
Cada uno de los hijos –y el padre- tiene una historia: Adán, deprimido y
atontado por los ansiolíticos; Benjamín, infeliz como un crío pequeño;
Dani, con serios problemas de autoestima, anulado por la figura –y la
ausencia- de Caleb, un cirujano que se ha tirado dos años en África sin
dar señales de vida. El padre aún no se ha recuperado del abandono de su
mujer; y Efraín… bastante tiene con celebrar su boda y su mayoría de
edad al mismo tiempo. Entre Dani y Caleb tiene que decidirse Cris,
sucesivamente comprometida con ambos; y alrededor de los novios está
Mónica, hermana gemela de Carla. Y estos son los caracteres más
importantes.
Que todos estén bien dibujados no quiere decir que el relato funcione
siempre. Al contrario, hay muchos momentos en los que las situaciones,
los diálogos, los personajes, se vuelven lunáticos. Hay escenas
brillantísimas y en otras parece que todo se ha puesto patas arriba y no
se encuentra la ilación ni
la
coherencia. A veces los protagonistas –que
son demasiados- se debilitan, mientras que los secundarios son meros
brochazos sin apenas justificación; y un guion excelente se pierde en
secuencias que casi abochornan. Para colmo, el omnipresente partidito
interrumpe más de la cuenta y la película no perdería nada sin él; todo
lo contrario.
Cuando no se pone didáctico, Sánchez Arévalo escribe maravillosamente;
sus diálogos están llenos de naturalidad, desparpajo y la suficiente
profundidad para retratar a sus personajes. Pero La gran familia
española se tiñe de moralina alguna vez y otras cae en su contrario
más absurdo; que los novios confiesen sus intimidades y que todos,
unánimemente, se rían de ellos, es una de las cosas más idiotas que he
visto en una pantalla.
Como es lógico, también las interpretaciones quedan desiguales y
resueltas a trompicones; con la excepción de Verónica Echegui, que está
muy bien todo el tiempo, los demás hacen lo que pueden y a veces se nota
que les cuesta. El trío juvenil quizá también se salva, a fuerza de
fotogenia y de entrega. Que no se les niega a ninguno, por supuesto; ni
tampoco al director y guionista. Quizá todo sea a causa de un pequeño
bache creativo de Daniel Sánchez Arévalo; esperemos que transitorio.
(https://www.facebook.com/LaGranFamiliaEspanola)
LA GRAN MENTIRA
(07.12.19)
Dir.: Bill Condon. Pro.: Bill Condon, Greg Yolen.
Gui.: Jeffrey Hatcher, Nicholas Searle. Int.: Helen Mirren, Ian
McKellen, Russell Tovey.
Bill Condon es un director neoyorkino
relativamente prolífico –veinte títulos en treinta años- pero
bastante versátil. Recordemos que ha firmado Candyman 2
(1995), las dos partes de Amanecer de la serie
Crepúsculo (2011 y 2012), El quinto poder (2013), y
las muy interesantes Mr. Holmes (2015) y –hace veinte
años- Dioses y monstruos (1998), que le valió el Oscar al
mejor guion. Estas dos últimas y la actual, protagonizadas por
Ian McKellen, un actor con el que se compenetra muy bien.
Aquí, Ian McKellen es Roy Courtnay, un hombre que
se mantiene instalado en el engaño. Es un estafador consumado, que
vive
de sacarles el dinero a inversores incautos y a mujeres
desprevenidas y preferiblemente ricas, que caen en sus redes de
profesional del timo. A estas llega sobre todo por medio de
los portales de contactos de internet. Y así conoce a Betty
McLeish, una viuda reciente, un tanto desorientada y bastante
millonaria.
Inmediatamente, Roy lo ve claro; pero le cuesta
un poco intimar con Betty, porque ella no parece estar preparada
para una nueva relación, y porque tiene un nieto, Stephen, que
anda con la mosca detrás de la oreja ante un pretendiente tan
decidido. Sin embargo, el hombre despliega todo su arsenal de
seducción, que incluye, finalmente, el anzuelo de la supuesta
rentabilidad de su capital. Para ello cuenta con su compinche
habitual, un falso asesor de inversiones que le ofrece una
operación ventajosísima. Sobre todo para Roy, claro. Que está
dispuesto a desplumar a Betty, pasando por encima de las
maniobras del nieto, de cualquier sorpresa desagradable que la
pueda sobrevenir, e incluso manchándose las manos de sangre si
hace falta. Esta es su gran y posiblemente última oportunidad, y
no puede desaprovecharla.
El relato está casi monopolizado por estos dos
potentes personajes: el hábil depredador y su inocente presa.
Eso es magnífico, porque están interpretados por estos dos
genios de la escena y la pantalla: Ian McKellen y Helen Mirren.
McKellen (80 años) es un auténtico monstruo; además de Holmes,
ha sido Gandalf, el rey Lear y Magneto, entre otros muchos. Aquí
es un hombre corriente, pero transmite tanta fuerza y tanta
pasión, que un primer plano suyo es capaz de incendiar la
pantalla. Helen Mirren (74 años) es una reina, y no porque las
haya hecho casi todas; es una actriz descomunal, dúctil,
sugerente, dueña de todos los recursos. Ambos coinciden por
primera vez en la pantalla, y además son de escuelas y técnicas
completamente diferentes; pero se han entendido, complementado y
enredado como si llevaran toda la vida haciendo cine juntos. La
película merece la pena por verlos, aunque por desgracia la
trama titubee en algunos momentos y deje ver un costurón por el
que asoma el evidente desenlace.
Y para colmo el trecho final del guion se
va por los cerros de Úbeda con una explicación atropellada y
poco verosímil. No he leído la novela de Nicholas Searle de la
que procede la película, aunque no dudo de que ese final es fiel
al texto; pero precisamente es el tratamiento cinematográfico el
que renquea, por su tono tan diferente al resto, su aceleración
y su casi inverosímil planteamiento. Lo demás, hasta ahí, casi
perfecto.
LA
GRAN SEDUCCIÓN
(21.09.14)
Dir.
Don McKellar
Pro.: Barbara Doran, Roger
Frappier Gui.: Michael Dowse, Ken
Scott
Int.: Brendan Gleeson,
Taylor Kitsch, Liane Balaban
No es que el canadiense Don McKellar sea
un director muy famoso, pero hay que reconocerle cierta experiencia:
lleva veinte años trabajando como actor –sobre todo en televisión-,
productor y guionista –suyo es el guion de A ciegas, sobre la
novela de Saramago, por ejemplo-, y ha realizado una docena de episodios
de series y tres largometrajes; el último, de momento, es esta revisión
de la película del mismo título, de Jean-François Pouliot, de 2003.
De modo que regresamos al mismo
escenario, u otro muy parecido: Tickle Head es un pequeño pueblo perdido
en algún recodo de la costa del norte de Canadá; poco más de un centenar
de habitantes malviven –con contadas excepciones- del subsidio estatal y
trampean con lo que pueden. Hace años, cuando aun eran jóvenes, vivían
bien gracias a la pesca; pero eso se acabó definitivamente. Y la única
posibilidad de supervivencia se la ofrece ahora una industria de
reciclados, que podría establecerse en el pueblo… si tuvieran médico. La
cuestión preocupa a las fuerzas vivas de la aldea, encabezadas por el
nuevo alcalde, Murray French, un pícaro emprendedor con las ideas muy
claras.
Cuando, por una carambola, el joven y desprevenido doctor Lewis cae por
allí, desterrado por un mes, el astuto alcalde convoca a todos los
lugareños en el empeño en hacerle la estancia fácil y agradable –si no
divertida- con la esperanza de que se quede para siempre. No todo el
pueblo está de acuerdo en secundar las artimañas de Murray; Kathleen, la
joven y bonita encargada del correo no se presta a servir de cebo, y el
temeroso –y único- empleado del banco tampoco lo tiene tan claro. Pero
el alcalde, como una fuerza de la naturaleza, arrasa con todo y convence
a la mayoría.
El doctor Lewis toma posesión provisional –o eso cree él- de su cargo,
encantado de las atenciones que recibe. No importa que las estratagemas
utilizadas lleguen a ser absolutamente disparatadas, desde obligar a la
población a jugar al críquet –deporte que desconocen por completo-,
hasta ponerle peces en el anzuelo para que Lewis los pesque; el bueno
del doctor las disfruta todas y empieza a pensar que aquel puede ser el
sitio ideal para vivir.
La historia sigue los cánones trazados por el género de comedia
costumbrista, sección rural, y, por supuesto, por la versión primitiva
de la que no se separa ni un milímetro salvo por el cambio de idioma
–francés por inglés- y el reparto. Que ahora preside el gran Brendan
Gleeson, bien secundado por Taylor Kitsch –el protagonista de la fallida
John Carter- y por toda la tropa de paisanos del lugar. Don
McKellar se muestra un eficaz director de actores y compone una
coreografía ligera y desenfadada en la que no hay nada estridente: leves
toques ecologistas, amor por el terruño y preocupación por unos lugares
y unas gentes que van desapareciendo.
Y una divertida justificación de las trampas, si las hacen gentes rudas
pero de buen corazón. En resumen, una historia sencilla y entretenida,
que es exactamente lo que el espectador espera y exige de una película
de este estilo. Cabe preguntarse, desde luego, por las razones de volver
a hacerla tan solo diez años después de la primera. La verdad es que no
se encuentran demasiadas… pero quizá es el signo de los tiempos; y, al
fin y al cabo, experiencias peores hemos tenido que soportar. (www.acontracorrientefilms.com/pelicula/328/la-gran-seduccion)
LA GUERRA DE CHARLIE WILSON
(24.02.08)
Dir.: Mike Nichols
Pro.: Tom Hanks, Gary Goetzman Gui.:
Aaron Sorkin
Int.: Tom Hanks, Julia Roberts, Philip Seymour Hoffman
Mike
Nichols es un director... por lo menos particular. Nació en Berlín en
1931 pero ha trabajado siempre en América; ha realizado una veintena de
películas, desde su debut en 1966 con Quién
teme a Virginia Wolf?, a la que siguió el éxito mundial de El graduado al año siguiente; y en su carrera hay títulos como Conocimiento
carnal, Silkwood, Armas de mujer, A propósito de Henry, Lobo, Una jaula
de grillos y Closer; ésta
última, de hace un par de temporadas, con un reparto de bellezones
–de ambos sexos- presidido por Natalie Portman y Julia Roberts.
Con Roberts repite ahora: ella es Joanne Harring, una bella, acaudalada
y liberal –y anticomunista- dama, que le pone los puntos a Charlie
Wilson. Wilson es un excongresista americano, de casi 75 años, que no
se parece mucho a Tom Hanks. Pero Hanks lo hace muy bien y no nos cuesta
nada creernos su personaje. Charlie Wilson estaba en plena actividad política
a comienzos de los 80; congresista por Texas, su carrera se cimentaba en
sólidos apoyos y en una extraordinaria mano izquierda, y un poder de
seducción que también se demostraba en su vida privada.
Impenitente mujeriego y juerguista
consumado, procuraba disfrutar de ambientes lujosos, de bellas señoras
y de variados estimulantes, no todos alcohólicos. Y casi por
casualidad, su vida reunió a dos personajes clave: por un lado, la
deslumbrante mistress Harring –soltera en ese momento-, una de las
pocas personas influyentes que se daba cuenta de lo que sucedía en
aquellos años en el Afganistán ocupado y casi asfixiado por los soviéticos.
Ella convenció a Wilson para que se entrevistara con el gobierno de
Pakistán y pudiera conocer los campamentos de refugiados afganos cerca
de la frontera.
Esa tremenda situación, más el peligro manifiesto de una final anexión
de Afganistán a la Unión Soviética, convenció a Wilson de la
necesidad de intervenir. Evidentemente, la resistencia popular afgana,
los famosos “muyahidines”, no tenían ni la fuerza ni –sobre todo-
las armas suficientes para enfrentarse a los temibles tanques y helicópteros
rusos. Y ahí entra la segunda persona que cambió el destino de Charlie
Wilson y seguramente también el de toda la geopolítica del siglo XXI;
y esto no es ninguna exageración. Wilson reclamó ayuda de la C.I.A. y
recibió, por todo bagaje, la visita de un agente de segunda, en horas
bajas y con mala fama: Gust Avrakotos, un hombre muy listo.
Con la supervisión y el estímulo de Joanne Harring, el congresista y
el espía profesional formaron equipo y Wilson se encargó de ir
multiplicando el presupuesto que el Congreso dedicaba a la ayuda a
Afganistán –empezó doblando los 5 millones de dólares iniciales y
terminó por conseguir, en el momento más candente, mil millones-,
mientras Avrakotos los convertía en armas cada vez más sofisticadas y
eficaces y las hacía llegar a los afganos a través de Pakistán.
Mike Nichols cuenta toda esta historia con evidente placer, disfrutando
del material y de sus intérpretes. Toda la película va como la seda,
conducida por la experiencia del director, la buenísima química de los
actores y la eficacia del guión, salpicado de chispas de gracia e ironía,
propias de la mejor comedia. Por una vez, la hora y media que dura se
hace escasa, y se echa de menos más desarrollo de historia y
personajes.
Y ése es, precisamente, el principal escollo de la obra: que se ha
optado por el tono y las situaciones generales de la comedia, cuando se
está tratando, bajo la apariencia de la biografía bienhumorada del
congresista Wilson, uno de los momentos y de los asuntos más
trascendentes en la moderna historia de la humanidad. Nada menos. Los
americanos consiguieron echar a los rusos de Afganistán, armaron a los
afganos hasta los dientes y luego los abandonaron, y, sin darse cuenta,
ayudaron a crear el movimiento fanático talibán, sus líderes
terroristas y sus dramáticas consecuencias.
La película retrata los hechos y al hombre que los provocó, pero
siempre de esta manera amena, casi simpática y, desde luego,
superficial. Incluso el propio protagonista –un hombre fascinante-
debe poseer, sin duda, mucha mayor profundidad; no en vano ha dicho el
auténtico Charlie Wilson: “No sé qué disparates contarán estos de
mí... pero seguramente todo es cierto”. (www.laguerradecharliewilson.es)
LA HIJA
(27.11.21)
Dir.:
Manuel Martín Cuenca. Pro.: Fernando Bovaira, Manuel Martín Cuenca,
Alejandro Hernández, Urko Errazquin. Gui.: Manuel Martín Cuenca,
Alejandro Hernández. Int.: Javier Gutiérrez, Patricia López Arnaiz,
Irene Virgüez.
Manuel
Martín Cuenca (Almería, 1964) debutó en el largometraje en 2002 con
Cuatro puntos cardinales, un documental colectivo; pero se
dio a conocer un año después con La flaqueza del bolchevique
-la película que descubrió también a María Valverde-. Y luego
llegaron títulos como Malas temporadas, La mitad de Óscar,
Caníbal -para mí, su mejor película- y El autor, con
uno de los más potentes personajes de Javier Gutiérrez.
Con él
cuenta otra vez en este filme. Javier es profesor en un centro de
reinserción de menores; vive con su mujer, Adela, en la sierra, en
una casa aislada entre los riscos. El matrimonio no puede tener
hijos y eso les produce -sobre todo a ella- una enorme frustración.
Y cuando Javier descubre que Irene, una interna de quince años, se ha
quedado embarazada, le propone escaparse y esconderse en su casa
hasta que dé a luz. Luego entregará el bebé a la pareja y ellos le
proporcionarán un futuro seguro y digno.
Naturalmente, la fuga de la chica provoca un alboroto en el centro,
y hace intervenir a la policía. Pero nadie sospecha del bueno de
Javier, que se muestra tan preocupado como el que más y tampoco parece
poder acertar a explicar la desaparición. Así pasa el tiempo, y los
tres conviven en la casa en relativa armonía. No es completa, porque
Irene pretende explicar su situación a Osman, otro interno, del que
está enamorada y que es el padre real de su hijo. Javier no puede
consentir que se ponga en contacto con él, porque eso podría
desvelar su paradero.
Y
tampoco pueden permitir, ni él ni su mujer, que la chica albergue
algunas dudas crecientes en cuanto al destino de la criatura. Así
que Irene permanece escondida, Adela finge un embarazo feliz y, con
más de un sobresalto -la situación es cualquier cosa menos fácil-
llega al mundo una niña, la hija de las dos: Irene, su madre real,
se la cede a Adela, su madre definitiva.
El cine
de Martín Cuenca no es precisamente cómodo de ver. Sus películas son
perturbadoras, a menudo morbosas, siempre inquietantes. La hija
no escarba en el horror de Caníbal ni en la psicosis de El
autor, pero ahonda en la zona oscura de la condición humana, la
que nos acerca más a los impulsos más primitivos, animales, carentes
de norma moral. El matrimonio alberga a la chica, pero no hay en
ello rastro de solidaridad; solo egoísmo y una conducta más cercana
al secuestro que a la acogida.
Y si
también es cierto que en algunas ocasiones se atisbaba una cierta
simpatía del autor por sus criaturas, en esta película, que plantea
el espinoso tema de la maternidad -deseada, consentida, negada o
delegada- Martín Cuenca pone a los personajes bajo el microscopio
para analizarlos y diseccionarlos sin la menor pasión. Su mirada es
fría, los aísla en medio de la montaña y en medio de la pantalla con
exactitud, y los muestra a la consideración del espectador. Lo que
enseña, y también lo que oculta, es terrible.
Como
tremenda es la naturaleza, esos riscos que rodean a los
protagonistas y la casa en la que viven. Rodada en las sierras de
Cazorla y Segura, La hija no se entendería igual en un
entorno urbano. Es precisamente la soledad de la montaña, su
inaccesibilidad, su aspecto amenazante, lo que dota a la película de
un aura especial y lo que contribuye a acercar a las personas a su
lado más radical; donde, como decía, desaparece la ética para dejar
paso a la pulsión del depredador.
Y
tampoco sería lo mismo sin este trío de intérpretes formidables.
Patricia López Arnaiz -ya consagrada con su Goya por Ane- es
la mujer atormentada, herida en su deseo, casi enajenada; Javier
Gutiérrez es calculador, taimado, decidido; el hombre lobo que se
comería a la abuela si no fuera porque ya tiene en casa a
Caperucita: la mima, la engaña, la alimenta para sus fines. Y ella
es Irene Virgüez, la revelación del momento. Los tres dan lo mejor
de ellos mismos, conducidos por la mano maestra de Manuel Martín
Cuenca en esta película brillante, absorbente, impresionante.
LA
HUÉRFANA (18.10.09)
Dir.: Jaume Collet-Serra
Pro.: Leonardo DiCaprio, Joel Silver
Gui.: David Johnson
Int.: Vera Farmiga, Peter Sarsgaard, Isabelle Fuhrman
Jaume Collet-Serra se dio a conocer en 2005 cuando rodó en América Casa
de cera, una revisión más o menos aproximada de la mítica Los
crímenes del museo de cera (André de Toth, 1953); por lo bien que
le quedó y, sobre todo, porque costó cuatro duros y recaudó unos
buenos miles de dólares. Luego hizo esa cosa tan rara de Gol
2ª parte –en la que salía el Real Madrid- y ahora, como parece
que lo suyo es dar miedo, otra vez los americanos le han producido esta
historia de La huérfana de marras.
Resulta que un matrimonio está empeñado en adoptar a una niña... Ya
tienen dos hijos, pero en seguida se ve que también arrastran algún
problemilla, que ya el guión irá desvelando. El caso es que van a un
orfanato y, aunque está lleno de chiquillas simpáticas y monísimas,
se fijan en la más repolluda y friqui de todas, una nena con una
especial vena artística, solitaria y un puntito siniestra. ¿Por qué
se encaprichan con el fenómeno? Misterios de la vida... y para que haya
película.
El caso es que el comienzo de la cosa no está mal, y Collet-Serra
demuestra ya un oficio que no le abandonará en el resto de la narración.
Pero la historieta empieza a parecerse a otras dos mil de la especie y
se vuelve bastante previsible. ¿Qué puede pasar en esta familia
–aparte del rollo conyugal- con dos niños que ven llegar a una
hermana que parece escapada de La
casa de la pradera y que es capaz de llevárselos por delante a las
segundas de cambio? Pues eso.
Eso,
y un poquito más; porque es verdad que la película trata de ofrecer
alguna variación sobre el mismo tema, sobre todo en el tramo final;
claro que para que sea del todo creíble hay que tener bastantes
tragaderas, o una buena dosis de ingenuidad... o ser un irrevocable fanático
del género. (wwws.warnerbros.es/orphan/)
LA HUÉRFANA. PRIMER ASESINATO
(10.09.22)
Dir.:
William Brent Bell. Pro.: Ethan Erwin, Alex Mace, Hal Sadoff, James
Tomlison. Gui.: David Coggeshall. Int.: Isabelle Fuhrman, Julia
Stiles, Rossif Sutherland.
Parece
que el género de terror se va revitalizando; o, por lo menos, se
intenta: hay un par de títulos en cartelera, se esperan al menos
otros dos y entre medias ha llegado esta huerfanita de armas tomar.
Lo cierto es que a su director, William Brent Bell, estos argumentos
le interesan: buena parte de su obra -Devil inside (2012),
The boy (2016), The boy: La maldición de Brahms (2020),
Separación (2021)- se centra en la atormentada existencia de
diferentes familias; la mayor parte de las veces, con una prole
problemática, cuando no decididamente criminal.
En este
caso, la historia está protagonizada por aquella criatura, Esther,
que nos presentó Jaume Collet-Serra en 2009: un personaje siniestro
que ha visto detenido su crecimiento a los 10 años, aunque tiene más
de 30. Su apariencia infantil esconde un carácter malvado y una
mentalidad de auténtica psicópata. La película actual se sitúa años
antes -por eso lo del “primer asesinato”-, cuando el personaje está
encerrado en un hospital de Estonia. Todavía se llama Leena y tiene
atemorizado al personal de la institución.
Con
motivo. En cuanto puede, Leena se escapa por las malas y,
aprovechando su aspecto infantil, se las apaña -no se sabe muy bien
cómo- para hacerse pasar por la hija desaparecida de los Albright,
un matrimonio de clase acomodada de Estados Unidos. Los Albright
tienen también otro hijo, un chaval llamado Gunnar, pero reciben con
el mayor alborozo la reaparición de su hija Esther. Sobre todo el
padre, que a lo que se ve nunca se había podido recuperar de la
pérdida.
Como era
de esperar, la convivencia presenta pronto algunas grietas; en
parte, porque Leena -convertida ya en Esther- no puede evitar
cometer algunos fallos acerca de lo que deberían ser sus auténticos
recuerdos y actitudes; y por otro lado, porque el padre, la madre y
el hermano no parece que la vean con los mismo ojos e idéntica
benevolencia.
Y aquí
se produce un giro en el relato, a mi parecer lo más conseguido de
la película. Hay una nueva situación que lo cambia todo y añade un
interés suplementario; lo malo es que dura poco y todo -suspense,
emoción, ritmo e incluso interpretaciones- se van cuesta abajo y sin
frenos. Entendámonos: no es que se quiebren las convenciones del
género, todo lo contrario. La fórmula establecida pide que la
narración parta de un prólogo que sitúe al protagonista -todavía
relativamente ambiguo-, desarrolle luego un conflicto que parece que
tiene solución, puede aparecer este giro argumental -a veces rozando
lo inverosímil- y se deslice hacia la catástrofe final, que contiene
las peleas interminables, las matanzas más sangrientas y el
apocalipsis con incendios, explosiones, terremotos y lo que haga
falta. Y con un final lo más abierto posible, por si puede caber una
continuación.
Esta
segunda -o primera- aparición de la niña-adulta Esther cumple con
casi todos esos parámetros. Lo importante, en todo caso, no es el
esquema, sino de qué está relleno; en este caso, la historia no
inventa nada y el mayor interés está en el duelo entre las equívocas
protagonistas: la madre y la hija. Julia Stiles, de sobra conocida,
compone un personaje que se pliega con acierto al guion; e Isabelle
Fuhrman, embutida en ese cuerpo de niña que puede convertirse en
bruja, da el suficiente miedo.
Sobre todo, si piensas
que un día te la puedes encontrar llamando a tu puerta.
LA INOCENCIA
(27.06.20)
Dir.: Lucía Alemany. Pro.: Juan Gordon, Belén
Sánchez, Lina Badenes. Gui.: Lucía Alemany, Laia Soler. Int.:
Carmen Arrufat, Sergi López, Laia Marull, Joel Bosqued.
Primer largometraje de la joven directora Lucía
Alemany (Traiguera, Castellón, 1985), componente de la muy
prometedora generación que forman Andrea Jaurrieta (Ana de
día), Carla Simón (Verano 1993), Carmen Blanco (Los
amores cobardes), Diana Toucedo (Trinta lumes), Elena
Trapé (Las distancias), Belén Funes (La hija de un
ladrón)… hasta prácticamente una docena, todas ellas en
torno a la treintena, debutantes en el largo y, la mayoría
procedentes de las escuelas de cine de Cataluña y Madrid, prueba
del buen hacer que ya las acredita.
Lucía Alemany pone en imágenes en La inocencia
una historia que conoce muy bien. La protagoniza Lis, una cría
de quince años que pasa el fin de curso en su pueblo, con sus
padres –el hosco y primitivo Cata y la sufrida Sole-, sus amigas
y amigos –Rocío, el Polaco- y su novio incipiente, el muy
curtido Néstor. Llegan las fiestas, hay procesiones, tradiciones
bárbaras, baile en la discoteca congestionada y permisiva,
calor, alcohol y alguna sustancia más.
El pueblo son los mil ojos que todo lo ven, las
voces que van y vienen, las verdades que se esconden y las
mentiras que se publican. De puertas para adentro, cada casa es
un secreto. La de Lis no es muy confortable: la chica espera
acabar la secundaria para irse a Barcelona a estudiar para
artista: trapecista, equilibrista, algo así: el circo es lo que
le interesa. Naturalmente, su padre no puede comprender ese
exótico interés, y su insistencia no hace sino provocar su
enfado. La madre asiste a la confrontación, rendida a la
autoridad prepotente y machista de su marido. Y por supuesto,
cuidando de que nada problemático ni relativamente escandaloso
trascienda fuera del hogar.
Lucía Alemany acompaña las idas y venidas de Lis
por las calles y rincones del pueblo, retratando sus días y sus
noches. Su mirada convierte a Carmen Arrufat –digámoslo ya: un
portento de naturalidad y expresividad- en el centro de cada
plano, con las gentes del lugar al fondo, rodeada del amparo de
sus amigos, del calor de los besos de Néstor, con la difusa
presencia de sus padres instalados en la ignorancia. Y el relato
se desliza con naturalidad hacia el conflicto, el momento en que
la vida de Lis se convierte en un vértigo, un torbellino, una
bomba de relojería con cuenta atrás acelerada.
Dice Alemany que ella no describe la
adolescencia, sino a una adolescente. De acuerdo; pero su
propuesta se eleva sobre sus personajes –la joven, el pueblo, la
familia: protagonistas todos- para desarrollar una historia que
tiene más de crónica que de fábula. Sobre todo, porque aquí no
hay moraleja, como no la hay en la vida real: solo actos y
consecuencias, personas y relaciones, afanes, ilusiones y la
dura realidad.
Como las otras jóvenes directoras que citaba al
principio, Lucía Alemany debuta con extraordinaria fuerza; filma
con pasión, apoyada en su certero guion y la magnífica
interpretación que extrae de su elenco: muy bien los más jóvenes
y superlativos los mayores, con un majestuoso Sergi López a la
cabeza. La inocencia es una obra insólitamente madura,
planteada y resuelta sin apenas titubeos –naturales en una ópera
prima- y demostrando un potencial más que estimable y un futuro,
para su directora y para el cine español, muy esperanzador.
LA INVENCIÓN DE HUGO
(26.02.12)
Dir.:
Martin Scorsese
Pro.: Martin Scorsese, Graham King, Johnny Depp Gui.:
John Logan
Int.: Asa Butterfield, Chloë Grace Moretz, Ben Kingsley
De
Lumiére a Scorsese hay un buen trecho… Un siglo largo, en el que el
cine ha ido de la Llegada de un
tren y La salida de los
obreros de la fábrica a El
aviador, Infiltrados o Shutter
island, por citar sólo títulos recientes de la obra del maestro
neoyorkino. Y de este tiempo y de este arte nos habla su última película:
La invención de Hugo, una
transparente metáfora del significado de las imágenes que habitan en
el celuloide.
París, años 30. En la
gigantesca, dinámica y atestada estación de trenes todo funciona como
un reloj; y el reloj funciona… de milagro. Hace mucho tiempo que el
hombre que lo cuidaba y reparaba desapareció, pero nadie lo ha
advertido, ni siquiera Gustav, el celoso guardián de la ley, porque
Hugo, el hijo del relojero, un chaval avispado y decidido, vive solo
tras la esfera, a la sombra de las agujas y los números, escondido
entre los complicados engranajes; y él trata de que el extraordinario
cronómetro funcione con la máxima puntualidad y exactitud.
La vida de Hugo es, como se puede suponer, bastante precaria:
alimentarse, vestirse, hasta dormir, y no digamos jugar como cualquier
niño, son para él tareas complicadas, casi heroicas, a veces
imposibles. Algo se alivia su situación con la amistad de Isabelle, una
chiquilla de su misma edad que lo acompaña en sus correrías, y con la
protección –renqueante y hasta severa- del anciano Georges. Pero Hugo
no puede ser completamente feliz: no olvida a su padre y se esfuerza en
alcanzar su habilidad con las máquinas; sobre todo, para poder
descubrir el secreto de su más preciado legado: un misterioso y viejo
autómata, que parece estar pidiéndole, con sus ojos vacíos de latón
y con sus manos oxidadas por la parálisis, que le devuelva el
movimiento.
La estación es un microcosmos en el que cabe todo: el orden y el
desorden; el amor y la pena, la cultura y la revolución, y la cruda
realidad y los sueños, terribles o gozosos: es la vida. Y en ella están
–en la vida y en la estación- el anciano desengañado
y abatido y el niño ilusionado y prometedor: los dos polos del
eje que atraviesa este luminoso relato que Scorsese ha filmado en tres
dimensiones –por primera vez en su carrera- para que comprendamos cómo
el uso de esta tecnología se pone al servicio de lo que cuenta, y no al
revés. Con el 3D, el director nos adentra en el espacio de sus
protagonistas, nos hace entenderlos y seguirlos, nos obliga a volar
sobre las vías del tren y entre los dientes y las ruedas de las máquinas
y tras los telones de los primitivos estudios de cine. Como cualquier
otro elemento de la película, no se queda con el protagonismo, sino que
se funde con los demás y contribuye de forma expresionista,
espectacular pero subordinada, a la compleja creación cinematográfica.
Que esa es la verdadera vocación de la historia narrada por Scorsese:
un canto de amor al cine y a su maravillosa naturaleza: fiel espejo de
la realidad –como el de los Lumiére, como el de los estupendos
documentales que él mismo firma- pero también cuna de la fantasía, la
aventura, la poesía y la ilusión, como viene sucediendo desde que
Georges Méliès cubrió la sábana blanca con su imaginación y asombró
a los espectadores con sus trucos y sus primitivos efectos especiales.
Martin Scorsese, que tantos universos oscuros ha construido, que tantas
pasiones, peligros, dramas y tragicomedias ha retratado, siempre cerca
de la más cruda realidad, se ha olvidado de sus duros personajes para
dejarse ganar por la ingenuidad y el aliento vital, nostálgico y
optimista a la vez, de estos seres y este mundo. No sé si La
invención de Hugo es absolutamente perfecta –quizá no- pero es
imposible no agradecer a Scorsese este cuento infantil, que es mucho más
que un cuento y que no es sólo infantil: es una aventura entrañable,
divertida y sorprendente, una loa a la ilusión y la imaginación, y un
homenaje a los orígenes y a la misma esencia del cine. Ese que Méliès,
el primero, elevó a la categoría de mágica fábrica de sueños. (http://www.hugomovie.com/intl/es/)
LA
ISLA MÍNIMA
(28.09.14)
Dir.
Alberto Rodríguez
Pro.:
José Antonio Félez,
Gervasio Iglesias
Gui.:
A.R., Rafael
Cobos
Int.:
Raúl Arévalo, Javier
Gutiérrez, Antonio de la Torre
Antes de La
isla mínima, Alberto Rodríguez ha dirigido El factor
Pilgrim (2000) –con Santi Amodeo-, El traje (2002), 7
vírgenes (2005), After (2009) y Grupo 7 (2012). Es
decir, que no ha trabajado en Hollywood ni con estrellas
internacionales, sus cintas no contienen rutilantes efectos especiales,
y no se han levantado sobre presupuestos multimillonarios; no obstante,
es uno de los mejores directores del cine español actual. Y uno de los
más interesantes guionistas también: con Amodeo las dos primeras y con
Rafael Cobos las demás, ha escrito todos los textos de sus películas.
La isla mínima
nos sitúa en las marismas del Guadalquivir, en la España postfranquista.
Un pueblo escondido, aparentemente dormido entre los meandros, los
pantanosos arrozales y los mil caminos tortuosos que los cruzan, pasa
sus fiestas entre la obligación de divertirse y la preocupación de los
jornaleros por la inmediata –y mal pagada- recolección. Pero este año
hay algo más: Estrella y Carmen, dos hermanas adolescentes, han
desaparecido una noche al volver a su casa. En realidad, no es la
primera vez que pasa: otras chicas, hartas de la estrechez del lugar,
han salido de allí para buscarse la vida y el futuro en algún sitio
mejor.
Sin embargo, la madre de las jóvenes, preocupada, ha conseguido que las
autoridades se interesen por el asunto, y como consecuencia, llegan dos
policías de Madrid para investigar lo sucedido. Pedro –Raúl Arévalo- y
Juan –Javier Gutiérrez-, son dos hombres muy diferentes: profesionales
de distintas generaciones, muy distantes pensamientos y métodos tan
opuestos como sus carreras: Juan procede de la temible policía secreta
franquista y Pedro es un impetuoso y concienciado agente, con el único
afán de encontrar la verdad.
No hay muy buena sintonía entre los dos, aunque ambos saben su oficio y
tratan de progresar en sus pesquisas. Pero la realidad pronto se les
muestra mucho más compleja, opaca y violenta de lo que imaginaban: las
pistas, como los senderos entre la marisma, se entrecruzan y confunden
en un laberinto en el que se ocultan falsedades, delitos y crímenes
protegidos por la niebla de la mentira y la corrupción. Los policías no
saben en quién confiar, perdidos entre los recelos, la indiferencia y
las invenciones de las gentes del pueblo: los angustiados padres de las
chicas; el interesado cazador furtivo y los guardia civiles no tan
interesados; los jóvenes y los mayores, cada cual con su secreto…
Alberto Rodríguez ha conseguido crear unos personajes y un clima que
llenan de intensidad y de creciente opresión la pantalla, pero también
de rigor, de emoción y de verdad. En La isla mínima no hay
efectos ni trucos, más allá de la aplicación de la estricta sintaxis
cinematográfica que consiste, en primer lugar, en colocar la cámara en
el sitio preciso y con la mirada justa. Los primeros planos permiten
conocer el alma de los personajes –perfectos Arévalo y Gutiérrez, nadie
desentona en el reparto-; la acción progresa al ritmo que marca el
relato, y la narración se salpica con vertiginosos planos cenitales, que
dotan al escenario de un dramatismo tan silencioso como esclarecedor.
En el suelo, bajo el polvo del secarral o con el agua al cuello en los
pantanos; entre el alcohol y el humo de la taberna o bajo el techo que
alberga el dolor, los policías tratan de cerrar su caso, o más bien, de
impedir que el caso se cierre sobre ellos. Un guion modélico, en que
valen tanto las palabras como los silencios, concluye la historia
dejando los resquicios que el espectador está obligado a rellenar; esta
no es una historia de buenos y malos, sino de personas bajo la tormenta,
arrasados por las turbulencias del deseo, el miedo, la codicia y la
ignorancia.
Magnífica, extraordinaria película, el mejor cine español en lo que va de año y una
confirmación más del talento de Rodríguez y sus colaboradores. Y de la
categoría y la calidad –hay que reseñarlo- de su productor, José Antonio Félez: uno de los más interesantes y acertados hombres de cine de
nuestro país. (warnerbros.es/cine/thriller/la-ísla-minima)
LA JUNGLA 4.0
(09.09.07)
Dir.: Len Wiseman
Pro.: B.W., John McTiernan,
Michael Fottrell Gui.:
Mark Bomback
Int.: Bruce Willis, Timothy Oliphant, Maggie Q
Len
Wiseman firma
esta cuarta entrega de La jungla;
es el director de la serie Underworld –que protagoniza su señora, la estupenda Kate
Beckinsale-, y esa parece que fue la baza que convenció a Bruce Willis
para volver a meterse en la piel del agente John McClane. La
jungla de cristal nació hace casi 20 años –en 1988 exactamente-
y su primer responsable fue un John McTiernan que estaba en su mejor
momento, y que aún repitió en la tercera ocasión; la segunda fue
dirigida por Renny Harlin, otro especialista en acción, de éxito
entonces y ahora también en horas bajas. El caso es que tras un parón
de 12 años, vuelve el invento.
Hay
algunos puntos a favor; el personaje mismo está muy bien como héroe:
un policía íntegro, ya mayor, bastante bruto, con sentido del humor,
un poco carca y relativamente vulnerable pero capaz de las mayores hazañas
físicas en pro de los ideales que defiende. La progresión del mal en
esta “jungla” también tiene gracia; ha pasado sucesivamente de un
edificio en peligro a un aeropuerto, a la ciudad de Nueva Tork entera y
a todo el país en esta última edición; en la próxima, si McClane
aguanta, el ataque será planetario, suponemos... Y, desde luego, La
jungla 4.0 –el título también es gracioso, remite al mundo
informático, absoluto protagonista de la película- contiene momentos
épicos, divertidos y emocionantes.
Desgraciadamente, todo eso sucede antes de que el metraje –dos hora y
cuarto larguísimas-, la insistencia en los mismos elementos –peleas,
tiros, explosiones y carreras por las calles protagonizadas por todo
tipo de vehículos-, la velocidad acelerada del montaje y la misma
monotonía y el absurdo de un guión desenfrenado, terminen por abrumar,
hartar y aburrir al espectador con un mínimo de criterio intelectual. Y
todo, empezando porque la misma causa de todo este barullo es, esta vez,
de muy endeble condición.
Resulta que un agente del gobierno, herido en su pundonor tras el 11-S
por no haber recibido su plan de defensa ante un posible nuevo ataque
terrorista la atención que él suponía imprescindible, decide hacérselo
pagar a la nación entera llevándola a un caos ciudadano y vital
colapsando servicios, comunicaciones e instituciones por medio de los más
hábiles “hackers”, que identifica, contrata sin dificultad y
despide después sin finiquito ni más indemnización que una muerte rápida
y –se supone- inmune.
Mira por donde, igual le había salido bien si no fuera porque McClane
recibe por casualidad –por estar donde no debía- la orden de detener
al último piratilla de la serie, justo cuando acababa su trabajo y le
iban a dar lo suyo... A partir de ahí, claro, la cosa se convierte en
un duelo entre el policía y el maluto, que tiene, la verdad, mucha
menos entidad que los antagonistas personificados por Alan Rickman o
Jeremy Irons en las anteriores versiones. No es que McClane lo tenga fácil,
claro: está prácticamente solo ante el peligro, con los agentes del
gobierno totalmente desorientados y la única ayuda del chaval, únicamente
experto –eso sí, expertísimo- en el rollo informático ese.
El malo cuenta, por el contrario, con un batallón de eficaces sicarios
–encabezados por la guapa Mai Lihn, una especie de Emma Peel en
negativo-, toda clase de armas letales, helicópteros incluidos-, se ve
que mucho dinero y los más expertos “hackers” del planeta; esto último
es muy gracioso: como se supone que todo el mundo estamos obnubilados
por el poderío de los ordenadores, debe resultar fácil hacernos ver
que con unos buenos equipos se puede controlar el universo mundo desde
un cuartito –o la trasera de una furgoneta-, así sin más límite y
con sólo apretar unas teclas.
Como decía, McClean está un poco mayor –los 50 cumpliditos que tiene
el propio Willis- y está bien que eso no se haya disfrazado; pero lo
que en principio es una virtud del guión termina por ser la mayor rémora
ante una situaciones tan disparatadas, inverosímiles, absurdas y –lo
que es peor- completamente tramposas. Así, lo que empieza siendo una
revisión estimulante de un mito, acaba en una sesión de circomatógrafo
digital que abruma con sus trucos –eso sí- de ordenador, su ausencia
de originalidad y su absoluta puerilidad. (www.lajungla4.es)
LA MUJER DEL
ANARQUISTA (25.01.09)
Dir.:
Marie Noëlle, Peter Sehr
Pro.: Marie Noëlle, Peter Sehr Gui.:
Marie Noëlle
Int.: María Valverde, Juan Diego Botto, Ivana Baquero
Marie
Noëlle y Peter Sehr son matrimonio; han producido y escrito películas
juntos o por separado y ahora debutan en la dirección con este
largometraje, del que también ambos son productores y ella guionista,
con el complemento de Ray Loriga en algunos diálogos. La
mujer del anarquista es una historia curiosa –y dramática, desde
luego- porque habla de nuestra guerra civil, con personajes españoles,
pero está vista desde la óptica de esta pareja franco-alemana. En ese
sentido se emparenta con La guerre
est finie, de Alain Resnais, y con la obra del maestro francés aún
en algún aspecto más.
Manuela y Justo son un joven matrimonio que vive en el Madrid asediado.
La ciudad sufre, constantemente bombardeada por el ejército franquista
y sus aliados, y sus habitantes sobreviven entre el miedo, la escasez y,
todavía, algún atisbo de esperanza. Justo es abogado y anarquista, y
dirige discursos encendidos por la radio tratando de mantener la moral y
el ánimo de quienes defienden la legalidad republicana. Poco a poco, la
situación empeora: la defensa de Madrid va cediendo, el gobierno
constitucional abandona, la victoria de Franco es evidente y la familia
se rompe: Justo ha llegado a Teruel y luego ya no se sabe más de él; y
Manuela y su hija, una auténtica “niña de la guerra”, se quedan en
Madrid tratando de vivir el fracaso, la soledad y la terca ilusión del
reencuentro.
Se han hecho algunas –no tantísimas- películas sobre la guerra civil
española; pero muy pocas, además de la de Resnais, acerca de la vida
de los republicanos exiliados en Francia. Muchos vivieron un auténtico
calvario, hacinados en campos de refugiados, primero, y quizá sumidos
de lleno en la Segunda Guerra Mundial, después. Lucharon con Francia y
contra el fascismo y centenares de ellos penaron y murieron en los
campos de exterminio nazis. Y al terminar la contienda, todavía
intentaron golpear al régimen franquista y perdieron la vida –en
todos los sentidos- ideando ataques y atentados, que fracasaron sin
excepción.
Marie Noëlle es hija y nieta de españoles y sentía que se debía a sí
misma y a la memoria colectiva esta película. Ha trabajado mucho tiempo
el guión, lo ha poblado de intérpretes mayoritariamente españoles y
ha confiado el protagonismo a Juan Diego Botto –que a duras penas
puede con el personaje- y a María Valverde. Ella está francamente
bien, aunque pueda parecer que no tiene la edad que el papel requiere,
sobre todo en el tramo final; no importa, porque su personaje es tan
vitalista y tan resuelto que justifica sobradamente su aspecto juvenil.
E Ivana Baquero –la niña de El
laberinto del fauno- se ha convertido ya en una estupenda actriz
adolescente y carga con un papel comprometido y maduro.
También queda algo desnivelado el “tempo” narrativo, como si los
directores hubieran optado por un discurso literario, que debe más a
explicaciones y razonamientos que a la fuerza de la sola imagen; y que
alterna, además, cierto atropello argumental con momentos de mayor
pausa. Pero en el haber de los autores hay que contabilizar el acierto
en la reconstrucción histórica –con algunos efectos debidos al genio
maquetista de Emilio Ruiz, en la que ha sido su última película- y,
sobre todo, la sinceridad y el valor del empeño.
La mujer del anarquista es una película de la guerra, en efecto, pero es, sobre todo, una
historia de amor. Y una reivindicación de la memoria –y en eso
entronca de nuevo con la obra de Alain Resnais-, como forma de
supervivencia. Confiesa Marie Noëlle que sus mayores se sentían
incapaces de contar lo que habían pasado. También el anarquista de la
película pretende callar, y así olvidar sus padecimientos. No podrá,
y eso lo salvará, porque no hay futuro sin pasado: la memoria es la
huella del tiempo, es una facultad que nunca muere, porque se puede
heredar. Los recuerdos pasan de padres a hijos y por eso la memoria de
un pueblo está siempre viva en el rastro de la historia. (www.altafilms.com/)
LA MUJER DEL ANIMAL
(17.06.17)
Director: Víctor Gaviria. Intérpretes: Natalia Polo, Tito Alexander
Gómez, Jesús Vásquez.
El colombiano Víctor Gaviria alcanzó el reconocimiento mundial con
La vendedora de rosas (1998). Después dirigió Sumas y
restas y ahora, tras doce años de silencio, regresa a la
pantalla con este durísimo drama rural que narra la historia de
Amparo, una joven estudiante de Medellín. Un día, Amparo se escapa
del internado en el que estaba recogida para ir a refugiarse en casa
de su hermana, que vive sin demasiados recursos en un barrio
marginal.
Allí conoce a Libardo y muy poco después comienza su cruel calvario:
Libardo la rapta, se la lleva con su familia y la somete a todo tipo
de vejaciones, sexuales, físicas y mentales, y la hace vivir en un
clima insoportable de violencia que puede llegar incluso al
asesinato y que parece no tener fin. La cámara de Víctor Gaviria se
muestra absolutamente explícita relatando estos hechos, de tal
manera que llega a ser abrumadora para el espectador.
Cabría preguntarse si es necesario tanto realismo, pero no cabe más
que responderse afirmativamente: lo que se cuenta es una historia
real, apenas ficcionada –magníficamente interpretada por actores no
profesionales, como es habitual en el cine del colombiano- y es
además parecida a tantos y tantos casos que suceden cada día en todo
el mundo; también en nuestro propio vecindario. Cuanto más se vea y
se rechace al animal, a todos estos animales, mejor.
Víctor Gaviria ganó el galardón al mejor director en el pasado
Festival de Málaga; un premio merecido por esa intensidad, esa
emoción y la verdad de las que ha sabido dotar a su película, que es
sobre todo una cruda y violenta denuncia de la violencia machista, y
que parte, como decía, de la ficción, para convertirse en un
documento real, tan doloroso como valiente y necesario.
LA MUJER QUE SABÍA LEER
(12.05.18)
Dir. Marine Francen.
Pro.: Sylvie Pialat, Benoît Quainon. Gui.: Marine
Francen, Jacques Fieschi, Jacqueline Surchat.
Int.: Pauline Burlet, Géraldine Pailhas, Alban Lenoir.
Tras un par de cortos y otros trabajos a las órdenes de Olivier
Assayas y Michael Haneke, la joven directora francesa Marine Francen
debuta en el largometraje con La mujer que sabía leer, una
historia procedente de una novela corta de Violette Ailhaud que
sitúa la acción en un pueblo sin importancia –pero bastante
republicano- de la Francia de 1851. Las tropas de Napoleón III se
llevan a todos los hombres del pueblo, con un destino más que
incierto, y las mujeres y los niños se quedan solos.
Ellas tienen que sacar adelante los campos, las cosechas y el poco
ganado que les queda, y se ponen a la tarea. Esperan que sus hombres
–alguno al menos- regresen para hacerse cargo del trabajo y de ellas
mismas, pero eso nunca sucede. Al fin se juramentan para que, si
alguno volviera, lo compartirían. Y mientras todas se turnan en las
distintas tareas, y Violette, una de las más jóvenes y la única que
sabe leer, enseña las letras a los críos, el milagro se produce:
llega un hombre, un desconocido; posiblemente un fugitivo.
Y
el pueblo entero –las mujeres- le ofrecen cobijo a cambio de
trabajo. El hombre –que posiblemente no se llame Jean- acepta.
Violette le prepara habitación y comida y Jean le lee maravillosos
poemas. Surge el amor entre ellos, pero aparecen también las
exigencias del resto de las mujeres, que piden a los amantes que
cumplan lo pactado.
El
relato posee una indudable fuerza poética y también política. El
deseo femenino está plasmado con extraordinaria delicadeza pero
también en toda su auténtica fuerza, sin tabúes ni disimulos; y ese
mismo poder de las mujeres y su forma de defender su libertad y
resistir encerradas en su pueblo conforma toda una lección de
compromiso ético y vital. Marine Francen, la directora, ha optado
además por subrayar la modernidad de la historia contrastándola con
una puesta en escena de una cuidadosa fotografía y ambientación: el
horizonte es bellísimo, pero también hermético y la decoración
–vestuario y escenarios- parecen extraídos de una galería de
paisajistas; el afán por el detalle se revela también en una cámara
que se pega a los protagonistas, acercándonos su aliento en un
inusual formato cuadrado que es clásico y, a estas alturas,
altamente revolucionario.
Como lo es el
discurso de la libertad femenina –cada día más gravemente
amenazada-, el alegato a favor de la cultura, la literatura y la
poesía, y la mirada final de la película, cargada de esperanza en un
mundo renovado en el que la libertad y el futuro son posibles. Y un
apunte final: como a veces hay algunos amigos que me reprochan que
no explique más claramente si la película me ha gustado, aclaro
encantado: la película me ha gustado mucho.
LA MULA
(12.05.13)
Pro.: Alejandra Frade, Bruce St.
Clair Gui.: Juan
Eslava Galán
Int.:
Mario Casas, María
Valverde, Secun de la Rosa
Por fin se
estrena La mula, rodada hace casi cuatro años y envuelta desde
entonces en una escandalera de litigios y embrollos administrativos. La
película fue dirigida por Michael Radford –El cartero (y Pablo
Neruda), Pasiones en Kenia, El mercader de Venecia…-, que escribió
también el guion junto con Juan Eslava Galán, autor de la novela
original. Antes de acabar el rodaje, Radford abandonó su trabajo, en
disconformidad con la productora Alejandra Frade; La mula fue
terminada por Sebastien Grousset, pero los problemas no habían hecho más
que empezar. Al final, la justicia –y el Ministerio de Cultura- han
zanjado el proceso con la calificación correspondiente de la película y
sin la autoría de Michael Radford, que no reconoce el montaje definitivo
y ha intentado impedir el estreno. Y habría sido una pena, porque, en
cualquier caso, la historia es estupenda:
en los últimos meses de la
Guerra Civil, el cabo acemilero Juan Castro, un chaval de pueblo metido
en una contienda que no comprende ni le interesa, sobrevive como puede
entre la indiferencia y el atrevimiento de la juventud, y el peligro de
las balas enemigas… y de las amigas, que en la confusión reinante todo
es posible y no es fácil distinguir a propios y contrarios.
Un día, en mitad del estruendo y el humo de la refriega, encuentra una
mula perdida y asustada. Juan se apropia del animal y lo une a la recua
que tiene a su cargo. Pero desde el primer momento la considera suya y
sueña con volverse a su quintería cuando acabe todo el jaleo,
llevándosela para que lo ayude en las tareas del campo. La mula es
blanca, tranquila y cariñosa: una preciosidad; y Juan la llama
“Valentina” y le dedica casi tanto cuidado y devoción como le pone a la
conquista de Conchi, la chica más atractiva del pueblo vecino al campo
de batalla.
Para colmo, mientras trata de seducir a Conchi con halagos, regalos
–alguno bastante truculento- y embustes más o menos inocentes, el
conflicto va agonizando y se producen sucesos inesperados. En uno de
ellos se ve enredado Juan: un episodio que podía haber sido trágico y
termina siendo cómico; de manera casi surrealista, el cabo de las mulas
se convierte en héroe de guerra, con todos los honores y un prometedor
futuro en la milicia, cosa que no le gusta absolutamente nada. Lo que él
quiere –y ahora, con su condecoración impuesta por el mismísimo Franco
brillándole en el pecho, le parece fácil- es llevarse a Conchi y a
Valentina al pueblo y allí vivir felices los tres.
Naturalmente, la historia tiene una conclusión, paralela al desenlace de
la Guerra Civil. El cabo Juan Castro, junto con alguno de sus amigos
–otros no lo han conseguido- regresará, probablemente a su pueblo y a
sus labores. El plano final contiene alguna esperanza, pero está lleno
también de la tragedia de la tierra ensangrentada. Hasta llegar ahí, la
película ha huido de toda clase de truculencia, salvo en dos o tres
momentos concretos, uno de ellos bastante dramático; más que una
película “de” guerra, es la historia de unas personas durante una
guerra, con mayor interés en el dibujo de los caracteres que en la
peripecia bélica que los envuelve.
De hecho, buena parte del metraje discurre por los cauces de la comedia;
verdad es que con ciertos trompicones y alguna desorientación en el
montaje; seguramente, la película acusa esos problemas que comentaba al
principio. Desde luego, quien no tiene ninguna culpa son los
protagonistas; arropados por un muy buen reparto –con Secun de la Rosa y
Luis Callejo a la cabeza-, María Valverde y Mario Casas se entregan a la
causa con toda aplicación, mucho talento y mucha gracia.
Ella es una Conchi pizpireta y más lista que el hambre y él resuelve
magníficamente su personaje, un Juan Castro tierno, un poco bruto pero
carente de malicia. Ambos llevan en volandas la película, en la que la
inocente historia de los dos jóvenes se suma a la intención
desmitificadora y claramente antibelicista del relato: ninguna guerra es
buena; y esta, menos que ninguna. (http://lamulalapelicula.blogspot.com.es/)
LA NOCHE ES NUESTRA
(30.03.08)
Dir.
y Gui. James
Gray
Pro.: Mark Wahlberg, Joaquin Phoenix
Int.: Joaquin Phoenix, Mark Wahlberg, Eva Mendes
James
Gray es un director neoyorkino nacido en 1969, y con sólo tres películas
es ya un auténtico especialista en el trhiller. Debutó en 1994 con Cuestión
de sangre (Little Odessa) y realizó después The
yard (La otra cara del crimen), con Wahlberg y Phoenix, acompañados
esa vez por Charlize Theron y un estupendo reparto. Con La
noche es nuestra insiste otra vez en el género, de nuevo con sus
actores-productores y con un guión propio que cuenta la historia de dos
hermanos enfrentados por sus radicalmente opuestos modos de vida.
Bobby Green –Joaquin Phoenix- dirige una lujosa discoteca en Brooklyn
llena de chicas guapas, música a todo volumen y licores y sustancias más
o menos peligrosas –más bien más- distribuidas por individuos de muy
mala condición; Joseph –Mark Wahlberg- es teniente de la policía de
Nueva York y va detrás, precisamente, de un gangster ruso que frecuenta
el local de su hermano; y el padre de ambos, el jefe Burt Grusinsky
–el estupendo Robert Duvall-, es quien coordina la investigación;
padre e hijo están muy unidos, y ambos lamentan que el díscolo Bobby
no forme parte de esa unión ni, casi, casi, de la misma familia.
La policía no está consiguiendo grandes éxitos en su empeño, porque
los traficantes están muy protegidos y se saben casi inmunes; los
agentes del orden bordean el ridículo y por eso Joseph y Burt tratan de
obtener la ayuda de Bobby. Pero él pretende más bien mantenerse al
margen de los acontecimientos y salvar su negocio sin complicarse la
vida ni complicársela a su novia Amada –Eva Mendes, guapísima-. Pero
es difícil que lo consiga, porque muy pronto tendrá que comprender que
debe tomar partido, a uno u otro lado de la ley, obligado, además, por
un suceso de extrema gravedad que el director –que para eso también
es guionista- decide que suceda.
El escenario de la película es el mundo del hampa y los bajos fondos,
que Gray ya demostró conocer bien en sus primeras películas. En ese
trasfondo, los acontecimientos se suceden con una cadencia calculada al
milímetro, como Gray ha aprendido a hacerlo de sus guías y referentes:
William Friedkin y los maestros de hace cuatro décadas. Escaramuzas,
ataques, crímenes y persecuciones, tiros y enfrentamientos van
apareciendo como mandan los cánones. Mafiosos de la droga y policías
se enfrentan en las calles de Nueva York con bajas por las dos partes,
mucho más sensible en la de los buenos, que para eso son los
buenos...
Y para que el protagonista, un hombre que se encuentra en la
encrucijada, sepa elegir su camino entre traiciones imprevistas y
lealtades renacidas. Joaquin Phoenix –que está bastante mejor que su
“hermano” en la película- compone un personaje muy interesante, que
va evolucionando desde la indiferencia, e incluso la lealtad
incondicional al patriarca ruso –que luego se transformará en el
conflicto mayor-, hacia una toma de posición que llegará a suponer la
identificación con los mismos valores que al principio despreciaba. Lo
malo es que este desarrollo va paralelo con la misma trama de la película
y ambas cosas terminan saliéndose por los cerros de Úbeda del
conformismo y la complacencia cinematográfica.
Una pena, porque la cosa arranca muy bien, y durante bastante rato se
mantiene con un ritmo trepidante y violento, no muy original en ningún
caso, pero presentado brillantemente y con fuerza. Hay incluso una zona
de clímax, con el enfrentamiento precisamente en esa noche que los dos
bandos se disputan como suya, en la que el resultado parece estar en el
alero, y donde el Gray guionista podría haber apostado por una solución
más realista y menos condescendiente. No es así, porque aquí se huye
del riesgo y de la autoría moral y artística. ¿Qué habría hecho con
una historia semejante uno de los verdaderos maestros del thriller -eso
que siempre habíamos llamado policiaco o cine negro-? Pongamos, por
ejemplo, John Huston dirigiendo a Richard Wickmark y Robert Mitchum...
Ya sé: las comparaciones son odiosas, sí; pero además, algunas veces,
dan pena. (www.lanocheesnuestra.es)
LA PARTE DE LOS ÁNGELES
(18.11.12)
Dir.:
Ken Loach
Pro.: Rebecca O’Brien Gui.: Paul Laverty
Int.: Paul Brannigan, John Henshaw, Gary Maitland
Ken Loach empieza
a ser un veterano, a sus 76 años, tras 48 de carrera y 35 películas –más
numerosos trabajos en distintas series de televisión-; pero no ha
perdido nada de su capacidad crítica, de su impulso solidario ni de su
agilidad y acierto en el retrato de personajes y escenarios. Su mirada
sigue siendo la misma que sorprendió con Family life (1971), una
propuesta novedosa y rompedora –todavía hoy- y que emocionó con
Agenda oculta, Lloviendo piedras, Ladybird Ladybird, Tierra y libertad,
Mi nombre es Joe, Felices dieciséis, El viento que agita la cebada y
hasta con Buscando a Eric, que convirtió –casi- a Eric Cantona en
actor…
Algunas de estas películas –y las de los directores británicos de su
generación- huelen a gasolina, a pólvora, a la humedad de los campos
mojados, al aire viciado de las habitaciones cerradas y las calles
abarrotadas… Y a desesperanza. Pero esta huele a whisky: “la parte de
los ángeles” es la cantidad de licor que se evapora en la barrica, y que
debe permanecer invisible, pero fragante, en la atmósfera de la bodega.
Pero también es la porción –igualmente pequeña- de esperanza que les
queda a los menos favorecidos cuando parece que ya se ha repartido todo
el bienestar.
Todavía no lo sabe Robbie, un joven de Glasgow con poca suerte. Tras dar
algunos malos pasos, ha sido condenado a una temporada de trabajos
sociales, eso que se llama “servicios a la comunidad”: reparar aceras,
arreglar puertas, repintar paredes… Su novia está embarazada, su futuro
suegro lo quiere ver lejos de la chica y del bebé, cuando nazca; y para
colmo, algunos tipos desaprensivos del barrio lo buscan para ajustar
viejas cuentas. Menos mal que en el centro al que acude para cumplir su
deuda con la justicia encuentra el apoyo del veterano asistente social.
Y allí, además, hace amigos entre la tropilla de delincuentes de poca
monta que forman sus destartalados colegas: una pobre chica, cleptómana
compulsiva, que disfraza de fiereza siniestra su debilidad, un
despistado de pocas luces y todavía menos aspiraciones, un drogadicto
rebelde pero de buen corazón, y alguno más con mejores deseos que
posibilidades. Ahí andan, trampeando con la vida, hasta que un día, en
una visita a una destilería,
Robbie se descubre una
insólita capacidad para degustar, distinguir y valorar los licores;
especialmente el whisky escocés de la mayor calidad. Y eso lo llevará a
planear el que puede ser el golpe de su vida.
Aunque la operación no vaya a ser muy ortodoxa, no podemos evitar
ponernos del lado del chico y sus cómplices; porque la causa lo merece y
porque contra la solemnidad burguesa y la prepotencia económica de los
grandes señores del whisky juega la picaresca y el estado de necesidad
de nuestros protagonistas. Ken Loach acierta, además, con su reparto,
compuesto casi exclusivamente por intérpretes desconocidos, que prestan
su frescura y su aparente improvisación, y hacen que nos resulten
cercanos y absolutamente reconocibles. Sí los conocen perfectamente
director y guionista, que por eso se permiten acompañarlos en sus
desventuras y mirarlos con evidente simpatía
Antes, y ahora con Paul Laverty
en los libretos, el cine de Loach se ha ido dejando impregnar de algunas
gotas de humor, procedente casi siempre del carácter y las
intervenciones de algún secundario; funciona como válvula de escape en
el desarrollo del argumento, generalmente agrio y conflictivo, cuando no
francamente doloroso. Pero en esta ocasión, sin embargo, el maestro del
realismo social se da un respiro y hace que la historia evolucione
favorablemente, que los personajes tomen aire y que el relato transite
del drama a la comedia.
Así que, por esta vez, podemos sonreír y contemplar con cierta
tranquilidad como Robbie y su novia Leonie, y Mo, Albert y Rhino
embarcan hacia el futuro. Que no va a ser un camino de rosas, seguro;
pero que al menos no estará solo poblado de espinas. (www.altafilms.com)
LA PIEL FRÍA
(21.10.17)
Dir.:
Xavier Gens. Pro.: Mark Albela, Denise O'Dell. Gui.:
Jesús Olmo, Albert Sánchez Piñol. Int.: David Oakes, Ray Stevenson, Aura
Garrido.
Procedente de una popular
novela de
Albert Sánchez Piñol, la película de Xavier Gens -el
director de Hitman, que estrena además en quince días The
crucifixion- reproduce el claustrofóbico ambiente de un solitario
faro en el que dos hombres, enfrentados entre sí, se defienden del
ataque de unas extrañas criaturas nocturnas surgidas del mar. A la
solitaria y tenebrosa isla ha llegado un nuevo "oficial atmosférico" y
Gruner -el original Batís-Caffó debe resultar un juego de palabras
intraducible para el inglés-, el farero y único habitante no sabe qué ha
sido del anterior encargado. De este nuevo tampoco sabemos nada, ni el
nombre -Gruner, a regañadientes, lo llama "Friend"- ni su circunstancia;
solo que parece bastante desengañado de la vida como para haber aceptado
ese trabajo para un año.
Pero
una vez allí, comprende que su único afán será tratar de sobrellevar la
convivencia con Gruner y defenderse juntos del ataque de los feroces y
cada vez más numerosos monstruos marinos que noche tras noche asaltan el
faro. Esa convivencia ocupa absolutamente la trama de la película,
jalonada por la pelea desesperada por su vida y los días más tranquilos
y luminosos, en los que Friend contempla atónito la relación del farero
con una de las criaturas, a la que Gruner parece haber domesticado y que
le sirve de criada -más bien esclava- e incluso de objeto sexual. Así,
Friend se debate entre ayudar a Gruner o asesinarlo, entre seguir
ayudándolo a matar asaltantes o tratar de comprenderlos y aceptarlos.
La piel fría
constituye un desolado relato gótico, magníficamente ambientado -la obra
póstuma de nuestro gran Gil Parrondo- y cercano al cine de terror; pero
es también y sobre todo una indagación acerca de la hondura del alma
humana, donde nacen el conocimiento y la locura, el odio y el deseo, la
crueldad más primitiva y la posibilidad del perdón, la reconciliación
-también con uno mismo- y el amor.
LA PIEL QUE HABITO
(04.09.11)
Dir.:
Pedro Almodóvar
Pro.: Agustín
Almodóvar Gui.: Pedro
Almodóvar
con la colaboración
de Agustín Almodóvar
Int.: Antonio Banderas, Elena Anaya, Marisa Paredes
Ya
tocaba: cada dos años, aproximadamente, Pedro Almodóvar estrena una
nueva película. A punto de cumplir 62, lleva 18 en su haber; no son
malas cifras, si recordamos que empezó su carrera en 1980, cuando
dirigió –es un decir- con 30 años aquella indescriptible Pepi,
Lucy, Bom y otras chicas del montón; es decir: Carmen Maura, Eva
Siva, Olvido Gara –más conocida como Alaska- y otras gentes, de las
que, en algunos casos, nunca más se supo. De Pedro sí, y su
popularidad, su fama y su prestigio no han hecho más que crecer en
estas tres décadas.
De forma desigual, eso sí; porque la irregularidad, la heterodoxia y la
extravagancia son, precisamente, características propias del manchego y
de su obra. Aunque, según ha ido aprendiendo y afirmando su
personalidad, se ha ido haciendo, es verdad, más seria, más cerrada,
no sé si más profunda pero desde luego más oscura y más amarga;
sobre todo desde finales de los 90 –La
flor de mi secreto, Todo sobre mi madre, Hable con ella…-. Él lo
sabe y lo achaca a su propia evolución personal, a la edad… Que también
puede ser.
Desde luego, esta nueva película La
piel que habito, de divertida tiene poco. Es una historia de
agresiones y venganzas, de dolor, de abuso y de maldad; y deja muy
escaso resquicio a la esperanza. Roberto Ledgard es un eminente científico
y un cirujano plástico excepcional; sus estudios sobre la piel humana
lo han llevado a logros impensables pero también peligrosos hasta
traspasar los límites de la seguridad y la ética profesional. Su interés
tiene un porqué muy personal: su mujer resultó quemada en un accidente
de tráfico y tuvo que verla tratar de sobrevivir con toda la superficie
de su cuerpo arrasada, un dolorido y doloroso guiñapo arrugado, seco y
monstruoso.
Ahora, Ledgard tiene una única paciente: Vera, una joven recluida en su
clínica, con la que experimenta sus últimos avances. El doctor mima el
cuerpo de Vera, su cara, cada centímetro de la piel femenina, tersa,
suave, definitivamente viva. Vera piensa que ha llegado el momento de su
libertad, pero el sombrío y exigente Ledgard quiere aún más perfección;
nunca le parece que su tarea está acabada. Para comprender bien esta
relación, esta situación, debemos retroceder en el tiempo media docena
de años. No sin que antes –y aquí empiezan los problemas de la película-
se produzca una intromisión tan desafortunada como innecesaria.
La acción se quiebra y esto, que no tendría por qué ser negativo,
resulta aquí una equivocación. Hay un desliz, un punto y aparte
exagerado y parece que empieza otra película, también con otro estilo
y hasta otros personajes. Claro que sabemos que desenlazará en la acción
principal, pero esta nueva historia tiene tanto peso narrativo y dramático
que desequilibra el relato entero. Y lo hace navegar ya hasta el final
con muy poco calado para un barco tan pesado.
El problema es todo de guión, porque los protagonistas están
perfectos: contenido y magnético Antonio Banderas –como Almodóvar lo
exigía-, dúctil y entregada, maravillosamente convincente Elena Anaya,
muy bien los jóvenes Jan Cornet y Blanca Suárez… sólo Roberto Álamo
se estrella –involuntariamente- con su breve e imposible personaje. La
factura de la película es espléndida, como es costumbre, y la fotografía
de José Luis Alcaine y la música de Alberto Iglesias son superlativas.
Pero Almodóvar no es tan buen guionista, con o sin la ayuda de su
hermano; y ya debería haberse dado cuenta.
No sé cuánto habrá puesto de su cosecha sobre la idea del relato
original, pero es una pena que sus excesos, sus vaivenes, sus titubeos
empañen una obra que, por lo demás, profundiza muy acertadamente en el
comportamiento humano, en la inviolabilidad de la libertad y en la
esencia de la propia identidad: eso que nos constituye precisamente
dentro de nuestra piel, la que nos muestra y nos defiende del mundo
exterior. Pero es que la firma de Almodóvar es así: con su estilo, sus
personajes, su mezcla de géneros; o más bien como lo define Antonio
Banderas: es que Pedro es un género en sí mismo. (www.lapielquehabito.com)
LA RED SOCIAL (17.10.10)
Dir.:
David Fincher
Pro.: Scott Rudin, Dana Brunetti, Michael de Luca
Gui.: Aaron Sorkin
Int.: Jesse Eisenberg, Andrew Galfield, Justin Timberlake
David
Fincher es un director de éxito, con una carrera siempre ascendente: Alien
3, Seven –un bombazo-, The
game, El club de la lucha –otra de las más aplaudidas-, La
habitación del pánico, Zodiac –para mi gusto, la mejor- y El curioso caso de Benjamin Button. Impecable currículum, que
completa con un buen puñado de estupendos documentales y vídeos
musicales. Fincher es uno de los autores de La
red social.
El otro es Aaron Sorkin, guionista de calidad reconocida: la serie El
ala oeste de la Casa Blanca y películas como Algunos
hombres buenos, Malicia, El presidente y Miss Wade y La
guerra de Charlie Wilson. El guión de La
red social, basado en los apuntes de Ben Mezrich para un libro y en
otras muchas fuentes, es una joya de precisión narrativa, interés
humano y perfecta estructura.
La película tiene un título equívoco, porque no es una historia
“de” o “en” Facebook, sino la historia de los creadores de
Facebook y su relación, su propia red que fueron desenvolviendo y en la
que todavía siguen algunos. El relato arranca en 2003, cuando un
estudiante de Harvard de apenas veinte años, Mark Zuckerberg, decide
profundizar en el funcionamiento de las incipientes redes sociales
alojadas en internet utilizando su talento como programador y
“hacker” consumado.
“Profundizar” quiere decir atacar las bases de datos y
“facebooks” –álbumes de fotos- femeninos de las conocidas
facultades universitarias y exponerlas en una web para degustación,
comparación y valoración de sus colegas masculinos. Lógicamente, esta
primera experiencia le vale una dura reprimenda y le hace sentir la
disciplina de la prestigiosa universidad.
Pero también llama la atención de un grupo de estudiantes, que tienen
la intuición de que una web que facilitara la comunicación entre los
miembros de la universidad, para empezar, podría tener algo de futuro.
Zuckerberg se da cuenta de esas posibilidades y comienza a diseñar por
su cuenta un sitio con esas características; nace así, a primeros de
2004, “The Facebook”, exactamente el embrión de la poderosísima
red que ha ido creciendo hasta llegar a como ahora la conocemos: a
finales de 2005 contaba con 5 millones y medio de usuarios
universitarios y hoy son ya 500 millones, de toda clase y condición y
en todo el mundo, y está valorada en más de 25.000 millones de dólares.
El despegue definitivo del “invento” de Zuckerberg llegó con la
incorporación de Sean Parker, otro personaje de parecida categoría: el
creador de Napster, bastante arruinado en ese momento pero dueño de un
caudal inagotable de creatividad para los negocios… y otras cosas.
Llegó el éxito; pero llegaron también los más graves problemas,
causados sobre todo por la personalidad y la actitud del mismo
Zuckerberg.
Dicen que a él no le ha gustado la película ni cómo cuenta la
historia. Es comprensible, porque no sale muy bien parado. Desde la
primera escena –un trepidante diálogo magníficamente escrito,
realizado e interpretado-, nos damos cuenta de que Zuckerberg es
inmaduro y pagado de sí mismo. Y con el tiempo, no mejora: desprecia a
las chicas, desprecia a sus compañeros y tiene todas las trazas de
despreciar también al resto de sus semejantes, que, desde luego, no son
tan listos ni tan poderosos como él. De esa forma, comprendemos que los
sentimientos de amistad, lealtad y honradez no están hechos para su
persona.
La película explora las consecuencias de sus actos, que lo llevan a
continuos y dolorosos litigios; y lo hace desde todos los puntos de
vista de los distintos protagonistas. Sorkin y Fincher indagan así en
la verdad de los argumentos, sin sentar cátedra ni tomar partido más
decididamente que lo que parecen mostrar los propios hechos. Es otra virtud
más de esta obra, que es tanto una intriga judicial como una biografía:
la de un hombre paradójico, que puede tener mil amigos en la red pero
ninguno en su vida real. (www.laredsocial-lapelicula.com)
LA REINA DE ESPAÑA
(26.11.16)
Director: Fernando Trueba. Intérpretes: Penélope Cruz, Cary Elwes,
Antonio Resines.
Fernando Trueba se ha empeñado en seguirles la pista a los
personajes de La niña de tus ojos, la película que rodó hace
casi veinte años. Los mismos que han transcurrido para sus
protagonistas, y aquí están de nuevo: Macarena Granada –que ahora es
una estrella internacional: triunfó en Hollywood, se casó con un
productor y se divorció, y hasta ganó un Oscar-, Julián Torralba,
Rosa, Trini, Lucía, Pepe Bonilla, Castillo…
y hasta Blas Fontiveros, que regresa a España tras un doloroso
cautiverio en Mauthausen. Todos se juntan en el rodaje de La
Reina de España, que dirige el veterano John Scott –un trasunto
del maestro John Ford venido a mucho menos- y protagonizan Macarena
y el famoso actor Gary Jones, y que supone el desembarco de la
industria americana en los más económicos escenarios españoles de
los años cincuenta.
Trueba recorre las peripecias del rodaje –en el que no falta de
nada- y en paralelo sigue la vida nada feliz del pobre Fontiveros,
que va de mal en peor. Hasta que ambas tramas coinciden, de una
manera un tanto rocambolesca y no muy realista; lo que traspasa el
tono general de la película, llena de apuntes costumbristas, unos
trágicos, otros más cómicos; algunos muy acertados, otros no tanto.
En cualquier caso, aunque Penélope Cruz asume el eje de la acción,
el verdadero protagonismo recae en un reparto coral de múltiples
facetas y generalmente muy acertado. Quizá los personajes y las
situaciones hayan perdido algo de frescura, pero Trueba mantiene el
pulso de un relato que es un ajuste de cuentas con la historia tanto
como una declaración de amor al cine.
LA RONDA DE NOCHE
(01.06.08)
Dir.:
Peter Greenaway
Pro.: Kees Kasander Gui.:
Peter Greenaway
Int.: Martin Freeman, Emily Holmes, Eva Birthistle
Peter
Greenaway es cualquier cosa menos un director convencional; hace 26 años,
deslumbró a todo el mundo con El
contrato del dibujante, una apabullante propuesta estética apoyada
en la música fascinante de Michael Nyman. También
es el autor, recordemos, de El
vientre del arquitecto, Ahogado por números, El cocinero, el ladrón,
su mujer y su amante, El libro de Próspero, El niño de Macón y el
curioso proyecto Las maletas de
Tulse Luper, entre las casi 60 obras que ha realizado en las cuatro
últimas décadas.
Y ahora insiste con otra película igual de personal, en la que vuelve a
unir cine y pintura –luz, colores, texturas- en una indagación en la
vida de Rembrandt, en los momentos en que el genial pintor holandés
realiza uno de sus cuadros más famosos –y más polémicos, en su
momento-: “La ronda de noche”. Una cumbre en su técnica pero también
un retrato de su época, y algo más -según Greenaway, siempre amante
de la intriga-: el apunte de una conspiración para eliminar a un
personaje incómodo en la política de la república holandesa.
Tras una primera secuencia de aire
aparentemente teatral pero que es un auténtico manifiesto pictórico
–de corte claramente onírico, además-, y que revela al personaje de
Rembrandt en su desnudez física y mental, y también moral, el
argumento recorre esos meses cruciales en la vida del pintor: recibe el
encargo de ese importantísimo cuadro, retrato de las “fuerzas
vivas” de la ciudad de Amsterdam, y en el largo proceso de creación,
un Rembrandt dolorido por la muerte de su mujer y decidido a romper
todas las barreras sociales y políticas, va transformando lo que debería
ser una glorificación de sus patronos en una denuncia del cruel
asesinato cometido por ellos mismos.
Permítaseme una nota al margen: Peter Greenaway ha estado recientemente
en Madrid, impartiendo una “master class” –eso que antes de ser
americanos llamábamos clase magistral, o, más modestamente,
conferencia- en el Caixa-Forum, un edificio tan protagonista que da
absolutamente lo mismo lo que vayas a hacer dentro. Qué curioso es este
mundo moderno, ¿no? Fin de la nota.
En su disertación, Greenaway, además de explicar brillantemente
algunos aspectos de su película y mostrar una espectacular intervención
digital sobre el cuadro de Rembrandt, insistió en su ya conocida teoría
de la muerte del cine a plazo fijo, y no muy lejano, además. La
incapacidad para traspasar el fundamento literario de las películas y
el acabamiento de una fórmula por repetición extenuante, además de la
invasión de los nuevos formatos y “ventanas” –del PC al móvil-,
son las causas evidentes. Y seguro que tiene razón.
Pero mientras tanto, él mismo ha realizado una obra que, siempre con su
impronta más personal, reúne todas las características del cine que
considera moribundo: un tratamiento absolutamente estético de la
composición, con una magistral aplicación de la luz, una coreografía
operística conteniendo interpretaciones tan escasamente naturalistas
que bordean el lirismo, y por debajo una base literaria evidente, con un
argumento que roza el suspense policíaco y que se desarrolla según los
cánones y los tiempos más clásicos.
Claro que eso no quita para que La
ronda de noche según Greenaway, sea una película diferente, nada
convencional y con todo el sello de su cine más arriesgado: no es,
desde luego, una biografía de Rembrandt al uso –aunque el personaje
queda claramente explicado en el excelente guión interpretado con
absoluta entrega por Martin Freeman-, y la historia da por sabidos
hechos y circunstancias que no todo el mundo conoce. No es una película
comercial ni para todos los públicos; pero sí una obra de mucho
calado, una “delicatesen” para degustadores infatigables y para
quienes quieran ver cómo el genio de Greenaway funde imagen y música
–brillantísima de nuevo- y cine y pintura, y cine y teatro, y cine y
literatura. El cine: ese superviviente. (www.nightwatchingthefilm.com)
LA RULETA DE LA FORTUNA Y LA
FANTASÍA
(06.11.21)
Dir.:
Ryûsuke Hamaguchi. Pro.: Shô Harada, Satoshi Takada, Katsumi
Tokuyama. Gui.: Ryûsuke Hamaguchi. Int.: Kotone Furukawa, Katsuki
Mori, Fusako Urabe.
De
Ryûsuke Hamaguchi, director japonés de 42 años, hemos visto dos de
sus nueve películas -documentales aparte-: Drive my car,
premio al mejor guion en Cannes y que se acaba de presentar en San
Sebastián, y esta que llega ahora, que ganó el Gran Premio del
Jurado en Berlín este año. Dicen de Hamaguchi que es la nueva gran
figura del cine japonés, y a la vista de estos filmes -ambos de
2021-, no lo pongo en duda.
La
ruleta de la fortuna y la fantasía
contiene tres relatos sin relación aparente, pero que tienen en
común el retrato de la joven sociedad nipona de clase media con sus
relaciones presididas por los afanes comunes: el trabajo, el amor,
el sexo, los enredos, lo previsible y el azar. Y el paso del tiempo.
Trozos de la vida misma, contados con tanta sencillez como
profundidad.
El
primer episodio se llama Magia (o algo menos reconfortante) y
lo protagoniza una joven modelo que intercambia confidencias con su
mejor amiga. Esta le plantea cómo conducirse con un supuesto
pretendiente, una posible relación que no ve nada clara; y ella no
es capaz de resolver sus dudas, pronto sabremos por qué.
El
segundo capítulo tiene por título Una puerta abierta de par en
par y cuenta el encuentro entre un profesor convertido en
escritor de éxito y una exalumna perturbada -excitada, más bien- por
su libro. Ella casi lo asalta en su despacho y el hombre, un modelo
de estoica impavidez, intenta resistir… sin cerrar la puerta.
Y el
último episodio, Una vez más, transcurre en un mundo sin
internet ni redes sociales: un virus ha causado una caída general
del espacio digital, aunque no parece afectar demasiado a las
protagonistas: una mujer que regresa a la ciudad en la que estudió y
encuentra por casualidad a la compañera de clase con la que mantuvo
una relación veinte años atrás.
Protagonistas, como se ve, femeninas; un mundo que Hamaguchi parece
conocer muy bien. Y en tres momentos que tienen muy distinto
contenido, pero que muestran una absoluta identidad de estilo. La
primera historia es una deliciosa pieza cargada de equívocos, que
rememora los Cuentos morales de Éric Rohmer -cincuenta años
después-; la segunda, quizá la más potente, contiene una carga de
desinhibido erotismo verbal, y la tercera es un relato poético y
esperanzador.
Y los
tres forman una pieza única desde el punto de vista estilístico. Se
desarrollan con un esquema clásico de planteamiento -breve-, nudo de
creciente intensidad y desenlace, a veces sorprendente, siempre
deliciosamente concluyente. Sus personajes, tomados de dos en dos,
hablan, se expresan, se miran en intensos planos largos cargados de
contenido, brevemente interrumpidos por insertos siempre acertados.
La narración fluye con extrema sencillez, revelando poco a poco el
alma de los personajes, sus intenciones, su confusión o su valor.
Hamaguchi los pone delante de la cámara con elegancia, envueltos en
la música de Schuman, y con cierto
toque irónico que los hace perfectamente reconocibles. Por supuesto,
todos los intérpretes, encabezados por un estupendo grupo de
actrices, son completamente desconocidos para nosotros; pero eso no
hace sino aumentar el valor de testimonio del filme, que es japonés
pero podría ser europeo o de cualquier rincón del mundo.
Fábula o documento, esta es
en definitiva una muestra de gran cine independiente contemporáneo;
una película entrañable, inteligente y rotunda, que además consigue
eso tan difícil en este formato: que el todo valga aun más que la
suma de las partes.
LASA
Y ZABALA
(19.10.14)
Dir.
Pablo Malo
Pro.:
Joxe Portela,
Alberto Gerrikabeitia
Gui.:
Joanes Urkixo
Int.:
Unax Ugalde, Jon Anza,
Cristian Merchán, Francesc Orella
Pablo Malo dirigió entre 2004 y 2006 dos
películas muy personales y muy diferentes: Frío sol de invierno y
La sombra de nadie, que van del delicado retrato familiar al puro
terror. Y tras realizar un par de capítulos de la serie Hispania, la
leyenda, sorprende ahora con esta crónica, con intención cercana al
docudrama, de uno de los asuntos más turbios y dolorosos de la reciente
historia española.
Tras unos impactantes títulos de crédito,
que nos anticipan lo que está por llegar, la película abre en un estudio
de radio del País Vasco. Junto al locutor, las hermanas de Lasa y Zabala
hacen un llamamiento a la reconciliación, al respeto y a la paz. La
escena es actual, pero inmediatamente la pantalla va a recorrer
distintos momentos en torno a la España de los pasados años 80.
En 1983, Joxean Lasa y Joxi Zabala,
antiguos integrantes del comando Gorki de ETA, se encuentran en la
localidad francesa de Bayona. Se mueven en un entorno relativamente
tranquilo, aunque se saben vigilados por la policía española. Y en el
mes de octubre, repentinamente, se producen distintos ataques de grupos
armados, que culminan con el secuestro de ambos jóvenes. Los autores son
los llamados GAL –Grupos Antiterroristas de Liberación-, y en principio
no hay ninguna referencia, ninguna noticia, ninguna reivindicación.
Los familiares y amigos de Lasa y Zabala
tratan de encontrarlos, y se desesperan cuando la evidencia del
secuestro se hace indiscutible y también, poco a poco, se impone la
realidad de una definitiva desaparición. Y casi año y medio después, en
enero de 1985, aparecen en Bussot, un pueblo de Alicante, los restos de
dos personas que parecen haber fallecido de muerte violenta.
Han sido enterrados en cal viva, con lo
que su identificación resulta casi imposible; los forenses encuentran
señales de golpes y balazos en los cuerpos, pero la policía lo atribuye
a un ajuste de cuentas entre bandas mafiosas, y da el caso por cerrado.
Tuvieron que pasar otros diez años para que un inspector, llevado de un
celo extraordinario, consiguiera la identificación de los maltrechos
cadáveres; las fichas dentales y los exámenes de ADN demostraron que los
restos correspondían a Lasa y Zabala. Y comenzó entonces una dura lucha
para tratar de descubrir a los autores del secuestro, la tortura y la
muerte de ambos.
La película se desarrolla con un montaje
de dramáticos flash-backs que recuperan sucesivamente los terribles
acontecimientos, a la par que muestra cómo el abogado de las familias
trata de desenmascarar a los culpables. Así van apareciendo las figuras
del coronel Rodríguez Galindo y el gobernador Julen Elgorriaga como
cabezas de la operación: el primero como jefe del grupo de guardias
civiles que constituyó el inicial núcleo del GAL y este aportando el
apoyo logístico y material. Los guardias Dorado y Bayo figuran
en la investigación como responsables directos del asesinato; y también
aparece, en la cúpula de la organización, la misteriosa X nunca del todo
revelada.
La cámara permanece, en los momentos más
duros, retratando impasible –sin ahorrarnos prácticamente nada- el
horror de la tortura, el escalofrío del asesinato y también la
indecencia de la mentira y el dolor de la injusticia. Pero esa frialdad
del objetivo, que contrasta con las apasionadas interpretaciones –de un
muy convincente Unax Ugalde y del riguroso Francesc Orella, sobre todo-,
no traspasa más allá del acontecimiento relatado. Y se echa de menos una
mayor indagación, un análisis de las causas profundas y el origen real
de la trama. Director y guionista se han detenido ahí voluntariamente,
desarrollando el relato como una página de sucesos: no muestran nada que
no se corresponda estrictamente con la verdad; pero es evidente que su
película no pretende otra cosa que recordar lo pasado para, desde esa
memoria –como en la secuencia preliminar-, intentar mirar
definitivamente hacia el futuro. (www.lasaetazabala.com/es/)
LAS CONFESIONES
(27.05.17)
Director: Roberto Andò. Intérpretes: Toni Servillo, Daniel Auteuil,
Connie Nielsen
Roberto Andò es conocido por haber dirigido Bajo nombre falso
y Viaje secreto, y más por Viva la libertad, película
en la que Toni Servillo se desdoblaba en el papel de un político
desencantado y su hermano gemelo. Y en esta nueva continúa la
colaboración entre actor y director.
En un lujoso hotel de la costa de Alemania se encuentra reunido el
poderoso G8. Con los ministros de los países más importantes de la
Tierra está el presidente del Fondo Monetario Internacional y
también concurren algunos artistas –como una novelista o un cantante
muy famosos…- y un extraño fraile, silencioso y ensimismado, al que
nadie sabe quién ha invitado.
Tras la primera jornada, que transcurre tranquila, cae la noche; y a
la mañana siguiente, se produce el caos: Daniel Roché, el jefe del
F.M.I. aparece muerto en sus habitaciones, con trazas de haber sido
asesinado. Las sospechas se disparan entre los asistentes, pero
recaen en el misterioso fraile, al que han visto salir de madrugada
del aposento del fallecido. Y este reconoce haber estado allí y
haber hablado con Roché, pero se niega a revelar el contenido de su
conversación.
Cada uno de los mandatarios, desde el japonés a la canadiense,
pasando por un temible ministro ruso; los responsables del hotel, y
también la policía, insisten en interrogar al religioso, pero no
obtienen de él la menor confidencia. Al final, la reunión se
convierte en algo muy distinto a lo programado: un G8 bastante
particular. Naturalmente, el protagonista es el fraile que
representa Toni Servillo, un actor tan poderoso que consigue que su
personaje esté en todos los planos; también en los que no está.
Gracias a él y a un acertado guion, la película conforma un ácido
suspense dramático y político, una parábola –nada irreal- acerca de
los entresijos del poder y el cinismo de quienes lo detentan y,
sobre todo, un descarnado relato desarrollado con la fuerza de un
directo a la mandíbula de los amos del dinero.
LAS
DOS CARAS DE ENERO
(15.06.14)
Dir.
Hossein Amini
Pro.: Robyn Slovo,
Tom Sternberg Gui.: Hossein Amini
Int.:
Viggo Mortensen, Kirsten
Dunst, Oscar Isaac
Los productores
de El topo, la última versión de Los miserables y algunas
de las mejores películas de los Coen, se unen para dar la oportunidad a
Hossein Amini, el guionista de Drive, de debutar como director
con este oscuro thriller, basado en una novela de Patricia Highsmith y
protagonizado por
Kirsten Dunst y Viggo Mortensen.
Atenas, 1962. Chester y Colette McFarland son una pareja de adinerados
turistas americanos de vacaciones en
la capital griega. Aunque él es bastante mayor que su mujer, parecen
estar muy compenetrados y disfrutar del lujo de los buenos hoteles y el
aroma decadente de la cuna de la civilización. Bajo los asombrosos
dinteles de la Acrópolis, conocen a
Rydal, un joven
compatriota que trabaja de guía turístico y complementa sus ganancias
con lo que les saca a viajeras ricas y desprevenidas. Entre los tres se
establece pronto una complicidad basada en el deseo –cuyo eje es la
atractiva Colette-, la ambición –Rydal envidia la riqueza de sus nuevos
amigos- y la mentira. Elementos, todos estos, fundamentales en la
narrativa de Patricia Highsmith, que es, sin duda, la mano que mece la
cuna a lo largo y a lo ancho de la película. La falsedad, la
suplantación y el enigma de la identidad son los motores de un relato en
el que no se sabe quién juega con quién: Chester puede no ser lo que
parece, Colette puede no estar tan enamorada, Rydal quizá pretenda
engañarlos, o ayudarlos… o las dos cosas a la vez.
La oportunidad se le presenta cuando en lo que parecían unas apacibles
vacaciones se cruza la amenaza, el crimen y la desesperación. Y los
sucesos que se van desencadenando ponen en manos de Rydal –auténtico
Minotauro- el destino de la pareja, protagonistas de una huida alucinada
que los lleva hasta Creta y su laberinto. Allí el antiguo mito tendrá
que hacerse realidad, pero será el destino quien determine cómo el héroe
escapará de la encrucijada y qué víctimas habrá de dejar atrás.
Hossein Amini ha urdido
perfectamente los hilos de la trama, midiendo muy bien los ritmos y
dando cada vez más peso al que no era en principio el personaje
principal, convirtiéndolo de acompañante en el trío inicial a voz
cantante en el dueto final; no tan lejos de su áspero conductor de
Drive. Cualidad del libro original, seguramente, pero habilidad
también para llevarlo a la pantalla. Con una perfecta y muy estilizada
fotografía, que reproduce con fidelidad la estética de los años sesenta
y de los mejores thrillers de la época; de hecho, es posible reconocer
en Las dos caras de enero la influencia de Hitchcock y otros
maestros del género.
Como en muchas de aquellas películas, el protagonista –ahora de dudosa
moralidad, los tiempos sí han cambiado en algo- pasa de ser libre a
sufrir persecuciones y equívocos, con riesgo de peligro mortal. Claro
que Viggo Mortensen no es James Stewart, ni mucho menos Cary Grant; pero
tampoco lo necesita aquí: Mortensen compone su personaje con absoluta
sobriedad, fiándolo todo, como ahora se estila, a su mirada y a su voz.
Con ambas herramientas construye su transformación, de sofisticado
triunfador a fugitivo acorralado al borde de la derrota. A su lado,
Kirsten Dunst
demuestra que ha dejado ya su aspecto y sus papeles juveniles para
entrar en la primera etapa de la madurez; poseedora de una fotogenia muy
interesante, como antes, pero también de una calidad indiscutible.
Durante un buen rato de la película, ella es la dueña de la pantalla,
mientras los dos hombres se disputan su presencia y, si es posible, sus
favores. Y Oscar Isaac –para mí una revelación en Ágora y A
propósito de Llewyn Davis- está a la altura requerida, creciéndose
con el personaje, como decía, a lo largo del metraje. Que se deja ver en
un suspiro, acompasado por la magnífica banda sonora de Alberto Iglesias
y atrapado el espectador por el interés y el suspense de esta agobiante historia en la
que, hasta el final, nada es lo que parece.
(www.lasdoscarasdeenero.com)
LAS MALAS HIERBAS
(18.03.12)
Dir.:
Alain Resnais
Pro.: Jean-Louis Livi Gui.:
Alex Réval, Laurent Herbiet
Int.: Sabine Azéma, André Dussollier, Anne Consigny
Alain
Resnais cumplirá el 3 de junio 90 años. Y acaba de terminar su película
número 20: Todavía no has visto
nada, muestra de su inacabable vitalidad. Resnais es uno de los más
evidentes padres del cine contemporáneo, que fundamentó con dos obras
maestras en 1959 y 1961: Hirosima
mon amour y El año pasado en
Marienbad; y ya antes, con una serie de magníficos, impactantes
documentales, que renovaron también el género. Todos los títulos de
Alain Resnais son importantes, pero a estas alturas, más que repasarlos
todos, habría que destacar el giro que su cine, desde Smoking/No
smoking y On connaît la
chanson ha dado hacia la comedia; entendiéndose, sobre todo, como
estudio bienhumorado y ligeramente burlón del comportamiento
humano.
Claro que nunca ha tenido otro objeto: sus películas siempre hablan de
las personas y su conducta; y también esta Las
malas hierbas. Sus protagonistas son Georges y Marguerite, dos
desconocidos que seguramente nunca habrían podido encontrarse, pero a
los que la casualidad, o el destino, lleva a coincidir.
Georges encuentra una cartera, sin
dinero pero con toda la documentación de su dueña. Se la han robado a
Marguerite, como comprobamos en la secuencia inicial de la película
–que muestra, por cierto, que Resnais es también un maestro del
suspense-: tras unos planos que enseñan esas “malas hierbas” del título,
que aparecen y crecen por cualquier grieta del suelo, vemos los pies de
la gente que cruzan la pantalla, los zapatos que pisan despreocupada o
concienzudamente…
Unos pies y unos zapatos son los protagonistas: los pies de Margueritte,
que buscan nuevos zapatos en su tienda de siempre, atendida –con mucha
paciencia- por su empleada favorita. No vemos el rostro de Margueritte
–no la conocemos- hasta que llega a su casa, disgustada por haber
sido víctima del robo. Y entonces Resnais nos presenta a Georges, un
hombre extraño, inquietante en lo poco que vamos sabiendo de él.
Georges descubre la cartera tirada en el aparcamiento, junto a su coche.
Intrigado, mira a quién pertenece, fantasea con llamar a la mujer, lo
intenta incluso… pero al fin decide ir a la comisaría y dejar allí
el objeto de su preocupación y la preocupación misma.
Y a partir de aquí, nada es lo previsible. Las vidas de Margueritte y
Georges cambiarán con rumbo a lo inesperado. Él, que a pesar de un
posible-probable-ignorado oscuro pasado tiene una familia relativamente
normal –mujer, dos hijos ya mayores-, sucumbe a la fascinación por
esa desconocida; ella, una mujer sola, acomodada, dentista de profesión
y aviadora aficionada, va de la repulsa a la atracción, del rechazo a
la entrega, con la veleidad y la fuerza de un vendaval loco.
No se puede presenciar impasible esta película; sobre todo porque nunca
se sabe qué puede pasar a continuación, qué plano sucederá al
presente, cuándo la mirada de Resnais alzará el vuelo o se duplicará,
o doblegará el espacio y el tiempo, o caerá a ras de asfalto para ver
de nuevo como las malas hierbas rompen la uniformidad y la rutina y
asoman por cualquier sitio y en cualquier momento: cómo la conducta de
los personajes se tiñe de irracionalidad, de capricho, de perversión
seguramente.
Fascinantes imágenes, de principio a fin, ilustradas con una portentosa
paleta de colores y luces que acompañan y definen a los protagonistas y
se enriquecen con una banda sonora en la que danzan la música, la voz
en off y los diálogos con una exactitud y una armonía absolutas. André
Dussollier y Sabine Azéma –los intérpretes favoritos del director-
se miran, se atraen, se sorprenden, se hablan incluso cuando no están
juntos. Su atracción, su conducta tiene un punto de locura tan juvenil,
que resultaría inconcebible si no fuera porque toda la película está
dotada de esa misma cualidad, esa férrea coherencia que le da el pulso,
la sabiduría, la capacidad para la ironía, la travesura y la imaginación
de ese chaval de 90 años que se llama Alain Resnais. (http://www.sonyclassics.com/wildgrass/)
LA
SOLEDAD (03.06.07)
Dir.:
Jaime Rosales
Pro.: José Mª Morales, Jaime Rosales, Ricard Figueras
Gui.: Jaime Rosales, Enric Rufas
Int.: Sonia Almarcha, Petra Martínez, Miriam Correa
Segundo trabajo de Jaime Rosales, director de 37 años que ha estudiado
en San Antonio de los Baños (Cuba) y en la Australian Film School,
entre 1996 y 2000; a su regreso de Australia trabajó en televisión y
en 2003 debutó con Las horas del
día, una extraordinaria película que ganó el Premio de la crítica
internacional en Cannes y que contiene la estremecedora interpretación
del siempre inquietante Álex Brendemühl convertido en un gélido
asesino múltiple.
En esta película no está Brendemühl, pero sí la mayoría de los
colaboradores de Rosales en aquélla: repite Rufas como guionista, Óscar
Durán como director de fotografía y los mismos responsables de
montaje, sonido y producción. Naturalmente, La
soledad muestra una palpable unidad de estilo con Las
horas del día, pero también evidencia la progresión del director,
su valor para dar un paso adelante y su capacidad para bordear –si no
alcanzar francamente-, ya en esta segunda película, la obra maestra.
Las protagonistas son mujeres: Adela es una joven madre de un bebé de
apenas un año. Separada, deja a su padre en el pueblo y se viene a
Madrid; encuentra trabajo como azafata de congresos y vive en un piso
compartido con otros dos jóvenes: Carlos e Inés. Antonia es la madre
de Inés, y también de Helena y Nieves; es viuda y siente su futuro
resuelto: tiene su piso, un pequeño supermercado de barrio y hasta un
novio de su edad que la quiere y la acompaña. Sus vidas –las de Adela
y Antonia-, levemente convergentes, son en realidad más paralelas de lo
que ellas suponen: ambas parten de una fractura, un dolor, una separación,
y parecen encaminarse hacia una relativa tranquilidad.
Pero de repente, la tragedia azota la existencia de estas mujeres. O
quizá simplemente es la misma vida, que les muestra su lado más
amargo: el miedo a la enfermedad, la herida en los sentimientos, la
dentellada del crimen, el doloroso riesgo de existir, en suma. Antonia
ya no puede vivir su presente en paz, ahogada por la preocupación;
Adela, arrasada por la pena y la angustia, rota la piel y el alma, no
concibe el futuro sin esperanza.
Rosales habla de estas mujeres y de los hombres que están a su lado,
casi en su sombra, en su rastro más bien. Habla de la vida. Y habla de
la muerte: la muerte casual, o esperada, o consecuente o caprichosa; la
ausencia definitiva del que se ha ido y la permanencia aturdida,
dolorosa, casi involuntaria, de los que se quedan. La película se abre
inteligentemente para enseñar este carrusel de sentimientos, emociones,
percepciones, miradas, silencios... Los personajes –estas maravillosas
actrices, también los veteranos Cracio y Margallo...- viven, se
relacionan, se aman y –casi-
se odian, se apoyan, disimulan, se separan... y nunca llegan a conocerse
–ni tampoco los espectadores- completamente.
Los vemos, y no es fácil contemplarlos: tanta sinceridad, tanto
realismo nos asalta con su cercanía. Rosales tampoco nos lo pone fácil,
porque huye de la emoción gratuita y del chapuzón sentimental; todo lo
contrario: su punto de vista es objetivo, despojado, casi frío de tan
austero y conciso. La narración progresa frecuentemente fuera del plano
y en marcadas elipsis, y la propia imagen está a menudo fragmentada y
compartimentada por distintos elementos.
Y
en casi la tercera parte de la película, la pantalla aparece partida en
dos mitades, en cada una de las cuales podemos ver aspectos diferentes
de la misma escena, o dos ambientes de un espacio complementario, o la
conversación de dos personajes, en una versión nueva y arriesgadísima
del plano-contraplano. Es un experimento narrativo, o, por mejor
decirlo, no-narrativo, que nos sitúa en una perspectiva distinta, difícil
pero muy enriquecedora; nos obligamos a contemplar un argumento que
discurre como la vida: sin pretextos ni explicaciones, con las puertas
entreabiertas, sin que el drama nos pida permiso para entrar, pero también
sin dejar escapar del todo la esperanza. (www.wandavision.com)
LA SOMBRA DE LA LEY
(13.10.18)
Director: Dani de la
Torre. Producción: Mercedes Gamero, Borja Pena. Guion: Patxi Amezcua. Intérpretes:
Luis Tosar, Michelle Jenner, Manolo Solo.
En 2005, Dani de la
Torre sorprendió muy agradablemente a crítica y público con su
primera película El desconocido, un thriller original y
trepidante protagonizado por Luis Tosar. Y ahora repite con el mismo
protagonista en este repaso a la historia de España ambientado en la
Barcelona de 1920.
La película abre con
el asalto a un tren de mercancías que transporta, luego lo sabremos,
cajas de armamento destinadas al ejército. Las sospechas recaen en
los grupos anarquistas que en aquellos momentos se levantaban contra
el Estado provocando atentados e incidentes, además de huelgas en
las fábricas y continuas alteraciones del orden. El gobernador civil
urge a la policía la resolución del caso; a su vez, el comisario
jefe de la brigada criminal azuza a sus hombres, y el inspector
Rediú y su cuadrilla se ponen a la tarea. Al grupo se une entonces
Aníbal Uriarte, un sombrío policía llegado de Madrid para reforzar
la búsqueda.
Las pesquisas se
dirigen en primer lugar a El Edén, un fastuoso cabaret regido por
“el Barón”, un equívoco personaje que se dice perteneciente a la
nobleza europea y que conoce todos los rumores que circulan por la
ciudad y se relaciona con cuantos personajes tienen alguna
importancia en los círculos del poder. Y paralelamente, la policía
tiene que entendérselas con los grupos anarquistas, los huelguistas
cada vez más radicales, y hasta las trabajadoras feministas, que
irrumpen en la acción exigiendo sus derechos. Todo ello junto
anuncia un clima de caos ciudadano y político, que amenaza incluso a
la estabilidad de las altas esferas de la gobernación.
Hay que apuntar en el
haber de director y guionista la creación de los caracteres, sobre
todo los protagonistas: sólidos, rotundos, casi arquetípicos, como
mandan los cánones del policíaco clásico.
El oscuro Uriarte, la
valerosa y tozuda Sara, el sibilino Barón –formidable Manolo Solo,
el mejor del reparto-, y los villanos Rediú y “el Tísico” –temible
en su composición Ernesto Alterio-; un racimo de personajes que
pueblan una ciudad inhóspita, nocturna, escenario de conductas
sospechosas, traiciones, amores nacientes y odios ancestrales,
emboscadas y tiroteos mortales. E impregnándolo todo, el malsano
olor de la corrupción. Políticos y policías, ricos burgueses y
empresarios, podridos por el dinero y el afán de poder, y tratando
de medrar y mantenerse a costa de lo que sea y de quien caiga; nada
importa.
La película exhibe un
impresionante diseño de producción. El éxito de El desconocido
le ha permitido a Dani de la Torre disponer de medios importantes,
técnicos y artísticos, para rodar sin cortapisas, y, evidentemente,
ha aprovechado la ocasión. La sombra de la ley pasa con
notable el examen formal: la ambientación –escenarios, paisajes,
atrezo- es impecable y, en algunos aspectos, como el vestuario, da
muestra de un intencionado estilo que remite al género de gánsteres
al que la obra se apunta. Y el ritmo de la narración, aun siendo
desigual, transmite la potencia necesaria para que la atención del
espectador no decaiga.
Apreciable muestra de
un cine español de género, como digo, La sombra de la ley se
sitúa dignamente entre las candidatas a llevar a las salas a un buen
número de aficionados. Al género, a los intérpretes o al apunte
histórico; o al cine patrio, eso que ya es tan escaso y difícil de
conseguir.
LA SOMBRA DEL
CAZADOR
(06.01.08)
Dir.:
Richard Shepard
Pro.: Paul Hanson, Mark Johnson
Gui.: Richard
Shepard
Int.: Richard Gere, Terrence Howard, Diane Kruger, James Brolin
El
guión de esta película, que rescata el género de aventuras y de paso
roza otros temas de interés, tiene un curioso origen: el periodista
americano Scott Anderson, de vacaciones en Sarajevo dos años después
de acabada la guerra, se propuso –con un par de colegas tan colgados
como él- encontrar y detener a Radovan Karadzic... nada menos. En
octubre del 2000 publicó un artículo en Esquire
contando la peripecia, y en 2005, Richard Shepard decidió adaptar el
relato y dirigir la película.
Shepard, además de su experiencia en televisión –Betty
la fea, por ejemplo-, escribió y dirigió en 2006 Matador, la estupenda historia de un asesino profesional,
interpretado por Pierce Brosnan, que se hace mayor para el oficio; de
alguna manera, lo mismo le pasa aquí a su protagonista, el periodista
Simon Hunt. El guión nos presenta a Simon y “Duck”, una imbatible
pareja de informadores; hasta en la más peligrosa batalla, permanecían
unidos y eran la sensación de los telediarios. Simon –Richard Gere-
agarraba el micrófono y “Duck” –Terrence Howard- la cámara, y
juntos relataban a sus remotos espectadores los avatares de la
guerra.
Pero un día Simon cometió un gravísimo error –es decir, dijo lo que
verdaderamente pensaba- y sus carreras se separaron para siempre...
hasta que volvieron a encontrarse. Y ahora, años después, con
“Duck” convertido en un importante ejecutivo, y Hunt hecho una
calamidad, se disponen a enfrentarse a una misión que, evidentemente,
está muy por encima de sus posibilidades: cazar al “Zorro”, el más
temido y escurridizo criminal de guerra en la maltrecha Bosnia posbélica.
Para colmo, se les une un “enchufado”, un joven e inexperto
reportero, y por su temeridad –de los tres- y unas gotitas añadidas
de arrogancia, acaban por ser confundidos con agentes de la CIA, de los
que todos: paisanos, militares, políticos y guerrilleros, desconfían.
Perdidos por esos montes y esos pueblos –que Simon dice conocer al
dedillo y no deja de ser otra fantasía- y entre unos paisanos de
catadura más que siniestra, los periodistas se encuentran muy pronto en
situación bastante desesperada.
Richard Gere se mueve comodísimo en este papel de héroe desencantado,
y Terrence Howard escala un peldaño más en su carrera imparable al
estrellato: dicen que es la inmediata apuesta de futuro de Hollywood.
Ambos se complementan muy bien en la pantalla –fuera de ella parece
que no tanto-, y forman una de esas parejas de película que son una de
las fórmulas seguras en su escritura. De esta manera, el argumento
juega con distintos géneros: la “buddy movie” –película de
“colegas”- la “road movie” –película de carretera, de viaje-
el “thriller” y la comedia –hay más
de un momento francamente divertido-, y hasta la película de
denuncia a dos bandas: de los medios, que se muestran en su lado más
hipócrita y sensacionalista, y de los políticos, gentes con muy poca
conciencia y un escandaloso sentido de la estrategia.
Según los cánones, estos son los ingredientes tradicionales del cine
de aventuras, sobre todo cuando no hay que profundizar demasiado porque
tampoco el argumento lo necesita. El guión de Shepard procura no hacer
excesiva sangre, como tampoco la había en el relato de la loca aventura
original. No se falta a la verdad ni a las convenciones del género,
pero no se puede ir muy lejos con esta idea; no hay que olvidar que los
auténticos criminales de guerra del desgraciado conflicto de los
Balcanes –Karadzic, Mladic- están libres. La caracterización del
“malo” de la película, el astuto y cruel “El Zorro”
Boghdanovich, se les aproxima, pero eso es todo.
La película, entre la sonrisa y el conato de suspense, se deja ver con
agrado, sin perder el interés y con la sensación de recuperar el cine
de toda la vida, con ese puntito de falsa ingenuidad pero con una
historia muy bien contada, sin más pretensiones ni engañifas. Para los
tiempos que corren, seguramente no se puede pedir más. (www.thehuntingpartymovie.com)
LA SOMBRA DEL PODER (19.04.09)
Dir.:
Kevin MacDonald
Pro.: Andrew Hauptman, Tim Bevan Gui.:
Matthew Michael Carnahan,
Tony Gilroy
Int.: Russell Crowe, Ben Affleck, Rachel McAdams, Helen Mirren
El
escocés Kevin McDonald, director de El
último rey de Escocia –ese fragmento de la tenebrosa biografía
de Idi Amin Dada- es también un importante documentalista, que últimamente
se ha pasado a la ficción y ahora pone en imágenes un guión basado en
una muy popular miniserie de la BBC. El argumento se ha trasladado, para
la pantalla grande, a un tenebroso Washington empañado por el crimen y
la delincuencia política y está protagonizado por un montón de
estrellas con Russell Crowe y Ben Affleck a la cabeza.
Crowe es Cal McAffrey, un experimentado periodista empeñado en desentrañar
algunos casos oscuros; el más importante, el asesinato de la asistente
del congresista Stephen Collins –Ben Affleck- un prometedor y honrado
político, encargado de controlar los gastos de Defensa y cuya carrera
podía catapultarlo hacia la candidatura de su partido a la presidencia
del país. La ayudante de Collins parece ser algo más que una simple
ayudante, y parece ser también, y esto es más grave, el nudo gordiano
de un asunto oscuro y complicado como un billar a tres bandas... o más.
McAffrey sufre bastante presión en su periódico; al menos, la airada
directora lo intenta, aunque otra cosa es que lo consiga. A ella la
atosigan los nuevos propietarios, que quieren una exclusiva en cada página;
y él no se adapta a los nuevos ritmos, ni mucho menos al moderno
periodismo digital, hecho por jóvenes “blogueros” con mucha
iniciativa y poco respeto por las viejas glorias. Pero McAffrey también
es amigo del congresista Collins y se dispone a investigar y a descubrir
la verdad. No cuenta, claro, con que esa investigación lo va a llevar a
chocar con el poder político, empresarial y –sobre todo- económico,
en una confrontación en la que no tiene, precisamente, las de ganar.
Collins se enfrenta a una poderosa empresa de seguridad que ayuda al ejército
americano en sus guerras... a cambio, naturalmente, de pingües
beneficios. Hasta dónde llegan éstos y hasta dónde ese poder es algo
que el congresista estima que debe intentar controlar. Y necesita
desesperadamente la ayuda de McAffrey para contener a los ambiciosos
negociantes y para saber la verdad sobre la muerte de su asistente. En
los pantanosos terrenos de la corrupción política y los intereses
comerciales, quizá donde Collins no pueda entrar el periodista lo
logre.
No diré que los guionistas son unos artistas, porque el arte es otra
cosa, pero tanto a Carnahan como a Gilroy –autor de la serie de
Bourne- hay que reconocerles una enorme eficacia y quizá hasta cierto
talento. Han fabricado un texto y unos escenarios que permiten el
lucimiento de Kevin MacDonald, un director que ya ha demostrado poseer
un estupendo sentido del ritmo visual y una acentuada astucia narrativa
–que es otra clase de talento- para manejar el suspense.
Por su parte, Russell Crowe y Helen Mirren están encantados con sus
respectivas composiciones: ella, mandona, exigente, casi antipática
pero también inteligente; sabe qué clase de persona y de periodista es
él, por mucho que lo disimule bajo una apariencia descuidada, instalada
aparentemente en el desorden. Sólo aparentemente. Con ellos están
Robin Wright Penn y Jeff Daniels –en el apartado de excelentes
secundarios- y Ben Affleck y Rachel McAdams compartiendo protagonismo.
La verdad es que la película no es muy original, ni en su planteamiento,
ni en los sucesivos giros ni en un final que se pretende sorprendente; y
sin embargo funciona en casi todas sus pretensiones: posee elementos de
“buddy movie” -película “de colegas”-, contiene una exaltación
casi romántica de la profesión periodística –rama investigación y
denuncia-, y es, sobre todo, un violento “thriller” político, muy
cerca del cine negro, que transcurre con precisión matemática
dosificando la acción y dejando ver poco a poco todos los hilos que
sostienen la trama, oculta bajo una superficie movediza en la que el
amor, el deber y la justicia están a punto de perder todo su sentido.
(www.lasombradelpoder.es)
LAS OVEJAS NO
PIERDEN EL TREN
(01.02.15)
Dir.:
Álvaro Fernández Armero
Pro.: Juan Gordon Gui.: Álvaro Fernández Armero
Int.: Raúl Arévalo, Inma Cuesta, Candela Peña
Podría considerarse a Álvaro
Fernández Armero como heredero de aquella comedia madrileña que
inventaron Trueba, Colomo, Martínez Lázaro y demás; subgénero que habría
que reformular como comedia urbana sin más, calificativo más acorde con
la condición de sus protagonistas. En esa línea, Fernández Armero
dirigió en los 90 tres películas muy estimables: Todo es mentira,
Brujas y Nada en la nevera, para entrar en el siglo XXI
con una deriva que lo llevó al campo del documental y a la televisión.
Tras realizar durante siete años un buen número de capítulos de series –Doctor
Mateo y Con el culo al aire, entre otras-, ha vuelto a la
pantalla grande y a su género preferido.
Los protagonistas de Las
ovejas no pierden el tren son un puñado de treintañeros –más o menos
cerca de la cuarentena-, que bien podrían ser la evolución de aquellos
otros jovenzanos de su primera época. Alberto y Luisa son un matrimonio
como muchos de ahora mismo: viven en un pueblo de Segovia y mientras
ella va cada día a trabajar a Madrid, él se queda en casa tratando de
recobrar su éxito como novelista o, al menos, de ejercer su oficio de
periodista. El hermano de Alberto, Juan –que
tampoco trabaja mucho-, es separado, padre de dos niñas y sale con
Natalia, una jovencita a la que saca quince –o más- años… y,
seguramente, se nota. Y la hermana de Luisa, Sara, tiene su propio
negocio pero es soltera, y también se le nota mucho que querría dejar de
serlo. Además, están los padres de las dos parejas –estupenda como
siempre Kity Manver, como madre de las chicas-, más algún transeúnte que
pasaba por allí… o que vive en el pueblín, dedicado a sus tareas
agrícolas y a sus ovejas, esos bichos extraños y antojadizos que son
otros protagonistas de la película.
Evidentemente, Fernández Armero mira a sus criaturas con simpatía. Y el
espectador, también, porque no hay que hacer ningún esfuerzo para
reconocerse en ellos, aunque alguno resulte a veces tan patético –dicho
sea en sentido cariñoso- que provoca cierta vergüenza ajena. Es un
mérito del director-guionista, que sabe llevar a sus personajes hasta el
borde del abismo, sin dejarlos caer del todo. Los salva su propia
indefensión, además del humor con que están resueltas muchas
situaciones. Valgan como ejemplo la comida
familiar en la que Sara llega al colmo del funambulismo, o la velada de
los dos hermanos, entre los vapores etílicos, en la que filosofan acerca
de la muy original metáfora –nunca antes expresada- de la vida como un
tren que pasa y se lleva las oportunidades. Se lo perdonamos.
Claro que de nada valdrían esos aciertos del guion –y se notarían más
sus defectos, que también los tiene- sin la aplicación de sus
intérpretes. Cada uno se pone a la tarea con dedicación, y Fernández
Armero los organiza excelentemente; siempre ha sido un hábil coreógrafo,
en la pantalla pequeña y en la grande. Candela Peña e Inma Cuesta se
desenvuelven muy bien en este tipo de relato agridulce: llena de
recursos la primera y cada vez más segura la segunda. Raúl Arévalo y
Alberto San Juan, en su registro más eficaz: conteniendo la caricatura
este, menos intenso –afortunadamente- y más ligero aquel. Y si alguien
sigue calificando a Irene Escolar de “promesa”, se equivoca: es ya toda
una realidad de nuestra escena y nuestra pantalla.
Los demás, estupendamente. Incluidas las ovejas, que si sirven de
moraleja es, creo yo, para dejar claro que el destino de cada cual
depende de la suerte y de la casualidad, sí, pero sobre todo de la
apuesta que se haga sobre la propia vida. Dice Álvaro Fernández Armero
que sus personajes, totalmente contemporáneos como hijos de este colapso
social, son capaces –o lo intentan- de sobreponerse al día a día: a su
situación laboral y profesional, a sus problemas sentimentales, al paso
del tiempo y al peso de la familia; y unos trenes se les escapan y otros
los cogen. Y otros los atropellan; por eso esta película, como la vida
misma, es –más o menos seria- una comedia. (www.morenafilms.com)
LAS TRECE ROSAS
(21.10.07)
Dir.:
Emilio Martínez Lázaro
Pro.: Pedro
Costa, Enrique Cerezo Gui.:
Ignacio Mtnez de Pisón
Int.: Pilar López de Ayala, Verónica Sánchez, Marta Etura...
Emilio Martínez Lázaro
–director de comedias más o menos costumbristas -El
juego más divertido, Amo tu
cama rica, Los peores años de nuestra vida-, otras de más variada
clasificación –Las palabras de Max, Carreteras secundarias- y últimamente incluso
musicales -El otro lado de la cama,
Los dos lados de la cama-, se
acerca ahora a la dolorosa, trágica historia de las trece jóvenes
ejecutadas por el franquismo recién acabada la guerra, como venganza
por el asesinato de un guardia civil y su hija.
En el verano de 1939, los vencedores cruzan las calles de Madrid con la
soberbia que les dan sus pistolas, sus crucifijos y sus camisas azules;
en cada esquina se cantan himnos, se celebran misas y se detiene a
transeúntes y vecinos. La población vivió esos meses entre la alegría
y el miedo, la liberación y la nueva clandestinidad, las feroces
delaciones y el instinto de supervivencia. Las protagonistas de esta
historia, muchas de ellas menores de edad, sin más culpa que el ingenuo
intento de organizarse en resistencia, o la ocurrencia de estar casada
con un comunista, fueron cazadas con rapidez en sus casas y por las
calles, que cruzaban ingenuamente señaladas con un lacito que las servía
para identificarse entre ellas y, claro, para mayor facilidad de la
policía.
También sufrieron traiciones, e incluso alguna fue entregada por su propio padre
temeroso de la represalia y confiado en la justicia. No la hubo: las
trece chicas -y un grupo numeroso de sus compañeros- fueron sometidas a
un consejo de guerra sumarísimo, una pantomima cuya sentencia estaba
escrita ya antes de celebrarse, y, todos ellos, condenados a muerte. La
sentencia se cumplió el 5 de agosto y desde entonces, durante muchos años,
la historia sólo quedó en la memoria de las familias, los allegados y
las personas que convivieron con esa tragedia.
Ahora, Emilio Martínez Lázaro y su guionista han realizado una
aproximación cuidadosa, muy prudente; tratando de soslayar algunas
asperezas del momento, limando aspectos de especial dureza –el
interrogatorio de las detenidas, el interior de la temible prisión de
Ventas-, buscando cierta equidistancia y eludiendo con buen estilo y
efectividad los acontecimientos más sangrientos. En la primera mitad de
la película, el guión recrea con minuciosidad los últimos momentos
de la guerra y el Madrid “liberado”, y va sumando las historias
paralelas de las protagonistas; quizá la sensación es de que el
argumento progresa poco, que el escenario tiene un cierto tono de cosa
ya vista y que hay algún pie forzado en la presentación y relación de
las protagonistas.
Pero a partir de esa primera hora, cuando las jóvenes van ingresando en
la cárcel, se abre ese nuevo escenario con todas reunidas entre el
miedo, la incertidumbre, la diversión casi infantil también, y, desde
luego, la absoluta incredulidad ante su destino. Entonces la película,
que mostraba ciertos titubeos, progresa en hondura y dramatismo para
ofrecernos los mejores momentos, de pulso certero y de estupendas
interpretaciones. Mientras, todo se oscurece y el espacio tenebroso de
las celdas y las galerías hacinadas –ya digo que mucho menos
siniestras, a pesar de todo, que la tremenda realidad de aquellos días-,
se impone a la luminosidad del patio y al aliento de esperanza que les
queda a las reclusas.
Martínez Lázaro se ha rodeado de un estupendo plantel de jóvenes
actrices de nuestro cine, acompañadas por la veteranía de Luisa Martín,
Natalia Menéndez y Goya Toledo –ésta especialmente brillante-, que
están bien, en general, salvo fugaces desfallecimientos, comprensibles
por el peso de sus personajes; y muy bien en el caso de la jovencísima
Nadia de Santiago -15 años- y la estupenda Pilar López de Ayala, en el
personaje más dramático y maduro, la más inocente de todas estas
mujeres fusiladas de madrugada contra las tapias heladas del
cementerio.
Todas juntas, y sus intérpretes, levantan el vuelo en este tramo último
de la película, redimiéndola de sus carencias, y nos emocionan con su
historia y su final injusto, terrible y real, más terrible por tan
real, y definitivamente inolvidable. (www.las13rosas.com)
LA TEORÍA DEL TODO
(18.01.15)
Dir.:
James Marsh
Pro.: Anthony McCarten, Tim Bevan,
Eric Fellner Gui.: Anthony McCarten
Int.: Eddie Redmayne,
Felicity Jones, Tom Prior
James Marsh es un magnífico documentalista: recordemos que se llevó el
Oscar en 2009 con su espectacular Man on wire, esa aventura de un
hombre sobre el alambre entre las Torres Gemelas. Y mucho de documento
–esta vez biográfico- tiene este estupendo retrato de Stephen Hawking,
que sigue paso a paso la vida del genial científico desde el final de
sus estudios en Cambridge, con veinte años y con más afán por vivir y
divertirse que por concluir su doctorado.
Es un joven físico
de enorme personalidad y, aunque él mismo no lo sabe aun, con un talento
tan grande que nada, ni la más cruel enfermedad, podrá truncarlo.
Hawking, casi por casualidad, encamina su tesis, plagada tanto de
certeras intuiciones como de inéditas formulaciones matemáticas, hacia
el estudio del tiempo y el espacio. Y entonces suceden los
acontecimientos que, en lo personal, marcarán su vida para siempre:
empieza a sufrir los primeros síntomas de la terrible dolencia que
devastará su cuerpo –pero no su mente-, y conoce a Jane Wilde, que será
su mujer y su apoyo durante treinta años.
La historia de amor entre Stephen y Jane constituye la columna vertebral
del relato, con su mutuo deslumbramiento inicial, sus dificultades,
siempre vencidas por la fuerza de la pareja, y así mismo sus claroscuros
hasta su declinación definitiva. Pero también está, naturalmente, la
lucha de Hawking contra la adversidad y, sin dejarse vencer, sus pasos
hacia una teoría del universo capaz de explicar su nacimiento y
evolución total; y sus deslumbrantes avances expuestos en los foros más
prestigiosos y recogidos en multitud de publicaciones y sobre todo en su
Breve historia del tiempo, el libro que, en su paradójico título,
encierra el fundamento de sus enseñanzas.
Ambas tramas avanzan paralelamente –muy bien ensambladas- en la
película; y, seguramente, también en la vida real de Stephen Hawking. Su
mujer, Jane, es el apoyo constante y definitivo del científico: desde el
doloroso descubrimiento de la enfermedad motoneuronal –dos años de
esperanza de vida- hasta su reconocimiento como el científico más
popular y respetado de nuestro tiempo. Y a la vez que se desarrolla su
vida personal y familiar –Hawking encuentra tiempo, entre fórmula y
fórmula, para tener tres hijos- la película muestra también, de forma
más sintética y sin caer en profundidades difícilmente comprensibles, la
evolución del pensamiento del protagonista.
Ese es un acierto del argumento. La esencia del tiempo y el universo, la
manera en que se desarrolló el big bang o si definitivamente los
agujeros negros emiten radiación o no, son temas que quedan para el
estudio y la comprensión posterior del público. Lo importante aquí es
conocer a la persona, la vida prodigiosa –en más de un aspecto- del
autor de esas teorías. Y la de quien lo acompañó durante treinta años,
Jane Wilde.
Si el guion de
Anthony McCarten
está bien escrito, la interpretación de Felicity
Jones lo hace mejor aun; su retrato de la mujer enamorada, entregada y
abnegada es brillantísimo, sin necesidad de exageraciones ni sensiblería
alguna, lleno de matices y de comprensión absoluta del personaje y del
amor hacia su marido.
No desmerece
en absoluto de la composición admirable que de éste hace
Eddie Redmayne; premiado ya con el Globo
de Oro y directo hacia el Oscar, su Stephen Hawking es magistral:
perfecta su graduación desde el despreocupado joven universitario hasta
el desarbolado adulto –la biografía concluye en los años 90-, atrapado
en su silla de ruedas y privado de la voz y el movimiento; son sus ojos
los que lo dicen todo, y el leve temblor de su boca –cercano a la
sonrisa- o de sus dedos sobre el mando que traduce sus palabras al
ordenador. Un prodigio.
Con todo ello,
La teoría del todo, en resumen, es una muy interesante, y también
emocionante película; tan emocionante como la vida de Stephen Hawking,
un sabio de nuestro tiempo. (www.lateoriadeltodo-lapelicula.es)
LA TRAMA
(17.02.13)
Dir.:
Allen Hughes
Pro.: Allen Hughes,
Mark Wahlberg, Arnon Milchan Gui.: Brian
Tucker
Int.: Mark Wahlberg,
Russell Crowe, Catherine Zeta-Jones
Allen Hughes y su
hermano Albert han dirigido, entre otras películas, Dinero para
quemar (1995), Desde el infierno (2001) y El libro de Eli
(2010). Ahora Allen, en solitario, pasa de la ficción apocalíptica al
puro thriller político, desarrollado en un espacio realista y
contemporáneo: la ciudad –como escenario y protagonista- y sus
regidores.
Billy Taggart –Mark
Wahlberg-, se vio obligado a dejar su empleo en la policía de Nueva York
hace siete años, tras un violento suceso nunca aclarado del todo; y
ahora lo vemos convertido en un duro detective privado; parece eficaz,
pero no tiene muchos medios y tampoco demasiada habilidad para cobrar a
sus clientes, de manera que le viene muy bien la oferta del alcalde
Hostetler –Russell Crowe- para que vuelva a trabajar para él. Hostetler
lo ha contratado, con una buena suma por delante, para que investigue la
aparente infidelidad de su cónyuge.
Cathleen Hostetler
–Catherine Zeta-Jones-, la esposa del alcalde, es una mujer fascinante,
muy guapa y muy inteligente; defiende causas progresistas y solidarias,
acude a actos y reuniones y, la verdad, anda todo el día de un lado para
otro. A veces, hasta encuentra tiempo y ocasión para visitar
discretamente alguna casa, algún hotel… Taggart, con la experiencia
profesional que acumula, no encuentra demasiadas dificultades para
localizar y seguir a la dama y, seguramente, encontrar pruebas de sus
encuentros más reservados y problemáticos.
Al alcalde le preocupan las andanzas de Cathleen; pero sobre todo lo
incomodan porque está en víspera de elecciones, su oponente, el joven
concejal Jack Valliant, amenaza con arrebatarle parte de sus votantes, y
no puede permitirse un escándalo conyugal. Podría incluso cerrar los
ojos a la evidencia de la traición y el desprecio de su mujer con tal de
que
nada trascendiera, pero apenas a cuarenta y ocho horas de la cita
electoral, el supuesto amante de ésta es asesinado en mitad de la calle.
Para Billy Taggart, el asunto se
complica mucho más de lo previsto, y no tarda en comprender que ha sido
engañado y utilizado; y ahora está solo: amenazado por el alcalde y su
mujer, acosado por la policía y abandonado por su novia, a la que le
interesa mucho más su futura carrera de actriz. El hombre intenta
encontrar el camino de la verdad, pero ya nada tiene remedio: sin darse
cuenta, ha cruzado el puente que lleva al mundo de la corrupción
política y los oscuros negocios urbanísticos: el terreno en el que se
emparentan el poder, la especulación y el crimen.
Nueva York es el decorado de este argumento que mezcla política con
historias de amor y traición, y venganza y redención; pero el mérito del
contundente y afilado guion de Brian Tucker –muy interesante debutante
de 25 años- es que el relato alcanza vocación de universal; los hechos y
sus protagonistas –guerra sucia electoralista, soborno y espionaje,
enredos familiares, estafa consentida por alcaldes venales y
constructores timadores-, no se limitan a la ciudad de los rascacielos
ni a la sociedad americana.
Por su parte, Allen Hughes ha optado por inspirarse en las hechuras del
cine negro de toda la vida para todos los elementos del aspecto visual
de la película; no sólo en la fotografía o la ambientación, sino en la
misma elaboración de los personajes. Russel y Catherine Zeta-Jones, como
el resto de un sólido reparto, se desenvuelven con absoluta solvencia, y
Mark Wahlberg encuentra el punto preciso para una de sus mejores
interpretaciones: la suya es una espléndida recreación de este
desengañado y taciturno expolicía, víctima de su propio compromiso pero
dueño al final de su destino.
Quizá ese desenlace, precisamente, sea lo más flojo de la película e
impida que La trama alcance valor de referencia absoluta; no
obstante, sigue siendo un muy notable reflexión sobre la política y el
poder y, en definitiva, la naturaleza humana. (www.brokencitymovie.com)
LA TRIBU
(17.03.18)
Dir.: Fernando Colomo. Pro.: Mercedes Gamero, Mikel Lejarza. Gui.:
Fernando Colomo, Yolanda García Serrano, Joaquín Oristrell. Int.:
Paco León, Carmen Machi, Luis Bermejo.
Nueva película de Fernando Colomo –más de veinte ya en su haber- y
nueva comedia del cine español, un género que parece que reverdece
en la pantalla grande, mientras baja un poco en la pequeña; se
invierte la tendencia de estos últimos años. La comedia es, también,
el estilo en el que mejor se desenvuelve Colomo desde sus inicios.
Lo era su anterior obra, La isla bonita, una deliciosa
digresión casi autobiográfica en la que él era el “actor” principal,
y se apoya en esta de ahora en la comicidad y en la química de sus
protagonistas, Carmen Machi y Paco León, con tantas horas juntos en
televisión.
Paco León es Fidel, el director de recursos humanos de una
importante empresa, un hombre sin escrúpulos, responsable de
despedir a centenares de empleados. Tras un asunto escabroso que se
vuelve en su contra y lo ridiculiza enormemente, es despedido. Y un
año después trata de pasar desapercibido y de emprender una nueva
vida. Hasta que sufre un encuentro inesperado y –casi
simultáneamente- un aparatoso incidente que le provoca la pérdida de
la memoria.
Este es el planteamiento del argumento. Y el nudo consiste en toda
una serie de peripecias que llevan a Fidel a depender de Virginia,
que dice ser su madre, a conocer a un par de golfos que podrían ser
sus hermanos, y a intentar trabajar en el supermercado de Luciano,
un vecino que lo mira raro. Y lo que es más importante, a integrarse
en la escuela de baile del barrio, donde “Las mamis” –un grupo de
maduritas liderado por Virginia- se preparan para ir a concursar a
un “talent show” de la tele.
El
desenlace no lo voy a contar, aunque no es precisamente una
sorpresa. La película tampoco lo pretende, así que no se resiente
por eso. Lo que sí intenta es entretener y hacer reír, o sonreír al
menos, y lo consigue en bastantes tramos del argumento, cuando el
ritmo es más ágil y los intérpretes dan lo mejor de ellos mismos.
Cosa nada difícil para Carmen Machi, que es una actriz estupenda en
cualquier género, y no tiene nada que demostrar. No estoy seguro de
que Paco León alcance, hoy por hoy, la misma calidad; aunque se
esfuerza, en un papel bastante exigente: este Fidel medio alelado en
la mayor parte del metraje. Con él está algunos nombres ya
consagrados y un plantel de actrices mucho menos conocidas, un
absoluto acierto de cásting que le da a la película bastante
frescura y cierto aire de espontaneidad.
Esas han sido siempre las características del cine de Fernando
Colomo, desde los inicios de la célebre “comedia madrileña” hasta
estas últimas obras de madurez. De un joven de 72 años que no ha
perdido las ganas de hacer cine. Español, por más señas.
LA TRINCHERA INFINITA
(02.11.19)
Dirs.: Aitor Arregi, Jon Garaño, Jose Mari Goenaga. Pro.: Xabier
Berzosa, Iñaki Gómez y otros. Gui.: Jose Mari Goenaga, Luiso Berdejo.
Int.: Antonio de la Torre, Belén Cuesta, Vicente Vergara.
Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga proceden del documental y
la animación, géneros que en el País Vasco hacen estupendamente. Ya
habían trabajado antes en parejas, cuando dieron en 2014 un aldabonazo
en el panorama cinematográfico español con Loreak, una preciosa y
triste historia que dirigieron Garaño y Goenaga con guion de los tres y
producción ejecutiva de Arregi. Y triunfaron decididamente hace un par
de años con Handia, dirigida por Arregi y Garaño, escrita
nuevamente a trío y con Goenaga en la producción ejecutiva.
La trinchera infinita
está dirigida por los tres juntos, algo que, de entrada, ya tiene mucho
mérito. Arregi, Garaño y Goenaga –en adelante, “los directores”- se han
ayudado de Luiso Berdejo –el guionista de La trilogía del Baztán-
en los diálogos y de sus habituales Pascal Gaigne, en la partitura, y
Javier Agirre en la fotografía, siempre importantísima en sus películas
y en esta, si cabe, más aun.
Porque la historia es bastante oscura. Nada más comenzar la guerra
civil, los sublevados toman la iniciativa. En un pueblo de Sevilla,
buscan a los cargos republicanos depuestos –alcalde, concejales- para
pasarlos por las armas. Higinio, que ya sabía lo que se le venía encima,
ha preparado con ayuda de Rosa, su mujer, un escondite en su casa. Y
allí se mete, escapando de los falangistas y la guardia civil. Con mucho
miedo y mil peligros para ambos, así pasan los tres años de la guerra.
Y
cuando ven que la situación no cambia con la paz franquista –si acaso
empeora-, deciden buscar un refugio mejor para Higinio. Su padre levanta
un falso tabique en su casa y se esconde tras él. La esperanza que lo
mantiene es que acabe la guerra mundial y los aliados, vencedores,
depongan al dictador y pueda recobrar la libertad. Llega 1945, la guerra
acaba, los aliados la ganan pero Franco sigue en el poder; poco después,
hasta recibe la visita de Eisenhower, un hito que consagra su régimen. Y
tiene que ser en 1969 cuando una ley de amnistía permita a Higinio y a
los que están en situación parecida volver a calle y a la vida.
A
la vida real, porque la que el hombre ha vivido tras la pared, ha sido
casi tan falsa como sus pesadillas. Higinio ha sufrido mucho, y las
cosas que le han pasado durante esos treinta y tres años –terribles
sucesos que vemos en la pantalla con el ánimo encogido- podrían haberlo
vuelto loco. No ha sido así, quizá porque ha podido mantener la
esperanza, más que Rosa, incluso, y porque ha sabido escuchar el
palpitar de la historia fuera de sus muros.
Durante toda la película, en efecto, vamos oyendo, palpando el
transcurso del tiempo. No solo a través de la mirada de Higinio,
omnipresente siempre, que deja ver por las rendijas de su cárcel lo que
pasa en su casa y a su mujer; también por los ruidos, los murmullos, las
conversaciones de los vecinos, la radio y luego la televisión, que van
desgranando los acontecimientos que hoy conforman la historia de España
y del mundo.
Los directores han utilizado una narración lineal, pero estructurada en
capítulos que van abriendo grandes elipsis en el relato, de manera que
se muestra la evolución de los personajes: Higinio –perfecto, como
siempre, Antonio de la Torre-, que pasa de la determinación al terror, y
de ahí a una malsana y comprensible conformidad; Rosa, cada vez más
cansada por una existencia en la que casi todo es falso cuando no
francamente terrible.
Y
la historia discurre de la oscuridad hacia la luz, del miedo a la
libertad, de la oquedad claustrofóbica al espacio abierto que linda con
el horizonte infinito. Es verdad que la resolución tarda un poco en
llegar y que los tres directores se recrean en algunos momentos en
detalles y escenas quizá superfluos; pero los valores de esta película
son tantos y la apuesta tan arriesgada y contundente, que no hay más
remedio que celebrar que podamos, una vez más, disfrutar de excelente
cine español.
LA ÚLTIMA BANDERA
(03.03.18)
Dir.: Richard Linklater. Pro.: Richard Linklater,
Ginger Sledge, John Sloss. Gui.: Richard Linklater, Darryl Ponicsan.
Int.: Steve Carell, Bryan Cranston, Laurence Fishburne.
Nueva película de Richard Linklater, un director versátil, original
y siempre interesante. Suya es la trilogía Antes de… -amanecer,
atardecer, anochecer-, las incisivas Escuela de
rock y Fast food nation y la extraordinaria Boyhood,
entre otras. La última bandera –“ondeando”, dice el título
original, con evidente mala uva- parte de la novela de Darryl
Ponicsan y a su vez es una especie de continuación de El último
deber (Hal Ashby, 1973), otra magnífica película.
Los tres protagonistas quizá sean los mismos, después de perderse la
pista durante más de treinta años. De hecho, cuando “Doc” llega al
bastante cutre bar de Sal, a este le cuesta reconocer a su antiguo
compañero de armas, veterano de Vietnam, como él; y también tiene
que esforzarse para hacer lo que le pide “Doc”: ir a buscar a quien
completa el trío, el violento Mueller, una auténtica fiera de la
guerra. Al fin, Sal accede y encuentran a Mueller. Para su sorpresa,
se ha convertido en pastor protestante y tranquilo esposo, además de
un hombre arrepentido de cuanto hizo en el campo de batalla.
A
“Doc” le cuesta todavía más trabajo convencerlo para que acceda a su
petición. Que por fin sabemos que se trata de acompañarlo al
entierro de su hijo, muerto en Irak. Y primero, “rescatarlo” del
propio ejército, que quiere darle honores fúnebres de héroe y
enterrarlo en el tristemente famoso recinto de Arlington, junto a
los miles de caídos compatriotas. “Doc” se niega a ese homenaje, que
le duele en lo más profundo, y prefiere llevar el cuerpo de su hijo
a su pueblo y dejarlo en el cementerio local.
Eso provoca un gran disgusto en las autoridades militares, que están
decididos a que el joven reciba el tratamiento que ellos creen digno
de su supuesta heroicidad y sacrificio por la patria. Y el relato se
convierte en una “road movie” en la que los tres antiguos soldados
se trasladan por diferentes medios y de distintas maneras,
acompañando o persiguiendo al ataúd con el cadáver del hijo de “Doc”.
A lo largo del viaje volverán a reconocerse, tendrán oportunidad de
redimirse y sobre todo, cuando las circunstancias reales de la
muerte del joven salgan a la luz, podrán expresar sus auténticas
emociones y reafirmar sus valores.
Acerca de la vida, el compañerismo y el sentimiento
de pertenencia a una nación que con tanta frecuencia manda a sus
mejores hombres a pelear hasta morir en causas que ni comprenden ni
comparten. La última bandera quizá no sea tan redonda como la
precedente de Ashby, pero es un canto amargo a la fraternidad y al
valor de la verdad tanto como un duro alegato contra el
patrioterismo y la exaltación militar. Ah, y una lección de cine de
estos tres grandes de la pantalla: Carell, Fishburne y Cranston,
artistas excepcionales.
LA ÚLTIMA ESTACIÓN (13.06.10)
Dir.:
Michael Hoffman
Pro.: Bonnie Arnold, Chris Curling Gui.:
Michael Hoffman
Int.: Christopher Plummer, Helen Mirren, Paul Giamatti
Michael
Hoffman es un director americano, nacido en Hawai hace 54 años; su
carrera –una docena de obras- ofrece cierta predilección por el cine
de época, aunque lo ha alternado con una extraña afición deportiva,
por el béisbol o el fútbol. Sus películas más destacadas, en
cualquier caso, son Restauración, Un día inolvidable, El sueño de una noche de verano
–con Michelle Pfeiffer y un impagable Stanley Tucci- y El club de los emperadores.
Tampoco hace ascos Hoffman a una buena base literaria; como en este
caso, en que su guión se basa en la novela de Jay Parini que cuenta los
últimos meses en la vida de Liev Nicolaievich Tolstói. El gran
escritor vive el final de su vida en medio de una tremenda tempestad,
cuyo origen es el dinero. León Tolstói era un hombre rico, pero también
una persona de ideas sumamente… originales. Pacifista –seguidor de
Gandhi-, radical libertario, filántropo, esperantista, vegetariano y
fundador, puede que a su pesar, de un movimiento popular con miles de
fieles seguidores que proclamaban su fe “tolstoiana”.
El discípulo y secretario personal del autor de Guerra y paz, Vladimir Chertkov, trata de conseguir que el el
escritor, que ya tiene 82 años, haga testamento a favor del pueblo
ruso, en contra de los deseos –bastante razonables- de su mujer, Sofía,
que ve como está en trance de quedarse en la miseria; ella y sus trece
hijos. Tolstói quiere a Sofía, pero parece a punto de ceder a las
manipulaciones y requerimientos de su secretario, que ha introducido en
la familia al joven Valentin Bulgakov como ayudante, pero en realidad
con el fin de que lime asperezas, calme a la iracunda Sofía y ayude a
terminar de convencer a Tolstói para culminar su gran obra filantrópica.
La mansión del matrimonio, con todo este trajín, es un auténtico
hervidero; hasta que, con Tolstói seriamente enfermo, Chertkov consigue
sacarlo de su casa y trata de esconderlo viajando en tren; pero al
llegar a la estación de Astápovo se ven obligados a detenerse por la
gravísima recaída en la salud del escritor. Hace de esto justo ahora
cien años.
Las intrigas del secretario necesitaban de un actor lo suficientemente
inquietante y versátil, y ha sido un acierto contar con el
extraordinario Paul Giamatti para el papel. Se les olvidó a los señores
–y señoras- de la Academia americana nominarlo para el Oscar, aunque
sí se rindieron ante la calidad y la fuerza descomunal de la pareja
protagonista: Christopher Plummer es un magnífico Tolstói, lleno de
sensibilidad y matices, y Helen Mirren hace una Sofía descomunal:
afligida, señorial, airada, desmelenada, abatida; todos los registros
posibles en un personaje verdaderamente protagonista.
James McAvoy y Anne-Marie Duff, como el joven ayudante y la decidida
hija de Tolstói están a la altura de los anteriores, y hay que
destacarlo, porque la interpretación, como también la ambientación y
la fidelidad histórica, son los elementos más importantes de la película.
Que no llega a ser sobresaliente porque Hoffman no ha resuelto
acertadamente el compás de la narración: o no ha dado con el ritmo
adecuado o la complejidad del relato requería otra organización. Hay
momentos ciertamente confusos y otros quedan demasiado explícitos; y
algún rato, entre intrigas y pasiones, resulta excesivamente académico,
casi aburrido.
Claro que también hay instantes brillantes, y no sólo los debidos al
genio de los intérpretes: la secuencia del testamento, por ejemplo.
Pero la sensación general es de cierta frialdad, de falta de brío,
como de una obra muy cuidada en sus aspectos externos pero sin una auténtica
voluntad de emocionar, de convencer. A lo mejor es una apuesta personal
del director; Hoffman tiene experiencia y quizá ha querido retratar sin
pasión, más objetivamente a sus personajes. Puede ser; pero en
cualquier caso la película se queda en terreno de nadie: no está mal,
desde luego, pero no es la obra que vamos a recordar con entusiasmo
durante meses.
(www.sites.sonypicturesreleasing.es/sites/laultimaestacion/)
LAURENCE
ANYWAYS
(23.06.13)
Dir.:
Xavier Dolan
Pro.: Charles
Gilibert, Nathanaël Karmitz Gui.: Xavier Dolan
Int.: Melvil Poupaud, Suzanne Clément, Nathalie Baye
A sus veinticuatro años y con solo tres
películas en su haber –He matado a mi madre (2009), Los amores
imaginarios (2010) y esta- Xavier Dolan es el “enfant terrible” del
cine canadiense: como es sabido, la más “europea” de todas las
cinematografías americanas. A Dolan se le ha etiquetado como heredero de
Fassbinder y quizá deudor también de Wong Kar-wai y de Almodóvar; puede
ser, pero en todo caso no creo que esas referencias le hagan mayor
favor; Dolan tiene una personalidad evidente y una voz propia que dotan
a su cine de una autoría indiscutible.
Sus argumentos, hasta ahora, han sido polémicos: un joven que odia a su
madre, un deseo a tres bandas… Y este nuevo también lo es: Laurence, el
protagonista de la historia, un joven profesor de literatura aspirante a
escritor, decide un buen día dar el paso definitivo que lleva deseando
desde hace mucho; desde siempre, seguramente. Acaba de cumplir treinta
años y delante de todo el mundo: de su novia, de sus amigos, de sus
padres y de sus alumnos, se declara mujer. Rompe sus ataduras mentales,
se libera de todos los miedos, atraviesa barreras morales y sociales, y
deja salir su verdadera persona, antes amordazada y sometida.
Laurence se convierte, así, en un nuevo ser. Adopta ropa femenina, se
maquilla y se tiñe… y reanuda su vida social, familiar y profesional.
Sus alumnos asisten sorprendidos a la transformación, sus padres no
pueden asimilarla –cada uno por un motivo distinto-, su novia sufre,
como es natural, el mayor choque. Y después del asombro, del rechazo
inicial y de la necesaria asimilación, la vida abre a Laurence panoramas
muy diversos.
En una muestra de inteligencia nada complaciente, Xavier Dolan plantea
el relato en dos tiempos: conocemos a Laurence en la actualidad, un
momento en la vida de un ser extraño, incalificable en su ambigüedad;
que no es tal, pronto lo comprendemos. Y de repente la historia
retrocede hasta ese momento de la transformación, de la decisión de
Laurence de cambiar de identidad; a partir de ahí el argumento
progresará hasta llegar al punto de partida y rebasarlo para contar toda
la peripecia del protagonista, todo el camino recorrido con sus logros,
sus renuncias, sus victorias dulces y amargas y sus derrotas de tristeza
y soledad.
Dolan, evidentemente, comprende a Laurence. Ha construido un personaje
que, llevado al límite, es la metáfora de la naturaleza humana; el
cambio de género, la transexualidad del protagonista no es otra cosa que
un grito de libertad, un ansia de crecimiento, de evolución y de
perfección: Laurence no es una mujer bella, pero es una mujer auténtica
–dentro aun de un cuerpo de hombre-, un ser humano perfecto, aun con sus
humanas imperfecciones; Laurence es libre. Le ha costado años, muchos
momentos de duda y de dolor; y Dolan nos los deja ver todos.
El ritmo de la narración es pausado, por eso mismo; las imágenes
–brillantes, originales, sorprendentes- se suceden con el compás de la
emoción. No hay prisa; y tampoco hay noción convencional del tiempo y la
estructura; quizá por ello la película se alargue más de lo previsto
–por encima de las dos horas y media-, lo que será, sin duda, un
hándicap para la comercialidad de la obra. Lo que, desde luego, no
preocupa a sus autores: ni al Xavier Dolan director, ni al Dolan
guionista, ni a sus magníficos artistas; Melvil Poupaud es un intérprete
excepcional, en el mejor sentido de ambas palabras, y los demás se
entregan a sus papeles con idéntica pasión.
La
misma con la que se sigue esta hermosa, difícil, desconcertante a ratos,
extraordinaria película. Hay que abrir un amplísimo crédito a Xavier
Dolan, un creador de imágenes, de personajes, de vida, que dará mucho
que hablar y mucho que enseñar en los próximos años. Y nosotros –si
puede ser- que lo veamos.
(http://www.avalon.me/distribucion/catalogo/laurence-anyways)
LA
VERGÜENZA (03.05.09)
Dir.: David Planell
Pro.: María Zamora, Stefan Schmitz Gui.:
David Planell
Int.: Alberto
San Juan, Natalia Mateo, Brandon Lastra
David
Planell ha dirigido algunos cortos muy interesantes, y es también
coguionista de la galardonada Siete
mesas de billar francés, de Gracia Querejeta. Con La
vergüenza, su primer largo, ha ganado los premios a la mejor película
y al mejor guión en el pasado Festival malagueño.
Pepe y Lucía son un joven matrimonio, de vida evidentemente acomodada,
que tienen a Manu, un chaval peruano, en acogida en su hogar. Podrían
pasar a pensar en la adopción definitiva, pero la convivencia con el niño
no es fácil; Pepe, sobre todo, no puede más y lo que se está
planteando realmente es devolver al niño a la institución tutelar.
Precisamente, la nueva trabajadora social viene a visitar a la pareja y
sus encuestas y demandas van a sacar a la luz las contradicciones, dudas
y secretos de cada uno.
El título de la película adquiere así un doble significado: a la vergüenza
de admitir la incapacidad de adoptar al chiquillo –al que por otra
parte sienten ya como un hijo-, se une la de su despojo sentimental y
conyugal ante la inquisitiva visitante. Todos estos momentos están
francamente bien, tirando a muy bien: marido y mujer componen un dueto
que va del allegro –ma non troppo, naturalmente- al adagio con fuga, y
la artista invitada –la asistente social- les hace un estupendo
contrapunto.
Lo único malo es cuando el sentido del humor, la intimidad desvelada y
la chispa sentimental –y el recital de Alberto San Juan- desaparecen,
porque Planell eleva al chaval y su circunstancia a protagonista
paralelo: la situación, los personajes y los escenarios no encajan en
la continuidad ni en la dinámica del argumento y es como si hablara de
otra cosa, aún siendo parte del mismo drama. No es un pecado mortal, de
todas formas, y seguro que Planell lo resuelve estupendamente en su
siguiente película. (www.laverguenza.com)
LA
VIDA DE ADÈLE
(27.10.13)
Dir.:
Abdellatif Kechiche
Pro.: Olivier Thery
Lapiney y Laurence Clerc Gui.: A. Kechiche,
Ghalya Lacroix
Int.: Adèle
Exarchopoulos, Léa Seydoux, Salim Kechiouche
Sexta película de
Abdellatif Kechiche, nacido en Túnez hace 53 años. Con la segunda, La
escurridiza, o cómo esquivar el amor (2003), rompió records en
Francia y se consagró en toda Europa. Después dirigió la estupenda
Cuscús (2007) y Venus negra (2010), que no se ha estrenado en
España. El cine de Kechiche aborda habitualmente temas fronterizos,
polémicos –la adolescencia, la inmigración, los problemas étnicos- y
retrata unos personajes verídicos, incómodos, a veces marginales y nunca
totalmente convencionales. Así es también esta magnífica La vida de
Adèle –Palma de Oro en Cannes-, construida sobre el trabajo
grandioso, descomunal, de dos actrices extraordinarias.
Léa Seydoux es una diosa en Francia. Musa del nuevo cine galo, actriz
potentísima, de un físico espectacular y una fotogenia prodigiosa: ella
es Emma. Adèle es Adèle Exarchopoulos –el director ha dado a la
protagonista el propio nombre de la actriz, como un homenaje-, una joven
de 17 años, casi desconocida pero no sin experiencia –trabaja desde los
9-, capaz de un registro amplísimo que va de la ingenuidad a la pasión,
de la risa explosiva al dolor incandescente: una maravilla.
Cuando empieza el relato, Adèle está todavía en el instituto y es una
cría que se divierte con sus compañeros y que se interroga con sus
amigas acerca de las primeras escaramuzas del amor; o del sexo, para ser
más exactos. Le preocupan y le interesan las mismas cosas que a las
demás chicas y experimenta el juego de la seducción con los chavales que
la rondan. Pero su cuerpo siente alguna sinrazón que su mente todavía no
domina, y hay señales que aun no sabe interpretar. Y entonces, entre la
música, las luces y las sombras pobladas de sonidos ambiguos y miradas
calculadas, conoce a Emma.
Y con Emma, Adèle descubre el
amor. Emma es una joven muy atractiva; es una artista y una intelectual
y, además, una amante experta, y Adèle se entrega a ella con inocencia,
con admiración y, muy pronto, con pasión encendida. Juntas emprenden un
camino de descubrimiento y placer; juntas atraviesan incomprensiones y
desdenes y aprenden a disfrutar de las horas y los días en común. En
este tramo, la vida de Adèle es también la vida de Emma.
El objetivo de Kechiche persigue incansablemente a sus protagonistas:
sus rostros, en perturbadores primeros planos; sus gestos y actitudes; y
sus cuerpos, vestidos y desnudos, en los asuntos de cada día y en el
amor de cada noche: la película contiene escenas de alto voltaje
erótico, sin escatimar momentos de absoluta intimidad, en los que la
cámara no deja nada por desvelar; pero con un sentido estético y moral
tan completamente alejado de la pornografía como de los ridículos
excesos de puritanismo –o de procacidad- en los que caen otras
películas.
Es verdad que Abdellatif Kechiche ha sometido a sus intérpretes a un
trabajo de una intensidad abrumadora. Es posible, como ellas denuncian,
que haya llegado a abusar, pero el resultado –desde el talento de Léa
Seydoux y desde la entrega de Adèle Exarchopoulos- es admirable. Esta
brilla con luz propia en los momentos más dramáticos: cuando se defiende
ante sus compañeros de clase, cuando es acusada por su amante, cuando
vive en la derrota; Léa, por su parte, es una maestra de la mirada, de
la actitud, del tono.
Las dos dan vida a este extraordinario poema visual; La vida de Adèle
es un estudio del alma humana, del rostro al corazón, de la existencia a
la esencia, y un relato inteligente y apasionado, minucioso y preciso,
estrictamente cinematográfico también, de unos personajes en medio de
una sociedad, en un tiempo y en un lugar; pero, por encima de todo, es
el retrato de dos personas que se quieren: una historia de amor, con sus
goces y sus aristas, con sus esperanzas y sus desengaños: tierna y
terrible; cercana y comprensible. Diferente y, en el fondo, semejante a
todas las demás. (www.lavidadeadele.es)
LA VIDA DE LOS DEMÁS
(26.06.21)
Dir.:
Mohammad Rasoulof. Pro.: Mohammad Rasoulof, Kaveh Farnam, Farzad
Pak. Gui.: Mohammad Rasoulof. Int.: Ehsan Mirhosseini, Mohammad
Valizadegan, Kaveh Ahangar, Baram Rasoulof.
Llegamos al final de la temporada y encaramos el cine del
verano. Y para despedirnos, es obligatorio destacar una gran
película, el más interesante -y más impactante también- de los
últimos estrenos: La vida de los demás, otro aldabonazo
de ese cine iraní perseguido y prohibido en su propio país y
alabado unánimemente en el resto del mundo. Mohammad Rasoulof
ganó el Oso de Oro en el pasado Festival de Berlín, pero no pudo
ir a recogerlo y permanece en Irán en libertad bajo fianza.
La vida de los demás
se compone de cuatro episodios, rodados de manera independiente
y con Rasoulof disfrazado, para burlar a la policía. Están
levemente conectados narrativamente pero muy cohesionados en
cuanto a su temática: la pena de muerte. Y su repercusión en los
demás, los que rodean el desgraciado, insoportable
acontecimiento.
El
primer capítulo se titula El mal no existe -título
original de la película- y retrata la vida de Hesmat, un hombre
de 40 años sencillo padre de familia, que va y viene a sus
asuntos cotidianos con aparente normalidad. Vive bien y podría
estar satisfecho, si no fuera porque en el plano final
descubrimos el terrible secreto que atraviesa su existencia.
El
segundo, Ella dijo: Puedes hacerlo, se interna en un
cuartel. Tan espartano, tan frío, tan hermético como una cárcel.
Allí, los reclutas pasan la noche. Y al amanecer, uno de ellos,
como parte de su servicio militar, tiene que ejecutar a un reo.
Muy fácil, solo dar una patada al taburete y dejar que cuelgue de
la soga. Pero Pouya, el soldado designado, no se ve capaz de
hacerlo.
El
tercer episodio se titula Cumpleaños y lo protagoniza
Javad, un joven soldado que tiene 3 días de permiso y viaja
hasta su pueblo para pasarlos con su novia, que celebra su
cumpleaños. Además piensa aprovechar para pedirle matrimonio
durante la fiesta. Pero se encuentra con que un amigo de los
jóvenes ha fallecido en extrañas circunstancias y todos los
planes se vienen abajo.
Y
por último, el cuarto, Bésame, cuenta el viaje de la
joven Darya a casa de unos familiares: Bahram y Zaman, un
matrimonio mayor que viven de la apicultura y que la acogen de
buena gana. La convivencia en el pueblo transcurre felizmente,
hasta que el secreto mejor guardado salta entre los tres,
alterando su relación y modificando para siempre su existencia.
Estas son “las vidas de los demás”, las de cuantos aparecen en
la pantalla. Y los que no vemos también, porque lo que viene a
decir Rasoulof es que en un país en el que existe la pena de
muerte todos los ciudadanos resultan contaminados y, en alguna
manera, corrompidos. El discurso es estremecedor: los cuatro
capítulos se desarrollan sin respiro, todos contienen, junto al
horror, un elemento de suspense que mantiene al espectador
pegado a la butaca.
Quizá el primero es el mejor, pero está
sabiamente colocado al inicio para que comprendamos cómo es de
oscura, de opresiva, la realidad que muestran los cuatro, por
más que haya algún momento en que estemos tentados de olvidarlo,
como seguro les pasa a todos los que viven aparentemente
alejados de la tragedia. En cualquier caso, Mohammad Rasoulof ha
compuesto un muy interesante mosaico de situaciones y personajes
que nos apelan acerca de la responsabilidad moral, el peso de
las leyes y la aspiración a la libertad del ciudadano en un
estado radicalmente autocrático.
LA VIDA DE PI
(02.12.12)
Dir.:
Ang Lee
Pro.: Ang Lee, Gil
Netter, David Womark Gui.: David Magee
Int.: Suraj Sharma, Irrfan Khan, Rafe Spall
¿Qué tienen en
común Comer, beber, amar, Sentido y sensibilidad, La
tormenta de hielo, Tigre y dragón y Brokeback Mountain?
Muy poco, nada… excepto que el director de todas ellas es Ang Lee, el
realizador taiwanés autor además de El banquete de boda,
Cabalga con el diablo, Hulk –sí, esta también- y Deseo,
peligro. Ang Lee acaba de cumplir 58 años, trabaja desde principios
de los 90 en Estados Unidos, ganó un Oscar con Brokeback Mountain
y apunta nuevamente a la estatuilla dorada con este
cuento maravilloso, lleno
de imaginación y poesía, un espectáculo fascinante en 3D –plenamente
justificado esta vez- que no deja a nadie indiferente.
El protagonista es Pi Patel, un chaval indio de Pondicherry. Cuando
empieza la película, Pi adulto comienza también a contar su vida; es un
niño inteligente, interesado por su universo infantil pero también por
cuestiones trascendentes del pensamiento humano; paralelamente, disfruta
de su vida en el zoo de su padre, descubre las distintas religiones que
se practican en la India y supera su primera prueba personal: abandonar
su horrible nombre inicial –“Piscina Molitor”, su padre tiene la culpa-
para quedarse sólo con la primera, definitiva y matemática sílaba: Pi.
Pronto, su adolescencia se verá quebrada por un acontecimiento radical:
los negocios van mal y sus padres han decidido salir de la India y
embarcarse, rumbo a Canadá –un nuevo mundo y una nueva oportunidad- con
todos los animales de su zoológico. A Pi la idea le rompe el corazón,
pero, naturalmente, tiene que aceptar la decisión familiar. Parten todos
juntos en una travesía llena de esperanza que sin embargo nunca llegará
a buen fin. Una negra noche la desgracia, en forma de terrible
tempestad, se abate sobre el barco y lo hace naufragar.
Pi se encuentra en un pequeño
bote en medio del Pacífico, perdido y solo… aunque no del todo.
Sorprendido y asustado, descubre que tiene la compañía de algunos
bichos: una cebra, una hiena y un orangután. Y para colmo de horror, un
tremendo tigre de Bengala; todos igual de desorientados, mareados… y
hambrientos. Pronto, Pi y el tigre serán los únicos ocupantes vivos del
estrecho escenario; el
chaval intenta que la fiera se comporte como un compañero de infortunio,
pero en sus ojos solo encuentra el reflejo de su propio miedo y el
instinto depredador del animal salvaje.
Naturalmente, el argumento da un giro espectacular; ahora sólo hay dos
personajes, dos antagonistas entre el cielo y el agua; parecería que el
relato podría ralentizarse y hacerse menos dinámico. Todo lo contrario:
la fantasía y la capacidad de sorpresa de Ang Lee se vuelve ilimitada.
Gracias también al texto original, la novela del canadiense Yann Martel,
cuya complejidad hizo pensar que nunca podría ser lleva al cine. Ang Lee
aceptó el reto y lo ha superado cumplidamente. Utilizando, además, el
3D; un procedimiento en el que no confiaba, pero que ha resultado su
mejor instrumento; como en La invención de Hugo, de Scorsese, el
cine en tres dimensiones alcanza –sobre todo desde este momento de la
narración- una categoría no sólo estética sino también ética: todo un
universo de sensaciones, colores, movimientos,
mundos de infinita
profundidad se despliegan ante el espectador poniéndose al servicio de
la historia y sus protagonistas, y no al revés, como sucede tantas
veces. Si Pi busca a dios en lo alto o en lo más hondo, podemos viajar
con él, apresar el espacio y entender la trascendencia de su deseo.
Porque Pi, sobre todo, se busca a sí mismo; en la mirada del tigre o en
su reflejo en el mar, el joven quiere encontrarse como persona, quiere
superar también esta prueba definitiva. Su historia, memoria verdadera o
sueño febril, es la historia del hombre, la crónica de su evolución y su
crecimiento: una aventura asombrosa, un canto al valor, la fe y la
capacidad de supervivencia, y también un himno a la fantasía y a la
vida. (www.http://www.lifeofpimovie.com/)
LA VIDA ERA ESO
(11.12.21)
Dir.:
David Martín de los Santos. Pro.: Damián París, José Carlos Conde.
Gui.: David Martín de los Santos. Int.: Petra Martínez, Anna
Castillo, Ramón Barea.
Cuarto
largo del documentalista David Martín de los Santos -ha filmado
sobre Cuba, las personas desaparecidas y los jóvenes nacidos en
democracia-, que ahora se pasa a la ficción; aunque su carácter de
retratista de la realidad sigue estando presente, como confirma el
propio título de su película: La vida era eso. Lo descubrimos
a la vez que su protagonista, María, una mujer mayor que encuentra,
cuando menos lo pensaba, el sentido de la existencia.
Ella
vive en Bélgica, con su marido y sus hijos, desde hace mucho. Su
vida tranquila y monótona se ve alterada por una enfermedad
cardiaca, que la lleva al hospital. Y allí coincide con Verónica,
una joven, española como ella, que ha llegado al país hace poco en
busca de una oportunidad de trabajo; si puede ser, de fotógrafa.
Verónica se ha desmayado en plena calle y parece tener una afección
importante.
Entre
las dos se establece una forzada relación de compañeras de
habitación, que pronto se convierte en algo más cordial, lleno de
mutuo interés. Y cuando María sale del hospital y vuelve a su casa,
comprende que debe afrontar un compromiso radical, insólito y
también imprescindible. Y emprende un viaje, sola, casi sin avisar y
sin volver a dar señales de vida, que la llevará de vuelta a España,
hasta un remoto pueblo de Almería.
María
busca las raíces de Verónica; solo sabe que allí vivían su madre y
Juan, un antiguo novio. De la primera, el rastro es huidizo y más
complicado cada vez; Juan, por su parte, trabaja y vive a salto de
mata y, aunque no ha olvidado a Verónica, no sirve de mucha ayuda. Y
casi no hay más por dónde continuar; el pueblo está semidesierto y
María apenas encuentra un sitio decente para quedarse los días
necesarios. Lo más estimulante, al final, es la titubeante ayuda de
Luca, un antiguo inmigrante eslavo que regenta un decrépito
restaurante.
La
película ha partido del encuentro de las dos mujeres, un choque
generacional que se plasma, sobre todo, en la diferente expresión de
los valores familiares y de pertenencia, en un mundo inestable, que
cambia y parece dinamitarse. No en vano la acción transcurre a
través del 15 mayo de 2011, con los sucesos que recoge la televisión
belga y ellas ven en el hospital. Es una premonición, por más que el
pueblo en el que aterriza María parezca anclado en la inmovilidad y
la decadencia.
Porque
en ese escenario inerte, la mirada de María va a descubrir
resquicios, rincones y pálpitos de un paisaje y unos personajes que
tienen su propia vibración. Y empieza otro viaje, esta vez interior,
esclarecedor, liberador. La vida era eso es una pequeña joya
de múltiples facetas, pero la principal habla del descubrimiento. De
una posibilidad, de una apuesta, de una nueva existencia, más real y
más valiente.
Hay
otros aspectos que brillan especialmente. Martín de los Santos ha
compuesto un excelente guion, que progresa sin desfallecer;
estupenda en su papel Anna Castillo, y magnífica también la
fotografía de Santiago Racaj. Y fastuosa la interpretación de Petra
Martínez. A los que la conocemos de hace tanto tiempo no nos
sorprende nada; lo sorprendente es que haya tenido que esperar hasta
sus 77 años -y 50 de carrera- para su primera nominación a un Goya.
La vida era eso
es ella: una actriz extraordinaria que se convierte en una mujer
mayor con ojos de niña, capaz de comprometerse, asumirse y
transformarse, con la dureza de un diamante que insiste en su
destino contra viento y marea -nunca mejor dicho que aquí- y al
mismo tiempo con la ternura y la delicadeza del cristal, luminoso y
transparente: un prodigio.
LA VIDA PRIVADA DE PIPPA LEE (27.06.10)
Dir.: Rebecca Miller
Pro.: Dede Gardner, Lemore Syvan Gui.
Rebecca Miller
Int.: Robin Wright, Alan Arkin, Maria Bello
Rebecca
Miller –escritora, guionista, actriz también- ha dirigido cuatro películas
con ésta. Hija de Arthur Miller y mujer de Daniel Day Lewis, todavía
no es muy popular; a lo mejor, por eso mismo de parentescos tan
ilustres. Pero sus películas suelen tener sólidos guiones, bastante
interés humano y muy buenos personajes femeninos.
Como Pippa Lee, que nos cuenta su vida en esta historia. Pippa es una
bella mujer de cincuenta años, casada con Herb Lee, un importante
editor treinta años mayor que ella, semirretirado por culpa de una
buena colección de infartos. Han dejado Manhattan y su estrés y,
juntos, se han trasladado a vivir a Connecticut, a un tranquilo y lujoso
complejo urbanístico para la tercera edad. A ella no le importa –no
le importa demasiado, para ser exactos-, pero la ancianidad de su marido
la llena de preocupación, la lleva a pensar en la muerte y le produce
cierto desequilibrio nervioso, muy a su pesar.
Entre unas cosas y otras, entre unos ratos y otros, a Pippa le viene a
la memoria toda su vida. Su infancia junto a una madre neurótica y
castradora, de la que escapa huyendo a casa de su tía, hacia una
adolescencia desordenada, llena de experiencias desconocidas y bastante
radicales. Y después, su juventud libertaria y promiscua, con aplicada
observancia de las reglas del sexo, las drogas y el rock and roll…
Hasta que, tras devaneos y azares de diverso tipo, conoce al que va a
ser el hombre de su vida.
Herb es un maduro y poderoso –y casado- editor; a ella la deslumbra
esa madurez y ese poder y le gusta más que sus jóvenes colegas; él
también se enamora de Pippa, así es que se divorcia y se casa con
ella. Y juntos han pasado los últimos años, han fundado una familia,
han visto crecer a sus hijos y han vivido tranquilos entre sus amigos y
sus vecinos; primero en Nueva York, ahora en el pueblo. La vida, en este
último tramo, parece encauzada; Pippa piensa que el futuro ya no le
reserva muchas sorpresas más. Pero se equivoca.
Después de ir salpicando el relato con los distintos fragmentos que los
recuerdos de la protagonista traen al primer plano, la narración se
detiene en lo que parecería ser la continuidad y el desenlace; pero por
el contrario, de modo inesperado –aunque muy coherente-, se produce un
giro sorprendente, con una solución en racimo, que abre nuevos caminos
a la historia, a la inteligencia y a la interpretación del espectador.
Nuevamente, Rebecca Miller ha construido un sólido guión, que
desarrolla una historia francamente interesante, con una buena dosis de
mala uva, pero certera y profunda. Pippa Lee es una mujer de una pieza,
muy verdadera y muy de hoy, que no cuesta trabajo reconocer y apreciar;
claro que cuenta con el trabajo de Robin Wright, una actriz
extraordinaria que borda su personaje. No está sola: a su lado, Alan
Arkin es el marido, el hombre mayor fiel a su naturaleza más que a sus
condiciones; y Keanu Reeves es un sorprendente vecino, un soplo de aire
fresco en el barrio por su juventud y su excentricidad.
Algunas señoras más: Winona Ryder, Monica Belucci, y Maria Bello y
Julianne Moore –como la madre y la tía de Pippa-; un reparto de auténtico
lujo, casi femenino al completo. Y sin casi, porque los hombres son aquí
poco más que el contrapunto, la compañía, el otro lado –no
precisamente el mejor- de la moneda. Rebecca Miller ha dirigido a todo
este elenco sin perder el compás, en una narración cuya estructura en
“flash-backs”, esta vez sí, contribuye a la claridad y al interés
del argumento.
Que no es sólo para mujeres. Es verdad que va habiendo una mayor
abundancia de protagonistas femeninos –The
blind side la semana pasada, Madres
& hijas la próxima-, pero esta película es tolerada, y más
bien obligatoria, para todos los públicos.
(www.pippalee.com)
LA VIUDA
(25.05.19)
Dir.: Neil Jordan.
Pro.: Lawrence Bender, James Flynn, Sidney Kimmel,
John Penotti. Gui.: Ray Wright. Int.: Isabelle Huppert, Chloë Grace
Moretz, Maika Monroe.
Neil Jordan (Sligo, Irlanda, 1950) ha firmado una veintena de
títulos; llevaba más de diez años sin estrenar en España, y la
verdad es que lo más interesante de su obra está en sus primeras
películas, de finales del pasado siglo: Danny Boy –su debut,
en 1982-, Mona Lisa, Juego de lágrimas –Oscar en
1993-, Entrevista con el vampiro, Michael Collins… En
todas estas es autor también del guion, faceta que repite en su
actual estreno.
La viuda
se plantea como un impactante enfrentamiento entre dos personajes:
Greta –título original de la película-, una mujer que vive sola,
anclada en sus recuerdos, y Frances, una joven camarera que trata de
encauzar su vida en una complicada Nueva York. Las dos mujeres
traban conocimiento de manera casual: Greta se deja olvidado el
bolso en el metro y Frances lo encuentra. En vez de tirarlo y
gastarse el dinero que hay dentro, como quiere su compañera de piso,
la chica decide llevarlo a la dirección que encuentra en la cartera.
Como es natural, Greta se lo agradece enormemente y se empeña en
invitarla y rodearla de atenciones, terminando por contarle su vida
de viuda solitaria que perdió a su marido y tiene a su única hija
viviendo en París. Frances se siente ganada por su cercanía y se
ofrece a ayudarla y acompañarla; y entre las dos surge una cierta
amistad y una relación que poco a poco –o más bien de repente- se va
a transformar en algo radicalmente distinto.
Jordan lo fía todo al trabajo, a la calidad de sus protagonistas:
Isabelle Huppert es, sin duda, una de las mejores actrices del cine
europeo –y mundial-, capaz de sobresalir en cualquier registro;
también en los personajes equívocos y esquinados, cargados de
perversión y protagonistas de thrillers más o menos maquiavélicos,
como en La pianista, de Michael Haneke o la reciente Elle,
de Paul Verhoeven; y Chloë Grace Moretz ha pasado –como en el caso
de las hermanas Fanning- de ser una infantil promesa –en las
abominables Kick-Ass y la encantadora La invención de Hugo-
a toda una joven realidad. Ellas
son la piedra angular de la historia, todo lo demás es accesorio. Y
se entregan a la tarea con todas sus fuerzas, hasta poner en pie un
guion que no me parece el mejor de Jordan, precisamente. El relato
bordea el terror, pero le falta quizá una pizca de intensidad; y
ciertos elementos se deben más al capricho del autor que a una
necesaria verosimilitud; a lo que contribuye también algún momento
de corte onírico que no se acaba de entender.
En la parte positiva está el muy conseguido ritmo de
la narración –eso es oficio del bueno-, y también una visión de la
ciudad de Nueva York que huye de los tópicos para mostrar una cara
poco amable, en consonancia con el argumento. Con una muy estimable
banda sonora, que alterna piezas clásicas con la música original del
español Javier Navarrete –El espinazo del diablo, El
laberinto del fauno, Ira de titanes-, y, como digo, el
trabajo de las estupendas protagonistas; por ellas sobre todo merece
la pena ver La viuda.
LEGIÓN (30.05.10)
Dir.: Scott Stewart
Pro.: Michael Litvak, David Lancaster
Gui.: Scott Stewart, Peter Schink
Int.: Paul Bettany, Adrianne Palicki, Lucas Black, Dennis Quaid
Ésta
es muy bonita también. Resulta que Dios –el de los católicos, no
vayamos a tener cuestión- se ha hartado de los hombres y ha decidido
que sus arcángeles, con Miguel y Gabriel a la cabeza, vengan a la
tierra y hagan una escabechina. Que yo estoy de acuerdo, ¿eh?, nos lo
tenemos muy merecido. Pero Miguel no está conforme y, desobedeciendo
las órdenes de su jefe, se viene para acá dispuesto a salvar a la
humanidad.
La humanidad está representada por el adusto dueño de una gasolinera
perdida en el último rincón del mundo. A la sazón lo acompañan los
siguientes especímenes: su hijo, el cocinero, una joven embarazadísima
–todos estos viven allí, no se sabe cómo-, un matrimonio y su hija
minifaldera, que van de viaje y se les ha estropeado el auto, y un
representante de los macarras anónimos. A ellos se suma Miguel, que aún
sin alas ni nada sigue siendo un bigardo de categoría.
Mientras tanto, Gabriel ha hecho de las suyas y todo el mundo está ya
enloquecido, zombi perdido y con ganas de aniquilarse los unos a los
otros, lo que viene siendo como la cara oculta del mandato divino. Hay
bastantes figurantes –que deben ser los que sobraban de la otra película-,
que han dado trabajo al departamento de maquillaje y efectos, y la
cuestión es saber si se puede atravesar ese gentío o hay que quedarse
en casa esperando que escampe. En cualquier caso, lo peor va a ser como
la parturienta se ponga a la tarea, a ver qué hacemos con el bebé.
Que puede ser algo así como la redención de la raza humana, vaya parábola
tan original. Pero antes habrá que saber quién vence, si el ángel
Gabriel, con su mandato de exterminio, o el ángel Miguel, con su afán
de salvar la creación. Peleas mitológicas, tiros –muchos-, sustos
–pocos- y efectos especiales: los justos, necesarios… y previsibles.
(www.sites.sonypicturesreleasing.es/sites/legion_site/)
LEONES POR CORDEROS
(11.11.07)
Dir.:
Robert Redford
Pro.: Robert
Redford, Andrew Hauptman Gui.:
Matthew Michael Carnahan
Int.: Tom Cruise, Meryl Streep, Robert Redford
Robert
Redford es una de las personalidades más populares del cine mudial.
Tiene 71 años –aunque sí lo parezca-, ha interpretado más de 60 películas
y ha dirigido 7, todas ellas muy interesantes, desde su Ordinary
people (Gente corriente), de 1980, hasta ésta; por medio, títulos
como El río de la vida, Quiz Show
(El dilema), El hombre que susurraba a los caballos... Además es un
hombre comprometido con el cine –baste recordar el estímulo y el
apoyo que brinda desde el Festival de Sundance y su Instituto- y también
con el mundo y la vida.
Sus mejores películas lo demuestran, y también esta historia de
“leones” –los soldados americanos que luchan en Afganistan o en
Irak, valientes hasta la inconsciencia- y “corderos” –los políticos
que los dirigen, agazapados temerosa y confortablemente en sus
despachos-, mientras la sociedad americana –y la del resto de
occidente- se divide también entre los que esperan que escampe sin
mover un dedo y los que se oponen decididamente a la manipulación y a
la violencia de estado del gobierno de Bush y compañía.
Tom Cruise –que apoya el proyecto de Redford desde la producción
ejecutiva de la película, con su socia habitual Paula Wagner en la
"nueva" United Artists-, es aquí el senador Jasper Irving, un
joven y prometedor político republicano, con las ideas bastante claras.
La principal, que hay que cambiar el curso de las cosas; es decir, la
opinión pública acerca del conflicto bélico en que los Estados Unidos
se encuentran envueltos desde el 11-S, con la sangría incesante de dólares
y –lo que es mucho peor- de vidas humanas. Para ello, trata de valerse
de los oficios de una veterana periodista –la siempre magnífica Meryl
Streep-, a la que intenta convencer con el señuelo de la entrevista
exclusiva y el tratamiento informativo de excepción. Éste es uno de
los tres ejes narrativos y dramáticos del argumento.
Por otro lado, el profesor Stephen Malley –Redford- se enfrenta a uno
de sus alumnos sobresalientes y lo enfrenta a él a la alternativa entre
el compromiso con la universidad y con su propia sociedad, y la
comodidad anónima del paso desganado por el aula. En ambas
conversaciones –el político y la periodista, el profesor y su alumno-
late por debajo de las palabras y entre el sesgo de las miradas, el
profundo antagonismo entre responsabilidad y dejadez, entre imprudencia
y reflexión, entre mentira y verdad.
Y alternando entre los dos espacios que en principio no tienen nada que
ver entre sí, y haciéndolos confluir dramáticamente, la narración
nos muestra la tremenda peripecia de dos soldados americanos, aislados
por accidente en las montañas de Afganistán y obligados a luchar en
solitario y a la vez contra un enemigo más numeroso y efectivo y contra
el tiempo que se les agota esperando la llegada o la puntería del fuego
amigo. Los dos soldados son dos completos desconocidos para el senador
Irving, sólo dos números en su estrategia de camino a la Casa Blanca;
pero son dos personas muy conocidas para el profesor Malley: dos de sus
alumnos más interesantes, preparados y concienciados. Eso los ha
llevado a las armas, a la guerra y a su destino.
Esos fragmentos intercalados de la lucha in extremis de los dos jóvenes
convierten lo que sería un diálogo especulativo en un trozo de vida,
un documento lleno de verdad y emoción. Ahí, en ese registro
–curiosamente parecido, a menor escala, al inmediato estreno de Brian
De Palma, Redacted, del que
hablaremos la semana que viene- es donde Redford y Cruise se la juegan.
Han apostado por un formato de película comercial, con sus nombres como
reclamo, no para un relato de género –aventuras épicas o crónica
sentimental, como podría pensarse-, sino para esta denuncia de la
guerra implacable, oscura, un punto intelectual pero sincera y
comprometida.
Las tres historias están muy bien interpretadas y contadas con energía
–un poco más deficitaria la que protagoniza el propio Redford,
precisamente la más compleja de todas- e hilvanadas entre sí con la
suficiente sabiduría para que el interés no decaiga. La intención es
tan noble y la toma de postura tan decidida y arriesgada, que, de
cualquier forma, los pecados veniales se le perdonan a esta película:
merece, sin duda, que vayamos a verla. (www.fox.es)
L'IMMENSITÀ
(29.10.22)
Dir.:
Emanuele Crialese. Pro.: Mario Gianani, Lorenzo Gangarossa, Dimitri
Rassam, Ardavan Safaee. Gui.: Emanuele Crialese, Francesca Manieri,
Vittorio Moroni. Int.: Penélope Cruz, Vincenzo Amato, Luana Giuliani.
Una
carrera muy interesante la de Emanuele Crialese (Roma, 1965),
compuesta por títulos como Respiro (2002, Gran Premio de la
Semana de la Crítica en Cannes), Nuovomondo (2006, Premio
Revelación en Venecia) y Terraferma (2011, Premio Especial
del Jurado en Venecia). Crialese habla de realidades que conoce
bien, como la cuestión de la inmigración, hacia y desde Italia. Pero
en L’ímmensitá muestra algo todavía más íntimo: sus
recuerdos, los primeros años de su vida, su familia.
Como
Cuarón en Roma, Sorrentino en La mano de Dios, e
incluso Branagh en Belfast; pero, a diferencia de estos
-salvo algunos instantes de Sorrentino-, Crialese reconstruye su
memoria en clave poética. Ayudándose, además, de la música; por lo
que no extraña ver a Raffaela Carrá en la televisión en blanco y
negro de los años 70, o a Penélope Cruz transmutada en Patty Pravo
-en una imagen simbólica de fuerza irresistible-, o asistir al final
de Doctor Zhivago, con la inmortal banda sonora de Maurice
Jarre. Por no hablar de la estupenda escena final, que no voy a
desvelar.
En esos
primeros años 70, Roma está construyendo su modernidad. Los barrios
pudientes de la ciudad ven como a su costado, solo separados por un
primitivo cañaveral, se sostienen provisionales chabolas donde viven
los obreros que levantan nuevas estructuras. Allí, en el lado rico,
vive la familia de Adriana. Es una chica de 12 años y se despierta a
la vida contemplando el matrimonio en ruinas de sus padres,
sufriendo la competencia de sus dos hermanos -niño y niña- menores y
luchando por alcanzar su identidad.
Adriana
quiere ser chico, se siente chico y quiere llamarse Andrea -nombre
de varón en italiano-. Naturalmente, no lo tiene fácil: es Italia y
son los años 70. Todavía su caso no adquiere proporciones de
tragedia, aunque en algunos momentos le falte muy poquito.
Pero
Adri-Andrea todavía es una chiquilla y aun disfruta haciendo
travesuras con sus primos y demás críos de su extensa familia, y se
siente cobijada, si no comprendida, por su excéntrica madre. Clara y
Felice ya no se quieren ni tienen nada en común. Felice vive en su
trabajo y sus asuntos -alguno de turbia conclusión- y va de la
indiferencia al maltrato. Clara se defiende creando su propio mundo
mientras ve crecer a sus hijos y se pregunta por su futuro. El piso
de la familia es grande, pero Crialease lo fotografía todavía más
amplio, para dar la sensación de la soledad de los protagonistas.
Sobre
todo, ante la mirada de Adriana, a la que no engañan las
apariencias. Es lista y es fuerte; no le importa atravesar el temido
cañaveral para encontrar al otro lado una vida distinta y una nueva
relación: la amistad -que tiene mucho de primer amor- con Sara, una
chiquilla hija de los obreros de la construcción.
La
familia que nos muestra la película será, seguramente, parecida a la
del director; pero se parece también a la de cualquiera, con sus
luces y sus sombras, sus risas y sus dramas. Es un arquetipo, que
trasciende a la Roma de los 70; pero Crialese no suscita aquí
grandes cuestiones -como Branagh o Cuarón- ni profundos
interrogantes, más de los que el espectador pueda plantearse. Su
obra es sentimental, emotiva, ligera casi todo el rato; se ve en un
suspiro y se paladea la inspiración poética de su autor.
Y dos palabras más para preguntarme qué tiene que
hacer Penélope Cruz para convencer definitivamente. Aquí, en su
tierra, porque fuera todo el mundo le da el crédito que se merece.
Si a alguien le queda alguna duda -que sé que sí- que vea esta
película. Penélope está genial, espectacular. Una gran, gran actriz.
LINCOLN
(20.01.13)
Dir.:
Steven Spielberg
Pro.: Steven
Spielberg, Kathleen Kennedy Gui.: Tony Kushner
Int.: Daniel Day-Lewis, Sally Field, David Strathairn
Steven Spielberg,
dueño de una de las carreras más importantes de la historia del cine, ha
vivido desde chaval fascinado por la figura de Abraham Lincoln; que a su
vez es, según
manifiestan sus compatriotas, el personaje más respetado de la historia
americana. El cine la ha retratado en diversas ocasiones, las últimas de
forma muy dispar: la pasada temporada, La conspiración, de Robert
Redford, relataba el asesinato del gobernante y las tramas políticas que
lo provocaron y acompañaron; hace unos pocos meses, Abraham Lincoln:
cazador de vampiros, de Timur Bekmambetov, disparataba sobre unas
estrepitosas aventuras protagonizadas por un improbable Lincoln.
Y ahora llega el encuentro de Spielberg con el personaje real: esta
impresionante película que cuenta los últimos meses en la vida de
Abraham Lincoln –de hecho, termina donde empieza la de Robert Redford-,
y su empeño por acabar con la lacra de la esclavitud en Estados
Unidos.
A Spielberg le tienta sobremanera la épica de la guerra
–cinematográficamente hablando-; de Salvar al soldado Ryan a
Caballo de batalla hay ejemplos suficientes de su afición y su
maestría para retratar escenas bélicas. Quizá por ello, Lincoln
se abre con las imágenes de una tremenda batalla de la muy cruenta
Guerra de Secesión americana. Cuatro interminables años de lucha
encarnizada entre unionistas del norte y confederados sudistas arrasaron
medio país y dejaron más de medio millón de muertos. Al cabo de esos
cuatro años, el presidente Abraham Lincoln, su secretario de estado
William Seward y su comandante en jefe Ulysses Grant atisban el final
de la contienda. Pero la preocupación mayor del presidente, con ser el
fin de la guerra muy importante, no es ésa: lo que él quiere es sacar
adelante a toda costa su proyecto de la 13ª Enmienda de la Constitución,
para abolir y prohibir la esclavitud en todo el territorio americano.
Lincoln sabía que, antes que en el
campo de batalla, debería vencer en el Congreso. Pero para lograr la
proclamación de la 13ª Enmienda, el presidente necesitaba el voto de los
dos tercios de la Cámara; contaba con la mayoría de sus propios
congresistas republicanos –y esperaba convencer a la totalidad- y con la
simpatía de algunos del partido demócrata, pero aun así no podía
alcanzar el número de votos suficiente. Lincoln y Seward echan cuentas:
les faltan veinte. La maquinaria política se pone en marcha y el número
va bajando; pronto ya solo les falta una docena; alguna semana después,
ya solamente son cinco o seis… El tiempo apremia, los confederados ya
han constituido una comisión que negocia con el general Grant y que
aspira a entrevistarse lo antes posible con el presidente. Y aún faltan
tres votos para alcanzar la victoria. Es entonces cuando la película
gana altura y el relato deja ver la auténtica determinación de Lincoln,
su rostro de estadista de voluntad férrea, el convencimiento en la
categoría moral y humana de su propósito, que no duda en considerar por
encima de cualquier método y de cualquier duda sobre la licitud de sus
procedimientos. Y los mensajeros del presidente recurren a toda clase de
argucias, incluidos el soborno, la compra del voto y la mentira, con tal
de asegurarse el triunfo en la votación.
Steven Spielberg –y
la potentísima interpretación de Daniel Day-Lewis- trazan un retrato con
vocación de verdad, lleno de facetas –alguna con aristas bien cortantes-
y armado con la urdimbre que mejor define a su personaje: sus hechos y
sus palabras. Tan abundantes, éstas, que en algún momento hasta se corre
el riesgo de ralentizar y torpedear el discurrir de la historia.
Spielberg, evidentemente, ha reprimido su pasión por la aventura
comercial y el espectáculo apabullante para buscar un discurso más
intimista, no exento de momentos de
impacto, pero
más atento a la complejidad del alma del protagonista.
Y es ahí donde parece que la película titubea: la acostumbrada
perfección en los aspectos formales y la capacidad sobradamente
demostrada de Spielberg para la narrativa se ven lastradas por graves
caídas en el ritmo y el interés. Lincoln, el personaje, seduce y
emociona mucho más que la película.
(http://www.thelincolnmovie.com/)
LITUS
(07.09.19)
Dir.: Dani de la Orden. Pro.: Eduardo Campoy,
Adolfo Blanco. Gui.: Marta Buchaca, Dani de la Orden. Int.:
Adrián Lastra, Miquel Fernández, Belén Cuesta, Quim Gutiérrez,
Álex García, Marta Nieto.
Dani de la Orden ha dirigido algunos documentales
y cinco largos, entre ellos El pregón –con intérpretes de
la talla de Andreu Buenafuente y Berto Romero- y El mejor
verano de mi vida, protagonizado por Leo Harlem, ese señor
que hace monólogos y que como actor me parece… una buena
persona; todo sea por la taquilla. Ahora, sin embargo, De la
Orden se ha rodeado de un grupo de profesionales treintañeros,
que hacen esta película más interesante, aunque también con
mucha más dosis de riesgo.
Son seis. Y serían siete si no fuera porque del
séptimo solo sabemos que es el Litus que da nombre a la película
y que en la primera secuencia alcanzamos a ver cómo arranca su
coche y lo estrella contra una pared. Con él dentro, claro. Y su
hermano, sus cuatro amigos más cercanos y su novia se reúnen
semanas después para darle un homenaje. Póstumo, pero homenaje
sincero y sentido. Por lo menos al principio.
Toni, Laia, Pablo, Marcos, Pepe y Su van
apareciendo paulatinamente hasta estar los seis en la misma
casa; casi en la misma habitación. Y en torno al recuerdo de
Litus, a sus últimos días y palabras; también posiblemente a sus
últimas letras, dirigidas a los presentes, se va desarrollando
un intenso docudrama en el que cada uno se define a sí mismo
tanto como en relación con los demás.
Hay alguna sorpresa, alguna revelación e incluso
alguna presencia no totalmente deseada por alguno; pero en fin,
ahí están todos: Pablo, quizá el más dolorido; Marcos, abrumado
por su situación sentimental; Toni y Laia, improbable nueva
pareja; Pepe, obligatoriamente agradecido; y Su, la ex de
Marcos, que llega para complicárselo un poco. Todos van y vienen
delante de la cámara, compartiendo protagonismo; ninguno destaca
sobremanera por encima de los demás y cada historia encaja
perfectamente en el relato general.
Eso quiere decir que hay un buen guion, lo que
hace que la historia tenga interés; mucho más, por supuesto, que
las dos tonterías que citaba al comienzo. Y también buenos
actores, de lo mejorcito de las últimas hornadas. Alguno incluso
es capaz de superar sus propios clichés –que en otros proyectos
no se les ha exigido- y consiguen un tono francamente acertado.
Y no es fácil, en una obra en la que entran y salen, actúan y
desaparecen alternativamente y puede ser complicado mantener la
continuidad.
También Dani de la Orden muestra la experiencia
necesaria para organizar toda esta coreografía y que el ritmo no
decaiga. La cámara va de primeros planos a planos generales, de
una mirada a una sugerencia, de un personaje a otro y de una a
otra habitación sin perder el pulso.
Es un esfuerzo colectivo considerable, y eso es
lo más valorable de la película. Que no será una obra maestra,
pero que muestra una voluntad y una intención encomiables. Aquí
nadie se esconde: todos, del primero al último, dan el máximo de
lo que son capaces. Y por eso no es muy justo destacar a nadie,
pero quiero resaltar, para acabar, el trabajo de Quim Gutiérrez
–mejor que otras veces- y Marta Nieto, magnífica como siempre.
LOCAS DE ALEGRÍA
(25.03.17)
Director: Paolo Virzì. Intérpretes: Valeria Bruni Tedeschi, Micaela
Ramazzotti, Valentina Carnelutti.
Paolo Virzì forma, junto a Sorrentino y Gianfranco Rosi, la
vanguardia del actual cine italiano. La carrera de Virzí, que cuenta
ya con una docena de títulos desde 1994, es más habitual aquí desde
La prima cosa bella (2010) y se reconoce por su interés
social y el afinado estudio de caracteres. La última película de
Virzì, El capital humano, consiguió una buena colección de
premios, y esta nueva lleva camino parecido.
Sus protagonistas son Beatrice, una aristócrata parlanchina,
hiperactiva y completamente chiflada, y Donatella, una joven
deprimida, asustada y sumamente vulnerable; ambas están recogidas en
Villabiondi, una institución psiquiátrica nada convencional. Un día,
casi sin pretenderlo, las dos se escapan de la residencia y
comienzan a vivir una serie de aventuras a cual más insólita, dando
tumbos sin parar de un lado para otro. Pero a su paso la película
nos permite conocer otras gentes y otros lugares, y desentrañar el
pasado y las circunstancias que han llevado a las dos mujeres a su
situación actual.
Virzì lo fía todo –y hay que decir que acierta de pleno- a la fuerza
de las imágenes, que llevan ellas solas el ritmo del relato, y,
sobre todo, a la excepcional interpretación de sus protagonistas; a
veces polos opuestos y en otros momentos vidas gemelas, Beatrice y
Donatella –Valeria Bruni Tedeschi, maravillosa, y Micaela Ramazzotti,
la mujer del director, que no le va a la zaga- son dos mujeres
apasionantes, inasequibles a la indiferencia, agotadoras y
tremendamente tristes, pero también cercanas y divertidas, y sus
intérpretes nos convencen, nos conmueven y nos hacen sonreír.
Porque todo tiene un aire de comedia, casi delirante también, pero
en el fondo –más ácido que divertido- subyace el poso de una
sociedad falsa, interesada y profundamente insolidaria, en la que
los locos –si queremos llamarlos así- pueden ser, quizás, las
personas más sensatas.
LO IMPOSIBLE
(14.10.12)
Dir.: Juan Antonio Bayona
Pro.: Belén Atienza, Álvaro Augustín Gui.: Sergio G. Sánchez
Int.: Naomi Watts, Ewan McGregor, Tom Holland
El orfanato
(2007) lanzó a Juan Antonio Bayona a la fama, pero él se lo ha tomado
con calma. Ha madurado mucho su segundo proyecto, ha conseguido
financiación -30 millones de euros- y a unos buenos y conocidos
protagonistas –una cosa lleva a la otra- y ha puesto en pie una película
monumental, brillante y también un poco pretenciosa.
Lo imposible
cuenta la increíble peripecia de una familia –española en la realidad-
que sufrió el tremendo desastre del tsunami de 2004 en Tailandia. En la
película, una familia de veraneantes –el matrimonio y tres niños- espera
pasar unos días felices en una playa paradisíaca… y lo que encuentran es
el desatado infierno que arrasa con todo. La madre, gravemente herida, y
el hijo mayor, por un lado; el padre y los otros niños, supuestamente
desaparecidos, por otro, los cinco luchan por su supervivencia y por el
ansiado reencuentro. Como el final es conocido, no importa decir que los
cinco se salvan y, juntos, emprenden viaje de regreso a sus vidas de
siempre. Se supone, porque ahí hay, sin duda, otra historia.
Lo que importa en la película es lo que hay entre el cataclismo
apabullante –muy bien rodado, con absoluta solvencia de medios- y la
feliz reunión. Y todo ese rato es tremebundo, emocionante hacia la
lágrima y estupendamente resuelto por los intérpretes de la historia.
Pero también es culpablemente manipulador, con un exagerado
sentimentalismo y con una banda sonora abrumadora y sobreexplicita que
amenaza con comerse a las propias imágenes. Una falta que no es
precisamente leve y que empaña el resultado global de la obra.
(www.loimposible-lapelicula.com)
LOPE (05.09.10)
Dir.:
Andrucha Waddington
Pro.: Mercedes Gamero, Edmon Roch
Gui.: Jordi Gasull, Ignacio
del Moral
Int.: Alberto
Ammann, Leonor Watling, Pilar López de Ayala
Andrucha
Waddington es un director brasileño de cuarenta años, que ha trabajado
en televisión en su país y que está bastante inédito en las
pantallas europeas, grandes o pequeñas. No se sabe bien por qué se ha
elegido a Waddington para dirigir la historia de Lope de Vega, ni
tampoco por qué lo representa el argentino Alberto Ammann, también
casi un recién llegado a nuestro cine. Misterios de la producción.
En realidad, la película no es la historia de Lope de Vega; no su vida
al completo sino sólo unos pocos años: el joven Lope regresa de la
milicia en Portugal, más pobre que las ratas –pero ya con un innato
talento para la escritura, aunque sea de cartas de amor para otros- y
trata de instalarse en Madrid, donde descubre una repentina pasión por
el teatro. El grueso del argumento recorre esos inicios del
protagonista, cuando traba conocimiento con un importante empresario, el
soberbio y antipático Jerónimo Velázquez. Ante las reiteradas
negativas y los desprecios de Velázquez, Lope opone su paciencia y su
insistencia: Velázquez tiene teatro, tiene compañía… y tiene una
hija muy guapa: Elena.
Al mismo tiempo, por la vida del poeta y dramaturgo en ciernes cruza
Isabel, una joven rebelde y desenfadada, que, casualmente, está en el
punto de mira del marqués de
Navas. Los versos que el marqués encarga a Lope para conquistar a
Isabel van surtiendo efecto y desatan los celos del verdadero autor, que
reparte su amor, sus poemas y sus atenciones entre las dos jóvenes.
Poco a poco, Lope va alcanzando todas sus metas, y no sólo las
amatorias: Jerónimo Velázquez le deja “arreglar” un texto de un
tal Cervantes, luego alguno suyo y por fin se atreverá –porque sabe
reconocer el genio- a permitirle estrenar. Con
inmediato éxito, por cierto. Éxitos todos estos que provocan el
orgullo de Lope, todavía no muy maduro para asimilar su propia vida.
Algunos de los rasgos que van a caracterizarla están ya esbozados en
estos momentos, pero el relato sólo muestra esta imagen de un hombre
inquieto, arrogante, pendenciero –con las letras y con las armas-,
amante formidable y ciertamente tramposo, y, eso sí, magnífico
poeta.
¿Todo esto –y lo que sigue- está mal contado? Pues no, la verdad; ése
no es el problema de la película. Está bien ambientada, bien
fotografiada, con buenos vestuarios, escenarios bien elegidos… y nada
desentona. Pero tampoco brilla nada. Los intérpretes están bajos de
tono, mejor los que son estupendos artistas –Juan Diego, Dechent- y no
tan bien los que no lo son tanto; y el pulso del director no desfallece,
pero le falta nervio para llegar a emocionar. Hay tensión sentimental,
hay conflicto personal, se atisba un esbozo de aventura… pero ni la
realización alcanza a embargar la atención, ni los actores arrebatan
en la pantalla.
Y otro tanto pasa con el guión: no está mal escrito y no es que esta
visión del joven Lope de Vega resulte falsa o insignificante; todo lo
contrario. De hecho, el escueto título, Lope,
ya indica que no se va a hablar del autor que revolucionó el teatro,
impuso nuevas reglas y escribió comedias y dramas en número
inalcanzable, sino, como ya decía, de un momento concreto de su
historia, que nada tiene que ver con su plenitud literaria. Eso es legítimo,
pero en el texto presente nada parece original, uno no se puede olvidar
de Shakespeare in love y otros
mil ejemplos, y algunas escenas y algunos diálogos resultan
excesivamente previsibles o un poco forzados.
Una pena, porque un intento de estas características merecía mejor
suerte. No por dar a conocer la figura del genial escritor, que
–contrariamente a lo que piensa el director- ya es reconocido y
admirado en todo el mundo, sino porque el cine histórico patrio, a
pesar de algunos alardes de producción –Alatriste-
o algunos empeños personales –La
conjura de El Escorial- sigue siendo, después de este Lope
a medio gas, una asignatura pendiente. (www.lopelapelicula.com)
LOS ABRAZOS ROTOS
(22.03.09)
Dir.:
Pedro Almodóvar
Pro.: Esther García, Agustín Almodóvar Gui.:
Pedro Almodóvar
Int.: Penélope Cruz, Lluís Homar, Blanca Portillo, José Luis Gómez
Película
número diecisiete en la filmografía del director manchego, que, parece
que no, pero está cerca de cumplir sus primeros sesenta años.
Diecisiete películas en una carrera que abarca distintas épocas o
fases, de Pepi, Luci, Bom...
–su debut en el 80- a ¿Qué he
hecho yo para merecer esto! y Mujeres
al borde de un ataque de nervios; de Matador
a Kika, y, a partir de 1995,
este otro cine con ansias de mayor profundidad, muchísimo más serio y
–por lo menos él lo pretende- más maduro: de La
flor de mi secreto hasta hoy, con Carne
trémula, Todo sobre mi madre, Hable con ella, La mala educación y Volver.
Desde luego, Almodóvar raramente deja indiferente. Tiene apasionados
seguidores y feroces detractores; hay quien defiende su cine primero,
hay a quien le gusta más el actual; algunos adoran la misma película
que otros aborrecen..., y a unos les parece un genio y a otros un
petardo. Y a algunos, entre los que me cuento, ni una cosa ni otra. Lo
que desde luego tiene nuestro laureado director es mucho olfato para el
negocio –junto con su hermano-, atractivo publicitario y también
creatividad y talento.
Los
abrazos rotos, según su director, es una declaración de amor al cine; y será
verdad. El protagonista es un
hombre que mira a su pasado, cuando él era otro. Harry Caine –Lluís
Homar- es un escritor y guionista, ciego desde que, catorce años atrás,
cuando aún se llamaba Mateo Blanco y era director de cine, perdió la
vista en un tremendo accidente de coche. En el accidente murió su
amante, Lena –Penélope Cruz-, y allí, en cierta forma, también murió
Mateo. Harry vive solo, escribe guiones malísimos y sólo se relaciona
con su antigua jefa de producción y el hijo de ésta; y será el joven,
precisamente, quien sacará a la luz la memoria oculta y olvidada del
escritor. Entonces empezamos a conocer toda la historia y Almodóvar va
intercalando momentos presentes y pasados; procedimiento que está
demostrado que no se le da muy bien pero en el que él insiste: Mateo
rueda una película –Chicas y maletas, se llama- protagonizada por Lena. Ella es una
joven con mucha ilusión por ser actriz, y ha convencido a su amante, el
rico industrial Ernesto Martel, para que produzca su debut en la
pantalla. Al mismo tiempo, Ernesto pone a su hijo a realizar un
documental sobre el rodaje y su cámara persigue constantemente las idas
y venidas de Lena y Mateo, que, claro, se han enamorado.
Y son descubiertos gracias a una “lectora de labios” que traduce
implacablemente a Ernesto –uno de los mejores momentos de la película,
protagonizado por la inmensa Lola Dueñas- los verdaderos sentimientos
de la pareja. La acción va ganando en dramatismo y el escenario se
traslada al suelo volcánico de Lanzarote, que Almodóvar pretende que
sea un elemento visual con carácter protagonista: tiene toda la
potencia para ello, pero el resultado está muy lejos de conmover, y
casi, casi, de interesar. La culpa, seguramente, es de ese constante ir
y venir del argumento, que quiere tener suspense y garra, y no lo
consigue.
Hay otras razones que contribuyen al escaso brillo de la película. Los
actores están... regular. Bien Penélope, con muchas ganas, pero mucho
más atrayente –y eso es grave- en su personaje de la comedia Chicas
y maletas que en el drama que la envuelve. José Luis Gómez no está
precisamente cómodo y Blanca Portillo y Lluís Homar son muy eficaces
haciendo de Blanca Portillo y Lluís Homar, respectivamente. Y los demás,
por el estilo.
Todo el mundo coincide en que los fragmentos cómicos son lo mejor, y
que ese estilo es el más propio de Almodóvar; lo cierto es que a Los abrazos rotos –película de muy buenas intenciones y, como
siempre, con chispazos de interés- le falta continuidad, le sobra una
pizca de soberbia, no es nada original y, sobre todo, su guión no es
bueno: resulta plano, no sabe rentabilizar sus propios clímax y, lo que
es más grave, no despierta la menor emoción. Pedro Almodóvar trabaja muchísimo,
dentro y fuera de la película, pero a veces tanta dedicación produce,
como aquí, muy escaso rendimiento.
(www.losabrazosrotos.com)
LOS AMANTES
PASAJEROS
(10.03.13)
Dir.:
Pedro Almodóvar
Pro.:
Agustín Almodóvar, Esther
García Gui.:
Pedro Almodóvar
Int.:
Javier Cámara, Raúl
Arévalo, Carlos Areces
Veinte películas
ya en la carrera de Pedro Almodóvar, desde sus titubeantes inicios a
principios de los 80, esa década prodigiosa en más de un sentido. En ese
currículum del manchego hay títulos de todos los géneros, y unos cuantos
que reúnen, sin ningún empacho, más de uno… y hasta más de dos. De
Laberinto de pasiones (1982) a La piel que habito (2011),
pasando por ¿Qué he hecho yo para merecer esto!, La ley del deseo,
Mujeres al borde de un ataque de nervios, Átame, La flor de mi secreto,
Todo sobre mi madre, Hable con ella –sus grandes éxitos
internacionales- y Volver, entre otras, hay abundantes pruebas
que lo confirman.
Pero en esta su última película se ha dejado de mezclas y
se ha olvidado del drama,
de la intriga y de los amores obsesivos para firmar un guion personal
que lo lleva de retorno a la comedia petarda de sus comienzos. Con
actores y actrices de su confianza, antiguos colaboradores, y también
algunos nuevos: Antonio Banderas y Penélope Cruz –poco más que un “cameo”,
pero de mucha trascendencia en el argumento-, Cecilia Roth, Javier
Cámara, Blanca Suárez, y Lola Dueñas, Hugo Silva, Miguel Ángel
Silvestre, Guillermo Toledo y Antonio de la Torre; y Raúl Arévalo, y
Carlos Areces. Me dejo unos cuantos, para no hacerme eterno.
Todo ese elenco forma parte de
esta aventura aeronáutica. El escenario, prácticamente único, es el
avión de la compañía “Peninsular” que hace el vuelo entre Madrid y
Méjico. El aparato sufre serias turbulencias… pero la tormenta está toda
en su interior. En clase turista, no; ahí el pasaje va drogado –no se
sabe cómo ni por qué- y no se entera de nada; pero en “business”, cada
butaca es una historia y cada viajero, un conflicto. Y de la tripulación
no puede esperarse nada bueno: las azafatas han dimitido, el sobrecargo
y sus ayudantes son unos locos… perdón, quiero decir unas “locas” de
cuidado, y el comandante y su segundo, además de enredarse en unos
comportamientos de sexualidad difusa, tienen un problema grave: han
perdido un tren de aterrizaje y el final del viaje puede resultar
bastante peligroso.
La idea, en principio, no es mala; y así se ha encargado de publicitarla
el propio Almodóvar, un maestro de la mercadotecnia. O del “marketing",
como se dice ahora porque es más corto y mola más. El caso es que todas
sus películas arrancan con una presión publicitaria considerable, que
abunda, naturalmente, en los aspectos más comerciales de cada producto.
Luego llega el escrutinio de la crítica, el juicio, más inapelable y más
trascendente del público y el resultado en taquilla de todo ello. Y la
verdad es que este “aterriza como puedas” es posible que no vaya todo
lo bien que su omnipresente autor demanda.
Los amantes
pasajeros es la
película que él ha querido hacer, no valen excusas. Es una comedia
disparatada, con chispazos de comicidad bien elaborada –eso sí, con
abundante brocha gorda-, con apuntes de caricatura política de
actualidad y con algunos guiños de complicidad en ese largo y popular
reparto. Pero este tipo de historia, una sucesión de chistes verbales y
visuales –de antigua tradición en el cine, sobre todo norteamericano-
necesita de una importante continuidad en la actuación y de una
escritura bien trabada; por desgracia, en la pantalla no se observan
ninguna de las dos cosas.
Al
contrario: la historia va y viene caprichosamente, con escaso sentido
del ritmo y la secuencia, y los intérpretes se mueven en el acartonado y
teatral escenario sin conseguir imponerse a sus personajes y sin dejar
huella en el espectador; a excepción, claro, de los tres desmesurados “azafatos”,
que se ganan el sueldo con sus ilimitadas monerías que van de lo simplón
a lo escatológico. En cualquier caso, no es culpa de ellos, sino de un
Almodóvar que dirige con mano de hierro pero escribe con guante de
boxeador. Por eso los momentos divertidos y las ocurrencias desinhibidas
y sugerentes se pierden sin remedio en ese guion tan confuso, falto de
ritmo y lleno de altibajos. (http://losamantespasajeros.com)
LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO
(20.01.18)
Dir.: Steven Spielberg. Pro.: Steven Spielberg, Liz
Hannah, Rachel O’Connor. Gui.: Liz Hannah, Josh Singer. Int.: Meryl
Streep, Tom Hanks, Bruce Greenwood.
Steven Spielberg es uno de los directores más importantes de la
historia del cine; no creo que haya nadie que no haya visto alguna
de sus películas, sean Indianas, Jurásicos, aventuras
de puro entretenimiento o ensayos más profundos. Todas son
interesantes, estupendas, y algunas, obras maestras. Los archivos
del Pentágono es, también, una magnífica película.
Cuenta unos hechos sucedidos en 1971, durante el mandato de Nixon.
El New York Times inició la publicación de unos documentos del
Pentágono, recogidos por el entonces Secretario de Estado, Robert
McNamara, que explicaban todas las mentiras y manejos del gobierno
sobre la guerra de Vietnam. Naturalmente, la administración Nixon
trató de impedirlo y el Times sufrió una dura represión. Y casi de
rebote, todos los documentos fueron a parar a la redacción del
Washington Post.
El
Post era un diario con graves problemas de financiación y buscaba su
salvación mediante el apoyo en inversores bursátiles. La editora,
Katherine Graham, una mujer entre una selva de tiburones, capeaba la
situación como podía. Cuando Ben Bradlee, el director, le propone
publicar los documentos, se abre para los dos una disyuntiva de
enorme dificultad: ceder ante el miedo de que les cierren el
periódico, perderlo todo e incluso que puedan ir a la cárcel, o
lanzarse al vacío apoyando al New York Times, y defender cueste lo
que cueste la libertad de prensa y la democracia.
Spielberg confiesa haber hecho esta película con verdadera urgencia.
Y es verdad que no puede ser más oportuna. Es importante recordar la
lucha de la prensa en 1971 tanto como ahora, con unos políticos
mentirosos y corruptos, en América y aquí mismo. Y si se le acusa de
superficialidad, de haber construido un relato de fácil digestión,
no puede negarse que su maestría para filmar está por encima de toda
consideración.
Los archivos del Pentágono
se despliega en secuencias milimétricas, con ritmo de obra clásica y
una cámara que no desdeña moverse hacia y desde los protagonistas,
en ángulos expresionistas que muestran el techo de las habitaciones
–como en Ciudadano Kane- o vuelan sobre los personajes en
planos cenitales. Y que recupera el momento emocionante, ya tan
olvidado, de las galeradas construyéndose, las rotativas zumbando y
los periódicos naciendo en ramilletes apretados para llevar la
información a las manos y los ojos de los lectores.
Todavía más: la obra contiene otra memorable interpretación de Meryl
Streep como la editora Katherine Graham. Una mujer que lucha, que
triunfa en un mundo de hombres, que no cede a las presiones y que,
con toda seguridad, no temblaría ante cualquier intento de abuso.
Eso también es de ahora mismo, y eso está, igualmente, en la raíz
del pensamiento y de la intención de Steven Spielberg a la hora de
realizar esta película.
LOS CONSEJOS DE ALICE
(18.01.20)
Dir.: Nicolas Parisier. Pro.: Emmanuel Agneray,
Olivier Père. Gui.: Nicolas Parisier. Int.: Fabrice Luchini,
Anaïs Demoustier, Léonie Simaga.
Nicolas Parisier estrena su segunda película,
aunque la primera, El gran juego, está inédita en España.
Los consejos de Alice –el título original es Alice y
el alcalde- está protagonizada por Alice, una joven
estudiante de filosofía, y el alcalde de Lyon Paul Thèraneau, un
veterano político socialista. Ella está interpretada por Anaïs
Demoustier, estupenda actriz –la hemos visto en La casa junto
al mar, Las nieves del Kilimanjaro y Gloria mundi, de
Robert Guédiguian-, y él es el gran Fabrice Luchini, quizá el
mejor actor francés de su generación.
A Alice la contratan en el Ayuntamiento de Lyon
para que ayude al alcalde a pensar. Él se lo dice así, sin
ambages: se ha quedado seco de mente, no se le ocurre nada, no
tiene ideas, no sabe qué hacer ni, habitualmente, qué decir.
Alice, que lo ha visto en un pleno municipal, intuye que lo que
le pasa es que está cansado. De la política, seguramente. Por
eso, su primera intervención es pasarle un apunte acerca de la
ética. Y a Paul le gusta.
Poco a poco, Alice va escalando categorías en el
Ayuntamiento. A su pesar, porque ella no tiene ninguna voluntad
de medrar, y mucho menos de enfrentar las envidias de los otros
colaboradores del alcalde, empezando por la omnipresente jefa de
su gabinete, Isabelle, que pasa de ayudarla en su trabajo a
considerarla una auténtica enemiga. No obstante, la relación
entre Paul y Alice se va estrechando, aunque siempre en el campo
profesional; ninguno de los dos siente otro tipo de interés.
Por fin, el alcalde parece reverdecer, y se
dispone a acometer dos grandes retos: promover su ciudad
mediante un ambicioso programa, y llegar al congreso de su
partido con el ánimo de postularse para ser el próximo
presidente del gobierno. Alice, mientras tanto, sigue apoyándolo
sin perder nada de su casi arrogante independencia; fachada que
trata de esconder sus debilidades emocionales; que las tiene, y
no precisamente insignificantes.
La película funciona muy bien en el estudio y la
confrontación de estos caracteres, mediante sus estupendos –y
abundantes- diálogos. Pero además, por debajo subyace un
evidente discurso político: la figura del alcalde socialista le
da pie para una aguda observación sobre la vigencia de los
valores democráticos en general y de la izquierda en particular;
y también, de paso, de los movimientos populistas y, en mayor o
menor grado, oportunistas.
Nicolas Parisier es también responsable del guion;
por lo tanto, suyas son las palabras en boca de sus personajes.
Y los “consejos” de Alice a Paul no lo son tanto, sino más bien
un pretexto para que ambos confronten sus ideas –en el más
amplio sentido del término-, que desarrollan, evidentemente, el
pensamiento del autor. O más bien la propuesta, los
interrogantes que lanza para la comprensión y la reflexión del
espectador.
Aunque la película no va a pasar de ser un suceso
minoritario. En una cartelera en la que el cine europeo –y no
digamos el español- sucumbe ante el coloso Disney y las obritas
predigeridas, plantearse una no-acción, basada en la sugerencia,
los diálogos y el pensamiento, es casi suicida. Al menos, aquí.
En Francia imagino que estará funcionando; es un
país en el que gusta su propio cine, y más si es inteligente.
Afortunadamente, también nosotros podemos disfrutar de esta
película que habla de personas, de ideas, de sentimientos, y de
política, por qué no.
LOS CRÍMENES DE OXFORD
(20.01.08)
Dir.:
Álex de la Iglesia
Pro.: Gerardo
Herrero Gui.: Álex
de la Iglesia,
Jorge Guerricaechevarría
Int.: Elijah Wood, John Hurt, Leonor Watling, Julie Cox
El
bilbaíno Álex de la Iglesia sorprendió a todo el mundo cuando en 1993
dirigió Acción mutante, un
descomunal western gótico-futurista: si no una obra maestra, desde
luego una auténtica revelación y una película estupenda. Luego llegó
El día de la bestia, que
tampoco era perfecta, pero sí otra vez una obra muy estimulante, terroríficamente
divertida y llena de buen oficio a pesar de la juventud del director, 30
años entonces. De la Iglesia ha seguido siempre demostrando esa
capacidad, en una carrera con altibajos: Perdita Durango, Muertos de risa, La comunidad, 800 balas y Crimen
ferpecto.
Ahora ha emprendido una aventura distinta: sobre una novela de Guillermo
Martínez, y con la sempiterna colaboración de su guionista de
cabecera, Álex de la Iglesia se ha ido fuera de España, a rodar con
actores extranjeros y en inglés; como en Perdita
Durango, pero a todo volumen. Nada menos que con un joven prodigio
americano y con uno de los más respetados veteranos británicos; ah, y
con Leonor Watling, que es, por estos pagos, lo más de lo más. La
intención, como se ve, es buena.
La historia cuenta que Martin, un joven estudiante americano llega a
Oxford dispuesto a conseguir que el afamado profesor Seldom le dirija la
tesis; no parece tener mucha suerte, porque el profesor no está por la
labor, sobre todo desde que se encuentra aburrido y desengañado ante la
imposibilidad ontológica de la verdad y la certeza más allá del campo
de las matemáticas. Esto, que suena así de pedante, no sólo es muy
cierto sino que propicia el estupendo arranque de la película, con
Seldom perorando ante un grupo de estudiantes entre los que se encuentra
nuestro atónito protagonista. Martin se da cuenta de que sus
posibilidades con el venerado maestro se reducen a casi nada.
Y Álex de la Iglesia nos lleva magistralmente, en una serie de planos
encadenados –ojo al momento, la mejor demostración del talento
profesional del director- al arranque dramático del argumento. Cuando
Martin regresa a casa, se tropieza con Seldom que, casualmente, también
va allí; el profesor y la casera del estudiante son viejos conocidos.
Entran juntos... y juntos se encuentran a la anciana señora muerta del
todo y además, al parecer, involuntariamente: vamos, que la han
asesinado.
Martin y Seldom, convertidos en la típica pareja de investigadores
–como Holmes y Watson, es un decir-, intentan esclarecer lo sucedido,
pero pronto se ven sorprendidos por un segundo crimen –y luego un
tercero- que parecen seguir el orden de una secuencia matemática... que
también está por descubrir. La policía también interviene, claro,
pero es mucho menos inteligente que los investigadores improvisados y no
sabe por dónde van los tiros. El espectador, tampoco; la famosa
secuencia matemática no es nada fácil, sobre todo porque los
guionistas no quieren que lo sea.
Y la película entra en un bache tremendo, del que ya no se recupera. De
la Iglesia se empeña en mostrarnos las emociones de los protagonistas,
forzando unos primeros planos llenos de fotogenia pero con muy poca
alma; la narración sufre altibajos de ritmo, que terminan por cansar, y
las apariciones de las dos mujeres co-protagonistas son cada vez más
equívocas e inoportunas. Concretamente, todo el personaje que
interpreta Leonor Watling es absolutamente gratuito y su relación con
los dos hombres carece de rigor..., hasta gastronómico.
Dicen que De la Iglesia ha traicionado su estilo, su
personalidad; yo creo que su capacidad narrativa sigue intacta y que un
director puede escoger el género y el carácter que desee para cada película.
Lo que sí es verdad es que Los crímenes
de Oxford no tiene la fuerza ni el impacto visual de otras veces
–tampoco hay caricatura, que al director se le da tan bien-; pero el
error mayor está en un guión que no es muy original y para colmo
tampoco consigue desarrollar bien la historia y, por eso, no atrae, no
engancha ni emociona. Al contrario, va de más a menos y deja la sensación
de algo ya visto y escasamente interesante. (www.loscrimenesdeoxford.com)
LOS DÍAS QUE VENDRÁN
(29.06.19)
Dir.: Carlos Marques-Marcet. Pro.: Sergi Moreno, María Zamora, Tono
Folguera. Gui.: Carlos Marques-Marcet, Clara Roquet, Coral Cruz.
Int.: David Verdaguer, María Rodríguez Soto.
Carlos Marques-Marcet culmina la trilogía que empezó con 10.000
Km –una pareja, separada por el Atlántico, que sólo al final se
reencuentra- y siguió con Tierra firme –una reflexión acerca
de la pervivencia del amor y las relaciones humanas-. Ahora se
interroga acerca de cómo afecta a la pareja la llegada de un hijo.
Siempre con David Verdaguer, su actor fetiche, aquí acompañado por
su mujer en la vida real, María Rodríguez Soto.
De
hecho, fue en el rodaje de Tierra firme cuando Verdaguer supo
que María estaba embarazada. De ahí surgió la idea de rodar una
película que siguiera de cerca la convivencia de los futuros padres,
hasta la llegada del bebé. El guion inicial se elaboró sobre esa
idea básica, creando unos protagonistas ficticios, a la que se
fueron incorporando las ideas e improvisaciones que los intérpretes
iban aportando.
De
esta manera, la película rompe completamente la línea, el espacio
que separa realidad y ficción; pero eso, que puede suponer un
acierto, a mí, en esta ocasión, el experimento me ha interesado
bastante poco. Sobre todo, porque aun sabiendo que los personajes y
su peripecia son inventados en su mayoría, productos de ese guion,
el desarrollo fundamental –embarazo por sorpresa y, al final, parto
y lactancia- son tan evidentemente reales que el aspecto documental
sale ganando.
Tampoco ayuda el estilo tan seco y tan elíptico de Marques-Marcet.
No sé si todas sus películas son así; las que yo he visto, sí. En
10.000 Km funcionaba mejor, por la propia estructura del relato;
pero aquí, por una vez quizá la película quede demasiado corta. No
es que no se entienda bien, el conflicto argumental es mínimo; pero
el guion podía haberse desarrollado un poco más, ahondando en la
psicología de los personajes y en su propia relación.
Es
verdad que la premura de la situación tampoco permitía una
planificación y una producción a largo –ni medio- plazo. Y en ese
sentido, Los días que vendrán es un ejemplo de oportunidad,
sencillez y economía de medios. Marques-Marcet vuelve a demostrar
que es posible un cine así, en las antípodas de las mastodónticas
superproducciones al uso, sin historias truculentas ni efectos
especiales de relumbrón: solo con personajes cotidianos,
reconocibles, en escenarios naturales igualmente domésticos.
Lástima, como digo, que la pantalla no transmita demasiada emoción.
La sensación que queda al final es de un intento estimable, pero un
poco decepcionante, como que los protagonistas no consiguen
engancharnos del todo en su historia. Quizá porque, a pesar de su
esfuerzo, nos aporta pocas sorpresas: todo eso lo hemos visto ya mil
veces, con el mismo o parecido realismo, y en ocasiones de forma más
divertida. De hecho, de todo el proceso –es decir, de toda la
película- me quedo con el momento inicial, el de la sorpresa, en el
que los dos estupendos intérpretes descubren lo que les muestra el
“predictor” y les entra la risa floja, luego lloran, se agobian,
vuelven a reír y se plantean, por primera vez en serio, su futuro:
qué será de ellos, efectivamente, en esos días que vendrán.
Lo cierto es que Carlos Marques-Marcet ganó otra vez
el Festival de Málaga, reeditando el éxito de 10.000 Km. Se
ve que Málaga se le da bien; o quizá no había en el Festival otra
película mejor: todo es posible.
LOS HERMANOS SISTERS
(11.05.19)
Dir.: Jacques Audiard. Pro.: Pascal Caucheteux, Michael de Luca,
John C. Reilly…
Gui.: Jacques Audiard, Thomas Bidegain. Int.: John C.
Reilly, Joaquin Phoenix, Jake Gyllenhaal.
Jacques Audiard (París, 1952) es el director de Un héroe muy
discreto, De latir mi corazón se ha parado, Un profeta
–Gran Premio del Jurado en Cannes-, De óxido y hueso y
Dheepan –Palma de Oro en Cannes-, entre otras -con otros
múltiples premios-. Con Los hermanos Sisters ha ganado cuatro
Cesar del cine francés, incluyendo el de mejor director, y el mismo
premio en el pasado Festival de Venecia.
El
cine de Audiard –como gran parte de la cinematografía francesa-
posee una evidente vocación transfronteriza en cuanto a los géneros
se refiere. Por eso no es extraño que aceptara el encargo de John C.
Reilly de rodar un western, algo que ya los americanos apenas hacen.
Claro que este no es un western cualquiera, y menos pasado por el
objetivo y la escritura de Audiard y su guionista.
Los hermanos Sisters
–Charlie y Eli- son dos pistoleros a sueldo del Comodoro, un capo
mafioso de la época -1851, en plena fiebre del oro-, que les encarga
localizar y eliminar a un químico que ha descubierto una fórmula
para extraer el preciado metal. En realidad, de localizarlo se ocupa
un experto detective, que enseguida da con la futura víctima; ellos
solo tienen que quitarle la fórmula y matarlo, cosa fácil.
Lo
que no se esperan es que detective y químico entablan una relación
especial, que va a dificultar el trabajo de los hermanos. Y además,
estos encuentran de camino más de una dificultad, léase broncas,
tiroteos y otros peligros imprevistos; el menor de los cuales no es
su propia relación: Eli se arroga el papel de jefe y Charlie no
parece estar muy de acuerdo; y este se plantea un futuro que al otro
le parece demencial.
Entre disputas, cabalgadas y enfrentamientos más o menos mortales,
vamos conociendo a los personajes y hasta algo de su historia; el
guion se desliza entre el naturalismo descarnado y un surrealismo
latente, que de vez en vez asoma entre las costuras del diálogo y
bajo situaciones absurdas y a menudo bastante feroces. Es toda una
subversión de los códigos del género, que huye de la épica –su
alimento principal, de Ford a Peckinpah- tanto como de la ironía –de
Leone a, otra vez, Peckinpah- para acercarse a una mirada humanista
que habla de la avaricia y la locura, de la utopía, la mentira y el
fracaso. La derrota, en fin, de los hombres solos, una constante en
la carrera del director –la primera película de Audiard fue Mira
a los hombres caer-, anegados en su propia virilidad y fuerza
bruta.
Eso son los hermanos de la película: dos brutos en estado puro, en
oposición a la otra pareja protagonista; pero por eso mismo quizá
sean merecedores de una segunda oportunidad. No estoy muy seguro de
que Jacques Audiard se la quisiera dar, pero el espectador puede
juzgar por su cuenta. En todo caso, los valores de la película están
ahí: en la magnífica y entregada interpretación, en la espléndida
banda sonora de Alexandre Desplat, en la cuidadísima fotografía.
Y
en la formidable historia, que sorprende, divierte, atrapa y
convence: eso es el cine.
LOS HOMBRES QUE NO AMABAN
A LAS MUJERES (31.05.09)
Dir.: Niels Arden Oplev
Pro.: Sören Staermose Gui:
Nicolaj Arcel, Rasmus Heisterberg
Int.: Michael Nyqvist, Noomi Rapace, Sven-Bertil Taube
El
último “boom” mundial de narrativa se llama Stieg Larsson, el
escritor y periodista sueco que falleció después de escribir y antes
de ver publicada su trilogía Millennium
–hay quien dice que pensaba completar diez tomos-, y, por supuesto,
antes de disfrutar del éxito obtenido: vendidos millones –muchos- de
ejemplares de su dos primeros libros, y la obra completa llevada al
cine; y a la televisión: después de su estreno en la pantalla grande
podremos ver la serie, en su versión extendida. La primera parte, Los
hombres que no amaban a las mujeres, la ha dirigido un veterano de
la televisión sueca, Niels Arden Oplev; las otras dos las ha realizado
Daniel Alfredson, hermano del director de Déjame
entrar, actualmente en nuestras salas. Todas, eso sí, las
protagonizan Michael Nyqvist –en el papel del periodista Mikael
Blomkvist-, y Noomi Rapace, que “es” Lisbeth Salander, una auténtica
bomba como personaje.
El relato comienza cuando Henrik Vanger, un anciano magnate de la
industria sueca, recibe por su cumpleaños una flor enmarcada en un
cuadro. Exactamente igual que los últimos cuarenta años. El regalo
procede, al parecer, del asesino de su sobrina Harriett, que no quiere
que Henrik descanse ni se consuele en el olvido. El hombre, desesperado,
decide contratar a Mikael Blomkvist para que investigue los sucesos de
aquel aciago día en que su sobrina desapareció y no se volvió a
encontrar rastro de ella. El periodista está en las horas más bajas de
su carrera: acaba de ser condenado a tres meses de cárcel y una fuerte
multa, precisamente porque sus investigaciones lo han llevado a
denunciar a un multimillonario aparentemente ligado a las peores mafias.
Investigaciones y denuncias que se han revelado falsas y calumniosas, y
le han costado bastante caras.
Pero Vanger sabe que Blomkvist es un hombre honrado, de profundas
convicciones y amante de la verdad. Lo sabe, porque Lisbeth Salander le
ha entregado un informe absolutamente exculpatorio y muy convincente de
las virtudes del periodista. Lisbeth es una muy experta y muy rebelde
investigadora, una auténtica “hacker” capaz de reventar el disco
duro de cualquier ordenador, y una joven de aspecto tremendo
–enlutada, erizada de piercings y profusamente tatuada-, víctima de
un oscuro pasado y dueña de un violentísimo presente.
Mientras Lisbeth sufre el acoso de su infame tutor, Mikael acepta, todavía
extrañado, el encargo de Vanger: no sabe por qué es él el elegido y
no sabe por dónde empezar. No tiene más pistas que alguna vieja
fotografía y, luego, unas breves anotaciones de la desaparecida
Harriet: unos nombres, unas iniciales, unos números de teléfono. Hasta
que los caminos de Lisbeth y Mikael se encuentran y parten juntos desde
el escenario del crimen hacia la resolución del misterio... O no.
Claro que muchos de los espectadores ya habrán leído las novelas.
Encontrarán que en la película faltan subtramas, y a la vez aparecen
claves que corresponden al segundo libro; que ciertos personajes han
perdido peso –sobre todo algunos secundarios-, y que hay momentos en
los que aceleradas elipsis hacen avanzar la acción sin demasiado
reposo. Pero la narración no decae por ello, todo lo contrario. El
argumento tiene mucha fuerza, no tanto por lo que debería ser la tesis
principal, la violencia contra las mujeres –que también-, sino porque
la investigación criminal se desarrolla con creciente interés, llena
de equívocos, secretos y peligros mortales para los protagonistas.
Niels Arden Oplev ha optado por una realización absolutamente
expresionista –que resultará muy bien en televisión-, con abundancia
de primeros planos, objetivos largos y una iluminación cercana a los
estándares del cine de terror: estupenda fotografía; y excelente también
una banda sonora que, si no es estrictamente original, sí que resulta
un perfecto acompañante de la imagen. En resumen: un magnífico
entretenimiento. Y el descubrimiento de un personaje fantástico y su
deslumbrante actriz. (www.loshombresquenoamabanalasmujeres.es)
LOS IDUS DE MARZO
(11.03.12)
Dir.:
Geoge Clooney
Pro.: Geoge Clooney, Grant Heslov, Brian Oliver
Gui.: Geoge Clooney, Grant Heslov, Beau
Willimon
Int.: Ryan Gosling, Geoge Clooney, Philip Seymour Hoffman
George
Clooney es una de las figuras más importantes y respetadas del cine
americano: 50 años, una carrera de actor con casi 70 títulos
–incluidas sus muchas apariciones en series de televisión- desde su debut en 1968, 27 como productor, y además director de 5
episodios de la serie Unscripted
y de 4 películas: Confesiones de
una mente peligrosa (2002),
Buenas noches y buena suerte
(2005), Ella es el partido (2008) y
esta nueva.
Si en la anterior demostraba su versatilidad recreando los estándares
de la comedia clásica, los argumentos de Buenas
noches… y la actual plantean cuestiones de hondo calado político.
Los idus de marzo, que marcaron el final de Julio César en el
lejano 44 antes de Cristo, señalan en la moderna historia americana el
punto álgido de la lucha por la presidencia del país. En este relato,
el gobernador Mike Morris y el senador Pullman buscan ponerse en cabeza
de la candidatura demócrata para disputar la Casa Blanca al vigente
presidente republicano, puede que el mismísimo George Bush hijo. Morris
–George Clooney- lleva cierta ventaja, pero la inmediata confrontación,
que parece decisiva, no se le presenta muy bien. Por eso, los jefes de
su campaña, el experimentado Paul Zara y el joven y prometedor Stephen
Meyers, pelean por arañar votos y voluntades; entre otras, la del muy
influyente senador Thompson, que puede aportar un número de delegados
que incline la balanza hacia uno u otro pretendiente. Pero en la otra
esquina del ring se encuentra el astuto Tom Duffy, que dirige la campaña
de Pullman. Duffy sabe muy bien qué cartas mover y cómo hacerlo y va a
jugarse un órdago capaz de darle la victoria definitivamente.
La historia, que al principio parece protagonizada por el aspirante a
presidente, muestra en seguida que tiene otras aristas más importantes.
La oficina del candidato es un pequeño mundo en el que se mueven
primeras figuras, secundarios y parásitos; dineros, datos y cifras;
tensiones y pasiones grandes y pequeñas. Por allí y desde allí va y
viene el jefe de campaña, su ayudante, el ayudante del ayudante, la
joven becaria… Y por los aledaños husmean los bancos, la prensa… Es
la política y sus habitantes, los profesionales del discurso, la
promesa y el -como ya sabemos por aquí- “todo vale”. Es un tablero
de ajedrez en el que se persigue el jaque mate sin sentimientos ni el
menor asomo de ética.
En realidad, lo que hace Clooney –el autor- es fustigar severamente a
su propio país, su propia sociedad, con una historia que no es nada
sorprendente, no contiene nada que no sepamos o nos imaginemos; pero
que, aun así, es necesario denunciar y enseñar una y otra vez: los
entresijos de una pugna electoral, sacados a la luz en sus menores
detalles, nos revelan la corrupción moral –también económica y
social- que la preside: de candidato a candidato, y aun dentro de un
mismo equipo, cabe el chanchullo, el engaño, la traición; todos los
grados de la falsedad, con tal de conseguir el propósito deseado. Y en
ese ambiente de la política, sucumbe el compromiso, la amistad, el
amor…
La historia no puede ser más negra; y cuanto más avanza el metraje, más
nos damos cuenta de a qué grado puede llegar el egoísmo, la ambición
y el cinismo de estas gentes; y también, paralelamente, a dónde puede
conducir la desesperación cuando la situación se hace insostenible. Los
idus de marzo es un demoledor documento, inteligente, sincero y
valiente.
Es de agradecer que George Clooney vuelva a poner el dedo en la llaga,
que demuestre otra vez su capacidad como narrador tanto como intérprete,
y que además se reúna de un grupo de colegas de la categoría de
Philip Seymour Hoffman, Paul Giamatti, Marisa Tomei, Evan Rachel Wood
–otra estrella “emergente”- y el cada vez más imprescindible Ryan
Gosling.
Con esos mimbres el cesto tiene que salir bien; si además el contenido
es interesante, nos entretiene y nos hace pensar, como sucede con esta
película, el esfuerzo de ir al cine y pasar por taquilla estará más
que justificado. (http://www.losidusdemarzo-lapelicula.es/)
LOS MISERABLES
(23.11.19)
Dir.: Ladj Ly. Pro.: Christophe Barral, Toufik
Ayadi.
Gui.: Ladj Ly, Giordano Gederlini, Alexis Manenti.
Int.: Damien Bonnard, Alexis Manenti, Djibril Zonga.
Ladj Ly es un joven director francés de origen
malí que debuta en el largometraje con esta crónica desolada y
violenta de las calles de la barriada parisina de Montfermeil,
la misma que inspirara a Victor Hugo su inmortal relato. La
película triunfó en Cannes y otros festivales y tuvo también una
gran repercusión en San Sebastián. Está nominada a los premios
del cine europeo y competirá por el Oscar de lengua no inglesa.
Todo más que justificado.
Los miserables
empieza con el triunfo de la selección francesa de fútbol, que
congrega en los Campos Elíseos a miles de parisinos de distinta
condición, edad y color. Los chavales salen de la “banlieue”
arropados con la bandera tricolor; son inmigrantes de segunda o
tercera generación, africanos, orientales, musulmanes muchos.
Los mismos que rechazan integrarse en el instituto, en el
trabajo, en la sociedad. Después del partido y de la
manifestación, vuelven a esconderse en el barrio.
Eso sí, por allí ronda la policía. En un coche
van y vienen, a lo largo de todo el día, tres agentes: Gwada,
Chris y el recién incorporado Stephane Ruiz, que ha solicitado
ese destino para estar más cerca de su hijo. Las idas y venidas
de la patrulla radiografían el vecindario: hombres –las mujeres
están prácticamente ausentes- que andan en grupos o salen y
entran de los dudosos tugurios; norteafricanos, subsaharianos,
gitanos… y sus hijos, chavales que no saben lo que es la
disciplina.
Entre ellos está Buzz, por ejemplo, al que le
apetece más jugar con su dron y cotillear a las chicas vecinas
si se tercia, que asistir a la mezquita o aprender algo de
provecho. E Issa, que vagabundea de calle en calle y se acerca
al circo ambulante que acaba de llegar a la barriada. Y es
verano, hace mucho calor y los ánimos se encrespan. Las bandas,
las familias y las pequeñas mafias sostienen un equilibrio
inestable y fragilísimo, del que la propia policía no es ajeno.
Hay que transigir, trapichear, convenir y hasta mirar para otro
lado. Eso, o todo se rompe.
Y se rompe con un episodio ridículo pero que
provoca un conato de violencia del que los agentes salen mal
parados: Gwada dispara, Issa resulta herido y Buzz lo ha grabado
todo con su dron. Las consecuencias desatan una espiral
peligrosísima, que va a alcanzar en el tramo final de la
historia dimensiones de una dureza extraordinaria. Pero todo es
duro aquí: el escenario inhóspito y degradado, los personajes
sin moral ni respeto, la policía corrupta y mal avenida,
producto de un evidente desinterés político.
Y los jóvenes, víctimas de todo ello, caldo de
cultivo para el extremismo, la delincuencia y el absoluto
desorden. Ahí pone el punto de mira Ladj Ly, que sabe
perfectamente de lo que habla: ese es su barrio, no hace tanto
que él era, posiblemente, uno de sus propios protagonistas. Por
eso vuelve al final la mirada al mismo Victor Hugo para
parafrasearlo: “no hay malas hierbas ni hombres malos; solo hay
malos cultivadores”.
Y la película se cierra con el plano más estremecedor que he
visto en mucho tiempo: chavales y policías se miran a la cara,
hay fuego en sus manos y puede que ninguno consiga, al final,
salir indemne.
LOU ANDREAS-SALOMÉ
(28.04.18)
Dir.: Cordula Kablitz-Post. Pro.: Cordula Kablitz-Post,
Helge Sasse. Gui.: Cordula Kablitz-Post, Susanne Hertel. Int.:
Katharina Lorenz, Nicole Heester, Matthias Lier.
Esta directora, Cordula Kablitz-Post, es una documentalista que
lleva más de veinte años trabajando en Alemania, pero que es una
completa desconocida en nuestras pantallas. Y a decir verdad,
tampoco la protagonista de su debut en la ficción, Lou
Andreas-Salomé, es muy popular por aquí; aunque ya se encontrara en
la propuesta de Liliana Cavani de hace 40 años: Más allá del bien
y del mal, con los mismos personajes pero con muy distinta
intención.
Por todo ello, esta biografía tiene un valor añadido: dar a conocer
con mayor profundidad la figura de esta mujer extraordinaria, una de
las más importantes de la cultura europea del primer tercio del
siglo XX. En 1933, precisamente, comienza la historia, con una Lou
anciana, que ve angustiada el progreso del nazismo. Ella se sabe en
el punto de mira y por eso decide elaborar sus memorias y
relatárselas al joven Ernst Pfeiffer, que va así conociendo al mismo
tiempo que el espectador la vida de la escritora, psicóloga,
intelectual y feminista, capaz de revolucionar las vidas, entre
otros, de Nietzsche, Rilke y Freud.
En
sucesivos flashbacks, vemos a Lou desde que es poco más de una niña,
prematuramente huérfana de padre; de jovencita, resistiendo a las
intenciones de su madre y de algún incómodo pretendiente, y en la
madurez entre los 20 y los 50 años. La personalidad de la
protagonista y sus ideas de independencia y de predominio de la
inteligencia sobre las pasiones asombran a familiares y conocidos y
provocan la fascinación y la tracción incondicional de los filósofos
Friedrich Nietzsche –bien conocido el impacto que este sufrió- y
Paul Rée, con los que mantuvo una relación de altísima temperatura…
intelectual.
Después llegará su matrimonio de conveniencia con Carl Friedrich
Andreas y, por fin, su unión con el poeta Rainer María Rilke. Entre
tanto, Lou se ha consolidado ya como una formidable escritora y
crece su fama como defensora de la libertad de las mujeres. El
argumento está jalonado de todos estos acontecimientos, en repetidos
viajes al presente y al pasado, como decía, bien hilvanados para que
el espectador no pierda en ningún momento el hilo de los sucesos. La
duración de la película –que no es precisamente breve- no permite,
sin embargo, más que intuir el trabajo que desarrolló a partir de su
conocimiento de Sigmund Freud y su obra, de la que fue seguidora.
Quizá el relato adolezca de cierto manierismo y excesiva precisión
-pecados de documentalista-, y le falte la pasión que le sobraba al
de Cavani –aquella es italiana, y esta obra es muy alemana- y puede
que alguien eche de menos mayor peso de tantos hombres ilustres;
pero es Lou Andreas-Salomé la protagonista y es ella –como
seguramente pasó en realidad- la que maneja los hilos que tejen su
propia vida. La de una mujer inteligente, formidable, adelantada a
su época y que sigue siendo un ejemplo casi un siglo después.
LOURDES (04.04.10)
Dir.: Jessica Hausner
Pro.: Martin Gschlacht, Philippe Bober
Gui.: Jessica Hausner
Int.: Sylvie
Testud, Léa Seydoux, Bruno Todeschini
Jessica
Hausner es una directora austriaca de 37 años, que ha realizado tres
largos: Lovely Rita, Hôtel y
ésta Lourdes. A Hausner le
gustan los espacios cerrados, únicos; ninguno más cerrado que éste,
aunque se trate en realidad de toda una ciudad. A Lourdes se puede uno
acercar –en el cine, digo- desde distintas perspectivas: con un
documental, con un panfleto propagandístico, con una película boba,
del tipo de La canción de Bernardette (Henry King, 1943), o con una obra seria
como ésta.
Lourdes
arranca con un plano general del comedor de la residencia de peregrinos.
Unas mujeres van acercando comida a las mesas y en seguida vemos llegar
a los viajeros: enfermos la mayoría, algunos con graves discapacidades
físicas que necesitan de ayuda; con ellos vienen algunos familiares,
pero sobre todo destacan las jóvenes uniformadas, de aspecto casi
monjil, de la Orden de Malta que les dan escolta. También hay hombres
de la Orden, también jóvenes en su mayoría y también uniformados:
parecen un ejército de soldados disciplinados y eficaces.
Conocemos a los protagonistas: Christine, enferma de esclerosis múltiple,
confinada a su silla de ruedas, sin movilidad de cuello para abajo; María,
la muchacha que la ayuda; Cécile, la jefa de las jóvenes y encargada
del orden y el programa de actividades, muy completito en los días que
dura la estancia; Kuno, el más activo de los Caballeros de Malta,
siempre dispuesto a echar una mano en lo que se necesite. Y otros más:
pacientes, médicos, curas, monjas y beatos en general. Se estiran en
larguísimas colas que avanzan lentamente hacia la gruta, hacia las
piscinas, hacia el templo donde rezan, se confiesan y proclaman su fe. Y
luego regresan a los comedores y los dormitorios.
Christine es joven pero sabe que su tiempo se acaba. Intenta
conformarse, vivir con esperanza; peregrina a Roma y a Lourdes, y también
se rebela y maldice su destino. María es más joven aún, casi una
chiquilla, y trata de mantener la seriedad que la Orden la impone; pero
el cuerpo le bulle de vida y ganas de vivirla, y no puede ni quiere
reprimirlo, a pesar de la gravedad de su trabajo y el escenario en el
que se desenvuelve.
El escenario, para decir la verdad, se parece al de una película de
terror: los enfermos en tropel, con la exhibición de sus minusvalías;
la iluminación y el humo de los cirios; las duchas, auténticas
ceremonias veladas; las fiestas de peregrinos con premio para el mejor;
y el gentío, entrando y saliendo de las tiendas, supermercados de la fe
en todos los idiomas y para todas las economías… Y luego el milagro.
Dice el cura de esta tropa que a Lourdes se va, sobre todo, a curar el
alma; claro, eso es más fácil. Pero entre tantos miles –millones
cada año- de visitantes, algún hecho extraordinario debe caer.
Desde 1858, cuando la Virgen María se apareció dieciocho veces a
Bernardette Soubirous en la gruta de Lourdes, ha habido miles de
curaciones milagrosas; de la creación de la Oficina Médica, a primeros
del siglo XX, hasta ahora, se han registrado casi 7.000 y la iglesia católica
ha reconocido 66 milagros. En Lourdes
–la película- también hay. Claro, de este grupo de creyentes, sólo
le toca a uno. Sucede entre la admiración general, la alegría de buena
fe y la envidia irrefrenable de más de uno.
Cada cual se retrata tal como es, porque lo que ha hecho Jessica Hausner
es una fotografía nada complaciente de unos personajes rodando por la
cuesta abajo de la vida. Hay momentos que rozan el documental –la
actuación de los doctores y sacerdotes, o cuando el grupo es engullido
por la masa-, pero lo mejor es la mirada cercana a las protagonistas: la
jefa de servicio, que esconde su secreto; los jóvenes con ganas de
marcha; la madre con su hija inválida; el cura, las mujeres devotas y
rencorosas. Y la joven tullida –una formidable Sylvie Testud-, que nos
pregunta desde la pantalla si de verdad creemos que el milagro es
posible. (www.altafilms.com)
LOVERS ROCK
(SMALL AXE I)
(23.01.21)
Dir.: Steve McQueen. Pro.: Michael Elliott, Anita
Overland. Gui.: Steve McQueen, Courttia Newland.
Int.: Amarah-Jae St. Aubyn, Micheal Ward, Shaniqua Okwok.
Steve McQueen, nacido en Londres hace 51 años, debutó en 2008
–tras una carrera de 15 años como cortometrajista- con Hunger,
la bio sobre Bobby Sands y su huelga de hambre, a la que siguió
Shame (2011), con un descomunal Michael Fassbender, y su
consagración con 12 años de esclavitud (2013), con la que
ganó el Oscar, el Globo de Oro y un montón de premios más.
Después dirigió Viudas (2018) y ahora nos llega este
experimento, una especie de cine por entregas consistente en
cinco
capítulos que irán apareciendo sucesivamente en las salas y en las
plataformas de pago.
Lovers Rock
es el segundo en orden de rodaje, pero el primero que se
estrena: la historia de Martha y Fraklyn bailando… y algo más.
Tras este viene inmediatamente Mangrove –el caso real del
restaurante Mangrove y la represión de la policía y el siguiente
juicio que sacudió el Londres de 1970-, y después Red, White
and Blue –la historia de Leroy Logan, un joven afroamericano
que ingresó en la policía después de que su padre fuera asaltado
por dos agentes para tratar de acabar con esos comportamientos-,
Alex
Wheatle
–sobre la vida del premiado escritor, desde su juventud
problemática hasta su madurez marcada por la literatura y la
música-, y Education, que desarrolla las ilusiones de
Kingsley, un chaval de doce años fascinado por los astronautas y
los cohetes espaciales, en riesgo de ir a parar a una escuela
para chicos con “necesidades especiales”.
Steve McQueen ha dirigido y escrito las cinco películas, con
distintas colaboraciones en el guion y la producción. La que nos
ocupa, Lovers Rock, se desarrolla a lo largo de una noche
de fiesta, unas horas calientes presididas por el blues, el
reggae, la danza y… el humo, mucho humo. La fiesta es en casa de
la familia Marshall, con motivo del cumpleaños de Cynthia, la
hija pequeña. Todo el día se va en preparativos, los más
importantes la bebida y la comida; y el trasiego de muebles, que
se van al jardín para dejar sitio a la coreografía, y la
instalación del tocadiscos y los potentes altavoces.
Y en
cuanto cae la tarde, por allí se arriman familiares y amigos,
muchos amigos: toda la juventud de la comunidad jamaicana
residente en Londres; chicos y chicas de pelo rizado mil veces
peinado, ataviados con sus mejores galas: vestidos brillantes
pegados al cuerpo, trajes recién planchados, zapatos
relucientes, carmín, rímel, loción de afeitar sin tasa, ojos
brillantes y bocas ávidas, toda una legión de aspirantes a la
diversión, el baile y el amor.
Allí
están ya Franklyn y Clifton, y Reggie y Parker –unos más
bienvenidos que otros-, y Martha, que se ha escapado por la
ventana de su casa, y Patty, su amiga íntima… y los de la
música, armados de una pila de discos y un arsenal de canutos
que parece infinito. Y poco a poco, los sonidos –y el humo- van
envolviendo a los danzantes, y ya baila todo el mundo, y las
parejas se van apretando más, en una atmósfera que se vuelve más
y más caliente.
La
cámara de McQueen y su director de fotografía Shabier Kirchner
penetra milagrosamente entre los cuerpos soldados, y la pantalla
se llena de ritmo y de color. Es un universo en armonía, es la
felicidad. También hay algún encontronazo, claro; pero nada que
no se resuelva con un gruñido a tiempo, un empujón, una mirada
un poco más feroz. Martha y Franklyn se han encontrado en el
centro de la masa palpitante; bailan, se abrazan, se enamoran.
Poco
más; acaba la noche y acaba la película. Este episodio es quizá el más gozoso, el menos doliente de
la serie. Como un prólogo, un preámbulo de lo que vendrá
después, pero siempre un toque de atención, un repaso sobre las
condiciones y los problemas de la gente de color en el Londres
de las últimas décadas. Y una reivindicación de su valor y su
fuerza. No en vano el título genérico es “small axe”: como dice
Bob Marleyen una de sus canciones,
"si vosotros sois el árbol grande, nosotros somos
el hacha pequeña".
LOVING PABLO
(10.03.18
Dir.: Fernando León de Aranoa. Pro.: Ed Cathell, Miguel Menéndez de
Zubillaga, Dean Nichols, Javier Bardem. Gui.: Fernando León de
Aranoa. Int.: Javier Bardem, Penélope Cruz, Peter Sarsgaard.
Fernando León de Aranoa ha abandonado –suponemos que de momento- su
cine de temática doméstica: Familia, Barrio, Los
lunes al sol, Princesas –buena cosecha de Goyas- para
volar hacia argumentos más universales y controvertidos. Así era
Un día perfecto y más aun este Loving Pablo, que retrata,
desde una perspectiva especial, al tristemente famoso Pablo Escobar.
Una mirada especial, porque se fundamenta en la de la periodista
Virginia Vallejo –de su novela parte el guion- que mantuvo durante
algunos años un tórrido y peligroso romance con el narcotraficante.
Vallejo es una periodista de éxito, obstinada en dar siempre un paso
más adelante. Fascinada por la figura y el aparente éxito de
Escobar, se empeña en conocerlo. A él también le fascina la belleza
y el carisma de la mujer, y pronto inician una relación escasamente
clandestina.
Pablo Escobar controla gran parte del mercado de la droga, junto con
otros carteles colombianos. Nada en la abundancia y lleva una vida
de lujo extremo. Pero al tiempo dedica una parte de sus ganancias a
construir casas, barrios enteros para los necesitados; el pueblo
llano lo adora. Y aunque tiene tras él a la policía y a la DEA
norteamericana, que ve entrar en Estados Unidos ríos de droga sin
control, la ambición de Escobar no tiene límites, y pretende –y
consigue- tener un puesto en el Congreso nacional.
La
película de León de Aranoa transcurre por esos derroteros, sin
ocultar nada; pero se centra, como decía, en la mirada de Virgina
Vallejo: curiosa primero, entregada después y alejada y temerosa por
fin, cuando la relación se rompe y ella comprende el peligro inmenso
de tener a Escobar de enemigo. Pero esa relación permite escudriñar
también en la vida íntima y familiar del narco, desde una
perspectiva relativamente distinta de otros intentos –películas y
series recientes-, y completarla con la peripecia de la propia
Vallejo, asediada también por los agentes americanos.
No
hace falta decir que el grueso de la película descansa sobre el
trabajo de sus protagonistas. Penélope Cruz es una convincente y
entregada Virginia Vallejo; pero Javier Bardem da otra muestra más
de su capacidad para los personajes extremos: es un espectacular
Pablo Escobar, gordo, engreído, listo y violento. Y malvado, sin
resquicios. Bardem ha entendido muy bien su personaje y cuando
habla, cuando mira a la pantalla, cuando estalla de ira, da miedo.
Y este es, en definitiva, el mejor valor de la
película. El Pablo Escobar de León de Aranoa y Bardem resulta un ser
despreciable, al que es imposible admirar; ningún rastro de heroísmo
ni empatía: esta vez el malo de la película es malo de verdad.
LUCES ROJAS
(04.03.12)
Dir.:
Rodrigo Cortés
Pro.: Rodrigo Cortés, Adrián Guerra, Christina Piovesan Gui.:
Rodrigo Cortés
Int.:
Robert De Niro, Sigourney Weaver, Cillian Murphy
Tras
la revelación –en España- de Concursante
y el éxito internacional de Buried
(Enterrado), Rodrigo Cortés ha aprovechado la posibilidad de rodar
con importantes estrellas de Hollywood este “thriller” psicológico
basado en el mundo de los fenómenos paranormales, sus protagonistas y
el espectáculo que los rodea.
Margaret Matheson –Sigourney Weaver- es una profesora que se ha
especializado en investigar y desvelar los trucos que utilizan los
supuestos parapsicólogos, y los fraudes que pueden llegar a cometer.
Cuando Simon Silver –De Niro-, un famoso mago y telépata capaz de los
resultados más sensacionales, reaparece tras años de silencio, ella
decide desenmascararlo y exponerlo al ridículo y la vergüenza pública,
apoyada por su joven asistente y en contra del criterio del profesorado
de su propia universidad. Acosado aparentemente por los métodos de la
profesora Matheson y su ayudante, Silver accede a interrumpir sus
exitosos espectáculos, que llenan teatros allí donde acude, para
someterse a distintas pruebas “científicas” que conducirán a
demostrar sus poderes paranormales.
Cortés ha escenificado su guión de manera sugerente, como si de un
mismo truco de ilusionismo se tratara: primero plantea la situación;
luego se producen todas las maniobras de distracción del espectador…
y luego llega el final espectacular, inesperado, el “prestigio” que
deja al público con la boca abierta. Quizá esa zona central,
precisamente, constituya el mayor obstáculo en el ritmo del relato; no
es que se le vea el truco, sino todo lo contrario; hay una abundancia
innecesaria de elementos narrativos, que pueden llegar a distraer. Pero
luego los protagonistas toman otra vez la acción y la tensión aumenta
en la pantalla; es ahí donde, como un maestro del “suspense”, Cortés
esconde la solución hasta el último plano de esta película intensa,
brillante y sorprendente. (www.lucesrojas-es.com)
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