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Por Larry D'Abutti
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JACK REACHER: NUNCA VUELVAS ATRÁS
(12.11.16) Tom Cruise, sin que nadie se lo impida, vuelve a encarnar el personaje de Jack Reacher, un antiguo oficial del ejército reconvertido en justiciero autónomo. Ahora se ha metido en una aventura muy peligrosa, tratando de salvar a la comandante Susan Turner –aun antes de saber lo atractiva que es, aunque como han hablado por teléfono, igual le ha mandado un selfie y no nos hemos percatado- de un complot contra su vida, acusada falsamente de traición para encubrir un asunto de tráfico de armas y droga, y asesinato de soldados americanos. A Reacher no le importa unir sus destinos, aunque ello le valga quedar fuera de la ley y ser perseguido implacablemente por soldados y esbirros profesionales... de esos que decía antes. Y por si fuera poco, en su camino se cruza Samantha, una jovencita que puede ser su hija, fruto de un amor pasajero del que Jack no guarda el menor recuerdo. Todo esto sería demasiado para cualquiera, pero Reacher posee recursos interminables -casi de minisuperhéroe-, aun a costa de hacer increíble el argumento. Si se salva es por la potencia fotogénica que todavía muestra Tom Cruise en la pantalla, su aparente sintonía con Cobie Smulders –lo más interesante del argumento, esa reivindicación del papel femenino en el cine de acción- y el oficio de Edward Zwick, el director de Tiempos de gloria, Leyendas de pasión, Diamantes de sangre y El caso Fischer: esas películas.
JACKIE
(18.02.17) La película cuenta cómo pocas fechas después del asesinato de su marido, Jackie recibe a un periodista para realizar la que será la entrevista más importante de su vida. A lo largo de la conversación, la joven viuda, todavía con secuelas del trauma pasado, recuerda los fatídicos momentos del atentado y las tremendas horas posteriores hasta desembocar en el controvertido y multitudinario entierro del presidente Kennedy. Jackie revive su paso por la Casa Blanca, con la figura de John al fondo, y el posterior apoyo de su cuñado Robert, siempre cercano, y se interroga acerca de un futuro que no acierta a imaginar fuera de los focos y de la mirada del mundo entero. El guion va salpicando los acontecimientos según la protagonista los trae a su memoria; es un artificio que funciona perfectamente, pues los giros caprichosos de los recuerdos –también removidos por las preguntas del periodista- van permitiendo encajar el puzle de situaciones, momentos y sentimientos que se entrecruzan en la pantalla y que permiten al fin comprender en toda su magnitud el trance por el que pasaron los estadounidenses y, sobre todo, la que fue su primera dama e icono de un estilo, una cultura y un modo de vida de personalidad arrebatadora. Formidable interpretación de Natalie Portman, con un gesto contenido que sugiere tanto como revela de una figura sorprendente, mucho más interesante de lo que se mostraba en aquellos años; y, como decía, otra reveladora película de Pablo Larraín: un director muy inteligente, que no hace concesiones y que acostumbra a poner el dedo en la llaga.
J. EDGAR
(29.01.12)
JERSEY BOYS
(07.09.14) ¿Cómo está contado todo esto? Con una bonita factura, que une a la perfecta recreación de la época una fotografía adecuada, con tonos ocres y luces planas, como una película antigua, precisamente. La acción está salpicada, por supuesto, por múltiples actuaciones de la banda, desde los primeros escenarios hasta el mítico show de Ed Sullivan; y por continuas apelaciones de los protagonistas, que se dirigen directamente a la cámara para explicar la historia o su punto de vista del momento. Ambas cosas –sobre todo la primera- hacen que el ritmo de la narración se resienta; y también contribuye el que el guion haya preferido obviar la carrera artística para centrarse en la vida personal de los cantantes. No sabemos nada de sus giras –a pesar de estar siempre en movimiento- ni de las grabaciones, ni de la trastienda de sus conciertos. O, mejor dicho, casi nada: vemos lo que concierne a Valli y su familia, a DeVito y sus finanzas –desastrosas-, a los efectos del vino y las mujeres –escasamente- en Gaudio y Massi. Hay algunos momentos muy dramáticos en la vida de Frankie Valli, principal protagonista del relato, que no llegan a cuajar en verdadera emoción, y lo mismo sucede cuando la quiebra económica pone al grupo al borde del abismo por culpa de DeVito. Los mensajes latentes en la historia: que solo el trabajo continuo y la fe en el propio talento conducen al éxito, y que la fidelidad a la amistad antigua y al espíritu de barrio está por encima de cualquier problema, que seguramente están en el libreto original y que me parece que entroncan muy bien con el ideario de Clint Eastwood, no están afirmados, sin embargo, con la fuerza necesaria. Al director parece que le ha menguado la energía y no acierta a sacar la partitura de un tono menor; lo que se trasluce también en el reparto, que no me parece un ejemplo de acierto, precisamente. Y esa debilidad impregna a la película, más que de nostalgia –que quizá un fan americano pueda sentir-, de ñoñería; a lo que contribuyen las propias apariciones del grupo, con sus voces y sus coreografías: a la vista de la película, no sé si The Four Seasons fueron los más cursis de entre los grandes, o uno de los más grandes de todos los grupos cursis que han pisado un escenario. (www.jerseyboysmovie.net)
JOHN WICK: CAPÍTULO 3 - PARABELLUM (01.06.19) Dir.: Chad Stahelski. Pro.: Basil Iwanyk, Erica Lee. Gui.: Derek Kolstad, Shay Hatten, Chris Collins, Marc Abrams. Int.: Keanu Reeves, Ian McShane, Halle Berry. Esta película tiene dos protagonistas absolutos: el que vemos en la pantalla y el que firma el artefacto. De Keanu Reeves lo sabemos casi todo: actor consagrado, con cerca de 100 títulos en su haber que van de lo magnífico a lo… regular. De Chad Stahelski conocíamos que era antiguo boxeador y maestro de artes marciales, y luego especialista –de los de caerse por las escaleras y saltar por los aires- en más de 70 filmes. En Matrix coincidió con Keanu y de ahí surgió esta colaboración en las historias del personaje creado por Derek Kolstad. En el tercer capítulo de John Wick, el hombre aparece corriendo que se las pela por las calles de Nueva York. Es de noche y llueve y se está poniendo como una sopa, pero no encuentra dónde guarecerse. La verdad es que han puesto precio a su cabeza -14 millones, ahí es nada- por haber matado en lugar sagrado, y todo el mundo quiere cobrar la recompensa. Toda la primera mitad del metraje consiste en una serie de escaramuzas entre el bueno de Wick y sus perseguidores. Hay descomunales peleas, en las que Wick debe utilizar toda clase de habilidades y recursos, algunos cercanos al dibujo animado, para escapar una y otra vez, más maltrecho, pero aun con vida. Hasta que, harto de correr, decide ir a ver a los responsables del asunto. Primero a La Directora –una Anjelica Huston cada vez más tenebrosa-, luego a su antigua amiga Sofía, que duda entre matarlo o llevarlo a ver al jefe, y así va subiendo escalones hasta llegar al mandamás de la Alta Mesa, que así es como se llama la organización. Esta segunda parte –que contiene tantas peleas como la primera- culmina con el regreso de Wick al hotel Continental con un encargo muy concreto: matar a su director. Y ahí se desarrolla la fantástica traca final, con una ensalada de tiros, toda la cristalería destrozada y un duelo a cuchilladas y mamporros digna de las mejores películas de aventuras del Hollywood clásico. Por medio hay secretos, compromisos y traiciones, y hasta amuletos y relicarios, y una tropa de personajes más o menos secundarios que los seguidores de la serie reconocerán y disfrutarán. El espectador común también se lo pasa bien, gracias a la velocidad de los acontecimientos –el guion es de una eficacia imbatible-, la brillante factura de la imagen y el sentido del humor que derrocha la película, con algunas situaciones cercanas al puro cómic. Y con dos elementos más, de primera categoría: el pulso del director para crear y fotografiar unas coreografías a veces sumamente complicadas, y el carisma de Keanu Reeves, que compone un John Wick que, apaleado, herido y mugriento, sigue siendo el pistolero más elegante –con traje y corbata todo el tiempo- y más resistente. A sus 55 años, y aunque la mitad de las escenas no las haya rodado él, la paliza que se lleva en esta película acabaría con cualquiera menos templado. Para colofón, el plano final, en el que un Wick muy cabreado, deja entrever que la cosa no acaba aquí. Ya nos lo imaginábamos, dado el éxito del personaje, la fuerza de su intérprete y el empeño de sus creadores. Tenemos John Wick para rato.
JOKER (05.10.19) Dir.: Todd Phillips. Pro.: Todd Phillips, Bradley Cooper, Emma Tillinger Koskoff. Gui.: Todd Phillips, Scott Silver. Int.: Joaquin Phoenix, Robert De Niro, Zazie Beetz. Fue una relativa sorpresa saber que la reaparición del Joker iba a ser realizada por Todd Phillips, el director de Starsky & Hutch, Escuela de pringaos, Salidos de cuentas y los explosivos Resacón en Las Vegas y sucesivos. El hombre parecía más dotado para la comedia bufa que otra cosa; pero este cambio de registro demuestra que tiene pulso para otros géneros también. En cuanto al personaje, es sabido que el Joker es el enemigo mortal de Batman. Ya lo hemos visto batirse el cobre con el hombre-murciélago en varias ocasiones –hasta ocho, según mis cuentas-, en películas sombrías, paródicas, de animación y en series de televisión. Bajo las capas de maquillaje y la sonrisa rota han estado Jack Nicholson, Heath Ledger –para muchos el mejor- y Jared Leto, entre otros. Y ahora toma el relevo Joaquin Phoenix, un actor descomunal al que le viene como anillo al dedo. Esta versión es, quizá, la más realista y la más honda. Bucea en la raíz del individuo, un pobre hombre con cierta disfunción mental, aquejado además de un síndrome nervioso que le hace estallar en carcajadas ante la menor perturbación. Se gana la vida haciendo de payaso, publicitario, familiar y hasta terapéutico: lo que le dejan. La verdad es que no le va muy bien. Gothan es una ciudad inhóspita y cruel, y sus calles están pobladas de pandilleros peligrosos y delincuentes de traje y corbata, más letales todavía. Y ahí anda este Arthur Fleck, un equilibrista en el alambre. Lo malo es que el alambre está electrificado. Y la vida de Arthur está presidida por el dolor, la amargura y el caos. Y como consecuencia, la locura. Joker no es una película de superhéroes; ni de supervillanos. Es un desguace psicológico y sociológico. Un individuo dislocado en una sociedad deshumanizada. Phillips ahonda en su protagonista, en su evolución/involución, pero de su mirada no se escapa nadie: ni el sistema público de salud, ni la policía, ni las clases altas ni las bajas. Y, por supuesto, tampoco los medios, empezando por una televisión omnipresente y omnívora. Ahí aparece el rutilante Murray Franklin, presentador de un famoso “late night”, que ya se cree dueño del destino de las personas. Un espléndido Robert De Niro, que compone el contratipo del Rupert Pumkin de El rey de la comedia (Martin Scorsese, 1982), un delirante aspirante a cómico. Un referente inevitable, quizá; alguien como Arthur Fleck, al que también le gustaría ser una estrella del escenario. Lo intenta, lo intenta todo; y cada rechazo lo empuja más por el camino de la enajenación y la violencia. La película es de una potencia extraordinaria, con una banda sonora que no da respiro y una fotografía –de Lawrence Sher–espléndida. Y es sobre todo una exhibición del talento de Joaquin Phoenix, un recital apabullante y de extremo riesgo, que lleva desde las miserias de Arthur Fleck hasta la explosión del Joker; un recorrido que suscita la simpatía del espectador, luego el miedo y por fin el horror. Christopher Nolan nos ayudó a entender a Batman; Todd Phillips nos ha contado la vida del Joker: yo creo que todavía más apasionante.
JOVEN Y BONITA
(09.03.14) JUDY (01.02.20) Dir.: Rupert Goold. Pro.: David Livingstone. Jim Spencer. Gui.: Tom Edge, Peter Quilter. Int.: Renée Zellweger, Jessie Buckley, Finn Wittrock. Esta película tiene dos nombres propios; por encima de los demás, quiero decir. El de su director, naturalmente: Rupert Goold –segundo título, tras Una historia real (2015)-; y el de su protagonista: Renée Zellweger, 37 películas, un carrerón hasta que se metió en un duro bache del que sale, quizá, por la puerta grande con este papel de la actriz y cantante Judy Garland que le va a valer su segundo Oscar. La propia Judy Garland lo rozó dos veces –en 1955 por Ha nacido una estrella y en 1962 por ¿Vencedores o vencidos?- y recibió un premio honorífico de la Academia americana en 1940 por su protagonista de El mago de Oz. Tenía 17 años cuando se estrenó; y treinta años después, con graves problemas económicos, emocionales y físicos, se trasladó a Inglaterra para una importante –y definitiva- temporada de conciertos en un gran teatro de Londres. No tiene ni un dólar, la han echado de su hotel y debe dejar a sus hijos pequeños con su exmarido, que aprovechará para obtener su custodia. Es alcohólica, su corazón está dañado y su mente sufre asaeteada por los recuerdos de sus pasados éxitos, de sus fracasos sentimentales y también de su infancia y su adolescencia robadas por un inmisericorde Louis B. Mayer, su productor, mentor y verdugo, todo en una pieza. El relato, que se basa en un texto teatral de Peter Quilter, salta de la actualidad a esos momentos, cruciales en la vida y el trabajo de la artista. Y son los que explica, quizá, la tormentosa historia de Judy Garland; pero sirven, también, para dar a conocer, una vez más, el abuso y la tortura que sufrían las jóvenes actrices en manos de los omnipotentes dueños de los estudios. Y como, por desgracia, esos hechos siguen sucediendo, la película resulta doblemente esclarecedora. Además, los saltos en el tiempo están insertados con habilidad e incluso con cierta oportunidad dramática, lo que es un acierto de Rupert Goold, que se mueve especialmente bien en el terreno de la biografía. Judy está contada con perfecto sentido de la narración, que se fragmenta por medio de breves elipsis. Así recorremos la vida de la protagonista –un auténtico portento de voz y estilo en la pantalla y en los escenarios- y llegamos a los últimos días en Londres, los últimos conciertos: algunos brillantísimos, otros espantosos. Menos mal que la película remata con Judy Garland –es decir, Renée Zellweger- cantando Over the rainbow, un instante verdaderamente cumbre, lleno de emoción y de entrega. En realidad, el éxito de estas películas biográficas depende sobre todo de la calidad de la actuación y de la empatía y el referente físico entre personaje e intérprete. Últimamente, el género abunda bastante; y esta Judy de Renée Zellweger, con un inmenso y muy afortunado trabajo de la actriz, es de las mejores y más interesantes propuestas de estas temporadas. |