Por Larry D'Abutti
=G=
GALVESTON
(08.12.18)
Dir.: Mélanie Laurent. Pro.: Tyler Davidson. Gui.:
Jim Hammett. Int.: Ben Foster, Elle Fanning, María Valverde.
Conocemos a Mélanie Laurent sobre todo como actriz –más de 40
títulos ya en su carrera- pero es también guionista, productora y
directora: ha realizado cortos y cinco largometrajes, aunque hasta
ahora no había traspasado las fronteras de su país. Con Galveston
se lanza a la aventura internacional, llevando a la pantalla una
novela de Nic Pizzolatto, que firma el guion como Jim Hammett,
seguramente un oculto homenaje a Dashiell Hammett, uno de los padres
de la novela negra americana. Pizzolatto es el autor de un par de
muy buenas novelas, además de guionista de Los siete magníficos
de Antoine Fuqua (2016) y creador de las series The killing
y la muy famosa True detective. Entre los dos –Pizzolatto y
Laurent- recrean con estricta fidelidad las páginas del libro, que
retrata la complicada existencia de dos personas en conflicto; entre
sí y con ellos mismos.
Roy Cady es un matón de tres al cuarto, al servicio de Stan, un
mafioso y chantajista que, por desgracia, se ha encaprichado de
Carmen, la novia de Roy. Así que lo manda a un “encargo” que parece
fácil pero que tiene una trastienda bastante sospechosa. De resultas
de la operación, Roy tiene que salir por piernas; cargando, además,
con Rocky, una chica joven que andaba por allí en situación igual de
complicada.
Roy y Rocky inician así una escapada que tiene todo el aire de una
“road movie”. Aunque su periplo no dura mucho; primero porque hacen
escala para que ella rescate a su hermana pequeña de las garras de
su padrastro, y luego porque pronto recalan en un motel medio
perdido que les ofrece una mínima seguridad. A partir de aquí, el
movimiento sigue, pero son viajes de ida y vuelta al mismo sitio.
Ambos personajes se revisten de su propia paradoja: Roy es un hombre
tosco, violento, sin ningún escrúpulo cuando hace falta, pero con
una enorme –y escondida- sensibilidad para comprender y
solidarizarse con su joven compañera. Rocky
es, al contrario, aparentemente frágil y quebradiza; pero su
delicada figura oculta una voluntad y una determinación que la hacen
imparable. Ambos se enfrentan a un futuro tan improbable que parece
milagroso que puedan permitirse una esperanza.
No
conozco la génesis del proyecto, pero es evidente que Mélanie
Laurent y Pizzolatto se han concedido una mutua confianza y una
compenetración que les ha dado buenos réditos. La directora, sobre
todo, muestra, a sus 35 años, la madurez y el valor necesarios para
afrontar un reto de estas características: volar a América y
realizar un relato negro acerca de la amistad imposible y la
supervivencia improbable, en un marco de extrema dureza y amenaza
permanente.
Ben Foster y Elle Fanning son, claro, la columna vertebral de la
historia, y cada uno por separado, y los dos juntos, le aportan su
mayor grado de credibilidad y de empatía; y hacen desenvolverse a
sus personajes con firmeza entre la nebulosa, la atmósfera
envenenada y la amenazante tormenta en la que viven. Un aire amargo
recreado con solvencia –y hasta con algún alarde técnico- por el
temperamento y la experiencia que demuestra, pese a su juventud,
Mélanie Laurent.
GAZA MON AMOUR
(12.06.21)
Dir:
Nasser Brothers (Arab y Tarzan). Pro.: Marie Legrand, Rani Massalha.
Gui.: Arab y Yarzan Nasser. Int.: Salim Dau, Hiam Abbass, Maisa Abd
Elhadi
Arab y
Tarzan Nasser son una pareja de hermanos directores de cine. Ojo,
que hay muchos: los Coen, los Dardenne, los Wachowski, los Farrelly,
los Taviani… y algunos más. Pero estos son especiales. Son gemelos,
muestran una figura impresionante, tienen 31 años y son palestinos.
En el terreno puramente cinematográfico, son los autores de
Degradé, que presentaron con éxito en Cannes, Toronto y
Valladolid -aunque entonces se llamaban Mohammed Abou y Ahmad Abou,
vaya usted a saber por qué- y esta Gaza mon amour, que
destacó en Venecia y ganó en Valladolid los premios a la dirección y
al guion.
En el
campamento de refugiados de la franja de Gaza vive Issa, un pescador
sesentón que sale cada noche al mar -a la estrecha zona costera
permitida por Israel- para vender su cosecha al otro día en el
mercado. Por allí cerca trabaja Siham, en una tienda de ropa para
mujeres; es viuda, vive con su hija Leila, y entre las dos sacan
adelante como pueden las confecciones y los arreglos que les piden.
En Gaza no hay mucho dinero, así que ni Siham ni Issa andan
sobrados, precisamente.
Pero una
noche, en las redes de Issa se enreda una presa especial: una
estatua de tamaño natural, al parecer de bronce, que luego sabemos
que representa al dios Apolo. Bueno, a Apolo a secas, porque allí no
se le puede atribuir deidad a nadie más que a Alá. En cualquier
caso, es una estatua imponente, en actitud de saludo y bastante
contento, porque luce una formidable erección. Issa, confundido,
opta por llevarse a su casa el trofeo, pensando en sacarle buen
rendimiento.
Quizá
así pueda comprar todo el tabaco del mundo -fumar es su vicio más
evidente- y las colonias que más le gusten para su aseo personal; y,
sobre todo, conquistar definitivamente a Siham, de la que está
perdidamente enamorado.
Tanto,
que ya se imagina la vida de felicidad que lo espera, y sueña
despierto en su humilde casa, al olor del pescado frito y entre los
compases de la música de Julio Iglesias; aunque parezca mentira, su
cantante favorito. Pero naturalmente, nada es tan fácil. La policía
no tarda en enterarse de la furtiva captura y el bueno de Issa es
apresado, desposeído de la estatua, conducido en el furgón policial
-un carromato viejo y destartalado- y encerrado en el atestado
calabozo, entre un montón de delincuentes de toda clase.
La vida
continúa. Y los hermanos Nasser retratan la de estos personajes: los
protagonistas, la hermana casamentera de Issa, el amigo que planea
escapar de allí de cualquier manera, el comisario y las autoridades
atentas a medrar, los políticos que se manifiestan en la televisión,
las gentes de la calle. Una calle amenazada por la omnipresencia
-aunque invisible pero siempre amenazadora- de los aviones y las
bombas israelíes. A pesar de eso, como digo, la vida sigue, con
cierta esperanza, con cierta alegría incluso, con evidente
solidaridad.
Pero no
es posible abstraerse a la historia ni a la dramática realidad
actual de la franja. No se puede dejar de pensar en qué puede pasar,
cuánto les van a durar a estas gentes sus casas, sus trabajos, sus
afanes, sus vidas. Hasta el próximo bombardeo, el inminente ataque,
la implacable destrucción. Menos mal que, en la película, Issa sigue
pescando, Siham cosiendo y regañando a su hija, y la pantalla late
con esa esperanza a la que me refería.
Él es Salim Dau, un estupendo y veterano actor, y
ella la gran Hiam Abbas -la hemos visto, entre otras, en Las
golondrinas de Kabul y Blade Runner 2049- una actriz que
no necesita hablar para expresarlo todo con los ojos, con la
sonrisa. Ellos dominan la película, una pequeña joya de apenas hora
y media que no necesita más para ganar el corazón y la inteligencia
del espectador.
GENTE DE
MALA CALIDAD (13.07.08)
Esc.
y Dir.: Juan Cavestany
Pro.: Tomás Cimadevilla
Int.: Alberto San Juan, Javier Gutiérrez, Antonio Molero
Tras
su debut como director con El
asombroso mundo de Borjamari y Pocholo, el también guionista Juan
Cavestany nos trae ahora esta “comedia atroz” –como él la llama-,
también presentada en Málaga este año. Con los citados, y además
Fernando Tejero, Pilar Castro, Francesc Garrido y la colaboración
especial de Maribel Verdú haciendo de estupenda sin entrañas.
Un planteamiento, como se ve, absolutamente opuesto al de Irene Cardona:
populares primeras figuras de nuestras pantallas –grande y, sobre
todo, pequeña- y un argumento que recrea una serie de tipos a cuál más
torcido. Manuel es, de alguna manera, el hilo conductor; ejerce de
“gigoló” con poca fortuna, vive a salto de mata y después de hacer
creer a sus amigos –de intentarlo- que ha estado un tiempo triunfando
en el extranjero, “regresa” al barrio tratando de rehacer su vida,
sus amistades y hasta su romance con la sofisticada Osiris.
No se le da muy bien, ni tampoco a sus amigos Fernando, David, Andrés,
Lola, José Luis... Sus vidas zozobran entre la angustia existencial
–mucho para ellos-, las dificultades de la convivencia, el miedo a la
impotencia –de dos o más tipos- y el desamor y la insolidaridad. Y la
indiferencia, que es peor. La verdad es que estos personajes no son
marcianos; son bastante reconocibles, bastante reales y dan bastante
pena. J.C. insiste en esa comedia negra, que te hiela la risa nada más
empezada, que es un género muy español de toda la vida y que él se
esfuerza en poner al día.
Para eso hace falta una buena producción, y la tiene, y unos buenos intérpretes.
Los tiene también: lo malo es que también ellos son caras demasiado
habituales, en registros parecidos casi siempre, y eso resta
credibilidad y, sobre todo, novedad a su propuesta. Que es muy
aceptable, de todos modos: su película es inteligente y muy personal, y
divertida y feroz a partes iguales. (www.gentedemalacalidad.es)
GERNIKA
(10.09.16)
Director: Koldo Serra. Producción: José Alba, Daniel Marc Dreifuss.
Guión: Carlos Clavijo, Barney Cohen. Intérpretes: James D’Arcy, María
Valverde, Jack Davenport.
Gernika
es el segundo largometraje para la pantalla grande del bilbaíno
Koldo Serra, tras Bosque de sombras, un estupendo y sombrío
thriller que rodó en 2006 con reparto internacional. Pero estos diez
años los ha ocupado en un prolífico trabajo en televisión,
dirigiendo películas y episodios de series como El comisario,
Muchachada nui o La fuga; y esa experiencia se manifiesta
en la capacidad narrativa y el dominio de los ritmos que atesora
esta obra, evidentemente la más personal de su filmografía.
El primer acierto de Gernika reside, precisamente, en huir
del panfleto localista. La acción inicial no se sitúa en la propia
ciudad, sino en Bilbao, en el seno de la oficina de prensa de la
república; desde allí, el oficial ruso Vasyl impone una férrea
censura sobre cualquier noticia que pueda resultar contraria a sus
intereses. Cosa que no importa demasiado, de momento, a Henry, un
periodista americano más dado a la bebida que a su trabajo –trasunto
del auténtico George Steer, quien contó al mundo la verdad del
bombardeo– y que cubre el frente norte de la guerra sin mayor
apasionamiento. Hasta que se siente atraído por Teresa, una joven y
entusiasta trabajadora de la oficina, que desprecia el cortejo y las
amabilidades de su jefe para entregarse al amor por el
atractivo periodista. Esto es cuanto conviene al melodrama bélico,
género en el que la historia se inscribe plenamente, recorriendo
todos los ingredientes –incluso los más tópicos- del esquema
establecido.
De esta manera, son los personajes los que conducen al espectador
hasta el momento crítico en que los aviones de la Legión Cóndor –y
sus aliados italianos- llevarán el terror hasta la desprevenida
Gernika, que solo al final se convierte en protagonista; es la
opción desarrollada por el guion, y Serra se aplica a construir la
historia de amor que se encamina al fatídico 26 de abril: la misma
fecha que la película se presentó en el Festival de Málaga, 79 años
después. Aquella tarde –la de 1937-, el coronel Wolfram von
Richtofen recibe por fin la ansiada autorización para realizar un
experimento bélico de extrema crueldad, concentrando en unas pocas
horas la acción que normalmente ocuparía varios días: bombardear y
reducir a escombros una población dada. La elegida es Gernika, que
posee un puente relativamente estratégico, una estación de
ferrocarril y una fábrica de armas, que sirven como excusa. Desde
las cuatro de la tarde y en algo más de tres horas, los aviones
descargan bombas explosivas e incendiarias mientras los cazas
ametrallan a la población en las calles y los campos cercanos
sembrando la destrucción y la muerte.
La peripecia de los enamorados, y las de los componentes de las
varias tramas secundarias que jalonan el relato, confluyen en el
momento y el lugar adecuados para el dramatismo; los personajes han
dejado ya muestra de su carácter y de la evolución de sus
sentimientos –muy acertadas las interpretaciones del coral reparto
encabezado por María Valverde y James D’Arcy- y el clímax se
resuelve en conjunción de la propuesta emocional y la crónica
histórica. Gernika novela la vida nada inverosímil de los
protagonistas –basados más de uno en figuras reales- sin apartarse
ni un milímetro de la verdad de unos sucesos que, por mucho que se
insista en esa pretendida afición de nuestro cine por la Guerra
Civil, se han llevado a la pantalla por primera vez.
Gracias, hay que decir, al empeño personal de Koldo Serra, que
retomó un proyecto largamente aplazado, consiguió la financiación
precisa para tener el reparto y los medios necesarios –seis millones
de euros, una cifra más que importante para la industria española- y
trabajó en el argumento para dotarlo de energía y realismo: una
historia de amor, un homenaje a los periodistas que cubrieron la
guerra y también a las mujeres que trabajaron en medio de la
contienda. Y una crónica de un hecho terrible, que nunca debió
suceder y que no debemos olvidar.
GHOSTS
(15.05.21)
Dir.:
Azra Deniz Okyay. Pro.: Dilek Aydin. Gui.: Azra Deniz Okyay. Int.:
Dilayda Günes, Beril Kayar, Nalan Kuruçim.
Debut en
el largometraje -Premio de la Semana de la Crítica en Venecia- de
esta directora turca, con una mirada original y bastante hipnótica
sobre el Estambul actual, una ciudad que sufre, como tantas otras,
un proceso de gentrificación en sus barrios tradicionales,
deteriorados por el tiempo y cierto abandono. Por allí andan tres
mujeres: Dilem, una joven que quiere ser bailarina, Ela, una artista
plástica comprometida, e Iffet, una mujer cuyo hijo está en la
cárcel, acosado por otros reclusos. Y también está Rasit, un
gangster de medio pelo, intermediario en negocios inmobiliarios.
En
Estambul hay un apagón general que no acaba nunca, con lo que los
días se vuelven complicados, y las noches mucho más. Pero eso no
impide que los protagonistas prosigan con su actividad: Rasit
intriga para quedarse con los pisos que las mafias le señalan y para
tratar de cambiar su apariencia ruinosa; Iffet necesita dinero para
echar una mano a su hijo e impedir que lo maten y tiene que recurrir
a soluciones peligrosas; Dilem se pelea con todos por conseguir
llevar a su grupo de baile a los concursos, y Ela se la juega con su
lucha humanitaria.
Las tres
mujeres son las que lo tienen más complicado: esto es Turquía, en la
capital reina el caos y sus actividades chocan con la insolidaridad
y el machismo de una sociedad muy alejada de sus intereses. Y las
vidas de todos se entrecruzan en la pantalla, en un montaje
espectacular que mezcla incluso formatos y que lleva al espectador
en volandas. Azra Deniz Okyay ha dotado a su relato de una fuerza
visual -unida a una espectacular banda sonora- y una intención que
lo emparenta con obras mayores como Amores perros, de
González Iñárritu.
En Ghosts no hay fantasmas terroríficos; pero
sí unas almas heridas por la decadencia cívica y moral de un
universo cerrado, oscuro y opresivo, en el que la vida no vale más
que el dinero, la esperanza se ahoga cada noche y cada individuo
busca su tabla de salvación, aunque sea a costa de robársela al
vecino.
GIRASOLES SILVESTRES
(15.10.22)
Dir.:
Jaime Rosales. Pro.: Manuel Monzón. Gui.: Jaime Rosales, Bárbara
Díez. Int.: Anna Castillo, Oriol Pla, Lluís Marqués.
Jaime
Rosales (Barcelona, 52 años) ha dirigido siete largometrajes,
ninguno de los cuales deja indiferente al espectador: Las horas
del día (2003), La soledad (2007), Tiro en la cabeza
(2008), Sueño y silencio (2012), Hermosa juventud
(2014), Petra (2018) y tras cuatro años de descanso, esta.
Girasoles silvestres
podría parecer la menos críptica, la más sencilla de sus películas.
En realidad, muestra la evolución de su creador, dueño siempre de un
lenguaje y una narrativa muy personales, alejado de las convenciones
habituales. Aquí desarrolla un argumento basado en tres historias,
tres fragmentos de vida. De la vida de Julia, una joven de 22 años,
madre de dos niños instalada en la precariedad laboral y afectiva, y
la de sus sucesivas parejas, que componen un acerado retrato de la
masculinidad.
El
primer relato se titula Óscar, como el hombre con quien Julia
parece querer compartir su frágil existencia. Óscar es un majadero,
un machito que cultiva a fondo su cuerpo, porque su mente no se sabe
dónde está. No tiene trabajo ni beneficio y, aunque parece enamorado
y solícito, pronto deja ver su auténtica naturaleza.
Huyendo
de la quema, Julia transita por la segunda historia: Marcos.
Es militar y es su exmarido, y ella atraviesa toda la península más
el estrecho de Gibraltar para reunirse con él en Melilla, donde está
destinado. Tratan de revivir su convivencia, hasta que reconocen que
tampoco esta vez es posible; no hay malos tratos, sino un profundo
desamor, la herida más honda en una pareja.
Y el
tercer episodio, de nombre Álex, reúne a Julia con un antiguo
compañero de clase, por el que siente nostalgia y simpatía y, tal
vez, con el tiempo, cariño. Algo debe haber, porque se queda
embarazada otra vez y con el bebé y la niña que aporta Álex de un
matrimonio anterior, forman una familia bastante numerosa y un tanto
problemática. Y ahí los dejamos, en medio de la naturaleza, entre
los pinos y, quizá, los girasoles, en una imagen final que me remite
a la última de Still walking del maestro Kore-eda.
Contado
así, la cosa pierde. Porque la verdad es que la figura de Julia
trasciende a todo su mundo: sus parejas, su padre, su hermana, sus
idas y venidas, su rabia, su esperanza y su valor por encima de
adversidades y desengaños. Es un personaje vital, arrebatador, que
apuesta por la felicidad; y, si no puede ser, por la vida, traiga lo
que traiga.
Rosales
coloca la cámara a su lado y la sigue al milímetro; si la desplaza,
buscando su mirada, regresa a ella al momento. En Hermosa
juventud, los protagonistas nacían a la vida de adultos;
Petra buscaba la verdad de su nacimiento; Julia es ella misma la
verdad, la sinceridad lisa y llana, sin doblez. A veces hay un salto
importante entre secuencia y secuencia; pero el personaje hila el
relato y llena los huecos con su magnética presencia.
Ninguna
de las películas de Jaime Rosales es cómoda de ver, y esta tampoco.
Es lo que sucede a veces con el verdadero cine, que resulta poco
complaciente y obliga al espectador a colaborar, a involucrarse y
hasta a defenderse, porque lo que vemos nos atañe, nos hace pensar,
nos duele. Sucede, por ejemplo, con los hermanos Dardenne -Julia
está a cinco minutos de su inolvidable Rosetta-, con Jacques
Audiard y otros grandes del cine-verdad.
Todos ellos, y también Rosales, cuentan con
intérpretes magníficos entregados. En Girasoles silvestres
todos funcionan a la perfección. Con la solvencia de Manolo Solo y
el arrebato de Carolina Yuste, cada vez más potente. Y está
estupendo Oriol Pla en el papel del descerebrado Óscar, y Anna
Castillo alcanza una cota de calidad a la que no hacen justicia los
adjetivos: intensa, creíble, absorbente, maravillosa. Una actriz
deslumbrante.
GLASS
(19.01.19)
Dir.: M. Night Shyamalan. Pro.: M. Night Shyamalan, Marc Bienstock,
Jason Blum. Gui.: M. Night Shyamalan.
Int.: James McAvoy, Bruce Willis, Samuel L. Jackson.
No
hace falta presentar a Shyamalan –aunque él se las apañe casi
siempre para asomarse en algún momento por la pantalla-: nacido en
la India hace 48 años y con una carrera hecha en América, que
comprende 13 películas desde 1992, aunque la que le dio fama
universal fue El sexto sentido (1999). Su carrera quizá es un
tanto desigual, pero sus historias siempre tienen interés, llenas de
misterio, fantasía, algo de ciencia-ficción y puede que con ribetes
de terror. Por ejemplo, James McAvoy da mucho miedo.
El
británico deslumbró en Múltiple en 2016 y repite ahora, igual
que Bruce Willis y Samuel L. Jackson, rescatados de El protegido,
aquella película de hace 19 años. Los tres son los protagonistas de
Glass, porque lo que ha hecho Shyamalan ha sido enrocarse en
su propia obra para enlazar los personajes en un nuevo relato.
“Glass” es el apodo ahora del malvado Elijah, pero el argumento es
igual de frágil y quebradizo que sus huesos: hay que estar muy
atento y no perder ni una imagen, ni una palabra de cuanto sucede en
la pantalla.
Elijah, David y Kevin –este junto con sus otras 23 personalidades-
se encuentran reunidos en un momento dado, sometidos a la atención
de la doctora Staple, una psiquiatra que parece entender las
características y condiciones de los tres: el trastorno de
personalidad disociativa de uno, la conciencia de su
invulnerabilidad del segundo y la capacidad para el mal del último.
De alguna manera, son tres superhéroes, como salidos de la infinita
creatividad del mundo de los comics. O más bien, tres supervillanos.
Y
como en toda buena historia de superhéroes –suponiendo que Glass
lo sea-, cada malvado lleva de serie su posibilidad de redención: a
David lo acompaña su hijo, el crío alucinado de El protegido,
ahora crecidito; Casey, la víctima liberada de La Bestia, tratará de
rescatar a Kevin del abismo; y la madre de Elijah luchará por la
corrupta vida de su hijo.
Si
hay redención o no; si los personajes acaban aquí su vuelo o siguen
planeando en las retinas y en las pantallas de la gente, es algo que
no se puede desvelar sin ver la película. Lo que sí perdura en mí
después de haberla visto es la tremebunda interpretación de James
McAvoy, un titán que –látex y efectos digitales aparte- cambia de
registro en segundos y que va de la ternura al horror y de la
confusión a la lucidez con una facilidad pasmosa.
Y
confieso que tenía mi prevención ante esta película. Por un lado,
como ya decía, no todas las de Shyamalan me parecen obras maestras;
y por otro, esto de reunir personajes tan dispares y separados en el
tiempo, se me antojaba un experimento más que arriesgado. Tengo que
reconocer que me equivocaba: Glass es original, está bien
pensada y muy bien resuelta, es un espectáculo de dos horas de
entretenimiento que se pasan en un suspiro, lo suficientemente ágil
como para que no canse, y a la vez exigente e ingenioso para recabar
la atención constante del espectador.
GLORIA BELL / VENGADORES: ENDGAME
(27.04.19)
Vengadores: Endgame
Dir.: Anthony y Joe Russo.
Pro.: Kevin Feige. Christopher Markus, Stephen
McFeely. Gui.: Christopher Markus, Stephen McFeely. Int.: Robert
Downey Jr., Chris Evans, Mark Ruffalo...
Gloria Bell
Dir.: Sebastián Lelio. Pro.: Sebastián Lelio, Juan de Dios y Pablo
Larraín. Gui.: Sebastián Lelio, Alice Johnson Boher. Int.: Julianne
Moore, John Turturro, Sean Astin
Aquí van juntos, en un “pack”, los dos estrenos más interesantes del
fin de semana. Uno, porque va a hacer millones de euros de
recaudación y colma las expectativas de miles de seguidores; el
otro, porque encierra en hora y tres cuartos de cine una historia
creíble y contemporánea con la descomunal interpretación de una
actriz en estado de gracia: Julianne Moore.
Gloria Bell
es la revisión que ha hecho el chileno Sebastián Lelio de su
película Gloria (2013), trasladando argumento y personajes a
Los Angeles; el guion, con la necesaria adaptación, es idéntico al
de aquella: Gloria es una mujer divorciada, tiene dos hijos y un
trabajo en una compañía de seguros que ni la agobia ni la apasiona.
Lo que sí le gusta sobre todo es bailar y la vemos casi cada noche
en sus discotecas favoritas, entregándose a la danza; sola, no
necesita compañero para disfrutar de la música –estupenda y
divertida colección de temas “disco”- y el baile. La película nos
muestra su vida, sus sentimientos, su aliento y su piel.
En
Vengadores no hay baile; lo que hay es acción, mucha acción:
tres horas trepidantes, en las que la aventura no decae. Como es
bien sabido, la cosa había quedado en que el malvado Thanos había
acabado con media humanidad, incluidos un buen número de
superhéroes; él lo hacía por remediar la superpoblación del planeta,
pero ya cogido el gusto, amenaza con seguir la escabechina, ahora ya
por el propio placer. Además, como tiene en su poder las cinco o
seis –no llevo muy bien la cuenta- gemas milagrosas que todo lo
pueden, no hay quien le tosa.
En
Gloria Bell lo que vemos es un pedazo de realidad, unas
personas de carne y hueso en su mundo de cada día; en Vengadores:
Endgame, una fantasía hiperrevolucionada, un tebeo en pantalla
grande, un espectáculo de circomatógrafo de muchísima intensidad. En
la película de Lelio todos los intérpretes están bien, tras la
superlativa Julianne Moore, presente en el 99% de los planos –y en
los pocos que no, también se deja notar- y en cada uno da una
lección de sinceridad y talento.
En
la de los hermanos Russo no hay un protagonismo definido, es una
obra verdaderamente coral y todos los artistas que encarnan a héroes
y villanos se afanan a lo suyo con verdadero espíritu; es lo que
requiere la producción. Que, naturalmente, brilla en efectos,
maquillajes y trucos de toda índole; nadie sabe hacerlo mejor que
los americanos, Disney-Marvel y compañía.
Además de dos estrenos importantes, como decía al principio, estas
dos películas representan muy bien dos maneras prácticamente
antagónicas de entender el cine: una herramienta para la madurez, el
goce intelectual y artístico y la reflexión, y un artefacto para el
entretenimiento puro y el rendimiento económico cuanto mayor, mejor.
Las dos cumplen perfectamente sus expectativas: Vengadores
–con un fin de semana de cuatro días de salida- romperá la taquilla.
Gloria Bell, no; pero hará pensar a sus espectadores.
Ah, y una similitud más: la película de Sebastián Lelio la habíamos
visto ya una vez. La de Disney, también: una vez, y otra, y otra… y
las que quedarán.
GLORIA MUNDI
(30.11.19)
Dir.:
Robert Guédiguian. Pro.: Marc Bordure, Robert Guédiguian, Angelo
Barbagallo. Gui.: Robert Guédiguian, Serge Valletti. Int. .
Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin, Gérard Meylan.
Robert Guediguian (Marsella, 1953) ha dirigido
una veintena de películas desde 1981 que han recogido casi sin
excepción el reconocimiento de la crítica y de muchos de sus
espectadores. Por citar algunas, recordemos Las nieves del
Kilimanjaro y La ciudad está tranquila –triunfadoras
ambas en Valladolid-; De todo corazón –Premio Especial
del Jurado en San Sebastián-; La casa junto al mar
–premiada en Venecia-, así como Marius y Jeannette,
Marie-Jo y sus dos amores, Una historia de locos…
Iba a decir que esta última Una historia de
locos (2015) es un pedazo de realidad… pero es que todas sus
obras lo son. Y todas fieles a un compromiso, que parte de la
fidelidad a unos equipos y unos escenarios –sus actores fetiche,
empezando por su mujer, y su ciudad, Marsella- y concluye en la
mirada hacia unos personajes y unas vidas que nunca nos dejan
indiferentes.
Gloria mundi
está protagonizada en exclusiva por siete adultos y un bebé: Gloria
acaba de nacer y sus padres, de momento, están muy contentos.
Son una pareja joven: Mathilda y Nicolas. La madre de ella,
Sylvie –una inmensa Ariane Ascaride- se ha vuelto a casar,
después de que su primer marido, Daniel, fuera a parar a la
cárcel por unos desafortunados acontecimientos. Con Richard, su
actual compañero, ha tenido otra hija, Aurore, que está casada
con Bruno, un hombre sin escrúpulos, una mala persona. Bruno y Aurore regentan una tienda de compraventa
de segunda mano, que marcha estupendamente porque se aprovechan
de las necesidades de una clientela deprimida y marginal. Los
dos se llevan bien, porque ella es casi peor que él, una mujer
insensible, racista y déspota, una auténtica nazi.
Ahora, Daniel
ha salido de la cárcel, sabe que es abuelo y se presenta en
Marsella con ánimo de rehacer su vida, conocer a su nieta y
recuperar a su hija. Sylvie y Richard no nadan en la abundancia,
precisamente: ella trabaja de limpiadora por la noche, porque
así gana un poco más; él conduce autobuses urbanos. Apenas
pueden ayudar a su hija Mathilda, y menos si el joven matrimonio
está sin trabajo. La situación, para mayor desgracia, se deteriora
con huelgas, sanciones y accidentes; cuando parece que no puede
empeorar, empeora un poco más.
Guédiguian plantea un panorama desolador. Como
vimos hace unas semanas con Sorry we missed you de Ken
Loach, la sociedad actual se muestra como un enjambre en el que
hay muchas más abejas asesinas que humildes obreras. Y en unos
días se estrena El joven Ahmed, donde los hermanos
Dardenne vuelven a golpearnos con una crónica de hoy día que
permite muy pequeño resquicio para la esperanza.
Los Dardenne, Guédiguian, mucho más Loach, son
directores maduros, hombres mayores, con mucha experiencia en
sus cámaras y en sus vidas. Y esa mirada que nos ofrecen es
absolutamente pesimista. En Gloria mundi y en las otras
películas que cito hay gente que sufre y hay explosiones de
maldad, de insolidaridad y de fanatismo; y ninguna tiene un
final feliz; de hecho, no tienen ninguna clase de final, cierran
con un fundido a negro que no deja lugar a dudas. Los padres,
los abuelos de Gloria tienen poco futuro. Aurore y Bruno, ese
par de indeseables, también; pero al menos disfrutan de un
presente. Pero engañoso y emponzoñado, eso sí: lo que se
merecen.
GOMORRA
(16.11.08)
Dir.:
Matteo Garrone
Pro.: Domenico Procacci Gui.:
Matteo Garrone y otros, sobre la novela de Roberto Saviano
Int.: Gianfelice Imparato, Toni Servillo, Ciro Petrone
Matteo
Garrone es un director italiano de 40 años, absolutamente desconocido
en España; tiene ya media docena de películas en su haber pero, como
aquí a los distribuidores se les olvidó importar cine de Italia cuando
se retiró Sofía Loren, no han llegado a nuestras pantallas. Y eso que
alguna ha tenido reconocimiento en Berlín y en Cannes; como ésta Gomorra, Gran Premio en el festival francés, seleccionada por su país
para el Oscar y candidata al premio de la Academia del cine europeo. Ésta
sí ha llegado; menos mal... Porque es estupenda, y además, tremenda:
una auténtica película de terror; o, por mejor decir, una película de
terror auténtico. “Gomorra” –la ciudad bíblica de la perdición-
es el territorio de la Camorra napolitana, el “sistema” –como
ellos mismos lo denominan- que domina, a punta de pistola, la vida y las
haciendas de los habitantes de los barrios de Scampia, Secondigliano
–el lugar más peligroso del planeta, después de Irak-, Casertano...
lugares que la mayoría de las personas desconocemos, pero que son
mortalmente reales.
Allí transcurre la acción de la película; las acciones entrelazadas,
porque son hasta cinco los episodios que se van sucediendo, alternando
en la narración. Este procedimiento, que siempre es complicado, alcanza
aquí grados de dificultad superiores, porque los intérpretes son
desconocidos y se parecen entre sí hasta el punto de que a veces
resulta costoso identificarlos; son gente de la calle, hombres –y
también niños- anónimos, taciturnos, violentos; vecinos y amigos, y,
con la misma facilidad, enemigos. Y su sentido de la vida, de la
fidelidad a un clan, de esa violencia punitiva ante la traición o la
desobediencia, lo traspasa todo y unifica el relato en una única melodía
de terror y muerte.
En
Scampia está instalado uno de los mayores mercados de droga del mundo;
los niños vigilan por si aparece la policía, los camellos y sus
clientes circulan libremente y los hombres mayores son pagadores que
circulan de casa en casa con el dinero. En el barrio de al lado, dos
chavales pretenden emular a sus mayores y espían las idas y venidas de
los traficantes de armas; cuando encuentran un arsenal escondido, creen
ser los héroes de una película de gangsters y se ven capaces de
desafiar al sistema.
En Secondigliano, mientras tanto, las familias luchan por el poder a
tiro limpio; ahí sí que no entra la policía, y la justicia se imparte
desde el consejo de los clanes. Ni los niños ni las mujeres están
libres del peso de la venganza. Son unas escenas implacables. Lo
mismo que esas otras que transcurren en Tersigno, donde la industria
textil produce prendas para los bazares de todo a un euro... y también
para las firmas de la alta costura que compramos en el primer mundo a
altos precios sin sospechar la sangre que empapa los vestidos: trabajo
en negro, sueldos miserables y, si hace falta eliminar al traidor que
colabora con los chinos a espaldas del sistema, se le vuela por los
aires; para que aprenda.
Por último, en el Casertano y la Campania, la Camorra incinera y
entierra clandestinamente residuos –muchos de ellos tóxicos-,
envenenando los campos, provocando enfermedades a los paisanos y
utilizando además, en la tarea, mano de obra ilegal y hasta niños si
hace falta.
Todo esto lo contaba ya el libro de Roberto Saviano y esto es lo que ha
puesto en imágenes, de la misma extrema dureza, Matteo Garrone. La película,
naturalmente, está mucho más cerca del neorrealismo que del thriller
americano. Aquí todo es verdad, está pasando hoy y pasará mañana, y
los actores están sacados de las mismas calles que sirven de escenario;
aunque sabemos que estamos ante una representación, no podemos escapar
de la realidad de unos hechos tan dolorosos e impactantes, que están,
incluso aquí, por encima del valor cinematográfico –que es muy alto-
de la película. Conclusión: la Camorra genera un negocio de 150.000
millones de euros al año. Y también ha producido 10.000 muertos en los
últimos treinta. Una auténtica tragedia.
(www.mymovies.it/gomorra/)
GOOD (24.05.09)
Dir.: Vicente Amorim
Pro.: Miriam Segal, Sarah Boote, Billy Dietrich Gui.:
John Wrathall
Int.: Viggo Mortensen, Jason Isaacs, Jodie Whittaker
Good es la quinta película del
austro-brasileño Vicente Amorim; procede de una pieza teatral del escocés
Cecil Philip Taylor, y por eso el director y su guionista han tenido
mucho interés en salvar lo que podría ser un escollo en la estructura
de la obra. El argumento va desde 1933 a 1942 y arranca con un pequeño
salto atrás para que conozcamos a un temeroso ciudadano requerido con
urgencia por el gobierno nazi.
John Halder –un Viggo Mortensen
en plena forma- es un estupendo profesor de literatura en la Alemania
que ha visto llegar a Hitler sin comprender el alcance de la amenaza del
nazismo. Halder es un hombre honrado y cabal, padre cariñoso, hijo
agobiado por la progresiva y cruel enfermedad de su madre, y marido
atento a pesar del difícil carácter de su mujer. Halder está muy
preocupado: explica en clase con entusiasmo, hasta que su jefe le prohíbe
hablar de Proust –y de otros muchos más, escritores “extranjeros”
y poco aceptables-; su suegro le conmina a afiliarse al cada vez más
poderoso partido nacionalsocialista; su casa es un caos y, para colmo,
su alumna más aplicada y más guapa se interesa muchísimo por él.
Se ve que Halder, a pesar de todo, todavía ha tenido algún rato libre
para escribir una novela. Y precisamente, ese libro, en el que hace una
defensa de la “muerte por compasión” –un acto supremo de amor,
según él lo ve-, es el detonante de lo que va a ser su nueva vida. El
mismo Hitler ha leído la novela, le cuentan, y ha quedado muy
impresionado por su calidad, su interés y, sobre todo, por su tesis. De
modo que Halder recibe un premio, un encargo y una sugerencia. El premio
es en metálico; el encargo, escribir un ensayo que dé forma a sus teorías,
y la sugerencia... que no tarde en afiliarse.
Halder no es un mal hombre, pero tampoco un héroe; todo lo contrario,
su debilidad de carácter le impide resistirse a las tentaciones y, a
pesar de las alarmas de Maurice –un formidable Jason Isaacs-, su amigo
de toda la vida, psiquiatra y consejero... y judío, se deja convencer;
en parte temeroso, en parte interesado por progresar en su carrera
profesional y mejorar en su ámbito personal y familiar.
El relato conforma la ascensión del profesor: pronto es jefe de
departamento, ya no tiene que soportar a su mujer ni a su madre, su
novela es llevada al cine y hasta recibe la felicitación del temible
ministro de propaganda Goebbels, y se ha convertido en oficial de las
SS. Eso sí, es un cargo honorario y sus misiones son puramente
intelectuales. Su referente, sin embargo, sigue siendo su amigo, que es
como la otra cara de su espejo. Aunque él se niegue a comprenderlo,
Maurice ha ido hacia abajo mientras él subía, y su situación es ya
desesperada; el régimen persigue a los judíos, primero solapadamente,
después con creciente descaro y violencia. La única posibilidad para
Maurice es recabar la ayuda de su ahora poderoso compañero.
De las quemas de libros de 1933 a los campos de exterminio del 42 y
siguientes, pasando por las noches de cuchillos largos y demás
atrocidades, Good revela la
historia de este hombre no tan bueno y de su terrible, odioso entorno.
Amorim se ha inspirado, en lo formal, en El
conformista de Bertolucci y, como el maestro italiano, enfatiza los
elementos visuales para que, sin perder su valor de referencia a un
personaje y su época, sirva también de parábola universal acerca de
la conciencia, la decisión de actuar y la consecuencia de esos actos;
hay una muy acertada opción por una decoración y ambientación
estilizadas, que contrastan con la oscuridad y la bajeza moral de los
personajes.
Entre los que, desde luego, no perdona a su protagonista: la película se
abre con un primer plano del rostro de Halder, sigue constantemente su
mirada, menos limpia y más espesa cada vez, y lo abandona al final,
tras un espantoso deambular por los callejones de Auschwitz, perdida su
identidad entre prisioneros famélicos, moribundos y tan desesperados
como él. (www.goodthefilm.com)
GORDOS (13.09.09)
Dir.:
Daniel Sánchez Arévalo
Pro.: José Antonio Félez, Antón Reixa
Gui.: Daniel Sánchez Arévalo
Int.: Antonio de la Torre, Raúl Arévalo, Roberto Enríquez...
Azuloscurocasinegro,
la primera película de Sánchez Arévalo, triunfó en Málaga y en
muchos otros festivales, en los Goya, en la cartelera y en la crítica.
Muchísimo éxito para un director debutante –aunque con un extenso
bagaje en magníficos guiones y cortometrajes- y una gran
responsabilidad ante su siguiente paso. Sánchez Arévalo se lo ha
pensado mucho y después de tres años y tras diez meses de rodaje, ha
estrenado Gordos. Como la
primera, Gordos es una
tragicomedia; o, mejor, es una tragedia con ribetes cómicos. Pero lo
que en Azuloscurocasinegro era contención precavida, aquí es –él mismo
lo confiesa- una liberación, un tanto desmadrada. Si en aquélla la
historia principal se veía acotada y enriquecida por algunas acciones
paralelas, en ésta el argumento está completamente fragmentado en
cuatro o hasta cinco relatos que se entrecruzan, superponen y van y
vienen con un personaje y un motivo comunes.
El personaje es Abel –Roberto Enríquez-, un terapeuta que trabaja con
un grupo de personas acomplejadas por su aspecto físico. Y ése es el
motivo: todos están gordos y viven sus kilos como un calvario. Uno,
porque teme morir de un infarto; otra, porque no sabe cómo ha podido
perder su figura y quiere recuperarla; uno más, porque es culpable y víctima de
su propia estrategia engañosa, que le ha hecho pasar de modelo
publicitario a gordo ridículo y antipático; y hasta Abel vive el
problema en su propia casa, porque Paula, su mujer, está embarazada y
engorda por todas partes; y eso le horroriza. A
casi todos les da miedo su cuerpo. A todos, menos a Paula. Y a los que más,
a Álex y Sofía, una pareja de jóvenes miembros de una comunidad católica,
obsesionados por el ideal de pureza y por las ganas de darse un revolcón,
a partes iguales.
Parejas con problemas; parejas de gordos, parejas de gordas y flacos,
chicas gordas traumatizadas... y Enrique –espectacular Antonio de la
Torre-: un homosexual obeso, cínico y amargado. Estos son los
personajes que pululan por la pantalla al compás del mayor o menor tino
de su director-guionista. Mayor o menor, porque la película está llena
de claroscuros, de aciertos inteligentes y de errores cercanos a la
vulgaridad.
Vaya por delante el sentido del riesgo de Sánchez Arévalo, su
inconformismo y su complicidad con los intérpretes, que han sufrido físicamente
unas transformaciones penosas, y no sé si estrictamente
imprescindibles, y que están francamente estupendos casi todo el rato.
Pero junto a determinados momentos de altura cinematográfica y de
verdadero interés argumental hay otros de muy escaso calado y una
sensación de conjunto de desmesura y de trazo deshilvanado.
No es fácil manejar un reparto coral –alguna llaga había ya en Azuloscuro...-
y menos aún resolver un conjunto de historias relativamente conexas,
con unos personajes que aparecen y desaparecen sucesivamente. Hay algún
procedimiento posible, como dejarlos siempre en lo más alto del interés,
o hacerlos tan simpáticos y adorables que no se puedan olvidar mientras
no los ves; ninguna de ambas cosas se produce en Gordos,
quizá porque el estilo de Sánchez Arévalo se lo impide; pero se
equivoca.
Como se equivoca gravemente con el contenido principal de la película:
que la gordura no es sólo física; que la personalidad, el estado de ánimo
y el grado de felicidad influyen en el aspecto; que todos podemos llevar
un “gordo” dentro, en definitiva, es una metáfora tan obvia que cae
en el ridículo. Precisamente, la metáfora es un recurso que si resulta
incomprensible no surte efecto, pero si es tan elemental carece de
fuerza poética. Y más si se utiliza en sentidos contradictorios y se
acompaña, como aquí, de elementos religiosos, oníricos, científicos
y sexuales, todo sin mucho orden ni concierto y demasiado rato. Quizá a
Sánchez Arévalo le haya faltado algo de humildad, quizá haya querido
picar demasiado y demasiado alto, y a su película le pase lo que a sus
personajes: que tiene un problema de exceso de peso.
(www.gordoslapelicula.com)
GRACE DE MÓNACO
(25.05.14)
Dir.
Olivier Dahan
Pro.: Arash Amel, Pierre-Ange Le
Pogam Gui.: Arash Amel
Int.: Nicole Kidman, Tim Roth, Frank Langella, Paz Vega
La carrera del
director y guionista francés Olivier Dahan se desarrolla con evidente
personalidad, no carente de altibajos: ha hecho publicidad,
videocreación y catorce películas entre cine y televisión; algunas
relevantes internacionalmente –cinco se han estrenado en España- y una
de gran éxito: La vida en rosa, la biografía de Edith Piaf que
les valió sendos Oscar a Marion Cotillard y a sus maquilladores, además
del Globo de Oro, el Cesar y un montón de premios más. Quizá esa renta
ha llevado a los productores a encargarle un nuevo retrato personal de
otra celebridad; en este caso, el de la carismática Grace Kelly, actriz
y princesa. Un reto, en principio, apasionante.
Y nada fácil: la figura de Grace de Mónaco está, para siempre, demasiado
cerca del papel cuché; y cualquier intento de llevarla al extremo de la
desmitificación correría el peligro de dejarlo desprovisto de identidad.
Por no hablar –en cuanto a dificultades- de la oposición de la familia
Grimaldi, que ha estado a punto de echar a pique el proyecto. De inicio,
el guion intenta sortear esa primera disyuntiva, desplegando la historia
en torno a dos hechos, de muy distinta importancia, pero que convergen
en la figura de la protagonista: la persona más admirada y recordada del
pequeño estado monegasco. Tan pequeño que, al comienzo de la película,
el coche que lleva a Alfred Hitchcock se detiene en una colina y el
chofer le dice: “Señor Hitchcock, desde aquí puede usted ver todo
Mónaco”. Y del primero de los dos acontecimientos que podrán cambiar la
historia de la princesa y del país, tiene la culpa el maestro del
suspense: llega para ofrecer a Grace el papel protagonista en su nueva
película, Marnie. Una propuesta tan tentadora que no será
fácilmente rechazada.
Hace seis años que Grace Kelly se casó con Rainiero III y dejó de ser
actriz para ser princesa. Un papel lleno de obstáculos, con un guion no
escrito, en un país –y un continente- extraño, con un idioma
desconocido, permanentemente en el centro de todas las miradas y de
todas las intrigas… Y en esos momentos, por añadidura, en medio de
una crisis brutal: Mónaco está arruinado y la Francia de De Gaulle
amenaza con terminar de ahogarlo, engullirlo y hacerlo desaparecer. El
presidente francés quiere acabar con el paraíso fiscal monegasco –su
principal fuente de ingresos-, y exige su término, clausura la frontera
y hasta pone fecha a la invasión.
El papel de Grace será determinante en la resolución del conflicto;
según la película, mediante su emotivo discurso en la Gala de la Cruz
Roja celebrada en octubre de 1962. En cualquier caso, ahí se acaba el
relato. Demasiado corto, seguramente: de no tratarse de una figura como
la de la princesa de Mónaco, saldríamos del cine sin saber apenas nada
de su vida; ni antes ni después de esos meses cruciales. Nada de su
carrera en el cine, nada de su existencia posterior ni de su trágica
desaparición. Además, el guion, como decía al principio, trata de
mantener cierta equidistancia dramática entre el romanticismo rosa y la
comedia humana; y lo que consigue es caer sucesivamente en ambos
extremos sin conseguir ahondar en ninguno de los dos.
Olivier Dahan intenta compensar esa falta de brío haciendo evolucionar a
su heroína en todos los instantes de la película; la sigue en cada uno
de sus movimientos, cada escena gira en torno a ella, y hasta trata de
penetrar en sus pensamientos en radicales primeros planos, aunque no
todas las veces lo consigue. No es por culpa de Nicole Kidman; ella y
Tim Roth –y la mayoría de los intérpretes- están perfectos en sus
personajes, y también es correcta la ambientación –faltaría más- y la
puesta en escena a través de una estupenda fotografía de Eric Gautier,
colaborador habitual del director. El problema mayor de la obra es que
no llega a emocionar –quizá tampoco lo pretenda- ni a interesar lo
suficiente; por falta de profundidad; y también de extensión: al final,
yo querría saber más de la vida de Su Alteza Serenísima la Princesa
Grace de Mónaco. (www.tripictures.com/web/grace-de-monaco/)
GRAN TORINO
(08.03.09)
Dir.:
Clint Eastwood
Pro.: C.E., Bill Gerber, Robert Lorenz Gui.
Nick Schenk
Int.: C.E., Christopher Carley, Bee Vang.
A
punto de cumplir los 79 años, intérprete de 60 películas, director de
31, productor de otras tantas y compositor o intérprete de una veintena
de bandas sonoras, el ritmo de trabajo de este californiano
incombustible es asombroso: sin descanso tras El
intercambio, Clint Eastwood produce, dirige y protagoniza Gran
Torino. Puede ser su despedida como actor, pero seguro que su
carrera tras la cámara aún no ha terminado; de hecho, prepara ya su
biopeli sobre Nelson Mandela.
La historia
del cine contiene los grandes personajes de Eastwood: de los pistoleros
de Sergio Leone al entrenador de Million
dollar baby, y de Harry El
Sucio al desolado Robert Kinkaid de Los
puentes de Madison; pasando, naturalmente, por su Jinete
pálido, el William Munny de Sin
perdón, y otros muchos, hasta llegar a este
solitario excombatiente, adusto, antipático, racista y violento Walt Kowalski –de
origen polaco pero más americano que el Tío Sam-, su última gran
creación. Walt acaba de perder a su mujer; sus hijos y demás familia
le parecen unos extraños horrorosos, y para colmo vive rodeado de
“amarillos” –como él los llama: chinos, vietnamitas, coreanos...-
y demás “extranjeros” en un barrio que sus compatriotas han ido
abandonando. Le queda, eso sí, su casa, su pequeño jardín, su completísimo
taller y su coche, el fabuloso Ford Gran Torino del 72 que da título a
la historia. Su jardín es inviolable, su casa todavía más y su
coche... podría llevarlo a matar a quien quisiera robárselo.
Poco a poco, sin embargo, sus vecinos irán conquistando un hueco en sus
posesiones y, lo que es más raro, en su corazón; no porque sean tres
generaciones de una familia hmong –un grupo étnico laosiano que luchó
junto a los americanos en la guerra de Vietnam- sino porque los más jóvenes
llaman su atención.
De hecho, a Walt le importa un pito el origen de la familia –uno de
los elementos, sin embargo, más interesantes del guión-, y se fija en
el chaval, Thao, porque le parece un joven distinto a los brutos
gamberros agresivos que pululan por el barrio y consiente en perdonarle
–casi- alguna fechoría; la chica, Sue, ablanda su durísima condición
con su insistencia cordial y su trato desenfadado y descarado. De verdad
que Kowalski es un hombre duro: trata con el mismo desprecio a los
pandilleros negros que al párroco bisoño que intenta ofrecerle el
consuelo de la iglesia, no hay conflicto humano que le interese más que
su cerveza y –si acaso- su perro, y ante una pelea que invade su jardín,
se preocupa más por su césped que por la integridad de las personas.
Con estos ingredientes, y con el protagonista contra el mundo, la película
mantiene un tono de comedia, feroz pero muy divertida, durante un buen
rato. El guión está muy bien medido y contiene un puñado de diálogos
chispeantes y de enorme eficacia. Y después también, siempre que los
personajes se lo permitan, como en las escenas que Thao protagoniza con
el barbero de Walt y con su amigo el contratista... Pero hay un punto de
inflexión en que el dramatismo de la situación se impone, y si el
anciano iracundo está siempre en el límite de lo verosímil en la
comedia, cuando llega la tragedia resulta –para mí, por lo menos-
insostenible.
No es culpa de Eastwood. Él sigue soportando el peso del personaje, y su
composición se pliega a la exigencia del papel, y otro tanto cabe decir
de la realización, que sigue siendo igual de vigorosa, con pleno
dominio de la situación y el “tempo” cinematográfico, tanto en lo
que cuenta como –de manera sobresaliente, para eso el director es un
maestro- en lo que elude. Pero el guión se va escandalosamente por los
cerros de Úbeda y Walt Kowalski, apenas sin transición, es otro. Es
verdad que hay un par de elementos dramáticos que quieren justificarlo,
pero uno tiene valor mientras que el otro es un recurso de baja
calidad.
Y precisamente éste es el detonante de la solución final, que a mí se
me antoja forzadísima, blanda, moralizante y, francamente, bastante
inverosímil. Y eso estropea la calidad, la brillantez y la maestría
–marca Eastwood- del resto de la obra.
(www.thegrantorino.com)
GRAVITY
(06.10.13)
Dir.:
Alfonso Cuarón
Pro.:
Alfonso Cuarón,
David Heyman. Gui.:
Alfonso y Jonás Cuarón
Int.: Sandra Bullock, George
Clooney
El que dice ser y
llamarse Alfonso Cuarón Orozco, nacido en Ciudad de México el 28 de
noviembre de 1961, es autor de siete películas: dos de ellas en su país
y las otras donde el negocio o el talento lo han llevado. Además de un
Harry Potter que le cayó en suerte, ha dirigido títulos de
géneros variados, como Grandes esperanzas, Y tu mamá también e
Hijos de los hombres, un sombrío y apocalíptico thriller de
ciencia-ficción muy interesante. Y con su nueva obra, aunque no lo
parezca en principio, vuelve a cambiar de registro: Gravity es,
sobre todo, un espectáculo en 3D y el relato de una aventura personal.
Tres astronautas flotan ingrávidos en el espacio, en medio de la nada,
en el silencio solo interrumpido por las voces entrecortadas de sus
propias comunicaciones. Allá abajo –o arriba- está la Tierra y alrededor
tienen millones de puntos luminosos que decoran el fantasmal escenario.
Están atareados en las reparaciones de la estación espacial; dos de
ellos unidos al casco por su elástico cordón umbilical, el tercero
provisto de una mochila propulsora que le da mayor autonomía y libertad.
De pronto, el accidente: miles de fragmentos de basura, de todos los
tamaños, ametrallan a los desprevenidos astronautas.
La doctora Ryan Stone sale despedida, rota su cuerda de seguridad, y
gira alocadamente separándose cada vez más de su nave; Matt Kowalski
intenta localizarla y alcanzarla. El tercer tripulante ha muerto,
destrozada su escafandra por un impacto. Y la pantalla se curva y se
abre hacia el infinito, haciendo que el espectador acompañe a la
astronauta en su viaje desesperado. El 3D alcanza aquí, como en La
vida de Pi, una función narrativa y un fundamento estético de primer
orden. Alfonso Cuarón acierta en ambos planos con su apuesta por esta
tecnología.
Gracias a ella seguimos a los protagonistas de esta nueva odisea del
espacio casi como si estuviéramos allí, desde ese punto de vista
imposible. Stone y Kowalski se han quedado solos; y de verdad que allá
arriba –o abajo- la soledad es un sentimiento terrorífico. Los
astronautas están inermes, incomunicados, sin respuestas y casi sin
oxígeno. A lo lejos, muy lejos, un punto brillante les señala la
posición de la estación china. ¿Cómo llegar hasta allí? La posibilidad
parece más que remota; y es aquí donde empieza la aventura personal y la
película, con un inteligente uso de la cámara subjetiva, nos ofrece la
mirada de la conmovida doctora Stone dentro de la inmensidad del
escenario infinito.
Sandra Bullock y George Clooney confiesan –cómo no- estar maravillados y
emocionados por la experiencia. Aunque en muchos momentos –entre el
trabajo de los especialistas y los efectos visuales- no sean ellos
quienes habiten sus personajes, no cabe duda de que un rodaje tan pleno de
acrobacias habrá sido una experiencia importante. Pero, aun considerando
que la taquilla también –sobre todo- manda, esta pareja no resulta
demasiado atractiva: ella necesita un esfuerzo extra para hacerse
creíble y Clooney está un poco talludito para astronauta.
La doctora Stone, además, parece demasiado inexperta para resolver la
angustiosa situación en que se encuentra; claro que es intuitiva y
valerosa y tiene suerte; el personaje lo necesita. Para colmo, la
resolución del argumento, aunque válida e interesante estéticamente
–plano de los pies firmemente asentados y panorámica pantorrillas arriba
de la protagonista-, contiene tal disparate científico y tecnológico que
merecería haber sido pensada un poco más.
Queda, por supuesto, el impresionante espectáculo visual –y también
auditivo-, esos momentos impactantes del mejor 3D, y el incesante ritmo
de intensidad narrativa y suspense crecientes, gracias a la maestría con
la cámara y el ordenador alcanzada por Emmanuel Lubezki –el gran
director de fotografía-, Alfonso Cuarón y, para qué disimularlo, el cine
americano en general. (http://gravitymovie.warnerbros.com/)
GREEN BOOK
(02.02.19)
Dir.: Peter Farrelly. Pro. y Gui.: Nick Vallelonga, Brian Currie,
Peter Farrelly. Int.: Viggo Mortensen, Mahershala Alí, Linda
Cardellini.
Peter Farrelly y su hermano Bobby han transitado por la comedia
gamberra y pelín desenfrenada -tampoco nada especialmente ofensivo-
desde hace veinticuatro años, con Dos tontos muy tontos,
Vaya par de idiotas, Algo pasa con Mary –seguramente la
más conseguida-, Yo, yo mismo e Irene, Matrimonio
compulsivo y otras parecidas. Ahora, Peter, en solitario, sigue
proponiendo divertirnos, pero todavía de manera más blanca y
bienintencionada.
A
lo que no renuncia es a sus subgéneros favoritos: Green book
es una “road movie” y una “buddy movie” –dicho pedantemente-, o sea
una película de viaje y de colegas. Estamos en los años 60 y los
colegas son Tony Lip y el doctor Don Shirley. Tony es un
ítaloamericano que trabaja en un club haciendo de camarero y de lo
que le mandan, que a veces son menesteres relativamente violentos.
Ahora está en el paro, porque el club ha cerrado por reformas… o
similar.
El
doctor es en realidad un extraordinario pianista de color –negro,
quiero decir- que vive en un lujoso apartamento encima del Carnegie
Hall, y quiere realizar una gira por el Sur de los Estados Unidos.
Para ello necesita un chófer y le propone el empleo a Tony. Y de ahí
el viaje: los dos solos, en su coche, carretera y manta. Don es un
hombre refinado y Tony es bastante bruto, pero muy pronto prende
entre los dos una estupenda química.
Que les es muy necesaria, porque cuanto más se adentran en ese
paisaje sureño, más peligroso se va volviendo. Los conciertos de Don
–acompañado por dos músicos de cámara- se celebran en teatros, clubs
y lugares respetables; pero luego hay que salir a la calle y, no
hace falta decirlo, un hombre negro no es demasiado bien recibido en
según qué ambientes. La pareja lleva con ellos el “libro verde” que
da título a la película, una guía de los sitios de los que es
aconsejable no salirse; pero a veces la recomendación no es
suficiente. Así que Tony tiene que emplearse a fondo para intentar
cada vez que su jefe y amigo llegue indemne a la próxima actuación.
El
relato está construido, como es lógico, sobre la confrontación de
los dos caracteres, que parten de características opuestas: un
hombre blanco, el otro negro; uno, un artista elegante y culto; el
otro un bruto maleducado; Tony, con una familia omnipresente y
ruidosa; Don, soltero y solo. Y aun así, el talento del pianista
seduce al chófer y la sencillez primaria de este conquista la
simpatía de aquel. Y hay que decir que el guion discurre con
absoluta fluidez y naturalidad, sin baches ni aspavientos.
Cinco nominaciones al Oscar ostenta la película, entre las que
están, claro, las de sus dos protagonistas. No lo tienen fácil:
Mahershla Alí ya ganó uno en 2017, y Viggo Mortensen sufre una
competencia feroz. Pero no importa, los dos están estupendos, y
Mortensen en concreto compone un personaje delicioso: un pillastre
abotargado y de pocas luces pero con cierto sentido moral y una
enorme capacidad de empatía.
Ellos llevan en volandas Green book, una historia ligera y un tanto
previsible, y la convierten en la clásica película bonita y
optimista que le gusta a todo el mundo; excepto –claro- si a alguien
no le gustan las películas que le gustan a todo el mundo.
GRUPO
7 (08.04.12)
Dir.:
Alberto Rodríguez
Pro.: José
Antonio Félez Gui.: Alberto
Rodríguez,
Rafael Cobos
Int.: Antonio de la Torre, Mario Casas, Inma Cuesta
El
sevillano Alberto Rodríguez debutó en el 2000 con El factor Pilgrim, a medias con Santi Amodeo y con Álex
O’Dogherty de protagonista: todo un manifiesto de un cine distinto,
independiente y muy estimulante. Después llegaron El
traje, 7 vírgenes y After; películas arriesgadas e interesantes. Detrás de todas ellas
está José Antonio Félez –y también de El
bola, Astronautas, Elsa y Fred, Azuloscurocasinegro, Cabeza de perro,
Pudor, 8 citas, Una palabra tuya, Gordos, Primos…-, uno de los
productores de mayor calidad de este país.
Félez le ha producido Grupo
7 a Rodríguez, como era de esperar, y la unión de los esfuerzos de
ambos ha vuelto a dar muy buenos resultados. La película, además, se
basa en hechos verdaderos, como sabe todo el que haya vivido en la
Sevilla pre-Expo’92. En los meses –varios años, en realidad- que
duró la preparación de la descomunal Exposición Universal, la policía
sevillana se empleó a fondo para “limpiar” la ciudad, y sobre todo
el centro histórico, de delincuentes, prostitutas y demás personal
poco agradable a la vista de los miles de forasteros que se esperaban.
En especial, la batalla se libró contra yonkis y camellos que pudieran
contaminar el reluciente acontecimiento con el pestilente tufo de la
droga.
Ángel, Rafael, Miguel y Mateo forman el “Grupo 7” de la policía
sevillana. Comparten tarea, pero poco más; Rafael es un funcionario
endurecido, violento, puede que con alguna oscura pasión entre las
costillas; Miguel y Mateo sólo se parecen en que llevan placa, pistola
y mucho desengaño encima; y Ángel es un chaval recién casado y recién
ingresado en el cuerpo, todavía con más ilusiones y dudas que certezas
y temores. Tiene lo que los demás ni sueñan: una mujer joven y cariñosa
que lo espera en casa todos los días, todas las madrugadas, todas las
ausencias.
La película se mueve a dos niveles y, como está muy bien escrita,
porque los autores saben de lo que hablan, los dos funcionan
perfectamente. Por un lado, explora las personalidades de los policías
y su relación; por otra parte, expone el escenario en el que los cuatro
se mueven profesionalmente: las calles sevillanas, con un submundo de
fauces abiertas bajo el albero y los geranios; los rincones secretos,
las casas de citas y las tapias desconchadas de los solares abrasados
por la heroína; el comisario desabrido, el confidente escurridizo, los
chorizos, los chaperos y las peligrosas mafias del menudeo y el tráfico
pesado.
Se acerca el 92 y para abril la Expo debe estar lista y las calles de
Sevilla, limpias. La presión policial aumenta y aumenta el riesgo de un
encontronazo grave; con los delincuentes… y con ellos mismos. Rafael
ha entrado en una espiral de preocupación que le roba el sueño y la
luz, aunque él la revista de indiferencia; Ángel, por su parte, va
descubriendo las aristas de la vida que ha elegido sin saber cómo le
iba a doler. Los cuatro juntos se ven arrastrados por los
acontecimientos y, mientras el mundo se prepara para la fiesta, su
existencia se complica por el peso de una lucha que no saben cómo
ganar, ni sin van a poder hacerlo, ni, en todo caso, cuánto les va a
costar.
Como en todas sus películas y desde luego en After
y en ésta, Alberto Rodríguez se confía a la calidad y a la intensidad
dramática de sus actores. Excelencia comprobada: Mario Casas gana
credibilidad y hondura en cada película, y éste puede ser,
seguramente, su mejor papel hasta la fecha. Julián Villagrán está ya
por derecho en la nómina de los grandes secundarios del cine español
–esos que merecen ser protagonistas-. Y qué se puede decir de Antonio
de la Torre, un actor extraordinario en cualquier registro:
disciplinado, intenso, de credibilidad imbatible, su Rafael es un
retrato maravilloso de la soledad, la desconfianza y, también, el
desconsuelo.
Magnífica crónica, auténtica, sincera puesta al día de una página de
nuestra historia pequeña; esa que está por debajo de los grandes
sucesos y las grandes palabras, pero que impregna de verdad y
sentimiento lo que pasa delante de nuestros ojos. (www.facebook.com/grupo7lapelicula)
|