Por Larry D'Abutti
=I=
ICEBERG
(17.06.12)
Dir.:
Gabriel Velázquez
Pro.:
Gabriel Velázquez
Gui.: Gabriel
Velázquez, Blanca Torres
Int.: Víctor García, Carolina
Morocho, Jesús Nieto
Gabriel Velázquez
ha dirigido, además de un puñado de cortos, Sud Express (2005) –a
medias con Chema de la Peña-, Amateurs (2008) y ésta nueva. El
otro día, en esta misma página, ponía sus películas como ejemplo de cine
periférico; o, si se quiere, fronterizo. Actores no profesionales,
historias mínimas, retratos al minuto, escaso presupuesto, ningún
disparate, mucho talento.
El medidísimo guión de Iceberg compone un trío de historias que
se alternan, se suceden, se solapan y confluyen a orillas del Tormes, a
su paso por los bordes de Salamanca. Una la protagoniza un crío
solitario, desvalido, abrumado por la desaparición de sus padres en un
accidente de coche. Los restos del desastre aparecen por los suelos
mientras la profundidad del dolor del niño lo lleva a actitudes
alteradas y peligrosas. Otra historia es la que viven dos chavales
marginales –al margen del río y al margen de la sociedad-, que ocupan
una vieja instalación de alquiler de barcas y que se alimentan de lo que
pescan y de lo que afanan. La relación entre los dos y sus propias
existencias sólo se apuntan, se entrevén, enseñándonos quizá una mínima
parte de su carácter. Y el tercer relato lo vive una niña, que se harta
de la disciplina de su colegio, se escapa con un par de amigas y,
convenientemente disfrazada de chica mayor, vive su aventura de
libertad, de pequeñita locura y de desilusión.
Lo
que sabemos de ella, lo que nos muestra, es muy poco comparado con la
hondura y la densidad de su sentimiento, antes y después de la noche en
el río. Otro iceberg, que navega hacia el espectador abrumado por la
potencia poética de las imágenes. Hay más silencios que palabras, pero
la película nos deja oír los sonidos de la vida: el río que fluye en su
ignorancia, el susurro del viento que miente esperanzas imposibles, el
coro lejano de los niños en el colegio, el petardeo canalla de la moto,
el grito airado, el beso, el sollozo. El golpe que lo rompe todo. Y la
risa. (http://www.lapaginadega.es/index2.html)
IDENTIDAD BORRADA
(06.04.19)
Dir.: Joel Edgerton.
Pro.: Joel Edgerton, Steve Golin, Kerry Kohansky-Roberts.
Gui.: Joel Edgerton, Garrard Conley. Int.: Lucas Hedges, Nicole
Kidman, Russell Crowe, Joel Edgerton.
Actor de dilatada carrera, también guionista y
productor, Joel Edgerton debutó como director en 2015 con la muy
estimulante El regalo, un thriller psicológico con muchas
vueltas de tuerca. Y un poco más fantástica que esta nueva historia,
basada en Boy erased –Chico borrado-, la autobiografía de
Garrard Conley en la que cuenta su calvario.
En la película, el protagonista es Jared Eamons, un
universitario hijo de un pastor baptista de estricta moral cristiana
y poseedor de unos valores familiares fuera de toda duda. Cuando
Jared, denunciado por un compañero y abrumado por la imposibilidad
de seguir mintiendo, confiesa su homosexualidad, para el pastor
Eamons se abren las mismísimas puertas del infierno. Lo único que se
le ocurre, aconsejado por otros de su misma condición, es llevar al
joven a un centro de reeducación sexual. Así, como suena.
Que sonaría a extraterrestre si no fuera porque esos
centros, auspiciados por comunidades, sectas y religiones –también
la católica, como conocemos muy bien-, que consideran la
homosexualidad como una anomalía psicológica, como una enfermedad
que se puede curar, funcionan a pleno rendimiento sin que nadie les
ponga freno. Y allí va a parar Jared, impulsado por la tiranía
apostólica de su padre y ante la pasividad de su madre, no muy
convencida pero tampoco rebelde.
En esa especie de prisión-correccional se ofrece a
los internos terapia de grupo –léase lavado intensivo de cerebro-,
mucha oración por su reasignación sexual, vigilancia a todas horas,
bombardeo de estímulos y también algún que otro insulto. Y en los
casos más rebeldes, se puede llegar a las manos. A darle una paliza
al reticente invertido, me refiero.
El escenario es de verdad tétrico y el verismo con el
que está tratado deja al espectador a un paso del espeluzno. Y la
interpretación de Lucas Hedges es sobresaliente, muy bien arropado
por un excelente y aterrador Russell Crowe, la siempre solvente
Nicole Kidman y la intervención del propio Edgerton en toda su
salsa. El problema de la película –los problemas, más bien- consiste
en la estructura de flashback elegida por el Edgerton director, que
resulta caprichosa y, sobre todo, equívoca. La narración salta atrás
y adelante en la mayor parte del metraje y hay momentos en que
escenarios y personajes corren riesgo de confundir.
Y el otro tropiezo reside en la excesiva frialdad
que se ha imprimido al relato, con imágenes desvaídas y con ausencia
de clímax, justamente hasta el epílogo, los minutos quizá de mayor
fuerza y tensión. Seguramente ha sido una opción voluntaria, pero es
una pena porque la denuncia de casos como este es absolutamente
imprescindible; y más en unos momentos en que parece que la sociedad
está tentada de retroceder en derechos y actitudes ya más que
consolidados. Y la película de Joel Edgerton vale, pero sería más
útil si tuviera más fuerza para expandirse y llegar a más público.
No solo al que ya está –estamos- convencido, sino al que pueda
sorprenderse, compadecerse o sentirse avergonzado. Que de todo
habrá.
INFECTADOS
(18.10.09)
Dir.:
Álex y David Pastor
Pro.: Ray Angelic, Anthony Bregman
Gui.: Álex y David Pastor
Int.: Chris Pine, Piper Perabo, Emily VanCamp
Debut
en el largo de los hermanos Pastor, formados en América y Cataluña,
respectivamente. Han realizado cortos, cada uno por su lado y ahora
coinciden, repartiéndose las funciones de guionista y director, en esta
“road movie” –película de carretera-, subgénero suspense –o
“thriller, que es más moderno- apocalíptico.
La carretera es la protagonista, porque el asunto es que cuatro jóvenes
van en su coche camino de la playa. Pero no hay nada de festivo en el
tema: son casi los únicos supervivientes en un mundo asolado por un
virus mortal que ha acabado con la humanidad... o casi. No sabemos las
causas, pero sí que parece que no hay remedio: cualquiera que resulta
infectado muere en pocos días convertido en una masa informe de huesos
y sangre.
Los chicos son dos hermanos –uno bastante más gilipuertas que el
otro, como suele suceder-, la novia del mayor y una amiga del pequeño;
o sea, aproximadamente, dos parejas. Que ya se verá después si están
bien avenidas o no, según los avatares más o menos accidentados –más
bien más- por los que atraviesan en su viaje hacia el mar. Van
siguiendo sus propia reglas, que se contienen en dos: seguir siempre
carreteras secundarias y procurar no
encontrarse con nadie; y en caso de que eso último suceda, disparar el
primero, por si acaso.
Buen oficio de los hermanos Pastor, que se las ingenian para ofrecer
momentos muy interesantes en este cuento terrible, una negrísima metáfora
acerca de la condición humana. Si el guión flojea en algunos detalles,
amparados en la elipsis general de la historia, se les puede perdonar la
trampa por el esforzado e interesante tono alcanzado; igualmente, una
imagen que puede resultar excesivamente impostada –y no muy original-
se acepta como apuesta personal para apoyar el estilo narrativo de la
película que, en resumen, abre un esperanzador crédito a sus autores.
(www.carriersmovie.com)
INFERNO
(15.10.16)
Director: Ron Howard. Intérpretes: Tom Hanks, Felicity Jones, Sidse
Babett Knudsen.
Ron Howard está en el cine desde crío. Actor, productor y director con
cerca de 40 títulos, cuenta con carrera más que consolidada; ha
trabajado más de una vez con Tom Hanks, y en concreto lo ha dirigido en
las tres pelis de la serie basada en los libros de Dan Brown,
protagonizada x el profesor R. L.
Robert Langdon despierta en la cama de un hospital. Está herido y, lo
que es peor, no se acuerda de nada de lo vivido en las últimas horas.
Una figura femenina, unas sombras, un disparo… son retazos de su memoria
en medio de la bruma. De repente, una mujer que parece policía pretende
matarlo, y otra mujer –una atractiva doctora- quiere ayudarlo a escapar.
Y ahí comienza una aventura que lo va a llevar de peligro en peligro de
Florencia a Venecia, por media Europa, y aledaños, guiado –o eso cree
él- por los versos de la Divina Comedia: Paraíso, Purgatorio… e
Infierno, el que prepara un científico trastornado que pretende eliminar
a media humanidad, con el pretexto de que somos muchos.
Tom Hanks se pone por tercera vez, como decía, en la piel del profesor
Langdon y repite el esquema de sus anteriores andanzas: un misterio que
resolver, una trama en la que nada es lo que parece y una tensión
narrativa creciente que culmina en un final apocalíptico pero nunca
cerrado del todo. Esta vez no hay sociedades secretas –bueno, la CIA,
sí- ni cuestiones teológicas, ni siquiera un problema matemático que
llevarse a la boca; el argumento contiene un mero caso policial; eso sí,
tan enredado y tan lleno de pistas falsas, y vueltas y revueltas, que el
espectador tiene que hacer el esfuerzo de tragárselo todo o salirse de
la película. Es como Tom Hanks: para que la cosa funcione, hace lo que
le mandan.
INMADUROS
(01.07.12)
Dir.:
Paolo Genovese
Pro.: Marco Belardi Gui.: Paolo Genovese, Marco
Alessi
Int.: Raoul Bova, Isabelle Adriani, Luca Bizzarri
De Paolo Genovese (Roma, 1966) me gustan mucho
los títulos de sus películas: Incantesimo napoletano, Nessun messagio
in segreteria, Questa notte è ancora nostra y sobre todo Piccole
cose di valore non quantificable… Su carrera, no sé: sólo la última
se ha estrenado comercialmente en España, lo que da idea de la rara
penetración del cine italiano en nuestro país. Inmaduros, eso sí,
ha llegado avalada por un éxito importante: varias nominaciones a los
premios David de Donatello, casi tres millones de espectadores –algo
parecido, salvando las distancias, al caso Intocable francés- y
un reparto con figuras algo más conocidas internacionalmente.
Los Inmaduros en cuestión son un grupo de antiguos compañeros de
instituto. Tienen casi cuarenta años, cada uno ha ido por su camino,
algunos conservan cierta amistad, otros se han perdido la pista. Pero de
repente, algo vuelve a unirlos: se ha descubierto un error grave en los
exámenes finales de su instituto, y su título de secundaria ha quedado
anulado. Tienen que volver a examinarse y revalidarlo, si quieren que
sus respectivas carreras –médico, periodista, ingeniero…- sigan
contando. El “shock” es importante, aunque ninguno lo duda: volverán a
estudiar, volverán a examinarse y conseguirán de nuevo la buenísima nota
con la que se graduaron.
La película se abre con una secuencia-chiste que tratará de marcar el
tono de la narración y servirá para presentar a los protagonistas. Y al
grupo inicial se unirán otros, hasta juntar una media docena de
personajes: hombres y mujeres que, mientras tratan de recuperar sus
conocimientos juveniles, más que oxidados, intentan también retroceder
en el tiempo, en los recuerdos y, lo que es más peligroso, en los
sentimientos.
Ni que decir tiene que el conjunto resulta más bien patético. Desde que
se puso de moda reencontrar a los amiguetes perdidos, quien más quien
menos ha vivido alguna experiencia parecida, con resultados casi siempre
nada halagüeños. El tiempo no perdona; y si perdona, peor aún: Giogio,
Luisa, Piero, Francesca y los demás se dan de bruces con el pasado y,
naturalmente, hay quien no lo puede asumir, quien desearía recuperarlo,
quien se da cuenta de que se equivocó y quien cree que siempre se puede
arreglar. La virtud de esta tropa es que son bastante cercanos y
reconocibles y no tiene uno más remedio que comprenderlos.
Aunque, valga la paradoja, la película y sus personajes funcionan mucho
mejor en la versión original. Un porcentaje muy alto de su comicidad
reside en la entonación, los giros y la expresividad vocal y gestual de
los protagonistas; comicidad que se pierde en el doblaje, que quiere ser
artístico y resulta engolado y falso. Hora es ya de denunciar esta
práctica, que acaba de perpetrar otros dos atentados en los casos de
Ice Age 4 y Don Gato, por razones opuestas pero igualmente
nefastas: los dobladores de una se creen más importantes que la película
y en la otra José Corbacho no sabe ni por dónde se anda.
En claro: que los intérpretes de Inmaduros merecen el esfuerzo de
oírlos en italiano mientras leemos los subtítulos; que, por otro lado,
casi no hacen falta, de bien que se les entiende. En cuanto a la
historia, salvado ese prologuillo que puede desconcertar un poco, va
tomando altura según se definen los caracteres y viven sus peripecias,
de modo que cada trama se va encajando y enredando con las demás, según
la tradición del cine italiano, muy versado en argumentos corales.
Claro, quizá la cosa no sea muy original, y tal vez Genovese se empache
un poquito en la parte final, que puede resultar algo reiterativa y
alargada innecesariamente.
En realidad, son unos cuantos personajes y diferentes historias, que
tienen que abocar a un final común: el temido y necesario examen, cuya
representación, ésta sí, está realizada con toda la gracia y un
estupendo ritmo. Es el momento de saber si esa aspiración se cumple y si
se cumplen también las otras ilusiones, los otros sueños… de juventud o
de madurez por fin asumida. (http://www.sherlockfilms.com/paginas_clasicos/catalogo.php?id=46)
INTERSTELLAR
(09.11.14)
Dir.
Christopher Nolan
Pro.: Christopher Nolan, Lynda Obst, Emma Thomas Gui.: Jonathan y
Christopher Nolan
Int.: Matthew McConaughey, Anne Hathaway, Jessica Chastain
La primera película estrenada
comercialmente de Christopher Nolan fue Memento (2000), un
extraordinario ejercicio de estilo que significó su carta de
presentación por todo lo alto. Después llegaron Imsomnia, El
truco final y Origen, e, intercaladas con ellas, las tres
consagradas a revitalizar y profundizar el mito de Batman. Cine
espectacular, salpicado de momentos brillantísimos y también de imágenes
y conceptos hiperbólicos, metafóricos y surrealistas, no siempre
justificados.
De todo eso tiene Interstellar, una historia firmada a dúo con su
hermano Jonathan, que atraviesa, como su nombre indica, el mapa del
universo y sus rincones; desde este planeta malherido hasta los confines
del espacio y el tiempo, con sus infinitas galaxias llenas de
posibilidades, peligros, atajos y trampas. En un futuro no muy lejano,
la Tierra, en efecto, está al borde del colapso. Los recursos naturales
han disminuido a ritmo creciente y apenas hay ya otra posibilidad que
sembrar maíz y esperar que las continuas e inclementes tormentas de
arena no acaben por arrasarlo todo. Al propio tiempo, la cultura y la
educación han sufrido un severo retroceso, mientras la tecnología se ha
estancado en niveles que ya resultan rudimentarios.
Cooper es un ingeniero que en otro tiempo habría resultado altamente
capacitado, y un piloto excepcional… si hubiera algo que pilotar. Y
también –y principalmente- es padre de dos hijos, cuyo incierto futuro
le preocupa muchísimo: el mayor es un chaval que no podrá ir a la
universidad, y la pequeña es una niña espabilada, intuitiva y cariñosa,
con la que tiene una conexión especial. Y un día, padre e hija
descubrirán el secreto mejor guardado de todo el planeta: los planes del
gobierno para salir al espacio en busca de una solución para la raza
humana.
Aunque ha tardado un tanto en llegar aquí, hasta el momento la historia
funciona perfectamente, en el terreno de la ciencia-ficción apocalíptica
que tanto cunde últimamente. Pero al mismo tiempo que la nave espacial
que lleva a nuestro héroe –no lo he dicho, pero, con gran dolor de su
corazón, Cooper se despide de su familia y se lanza al espacio-, se
dispara también la imaginación de sus creadores. La nave “Endurance”
–nota para el catálogo de nombres rutilantes, al lado del “Halcón
milenario”, la “Nostromo” o la “Enterprise”- se dirige hacia un agujero
de gusano, con ánimo de encontrar el rastro de anteriores exploradores.
El agujero de gusano es un camino hacia la cuarta –o quinta- dimensión,
una especie de atajo que permite comprimir muchísimo el espacio y
atravesarlo rápidamente para aparecer en otro tiempo y otro sitio; lo
que viene siendo el metro de Madrid, pero con escafandra. Y es que lo
siento, pero cuanto más en serio se toma Christopher Nolan, más cómico
me resulta a mí.
Y todavía más cuando el argumento va, por un lado, siguiendo todos los
cánones del más trillado cine de aventuras, mientras por otro se sumerge
–o lo pretende- en muy trascendentales temas, que dinamitan los
principios de la física –cuántica o gravitatoria, que a estas alturas ya
se hace uno un lío- para aterrizar en una propuesta cósmica que enlaza
con una sonrojante sensiblería familiar. Todo ello aderezado con
impactantes imágenes fabricadas en el ordenador, y con una apabullante
banda sonora de Hans Zimmer, que no cesa ni un momento y que en muchas
ocasiones protagoniza más que complementa la película.
Que, por lo demás, sería un estupendo entretenimiento si no fuera tan
larga y tan pretenciosa. No hace falta decir que los intérpretes cumplen
y que Nolan y su numeroso equipo han conseguido una factura técnica de
altísimo nivel; aunque no sé si la película encantará a mucha gente ni
si a estas alturas será capaz de sorprender y emocionar. Desde el
respeto a un trabajo tan multitudinario y tan costoso, tengo que
reconocer que a mí, no: todo me resulta en Interstellar muy poco
original, como ya visto en otras ocasiones y otros maestros. En Ridley
Scott y en Steven Spielberg; y en Kubrick, cuyos ecos resuenan con
frecuencia, desde luego. (http://www.interstellarmovie.com/)
INVICTUS (31.01.10)
Dir.:
Clint Eastwood
Pro.: C.E., Robert Lorenz, Lori McCreary
Gui.: Anthony Peckham
Int.: Morgan Freeman, Matt Damon, Marguerite Wheatley
Nueva
película del maestro Eastwood, que no para; tras los éxitos de El
intercambio y Gran Torino, nos ofrece esta nueva historia cuyo eje central es la
figura de Nelson Mandela; interpretado, cómo no, por Morgan Freeman,
que no tiene que hacer muchos esfuerzos para parecerse al líder
sudafricano. La historia arranca cuando, en 1990, Mandela sale de la cárcel
de Robben Island ante el estupor y la incredulidad de la población
blanca de Sudáfrica. Cuatro años después –elipsis vertiginosa de
Eastwood- Mandela es elegido presidente. Como telón de fondo de la película,
la situación política y social de Sudáfrica: el racismo, la pobreza
de la mayoría negra, los hombres de negocios rubios y sus hijos bien
nutridos, y los niños negros desnutridos, desarrapados y asustados.
Pero luego empieza otra guerra. No es a tiros, sino a patadas, empujones
y balonazos: el rugby, el deporte nacional sudafricano de la minoría
blanca, se convierte en el eje de la narración. Mandela se da cuenta
del poder del deporte sobre las masas y lleva la afición al rugby a
toda la población, primero; se empeña a continuación en que la
selección nacional represente a todos los sudafricanos sin distinción,
y trata, por último, de que los aguerridos –pero ineptos- jugadores
sean capaces de ganar algún partido. Y llega la gran ocasión del
mundial de rugby de 1995, celebrado precisamente en aquel país.
Eastwood se complace en su personaje, retratado con su perfil más
agraciado como estadista convencido del valor del perdón, la
reconciliación y la paz. Y en el rugby, que llena la pantalla de imágenes
tremebundas de tan recio deporte, ambientadas además con una banda
sonora que magnifica patadones y bofetadas con estruendo de cañonazos.
Un estupendo divertimento a la mayor gloria de sus protagonistas
–Mandela, Freeman, Damon-, muy lejos del amargor y la negrura de otras
películas de Eastwood pero siempre con el aroma de su gran cine: clásico,
inteligente, personal. (http://invictusmovie.warnerbros.com;
www.invictus-es.com)
Invisibles (07.03.20)
es la nueva propuesta de Gracia Querejeta. Nueva,
pero aquí no hay nada sorprendente, porque sus protagonistas, Julia,
Elsa y Amelia –las siempre estupendas Adriana Ozores, Emma Suárez y
Nathalie Poza- son tres mujeres que andan por el parque cada mañana,
antes de ir a sus quehaceres. Charlan, se separan, vuelven a reunirse,
se cuentan sus afanes, sus disgustos, sus ilusiones. Las conocemos bien,
son vecinas nuestras, pasan a nuestro lado y, efectivamente, es posible
que ni las veamos.
Porque ya tienen cincuenta años, porque no son objeto de deseo, porque
respiran frustración y desamparo, dicen Querejeta y su guionista Antonio
Mercero. Es posible; pero la película –con ser la más convencional y la
menos interesante de las tres*- es otro aldabonazo en la misma coraza de
esta sociedad todavía tan machista y tan insolidaria. Lo que cuenta es
más que sabido, pero riene razón: a cualquier edad ni con cualquier
condición, las mujeres no pueden ser invisibles. Ni los hombres; aquí
estamos todos, juntos e iguales.
*Ref. La camarista, La candidata perfecta.
IRON MAN
(04.05.08)
Dir.: Jon Favreau
Pro.: Avi Arad, Kevin Feige Gui.:
Mark Fergus, Hawk Ostby
Int.: Robert Downey Jr., Gwyneth Paltrow, Jeff Bridges
¿Qué clase
de película es esta? Pues no sé muy bien... Es un tebeo más, el
primero del año –luego vienen La Masa 2, Hellboy
2 y otro Batman, no sé qué
número hace- y el primero también en el que la Marvel, esa factoría
del cómic, se ha pasado a la producción. El encargado de poner en
imagen “real” –es un decir- el personaje creado por Stan Lee y
Jack Kirby es el neoyorkino Jon Favreau, hasta ahora actor y realizador
de televisión, principalmente, aunque también fue el responsable de Elf,
con el indescriptible Will Ferrell de protagonista.
Si me dicen que este Iron Man
es sólo el primero de una serie, me quedo más tranquilo; no me lo han
dicho, pero seguramente será así, a poco que funcione el invento. Y
entonces tendrá algo más de sentido el argumento, que se centra casi
exclusivamente en contar la vida previa del protagonista. Tony Stark
tiene las facciones de Robert Downey Jr., y esto es
un acierto, porque cualquier película con él dentro es siempre
mejor. El tal Stark es un multimillonario, dueño, entre otras minucias,
de la más importante industria armamentística del planeta.
Es un poquito cínico y bastante juerguista, pero también hombre de muy
recto espíritu, que sólo trata de hacer el bien y proteger a su país
de las acechanzas del maligno, léase los terroristas islamistas, que
son ahora, naturalmente, el enemigo a batir. Pero su vida cambia –y
está a punto incluso de acabar prematuramente- cuando él mismo, que
estaba dando una gira promocional de sus últimos artefactos, cae en
manos de un tal Abu Bakaar y sus secuaces, que pretenden, nada menos,
volver el mortífero efecto de las armas de Stark contra los propios
americanos. Y claro, nuestro hombre se da cuenta de que... ¿hay que
acabar con la carrera armamentística? Ni mucho menos: Hay que crear el
arma perfecta, definitiva y, a ser posible, que no pueda caer fuera de
control; y para conseguirlo, hay que estar siempre pegado a ella, y si
puede ser dentro, mejor. El hombre no es el jefe de todo por casualidad;
es que es un manitas de la chatarra, la pirotécnica, la robótica y la
bio-electrónica, más o menos por ese orden. Así es que se encierra en
su estudio-laboratorio y se pone a trabajar.
En todo este proceso, bastante plano –con la excepción de la
escaramuza en la cueva-mazmorra-, se consumen tres cuartas partes de la
película. Pero hay que tener paciencia, porque al final viene lo bueno:
la acción se acelera bastante con la presencia del hombre de hierro, un
Tony Stark absolutamente forrado de chapa, armas de todos los calibres,
que lo mismo escupen fuego que disparan misiles, y mecanismos que le
permiten volar y soportar trastazos descomunales: es Iron
Man en “persona”.
Y ya a toda velocidad, la película-tebeo se convierte en un ejemplo más
del “circomatógrafo” digital acostumbrado, con toda la cacharrería
al uso: la animación digital sustituye a la cámara y los actores, que
hasta hace poco eran parte casi, casi imprescindible en esa cosa que
llamábamos cine. Sigue, sí, la pantalla, y los espectadores, aunque
por este camino no van a durar mucho: se quedarán en casa, viendo el
espectáculo en sus plasmas gigantes o, mejor, en sus pequeñas consolas
–mucho más divertido si el Iron Man de turno puedes ser tú mismo con tus deditos-, sin tener
que pasar por taquilla, con lo cara que se ha vuelto la aventura.
Bueno, pues que Iron Man, aun
sin tener nada que ver con el cine, se aguanta un rato, por lo menos por
la parte humana del asunto: Downey, Gwyneth Paltrow –que se distancia
humorísticamente de su personaje- y Jeff Bridges –que, por el
contrario, asume entusiásticamente el suyo- ponen medio fundamento a
esta historia que, ya decía, queda rara: poco cómic –concentrado,
eso sí- para que satisfaga a los seguidores del personaje, y escasa
trama en torno a los protagonistas, que parece que piden mayor
complicidad e implicación. Seguramente en las siguientes películas
todo quedará más explicado e igual de bonito. (www.sonypicturesreleasing.es/sites/ironman/)
IRON MAN 2 (02.05.10)
Dir.: Jon Favreau
Pro.: Kevin Feige, Jeremy Latcham, Victoria Alonso
Gui.: Justin Theroux
Int.: Robert Downey Jr., Mickey Rourke, Gwyneth Paltrow, Don Cheadle,
Scarlett Johansson, Sam Rockwell
Segunda
entrega de las aventuras de Iron
Man, dirgida como la primera, hace dos años, por Jon Favreau –el
de Elf y Zathura-, pero con guionista nuevo: aquélla fue escrita por un
equipo encabezado por Mark Fergus, mientras que ahora el responsable es
Justin Theroux –guionista de Tropic
thunder-; el cambio, creo yo, no le ha sentado bien al personaje.
Iron
Man era
una estupenda adaptación del tebeo de Stan Lee y colegas de la Marvel y
contaba, de manera entretenida, el origen y las primeras andanzas
del hombre de la armadura invulnerable, el millonario Tony Stark. El éxito
de la película hacía presagiar esta segunda parte, y aún posiblemente
una tercera. Que no hacen ninguna falta, pero el “business” es el
“business”.
Sucede que el misterio mejor guardado de los superhéroes suele ser su
identidad secreta. Pero
Tony Stark ha revelado a todo el mundo que quien se oculta bajo la
armadura de “Iron Man” es él; y mientras la gente lo adora, crecen
sus problemas: sufre importantes presiones por parte del gobierno y de
los medios de comunicación para que comparta sus inventos y ponga sus
poderes al servicio del bien, y de repente, en mitad del gran premio de
Mónaco de automovilismo, nada menos, aparece una figura casi satánica,
terroríficamente perversa y dotada de unos poderes muy parecidos a los
suyos.
Entonces, todo el mundo parece muy decepcionado; no porque al bueno de
“Iron Man” el acontecimiento casi le cuesta la vida, sino porque
resulta que su armadura no es, como parecía, un modelo único e
intransferible. Esto,
que parece una tontería, realmente lo es. La gente, el ejército, los
medios –sobre todo los medios, la televisión, que ya se sabe cómo
funciona- se ponen de repente en contra del hombre de hierro. Y el que más
en contra está es el turbio magnate rival de Stark, el desaprensivo
Justin Hammer, que se alía con el malvado ingeniero –ruso, por
supuesto- Ivan Vanko, alias “Latigazo”, para acabar con Stark, con
sus negocios y con medio planeta si se pone por delante. También están
por ahí la guapa agente Nastasha Romanoff –conocida como Natalie
Rushman cuando va de incógnito- y su jefe, un tal Nick Fury, que también
le ponen los puntos a “Iron Man”.
Que no vive para disgustos, hasta que se mete a trabajar en su
laboratorio, él solito, dispuesto a inventar lo inventable para sacar
adelante la película, digo la historia. ¿Qué se ha enredado bastante
y que tiene momentos en los que no se sabe bien qué pasa ni, lo que es
casi peor, dónde pasa? Yo creo que sí, pero seguramente no importa;
para eso esto es un tebeo y vale cualquier cosa.
El problema es que la escusa del personaje y su origen no es suficiente
para crear un producto tan sumamente plano, tan previsible, tan aburrido
y tan infantil. Ya ni siquiera funciona el principio del “circomatógrafo”
del más difícil todavía: todas las piruetas del protagonista y sus
colegas, todas las peleas, las explosiones, las imágenes
pretendidamente espectaculares las hemos visto ya miles de veces…
excepto la secuencia en la que Scarlett Johansson, embutida en cuero
negro, se lía a mamporros a cual más acrobático con una partida de
rufianes; eso es nuevo.
Scarlett y los demás, empezando por Robert Downey Jr., hacen lo que
pueden pero la verdad es que todos acaban bastante pasados de rosca;
sobre todo los malutos Sam Rockwell y Mickey Rourke, que resultan
cansinos de tan exagerados. Jon Favreau ha apostado por el exceso y,
desde luego, lo ha conseguido: mucha acción, mucho ruido, mucho efecto
digital… pero poco cine: apenas unos chispazos entre tanta barahunda
agotadora. Por eso, el mejor resumen del espectáculo está en el mismo
guión, cuando el personaje de Gwyneth Paltrow le dice a “Iron Man”
en los momentos finales de la película: “Ya no lo soporto más”. Pues
eso. (http://ironmanmovie.marvel.com/intl/es/)
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