Por Larry D'Abutti
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BAARÌA (23.05.10)
Dir.: Giuseppe
Tornatore
Pro.: Marina
Berlusconi, Tarak Ben Ammar
Gui.: Giuseppe Tornatore
Int.: Francesco
Scianna, Margareth Madè, Ángela Molina
Giuseppe
Tornatore nació en 1956 cerca de Palermo, y más concretamente en
Bagheria, la “Baarìa” del título en el dialecto siciliano. Después
de Il camorrista, que fue su
debut en 1986, dirigió Cinema Paradiso en 1988, la película por la que lo recuerda todo el
mundo. Su cine tiene evidente interés, con títulos como Todos están bien, Una pura formalidad, La leyenda del pianista en el océano
y La desconocida, entre otros.
Sus películas son personales
y cercanas a lo autobiográfico; y si no, lo parecen. También sucede
con esta Baarìa, que además
es otro ejemplo de “psicoanálisis” patrio, algo a lo que ya nos
tiene acostumbrados el cine italiano. Tornatore recorre, armado
evidentemente con su memoria personal, buena parte de la historia de la
Italia contemporánea: la que va de la dictadura de Mussolini al siglo
XXI.
El relato está presidido por un cierto tono onírico, propio de una
ensoñación infantil. No en vano se abre y se cierra con un breve capítulo
protagonizado por un chavalín que juega en la calle a la peonza
–imagen muy significativa- y que, azuzado por un encargo con
recompensa, vuela literalmente sobre las calles y los tejados del
pueblo: un villorrio, seco, pobre, despoblado, tostado por el sol
inclemente que arrasa cada esquina. Tras ese prólogo poético,
conocemos al protagonista: Peppino, otro niño, que se hace el remolón
ante el drama de tener que entrar en la escuela. Y aquí arranca de
verdad la narración, la historia de la familia Torrenuova y sus
paisanos, retratados con minuciosa exactitud.
La película constituye un gigantesco fresco en el que, bajo la
despierta mirada de Peppino, se retrata cada momento, y cada rincón del
pueblo y, por extensión, del país entero. Italia
cruje bajo el régimen de Mussolini, y su represión policial no deja
demasiado resquicio a la libertad. Baarìa y sus habitantes se consumen,
aguantan como pueden, sueñan con escapar de la pobreza… y llega la
guerra. Los jóvenes se van, unos vuelven y otros no. Peppino va
creciendo, pronto es un mocetón capaz de poner sus ojos en la chica más
guapa del pueblo, luego ya es un hombre lleno de responsabilidades domésticas
y también políticas, y al mismo tiempo que su familia, el pueblo crece
y se hace más próspero y más moderno.
Las nuevas calles y las nuevas casas ven pasar la saga de los
Torrenuova, tres generaciones de sicilianos que pasean por la pantalla
sus costumbres –aderezadas algunas por un toque de cierto realismo mágico
acorde con ese aire de ensoñación-, sus deseos, sus miedos, sus
frustraciones y sus esperanzas. También está el poético homenaje al
cine; el cine de entonces, hecho de imaginación en celuloide perforado.
Y todo el tiempo, claro, una de las constantes del alma italiana: la
contienda política, con toda su crudeza.
Al fascismo demoledor de los primeros años sucede la danza de los
partidos: la división de la izquierda, la fiel militancia de Peppino en
el Partido Comunista, la desorientación de los socialistas, la
omnipotente presencia de la Democracia Cristiana, las trampas, los
peligros del juego político y las conjeturas de cada convocatoria
electoral en la Sicilia profunda… Y la amenaza constante de la mafia,
una fuerza política –y económica- más, y sin duda de las más
poderosas.
El riesgo evidente de una película como ésta es que roza la desmesura.
Bertolucci hizo Novecento en
dos partes, seguramente por eso mismo. Tornatore ha optado por dividir
el relato en pequeños fragmentos, como viñetas puntuadas por elipsis
de distinta densidad. Eso lo aligera, es verdad, pero también quiebra
el ritmo y dispersa la atención; produce una cierta indiferencia que
debe resultar el extremo opuesto a lo que pretende el director. En
cualquier caso, el esfuerzo merece un respeto indudable y la peripecia
de este Peppino Torrenuova tan cercano y verdadero provoca la simpatía
del espectador pero además lo obliga a reflexionar sobre la historia,
la política y la condición humana.
(www.tripictures.com/baaria/)
BABY
(09.01.21)
Dir.: Juan Bajo Ulloa. Pro.: Juan Bajo Ulloa, Diego Rodríguez.
Gui.: Juan Bajo Ulloa. Int.: Rosie Day, Harriet
Sansom Harris, Natalia Tena.
Juanma Bajo Ulloa, a punto de cumplir 54 años, debutó cuando
tenía 24 con la formidable Alas de mariposa, a la que
siguió La madre muerta dos años después. Luego, con menos
continuidad, ha dirigido Airbag –un disparate cómico-, la
muy interesante Frágil y otra bufonada: Rey gitano.
Géneros muy distintos, aunque siempre personales y con la firme
voluntad de huir de registros cercanos a la “normalidad”. Y con
Baby regresa al lado oscuro de sus primeras y, para mí,
más interesantes obras.
En
los compases iniciales de la película, una chica joven,
drogadicta y sola, da a luz a un bebé: un par de vidas al
límite. La chica apenas sabe ni puede cuidar de su hijo, hasta
que una vecina “caritativa” se abre paso en el desastre en que
ha convertido su piso para ofrecerle una solución. Dinero, mucho
dinero a cambio del niño, que debe entregar a una persona en el
lugar que la indiquen. Ella, sumida en su desesperación, acepta.
En
mitad de un bosque desolado se produce el intercambio. Una
misteriosa mujer, acompañada de una ciclista albina y de una
niña coja, se lleva al bebé. Es una siniestra secuencia que roza
el surrealismo, y la sensación de pesadilla aumenta cuando vemos
dónde habitan estas personas: un caserón apolillado, aislado en
medio de la nada, silencioso y amenazador como salido del relato
de una mente enferma.
En
realidad, silencioso es la palabra. En un entorno mágico, los
únicos sonidos que percibimos son el estruendo de una hoja al
caer, la barahúnda de dos ratones corriendo, el alarido de una
mosca atrapada en la tela de una araña… o el cañonazo de una
puerta al cerrarse de golpe. Nada más. Los personajes no hablan,
no hemos oído su voz, ni la oiremos en todo el metraje. La
película solo contiene esos ruidos de la naturaleza,
magnificados por la atrevida puesta en escena y por la música,
una estupenda y omnipresente banda sonora de Bingen Mendizábal
–que ya colaboró con Bajo Ulloa en La madre muerta- y
Koldo Uriarte.
Naturalmente, en un filme sin diálogos, los otros sonidos se
convierten en protagonistas; sobre todo dentro de la casa,
cuando la joven madre se arrepiente de sus actos y trata de
recuperar a su bebé. Son unas secuencias que adentran al
espectador, decididamente, en una historia de suspense
terrorífico en la que el tiempo y el espacio se congelan y los
momentos de tensión se suceden sin pausa. Todo
puede pasar en ese ambiente claustrofóbico en el que una
criatura pugna por abrirse paso en medio de la decrepitud, y una
chica, inocente a su pesar, lucha contra la malvada bruja y sus
poderes; peleas desiguales, como lo son todas en la naturaleza
–otra fuerza protagónica en la película-, que enfrenta a presas
con depredadores, con problemáticas posibilidades de éxito.
Baby
es una obra rara, diferente en la forma y, como digo, muy
atrevida. Pero enlaza con el mejor cine de Juanma Bajo Ulloa,
con sus más acertados momentos de libertad y apuesta personal.
Esta es la más radical hasta la fecha y muestra una madurez y
una seguridad notables. Y enseña también hasta dónde puede
llegar nuestro cine, sin complejos ni temores para sacar a la
gente a la calle y llevarla a disfrutarlo en una sala y en
pantalla grande.
BAD TEACHER
(10.07.11)
Dir.:
Jake
Kasdan
Pro.: Jimmy Miller Gui.:
Gene Stupnitsky, Lee Eisenberg
Int.: Cameron
Diaz, Justin Timberlake, Jason Segel
Jake
Kasdan es hijo del guionista y director Lawrence Kasdan, su madre es
escritora y su hermano Jon también dirige: una familia muy cinematográfica.
Jake ha interpretado media docena de películas, ha escrito y producido
otras tantas y ha dirigido bastantes capítulos de series y películas
para televisión. Para la pantalla grande ha realizado El
efecto cero, Colgado, pringado
y sin carrera y Dewey Cox: una
vida larga y dura, un guión de Judd Apatow… nada menos.
Con ese bagaje y estos antecedentes, resulta bastante coherente la
presente historia, esta Mala
profesora que protagoniza una espectacular Cameron Diaz. Ella es
Elizabeth, una joven que da clases –no se sabe merced a qué extraña
capacitación- en el instituto John Adams, uno de tantos como vemos en
el cine americano. En éste también hay un grave problema en las aulas
pero esta vez no se debe a lo malos que son los estudiantes sino a lo
mala –malísima- que es la profe. Elizabeth es vaga, indisciplinada,
desordenada e insolente y no puede ver a sus alumnos ni en pintura. Además
es malhablada, antipática, adicta a los porros y al dinero ajeno. Una
joyita.
Claro que hay que decir, en descargo de Elizabeth, que trabaja en el
instituto porque no tiene más remedio; las cosas no le han salido como
planeaba y allí por lo menos gana un sueldo. Escaso, porque, al
contrario que en España, que todos los profesores son millonarios, en
Estados Unidos la enseñanza está mal pagada. Sobre todo, para lo que
Elizabeth quiere: ahorrar 10.000 dólares para la cirugía que necesita
con urgencia y que no es otra que una operación de aumento de pecho.
Ella piensa que ese “volumen” es lo único que le falta para
triunfar en la vida, y no se va a detener ante nada ni ante nadie para
conseguir el dinero. Por ejemplo, si es necesario, camelará a Scott, el
nuevo profesor sustituto, un chaval majete, atractivo, rico y
completamente idiota; estas dos última cualidades, francamente
interesantes. El resto del claustro, bastante dividido: tiene a su favor
a Russell, el profesor de gimnasia –admirador incondicional-, a la
simplona Lynn y al director Snur, un chiflado por los delfines, cuyas
conversaciones con Elizabeth recuerdan a las de El
profesor chiflado –el de
Jerry Lewis, no esa otra cosa- con el suyo.
Pero en contra tiene a Amy Ardilla –literalmente del apellido
Squirrel-, una profe supertrabajadora, superdidáctica, superentregada y
supermala. Mala como Elizabeth, pero mala de verdad, de mala baba, no
como la prota, que, a pesar de todo, es encantadora. Cuando las cosas
lleguen a mayores, es decir, cuando las dos se disputen los favores de
Scott, más los dólares del premio a la mejor “teacher”, la guerra
en el claustro llegará a proporciones verdaderamente importantes. Ahí
ya vale todo, incluidos los trucos, verdaderos o fingidos, más
rastreros, dolorosos y… divertidos.
Porque la trama, resuelta con pincel de trazo fino en algunos momentos
–los menos- y con auténtica brocha gruesa la mayoría, sólo tiene la
intención de hacer reír; y lo consigue con un buen número de chistes
y situaciones de todo tipo y calibre. Lo más llamativo, y lo más
logrado, es la intención de zaherir la sensibilidad de algún
biempensante y de más de un machito molesto sobre todo por la inversión
de papeles que representa la protagonista: aquí es ella la procaz,
desvergonzada y promiscua, algo hasta ahora reservado a los hombretones
e insospechado en ese llamado sexo débil.
Ni que decir
tiene que Cameron Diaz se zambulle sin reparo en su personaje, que
arrastra con su ímpetu a todos los demás. La “química” entre
ellos es manifiesta, porque todos están a lo mismo: pasarlo bien y hacérselo
pasar al espectador juvenil y desprejuiciado ante este ya no tan nuevo género
–se va haciendo masivo, gracias precisamente a Apatow y sus
seguidores- y que podríamos etiquetar como “guarricomedia” o algo
semejante. En cualquier caso, bienvenidas las bromas; que estamos en
verano. (www.badteacher.es)
BARDO, FALSA CRÓNICA DE UNAS CUANTAS VERDADES
(05.11.22)
Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades
Dir.:
Alejandro González Iñárritu. Pro.: Alejandro González Iñárritu,
Stacy Perskie. Gui.: Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone.
Int.: Daniel Giménez Cacho, Griselda Siciliani, Ximena Lamadrid.
Amores perros,
21 gramos, Babel, Biutiful -con nuestro Javier
Bardem-, Birdman… Desde 2014 no tenía continuación en la gran
pantalla la obra de este gigante del cine moderno: Alejandro
González Iñárritu (México DF, 1963), que conforma con Alfonso Cuarón
y Guillermo del Toro la terna prodigiosa del cine mejicano. Iñárritu
cuenta con 4 Oscars en su haber y con el reconocimiento universal a
su cine siempre arriesgado, siempre interesante.
Creo
que, antes de comentar la película, merece la pena detenerse un
momento en su título. Bardo es, por supuesto, ese hombre que cuenta
y recita poemas y leyendas de tiempos pasados. Pero la palabra
“bardo” significa también, en el mundo budista, un estado
intermedio, una transición, comúnmente entre la vida y la muerte. Y
es este significado el que, creo yo, se puede aplicar con mayor
propiedad al filme.
Dicho
esto, toda la narración -realista, volátil, onírica, fantástica o
como se quiera definir- gira en torno a la figura de Silverio Gama,
un periodista y documentalista que acaba de recibir un prestigioso
premio. Es el primer mejicano, y latinoamericano, que lo gana, y
todo el mundo en su país -no sabemos si él también- está orgulloso
de su paisano. Silverio vive en Estados Unidos, pero vuelve a su
patria reclamado por su gente, las autoridades y los medios.
Realmente, lo que él quiere en estos momentos es evitar tanta
celebración y centrarse en su posible entrevista con el presidente
americano. Quizá, entre otros asuntos, para preguntarle por la
compra de un estado mejicano por la poderosa Amazon; así están las
cosas. Mientras llega la oportunidad, no tiene más remedio que
sufrir el homenaje de su gente y la llamada su antiguo amigo Martín,
líder popular de la televisión.
Silverio
sobrevive, entre recuerdos, imaginaciones, mentiras evidentes y
posibles verdades, acompañado por su mujer y su familia: sus hijos,
sus hermanos, su anciana madre y el recuerdo de su padre. Soñador
despierto, viajero inmóvil, mudo hablador, sus días y sus noches se
mezclan contribuyendo a su confusión y su ansiedad. Toda la película
es Silverio: su mirada, sus gestos, su memoria, su pensamiento.
Así que
el mérito es de Daniel Giménez Cacho -un actor enorme- que carga con
el peso y la responsabilidad de mantener vivo un personaje
demoledor, ubicuo y tremendamente intenso. Tan intenso como la
propia película, que no da respiro en sus dos hora y media largas de
metraje. Puede parecer excesivo, porque la pantalla es a menudo
oscura -en todos los sentidos-, de difícil interpretación, y a veces
se llena de escenarios apabullantes, que van desde una discoteca
atronadora a una escalofriante pirámide de muertos -indígenas
muertos por la mano de Hernán Cortés, se supone- y desde el infinito
desierto a las pobladas calles de la ciudad actual.
Alejandro
González Iñárritu es el responsable absoluto: ha escrito, producido
y dirigido la película y la ha montado y ha compuesto su música.
Bardo… es un viaje alucinado, una metáfora interminable y,
seguramente, una autobiografía surrealista –Fellini en la retina-,
un ajuste de cuentas de Iñárritu con su vida y su país de origen. A
la altura de sus sesenta años, echa la vista atrás -y,
paradójicamente, adelante- para explorar, sin ningún prejuicio ni
consideración comercial, sino con un enorme valor y un excepcional
trabajo de producción y realización, la intimidad, el alma en
tránsito de un personaje que parece que se parece a sí mismo.
BARRY SEAL: EL TRAFICANTE
(09.09.17)
Dir.:
Doug Liman.
Int.: Tom Cruise, Domhnall Gleesom, Sarah Wright.
Doug Liman –el director de Sr. y Sra. Smitth y
El caso Bourne- ya había dirigido a Tom Cruise en Al filo
del mañana; y ahora la colaboración les ha salido todavía mejor.
Sobre todo porque aquí la cosa no va de ciencia-ficción sino de un
pedazo de realidad; aunque tan fantástica y tan demoledora que a
ratos parece la imaginación de un guionista calenturiento.
Nada de eso. Barry Seal fue un piloto de la TWA, un hombre simpático
y espabilado que a finales de los 60 iba y venía a bordo de su 707
ganando unos dólares extras con un pequeño contrabando de habanos.
Barry vivía bien y tranquilo hasta que un día un personaje
misterioso –en realidad un agente de la CIA-, lo reclutó para un
trabajo un poco distinto: a bordo de un pequeño y velocísimo avión,
debía fotografiar las bases de las distintas fuerzas guerrilleras
que empezaban a extenderse por Centro y Sudamérica.
Y la vida de Seal se convirtió en una trepidante aventura, cada vez
más peligrosa pero más y más rentable. En su camino, a lo largo de
casi 20 años, además de la CIA, se cruzaron, entre otros, el cártel
de Medellín –con Pablo Escobar a la cabeza-, la “contra”
nicaragüense, la DEA, el FBI y la policía de diversos Estados; y en
sus asuntos influyeron el gobernador de Arkansas Bill Clinton y los
presidentes Reagan y Bush. Barry Seal llegó a tener su propio
aeropuerto, una pequeña flota de aviones y tanto dinero que ya no
sabía dónde guardarlo.
Al menos esto es lo que muestra la película. Puede que no todo sea
exacto, pero tampoco importa demasiado. Lo que cuenta el guion lo
cuenta muy bien, con ritmo constante y con una permanente capacidad
de seducción: no importan las fechorías del protagonista; siempre
tiene al espectador a su favor. Gracias también, por supuesto, al
trabajo de Tom Cruise, un actor incansable, que no envejece y que
hace gala de un magnetismo envidiable.
Él y Liman se muestran absolutamente compenetrados
desde la primera secuencia hasta la estupenda conclusión, en una
elegante y dramática elipsis. Todos juntos consiguen el mejor
resultado para esta clase de espectáculo: dos horas de puro
entretenimiento y, además, de magnífico cine.
BASADA EN HECHOS REALES
(02.06.18)
Dir.: Roman Polanski. Pro.: Wassim Béji. Gui.: Roman
Polanski, Olivier Assayas. Int.: Emmanuelle Seigner, Eva Green,
Vincent Perez.
Roman Polanski: 85 años, 21 películas, todas buenas –o al menos
interesantes- y alguna obra maestra; recordemos Repulsión, La
semilla del diablo, Chinatown, Lunas de hiel, El pianista, Un dios
salvaje… En casi todas sus creaciones, Polanski ha sido también
el autor del guion, a veces basándose en obras literarias
preexistentes; como en esta ocasión, en la que el texto, escrito con
la colaboración de Olivier Assayas, parte de una novela de Delphine
de Vigan.
La
historia está protagonizada por Delphine Dayrieux, una escritora de
éxito. Su última novela ha arrasado y la gente hace colas
interminables para obtener una dedicatoria de su puño y letra. Hasta
que Delphine no puede más, literalmente. Y en esos momentos se le
acerca una joven atractiva y más bien misteriosa. Y vuelve a
coincidir con ella en una fiesta, lo que provoca la curiosidad de la
escritora, que acepta el acercamiento de Elle –ella se llama Ella-
y, casi de inmediato, su amistad.
Aunque Delphine vive con François, su marido, su mundo se va
limitando cada vez más a la compañía constante de Elle. Mucho más,
cuando François debe irse a América en viaje de negocios y a Elle su
casero la echa de casa. La consecuencia inmediata es que ambas
mujeres viven juntas. Y solas. Y Elle, cada vez más cercana, más
solícita, más absorbente. Hasta se ofrece a sustituir a Delphine en
una charla que debe dar en otra ciudad, a lo que esta, agotada,
accede. Y está cada vez más en manos de su amiga: ella –Elle- es su
único recurso físico, emocional y hasta creativo.
El
universo de Polanski –no lo vamos a descubrir ahora- gira en torno a
la obsesión, al desconcierto, a la perturbación del ánimo y, también
al mundo femenino. La novela de Delphine de Vigan –el nombre de la
protagonista no debe ser casualidad- le brinda todos estos
elementos: dos mujeres, un proceso de vampirización, un personaje
desvalido y otro escurridizo como el humo.
Y
un clima de thriller psicológico que va envolviendo a los personajes
hasta conducirlos a un clímax que parece sorprendente pero que
guarda la mayor lógica con el transcurso de la narración. No es
absolutamente original –desconozco en qué grado está en la novela y
cuánto hay de creación de los guionistas-, pero sí muy eficaz y,
como digo, coherente. La vida de la protagonista, esta Delphine que
naufraga física y emocionalmente, se cierra sobre sí misma cuando,
tras ser incapaz de volver a escribir quizá encuentre el camino más
insospechado.
Como decía al principio, Polanski tiene 85 años. Pero mantiene el
pulso narrativo y la capacidad de crear universos propios, tal vez
como forma de subsistir, de autojustificarse y de dar cauce a su
interminable necesidad de expresarse. En cualquier caso, bienvenida
su nueva película y ojalá haga muchas más.
BEGINNING
(05.12.20)
Dir.:
Dea Kulumbegashvili. Pro.: Rati Oneli, Ilan Amouyal, David Zerat (Carlos
Reygadas). Gui.: Dea Kulumbegashvili, Rati Oneli.
Int.: Ia
Sukhitashvili, Rati Oneli, Kakha Kintsurashvili.
Dea Kulumbegashvili
(Georgia, 1986) estudió en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y
tras un breve paso por la televisión debutó en la pantalla grande con el
cortometraje Espacios invisibles, que fue nominado a la Palma de
Oro en Cannes 2014. Beginning es su primer largo, y ganó en San
Sebastián la Concha de Oro a la mejor película y los premios al guion,
directora y actriz protagonista.
La historia gira
enteramente en torno a Yana, una mujer que vive con su marido y su hijo
peq ueño en un pueblo de Georgia. Son testigos de Jehová y no parecen
ser muy bien vistos en su comunidad. De hecho, la película empieza
cuando en medio de un sermón de David, el marido de Yana, sufren un
atentado que destruye su iglesia y está a punto de matar a todos los
asistentes. Nadie les presta apoyo y, para colmo, la policía no
demuestra el menor interés en encontrar a los culpables.
Todavía peor:
aprovechando la ausencia de David, un supuesto agente se presenta en su
casa y abusa de Yana; de momento, poco más que verbalmente, pero con un
efecto demoledor sobre la mujer. Que poco después, en medio de un
paisaje desolado y primitivo, sufrirá el asalto más brutal, una inhumana
agresión cargada de odio que casi acaba con ella.
Yana tiene que
rehacer su vida, pero ya nada será lo mismo. Ni la relación con su
marido, ni con su madre, ni siquiera con su hijo. En una sociedad que
doblega y castiga a la mujer, aunque sea inocente, el peso de la culpa
la aplasta hasta la asfixia. Y el relato se desliza hacia la oscuridad,
hacia la noche de los tiempos anunciada en la Biblia. La secuencia final
muestra cómo el hombre, nacido del barro, se funde nuevamente con la
tierra volviendo del revés el principio de todas las cosas.
Beginning
es una película extraordinaria, en todos los sentidos. Como Ida o
El hijo de Saúl –ejemplos cercanos-, explora una
apuesta formal tan
arriesgada como radicalmente cinematográfica. Está desarrollada en
largos planos-secuencia en los que la cámara permanece estática, dejando
que la acción evolucione delante del objetivo. Exceptuando los dos o
tres breves momentos en los que la protagonista viaja, y un par de leves
panorámicas, no hay más movimiento. Tampoco hay montaje interno.
Frecuentemente, algo ocurre fuera de plano; y las más de las veces, el
contenido es también inmóvil, en apariencia: ocurre cuando Yana
permanece quieta, de espaldas al espectador o tumbada en el campo.
Largos minutos en los que no sucede nada.
O eso es lo que
parece. Porque, en realidad, la vida transcurre a través del personaje:
piensa, siente, sueña o decide. El espectador lo sabe, percibe que está
viva; y además, el plano no está tan absolutamente quieto, vacío: hay
luces y sonidos, la sombra de una nube que se desplaza, el ruido sordo
del viento, unas palabras apenas audibles, el rumor de la atmósfera que
rodea fatalmente a Yana y su familia.
No
vale dimitir; hay que dejarse llevar a través de este particular
universo de Dea Kulumbegashvili, un planteamiento estético y moral
–además de narrativo- de hondísimo calado. Nada es gratuito, no sobra
–ni falta- ni una imagen, ni un sentimiento, ni una sugerencia. Desde su
comienzo, con el relato bíblico del sacrificio de Isaac –tan
significativo en la película- hasta su doble final, como un círculo que
se va cerrando hasta soldarse, y desde sus personajes, esclavos de un
pensamiento de parecido hermetismo. Beginning es cine en estado
puro. Distinto, eso sí, pero esencial y verdadero.
BELFAST
(29.01.22)
Dir.:
Kenneth Branagh. Pro.: Kenneth Branagh, Laura Berwick, Becca Kovacik,
Tamar Thomas. Gui.: Kenneth Branagh. Int.: Jude Hill, Jamie Dornan,
Caitríona Balfe.
Además
de una importante carrera como actor -74 títulos-, Kenneth Branagh
es también productor, guionista y, sobre todo, director. Con una
veintena de obras y especializado quizá en Shakespeare -Enrique
V, Mucho ruido y pocas nueces, Hamlet, Romeo y Julieta…- y otros
clásicos, de Mary Shelley a Agatha Christie; pero también interesado
en temas más variados, como Los amigos de Peter, Thor, Jack Ryan:
Operación sombra y este Belfast que lo lleva de vuelta a
su ciudad natal.
En 1969,
Branagh tendría, más o menos, la edad de su protagonista, Buddy. En
el verano, los chicos juegan en la calle, un apacible rincón en el
que conviven familias católicas y protestantes sin aparente
conflicto. Y de repente, todo se quiebra: estalla la violencia, hay
tiros y explosiones, las casas de los católicos son asaltadas, hay
fuego, carreras, pánico… Es el inicio de un conflicto que va a durar
décadas entre el odio, la amenaza, la incomprensión y el miedo.
Buddy
vive con su madre y su hermano mayor; el padre trabaja en Inglaterra
y solo puede ir a Belfast un par de veces al mes, su economía no
está para excesos. Y ahora tampoco, pero la situación se ha vuelto
tan complicada que el hombre está dispuesto a llevárselos a todos
con él. Pero en Belfast está su vida, sus relaciones, la escuela de
los hijos, los abuelos… La decisión es muy difícil.
Y
mientras tanto, la vida sigue. La cámara de Branagh son los ojos del
niño, unos ojos asombrados y ávidos, que igual registran los
atentados callejeros, la afrenta y el peligro, que las escaramuzas
escolares, los juegos, el primer amor y la vida familiar, que
incluye la merienda con los abuelos, la iglesia, los ratos ante la tele y, por
supuesto, las sesiones de cine con las mejores películas: Chitty
Chitty Bang Bang, Hace un millón de años… y, desde luego,
Solo ante el peligro.
Belfast,
como la Roma de Cuarón o la reciente Fue la mano de Dios,
beben de la autobiografía. No son documentales, sino que desarrollan
una narrativa cargada de nostalgia, de humor o, en este caso, no de
política sino de historia. Kenneth Branagh se ha apoyado en un
reparto sensacional: Jamie Dornan -el de las Sombras de Grey-
y la bellísima Caitríona Balfe son los padres, y Judi Dench y Ciarán
Hinds los abuelos de Buddy, interpretado -creado, más bien- por Jude
Hill, un chaval que es un prodigio. Branagh y sus intérpretes -la
mayoría irlandeses, como él mismo- retratan un tiempo, un escenario,
unos personajes con extraordinario sentido de la verdad.
La
magnífica fotografía en blanco y negro de Haris Zambarloukos remite
a las mejores instantáneas de los artistas de las grandes agencias,
y el relato transcurre con exactitud milimétrica, con el ritmo
preciso, con el punto de vista adecuado en cada momento. No hay una
explicación de más, ni una imagen redundante, ni un plano inútil;
todo encaja a la perfección en poco más de hora y media. Y tampoco
hay que extenderse mucho para criticar una obra maestra como esta:
después de tantos años, creo que ya soy capaz de reconocer el
verdadero cine cuando lo tengo delante. Como aquí.
BELLEZA OCULTA
(24.12.16)
Director: David Frankel.
Intérpretes: Will Smith, Kate Winslet, Edward Norton
David Frankel era un director de series y telepelis, hasta que el
éxito de El diablo viste de Prada (2006) lo lanzó a la
pantalla grande;
ha realizado después cuatro películas más, y quizá la más ambiciosa
sea esta, que cuenta con Will Smith de protagonista. Su personaje,
Howard, es un destacado publicista, un hombre de éxito que piensa
que su vida es perfecta; pero todo cambia cuando su hija de seis
años muere. Arrasado por el dolor, no encuentra consuelo en nada,
hasta que empieza a escribir cartas. Las misivas tienen extraños
destinatarios: la muerte, el tiempo, el amor… Tan extraña es su
conducta, que sus colegas deciden tomar la iniciativa. Y para
sorpresa de Howard, todos a quienes había escrito se le aparecen
para darle respuesta: la muerte es una anciana tranquila y sabia; el
tiempo, un joven inquieto y apremiante, y el amor una hermosa joven
que quiere aportarle serenidad y valor. Aparentemente, nadie más que
él puede ver a sus interlocutores y corre el riesgo de que crean que
está enfermo, pero poco a poco Howard recobra su fuerza y su
capacidad para descubrir la belleza que se esconde en cada rincón de
la vida.
La película es una parábola poética de alcance limitado, pero su
mayor calidad reside en el magnífico reparto que ha reunido David
Frankel: Will Smith está acompañado por Kate Winslet, Edward Norton,
Helen Mirren, Keira Knightley, Michael Peña y alguno más: un lujo.
BENEDETTA
(02.10.21)
Dir.:
Paul Verhoeven. Pro.: Saïd Ben Saïd, Michel Merkt, Jérôme Seydoux.
Gui.: Paul Verhoeven, David Birke. Int.: Virginie Efira, Daphne
Patakia, Charlotte Rampling.
Parece
mentira, pero Paul Verhoeven tiene ya 83 años; se incluye en esa
lista de directores muy veteranos que siguen en plena forma. Lejos
quedan ya sus primeras y llamativas obras Delicias holandesas
(1971) y, sobre todo, Delicias turcas (1973), que lo lanzaron
a la fama internacional. Pero su carrera ha estado llena de títulos
significativos: Los señores del acero (1985), RoboCop
(1987), Desafío total (1990) y, cómo no, Instinto básico
(1992), que convirtió a Sharon Stone en un icono del erotismo.
Ha
seguido trabajando en el siglo XXI, y hace cuatro años nos regaló
Elle, otra historia llena de morbo protagonizada por una
hipnótica Isabelle Huppert; casi tanto morbo y tanta sugestión como
contiene esta arriesgada Benedetta que estrena ahora, con
Virginie Efira -la acabamos de ver en Adiós, idiotas-
entregada al máximo en el papel de la monja iluminada, rebelde y
milagrosa.
Es un
personaje histórico, Benedetta Carlini -recogido en el libro
Actos inmodestos: la vida de una monja lesbiana en el Renacimiento
Italiano, de la historiadora Judith C. Brown-, que vivió en el
siglo XVII, acogida desde niña en el convento de la Madre de Dios en
Pescia. La madre abadesa -lo vemos en la película- la recibe
contenta; no por tener una pupila más, sino por la dote sustanciosa
que arranca a sus padres, según la costumbre de la época.
Unos
años terribles, con la peste asolando Europa y también, por
supuesto, Italia. Pero dentro del convento, las cosas van por otro
derrotero. Una Benedetta ya adulta descubre en sí misma una vida
interior y unas cualidades que la convierten en un ser especial.
Comienza a sufrir una serie de visiones y apariciones y su cuerpo se
castiga con las llagas que atraviesan sus manos y sus pies; y más
tarde también las heridas de la corona de espinas, para completar el
mapa milagroso.
Y es que
Benedetta hace milagros, y gana poder en el convento; llega incluso,
pese a su juventud, a sustituir a la madre Felícita como abadesa. Y
no todo es dolor. Al claustro ha llegado una joven novicia,
Bartolomea, a la que Benedetta acoge con cariño, mucho amor y pronto
verdadera y volcánica pasión.
La
película la muestra con toda crudeza, incluso con detalles de alto
voltaje y manifiesto desafío, que han parecido una auténtica
blasfemia a algunos sectores del integrismo católico, que han pedido
la retirada de la película. Nada dicen, sin embargo, de los manejos
y denuncias de la antigua abadesa, que consiguen que el nuncio del
papa Alberto Giglioli llegue al convento y abra un proceso que
incluye la tortura de Bartolomea y la condena de las dos monjas a
arder en la hoguera.
Verhoeven dispara con la munición más gruesa, que no evita el sexo,
los momentos escatológicos, las visiones transgresoras, la peste y
la sangre. La iglesia también sale mal parada, con ese príncipe de
la curia, sus concubinas y su ardiente hipocresía; no digamos las
monjas interesadas y soberbias. El convento es un mundo cerrado, en
el que no entra la peste -otro de los milagros de Benedetta es
preservar a Pescia de la enfermedad- pero que está contaminado por
el mal y la perversión.
No de
Benedetta, precisamente. Ella es un personaje explosivo en sus
pasiones pero primitivo -también ambiguo- en su sentido de la fe:
seguramente cree fervientemente en sus milagros y visiones, aunque
al espectador no le quede nunca claro su comportamiento. No hace
falta. Verhoeven insiste en que su relato se basa en la historia
real y reivindica sus licencias narrativas y visuales como parte de
su libertad de creador. Y no seré yo quien se la discuta.
BESTIAS DEL
SUR SALVAJE
(27.01.13)
Dir.:
Benh Zeitlin
Pro.: Michael
Gottwald, Dan Janvey, Josh Penn Gui.:
Benh Zeitlin,
Lucy Alibar
Int.: Quvenzhané
Wallis, Dwight Henry, Levy Easterly
Este fin de
semana, la cartelera ha recibido un aluvión de estrenos de películas –se
ve que se aproximan los Oscar- “importantes”; y un rápido repaso permite
radiografiar por dónde van los tiros en este negocio. Entre otras
varias, ha llegado Coriolanus, una obra “de autor” –Ralph Fiennes
versionando a Shakespeare- que muy poca gente va a ver; se han estrenado
dos películas para el selecto público: El cuarteto, académico –en
el mejor sentido de la palabra- y entrañable debut de Dustin Hoffman
como director, y La banda Picasso, académica –en el peor sentido
del término- y desorientada historieta de Fernando Colomo; y luego dos
de “fórmula” para premio –que va a ser que no, o no tanto-: El lado
bueno de las cosas y El vuelo; ambas las habíamos visto ya
alguna vez, no recuerdo cuándo.
Todos estos títulos no tienen nada que hacer si las comparamos, hablando
de cine, con Bestias del sur salvaje. El primer largometraje de
Benh Zeitlin, neoyorkino de 30 años, es la obra más apasionante,
perturbadora y original de esta semana y de los últimos meses: la
historia de unos seres marginales, puros, aterradoramente libres, que
viven en los pantanos, sobre el barro y la herrumbre y bajo un cielo de
lona y chapa sin más estrellas que los agujeros por donde se cuela el
calor, el polvo y la lluvia.
El gran dique protege la tierra civilizada de Luisiana de las oscuras y
contaminadas aguas del río y, más allá, del fango y las fieras que lo
habitan. Hushpappy y su padre navegan en su improbable barquichuela,
hecha con la caja oxidada de un camión y cuatro bidones de petróleo mal
uncidos; llegan al pie del dique, la niña apenas atisba lo que hay al
otro lado… “Es un sitio muy feo”, le dice su padre. Y vuelven a su casa;
si se puede llamar casa a sus chabolas inestables, arruinadas,
imposibles. Hushpappy tiene seis años quizás. Vive con su padre, y su
madre no está, aunque ella sigue su rastro, una presencia fantasmal que
reside en una camiseta vieja y en los dibujos que hace la niña.
Hushpappy dibuja en cartones y maderas para conjurar ausencias y
asegurarse una presencia física en el futuro infinito. Tan pequeña, tan
frágil como parece, la niña es una fuerza de la naturaleza: organiza su
vida, pesca, chapotea en el barro con sus botazas que amenazan
abandonarla; y hasta hace su comida, aunque pueda ocurrir que queme su
choza en un rapto de soberbia.
La niña y su padre no están solos. Al sur del dique, al sur del sur de
la riqueza americana, viven las gentes del pantano. Cuatro o cinco –o
quizá solo dos- familias sin más parentesco conocido que su vida en
común en la ciénaga. Seis o siete adultos, otros tantos críos que van y
vienen por la nada de su existencia. Que parece suficiente,
satisfactoria en su misma precariedad. Allí tienen perros y gallinas,
pero también hay cocodrilos, peces monstruosos y salvajes animales
prehistóricos. Y la lluvia, el huracán, la inundación, la ruina de la
ruina.
Pero Hushpappy –esta increíble Quvenzhané Wallis, un prodigio de
fotogenia- es un canto a la esperanza. Tiene la fuerza de la inocencia,
la magia de la ilusión, la pasión de la pureza. Es una niña y tiene
miedo y llora, pero corre, y lucha, y vence. Es el mejor vehículo para
este relato insólito, trazado a contracorriente, indómito y poético como
sus protagonistas, presidido por el espíritu de Nueva Orleans, el gemido
del blues en el pantano, la queja del hombre de color a la naturaleza
injusta y la apuesta por la libertad, la lucidez y la esperanza.
La película ha sido reconocida con la Cámara de Oro en Cannes y el Gran
Premio del Jurado en Sundance; y es candidata al Oscar. No lo ganará,
pero no importa; el mejor veredicto es el que otorga el espectador
asombrado, alucinado y después entregado: Hushpappy sobrevive y la
película sacude y conmueve; como
pasa a veces en el buen cine, en el gran cine, Bestias del sur
salvaje es una obra hermosa y terrible a la vez: una llama, un
vendaval, una ventana por donde entra la vida.
(http://beastsofthesouthernwild.com/)
BIENVENIDOS AL NORTE
(11.01.09)
Dir.: Dany Boon
Pro.: Claude Berri, Richard Pezet Gui.:
Dany Boon, Alexandre Charlot,
Franck Magnier
Int.: Kad Merad, Dany Boon, Zoe Felix
Los
franceses adoran a Dany Boon; es su gran estrella de la comedia
nacional, monta espectáculos en el Olympia, es director, guionista e
intérprete de sus películas y, no contento con el éxito de La
casa de tus sueños, ha llevado a veinte millones de compatriotas a
ver esta Bienvenidos al Norte.
El norte de Francia, el Pas de Calais, Lille, Armentiers más
exactamente, es donde nació hace 42 años. Así es que sabe de lo que
habla: éste es su paisaje, ésta es su gente, éste es su idioma.
Lo sabe mucho mejor que el protagonista de la historia, un tal Philippe
Abrams, funcionario de correos que vive con su mujer y su hijo en
Salon-de-Provence, al sur de Francia. Julie, la mujer, está un poco
deprimida y al bueno de Philippe, que la quiere mucho, se le ocurre que
un traslado a la soleada y divertida Costa Azul le sentaría muy bien.
Lo malo es que para conseguir ese destino hace trampas y, como no está
muy ducho en la pillería, lo descubren. Y lo mandan a dirigir una
oficina postal... al norte. No al norte de su ciudad, que es casi todo
el país, ni siquiera a París: al norte-norte, a lo más norte que se
puede, al Nord-Pas de Calais, a una ciudad perdida llamada Bergues.
Para los franceses, esto del norte es algo muy serio: les parece una
región pobre, con sus minas abandonadas, su desempleo, su atraso
cultural... Allí siempre hace un frío que pela y, para colmo, los
“ch’tis”, como se denominan, tienen fama de paletos, cerrados, y
hablan una jerga casi incomprensible, llena de palabras extrañas y en
la que las consonantes varían a capricho y las vocales suenan de otra
forma. En fin, los topicazos regionales que también nosotros conocemos
bien, aunque no tengamos en España una comunidad que nos caiga tan
rematadamente mal a todos los demás... o a lo mejor sí.
En fin, que el pobre Philippe,
desesperado, se va a su destierro. Solo, claro; su mujer y el crío se
quedan en su casa. Y él llega a Bergues y se encuentra... con gente
agradable, amistosa, rotundamente cordial y bastante divertida; eso sí,
es verdad que no se les entiende apenas, lo que da lugar a equívocos y
situaciones hilarantes, muy bien aprovechadas por el sentido de la
comedia de Dany Boon; al menos, en la versión original en francés, no
sé muy bien qué pasará en la versión doblada...
A partir de ese momento, la vida de Philippe en el norte transcurre con
la mayor placidez, aunque él haga creer a su mujer, por no
desilusionarla, que las cosas son como creían: un auténtico castigo en
un país inhóspito, rodeado de gentes adustas y sin la menor comodidad.
Lo malo será cuando a Julie, conmovida por el supuesto sacrificio de su
marido, se le meta en la cabeza irse a vivir con él y acompañarlo en
su desgracia. Y este giro de guión, muy bien resuelto, llevará a la
secuencia más espectacular, la que nos pone –a los franceses y a
cualquiera que sepa ver el contraste- ante la caricatura completa: los
lugareños se comportan no como son, sino como el cliché de sus
compatriotas quiere que sean.
Dany Boon es un “crack”. Su cine, aparentemente de una simplicidad
extrema, retoma el aliento de un Jacques Tati o de un René Clair a lo
moderno; lo suyo es un género de comedia costumbrista, que tiene la
mirada precisa y el objetivo angular para captar todos los ángulos de
la realidad, pero también el espíritu irónico, la gracia afilada y el
punto de vista crítico del mejor humorismo. Y además en Bienvenidos
al Norte, en el fondo, late una divertida y entrañable historia de
amor.
No me extraña que sea la película más taquillera de la historia del
cine francés y que ya los americanos le hayan echado el ojo para hacer
su correspondiente versión, inevitablemente mucho peor. Eso quiere
decir que esta historia, aunque sea francesa por los cuatro costados,
contiene la precisa universalidad, la dosis necesaria de ternura y,
desde luego, la cantidad de inteligencia suficiente para hacer sonreír
y pensar al público de cualquier latitud. Incluida la nuestra, aunque
no seamos tan chauvinistas, pedantes, charlatanes, engreídos y antipáticos
como los franceses. (www.bienvenuechezleschtis-lefilm.com)
BILLY LYNN
(28.01.17)
Director: Ang Lee. Intérpretes: Joe Alwyn, Vin Diesel, Kristen
Stewart.
Cuatro años después de la muy exitosa La vida de Pi, el
taiwanés Ang Lee (Comer, beber, amar, La tormenta de hielo,
Tigre y dragón, Brokeback Mountain, Deseo, peligro…)
vuelve a la pantalla grande con una película que es un alarde
técnico –3D, alta definición, 120 fotogramas por segundo- y una
historia pretendidamente épica que contiene un trasfondo de ácida
crítica de la sociedad americana.
Billy Lynn es un chaval de 19 años que regresa de la guerra de Iraq
convertido en un héroe. El famoso pelotón Bravo del que forma parte
ha pasado por una terrible experiencia y ahora sus componentes –los
supervivientes- disfrutan de un permiso que les permite descansar
unos días en casa. Pero las supuestas vacaciones también son
aprovechadas por las autoridades militares para pasear en triunfo a
los soldados, exhibiéndolos en los medios y haciéndoles formar parte
de un gigantesco show en el intermedio de un importantísimo partido
de fútbol.
Billy se somete al espectáculo, pero su mente está puesta en los
sucesos escalofriantes por los que ha pasado. No se distrae ni en
familia –con el fervor de su madre y el apoyo decidido de su
hermana-, ni ante los cantos de sirena de una posible película que
cuente su vida y le reporte una fortuna –más pequeña, desde luego,
de los que se podría pensar-, ni bajo los encantos de una guapa
animadora, una virginal “cheerleader” del equipo local dispuesta a
rendirse al héroe de guerra.
Ang Lee ha creado una película tan personal como el resto de su
obra; hay quien dice que su mirada es cínica, pero creo que en
realidad es inteligente e implacablemente crítica, que parte de la
barbarie bélica para volver sobre sí misma tras mostrarnos a este
héroe involuntario que no sabe dejar de serlo, a pesar de su miedo y
su lucidez: porque Billy sabe la verdad de su “heroicidad”, esa que
no interesa tanto conocer bajo la burda capa de patriotismo que
esconde la más cruda realidad.
BIRDMAN
(11.01.15)
Dir.:
Alejandro González
Iñárritu
Pro.: Alejandro
González Iñárritu,
John Lesher, Arnon Milchan
Gui.: Alejandro
González Iñárritu,
Nicolás Giacobone
Int.: Michael Keaton, Emma Stone, Edward Norton
Alejandro González Iñárritu (México, 1963) ha realizado cinco películas:
debutó en 2000 con Amores perros y siguió con
21 gramos, Babel
y Beautiful:
todas ellas de extraordinaria calidad, aunque su
cine resulte siempre incómodo, con frecuencia oscuro, doloroso y
decididamente dramático. Birdman alcanza la misma excelencia,
pero con este argumento y las peripecias del protagonista es posible
reírse –gracias al feroz sentido del humor que destila y a la vergüenza
ajena que a ratos sacude al espectador- y, sobre todo, dar rienda suelta
a la imaginación y a la capacidad crítica de cada cual, por la
inagotable catarata de inteligencia y verdad que destilan sus imágenes.
El
protagonista es Riggan Thomas –el mejor Michael Keaton que hemos visto
en años-, un actor que fue, en sus años mozos, una estrella de la
pantalla en su papel de “Birdman”, un superhéroe muy popular y muy
admirado. Pero ha pasado el tiempo y personaje e intérprete han caído en
el olvido; por eso, ahora Riggan quiere recuperar esa fama y el cariño
de sus seguidores, y alcanzar el reconocimiento final como actor,
representando en Broadway una ambiciosa obra de teatro.
Pero mientras se acerca la hora del estreno y se muestran al público los
últimos ensayos generales, van sucediendo –o quizá solo lo parece-
multitud de acontecimientos inesperados o provocados, graves o
hilarantes, muy reales… o muy imaginarios.
La propia obra, ficción dentro de la ficción –o no-, una adaptación de
De qué hablamos cuando hablamos de amor, de Raymond Carver, es,
además de la columna vertebral de la película, la mejor definición del
protagonista, un hombre apresado por su personaje, tan capaz de
prodigios de telequinesia y levitación como incapaz de reconocerse y de
amar.
La narración avanza, según Riggan se la cuenta a sí mismo, mediante
largos planos-secuencia apenas fracturados, por los que el protagonista
transita solo o en compañía de otros: su pareja actual y su exmujer, tan
huérfanas de cariño verdadero la una como la otra; su representante, el
único que parece poder comprender, ya que no domar a la fiera; su
compañero de reparto, otro actor tan megalómano y rimbombante como él
–pero con mucho éxito, algo del todo insoportable-, o su hija, una
criatura celestial en el
filo de la navaja. O, como digo, solo: la
única manera en que Riggan no hace daño a nadie más que a él.
Pero Birdman contiene
mucho más que “Birdman”. El personaje, claro, explicita la forma en que
el arte –y en concreto el cine, y más en particular el cine americano-
consume a sus héroes y olvida a sus mitos; y cómo ese cine de consumo y
digestión livianos seduce a las masas que, a la vez, rechazan las
propuestas más inteligentes. Pero el guion de Iñárritu y la mirada de
Keaton van mucho más allá, para cuestionar el valor del propio arte y
del artista, y, por supuesto, el de la crítica: cierto ejercicio de la
crítica, para ser más exacto. Y aun queda discurso hecho cine para
volver la vista sobre el ser humano como persona, como padre y esposo,
como creador e intérprete.
Fascinante Birdman. Una historia compleja, hecha de capas que se
superponen y encajan con milimétrica precisión; un impactante ejercicio
de estilo, de suma dificultad, que combina realismo y poesía, el retrato
a ras de suelo y la fantasía surrealista. Y un vehículo también
–elemento común en toda la obra de Iñárritu- para el lucimiento de sus
intérpretes: el citado Michael Keaton, los estupendos Edward Norton y
Zach Galifianakis, y una superlativa Emma Stone, la actriz más en forma
y más carismática de su generación: ella se las tiene con Keaton y con
Norton, y no pierde en ninguna confrontación.
Birdman
se ve con pasión y se disfruta de su –aparente- ligereza y de su
espíritu revulsivo, irreverente y a la vez profundamente humano. Se
podría hablar de ella durante horas, pero es una
película tan brillante, tan sugerente, que cuesta reducirla a palabras:
es mejor ir a verla. Si puede ser, volando.
(http://www.foxsearchlight.com/birdman/)
BIUTIFUL
(05.12.10)
Dir.: Alejandro González
Iñárritu
Pro.: Fernando
Bovaira, Alejandro
González Iñárritu
Gui.: Alejandro
González Iñárritu,
Armando Bo
Int.: Javier
Bardem, Maricel Álvarez, Eduard Fernández
González
Iñárritu es un director ya consagrado en Estados Unidos –no digamos
en Méjico, su país- por sus tres primeros títulos: Amores
perros, 21 gramos y Babel.
Ha trabajado con compatriotas y con grandes intérpretes americanos, y
ha desarrollado un estilo propio, de tensión creciente e historias
cruzadas, deudor en gran parte del magnífico trabajo de su guionista,
Guillermo Arriaga.
Con su actual película, Biutiful,
coproducción hispanomejicana que asalta nada menos que al Oscar de
lengua no inglesa, mantiene su estilo y su identidad, pero ha cambiado
de guionista y se aleja de esas estructuras complicadas para centrarse
en un único protagonista y un solo escenario; efectuando, eso sí, la
disección con un acerado bisturí, sin contemplaciones ni medias
tintas, de las gentes, los múltiples personajes que lo pueblan y
atraviesan.
Por las calles oscuras, los tugurios, las pensiones de mala muerte y los
sótanos enmohecidos de una Barcelona encanallada y crepuscular, pululan
traficantes, mafiosos, policías corruptos, subsaharianos esclavos del
top-manta, chinos escondidos con sus máquinas de coser, prostitutas de
mísera tarifa, y supervivientes de mil batallas de asfalto y polvo
blanco. Pobres gentes que pelean con sus vidas al filo del desastre, el
hambre o la deportación: González Iñárritu nos dibuja el paisaje de
la inmigración, la cara más amarga del desarraigo y la incomprensión.
Como en Amores
perros, vuelve a desarrollar aquí un elemento social: en la
civilización de la opulencia, los inmigrantes son, como él dice, gente
invisible, lo último en la escala humana; y dentro de esa graduación
de la indiferencia, todavía hay clases, hay opresión, hay siervos y
esclavos. Y como en esa primera película, y en las otras dos, se
trasluce la que debe ser la principal obsesión del director: la muerte.
El final de una vida, truncada por accidente o malicia, el peso tan leve
del alma fugitiva, el fin desnudo de todo y el principio a la vez de una
infinita nada que desconocemos y nos asusta.
Uxbal, el protagonista de esta crónica, es un hombre cercado por la
enfermedad y sus adicciones, y un luchador irreductible por su familia y
sus creencias: pocas y ciertamente turbias, pero firmes e inviolables.
Trapichea, coloca ilegales en tareas imposibles, organiza mafias pequeñas
de control fácil, saca dinero de donde menos se piensa, pero conserva
su espíritu de clase y su conciencia, aunque adormecida y visionaria.
No es extraño, entonces, que Uxbal sea capaz de hablar con los muertos
ni de que entienda y distinga la oportunidad o la impertinencia de la
muerte. Personas crédulas le pagan por descifrar el mensaje póstumo de
sus allegados, pero él no se aprovecha de ese dolor: lo conoce, lo
asume y también se rebela angustiosa, inútilmente, cuando se presenta
de repente, agrediéndolo y llenándolo de rabia y confusión. No teme
por él, pero sí por sus seres queridos: sus pequeños hijos asustados,
la mujer desolada que una vez compartió su vida, su hermano, cercano y
desconocido a la vez, sus amigos…
Tremendo relato, película incómoda y quizá imperfecta en sus momentos
de desmesura, en su tono incesantemente agónico; pero también llena de
verdad y de profunda emoción en el atisbo de unas gentes que nos
resultan incómodas y que quisiéramos poder ignorar. Y en el retrato de
esta sociedad insolidaria y corrupta, y de este hombre que sobrevive en
ella mientras le quedan fuerzas para respirar; este Uxbal fieramente
humano, solitario a su pesar, perdedor porque quiere, que se debate
contra su presente demoledor y su futuro más que imperfecto, desafiando
a la muerte con su voluntad y un atisbo de dignidad entre la miseria y
la corrupción. Es un personaje arrasador, y atraviesa la pantalla con
la jeta de triste fauno envilecido de un portentoso Javier Bardem. (www.biutiful-lapelicula.es)
BLACK BEACH
(26.09.20)
Dir.:
Esteban Crespo.
Pro.: David Naranjo.
Gui.: Esteban Crespo, David Moreno. Int.: Raúl Arévalo, Candela Peña,
Emilio Buale.
Esteban Crespo dirige
su segundo largometraje, tras una muy interesante serie de cortos –ganó
el Goya en 2013 con Aquel no era yo, que estuvo incluso nominado
al Oscar-. Debutó con Amar, que tuvo bastante repercusión en el
Festival de Málaga, donde también se ha presentado este nuevo trabajo.
Black Beach
es un recóndito lugar de algún país de África en el que juegan, como en
tantos otros, los intereses políticos de una oligarquía familiar tirando
a sanguinaria junto a los de las grandes empresas multinacionales; en
este caso, petroleras, que suelen tener las cosas bastante claras. En el
trasfondo, la sombra de China, que amenaza con comprar todo el
continente africano; pero esta quizá sea ya otra historia.
Hasta ese país tiene
que viajar Carlos, un ejecutivo de alto rango, con el encargo de
resolver el supuesto secuestro de un ingeniero poseedor de algún dosier
comprometedor. Carlos no está muy decidido, pero cede ante la promesa de
una buena recompensa y un puesto en la sede central de Nueva York;
además, él ha vivido allí unos años atrás y parece ser que incluso
conoce al secuestrador. Luego sabremos que conoce bastante más de lo que
creíamos, y que aun conserva algunas amistades y restos de relaciones
bastante estrechas.
Eso le va a servir
para empezar a investigar, siempre tutelado por las gentes del lugar.
Sobre todo por el ejército y el hijo del dictador, un hombre simpático y
sonriente: como una hiena, aproximadamente. Naturalmente, la trama se
enreda bastante y la búsqueda del ingeniero y sus papeles llevan a
Carlos de un lado a otro, cada vez con más incertidumbre y mayor
peligro. Sabe que está apoyado –de lejos- por su importante empresa, y
cuenta sobre el terreno con la ayuda de Ale, una antigua y fiel amiga.
Casi no tiene nada más, pero piensa que debería ser suficiente.
Para saber si está en
lo cierto, hay que ver la película. Lo que sí se puede contar es que el
relato está salpicado de acción en su –un poquito largo- metraje y que
Crespo se las apaña para mantener el ritmo casi todo el rato. Hay algún
momento más confuso pero el guion está trazado con firmeza para que no
quede ningún cabo suelto; ni siquiera los que rematan la historia en un
nudo que podría haber sido más sutil. Pero todo está pensado con los
cánones del género, un thriller bastante oscuro con sorpresas, crímenes,
tiros y carreras por los tejados, como un James Bond un poquito más
casero.
Mención especial
merece el trabajo de los protagonistas, tan entregados que llegan a ser
excesivos. Raúl Arévalo es un actor del método –del método Rota-, y
cuando digo “del método” quiero decir DEL MÉTODO con todas sus
consecuencias. No parece el intérprete ideal para esta aventura, pero es
que Raúl puede con todo; es como Johnny Depp, pero en serio. Y Candela
Peña es una actriz tan potente, pero tan potente, que parece mentira que
con su 1.55 de estatura se coma el plano de esa manera; que se come el
plano y a todos los que están dentro con dos voces y una caída de ojos.
A mí estos dos me agotan.
Pero, ahora en serio, Black Beach es un estimable esfuerzo por
levantar un cine de género, sin demasiado truco ni cartón, con confianza
en lo que se hace y con la esperanza de llegar al público de las salas
españolas. Por eso hay que dar a sus autores un voto de confianza.
BLACKTHORN. SIN DESTINO
(03.07.11)
Dir.:
Mateo Gil
Pro. Andrés Santana, Ibon Cormenzana Gui.
Miguel
Barros
Int. Sam Shepard, Eduardo Noriega, Stephen Rea
Mateo
Gil es el guionista de las películas de Alejandro Amenábar –y de El
método, de Marcelo Piñeyro-, pero también dirige: tras algunos
cortos y Nadie conoce a nadie
(1999) se atreve ahora con un western rodado en América, en inglés y
con un potente reparto internacional encabezado por Sam Shepard y el
español Eduardo Noriega.
Todos pensábamos que Butch Cassidy y Sundance Kid, los famosos
forajidos, habían muerto en 1908 a manos del ejército boliviano; pero
parece ser que no fue así: según nos cuenta este relato, consiguieron
escapar y, aunque Sundance no sobrevivió mucho tiempo, Butch permaneció
escondido tras una identidad falsa durante veinte años; como un tal
James Blackthorn ha conseguido no sólo una aparente respetabilidad sino
también una muy importante cantidad de dólares, además de una cierta
estabilidad sentimental. Hasta que al fin, harto de la clandestinidad y
convencido de su impunidad, decide regresar a su casa.
Pero en el camino se tropieza con otro fugitivo medio perdido: Eduardo,
un joven ingeniero español que acaba de robar el dinero de la mina para
la que trabajaba; a Blackthorn-Cassidy no le gusta mucho semejante compañía,
pero en el fondo el propietario de la mina le parece bastante más
canalla que el ladrón, y accede a ayudar a Eduardo a escapar de sus
perseguidores; bien es verdad que también juega a su favor la
posibilidad de compartir el botín. De esta manera, entre los dos
hombres surge una ambigua y peligrosa relación, que los une y los
separa, según vienen dadas las circunstancias; la primera y más
importante, la tropa que los acosa –ahora a los dos- y que Cassidy
toma por policías, aunque Eduardo sabe muy bien su verdadera identidad.
El destino, como en toda historia épica que se precie, jugará una baza
definitiva. Cassidy, más viejo y experimentado, se las sabe todas;
comprende que Eduardo no es Sundance, y que el compañerismo de antaño
no se puede repetir; sin embargo, no cuenta con que será el pasado,
precisamente, quien venga a pedirle cuentas –viejas cuentas- en la
persona del alguacil Mackinley, el mismo que dirigiera dos décadas
antes la persecución de la famosa pareja. Eduardo, por su parte,
desconoce el alcance verdadero de sus acciones, espoleado sólo por la
ambición y la codicia ante un dinero que cree fácil.
Y Mackinley, desengañado, amargado y vencido de antemano por los años,
el alcohol y la soledad, vendrá a ser –sin querer- el ángel
exterminador que intente cerrar la salida de la trampa. La narración,
que no se ha despegado un instante de los dos protagonistas, los elude un
momento para que podamos saber más que ellos mismos de lo que les
espera; es un acierto del guión, que remite a los esquemas clásicos. Y
no es el único. Los personajes están trazados con líneas seguras,
escuetas, potentes en su sobriedad: se explican a sí mismos, sin
necesidad de excusas argumentales.
Sam Shepard es un Butch Cassidy creíble y perfectamente posible; sobre
él recae el peso mayor de la historia y lo soporta con absoluta
solvencia: es un hombre mayor y deseoso de encontrar el descanso; al
final, se deja vencer por la nostalgia; no de sus pasadas fechorías,
sino de su todavía más lejano hogar, aun incluso del que pudo ser y
nunca fue. Stephen Rea, cuando aparece, deja constancia de su enorme
calidad, componiendo un secundario cargado de historia, tan fronterizo
con la vida como su adversario. Y si hubiera que oponer un pero
–aunque tampoco definitivo- sería para la elección de Eduardo
Noriega, quizá el más dubitativo de los personajes, un español metido
con calzador en el guión. Sin estar mal, extraña un poco.
En conjunto, una estupenda apuesta de Mateo Gil, que acierta plenamente
a recrear la atmósfera de este western crepuscular plagado de leyendas
de otra época y antihéroes cansados, envejecidos y sin esperanza. (www.blackthornthemovie.com/)
BLADE RUNNER 2049
(07.10.17)
Dir.: Denis Villeneuve. Pro.: Cynthia Sykes,
Broderick Johnson. Gui.: Hampton Fancher, Michael Green.
Int.: Ryan Gosling, Harrison Ford, Ana de Armas.
Se
ve que no había más remedio que hacer una segunda parte o
continuación de Blade Runner (Ridley Scott, 1982); eso sí, se
ha tardado treinta y cinco años y no se ha encargado la realización
a cualquiera: Denis Villeneuve –el director de Incendies,
Prisioneros, Enemy y La llegada- era,
posiblemente, la mejor elección. Su capacidad para ahondar en la
oscuridad, para asaltar las incerti-dumbres y para acercarse a lo
desconocido son suficientes credenciales para apropiarse y expandir
el universo claustrofó-bico, nocturno y encharcado de la obra
maestra de Scott.
Que sigue vive en la memoria; por eso, el argumento se hilvana con
facilidad. Siguen los humanos compartiendo espacio con los
replicantes, ahora de una novísima generación, y siguen todos
empeñados en “retirar” –aun vale el eufemismo- a los modelos más
caducos, molestos por su obsolescencia y por otras varias razones.
Ahí anda el protagonista, al que llamaremos K para abreviar, nuevo
“blade runner” de altísima tecnología. Las andanzas de K recorren
escenarios conocidos –la ciudad oscura, los neones gigantescos, la
lluvia permanente- y también nuevos territorios, desiertos, polvo y
nieve.
La
factura de la película es, como no podía ser de otra forma,
apabullante. Con cuatro o cinco momentos culminantes, bellísimos
–que me remitían al Kubrick de 2001 y El resplandor- y
algunos prodigios técnicos todavía sorprendentes. Pero que no
conforman una obra perfecta. El guion se permite demasiada
complacencia, y en otros momentos se vuelve farragoso y un tanto
incomprensible, cuando no inverosímil. Por no hablar de una excesiva
duración y un final que provoca cierto rubor.
Y es que el intento era demasiado complicado.
Blade Runner poseía tanto cine por minuto, tanta atmósfera,
tanta magia y tanta poesía en sus imágenes decadentes, asfixiantes y
magnéticas, que su continuación palidece en la comparación. Aquí hay
poco de todo eso: es una interesante película de ciencia ficción,
que estaría mejor si fuera más ligera de metraje y personajes,
aunque alguno sea una maravilla. Porque de todo este artefacto, yo
me quedo con dos conclusiones: que casi siempre segundas partes son
innecesarias, y que ya me imaginaba que Ana de Armas no era de
verdad.
BLUE
JASMINE
(17.11.13)
Dir.:
Woody Allen
Pro.: Letty Aronson, Stephen Tenenbaum, Edward Walson Gui.: Woody
Allen
Int.: Cate Blanchett, Alec Baldwin, Peter Sarsgaard
¿Cómo es posible
que un director de cine casi octogenario haga invariablemente una
película al año –desde hace más de cuarenta– y que cada uno de sus
estrenos sea un acontecimiento? Es posible… si hablamos de Woody Allen.
Desde Toma el dinero y corre (1969) hasta aquí, 45 películas –y
70 guiones, a veces el dato no es muy conocido- en las que ha retratado
de todas las formas y géneros posibles al ser humano, su esencia, su
circunstancia y su entorno más o menos cercano. En sus primeras obras,
el protagonista solía ser masculino; no en vano él mismo interpretaba la
vida, las obsesiones, los miedos y los delirios del hombre moderno; pero
poco a poco, las mujeres han ido adquiriendo mayor importancia en sus
historias hasta ser, como en esta Blue Jasmine, dueñas absolutas
del relato. En esta ocasión, singularmente, desde el primero al último
plano.
Jasmine se nos presenta en el
avión que va desde Nueva York a San Francisco. Parece una mujer
atractiva y sofisticada, pero está nerviosa, excitada, confusa. Llega
armada con la batería de sus lujosas maletas a casa de su hermana
Ginger, una pobre chica que trabaja en el súper del barrio y que carga
con un divorcio bastante áspero, un novio macarrónico y una vida de poco
lucimiento. Jasmine, en realidad, es solo fachada: acaba de perder toda
su vida, su alocada existencia llena de lujo y frivolidad. Abrumada y
desesperada, sin marido, sin dinero y sin trabajo, se instala en casa de
la sorprendida y bienintencionada Ginger.
Apenas le da explicaciones, pero el modélico guion de Woody Allen va
poco a poco desvelando a Jasmine, descubriéndonos su pasado y las claves
de su trastorno. La vemos en su mansión neoyorkina, al lado de su
marido, un tiburón de las finanzas seductor y desaprensivo. Seguramente
intuye el origen de su riqueza, los negocios turbios en los que se basa,
pero prefiere cerrar los ojos y disfrutar de lo que tiene, aunque en
realidad nada, ni siquiera su marido, sea suyo. Jasmine en Nueva York no
presiente la Jasmine en San Francisco en que se va a convertir.
Llevada en volandas por el genio de Cate Blanchett, la narración
progresa alternando los dos tiempos, los dos escenarios, las dos vidas
de la protagonista; hasta que el pasado, con todo su peso, irrumpa en el
presente, cerrando la historia de Jasmine en la pantalla. Frecuentemente
los personajes de Woody Allen siguen viviendo después de la película y a
veces nos preguntamos qué habrá sido de ellos. Pero de todos los finales
abiertos, este es el más dramático: lo más probable es que Jasmine no
tenga futuro. Se la ha comparado con la Blanche DuBois de Un tranvía
llamado deseo –y es evidente que el arranque la película está
inspirado en ese argumento-; pero, además de que es inútil comparar a
Tenessee Williams o a Elia Kazan con Allen, la naturaleza de ambas
protagonistas se revela pronto diametralmente opuesta: Blanche es, en el
fondo, una víctima y su final le viene cruelmente impuesto; Jasmine es
una mujer neurótica y deprimida, aunque locamente romántica y con un
punto de vista dislocado acerca de la realidad y de sí misma; pero
también es manipuladora y mentirosa, y al final es dueña de su destino:
ella sola se lo busca.
El universo de Jasmine y alrededores está dibujado por Woody Allen con
tal maestría que el relato fluye como si nadie lo controlara, como si
el espectador estuviera dentro, mirando desde cualquier rincón. Dice
Cate Blanchett que Allen dirige desde el guion, colocando la cámara con
exactitud milimétrica y dejando que sus actores expresen, ellos solos,
todo el talento que llevan dentro. En Blue Jasmine la técnica
funciona a la perfección: el espléndido retrato que se muestra en la
película es el resultado del maravilloso maridaje entre la sabiduría del
director y guionista y el talento descomunal de su actriz. El mejor
Woody Allen de los últimos tiempos se plasma en el cuerpo tembloroso, en
la voz, en los ojos y en la mirada de una superlativa Cate Blanchett. (http://wwws.warnerbros.es/bluejasmine/)
BOHEMIAN RHAPSODY
(03.11.18)
Dir: Bryan Singer.
Pro.: Jim Beach, Graham King, Richard Hewitt. Gui.:
Anthony McCarten, Peter Morgan. Int.: Rami Malek, Lucy Boynton,
Brian May.
Después de algunos años rodando por los despachos, al fin el
proyecto de llevar al cine la vida de Freddie Mercury ha visto la
luz. El encargado de ponerlo en imágenes ha sido Bryan Singer,
conocido como productor y director de Sospechosos habituales,
Superman returns, Valkiria y unos cuantos X-Men.
No parece un especialista en musicales y es que, en efecto, esta
Bohemian Rhapsody no es un musical, sino una biografía con
canciones –muchas-, que es algo muy distinto.
Vayan por delante las alabanzas: Rami Malek es, seguramente, el
mejor Freddie Mercury posible: con un parecido más que razonable y
absolutamente entregado a su personaje, números vocales incluidos;
encabeza un reparto en el que todos están bien. También es de
notable alto la puesta en escena; tanto en la recreación de una
época bastante agitada –de 1970 al 85- como en el pulso narrativo,
que un artesano mayor como Singer sabe mantener en alto durante todo
el –largo- metraje.
Y,
cómo no, los números musicales, insertados con agilidad y mostrados,
algunos, desde la íntima peripecia de su discusión y creación. Ahí
están, para deleite de los fans de Queen, que debe ser casi todo el
mundo, sus grandes éxitos, rematados con el archipopular We are
the champions en el multitudinario y fastuoso Live Aids, el
macroconcierto promovido por Bob Geldof en socorro del hambre en
África. Singer se las apaña para intercalar en la película las
imágenes reales del acontecimiento.
Pero –y aquí está el pero- la figura del protagonista, que no deja
de estar en el foco durante toda la narración, resulta,
paradójicamente, bastante plana. Su origen, nacido en Zanzíbar en
una familia parsi escapada de Irán, es explicado casi de forma
enciclopédica; y el relato es a ratos minucioso en detalles
seguramente inventados, mientras que se producen grandes elipsis
temporales y dramáticas, a veces no muy justificadas.
Todo se pliega al interés musical, y en ese sentido la película se
acerca mucho al más convencional de los filmes biográficos. No solo
no sabemos nada de lo que pasa en el mundo por esas fechas, sino que
los hechos más graves y trascendentes de la vida de Freddie Mercury
están tratados con demasiada sutileza y ningún grado de explicitud.
De hecho, el filme no nos descubre nada que no supiéramos ya. Como
es conocido, el artista murió a causa del SIDA a los 45 años; una
enfermedad contraída en el curso de su agitada y promiscua práctica
sexual. Y
esa parte de la historia está tratada con extremada delicadeza,
seguramente todo el puritanismo que requiere la pacata sociedad
norteamericana de hoy. La cámara de Singer se detiene siempre en la
puerta del dormitorio, léase habitación de hotel, club de ambiente,
salón privado o cuarto oscuro. Es una parte tan importante de la
vida de Mercury, que una mayor claridad no añadiría morbo gratuito
sino mayor firmeza en una arista imprescindible en el retrato de
personaje tan poliédrico y espectacular.
Seguramente, se ha perdido una oportunidad de acercarse más
íntimamente aun a la figura de Freddie Mercury: un cantante
maravilloso y un artista total: extravagante, exagerado, ampuloso
pero irrepetible, glorioso e inmortal.
BON APPÉTIT (14.11.10)
Dir. David Pinillos
Pro. Pedro Uriol Gui.
Paco Cabezas, David Pinillos, Juan Carlos Rubio
Int. Unax Ugalde, Nora Tschirner, Herbert Knaup
David Pinillos es un
destacado montador –El juego de
la verdad, 8 citas, La vergüenza, Gordos…- que ahora
debuta como director con esta historia de amigos que se besan, como
dicen en la película. El protagonista es Daniel, un joven chef español
que ha conseguido trabajo en un importante restaurante de Zúrich. El
dueño está muy contento con él, y Daniel está encantado con sus
compañeros más cercanos: el ayudante Hugo y la sumiller Hanna; sobre
todo con ésta, que le brinda su amistad y le sirve de cicerone en la
ciudad desconocida. Naturalmente, Daniel se enamora de Hanna, pero es
muy problemático que ella corresponda a los requerimientos de un
colega.
El restaurante es un auténtico microcosmos en el que caben, si no
todos, sí un buen muestrario de sentimientos, compromisos, y
posibilidades que conciernen y definen a los seres humanos: competencia,
amistad, trabajo, amor, errores, malentendidos, penitencias y
agradecimientos. No está mal para un escenario tan pequeño. Daniel se
mueve muy pronto en él como pez en el agua, en parte porque su pericia
culinaria es absolutamente reconocida –aunque eso también entraña
sus peligros-, en parte porque Hugo y Hanna no tienen inconveniente en
compartir con él su espacio y sus secretos más personales. Los de Hugo
le harán comprenderlo mejor; los de Hanna, desearla más.
Pinillos conduce con elegante soltura esta comedia, no tanto una
historia entre fogones –que también-, como una especie de “road
movie” sentimental en la que el protagonista va y viene entre Suiza y
España, entre la gastronomía y el amor, entre la esperanza y el
desengaño; al final, tendrá que confesarse que es muy difícil ser
amigo de la mujer de la que uno está enamorado. El jugoso guión
apuesta por la sencillez coloquial –no exenta de inteligencia- que
permite el lucimiento de la joven Nora Tschirner y el ya consagrado Unax
Ugalde. (www.bonappetitlapelicula.com)
BORG McENROE
(19.05.18)
Dir.: Janus Metz Pedersen. Pro.: Jon Nohrstedt,
Fredrik Wikström. Gui.: Ronnie Sandahl. Int.: Sverrir Gudnason, Shia
LaBeouf, Stellan Skarsgård.
El
danés Janus Metz es sobre todo documentalista; precisamente hace 10
años ganó el Gran Premio de la Semana de la Crítica en Cannes con
Armadillo, un film acerca de un grupo de soldados daneses en
Afganistán. Ahora retrata un asunto menos bélico, aunque también se
trate de una batalla: la que protagonizaron Björn Borg y John
McEnroe en la hierba de Wimbledon el 5 de julio de 1980.
Todavía está reciente La batalla de los sexos, la
película sobre el también mítico partido entre Billy Jean King y
Bobby Riggs; se ve que el cine se acerca al tenis, aunque sea con
propósitos muy diferentes: la americana es, fundamentalmente, una
comedia reivindicativa; esta sueca es, sobre todo, una crónica de un
enfrentamiento y el retrato de sus protagonistas.
Cuando salen a jugar la final de Wimbledon, Borg tiene 24 años y ya
lo ha ganado todo; McEnroe tiene 21, y es el máximo aspirante a
reinar en el tenis mundial. El sueco es apodado “Iceborg” por su
extrema frialdad en la pista, su control irrompible en el juego. El
americano es un jugador bronco, capaz de recriminar a gritos
cualquier punto dudoso, hasta llegar al insulto y a la consiguiente
descalificación. Se ven las caras en la pista –se enfrentaron hasta
14 veces, con empate de victorias-, pero el espectador tiene también
la oportunidad de conocer sus vidas, sus muy distintos ambientes
familiares y sociales, los comienzos de sus carreras y hasta sus
aspiraciones y sus caracteres.
Sorprende, por ejemplo, saber que Björn Borg fue un chaval difícil,
nada tranquilo, muy alejado de la imagen ejemplar que daba en la
competición; todavía en sus mejores momentos era capaz de tener
caprichos y manías más propios de Sheldon Cooper que del sereno
campeón que todos conocimos. McEnroe, por su parte, podía controlar
su ira y sus aspavientos cuando tenía enfrente a Borg, rindiendo al
cien por cien de su técnica y su genialidad.
La
película revela, pues, muy acertadamente, las antagónicas –o a lo
mejor no tanto- personalidades de los dos campeones; pero no es este
su único valor: también sabe extraer de sus intérpretes lo mejor
para dar vida a sus personajes dentro y fuera de la pista: muy
cercano físicamente Sverrir Gudnason a Borg, estupendo Shia LaBeouf
-aunque se parezca menos-, como McEnroe.
La
capacidad de documentalista de Janus Metz Pedersen se revela también
en la exactitud de los detalles; no solo en los lances del juego,
sino en los reveladores detalles que explican cómo ha evolucionado
el tenis en los últimos treinta años: las raquetas, la ropa, las
instalaciones y toda la parafernalia alrededor del juego; y las
ganancias: 20.000 libras para el ganador, una ridiculez comparado
con el premio actual de 2.250.000 libras.
Y
por último, a destacar la ejemplar construcción del guion, que lleva
al espectador en volandas por una pantalla que gana en interés por
momentos hasta llegar a la apoteosis de la gran final, desarrollada
con estupendo ritmo y con descomunal suspense para el que no sepa el
resultado de antemano. Y en cualquier caso, se disfruta igual: aquí
hay emoción y estupendo cine hasta el último “tie break”.
BOYHOOD
(14.09.14)
Dir.
Richard Linklater
Pro.: Richard Linklater,
Jonathan Sehring, John Sloss Gui.: R.L.
Int.: Ellar Coltrane, Patricia Arquette,
Ethan Hawke
Richard Linklater –Texas,
1960- es una personalidad casi única en el actual panorama
cinematográfico. Ha hecho algunas películas más convencionales –Movida
del 76, Suburbia, Escuela de rock, Fast food nation…-,
aunque siempre de interés; pero solo a él se le ha ocurrido, por
ejemplo, filmar la evolución de dos personas a través de dos décadas y
tres películas: Antes de amanecer (1995), Antes del atardecer
(2004) y Antes del anochecer (2013). Y al mismo tiempo, realizar
este magnífico documento: Boyhood muestra la vida de un chaval
durante doce años; desde que es un niño de seis, empezando la primaria,
hasta que, con dieciocho, lo deja a las puertas de la universidad.
Mason es un crío que vive
con su madre y su hermana mayor. En su universo infantil, vive las
pullas de su hermana y siente el cariño de su madre; sin apenas
comprender la ausencia de un padre, que aparece intermitentemente para
volver a disolverse en la distancia. También sufre las mudanzas y los
cambios de ciudad, de colegio y de amigos provocados por la
inestabilidad de su hogar y las aspiraciones de la madre, que no se
resigna a la soledad y busca nueva pareja. Mason se encuentra –y no será
una única vez- con una nueva figura paterna y una familia algo más
extensa. Y se encamina al instituto, con otros colegas, otros deberes y
otros problemas.
Y
también las primeras
dudas, los primeros amores, el calor de la adolescencia, los peligros y
las alegrías de la calle… Pero la vida sigue; y mientras Mason crece, el
país –y el mundo entero- giran a su alrededor, dejándonos ver y
comprender un trozo de nuestra propia historia. El planeta se estremece
con la caída de las Torres Gemelas y con las guerras que empezaron y aun
no han acabado, aparece una ilusión llamada Barack Obama, llega una
crisis mundial, y Mason pasa de la Game Boy a la Wii y de Star Wars
a Harry Potter, y luego se gradúa, su madre tiene otro
marido, su padre otra mujer y el futuro, de pronto, se ha hecho
presente.
Con un esencial sentido de la narración,
mediante sabias elipsis que encadenan momentos de maravillosa
autenticidad, Linklater nos hace acompañar a Mason, verlo crecer y
madurar junto a las personas que lo rodean. No hay truco ni maquillaje:
Ellar Coltrane se puso ante la cámara cuando era un niño, con toda
naturalidad pero sin sospechar siquiera que un día sería actor. Y en
apenas cuarenta sesiones, esos doce años de su vida quedaron registrados
y se muestran con asombrosa continuidad.
Ethan Hawke y Patricia Arquette, por su
parte, contribuyen igualmente sin artificio a la ficción que soporta el
argumento: eran unos padres jóvenes cuando comenzó la película y son
unas personas maduras, entradas en la cuarentena, cuando acaba. La
experiencia remite, de alguna manera, a las más longevas series de
televisión; la familia Alcántara, de nuestro Cuéntame…, sin ir
más lejos, ha vivido precisamente el mismo lapso de tiempo. La
diferencia estriba, claro, en la capacidad de síntesis y el sentido del
ritmo del guion de Linklater y en la propia concepción y realización de
la idea.
Claro que no habría sido posible sin la
colaboración y la entrega de los protagonistas, con Ethan Hawke a la
cabeza: un actor imprescindible para Linklater, un amigo íntimo y casi
un alter ego del autor. Patricia Arquette es también cómplice
incondicional y hasta Lorelei, la hija del director, es la hermana de
Mason en la película. Ellar Coltrane, un niño de Texas, pasó de
memorizar sus diálogos a participar activamente con sus sugerencias y su
propia experiencia.
Todos juntos construyen esta obra maestra
que es un retrato pero también y sobre todo una indagación sobre el paso
del tiempo y la vida de las personas, con sus esperanzas y sus
realidades. Y de cómo cada momento nos afecta, nos limita y nos libera.
Una lección de casi tres horas de cine en las que la pantalla nos seduce
y quisiéramos que esta película no terminara nunca. (http://www.boyhood-lapelicula.es/)
BROKER
(17.12.22)
Dir.: Hirokazu Kore-eda. Pro.: Eugene-Lee. Gui.:
Hirokazu Kore-eda. Int.: Song Kang-ho, Dong-won Gang, Bae Doona.
Nueva película del maestro Kore-eda (Tokio, 1962): After life,
Nadie sabe, Air doll, Milagro, De tal padre
tal hijo, Un asunto de familia, Still walking… y
así hasta una veintena de títulos: un currículo inigualable. La
historia del cine japonés y del Cine -con mayúscula- mundial no se
entendería sin su obra, plena de sensibilidad, compromiso y verdad.
Dice Kore-eda que si no hubiera nacido pobre no habría podido hacer
su cine; eso, que para muchos es una desgracia, para los genios como
él puede ser una motivación, una inspiración.
En Broker -rodada en Corea del Sur-, la historia está
protagonizada, simplificando, por la lluvia, un bebé y unos
sinvergüenzas. El bebé es una criatura recién nacida, abandonada por
su madre en la puerta de una iglesia. Un alma caritativa lo
introduce en la “caja” que hay dispuesta para esos casos. Y al
momento es recogido por un individuo que se dedica, con su
compinche, a robar esos niños para venderlos a familias adineradas.
Cuando están dispuestos a hacer negocio, aparece la madre; y los
ladrones deciden llevarla hasta el bebé y explicarle sus
intenciones. Y en vez de denunciarlos, ella se pone de su lado y
busca con ellos quien quiera acoger al niño y pague mejor. A partir
de aquí, la película recorre buena parte del país, en una furgoneta
que contiene lo que cada vez se parece más a una familia: la joven
madre soltera, que poco a poco va desvelando su historia y su
personalidad; los dos hombres, el mayor dueño de una lavandería sin
mucho beneficio, el más joven un desheredado de la vida que no tiene
donde caerse; por supuesto, el bebé, que pasa de mano en mano, casi
diría que con mimo, y hasta otro chaval, que se agrega al convoy sin
pedir permiso.
Como buena película de carretera, el viaje está atravesado por todo
tipo de incidentes y de gentes: el matrimonio que regatea por el
crío, la multitud de un orfanato, el rincón íntimo del hombre mayor…
y los perseguidores del grupo: un par de mujeres policías y otro par
de sicarios con malas intenciones. Y hay también un asesinato por
esclarecer.
Todo forma un entramado que va encajando sus piezas con el
transcurso del argumento. Pero lo importante es cómo de él emergen
los personajes, que siempre son la pieza capital en el cine de Kore-eda.
Hay esa especial mirada hacia la infancia, a menudo heroica, siempre
frágil en sus películas; pero también hacia los adultos, desvelando
su intimidad, su dolor, su miedo y su gotita de esperanza. Resulta
que no son tan malos como parecían y que son capaces de redimirse y
de amar. Cerca del grupo humano de Un asunto de famila, y en
el reverso de Still walking, esta pequeña sociedad de
intereses se transforma en un puñado de seres que se acompañan
mutuamente y que forjan una extraña pero poderosa solidaridad.
Irokazu Kore-eda dota a su relato, además, de un cierto sentido del
humor, cercano a la negritud, y de un caudal de verdad y de poesía
-que van juntas, por raro que parezca- que inunda el metraje. No hay
ningún desperdicio, ninguna redundancia. Las imágenes, escuetas y
certeras, como siempre; el guion, cercano –y estamos hablando de un
japonés que hace una película en Corea- y luminoso, se permite
instantes de vértigo emocional y profunda inteligencia. “A veces
sueño que llueve -dice la joven madre- y el agua se lleva todo lo
que he hecho hasta ahora”. “Tú lo que necesitas es un paraguas -le
contesta el hombre-; un paraguas grande, para dos”.
BRIDGET JONES'S BABY
(17.09.16)
Director: Sharon Maguire. Intérpretes: Renée Zellweger, Colin Firth,
Patrick Dempsey
La británica
Sharon Maguire
retoma su inicial
colaboración con Renée Zellweger para la resurrección de Bridget
Jones, uno de los personajes más estrambóticos
-y carismáticos- de la pantalla. Quince años después de su primera
aparición en la pantalla, parece que Bridget ha madurado. Tiene un
buen trabajo, cierta estabilidad –tampoco demasiada, eso sería mucho
pedir-, se lleva bien con su ex Mark y, a sus cuarenta años recién
cumplidos, puede pensar en pasarlo bien sin complicarse mucho la
vida. Pero entonces conoce a Jack, un atractivo ejecutivo dueño de
una web de contactos con la que todos ligan… menos él. Hasta ese
momento, claro; ya se sabe que con Bridget, conocerla es amarla.
Renée Zellweger, su intérprete ideal, también ha cambiado –hay quien
dice que no parece la misma... para peor, yo creo que son ganas de
fastidiar-, tras un significativo parón en su carrera. En cualquier
caso, recupera su tono y su carisma para la comedia -siempre
ha tenido un amplio registro, pero quizá esto es lo que mejor se le
da, y comedia y no otra cosa son estas películas-, y a la vez su
personaje más reconocible y más emblemático; por supuesto, sin
perder ninguna de sus cualidades; la principal, ser capaz de
interesar a dos hombres a la vez: Mark –Colin Firth-, como siempre,
y otro; en este caso, Jack –Patrick Dempsey-, su nueva conquista.
Ambos se disputan su atención… y algo más. Porque, para sorpresa de
todos y escándalo de alguna, Bridget se queda embarazada. Va a ser
mamá; pero lo complicado es saber quién será el papá.
BUDA EXPLOTÓ POR VERGÜENZA
(02.03.08)
Dir.:
Hana Makhmalbaf
Pro.: Maysam Makhmalbaf Gui.:
Marzieh Makhmalbaf
Int.: Nikbakht Noruz, Abbas Alijome, Abdolali Hoseinali
Los
Makhmalbaf son auténticamente una familia de cine. El padre, Mohsen (50
años), forma con Abbas Kiarostami (67
años) la punta de lanza del cine iraní; está casado con la guionista
Marzieh Meshkini y tiene tres hijos: Samira –la directora de La
manzana y La pizarra-,
Maysam –de momento productor, montador y cámara- y la jovencísima
Hana, que dirigió Buda explotó
por vergüenza con 18 años y consiguió el Gran Premio del Jurado
en el pasado Festival de San Sebastián.
La película se sitúa en los desolados paisajes de las montañas
afganas de Bamian, donde las gigantescas estatuas de Buda fueron
destruidas por los talibanes en 2001. Las montañas están horadadas por
cientos de cuevas y allí viven unas cuantas familias que subsisten en
difíciles condiciones. Baktay y Abbas son dos niños de apenas seis años;
Abbas es un hombrecito que va a la escuela y ya deletrea su primera
cartilla. A Baktay le da envidia pero como es niña, tiene que cuidar de
su hermano pequeño y permanecer en la cueva mientras su madre trabaja
en lo que puede.
Baktay, decidida a todo, no duda en desobedecer a su madre y correr
montaña abajo –con muchísimo miedo pero con mayor determinación-
camino de una escuela que no sabe dónde está, suponiendo que exista.
Su camino está lleno de dificultades: lo primero que necesita es un
cuaderno y un lápiz y no tiene ninguna de las dos cosas. Tampoco tiene
dinero, como es natural. Pero el tendero –en su quiosco de madera, un
sorprendente supermercado en medio de la nada- le sugiere que venda unos
huevos y consiga las rupias necesarias para comprar el material escolar.
La niña vuelve a su gruta, coge los huevos y baja de nuevo. Pero nadie
quiere huevos; sólo el herrero quiere pan y B tendrá que buscar cómo
hacer el trueque para que el herrero le compre el pan y ella, con ese
dinero, comprar a su vez el cuaderno que necesita.
A Hana Makhmalbaf no le tiembla el pulso para describir la aventura de
su pequeña heroína. Ni siquiera cuando se adentra por terrenos más
simbólicos para mostrar, en un par de parábolas tan crudas que parecen
imposibles y de tanta ternura que llegan a producir dolor, las
condiciones de la vida de las mujeres en el Afganistán actual. Los niños
juegan con una violencia extrema, armados de palos que simulan fusiles,
y son talibanes vengativos que ametrallan americanos, o vigilantes
estrictos de la moral, que impiden el paso a las niñas, las despojan de
sus libros y sus adornos, las secuestran y son capaces de lapidarlas si
se tercia, sin la menor compasión.
Y la escuela resulta ser una utopía: sólo los niños parecen tener
derecho a la educación y al conocimiento, y Baktay recorre un nuevo
camino, casi de otro mundo, hasta llegar al pequeño recinto en el que
las niñas son admitidas. Consigue ganar un pupitre, porque la maestra
no se entera de nada y porque acierta a sobornar a sus nuevas amigas con
el lápiz de labios de su madre, con el que todas se iluminan labios y
mejillas como mujeres adultas... Y como tampoco eso puede ser, la niña
emprende el regreso a casa, intentando atravesar un mundo masculino,
hostil e incomprensible, en el que no se puede sobrevivir porque cada niño,
cada hombre, cada marido, profesor o soldado, es un talibán: un amo, un
secuestrador, un asesino.
Ya es milagrosa la existencia de un cine como éste, como las películas
de su hermana Samira; Hana Makhmalbaf se suma a la aventura de hablar de
lo prohibido, de defender su condición, de gritar y pelear por los
derechos de la igualdad entre mujeres y hombres. Si en occidente –no
hay más que echar un ojo a las noticias- todavía parecemos sordos a
estas demandas de justicia, ¿qué será en esos lugares donde ellas son
obligadas a ocultarse, a encerrarse en casa o bajo la cárcel del burka,
donde pueden ser impunemente oprimidas, juzgadas, castigadas y
asesinadas...? La historia de Baktay es verdadera; tierna, pero a vez
feroz. Su sombra se alarga y llega hasta aquí: no podemos ignorarla. (www.wandafilms.com)
BUENA SUERTE, LEO GRANDE
(17.09.22)
Dir.:
Sophie Hyde. Pro.: Debbie Gray, Adrian Politowski. Gui.: Katy Brand.
Int.: Emma Thompson, Daryl McCormack, Isabella Laughland.
Tercer
largo de la productora y directora australiana Sophie Hyde, rodada
tras 52 martes (2013) y Amistades salvajes (2019),
ambas inéditas en nuestra pantalla grande -esta última sí estrenada
en Movistar+- igual que el resto de su obra, que comprende cortos,
documentales y miniseries de televisión desde 2005. Sus películas
exploran fundamentalmente universos femeninos, y merece la pena
reseñar que Buena suerte, Leo Grande está escrita y producida
también por mujeres.
Su
protagonista, consecuentemente, es otra mujer: la formidable Emma
Thompson. Y la acompaña el casi desconocido Daryl McCormack -curtido
en la televisión, en Vikingos y Peaky Blinders, por
ejemplo-, que le da la réplica a todos los niveles. Y casi no hay
nadie más. Ni hace falta, porque toda la acción transcurre en una
habitación de hotel, con ellos dos en soledad compartida.
La mujer
dice llamarse Nancy; tiene 60 años, ha sido profesora de religión y
es viuda; él es un atractivo treintañero, el “Leo Grande” del
título. Y han quedado en el hotel por una cuestión muy simple: Nancy
quiere sentir placer, placer auténtico, alcanzar el orgasmo por
primera vez en su vida. No uno fingido, como ha hecho durante su
matrimonio de sexo burocrático y aburrido; no: uno de verdad. Y para
eso ha contratado los servicios de Leo, un profesional.
La
película podría abrir un debate sobre la prostitución: masculina, en
este caso; y su ejercicio, libre, voluntario. O acerca del amor y el
sexo en el matrimonio. Pero no va de eso, sino de algo más profundo
aun: de la mujer como persona, del cuerpo como identidad, del placer
como realización; y de cómo imbricar todo ello en relación con otras
personas y con una misma.
Nancy es
una persona culta, incluso refinada. Por eso su acercamiento a Leo
no es impetuoso, urgente, desordenado; al contrario: aunque sabe muy
bien lo que quiere y lo que Leo puede darle, no es capaz aun de
desprenderse de la capa de pudor y de discreción asumidos durante
tantos años. Leo, por su parte, asiste solícito y casi divertido a
los progresos sexuales de su compañera de habitación; de aventura,
podría decirse. Accede al ritmo que ella le pide, a la pausa, a la
conversación.
Ambos,
si la ocasión se lo permite, tienen mucho que decirse, que contarse.
Y encontrarán el tiempo, en su primera cita y en las que le siguen,
porque la relación, la aproximación a la intimidad y al clímax
deseado van progresando lentamente a través de sucesivos encuentros
en los que ambos, el trabajador sexual y la mujer madura se van
desnudando, físicamente también.
Las dos
personalidades, las dos personas -cuerpo, piel, sentidos,
sentimientos- se descubren gracias a la formidable interpretación de
Emma Thompson y Daryl McCormack, que asumen felizmente un guion de
profundo calado, acertado y revelador. Nada chirría en estos
diálogos, en estas situaciones de absoluta intimidad, cara a cara,
cuerpo con cuerpo. Con la integridad y la belleza de la palabra
sincera, de la mente liberada, del desnudo sin rubor.
Hay quien se admira del “valor” de Emma Thompson para
mostrar su cuerpo, como si una persona de sesenta años no pudiera
expresar en cada curva, en cada recodo y en cada poro la auténtica
verdad y la eterna belleza del ser humano. Como ella misma aconseja:
“Acércate al espejo, quítate la ropa y no te muevas. Acéptate y no
te juzgues”. Es lo que hace esa entrañable, maravillosa profesora de
sesenta años, jubilada y viuda, pero viva.
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