Por Larry D'Abutti
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HABITACIÓN EN ROMA (09.05.10)
Dir.: Julio
Medem
Pro.: Álvaro Longoria Gui.:
Julio Medem
Int.: Elena Anaya, Natasha Yarovenko, Enrico lo Verso
Julio
Medem es uno de nuestros directores más singulares, atrevidos y poéticos.
Su obra, cortometrajes y documentales aparte, comprende títulos como Vacas,
La ardilla roja, Tierra, Los amantes del círculo polar, Lucía y el
sexo y Caótica Ana. El
vapuleo que sufrió por esta última lo dejó muy tocado, pero se ha ido
espabilando preparando su macroproyecto sobre Aspasia de Atenas. Y entre
tanto, le llegó la propuesta del productor Álvaro Longoria para hacer
una revisión de En la cama,
la película del chileno Matías Bize.
No la ha hecho, sino que, partiendo de esa base, ha realizado un film
completamente diferente, que lleva su sello y que, nuevamente, lo pone
en el auténtico filo de la navaja. Medem se arriesga y sin miedo al ridículo
ni a la incomprensión construye esta historia mínima –dos mujeres
entre cuatro paredes- que es un monumento al erotismo pero también un
canto al amor, a la fuerza de los sentimientos y a la complicidad
femenina: dos mujeres jóvenes pasan la noche en la habitación de un
hotel romano. Alba es española; Natasha –o Dasha, o Sasha…- es
rusa. La española está en Roma
asistiendo a una feria industrial; la rusa, en viaje de turismo pagado
por su novio, que la espera para casarse en cuanto vuelva. Se han
conocido en un bar, han bebido juntas, han sentido una mutua atracción.
Alba propone a Natasha seguir bebiendo en su hotel; la rusa, fascinada,
sin saber por qué, acepta. Al día siguiente cada una partirá con
rumbo a esquinas opuestas del mapa: Alba a España, Natasha a Moscú;
pero esta noche acaba de empezar y ambas viven horas de charla, vino y
sexo; de palabras sinceras o equívocas; de recuerdos, invenciones y
deseos quizá imposibles; de amor, dolor y miedo, de placer extenuante,
pero sin culpa ni vergüenza.
El desnudo de los cuerpos, la intimidad física absoluta, la entrega, se
corresponde progresivamente con la oferta, la desnudez también del
alma, de los sentimientos. En realidad, no es tarea tan fácil: Alba
titubea, inventa una historia que rodea su identidad, le duele
descubrirse, hasta que al final cede. Natasha juega con una doble
personalidad –dos nombres, tres…- con un pasado que se enturbia, con
un futuro que presiente que no será el esperado. Poco a poco, mientras
el placer arrasa sus cuerpos, ambas van acercando sus vidas, explicándose,
mientras la noche se consume, y Alba se ha enamorado, y Natasha no, y
cuando amanezca todo será blanco, y dolor, y distinto.
Medem ha encerrado a sus protagonistas en un espacio de pocos metros, un
escenario simbólicamente hermético –aunque haya puertas y balcones-,
que rompe el universo habitual de su cine: los territorios abiertos,
insondables, inabarcables de Tierra,
Los amantes, Lucía...; hasta su Ana,
tan caótica, los transita. Claro que en esos espacios ilimitados, sus
protagonistas exploran el suyo propio, cerrado, impenetrable al
principio, descubierto más tarde. Como estas jóvenes que viven su
noche de pasión en un escenario que puede ser -¿por qué no?- una
habitación de hotel en Roma; en este sentido, son dos personajes
perfectamente coherentes con el resto de su obra.
Ésta tiene también la impronta visual del autor: en el estupendo trávelin
que presenta a las actrices y las recoge en la habitación, en los
elementos irreales que inserta, en la inclusión de las historias que
viven en los cuadros de la habitación, en el mimo, en fin, con que
retrata cada rincón de la piel de sus protagonistas. Gracias, también,
a la bellísima fotografía que ilumina los cuerpos desnudos de las dos
jóvenes, a la música envolvente de Jocelyn Pook y Russian Red… y
sobre todo a la interpretación de Elena Anaya y Natasha Yarovenko. Las
dos, y sobre todo la española, que lleva el peso de la iniciativa, están
sensacionales: entregadas, creíbles y precisas, constituyen el elemento
crucial de un todo que se conjunta a la perfección en esta magistral
muestra de cine moderno, llena de sensualidad, romanticismo y poesía. (www.
juliomedem.org/habitacionenroma)
HÁBLAME DE LA LLUVIA
(01.03.09)
Dir.:
Agnés Jaoui
Pro.: Jean-Philippe Andraca, Christian Bérard Gui.:
A. Jaoui, Jean-Pierre
Bacri
Int.:
Jean-Pierre Bacri, Jamel Debbouze, Agnés Jaoui
Agnés
Jaoui –francesa, mucho menos conocida en España que en su país y en
Europa-, lleva 20 películas como actriz y 7 como guionista, entre ellas Smoking/No
smoking y On connaît la
chanson, del maestro Alain Resnais y las tres que ha dirigido: Para
todos los gustos (2000), Como
una imagen (2004) y ésta. Su carrera ha sido ya reconocida con el
premio en Cannes a su guión de Como
una imagen, además de los Cesar del cine francés a Para
todos los gustos y a sus películas con Resnais.
Está casada con Jean-Pierre Bacri y ambos suelen escribir conjuntamente
los guiones de sus películas y, a veces, las protagonizan. También en
este caso, que relata unos días en la vida de Agathe Villanova, una
mujer de éxito, intelectual y feminista, que ha decidido dedicarse a la
política. Está dando sus primeros pasos y sus primeros mítines, y está
muy preocupada por este inicio de su nueva carrera. Su relación
sentimental no marcha demasiado bien y ahora tiene que regresar a su
pueblo, en el sur de Francia, para arreglar todos los asuntos que quedan
pendientes tras la muerte de su madre, un año atrás.
Allí está su hermana Florence, en la que fue la casa familiar y en la
que sólo quedan recuerdos y la presencia, que parece eterna, de
Mimouna, la criada argelina de toda la vida. A Agathe no le gusta nada
de aquello; seguramente, ni su misma hermana. Pero piensa sacar partido
electoral de su visita, haciendo campaña por la región en los días
que dure su estancia. Agathe es una mujer fuerte, que traza sus planes
con seguridad y que no duda en suprimir los obstáculos que se le puedan
presentar; de hecho, coloca sin dudar sus objetivos por encima de sus
sentimientos y sus propias necesidades. Pero comete la imprudencia de
acceder a la solicitud de Michel y de Karim: grave error.
Michel Ronsard es director de cine –por lo menos, eso dice él-, y es
amigo de Karim, el hijo de la criada. A través de ambos, Michel
convence a Agathe para rodar un documental sobre ella, inicio de la que
deberá ser una exitosa serie acerca de “mujeres triunfadoras”. A
ella, para qué negarlo, le halaga la propuesta, y además parece ser
algo muy fácil, tan sólo una ronda de entrevistas, en los lugares
cercanos a la casa, y sin más compromiso que responder a algunas
preguntas nada difíciles y de paso definirse y contar algo de su vida
de éxito.
Bien es sabido que cuando un inútil se junta a otro inútil el
resultado no son dos inútiles sino una multiplicación de inutilidades.
Agathe empieza a sufrir un aluvión de incomodidades provocado por los
dos cineastas terribles: no se entienden entre ellos, se les olvida el
guión, la batería de la cámara
o la cámara misma... Se retrasan o se equivocan de cita, se extravían,
llueve, se les hace de noche... Por su culpa, Agathe pierde un mitin y
gana una otitis de campeonato, y en vez de recibir los aplausos de sus
seguidores se lleva una bronca descomunal de un agricultor
enfurecido. Una delicia.
Naturalmente, el ocurrente guión de Jaoui y Bacri no es unidimensional:
hay más historia y más intención. Junto a la protagonista y sus dos
torturadores se desenvuelven los personajes de su entorno, que permiten
dibujar un completo retrato familiar y profesional. Sabemos más de
Agathe, pero sabemos, sobre todo, mucho más de la vida de Michel
–personificado en el propio Bacri-, permanentemente al borde del
desastre, y de Karim y su circunstancia: interpretado por Jamel Debbouze
–el frutero manco de Amélie-,
el joven y confiado amigo de Michel vive entre su mujer y su compañera,
entre sus raíces y su futuro, un obstinado optimista que no quiere ver
que no tiene razones para serlo.
También están los demás: las tres mujeres que rodean a Karim, la
hermana y el novio –más o menos- de Agathe, los hijos, los amigos,
los compañeros... Un universo limitado aparentemente pero con un
potente valor representativo; sobre todo, por la cercanía y la
veracidad de sus elementos: el mayor valor de las películas de Agnés
Jaoui. ¿Comedias...? Sí, pero humanas. (www.parlezmoidelapluie-lefilm.com)
HA NACIDO UNA ESTRELLA
(06.10.18)
Dir.: Bradley Cooper. Pro.: Bradley Cooper, Bill
Gerber, Todd Phillips. Gui.: Eric Roth, Bradley Cooper. Int.:
Bradley Cooper, Lady Gaga, Sam Elliott.
Bradley Cooper es una megaestrella, con tres nominaciones al Oscar y
una carrera verdaderamente brillante como actor y también productor.
Ahora ha dado un paso más y ha debutado en la dirección; y no con
cualquier título: Ha nacido una estrella. En realidad, es la
cuarta vez que esta historia se lleva a la pantalla –sin contar las
innumerables ocasiones en que hemos visto un argumento con un
pretexto similar- y ha tenido protagonistas como Janet Gaynor, Judy
Garland, James Mason, Barbra Streisand… y ahora Lady Gaga y el
propio Cooper.
Para bien o para mal, él es el absoluto responsable del resultado
final: protagoniza, dirige y produce la película. Y ha intervenido
en el guion, bien es verdad que haciendo tándem con el muy solvente
Eric Roth –Forrest Gump, Munich, El curioso caso de
Benjamin Button…- para dar mayor consistencia al relato. Que se
desarrolla como está previsto: Jackson Maine es un cantante de éxito
mundial y está en la cúspide de su carrera, a pesar de sus variadas
y peligrosas adicciones.
Un
día, por casualidad, conoce a Ally, una joven con una voz portentosa
pero que ni sueña con una carrera musical. Y Jack se empeña en
ayudarla, la incluye en sus conciertos y cantan juntos sus
canciones. Como era de esperar, Ally despega como un meteoro, a la
sombra de Jack al principio y lanzada luego por Rez, un avispado
representante que conoce la industria y domina sus resortes. Y
mientras, Maine va cuesta abajo y –casi- sin frenos
Vaya por delante que el dúo musical funciona perfectamente; no solo
en el argumento sino en la realidad de la pantalla. Lady Gaga canta
de manera portentosa y Bradley Cooper ha trabajado lo suyo para no
quedarse atrás. Él compone un personaje de una pieza, sin fisuras y
totalmente convincente; y ella aporta la mejor arma que Cooper ha
podido pedirle: una desarmante naturalidad física, que se vuelve
fuego delante del micrófono y el piano.
Paralelamente al doble juego de ascenso y caída de los personajes se
desarrolla su historia de amor. Comienza con la mutua fascinación,
crece con el trabajo en común y la enorme creatividad de ambos, y se
tambalea y parece quebrarse cuando las carreras divergen hacia lo
que suponen destinos opuestos. Pero la verdad es que ese amor es
mucho más fuerte de lo que parece, e incluso de lo que parecen
querer decir algunas canciones. Compuestas por los protagonistas
exprofeso para la película; hay que decir que la banda sonora que
completan es espectacular y, naturalmente, suenan sin descanso a lo
largo de todo el metraje.
El
problema de esta Ha nacido una estrella no es ese, por
supuesto. La cuestión es por qué la película se empantana en cierto
momento y toda la parte final adolece, a pesar de su dramatismo, de
cierta falta de tensión, de pérdida de interés. O a lo mejor es que
los primeros momentos son tan brillantes, tan sorprendentes, que no
se ha podido mantener esa misma intensidad.
En
cualquier caso, con ese regusto agridulce, y sin tratar de competir
con las otras versiones anteriores, hay que reconocerle a Bradley
Cooper el valor de enfrentarse a esos clásicos, de construir un
producto de riesgo y de apostar por su propia capacidad y la de Lady
Gaga en su primer papel de auténtica protagonista, que resuelve de
manera sobresaliente.
HANDIA
(21.10.17)
Dir.: Jon Garaño, Aitor Arregi. Pro.: Xabier Berzosa, Iñaki Gómez.
Gui.: Jon Garaño, Aitor Arregi, Jose Mari Goenaga, Andoni de Carlos.
Int.: Eneko Sagardoy, Joseba Usabiaga, Ramón Agirre.
Hace un par de años, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga sorprendieron y
llevaron a la cima al cine vasco con Loreak, un magnífico y
enternecedor poema visual con un guion firmado por Garaño y Aitor
Arregi. Y ahora estos últimos llevan a la pantalla una historia muy
diferente de aquella pero de parecida calidad y emoción. La
protagonizan dos hermanos de Altzo (Guipúzcoa), Joaquín y Martín
Eleizegi Arteaga –personajes reales-, que vivieron en la primera
mitad del siglo XIX.
Martín, el mayor, se ve obligado a participar en la guerra carlista.
Derrotado y herido, cinco años después de su marcha vuelve al
pueblo. Y se encuentra con que su hermano Joaquín ha crecido
desmesuradamente y se ha convertido en un gigantón de 2.20 metros… y
sigue creciendo. La situación del País Vasco rural no es nada
boyante; Martín no puede trabajar y la familia está abocada a la
ruina.
Entonces aparece Arzadun, un marchante que se ofrece a exhibir a
Joaquín como un fenómeno de feria. Y efectivamente, lo pasea por
toda España, y por media Europa_después, con un importante éxito de
público y, por supuesto, económico.
El
lisiado Martín y el gigante Joaquín –el llamado gigante de Altzo-
son las dos caras de una realidad deforme, en la que lo grotesco se
abre paso en una sociedad atónita pero cambiante, entre unas gentes
que, a un paso de la modernidad, pugnan por salir de la ignorancia,
la superstición y el chismorreo.
En
Handia, el mito, la leyenda, la fascinación y el rechazo a lo
diferente se muestran en oposición a la cruda realidad, a la vida
cotidiana y a los sueños y esperanzas de la gente corriente. Y la
cámara de Arregi y Garaño retrata un paisaje con figuras lleno de
verdad, sin concesiones al sentimentalismo pero sin eludir ni la
tragedia ni el humor.
Es un relato lleno de contrastes, un aguafuerte de
pincel fino, una obra emocionante, inteligente y dotada de una
enorme capacidad poética. Un cine distinto y valiente, reconocido
con el Premio Especial del Jurado en San Sebastián y que apunta a lo
más alto, como lo que es: un gran cine.
HANNA
(12.06.11)
Dir.:
Joe Wright
Pro.: Marty Adelstein, Leslie Holleran, Scott Nemes
Gui.: Seth Lochhead, David Farr
Int.: Saoirse Ronan, Eric Bana, Cate Blanchett
Aún
no tiene 40 años, pero Joe Wright se cuenta ya entre los más
interesantes directores británicos de la nueva hornada. Tras su paso
por televisión, debutó en el cine en 2005 con una versión muy
atractiva de Orgullo y prejuicio –la que protagonizó Keira Knightley-; después
hizo Expiación (2007) y la
relativamente fallida El solista
(2009). A la luz de lo visto, el cine de Wright adolece de una cierta
tendencia al exceso, bien argumental, bien sentimental; aunque ello
redunda en un evidente rasgo de autoría y en un sello personal nada
desdeñable. En Expiación,
precisamente, Joe Wright descubrió a Saoirse Ronan cuando
tenía doce años; cuatro más tarde vuelven a encontrarse y la chica ya
no es aquella niña –poco inocente, es verdad-, sino una jovencita
dotada de la fuerza de un terremoto; en la pantalla, me refiero: Hanna
ha sido criada por su padre entre las nieves perpetuas de la tundra
polar, sin otra compañía humana y sin más instrucción que cuatro
nociones elementales y, eso sí, el manejo de toda clase de armas. Es
una infalible cazadora, tiene la fuerza de un luchador profesional y
dispara con la destreza del mejor soldado; se ha convertido, aunque ella
aún no lo sabe, en un invencible instrumento para una venganza
aplazada.
En un preciso momento, su vida cambiará radicalmente: Hanna toma la
decisión que hace saltar todas las alarmas; una opaca organización se
va a poner en movimiento y toda su habilidad y su experiencia se verán
puestas a prueba cuando se vea atacada y perseguida por los sicarios de
la malvada Marissa Wiegler, que tratarán de descubrir su secreto y
eliminarla luego. De cazadora pasará a convertirse en prisionera y en
vez de ir sigilosa tras su pieza, habrá de correr sin descanso para
mantenerse a salvo.
Nuevamente,
la capacidad de empatía de Wright con el espectador se pone a prueba:
la acción es trepidante, pero tan extraordinaria que roza la fantasía
y en muchos momentos parece caer en un mundo onírico, con toques
surrealistas que se dirían sacados de Twin
Peaks; hay que hacer el esfuerzo de dejarse atrapar por la peripecia
de la protagonista, por el ritmo incesante y por la desbordante banda
sonora de The Chemical Brothers –que eso Wright lo hace muy bien,
recordemos el inicio de Expiación, con la música de Dario Marianelli integrada en la
imagen-; entonces el apabullante espectáculo visual se despliega en
todo su poderío. Y
vemos, entre el suspense violento y la sonrisa cómplice, como Hanna, en
un viaje desesperado que la lleva a atravesar medio continente, desde
del norte de África hasta Berlín, afrontará peligros mortales,
recorrerá paisajes de pesadilla –como una auténtica Alicia
en el país de las… calamidades- y vivirá momentos de duda y
dolor. Su padre y sus amigos, la cruel Melissa y sus hombres, la irán
desvelando poco a poco –y con ella al espectador- las claves de su
pasado desconocido y su azaroso presente; el futuro, entre unos y otros,
se presenta bastante negro para la chica.
Eric Bana
explica con dos gestos y cuatro palabras su personaje; no le hace falta más. Cate
Blanchett compone una perversa de tebeo, cerca de la estética pop, y da
verdadero miedo; sobre todo cuando se pone cariñosa: como debe ser. Tom
Hollander lleva al extremo su composición de asesino profesional
homosexual, tan incansable como hortera; supongo que con el beneplácito
de todos. Y Saoirse Ronan –acostumbrada ya a papeles de mucho
sufrimiento, pese a su juventud-, está sensacional. Corre como la Lola
de Tykwer, se escapa como Bourne, cree soñar como la Alicia de Burton y
las reúne a todas y las supera enfrentándose al objetivo con una
frescura y una fotogenia que desarman. Sin
ella no habría película; y tampoco, claro, sin la fuerza y el estilo
de Joe Wright, que orquesta esta representación que tiene del musical,
del “horror-show”, del suspense y de la comedia feroz: un cóctel
sabiamente mezclado con gusto a cine verdadero. (http://hannathemovie.com)
HANSEL Y
GRETEL: CAZADORES DE BRUJAS
(03.03.13)
Dir.:
Tommy Wirkola
Pro.: Will Ferrell, Chris Henchy Gui.: Tommy Wirkola
Int.: Jeremy Renner, Gemma Arterton, Famke Janssen
El noruego Tommy
Wirkola es un director, guionista, productor y actor ocasional, que ha
dado el salto a Hollywood en su cuarta película. La segunda fue esa
inclasificable Zombis nazis (2009); y aquí “inclasificable”
quiere decir que mejor no intentar definirla, por la propia salud
mental. Pero se conoce que su sentido de la acción y su facilidad para
provocar la risa nerviosa han llamado poderosamente la atención de los
productores y le han encargado poner al día –es un decir- esta
historieta.
Ya se sabe que una
de las tramas que en la actualidad nutren con frecuencia al cine
americano son los cuentos infantiles. Primero vino Caperucita, después
Blancanieves –por partida doble- y mientras esperamos a la Cenicienta,
llegan los dos hermanos perdidos en el bosque: Hansel y Gretel que, ya
creciditos, se han convertido en unos avezados cazabrujas; seguramente,
para vengarse de la que les dio aquel terrible susto en su infancia. De
hecho, la película empieza con el dramático momento en que los padres de
los niños deciden abandonarlos a su suerte en mitad de la foresta; con
nocturnidad y, probablemente, alevosía.
Porque, de entrada,
no se nos explican los motivos. Quizá la pobreza, quizá el padre ha sido
víctima de un ERE fulminante y no pueden alimentar dos bocas exigentes,
tal vez es por el bien de las criaturas, para que aprendan a buscarse la
vida… No lo sabemos. El caso es que los dos hermanos vagan por la
espesura hasta que encuentran una adorable casita toda hecha de
caramelos y lacasitos de mil colores. Por desgracia, la casa es una
trampa y caen en manos de una malvada bruja, que los infla a golosinas
con la malsana intención de zampárselos; pero se ve que Hansel y Gretel,
ya desde pequeños, eran de armas tomar, porque consiguen escapar y es la
vieja arpía la que termina en el asador.
Ahora ya son mayores y se parecen un poco a Jeremy Renner –un actor de
moda, especialista en cintas de acción- y Gemma Arterton –que ha sido
“chica Bond” y princesa del desierto, se la ve preparada-. Se han
especializado en eliminar brujas de la faz de la tierra y la verdad es
que están ganando una fortuna; toda en B, además, porque no admiten
factura. Eso sí, corren serios riesgos porque a veces tienen que
enfrentarse a seres malignos muy poderosos. Como ahora, que siguen el
rastro de la siniestra Muriel, un hada negra tan guapa como Famke
Janssen, en estado de reposo, pero horrible como una pesadilla con
Cristóbal Montoro cuando entra en acción.
Todo es escandalosamente anacrónico en este argumento, que puede
resultar divertido a fuerza de exagerado. Hay un momento triunfal,
cuando Hansel confiesa que padece la “enfermedad del azúcar” por culpa
de las abundantes golosinas que la bruja le hizo comer, y debe
inyectarse una “sustancia” milagrosa que le devuelve las fuerzas.
También es gloria bendita el arsenal que manejan los hermanitos:
disparan sin recato ballestas de repetición, fantásticas pistolas
capaces de agujerear a un ogro, y hasta ametralladoras de carga
interminable cuando la abundancia de enemigos lo requiere.
Por último, se nos ofrece un final abierto, por si cae la posibilidad de
una secuela –en su acepción correcta: consecuencia o trastorno que
resulta tras una enfermedad o traumatismo- de parecida calidad; peor no
va a ser. Y además obtenemos una explicación del abandono infantil,
para que quede más correctito: no es por la situación económica, ni el
padre fue víctima de despido improcedente ni diferido mediante
simulación… Es por una causa materno-filial muy respetable pero que no
voy a revelar, por si todavía queda alguien con ganas de ir a ver la
película.
Que todo puede suceder, aunque no está muy claro cuál es el público
objetivo de este producto, y ni siquiera se sabe muy bien a qué
intención obedece tan desafortunada e hiperviolenta versión del relato
infantil. Ni siquiera parecen saberlo sus protagonistas, exhaustos de
tanto correr, y hartos –ellos y sus dobles- de recibir una paliza tras
otra. Y las que les quedan. (http://www.hanselandgretelmovie.com/)
HERMOSA
JUVENTUD
(01.06.14)
Dir.
Jaime Rosales
Pro.: Jaime Rosales,
José Mª Morales, Jérôme Dopffer Gui.:
Jaime Rosales,
Enric Rufas
Int.: Ingrid García-Jonsson,
Carlos Rodríguez, Inma Nieto
Las películas de
Jaime Rosales –Las horas del día, La soledad, Tiro en la cabeza y
Sueño y silencio- son cualquier cosa menos convencionales.
Originales, diferentes, polémicas… y frías: Rosales filma desde el
hielo. Un asesino críptico y absurdo, una madre arrasada por el dolor
–en la famosa pantalla partida de La soledad-, un terrorista en
la lejanía, un hombre sin recuerdos… esos son sus protagonistas, tomados
siempre desde la distancia, con un objetivo de documentalista que
retrata sin concesiones y sin tomar partido; ni ama ni odia a sus
personajes, sean víctimas o verdugos, les ronde la muerte
–frecuentemente- o la salvación.
Dice Rosales que Hermosa juventud es la menos personal de sus
películas. Será porque esta vez se ha olvidado de riesgos más o menos
experimentales –de formato, de color, de punto de vista- y ha
desarrollado una narración prácticamente lineal, más cerca del relato
tradicional de personajes corrientes y situaciones cotidianas. Salvo en
un par de momentos, en que resuelve el paso del tiempo mediante un
montaje acelerado de fotos, mensajes de móviles e imágenes de chats; y
sin prescindir, por supuesto, de su dominio de la elipsis, del encuadre
expresionista y del espacio fuera de campo. En Hermosa juventud,
como en sus anteriores obras, todo es cine todo el rato.
Natalia y Carlos son dos jóvenes de ahora mismo, como otros miles con
los que nos cruzamos por la calle o en la escalera de nuestra propia
casa. Veinte y veintidós años, sin trabajo, sin haber terminado sus
estudios y con más dudas que certezas, con muchos más problemas que
esperanzas. Natalia vive con su madre y sus dos hermanos, un chavalote
que aun va –poco- al instituto y una niña pequeña, que tuvieron sus
padres poco antes de separarse. El padre no es más que una sombra
fugitiva y la madre apenas un paño de lágrimas confundido y angustiado.
Del padre de Carlos tampoco se sabe nada, y el chico vive con su madre,
una mujer enferma de obesidad y desesperación.
Este es el presente. El futuro aparece aun más negro. Natalia se harta
de dejar solicitudes de trabajo allí donde se las admiten, sin ninguna
posibilidad real; Carlos hace de vez en cuando una chapuza a cargo de
algún conocido y a razón de diez euros por día de tajo. Y si por
casualidad aparece en el horizonte algún atisbo de mejora, la suerte
–mejor valdría decir la justicia- les vuelve la espalda: cuando los
jóvenes esperan una compensación económica medianamente interesante por
un turbio asunto en el que se han visto involucrados, nuevamente quedan
defraudados. Quizá este momento colme el vaso de la desilusión; y
también posiblemente esta historia esté metida con calzador en el relato
general: un inciso violento, con un remate gratuito y confuso, que está
a punto de distraer al espectador. Pasa pronto, pero deja mal sabor de
boca; y tampoco contribuye a que podamos empatizar con la pareja
protagonista.
Claro que, una vez más, no es eso lo que pretende Rosales: su punto de
vista sigue siendo frío y distante… aunque absolutamente certero:
Natalia y Carlos –y sus familias y sus amigos- son personajes
verdaderos, hijos de la España de hoy, víctimas de la crisis provocada y
mantenida por desalmados que contaminan y ahogan sus vidas. Carlos y
Natalia son jóvenes, con ganas de vivir. Son pobres porque les ha tocado
la peor parte de esta sociedad insolidaria y cruel con los más
desfavorecidos. Y si intentan el camino de la emigración, sufrirán en
sus propias carnes las dificultades reales del exilio laboral: en el
extranjero, sin conocer el idioma, sin cualificación y a merced de la
explotación; tanto como en su propio país. Este es el panorama que
retrata la cámara implacable de Jaime Rosales: una película de
no-ficción, casi un documental; pero esta vez la leona no se come a la
gacela, sino que es la misma naturaleza la que devora a sus criaturas.
Por eso es una
lástima que la obra resulte tan carente de pasión que no permita con
facilidad la cercanía ni la emoción que sus protagonistas se merecen:
unos intérpretes que aciertan a vivirla desde la absoluta naturalidad,
encabezando un excelente reparto sin nombres populares pero con un
resultado realmente excepcional. (www.wandavision.com/site/sinopsis/hermosa_juventud)
HIPÓCRATES
(10.05.15)
Dir.: Thomas Lilti
Pro.:
Agnés Vallée, Emmanuel
Barraux
Gui.:
Thomas y Julien Lilti,
Pierre Chosson, Baya Kasmi
Int.: Vincent
Lacoste, Reda Kateb, Jacques Gamblin
Segunda película
del francés Thomas Lilti, director inédito en España; o, por lo menos,
yo no he visto Les yeux bandés, su primer largometraje.
Hipócrates ha tenido mucho éxito en Francia –no es tan raro: a los
franceses sí les gusta su cine- y ahora veremos cómo se porta en la
taquilla española.
El protagonista de la historia es Benjamin,
un joven médico residente
que tiene seis meses por delante para completar su formación en un
hospital público de París, precisamente a las órdenes de su padre, el
prestigioso doctor Barois.
Benjamin llega
lleno de ilusión, dispuesto a practicar y a atender lo que le echen, y
con todas las ganas de aprender cómo ser un buen médico; pero tal vez no
esté preparado para las dificultades y los problemas, algunos muy
serios, que lo aguardan. Como la falta de personal y de los aparatos
necesarios, por culpa de los recortes de los presupuestos de sanidad que
–también allí- se han producido.
Por esa causa, las jornadas de trabajo son muy duras, médicos y
auxiliares se emplean
con importantes carencias, entre las que la
inexperiencia no es la más seria, y la atención a los enfermos cae hasta
límites de auténtica tragedia. Benjamin encuentra cierto consuelo en la
influencia y los consejos de su padre y en la amistad con otro
residente, Abdel, un médico argelino que trata de convalidar su título
en Francia; pero pronto tiene que enfrentarse a casos de extrema
seriedad: uno de sus pacientes es un sin techo, alcoholizado y con una
grave cardiopatía; otra más es una anciana, con cáncer y en estado
terminal, que sufre grandes dolores y molestias insoportables…
A través de los ojos del joven
aspirante a doctor, Thomas Lilti disecciona el microcosmos del hospital;
un universo cerrado y endogámico, pero rico en especies y con una
estructura que asigna a cada elemento un lugar y una categoría. Así,
conocemos al director del establecimiento, un imbécil obediente, que no
sabe nada de medicina y que solo atiende a consignas políticas y
supuestamente económicas. (Recuerdo al amable lector que no estamos
hablando de España; esta es una película y una institución francesa.
Prosigo.)En lo alto del organigrama médico está el doctor Barois, padre
del protagonista, que se debate entre sus obligaciones profesionales
–ese juramento hipocrático al que alude el título- y su compromiso con
los jefes. Más abajo están los distintos equipos y servicios, y sus
componentes: la resuelta jefa de Benjamin, su colega Abdel, con su
difícil situación, los compañeros y técnicos, a veces muy eficaces, en
ocasiones no tan coordinados como debieran. La cruda realidad, esta sí
seguramente trasplantable a cualquier hospital del mundo.
Hipócrates
salva con fortuna el esquematismo propio de tantas series de televisión
con escenarios semejantes; no es fácil, como no lo es para el
espectador, olvidarlas; desde la mítica Urgencias a nuestro
Hospital Central, pasando, cómo no, por el inefable House
–homenajeado humorísticamente en la película- y algunas otras. Lilti,
sin embargo, consigue dar con la tecla que provoca el interés del
espectador: sus personajes están por encima de las situaciones y los
conflictos que viven. Hay catástrofes importantes y hay confrontaciones
profesionales de alto voltaje; pero quienes las protagonizan están muy
bien dibujados y se encuentran siempre situados en el lugar preciso.
También están bien interpretados, por supuesto. El joven Vincent Lacoste
acumula ya experiencia suficiente para solventar su papel con holgura, y
el resto del reparto, con el veterano Jacques Gamblin a la cabeza, lo
secundan con absoluta eficacia. Son la columna vertebral del hospital,
las personas que lo componen, con sus afanes, sus desvelos, sus pequeñas
ruindades, sus aciertos y sus fallos. Y el guion descubre sin tapujos el
ejercicio de los profesionales de la sanidad: unas vidas plenas de
dedicación, capacidad y compromiso, pero a veces también de engaño,
incompetencia y frustración. (www.caramelfilms.es)
HOLMES & WATSON.
MADRID DAYS
(09.09.12)
Dir.:
José Luis Garci
Pro.: José Luis
Garci
Gui.:
José Luis Garci, María San
Román, Andrea
Tenuta
Int.: Gary Piquer, José Luis
García Pérez, Belén López
Decimoctava
película de Garci, ordinal que permitió a su distribuidor, también
exhibidor y presidente de la Academia, Enrique González Macho,
felicitarlo públicamente por su “mayoría de edad”. El chiste está bien y
el homenaje implícito es merecido, porque José Luis Garci es un autor
–creador total: hasta el montaje de la película es suyo, para que nadie
se sienta responsable- adulto, constante, pertinaz e inconmovible: fiel
a su lenguaje, impermeable a modas y modismos, filma su última obra con
el mismo estilo que la primera –o un poco más antiguo- y, desde luego, a
estas alturas, posee esa capacidad de que su película sea identificada,
al primer vistazo como “película de Garci”.
Dejando bien sentado ese carácter de personal e intransferible, hay que
decir que Holmes & Watson…, relato de época, está excelentemente
ambientada e interpretada. Lo primero, gracias a una muy buena
documentación y al trabajo de la dirección artística, aun con las
carencias que luego veremos; lo segundo, porque los intérpretes de este
argumento están –los profesionales; hay un par de aficionados que se lo
podían haber ahorrado- francamente bien: Gary Piquer –un Holmes
impasible- y José Luis García Pérez hacen una más que convincente
pareja, en un registro relativamente novedoso, y los secundarios son
gente de tanta solvencia que su calidad no deja lugar a dudas.
Y, desgraciadamente, aquí se acaba lo bueno. La historia es ciertamente
pintoresca. Sherolck Holmes y su amigo el doctor Watson están en
Londres, como corresponde; éste recién casado y dedicado a su profesión,
aquél decidido, como mandan los cánones, a seguir viviendo bien con la
suya; es decir, sin dar golpe. Pero de repente algo llama la atención de ambos: en España, ese
país lejano y raro, y más concretamente en su capital, Madrid, están
ocurriendo unos hechos terribles. Alguien está repitiendo los asesinatos
del sanguinario Jack “El destripador”. Un asesino escurridizo y
desconocido, si no es el propio Jack, que ha cambiado el Támesis por el
Manzanares y la niebla londinense por la oscuridad del suburbio
madrileño. Y Holmes y Watson se vienen a Madrid, a ver qué pillan. Dice
Garci que este asunto del Destripador es el “McGuffin”, un pretexto en
el argumento, un elemento de despiste, según Hitchcock. Pero se engaña:
en los buenos “mcguffin”, cuando se disuelven queda la película; en
ésta, si lo quitamos no queda nada, o casi nada.
Quedan los caprichos del director-escritor en un guión en el que se
alternan algunos hallazgos interesantes y multitud de disparates
literarios, amiguismos pedantes, coloquios ridículos y hasta las
estruendosas sentencias filotaurinas de los protagonistas; todo vale.
Como que la famosa cantante de ópera fume como un carretero –igual que
todos los demás, por cierto- o como que Watson lleve a su señora la
receta del cocido: no me extraña que José Luis García Pérez esté muerto
de risa todo el tiempo.
Por otra parte, aun disculpando la pobreza insultante de algunos
recursos –que Garci justifica por la falta de presupuesto, como si eso
fuera admisible-, la pesadez de la puesta en escena, con una cámara
rígida y un punto de vista tan lejano que parece que al mismo director
la historia le importa un pito; y un montaje tan lento y falto de
pasión, hacen imposible la emoción y consiguen que la película parezca
todavía más larga de lo que es, y lo es bastante. De hecho, con media
hora menos sería mucho mejor. Sin todas esas imágenes y momentos de
cartón piedra y sin ese final alargadísimo, cuando el enigma de los
crímenes ya ha apuntado a una resolución imaginativa, inteligente y muy
interesante.
Pero es cierto que Garci rueda así, que es su sello personal y que
exhibe su derecho a hacerlo. Tiene razón, pero también tendrá que
escuchar que su cine resulta, en general, aburrido, viejuno y artesanal,
en el peor sentido del término.
(http://www.altafilms.com/site/sinopsis/holmes_watson)
HOLY SPIDER
(14.01.23)
Dir.:
Ali Abassi. Pro.: Ali Abassi, Sol Bondy, Jacob Jarek Gui.: Ali
Abassi, Afshim Kamran Bahrami. Int.: Mehdi Bajestani, Zar Amir-Ebrahimi,
Arash Ashtiani.
Ali
Abassi es un director iraní (Teherán, 1981), que en 2002 se trasladó
a Europa y, tras estudiar en Estocolmo y en la Escuela Nacional de
Cine de Copenhague, se estableció en Dinamarca y allí ha rodado sus
películas: Shelley, que fue seleccionada en Berlín, Border,
que ganó el premio de Un Certain Regard de Cannes 2018, y esta
Holy Spider, que participó en el pasado Festival de Cannes y
donde su protagonista, Zar Emir Ebrahimi, ganó el premio de
interpretación.
Como
tantos otros directores de su generación, no puede rodar en su país,
o se arriesgan a duras condenas. Y desde luego el rodaje de Holy
Spider sería impensable en las calles de la ciudad sagrada de
Mashhad, donde se supone que transcurre la película. Excepto por
algunas imágenes del lugar, seguramente enviadas por algún amigo,
está filmada enteramente en una localidad de Jordania.
A un
hotel de la ciudad llega Rahimi, una joven y decidida periodista,
atraída por el caso del llamado “araña santa”, un asesino en serie
que mata a las prostitutas que pueblan la noche y sus rincones
prohibidos. El criminal, llevado por una ira irracional que vive en
nombre de Alá, llega en moto, invita a la mujer de turno a ir con él
a su casa y allí la estrangula y se deshace luego del cuerpo.
Tras
casi una veintena de asesinatos impunes -la policía no pone
demasiado interés y las gentes aplauden una actividad que limpia la
ciudad de pecado-, Rahimi está decidida a investigar y llegar hasta
el final, descubriendo al delincuente y llevándolo ante la justicia.
No tiene ninguna ayuda, ni puede esperarla. Nadie tiene interés, e
incluso recibe malos modos y algún atisbo de agresión, precisamente por ser mujer,
algo que no cabe en los esquemas de autoridades y el mismo pueblo.
Tan solo un colega de la localidad parece dispuesto a prestarse a
acompañarla -de lejos- en su aventura.
La
película se desarrolla como un duro thriller policíaco; no porque haya
que descubrir a un asesino desconocido -muy pronto sabemos su
identidad y hasta su vida familiar-, sino porque la periodista
procede a la caza del asesino ella sola, aproximándose
paulatinamente, cercándolo y también poniéndose en riesgo; hasta el
punto de sufrir un ataque definitivo que hace peligrar su vida.
Y por
otro lado, el argumento explicita sin ningún reparo las cualidades y
sentimientos de la sociedad iraní del momento. Algo que ningún
compatriota ha dejado de hacer, ya sean Jafar Panahi o Bahman
Ghobadi -que todavía lo están pagando-, sean Asghar Farhadi, los
Makhmalbaf -toda la familia-, Massoud Bakhshi o antes Abbas
Kiarostami, una colección de cineastas brillantísimos, con
proyección en todo el mundo.
La
protagonista, una mujer periodista, moderna, libre de prejuicios y
de dogmas, no es bien vista; todo lo contrario que un criminal que,
llevado de un ímpetu religioso y fundamentalista, recibe el aplauso
multitudinario incluso preso y declarado culpable. Y lo de
multitudinario no es ninguna exageración: su vida de padre de
familia, sus manifestaciones en el juicio, su discurso de falsa
espiritualidad, retransmitido por las televisiones, levantan
manifestaciones de cientos de personas en las calles.
Como si
se tratara de un héroe popular, su ejemplo sirve para que otros
ciudadanos y otras generaciones se propongan explícitamente
continuar su obra de limpieza, eliminando a las mujeres impuras de
cada rincón de la ciudad. Al menos, de manera visible; porque no
cabe duda de que el comercio carnal seguirá a disposición de los
poderosos y de una sociedad hipócrita y machista.
Desde el amparo y la distancia de su exilio, Ali
Abassi pone una vez más el dedo en la llaga y sacude sin
contemplaciones las
conciencias de occidente, que asiste ensimismado a lo que sucede en
un país de cultura milenaria, hecho trizas por la tiranía y la
injusticia. Ahora sus mujeres salen a las calles con valor casi
suicida reclamando sus derechos elementales, y la altiva Europa mira
para otro lado. La historia nos pasará factura.
HOMBRES,
MUJERES Y NIÑOS
(14.12.14)
Dir.:
Jason Reitman
Pro.: Jason Reitman, Helen Estabrook Gui.: Jason Reitman, Erin
Cressida Wilson
Int.: Adam Sandler, Jennifer Garner, Rosemarie DeWitt
Jason Reitman
acierta bastante con sus retratos de caracteres: la adolescente
embarazada de Juno –que nos descubrió a Ellen Page-, el
liquidador de Up in the air, la fantasiosa divorciada de Young
adult, el ama de casa asaltada –y su asaltante- de Una vida en
tres días… Claro que se apoya en unos buenos guiones y unos sólidos,
excelentes intérpretes; pero ese es, precisamente, el fundamento de los
mejores personajes y las mejores películas.
En Hombres, mujeres y niños no hay, para variar, un protagonista
nítido. Se trata de una obra coral, en la que los personajes –adultos y
jóvenes, matrimonios, parejas y algún verso suelto- comparten un nexo
único, universal y omnipresente: internet. Son ya muchas, casi un
subgénero, las películas basadas en la red y sus circunstancias, y es
natural: este es el mundo actual. Móviles, tabletas, consolas, ordenadores; mensajes, chats, fotos,
videojuegos, páginas del más variado voltaje; todo un universo que
cambia a velocidad vertiginosa; que capta, tienta y seduce, y modifica
los esquemas sociales y familiares, los ideales, las relaciones y la
vida amorosa de las gentes.
Desde luego, de las
que pueblan esta historia: Don y Helen Truby –Adam Sandler y Rosemarie
DeWitt- son adultos y afrontan como tales su matrimonio y sus
problemáticas; Patricia, Kent y Dona también son adultos, pero sus
preocupaciones tienen más que ver con sus hijos adolescentes: Hannah,
Allison, Tim y Brandy, como tantos otros chicos, van de las aulas a sus
asuntos, más o menos secretos, más o menos resbaladizos.
Don y Helen parecen haber agotado
su matrimonio… y, por supuesto, su vida sexual; hasta que la pantalla
del ordenador les revela un mundo nuevo, desconocido y tentador.
Patricia es una madre estricta, que solo vive para controlar, presa del
pánico, las idas y venidas de su hija adolescente y sus contactos y
comunicaciones: mensajes, chats, fotos… Como Kent, que persigue airado a
su hijo, sin comprender por qué ha abandonado el fútbol y se dedica en
cuerpo y alma a su videojuego favorito; y todo lo contrario que Donna,
consagrada a que su hija triunfe en el cine o la televisión o la moda, y
es la primera y alocada promotora de su blog de fotos…
Los chavales, por su parte, trampean como pueden con los estudios, la
presión de los padres y la presencia inquietante, turbadora, del amor y
el sexo. Colgados permanentemente de sus móviles, charlan, organizan y
deshacen citas y reuniones; traman conquistas, urden coartadas, aman y
se pelean… Todo esto pasa en la pantalla, pero no es otra cosa que un
fiel reflejo de la vida cotidiana de cualquier grupo humano de hoy
mismo; no cabe la duda ni la sorpresa.
Hasta aquí, Hombres, mujeres y
niños es la más documental de las películas de Jason Reitman; pero,
naturalmente, se impone su sentido de la dramatización. Las vidas de los
personajes evolucionan, se atraviesan o discurren paralelas, con buen
ritmo y excelente discurso narrativo, aunque quizá le falte un punto de
pasión, al menos para el espectador; seguramente, porque todavía Reitman
no es Robert Altman, el maestro de las acciones cruzadas.
Sí comparten, como apuntaba más arriba, el interés por los buenos
intérpretes; y no se puede poner reparos al elenco de esta película,
encabezado por un sobrio Adam Sandler, Jennifer Garner –que repite con
el director- y la muy interesante Rosemarie DeWitt, secundados por
actores de reconocida solvencia, y jóvenes promesas del cine americano.
En cualquier caso, lo interesante son sus personajes: qué hacen y por
dónde encaminan sus pasos bajo la densa red digital que nos cubre a
todos: internet está ahí, con su fascinante capacidad de información y
comunicación; con sus peligros, virtuales o reales, con sus retos y con
sus inmensas posibilidades. En la película, cada uno busca su camino; y
unos lo encuentran y otros no: como en la vida misma. (http://www.menwomenchildrenmovie.com/)
HOTEL EUROPA
(04.02.17)
Director: Danis Tanovic. Producción: Amra Baksic Camo, François Margolin.
Guion: Bernard-Henri Lévy, Danis Tanovic. Intérpretes: Jacques Weber,
Snežana Vidović, Izudin Bajrović.
El bosnio Danis Tanovic se consagró en 2001 con En tierra de nadie
–esa tragicomedia bélica protagonizada por dos hombres y una bomba-, que
ganó en San Sebastián, en Cannes y se llevó el Globo de Oro y el Oscar.
Después ha firmado obras notables, como Triage y La mujer del
chatarrero, entre otras; su cine habla frecuentemente de su país, de
su región y de las vicisitudes por las que han pasado sus gentes, que él
conoce de primera mano: fue, por ejemplo, fotógrafo en la guerra de los
Balcanes. Su nueva película, Hotel Europa –Muerte en Sarajevo
es el título original, bastante más explícito- ganó el Gran Premio del
Jurado en el último festival de Berlín. La acción se sitúa en 2014. Toda
la ciudad se prepara para conmemorar el centenario del asesinato del
archiduque Francisco Fernando a manos del serbo-bosnio Gavrilo Princip,
suceso que ocurrió el 28 de junio de 1914 y provocó el estallido de la I
Guerra Mundial.
Fue un golpe organizado por el nacionalismo serbio, que iniciaba una
expansión triunfante derrotando a turcos y búlgaros y se había
anexionado gran parte de Macedonia y Kosovo. Y no toleraba que el
imperio austrohúngaro hubiese ocupado Bosnia-Herzegovina, con gran parte
de población serbia. A primeros de 1914 se preparó un atentado contra el
gobernador de Sarajevo, pero se cambió el objetivo al saber que el
archiduque Francisco Fernando, sobrino del emperador y heredero al trono
de Viena, estaría en la ciudad. Y aunque el atentado estuvo a punto de
fracasar, al final el joven Princip mató al archiduque y a su esposa.
Las consecuencias fueron inmediatas: Austria exigió unas condiciones que
Serbia, apoyada por Rusia, no cumplió, y el imperio le declaró la
guerra, a la que se sumaron paulatinamente casi todas las potencias
europeas, en un conflicto que provocó más de veinte millones de muertos.
La película comienza cien años después, cuando el Hotel Europa acoge a
los importantes políticos que participan en la conmemoración, y todo el
establecimiento es un hervidero. El director Omer y su ayudante Lamija
vuelan por los pasillos procurando que todo esté a punto; lo malo es que
a las dificultades de atender a sus huéspedes se suma la amenaza de una
huelga de los empleados del hotel, los graves problemas económicos por
los que atraviesa y la desproporcionada actuación de los matones que
controlan el juego y la prostitución en los bajos del edificio y que se
encargan también de mantener el orden. Al tiempo, la televisión ha
instalado allí un set en el que se efectúan entrevistas a diferentes
personas relacionadas con la conmemoración histórica, mientras el actor
francés Jacques Weber –que se interpreta a sí mismo- prepara en su
habitación el discurso que pronunciará ante las autoridades europeas.
El guion de la película parte, precisamente, de ese monólogo escrito por
Bernard-Henri Lévy –una mirada ácida y poco esperanzadora sobre Europa-,
que se entrecruza con el resto de la acción; la confrontación entre esas
palabras, escogidas con aparente dificultad, y las manifestaciones del
principal entrevistado, un enérgico activista serbo-bosnio que discute
con la periodista el valor y la condición de héroe o traidor del
magnicida Princip, servirá de telón de fondo para ese microcosmos en el
que las figuras del director y su ayudante funcionan como una metáfora
de la propia colectividad: a Omer termina por estallarle la realidad en
la propia cara, mientras la desorientada Latija ve como su confort se
derrumba cuando pierde su empleo, su superior intenta abusar de ella y
su madre, responsable de la huelga, desaparece a manos de los gangsters
que intentan sabotearla. La película, un ejemplo de precisión, llega a
su clímax, y el Hotel Europa es un campo de batalla en el que se
desarrolla sin descanso una cascada de situaciones que van ganando en
dramatismo mientras se hace más y más explícita la brecha política e
ideológica que pervive en la sociedad de Bosnia- Herzegovina.
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