Por Larry D'Abutti
=A=
ADAM
(07.11.20)
Dir.: Maryam Touzani. Pro.: Nabil Ayouch. Gui.:
Maryam Touzani. Int.: Lubna Azabal, Nisrin Erradi, Douae
Belkhaouda.
Maryam Touzani nació en Tánger hace 40 años;
estudió periodismo en Londres y volvió a su tierra para ejercer
la profesión, también como crítica de cine. Ha escrito y
dirigido dos cortos en 2012 y 2015, y Adam es su primer
largometraje, que obtuvo un importante reconocimiento en la
sección Una Cierta Mirada de
Cannes y fue seleccionado
por Marruecos para competir por el Oscar a la película
extranjera el año pasado.
Adam
es una película marroquí, muy marroquí; casi costumbrista en
algunos aspectos; y habla de las mujeres y sus afanes -léase
injusticias y machismo-; del mundo
femenino en aquel país. Y sin embargo su historia es universal,
trascendente. La protagonista –la primera- es Samia, una joven
que, con un avanzado embarazo, busca trabajo y alojamiento por
las calles de una ciudad tan bulliciosa como indiferente. Una
tras otra, todas las puertas se le cierran; y va cayendo el día
y Samia está agotada.
Hasta que llega a casa de Abla, la segunda
protagonista. Es una mujer madura y fuerte, que trata de sacar
adelante ella sola su negocio de repostería y a Warda, su hija
de 8 años. Ya tiene bastante con esas tareas, así que no está
dispuesta a soportar ni una carga más; mucho menos a una
desconocida, embarazada y evidentemente pobre, casi una mendiga.
Pero cuando Samia se derrumba delante de su misma puerta, no
puede evitar dejarla pasar la noche en su casa. Solo una noche y
después la echa.
Abla es fuerte y decidida, y también es seca,
antipática. El dolor preside su vida desde que enviudó y su
existencia apenas se asoma fuera de las paredes de su vivienda.
Tutela con firmeza a su pequeña y trabaja sin cesar en las
tareas domésticas y en la elaboración de sus panes y dulces; su
ventana es también el mostrador de la tienda y no tiene que
pisar la calle. Samia, por el contrario, es dulce y sociable;
con Warda conecta a primera vista. Cuando además se muestra una
consumada repostera, Abla se compadece ligeramente y le permite
quedarse unos días más.
Como ya digo, esta es una película marroquí. Sin
enormes campañas publicitarias, sin el apoyo de las grandes
distribuidoras –pero sí con el de las que de verdad aman y se
pelean por el cine- y sin ocupar cientos de salas en un estreno
mediático. Pero el deber de la crítica independiente y
profesional es llevar al conocimiento general estas obras,
de cinematografías periféricas y minoritarias –sean iraníes,
sean gallegas-, pero que contienen más cine que muchas de las
que traen las grandes corrientes de producción. Todavía está en
la cartelera, por ejemplo, El artista anónimo, otra
película pequeña, esta finlandesa, que deslumbra por su
capacidad poética y por sus hallazgos: entre otros, muestra la
metáfora cinematográfica más impactante que he visto en los
últimos años. Y Adam es otro ejemplo capital, otro
desafío a la inteligencia y la sensibilidad del espectador. Dos
personajes, tres; una casa, poco más que cuatro paredes; una
ciudad y sus habitantes, retratados en cuatro trazos de extrema
sabiduría.
En un guion de pulso delicado y emoción
creciente, con un latido que bombea en los momentos precisos: la
canción que arrrasa los recuerdos y las emociones de Abla –una
maravillosa Lubna Azabal, actriz portentosa- y la secuencia
final que protagonizan Samia y su bebé. Esos instantes ni
siquiera ya son cine, porque son pura realidad. Es lo que sucede
cuando la pantalla deja de ser lienzo blanco y opaco para
convertirse en cristal transparente por el que atraviesa la
vida.
Y sentados allí delante, pasamos de ser
espectadores a ser parte de la historia, de esa realidad que nos
regala vivencias, conocimiento, nuevos mundos y nuevas gentes,
con un aliento, una sorpresa, una caricia… O un puñetazo, que
todo puede pasar.
ADIÓS
A LA REINA
(06.05.12)
Dir.:
Benoît Jacquot
Pro.: Christophe Valette Gui.:
Benoît Jacquot, Gilles Taurand
Int.: Léa Seydoux, Diane Kruger, Xavier Beauvois
Benoît
Jacquot es un veterano director francés, poco conocido por aquí; ha
realizado más de 30 títulos, entre documentales, películas para
televisión y largometrajes. En 2009 obtuvo un importante éxito de crítica
en toda Europa –también en España- con Villa
Amalia, protagonizada por la maravillosa Isabelle Huppert. Y ahora
reúne a otras tres grandes de la pantalla europea: la alemana Diane
Kruger y las jóvenes francesas Virginie Ledoyen y Léa Seydoux, en este
drama histórico que cuenta los últimos días de la monarquía de los
Borbones en Francia.
Basado en el éxito editorial de
Chantal Thomas del mismo título, el guión de Adiós
a la Reina vuelve a repasar –por enésima vez- estos hechos; ahora,
por cierto, sin ninguna de las veleidades “pop” de la pasada versión
de Sofia Coppola, sino con un aspecto mucho más tradicional, que no
enmascara, sin embargo, un relato de intrigas y pasiones completamente
contemporáneo. París, 14 de julio de 1789. La revolución ha
estallado, el pueblo ha tomado la Bastilla y los vientos de una furiosa
transformación parecen arrasarlo todo; aunque en Versalles tardan en
enterarse. El palacio duerme como vive: ajeno a todo lo que no sea su
propia, cerrada, íntima existencia.
Los lujosos salones, los pasillos susurrantes, las alcobas de señores y
criados laten al ritmo de la murmuración, el engaño, el placer
culpable y los deseos húmedos de unos y otros. Duques y baronesas,
damas y oficiales, criaditas y militares intercambian camas y enredos
con el conocimiento general, teñido de elegante indiferencia burguesa,
como mandan los cánones palaciegos. Toda la entraña versallesca se nos
muestra a través de los ojos de la lectora de la reina, la joven y
atractiva Sidonie Laborde, que entretiene la vida ociosa de María
Antonieta con sus libros.
Sidonie es poca cosa, apenas una criada de segundo orden, pero
tiene el privilegio de acercarse a su señora, descansar a su lado,
leerle pasajes hermosos o terribles y vivir a escasos centímetros la
emoción de la dueña de sus pensamientos: Sidonie está fascinada,
profundamente enamorada de María Antonieta; la adora en silencio y,
seguramente, daría su vida por ella. Para su desgracia, la reina ni
siquiera ha reparado seriamente en su lectora, porque a quien quiere es
a su dama Gabrielle de Polignac, esposa de un alto noble de la corte a
la vez que complaciente amante de la soberana.
El retrato que vemos de los personajes, resuelto con intención
expresionista, es lo mejor de la película. Las señoras orgullosas, las
sirvientes en claroscuro, los curas glotones y lascivos… La cámara
sigue atropelladamente las idas y venidas de Sidonie, testigo emocionada
de los acontecimientos, y se detiene en repasar, desde todos los ángulos,
la figura de María Antonieta: una mujer frívola, caprichosa, voluble y
tan imbuida de su posición como ajena a las necesidades y exigencias de
su gente. Por su parte, el rey Luis XVI aparece en dos pinceladas,
agobiado por la situación y consciente de la pérdida de su poder. Como
dice uno de sus cortesanos, “de pie y sin sombrero, un rey es igual
que cualquier hombre”.
Cuando la amenaza de los revolucionarios se va haciendo más patente
–aunque nunca se deja ver en la pantalla-, la calma en Versalles
termina por quebrarse y convertirse en un frenético subir y bajar,
esconderse y encontrarse e intentar escapar de la ratonera en la que se
ha convertido el palacio. Nobles y criados, todos van desapareciendo;
todos, menos Sidonie, fiel a su señora: su devoción hará crecer al
personaje, auténtico eje del relato hasta el plano final. Ella –la
mirada apabullante de Léa Seydoux- nos ha mostrado escenario y
protagonistas, con ella hemos observado la esencia del régimen que
acaba, la brecha social –y humana- entre señores y criados, tan
enorme que no cabe ni el diálogo, y comprendemos que la sideral
distancia entre Versalles y el pueblo francés sólo puede resolverse
con una tragedia de las mismas proporciones. La película se queda ahí,
pero la Historia nos lo ha contado. (www.karmafilms.es/ficha_cine.php?ID=160)
A ESTACIÓN VIOLENTA
(16.06.18)
Dir.: Anxos Fazáns. Pro.: Daniel Froiz. Gui.: Anxos Fazáns, Ángel
Santos, Xacobe Casas, Daniel Froiz. Int.: Alberto Rolán, Nerea
Barros, Antonio Durán “Morris”.
Ópera prima de la joven directora gallega Anxos Fazáns, A
estación violenta es otro aldabonazo de atención a un cine
español periférico, en cuanto a localización –y también intenciones-
se refiere. Fazáns fue miembro del equipo de dirección de Las
altas presiones la película de Ángel Santos de 2014 –que pasó
injustamente desapercibida-, y ambas obras mantienen cierta unidad
de estilo y un uniforme modelo de producción.
A estación violenta
tiene también un protagonista masculino, este Manoel, que vive sus
días –más bien sus noches- en la soledad del artista desconocido.
Escribe y trata de publicar algo y colabora sin demasiada ilusión en
un programa de radio. Entre medias, alcohol, sexo ocasional y alguna
sustancia más evasora. Y así anda gastándose la esperanza, hasta que
un buen día encuentra a dos viejos amigos: David y Claudia, una
magnífica Nerea Barros –Goya por La isla mínima, recordemos-,
y con ellos revive unos días que parecían olvidados.
David y Claudia son pareja, pero es evidente que entre los tres hubo
hace años una fuerte amistad, y entre Claudia y Manoel, mucho más.
La película se tiñe así de melancolía, opresora y callada; porque el
guion –procedente de una novela de Manuel Jabois- contiene más
silencios que palabras, más estados de ánimo que acción y más
elipsis que explicaciones. Y esto, dejar hablar a las miradas, la
piel desnuda, la presencia y también la ausencia, no es tarea fácil
de desarrollar en la pantalla.
Anxos Fazans consigue crear una atmósfera y un ritmo muy personales
y perfectamente adecuados al devenir de la historia. Y los
personajes se explican a sí mismos en su ir y venir: Manoel, de su
indiferencia de hoy a los recuerdos de ayer; David, de la nada al
amor a Claudia, y esta, del amor a Manoel a la nada de mañana. Y
todos, de un pasado que no parecía tener complicaciones a un
presente que no tiene futuro.
Como decía, cine periférico; y ya es hora de
reivindicarlo. Como en este caso: cine gallego, y de manera
absoluta: el lenguaje, los tipos, los escenarios –Pontevedra, O
Grove, el Atlántico, las calles húmedas y los garitos donde se hace
el rock potente y desgarrado- tienen denominación de origen. Y cine,
además, a contracorriente, al margen de los estudios y las fórmulas
convencionales, con una historia que en menos de hora y media cuenta
todo lo que se ve y lo que no se ve; todo lo que el espectador
necesita saber y lo que puede imaginar. Los bordes de la pantalla
contienen así la vida: toda la vida.
AFTER
(25.10.09)
Dir.:
Alberto Rodríguez
Pro.: José Antonio Félez Gui.:
Rafael Cobos Arg.:
Alberto Rodríguez
Int.: Tristán Ulloa, Guillermo Toledo, Blanca Romero
Alberto
Rodríguez -38 años, sevillano- forma, con su paisano Santi Amodeo, la
punta de lanza del interesantísimo cine andaluz de ahora mismo:
seguramente el más vivaz, certero e interesante de nuestra cinematografía.
Ellos dos, y el productor José Antonio Félez –pocas veces se
reconoce la labor de estos productores-, que está detrás y en el
origen de muchas de las mejores películas españolas recientes. La obra
de Alberto Rodríguez comprende El
factor Pilgrim (2000), un curiosísimo experimento correalizado con
Amodeo y con un todavía desconocido Álex O’Dogherty de protagonista,
El traje (2002), dirigida ya
en solitario pero con guión de Amodeo, y 7
vírgenes (2005), escrita por Rafael Cobos, igual que After.
Mientras Amodeo se ha ido deslizando en busca de un universo marginal,
con elementos que rozan el surrealismo, la trayectoria de Rodríguez
tiende a la negrura, a un realismo social poblado de personajes
desubicados, problemáticos y, a menudo, infelices. Buena prueba es esta
historia de estos treintaañeros –más cerca de los cuarenta, en
realidad-, enredados en sus afectos y perdidos en la larga noche de
fiesta interminable, alcohol y drogas sin medida, y sexo aturdido,
improbable y barato: menos probable y de peor calidad cuanto más
avanzan las horas y disminuye su lucidez.
Manuel, Julio y Ana son tres personas de buena posición, con una vida
estable y aparentemente sólida. De Manuel conocemos su entorno
familiar, con una mujer y un hijo que no le hacen muy feliz; su amiga y
vecina Ana tiene una buena casa en la misma urbanización de clase alta,
seguramente tiene un buen empleo y sabemos también que tiene un
novio-amante... aproximadamente. Y Julio vive solo y solitario, tiene un
trabajo abominable y busca en los contactos de internet alguna relación
azarosa y frecuentemente poco satisfactoria.
A pesar de ser amigos, los tres se ven poco; una vez al año, quizás. Y
no tienen mucho que contarse, pero cenan juntos y beben para animarse, y
luego siguen bebiendo y prolongan la velada deambulando de local en
local y de casa en casa, entre la música a todo volumen, la risa
descontrolada, el deseo creciente y el polvo blanco estremeciéndoles el
cuerpo.
Alberto Rodríguez lo cuenta muy bien: presenta a sus protagonistas en
la recta final de la noche, en el umbral del desenlace, para a
continuación abrir tres capítulos sucesivos en los que tomará a cada
uno de los personajes para explicar sus vidas en breves y vigorosas
pinceladas y acompañarlos después en la noche común relatándola
desde su punto de vista; a veces coincidente y a veces distinto del de
los otros dos. De esta manera, se va componiendo un mosaico en el que
encajan las peripecias de los tres amigos, acompañados de los
secundarios que pululan a su alrededor: los ligones, el camello, las
chicas desinhibidas y los macarras pendencieros.
After
es una crónica –como todo el cine de Rodríguez- más que una
representación. A ello contribuye, desde luego, la calidad del guión;
pero, sobre todo, la magnífica interpretación: de Tristán Ulloa –al
que no hay que descubrir-, uno de los más sólidos nombres de nuestro
cine; de Blanca Romero, en su primer papel en la pantalla grande, una
excelente revelación, muy bien dirigida y completamente entregada, y de
Guillermo Toledo, por fin alejado de sus clichés de comedia y
convertido en un formidable actor –siempre lo ha sido- de hondísimo
calado dramático.
La verdad y la sinceridad de sus interpretaciones
conmueve y arrastra e impide que los personajes resulten ridículos de
tan patéticos. Están desorientados, asustados en la aparente
normalidad de sus vidas, y las vías de escape que buscan no les aportan
ninguna solución. After:
después; después de la cena, después de la fiesta; las horas y los
hechos cuando se acerca la madrugada, cuando todo se va cerrando, cuando
va llegando el abandono y la resaca. Esta vez no hay mucha posibilidad
para el optimismo. Lo que Rodríguez y sus gentes nos dicen es que tras
la nada, en el “after” del “after”, sólo sigue quedando eso:
nada. (www.afterlapelicula.com)
AFTER. AQUÍ EMPIEZA TODO
(13.04.19)
Dir.: Jenny Gage. Pro.: Anna Todd, Mark Canton,
Jennifer Gibgot y otros. Gui.: Susan McMartin. Int.: Josephine
Langford, Hero Fiennes Tiffin, Selma Blair.
A
decir verdad, me habría gustado más dedicar este espacio semanal de
la crítica a alguna cosa seria, como por ejemplo A la vuelta de
la esquina, una película bien interesante. Pero como
precisamente el ejercicio de la crítica, entre otras cosas, también
es un servicio público, me veo obligado a dar satisfacción a la
enorme expectación despertada por el estreno de After entre
los miles de fans de la serie.
Según me cuentan, estas novelitas, en número total de cinco
–contando cuatro partes más una previa-, están escritas por Anna
Todd entre 2013 y 2015 y cuentan una historia de amor juvenil de
esos que no habíamos visto nunca antes. La estrella de El SuperDiez
y querida amiga Beatriz Castellón y mi ahijada Andrea han leído la
primera novela, esta que da lugar a la película, y me aseguran que
traiciona bastante el contenido y el espíritu del libro. Y yo, que
no lo he leído, las creo. Y además, me alegro.
Lo
que pasa –en la pantalla- es que la jovencita Tessa Young se dispone
a marcharse de casa para ir a la universidad, ese rito iniciático
tan americano. La acompañan su madre y su noviete, para dejarla bien
instalada en su habitación del campus. A la mamá no le gusta mucho
la habitación ni la colegui que le ha tocado en suerte a su hija,
pero no tiene más remedio que transigir.
Lo
malo es que a Tessa tampoco le hace gracia su compañera, ni las
amistades que tiene; y menos el intruso que aparece por allí como
Pedro por su casa, un tal Hardin Scott con pinta de malote, mal
encarado, profusamente tatuado y…eso sí, guapísimo. El embrollo está
servido. A Tessa, Hardin le da miedo y le parece odioso y nada
atractivo; o sea, que se enamora de él hasta los huesos. Y nada, tan
contentos, ahí bañándose en el lago solitario, que nadie conoce ese
paraje más que ellos.
Parece que en la novela Hardin maltrata bastante a la chica, eso del
amor tóxico que tampoco es nuevo. Es inevitable pensar en las
dichosas 50 sombras…, aunque aquello, mal que bien, era una
historia de adultos. Esto no, aquí los chavales son buenísimos, un
cacho de pan, porque el relato está pensado para los críos, y toda
la peripecia recorre sin saltarse un renglón los cánones más
archisabidos: amor absoluta –e increíblemente- virginal, felicidad
desbordante, travesuras infantiles -¡qué están en la universidad,
por Dios!- los disgustos del panoli del novio y la escamada madre,
y… no cuento más.
Tampoco hace falta, porque todo se presupone desde la primera
imagen. Los personajes son de una sola lectura, por más que el chico
quiera presentar un pasado torturado y un presente agresivo; o será
que ella es tan mona y luce unos modelitos tan superguays –pedazo de
baúl que debió llevarse a la universidad- que le resulta
irresistible; y los que pululan a su alrededor –colegas, amigos,
padres, madres- son de parecido o menor calado. Las secuencias se
suceden con el oficio necesario, la música suena todo el rato –a
veces pega, a veces menos- y todo se encamina al fin deseado: que
los chavales de la sala miren y admiren, si puede ser, a los de la
pantalla, y que consuman la historia predigerida y sin sobresaltos y
sin tener que leer. Aquí empieza todo. Pues qué bien.
ÁGORA (11.10.09)
Dir.:
Alejandro Amenábar
Pro.: Fernando Bovaira, Álvaro Agustín
Gui.: Alejandro Amenábar, Mateo Gil
Int.: Rachel Weisz, Max Minghella, Oscar Isaac
Pocos
directores pueden presumir de una carrera con la progresión
espectacular de Alejandro Amenábar: de Tesis
(1996), una estupenda película pequeña, casi un juego, con intérpretes
semidebutantes –Eduardo Noriega, Fele Martínez- y modesto coste –y
7 Goyas, todo hay que decirlo-, a esta apabullante Ágora
de reparto internacional, y 50 millones de presupuesto; con títulos
entremedias como Abre los ojos
(1997), Los otros (2001, otros
8 Goyas) y Mar
adentro (2004, 14 premios más de la Academia, y un Oscar). La
verdad es que su éxito es más que merecido, por el interés de su
obra, su calidad y su amor al riesgo: en cada paso que ha dado, Amenábar
se la ha jugado. Y hasta ahora, ha ganado.
Pero en este nuevo desafío lo tiene un poco más difícil y la
rentabilidad de la película –si es que eso le preocupa, que supongo
que sí- va a ser más complicada. Por su propia dimensión, porque no
es un producto tan comercial y también, por qué no decirlo, porque en
este país tanto éxito se digiere mal y ya llevamos años esperando que
Amenábar se la pegue: eso, al parecer, produce mucha satisfacción y
mucha risa.
Ágora:
finales del siglo IV, el imperio romano en franca decadencia; Alejandría
es uno de los focos culturales más importantes del mundo pero sus
calles comienzan a sufrir las convulsiones de la violencia, que tiene su
origen en la continua fricción entre las religiones que conviven
–mal- en la ciudad: el culto pagano, heredero de la tradición griega
y romana; el antiguo, cada vez más residual, pero aún fuerte judaísmo,
y el naciente y cada vez más extendido cristianismo, que ahora es, además,
la doctrina oficial del imperio.
Dentro de la Biblioteca –la mítica estancia donde se reunía el saber
y el conocimiento de la época-, parece que aún se respira la paz y el
entendimiento. Hipatia,
filósofa, astrónoma y matemática, reúne allí a sus discípulos, jóvenes
atentos e inteligentes, que representan el futuro de Alejandría. Cada
vez entre los alumnos hay más cristianos, pero cristianos y paganos
conviven al amparo de Hipatia y de los miles de papiros que llenan las
paredes de la Biblioteca. La joven filósofa, mientras predica la
concordia y la tolerancia, vive fascinada por el misterio de la armonía
celeste, planteada por Ptolomeo en un sentido que la inteligencia y la
intuición de Hipatia no pueden aceptar.
Amenábar hace avanzar a su personaje en su investigación,
paralelamente al terrible conflicto religioso y popular que está a
punto de estallar a pocos metros de su habitación. Y que sucede de
pronto, con la fuerza de un volcán. Los cristianos, primero atacados,
responden con extremada violencia guiados por el obispo Cirilo y no
colman su sed de venganza hasta arrasar Alejandría, la Biblioteca y las
vidas de cuantos no quieren abrazar su fe; incluida Hipatia, acusada de
herejía y brujería, y brutalmente asesinada.
El Ágora de Amenábar no es sólo
la plaza pública; es también y sobre todo, el planeta que habitamos,
donde todos deberíamos encontrar el entendimiento y la tolerancia; y de
esa manera, como dice el propio director, la película es una historia
del pasado sobre lo que está pasando ahora. Por eso el punto de vista
de la cámara se vuelve por momentos cenital, hasta abarcar la misma
Tierra como un minúsculo átomo vivo en medio del universo.
Lamentablemente, esa intención didáctica lastra el argumento, que se
traduce, además, en imágenes nada complacientes: Amenábar ha apostado
por una reconstrucción casi documental, en la que la épica –y no
digamos la lírica- se ven sustituidas por un realismo brutal en el que
la metáfora se diluye, y que resulta muy poco emotivo.
Demasiada honradez, quizás, y un montaje final apresurado en algunos
momentos, agobiado por el excesivo metraje; pero Amenábar sigue fiel a sí
mismo: Ágora es una personalísima
apuesta, con grandes virtudes también: una ambientación cuidada hasta
el último detalle; un espectacular movimiento de masas; un sentido de la narración propio de un maestro, y, sobre
todo, un canto a la libertad y la verdad, y el homenaje a una mujer
valiente, adelantada a su tiempo y víctima de las fuerzas de la
oscuridad y la represión. (www.agoralapelicula.com)
AGUA PARA ELEFANTES
(08.05.11)
Dir.: Francis
Lawrence
Pro.: Gil Netter, Erwin Stoff Gui.:
Richard LaGravenese
Int.: Robert Pattinson, Reese Witherspoon, Christoph Waltz
Siempre
he sostenido –si se me permite iniciar esta crónica con una reflexión
personal- que el cine es una lata… de cocacola. Las películas,
quiero decir: como un producto industrial más, se elaboran en las fábricas;
después se distribuyen por todo el país, o todo un continente, o todo
el mundo si es posible; y por último se ponen a disposición del público
para su consumo masivo. La diferencia con el refresco –que debería
saber siempre igual- es que cada película es única y distinta, es un
prototipo cuya eficacia comercial está siempre por demostrar. A veces
la fábrica produce obras de arte; en otras ocasiones –la mayoría-,
no. Pero esto es otra historia, distinta al rédito del negocio.
Viene a cuento este preámbulo para explicar por qué las grandes fábricas
americanas producen, y cada vez más distribuyen también, películas
como esta Agua para elefantes,
un claro ejemplo de cómo funciona la fórmula no tan mágica del
comercio cinematográfico. Primero se busca una novela de aceptable éxito
popular, como la precedente de la escritora Sara Gruen. Se encarga la
adaptación a un buen guionista: Richard LaGravenese, autor de Los
puentes de Madison y El rey
pescador, se compone un reparto atractivo para la cartelera
–Robert Pattinson, el protagonista de la serie Crepúsculo;
Christoph Waltz, el malvado coronel nazi de Malditos
bastardos, y la atractiva Reese Witherspoon- y se cede la coctelera
a un director joven y con nervio, curtido en los vídeos musicales o en
encargos como Constantine o Soy leyenda.
El resultado debería ser digerible. Además, la historia se ambienta en
el mundo del circo, un universo que ha dado al cine americano títulos
importantes y taquilleros como El
fabuloso mundo del circo, Trapecio
o El mayor espectáculo del mundo
–que ganó dos Oscar en 1953: película y guión, precisamente-. Y
transcurre en unos momentos muy adecuados a la eterna indigencia del
antiguo y ambulante ceremonial circense.
América, año 30. Jacob es un joven a punto de terminar su carrera de
veterinario. Alcanzado por un desgraciado accidente y abatido por la
depresión que arrasa el país, se marcha de su pueblo y coincide, por
casualidad, con la trayectoria del Circo Benzini. Quiero decir, que se
cuela, sin pretenderlo, en el tren que transporta
equipamiento, animales y artistas. El Circo Benzini es como se
estilaba entonces: músicos, equilibristas, payasos, fenómenos de la
naturaleza y fieras. Las fieras son un poco de tercera categoría, pero
todo el espectáculo es igual de decadente y miserable.
Sobre todo por parte de August, el malvado propietario, auténtico amo y
señor de instalaciones y personas; y también dueño, al parecer, de su
dulce y guapa esposa, la domadora de caballos y estrella del programa.
Los conocimientos de veterinaria de Jacob le dan, al final, la
posibilidad de quedarse a trabajar en el circo; y parece que todo puede
ir bien, hasta que sucede lo inevitable: cuando entre el educado y
atractivo joven y la maltratada y temerosa domadora salta la chispa del
amor, bajo la carpa estallará una auténtica tempestad de celos, pasión
y violencia.
Pero no tanta como para asustar al espectador; todo es bastante
previsible y no hay lugar para un posible suspense, que queda
imposibilitado desde la primera secuencia de la película. Lo que sí
hay es bastante oficio para resolver los momentos de mayor tensión y
para que se note menos la escasa entidad de los personajes: Christoph
Waltz repite los tics de malvado que popularizó con Tarantino; Reese
Witherspoon –con una imagen tan retocada que no parece ella-, no
consigue apasionar, y Robert Pattinson no nos hace olvidar que hace diez
minutos era un vampiro más frío que un témpano. Y él es el mejor
resumen de la película: no es que nada esté rematadamente mal; es que
el “mayor espectáculo del mundo” necesita más pasión, más ilusión
y un poquito más de imaginación. (www.aguaparaelefantes.es)
AGUAS
OSCURAS
(25.01.20)
Dir.: Todd Haynes.
Pro.: Pamela Koffler, Jeff Skoll, Mark Ruffalo.
Gui.: Matthew Michael Carnahan, Mario Correa. Int.: Mark Ruffalo,
Anne Hathaway, Tim Robbins.
El californiano Todd Haynes tiene en su haber una
decena de largometrajes –además de cortos y trabajos en
televisión-, con títulos de interés como Poison (1991),
Velvet goldmine (1998), Lejos del cielo (2002) y,
sobre todo, Carol (2015) –una sensual historia de amor
entre dos mujeres, interpretadas por Cate Blanchett y Rooney
Mara- y Wonderstruck: El museo de las maravillas (2017),
un delicioso relato poético a través del tiempo.
Ahora saca la artillería pesada para concentrarse
en este thriller judicial, realizando con magnífico pulso un
también modélico guion que parte del artículo publicado en el
New York Times en 2016 por el periodista Nathaniel Rich. La
historia es, de nuevo, la fábula de David y Goliat: un hombre
solo, sin grandes herramientas, luchando contra una poderosa,
abusiva y multimillonaria empresa: el abogado Robert Bilott
contra las industrias DuPont.
En los primeros años 60, Bilott acaba de ser
nombrado socio del importante bufete en que trabaja. No es
especialista en derecho penal, y menos en asuntos
medioambientales, pero un día recibe la visita de unos ganaderos
de Virginia Occidental, antiguos vecinos de su abuela, que con
esa credencial intentan que atienda su desesperada situación.
Sus terrenos, sus animales, sus propias vidas están enfermando a
causa de unos vertidos tóxicos que los inundan.
Naturalmente, Robert se resiste a encargarse del
caso. Pero poco a poco la tozuda realidad se le va imponiendo, y
termina por descubrir los manejos de DuPont. Los residuos del
llamado PFOA o C-8 –ácido perfluorooctanoico-, principal
componente del PTFE –o politetrafluoroetileno-, más conocido
como teflón, envenenaban el agua y las tierras de Parkersburg,
provocando enfermedades mortales en los animales, perturbaciones
en toda la cadena trófica y hasta deformidades en los bebés
humanos y diversos tipos de cáncer en la población. Por
supuesto, aunque los esfuerzos de Bilott acaban por sacar a la
luz toda la verdad, los directivos de DuPont realizan todo tipo
de operaciones de evasión, negación y perturbación de la
realidad. El abogado, por fin, cuenta con el apoyo del socio
principal del bufete, el influyente Tom Terp, el único capaz de
poner en su sitio al magnate Phil Donnelly, ejemplo de lo que un
empresario multimillonario y sin escrúpulos –igual todo va
junto siempre- puede conseguir burlando la ley.
Pero el volumen de la investigación, con casi
70.000 personas trabajando a lo largo de siete años, y la
multiplicación de las causas suponen –supusieron, porque este es
un hecho real- una dificultad casi insalvable para que se llegue
a hacer justicia. Muchos afectados se arruinaron, e incluso
murieron, y al propio Robert Bilott le costó perder la salud y,
casi, la familia.
La película lo cuenta todo. Y lo hace sin pausa,
con excelente compás y un punto de vista relativamente novedoso,
porque, sin dejar de lado los movimientos de su protagonista,
deja entrever también las otras líneas de tensión del relato:
los manejos de la corporación DuPont y las vidas de los
damnificados. Mark Ruffalo no hace aquí, además, de héroe
invencible, sino de hombre corriente enfrentado a algo con
demasiado peso. Aquí radica, sobre todo, el interés del filme.
Y por último, una reflexión con pregunta
incluida: ¿cómo es que en los últimos veinte años, ya conocidos
los peligros del producto, aquí se vendía teflón con toda
tranquilidad e incluso con fuertes campañas de publicidad?
ÁGUILA ROJA, LA PELÍCULA
(24.04.11)
Dir.: José
Ramón Ayerra
Pro.: Daniel
Écija Gui.:
Pilar Nadal, Juan
Manuel Córdoba, Guillermo
Cisneros
Int.: David
Janer, Javier Gutiérrez, Francis Lorenzo…
…más
Miryam Gallego, Inma Cuesta, Xabier Elorriaga, José Ángel Egea,
Roberto Álamo… Y todos los ya sabidos: Águila
Roja es el título y también
el héroe de una ya larga serie de televisión. El protagonista es
Gonzalo de Montalvo, un humilde maestro que esconde una identidad
secreta: una curiosa especie de guerrero ninja que pelea por la verdad y
la justicia en la turbulenta España del siglo XVII. El origen marcial
del personaje me es desconocido; seguramente los seguidores del evento
sabrán muy bien la explicación. Ahora
el folletín llega al cine, dirigido por José Ramón Ayerra,
–realizador de algunos de los últimos episodios y de otros muchos de
distintas series-, escrito por casi los mismos guionistas, y encarnados
los personajes, como se ve, por los actores de la pequeña pantalla, a
los que se une alguna “participación especial” como la de la modelo
y aspirante a actriz Martina Klein. Con ella arranca la historia,
galopando sobre brioso corcel –hay que ponerse a tono- y perseguida
por una tropilla comandada por el famoso comisario de la villa, una
especie de John Wayne en negativo. La chica lo va a pasar mal, cuando…
Hasta aquí puedo contar; sobre todo, porque esa no es ni siquiera la
acción principal de la historieta. Lo más importante es que, en esos
momentos, la corte de Felipe IV está revuelta; a las intrigas y
cotilleos habituales se une la inminente llegada de los reyes de Francia
e Inglaterra y del Papa de Roma, nada menos, que se ha dejado caer por
El Escorial… La excusa es una cumbre que solucione el contencioso de
la corona española con Portugal, pero la verdadera intención de los
malvados monarcas es repartirse el suelo de España; con la colaboración,
claro, de viejos conocidos: el comisario siniestro, la pérfida –y
guapísima- marquesa Lucrecia y el taimado cardenal Mendoza. La
conspiración está servida y sólo hay que quitar de en medio al rey;
si se puede se le envenena, si no, se le secuestra, se le encierra y se
le convence para que se deje comer por un tigre de Bengala. Lo que haga
falta.
¿Y Águila Roja? Pues Águila Roja está harto. Tiene más trabajo del
que puede atender –claro, como la película es más larga…- entre
tanta intriga y tanto sobresalto: unos enemigos cada vez más brutos, el
rey en peligro, su gente en medio de la batalla, su hijo con un problema
muy serio y encima la rubia recién llegada que se empeña en camelarlo
y para convencerlo no duda en bañarse desnuda en el río, si lo exige
el guión. Que lo que no exige, ni lo intenta, es el menor fundamento
histórico de semejante peripecia; sería casi excesivo en un argumento
que empieza ya deshilvanado y que va cada vez más en declive hasta no
dejar títere con cabeza.
El relato está bien ambientado –con los mismos decorados de la
serie-, con abundancia de medios, y se resuelve con cierta energía
visual; pero el guión es tan endeble que la acción resulta
incongruente, los personajes carecen de justificación y personalidad, y
no se entiende lo que hacen ni cómo ni por qué. De hecho, los más
potentes de la serie, que junto con el protagonista son, naturalmente,
los “malos” del cuento, quedan aquí desdibujados, sin explotar,
sustituidos por un grupo de villanos que no dan ni miedo, de tan torpes
como son. El único que no para, hasta convertirse en auténtico líder
de la historia, es el bueno de Sátur –Javier Gutiérrez-, el escudero
de Águila Roja, que, con su esforzada comicidad, llena buena parte del
metraje. Los actores, seguramente por estos motivos, están casi todos casi
siempre fuera de tono, exagerados o planos, sin la menor credibilidad;
grave delito en gente generalmente competente. Y como consecuencia, este
sosísimo mejunje se encamina a un final verdaderamente chusco, en el
que lo dramático resulta ridículo, lo heroico cómico, lo solemne
cursi y todo absolutamente increíble. Lo peor es que la película, con
más humildad y sin tantas pretensiones, podría haber contenido un
sencillo homenaje a una serie de señalado éxito popular en vez de
resultar este engolado, soberbio y disparatado envoltorio que no lleva
nada dentro. (www.aguilarojalapelicula.com/)
AIR DOLL (11.07.10)
Dir.: Hirokazu Kore-eda
Pro.: Toshiro
Uratani, H.K. Gui.:
Hirokazu Kore-eda
Int.: Du-Na Bae, Arata, Itsuji Itao
Hirokazu
Kore-eda firmó en 2008 una obra maestra, que posiblemente fue la mejor
película del año pasado: Still
walking. Su filmografía, tan personal y al propio tiempo tan clásica
–nadie mejor tras Ozu, tras Kurosawa-, se ha basado, excepto en su
debut, en guiones originales: Después
de la vida, Distance, Nadie sabe –en 2004, una explosiva revelación-,
Hana y la citada Still
walking. Ahora, por segunda vez, parte de una historia de ficción,
una pequeña novela gráfica, que le impactó tanto que empezó a
trabajar en el guión hace nueve años.
La historia arranca cuando Hideo regresa a casa. Está cansado del
trabajo, se le ve adormilado, triste. En su piso lo espera Nozomi, su
joven y silenciosa compañera. Él masculla cuatro frases en la cena y
pronto se van a la cama. Al día siguiente, vuelta a empezar: él se
marcha al trabajo, ella se queda en casa. Para Hidao, la vida no es muy
alegre: trabajo, comida, sexo; sin ninguna ilusión. Para Nozomi, sólo
estar en casa y esperar.
Pero un día, todo parece cambiar. Nozomi se anima, ve caer la lluvia,
siente latir la vida y sale a la calle. Con ella descubrimos la ciudad,
los barrios viejos y alicaídos de Tokio, las calles huérfanas
de luz y de bullicio: imprentas antiguas, restaurantes vacíos,
un supermercado, un videoclub… La joven atraviesa vacilante las
calles, se cruza con una niña que va al colegio vigilada por su padre,
se sienta en un banco junto a un anciano solitario, se sorprende de los
sacos de basura amontonados en la acera, entra en el videoclub, regresa
a casa antes de que vuelva Hidao, como si nada hubiera pasado.
Pero sí que ha pasado. Cada día, Nozomi sale de su inactividad en
cuanto se queda sola, baja a la calle y se va al videoclub. Le gusta el
dependiente; y aunque no sabe nada de cine, ni es capaz de identificar títulos
ni creadores, se siente cada vez más a gusto y termina por conseguir
que el dueño la contrate y pueda trabajar al lado del joven encargado.
Junto a él aprende a expresarse, descubre emociones y sentimientos,
reconoce su propio corazón y es capaz de amar –también de engañar-
y de vivir el placer que le da el aliento de su amado llenando su
cuerpo. Pero sabe que tiene que volver a casa cada noche para que Hidao
le murmure palabras vacías y le haga el falso amor de la soledad
desesperada.
Por ese mapa de las soledades humanas pasa Kore-eda su atenta mirada. La
ciudad es irreconocible porque es todas las ciudades; y cada calle es
cualquier calle y sus gentes son todas las gentes: la mujer que come un
bocado sola en el parque, la chica bulímica que se atiborra hasta la
nausea, la anciana que ya no sabe lo que come, la niña que tira su
bocadillo mal masticado al montón de la basura… Comen para
sobrevivir, para luchar contra el vacío, la vejez y la tristeza de
estar vivos aún, de saberse caducos y sustituibles.
Nozomi, no. Ella no soporta ser sustituta ni sustituida; no come ni
tampoco envejecerá. Pero sí conoce su final, que será como ella:
hermoso y terrible a la vez; y como tiene corazón para sentir y tiene
voluntad para equivocarse, será ella quien decida. Este es el milagro
poético, perturbador y emocionante de Hirokazu Kore-eda; porque –no
lo he dicho antes- Nozomi no es un ser humano: es una muñeca hinchable.
Desde Berlanga con Tamaño natural
–y aún antes- hasta aquel Lars
y una chica de verdad de hace un par de temporadas, los solitarios,
amargados, confusos protagonistas han encontrado consuelo en este triste
juego de la más radical mujer-objeto. Pero nunca como en esta profundísima,
bellísima película del maestro japonés –gracias también a la
portentosa fotografía del taiwanés Mark Ping-Bing Lee, el mismo de Deseando
amar, de Wong Kar-wai-, que nos sumerge en una dolorida y certera
metáfora acerca de la naturaleza humana y la fugacidad de la vida, del
miedo, la extrañeza y la soledad de las personas. (www.golem.es/airdoll/)
ALACRÁN
ENAMORADO
(14.04.13)
Dir.:
Santiago A. Zannou
Pro.: Álvaro Longoria Gui.:
Carlos Bardem, Santiago A. Zannou
Int.: Álex González, Carlos Bardem, Judith Diakhate
Santiago A. Zannou debutó en 2008 con la
estimulante El truco del manco –ganadora de 3 Goyas y
protagonizada por Juan Manuel Montilla “El Langui” y otros intérpretes
no profesionales-, a la que han seguido El alma de La Roja –un
documental dedicado a las viejas glorias del balompié español- y La
puerta de no retorno, otro documental –magnífico-, que es un canto
emocionado a sus raíces africanas. Y ahora ha vuelto a la ficción con
otra historia urbana sacada de una novela de Carlos Bardem, un guion
coescrito entre los dos y con el propio Carlos en uno de los papeles
cardinales de la obra.
También está el “otro” Bardem, Javier. Él es Solís, un personaje
siniestro, el dueño del lado oscuro de la trama. Solís es un líder, un
hombre atractivo, magnético en las distancias cortas; gran orador, de
enorme capacidad de convicción, capaz de llegar con facilidad a las
mentes de quienes lo escuchan: es un grupo de ultras fanáticos,
xenófobos, racistas y con el germen del nazismo latiéndoles en las
venas. Son pocos, pero cada vez son más, más convencidos, más
entregados, más violentos.
Entre ellos está Julián, un joven pandillero que pasea la nocturnidad de
la ciudad “limpiando” las calles de cuanto les resulta ofensivo:
inmigrantes desprevenidos, indigentes indefensos, personas de otro
color: negro o amarillo, les da casi igual. Julián es distinto, pero de
momento se deja arrastrar por sus colegas de fechorías. Hasta que todos
juntos aparecen por el gimnasio de Pedro, un gimnasio cualquiera en el
que se boxea y, con suerte, se ve salpicar la sangre: un espectáculo.
Con Pedro trabaja Carlomonte, un antiguo boxeador estropeado por el
fracaso y la vida pero conservado en alcohol y sabiduría.
Por el gimnasio también anda Alyssa, una joven mulata que limpia las
instalaciones y organiza el papeleo; y hasta hay algún chaval negro,
aspirante a profesional, entrenándose en el ring. Ambos son objetivo
para las burlas y vejaciones del grupo de violentos racistas, que son
inmediatamente expulsados del local. Pero Julián regresa pronto; algo ha
visto allí que le ha hecho pensar y tomar algunas decisiones. La
primera, aprender a boxear; y también, aprender a convivir y a respetar;
abandonar a sus amigos y sus ideas y aceptar los consejos y las
instrucciones de Carlomonte –que no lo mira con confianza- y de Pedro,
que quiere darle una oportunidad. Y de Alyssa, que le gusta más de lo
que él mismo se quiere confesar.
Julián está decidido a cambiar y a luchar por su nueva vocación y por un
futuro distinto, aunque sabe que el camino que inicia no va resultar
fácil. Sus antiguos camaradas no lo van a entender ni perdonar, su
entorno es un vacío sin esperanza y en el cuadrilátero va a recibir
golpes como martillazos. Solo tiene su voluntad y un atisbo del éxito y
el amor que pudieran estar a su alcance.
El personaje está bien trazado y funciona como vértice de dos fuerzas
opuestas: Solís, el nazi manipulador y cínico, que puede triunfar
encendiendo los más básicos instintos de la gente, y, en el otro
extremo, Carlomonte, que sobrevive lúcidamente en la hondura del
fracaso. Javier Bardem, en dos pinceladas, deja la impronta de su
calidad; Carlos, en un papel mucho más largo –un segundo protagonista en
realidad- construye a la perfección una personalidad compleja,
interesante y muy humana; la película es suya en muchos momentos del
metraje. Y también es de destacar el trabajo del brillante Hovik
Keuchkerian, antiguo boxeador –este sí- reconvertido en actor.
Alacrán enamorado,
en cualquier caso, no es una película “de” boxeo, sino una historia en
la que el boxeo funciona como metáfora de lucha, entrega y superación.
No es una idea muy original, es verdad –y el guion cae en algún que otro
tropezón-, pero importan más los aspectos positivos: la muy buena
factura conseguida, la evidente pasión con que se ha acometido el
proyecto y la honradez de la apuesta –personal y comercial- de sus
autores. (http://www.alacranenamorado.com)
ALGO PASA EN HOLLYWOOD
(13.12.09)
Dir.:
Barry Levinson
Pro.: Jane Rosenthal, Art Linson, RDN
Gui.: Art Linson
Int.: Robert De Niro, Catherine Keener, Robin Wright Penn
Barry
Levinson tiene una larga carrera a sus espaldas, llena de buenas e
interesantes películas como Diner,
Justicia para todos, Sleepers, Avalon o Rain
Man –con una abultada cosecha de Oscar-, y con otras de menor
calidad y perfectamente olvidables. También es escritor y productor,
con un bagaje similar; pero lo que no se puede discutir es que, a sus 67
años, con casi 40 de experiencia, se lo sabe todo del oficio.
Por eso, debió ver en el libro de Art Linson
Cuentos del amargo Hollywood
una crónica de la realidad del mundo del cine... americano. El guión
del propio Linson y la película de Levinson quieren ser, efectivamente,
una ácida sátira de los personajes que pululan por el universo de los
estudios de Hollywood: estrellas, cometas errantes y algún que otro
asteroide; además de bastante polvo cósmico. La verdad es que estos
tipos y este ambiente abundan en cualquier latitud, en el mundo del
cine, en el artístico en general, y en el de casi cualquier colectivo
humano.
Pero esto es Hollywood, y no hay que ir más allá. El protagonista de
la historia es Ben –un Robert de Niro sin el menor interés-,
productor en apuros por partida triple: su última película no ha
gustado, la siguiente se presenta con un escollo casi insalvable, y, en
lo personal, no consigue encajar su divorcio con la fascinante Kelly
–Robin Wright Penn, lo mejor de la obra-. Su vida es una carrera de
obstáculos, va acelerado de un lado para otro, sin despegarse de su móvil
y sin tiempo para comer ni descansar.
No es para menos. La implacable jefa del estudio lo obliga a sentar a la
moviola al director de la película acabada –un joven genio, anfetamínico,
alcohólico e histérico- para remontarla y cambiar el final; Bruce
Willis, que aparece como un actor violento, tiránico y megalómano, se
niega a variar su aspecto físico para la película que va a empezar
inmediatamente, por más que Ben y el agente de Willis lo intenten hasta
la extenuación. Y por último, tras un largo proceso de casi dos años,
todavía Ben sigue intentando recuperar a su mujer, que, evidentemente,
no puede soportar que su trabajo esté siempre por encima de su relación.
Verdaderamente, el personaje es complejo y daría para distintos
enfoques, uno de ellos el de la comedia, desde luego. Pero el guión se
queda a medio camino de todo, ni cómico ni trágico, y la sátira, que
quiere ser mordaz, resulta exagerada y banal; sobre todo, porque lo que
cuenta es archisabido y más que previsible. Así es que es inútil
comparar esta película con los grandes títulos que vienen a la
memoria, de El crepúsculo de los
dioses y El juego de Hollywood
a La noche americana, por
ejemplo. Todas ellas han contado antes estas historias, con más interés
y bastante más arte que esta obra de tono menor.
Claro que hay tanto vitriolo suelto –mucho procedente de la mismísima
realidad- que en algunos momentos asoma la sonrisa y llegamos a
establecer cierta empatía con el agobiado protagonista, rodeado de esa
fauna vanidosa, estúpida, vacía y feroz. Seguramente un De Niro en
plenitud de forma habría compuesto un personaje mucho más interesante
y más potente. Porque, hay que decirlo ya, todo el reparto pelea con
sus papeles lo mejor que puede: Willis y Sean Penn hacen de ellos
mismos, Catherine Keener es la calculadora jefa, Kristen Stewart es la
hija de Ben, Stanley Tucci es el guionista novio de Kelly y John
Turturro es el desquiciado agente. Grandes nombres, como se ve. Pero Robert de Niro es el eje de la historia, y está para otra cosa:
para hacer caja, que por algo es coproductor de la película. Es una
pena, pero creo que ya ha agotado todo su crédito; el grandísimo
actor, multipremiado, adorado por la industria, la crítica y el público,
no hace nada importante desde hace casi quince años; se lo ve desganado
y superficial. Y al mismo tiempo, trabaja demasiado: tiene seis títulos
por estrenar y once más en su calendario. A lo mejor, eso no es una
agenda, sino un síntoma. (www.algopasaenhollywood.com)
ALIEN: COVENANT
(13.05.17)
Director: Ridley Scott. Intérpretes: Michael Fassbender, Katherine
Waterston, Billy Crudup.
A Ridley Scott no hace falta presentarlo; su Carrera es dilatada en
el tiempo y fecunda en obras: películas interesantes, muy buenas y
excepcionales, algunas. En lo que se refiere a la actual, recordemos
que Scott dirigió en 1979 Alien, una obra maestra que aunaba
el terror y la ciencia ficción. Luego otros continuaron la historia,
pero él quiere contar también el origen del mito con una trilogía
que sirva de prólogo.
Así llegó Prometheus en 2012, y ahora estrena esta segunda
parte, que la sucede en el tiempo: años después de aquella trágica
expedición, el navío espacial Covenant atraviesa la galaxia rumbo a
un remoto planeta inexplorado; la tripulación y el pasaje están
compuestos por parejas que tratarán de colonizarlo y recrear un
nuevo paraíso, y también viaja algún otro componente… un tanto
especial. En mitad del viaje, una extraña señal les hace desviarse
hasta un curioso planeta que resulta parecido a la Tierra. Y pronto
descubrirán que en realidad han caído en un mundo siniestro y
tremendamente peligroso: un infierno.
En realidad, el guion repite el esquema de los “Alien” de Ridley
Scott: la nave, llámese Nostromo o Covenant, se desvía
momentáneamente de su ruta y aterriza en un planeta desconocido en
el que se encuentra la simiente del monstruo. En Prometheus y
ahora, sin embargo, Scott bucea en busca del inicio, no solo de la
criatura sino de todo: de la especie humana, de la que nos va a
sustituir y de la vida en el universo. Falta un capítulo para
descubrirlo y desvelar la existencia del Creador, sea este quien
sea.
Michael Fassbender repite en su papel del incombustible
David/Walter, y Katherine Waterson interpreta a la oficial Daniels,
la jefa a su pesar de la expedición, que recuerda a la teniente
Ripley del original. Ellos –y los monstruos creados por el talento
de H. R. Giger- son los protagonistas de la nueva entrega de la
serie: una película tan espectacular como se esperaba, bellísima y
–como la inicial- aterradora al mismo tiempo.
ALMA MATER
(14.04.18)
Dir.: Philippe Van Leeuw. Pro.: Guillaume Malandrin, Serge Zeitoun.
Gui.: Philippe Van Leeuw.
Int.:Hiam Abbass, Diamand Bou Abboud, Juliette Navis.
Del belga Philippe Van Leeuw sabemos poco: esta es su segunda
película, y la primera, El día en que Dios se fue de viaje
está casi inédita en España. No importa, basta con esta
multipremiada Alma mater –una coproducción
franco-belga-libanesa- para abrirle un crédito más que notable.
La
historia transcurre entera en 24 horas en un piso de una ciudad
asediada por la guerra. Allí conviven diez personas: Oum Yazan, una
mujer fuerte y enérgica, cuyo marido está luchando en algún lugar,
su anciano padre, sus tres hijos, el novio de la chica mayor, un
matrimonio joven con su bebé, refugiados del mismo vecindario y
Halima, la criada. Los jóvenes padres esperan ayuda para escapar esa
misma noche, y el marido sale de la casa para buscar a su contacto.
Y se escucha un disparo.
El
horror de la guerra no deja un minuto de respiro. La contienda está
fuera, no la vemos, aunque a veces la oímos; pero traspasa los muros del edificio e impregna
los poros de cada uno de sus habitantes. Solo quedan los de ese
piso, que se resisten a abandonarlo. La familia ha vivido bien,
evidentemente: la vivienda es grande, tienen buenos muebles, libros,
hay televisión, radio, tienen móviles… aunque no funciona casi nada.
El agua y la comida escasean y la ruina acecha tras la puerta
fuertemente asegurada.
En
ese microcosmos, la personalidad de Oum Yazan se impone ante cada
peligro, cada adversidad. Tanto como para salvar la vida de las
personas a su cargo una y otra vez, aun a costa de imponer algún
trágico sacrificio, como en una partida de ajedrez brutal en la que
es preciso ceder momentáneamente una pieza para ganar la partida. La
victoria no es sino la supervivencia, en medio de un acoso creciente
de enemigos que se multiplican.
El
relato, aunque protagonizado por este personaje central, deja aire
para que conozcamos la naturaleza de los otros –la entregada Halima,
la joven Delhani, el padre…- pero también la del conflicto, una
lucha salvaje y fratricida. La película es una metáfora que habla de
la pelea por la vida, y una gigantesca metonimia también, en la que
el piso cercado es asímismo la ciudad sitiada y el país entero
–Siria, pero también Líbano, Bosnia o cualquier rincón del mundo-:
un escenario caótico en el que el valor y la determinación deben
derrotar al miedo y a la indiferencia, el pecado capital que Van
Leeuw achaca a Occidente ante tragedias semejantes.
Y
Alma mater es también eso: un alegato en favor de la mujer y
su lugar primordial en la sociedad, algo tan olvidado hoy en tantas
culturas y tantas “primaveras”. Nadie mejor que Hiam Abbass para
representar ese papel: una actriz honda, creativa y sincera, y tan
potente como la más premiada y considerada de Hollywood. Si fuera
americana, los Oscar no le cabrían en la estantería.
AL OTRO LADO
(16.03.08)
Esc.
y Dir.: Fatih Hakin
Pro.: Andreas Thiel, Klaus Maek
Int.:
Baki Davrak, Hanna Schygulla, Nursel Köse
Quinta
película de Fatih Akin, 34 años, director alemán hijo de padres
turcos; en 2004 realizó Contra la
pared, que tuvo una enorme repercusión, y un año más tarde el
documental Cruzando el puente: los sonidos de Estambul, un magnífico retrato de la música popular de la moderna Turquía.
Al otro lado es la segunda
entrega de una anunciada trilogía dedicada al amor, la muerte y el mal,
respectivamente.
Es verdad que esta película está presidida por la muerte; dos de sus
tres partes se abren con el anuncio de una defunción –la tercera
lleva el título general: al otro lado-, pero ni eso resta interés ni
emoción al argumento, ni lo limita a ese único suceso; al contrario,
el relato es todo el tiempo apasionante, absorbente, conmovedor. Fatih
Akin, que escribe todos sus guiones, ganó con éste, con toda justicia,
el premio en el pasado Cannes: ha compuesto una pieza maestra, sin
resquicios, que se va desvelando y encajando con exactitud, conjugando
el tiempo y el espacio con absoluta maestría, con realismo y con
sensibilidad.
Como en Contra la pared
–exenta, sin embargo de su pasión furiosa-, en Al
otro lado Akin ahonda en las relaciones humanas y retrata los
escenarios que conoce bien: Alemania y Turquía, a uno y otro lado de la
frontera; sus personajes van y vienen, se buscan, se entrecruzan ignorándose,
se enfrentan con amor o desesperación, se desencuentran fatalmente,
definitivamente, se perdonan y reconcilian... El joven profesor Nejat no
comprende que su padre viva con la prostituta Yeter, una mujer turca que
trabaja con su cuerpo para pagar los estudios de su hija Ayten en
Estambul. Nejat va a Turquía a buscarla, pero Ayten, perseguida por su
activismo político, se ha escapado a Alemania y allí conoce a otra
chica estudiante, Lotte, que la cobija en su casa. La madre de Lotte
–la maravillosa Hanna Schygulla- no aprueba la decisión de su hija,
pero cuando Ayten es detenida por la policía alemana y devuelta a su país,
Lotte cruzará también al otro lado para ir en su busca; y más tarde,
sumida en el dolor, la madre irá también a su encuentro.
Los protagonistas son turcos y alemanes, y hay alemanes que viven y
trabajan en Estambul, y, desde luego, miles de turcos lo hacen en
Alemania. Y a Turquía llegan centenares de kurdos, y por toda Europa se
extiende un movimiento migratorio que confunde y renueva etnias,
idiomas, costumbres y pensamientos; ese es el nuevo mundo en el que
vivimos y en el que se desenvuelven los protagonistas de la película.
Un nuevo mundo y un nuevo orden que necesita, sobre todo, de la
concordia, la comprensión y la apertura de fronteras, también las
mentales.
De eso habla Al otro lado,
pero no sólo de eso. También habla de sentimientos, de coincidencias,
de caminos y de sucesos: terribles como la muerte, pero llenos de
esperanza también para los que se levantan y siguen andando; siguiendo
esos caminos, como las carreteras que cruza Nejat con el perdón en el
corazón, y el estrecho que atraviesa Ayten entre Europa y su pena. Con
la indulgencia para la ignorancia de quienes llegan un poco antes de lo
debido al aeropuerto, un rato después al tablón de anuncios que ya no
revela nada, una vida más tarde del disparo absurdo y traicionero, un
siglo antes de que el mar devuelva al pescador abatido y fatigado.
Y con todo el amor a unos personajes que se saben vivos, que sobreviven
para encontrar la reconciliación: con el mundo, con los otros y consigo
mismos. Fatih Akin los ha creado así, vivos entre sus dos países, con
un magnífico desarrollo dramático y narrativo, en el que el pulso del
guión y las imágenes nunca decae, sino que levanta por momentos un
monumento poético, hondamente cinematográfico y verdadero como la
misma realidad. Extraordinaria película. Premio Lux, por todos sus
valores, del Parlamento Europeo. Pero sobre todo, premio a la capacidad
y a la humanidad del autor, y a la inteligencia de los espectadores. Da
gusto ver cine como éste.
(www.golem.es/alotrolado/)
AMADOR (10.10.10)
Dir.:
Fernando León de Aranoa
Pro.: Jaume Roures, Fernando León de Aranoa
Gui.: Fernando León de Aranoa
Int.: Magaly Solier, Celso Bugallo, Sonia Almarcha
Muy
interesante carrera la de Fernando León: Familia
(1996), Barrio (1998), Los
lunes al sol (2002) y Princesas
(2005), además de un corto inaugural –Sirenas
(1994)- y par de documentales:
Caminantes (2001) y un
segmento del colectivo Invisibles
(2007). Títulos cortos, pero intenciones largas; y buenas películas
todas ellas.
Amador es tan honda como las demás; habla de la inmigración, de la muerte y
de la vida, de la oportunidad y el deber, y también de la ilegalidad y
la desvergüenza. Y de la supervivencia. El relato empieza con un prólogo
en el que un grupo de hombres, casi todos jóvenes, seguramente todos
latinoamericanos, asaltan los contenedores de basura de un cementerio
para llevarse las flores más o menos caducas que los empleados han
dejado allí. La secuencia es dura y nos introduce –como sucedía en Los
lunes al sol- en el argumento principal de la película.
Marcela –Magaly Solier, la
actriz-fetiche de Claudia Llosa y protagonista de La
teta asustada- es una joven inmigrante que atiende con su compañero
un negocio de venta de flores; ilegal, por supuesto, pero al menos de
origen menos macabro: compran rosas a granel a distribuidores
extranjeros, las guardan en su nevera, las perfuman con aerosoles y las
disponen en paquetitos para la venta ambulante. Como es natural, el
negocio no da para mucho, así es que Marcela busca otro trabajo, y
encuentra la posibilidad de cuidar a un anciano a tiempo completo.
Amador –estupendo Celso Bugallo, como siempre- está prácticamente
postrado en la cama y su hija no puede atenderlo; sobre todo, porque le
resulta más trascendente su propia familia y más urgente terminar la
casa que se está haciendo lejos de la ciudad. Marcela no tiene ninguna
cualificación para esa tarea, pero parece buena chica, calladita y bien
dispuesta. Tampoco va a cobrar mucho ni a poner pegas a nada: la persona
ideal. A Amador no le hace mucha gracia la decisión de su hija ni la
persona que han dejado para su cuidado, pero haciendo de la necesidad
virtud, poco a poco va admitiendo a la chica. También sabe que no le
queda mucho recorrido, y la juventud, la aparente inocencia de Marcela y
hasta su capacidad para escuchar y aprender le granjean su simpatía.
Algunas de las sentencias y
pensamientos del viejo dejan perpleja a la joven, y también estimulan
su reflexión; y más aun cuando ambos se confiesan –o descubren- sus
secretos. Pronto se establecerá entre los dos una cierta complicidad,
con la sola intromisión de Puri, la puntual cita semanal de Amador, y,
más tarde, cuando sobrevuela la tragedia, la del misterioso visitante
que no se deja ver.
En esos momentos, Marcela se enfrenta ya al dilema moral más importante
de su vida. Fernando León, siempre buen guionista, hace girar toda la
narración sobre los débiles hombros de la chica. Que no lo son tanto
como parece: ella se enfrenta a una doble, o más bien triple
circunstancia, y en cada momento tomará una decisión, todas
peligrosas. En ese tramo, la película oscila cada vez más, y cada vez
más peligrosamente, entre la objetividad costumbrista
–que su director niega en
sus películas y en el cine en general, no sé por qué-
y la irrealidad casi, casi onírica. Es cierto que hay algunas
claves para interpretar lo que se muestra, pero no se harán explícitas
hasta el final, cuando todo encaja con una seguridad y una crudeza
apabullantes.
Fernando León trata además de aligerar el drama con algunos toques de
humor, no sé si muy acertados. En todo caso, Amador
es una película un poco titubeante en sus objetivos; sombría y amarga,
pero, en conclusión, también esperanzadora: Marcela es una mujer sin
patria, nacida para perdedora y, sin embargo, lucha por encontrar su
dignidad y su lugar en el mundo, aunque sea a costa de transgredir unas
normas que siente que no debe aceptar. Su valor –y el de tantas
mujeres como ella- es el auténtico protagonista. (www.amadorlapelicula.es)
AMANECE EN EDIMBURGO
(22.06.14)
Dir.
Dexter Fletcher
Pro.: Andrew
Macdonald, Allon Reich, Kieran Parker Gui.: Stephen
Greenhorn
Int.: George MacKay, Kevin Guthrie, Peter Mullan
Aunque no sea una
estrella mundial, Dexter Fletcher lleva toda su vida en el cine. Delante
de la cámara, como actor en más de 80 títulos, desde Bugsy Malone,
nieto de Al Capone –cuando tenía 10 años- hasta Los tres
mosqueteros –la última, de Paul W. S. Anderson- y la reciente El
tour de los Muppets. Y ha dirigido dos películas: Wild Bill
(2011) y esta. Amanece en Edimburgo es un sorprendente musical,
una inmersión en un género tan poco frecuentado últimamente. No ha
faltado quien vea en esta ocurrencia una revitalización de la especie,
además de saludarla con algo así como “el Mamma mía de la
temporada”. La comparación está algo traída por los pelos: ambas
películas están tan lejos como puedan estarlo las frías y húmedas calles
de Edimburgo de las soleadas y cálidas playas de Grecia; y al optimismo
a ultranza y la comicidad de aquel argumento se opone el sentimentalismo
ácido y el opaco costumbrismo de este. Eso sí: música por música, las
canciones del grupo escocés The Proclaimers sirven, como lo hicieron las
de Abba, para que los intérpretes canten y bailen, se quieran y se
peleen, y expresen sus sentimientos, penas y alegrías: eso es el
musical.
Basada en una obra
teatral de Stephen Greehorn –en la mejor tradición del musical británico
y con un importante éxito a sus espaldas-, el guion del propio Greehorn
retrata el paisaje y las gentes de barrio de Leith, en el Edimburgo de
clase trabajadora. Davy y Ally son dos jóvenes que acaban de regresar de
la guerra de Afganistán; Ally se reencuentra con su novia Liz, y Davy
conoce a Yvonne, una guapa enfermera. Los padres de Davy
-Rab y Jean-, por su parte,
reciben con emoción el regreso de su hijo y preparan la fiesta de sus
bodas de plata. Todo parece marchar bien.
Claro que si las cosas no se
torcieran no habría argumento; y los problemas empiezan cuando los
protagonistas tienen que reencontrarse con la vida que habían dejado
para ir a la guerra. Hay que buscar trabajo, y puede que lo que alcanzan
no sea muy satisfactorio; hay que tratar de olvidar los horrores
vividos, con algunas secuelas que se les hacen muy presentes. Y hay que
pensar en el futuro: Ally quiere casarse con Liz, que está muy contenta
de que haya vuelto, pero quizá no anhele tan pronto el matrimonio; Davy
no puede olvidar que es escocés, y su relación con Yvonne, que es
inglesa y piensa en volver a Londres, está a punto de naufragar.
Y a Rab y Jean, con veinticinco años de convivencia, no es el futuro lo
que les agobia, sino precisamente el pasado: de improviso, el secreto
mejor guardado de Rab les estalla entre las manos en mitad de la fiesta
y amenaza con romper la felicidad de la pareja y a la pareja misma. Los
seis personajes sufren parecido desencuentro, y buscan en amigos y
colegas, y también entre sí, el apoyo y la comprensión. Sin dejar de
cantar –una memorable Quinientas millas en la voz emocionada de
Peter Mullan- y también bailar por las calles, los rincones, las casas y
los bares de Edimburgo, un escenario que se despliega como un
protagonista más de la película.
Un musical siempre comporta un
riesgo extremo: hacer posible que el espectador acepte la inclusión de
las canciones y las coreografías como parte de la acción, sin que la
verosimilitud –ni el ritmo, precisamente- se resienta gravemente. Las
mejores piezas del género lo consiguen –no hacen falta referentes- y
esta, también. Dexter Fletcher ha asumido el reto y maneja con eficacia
y energía los tiempos y el compás de la partitura; le ayuda, por
supuesto, la calidad de sus actores, actrices y bailarines, que brillan
por igual en unos estupendos temas que van desde la balada romántica y
el dueto humorístico hasta el fantástico “flashmob” final a modo de
apoteosis. Quizá Amanece en Edimburgo esté especialmente pensada
para los amantes del musical. Pero me atrevo a creer que nadie,
aficionado o no, sale defraudado o descontento de esta película
sentimental y ligera, acertada e interesante. (www.filmax.com/peliculas/amanece-en-edimburgo.39)
AMELIA
(22.11.09)
Dir.: Mira
Nair
Pro.:
Lydia Dean Pilcher, Kevin Hyman, Ted Waitt
Gui.: Ronald Bass, Anna Hamilton Phelan
Int.: Hilary Swank, Richard Gere, Ewan McGregor
Mira Nair, directora india de 52 años,
ha realizado –aparte de las que no hemos visto aquí- algunas películas
interesantes: Salaam Bombay,
Mississippi Masala, Cuando salí de Cuba, La boda del monzón (León
de Oro en Venecia), La feria de
las vanidades, El buen nombre... casi todas ellas pobladas y
protagonizadas por personajes femeninos relevantes. Por eso,
seguramente, fue la elegida por los productores –entre los que se
cuenta la propia Hilary Swank- para llevar a la pantalla este guión,
basado en los libros de Susan Butler y Mary S. Lovell, que narra la
apasionada –y corta- vida de la famosa aviadora Amelia Earhart.
A Hilary Swank –doble Oscar por Los
chicos no lloran y Million dólar
baby- también le apetecía el personaje, evidentemente. Así es que
se pusieron manos a la obra para contar esta historia. Que arranca, con
esta manía actual que ya es casi imprescindible, en el momento en que
Amelia Earhart emprende el que será su último vuelo, un desafortunado
intento de dar la vuelta al mundo sobre el ecuador pilotando su propio
avión, un Lockheed Electra de la época; es decir, de 1937. Allí están
los periodistas, los fotógrafos... y su marido. El avión, con Amelia a
los mandos y el experto Frederic Noonan como navegante, despega rápidamente.
Y entonces la acción retrocede para mostrarnos los comienzos de la
carrera de la joven aviadora. Que seguirá salpicada por momentos,
secuencias del viaje alrededor del mundo, lo que no creo que beneficie
en nada a la progresión del relato, sino que más bien lo ralentiza y
confunde. Hay ratos en los que el primer plano de Hilary Swank con gorro
y chupa de aviadora no se sabe bien si es de ahora o de antes; y su
marido, o sea el de Amelia –que es Richard Gere en la película-,
siempre está esperando que lo llame por teléfono.
Porque en los primeros años de la historia el aspecto de Amelia es tan
andrógino que nos tememos que los esfuerzos de George Putnam, editor,
luego representante y enseguida pretendiente de la aviadora resulten
decididamente baldíos. Pero no, al final ella accede, con ciertas
condiciones, y George se convierte en amante esposo y fiel acompañante...
entre viaje y viaje.
Lo cierto –y la película lo cuenta, un poco a trompicones- es que
Amelia Earhart fue consiguiendo importantes hitos en la aviación
femenina; al principio acompañada por hombres en el avión, poco a poco
más activa y liberada. Su mayor éxito en esta etapa inicial consistió
en reproducir el viaje de Lindbergh a través del Atlántico; fue la
primera mujer que lo consiguió y además en menos tiempo que el famoso
aviador. Amelia inició así una carrera de éxitos internacionales que
la convirtieron en un ídolo mundial y en una de las mujeres más
influyentes de su país.
Rompió barreras sociales anticuadas, abrió brecha en un mundo
exclusivamente masculino, facilitó el acceso a la aeronáutica a otras
mujeres y además participó activamente en la política industrial
americana, de la mano del joven piloto y prometedor político Gene
Vidal. Hilary Swank e Ewan McGregor viven un apasionado y eléctrico
romance en la pantalla, que posiblemente fuera también real; pero
George Putnam siguió al lado de Amelia, ayudándola en sus retos y
esperándola una y otra vez, y una vez más en su último viaje. La
aviadora desapareció sobre el Pacífico el 2 de julio de 1937, cuando
volaba hacia la isla Howland, con más de 22.000 millas recorridas y
combustible para 20 horas de vuelo. Nunca llegó y nunca se encontraron
sus restos.
La
película narra demasiado fríamente, y muchos de los hitos de Amelia
Earhart –sobre todo sus importantísimas conquistas sociales y
feministas- quedan un tanto desdibujadas. Mira Nair persigue más a la
mujer aventurera y se empeña en la autenticidad de la ambientación,
pero el recurso de ir saltando en el tiempo para mostrar sucesivos
retazos de su dramático final hace perder intensidad al personaje. Toda
la historia, así, adolece de ese tono menor, que no le sienta bien a un
relato que se espera épico y que resulta sólo interesante... como un
buen documental. (www.amelialapelicula.es)
AMERICAN GANGSTER
(06.01.08)
Dir.: Ridley Scott
Pro.: Brian Grazer Gui.:
Steven Zaillian
Int.: Denzel Washington, Russell Crowe, Cuba Gooding Jr.
Es
difícil encontrar una ficha técnico-artística más repleta de Oscars:
todos los arriba citados lo han ganado... menos el director. Y eso que
Ridley Scott es el autor de un puñado de buenísimas películas –Los
duelistas, Alien, Blade Runner-,
y estuvo nominado por Thelma y
Louise, Gladiator y Black Hawk derribado-; pero también es verdad que en los últimos
tiempos no ha tenido demasiado acierto para elegir sus proyectos. Ahora
puede resarcirse con esta historia, basada en hechos reales, que cuenta
la vida del que fue rey de la droga en Nueva York durante los primeros años
70, Frank Lucas, y la del hombre que se decidió a acabar con ese
reinado: el detective Richie Roberts.
Frank Lucas –Denzel Washington-, heredó el negocio de su jefe y
mentor, Bumpy Johnson y consiguió mantenerlo y ampliarlo hasta obtener
prácticamente el monopolio de la heroína, que se hacía traer de
Vietnam sin intermediarios, –aprovechando los transportes aéreos que
iban y venían de la guerra, con la connivencia de los militares-, y que
vendía pura y a bajo coste. Aliado con la mafia, que aceptó a regañadientes
su poder, y con la complicidad de los corruptos policías neoyorkinos,
vivió rodeado del mayor lujo pero con absoluta discreción, que él sabía
imprescindible para sus manejos.
Por su parte, Richie Roberts –Russell Crowe, el actor favorito de
Scott- era un hombre modesto, escrupulosamente honrado y, por ello, mal
visto por sus propios compañeros y superiores; pero fue capaz de
descubrir la mano oculta que movía el trágico negocio de la droga,
convencido –y convenciendo a sus colaboradores- de la responsabilidad
de Lucas, un gangster negro –les parecía increíble- situado en lo más
alto de la cúpula criminal y no como un mero intermediario o
distribuidor cualificado.
Ridley Scott aprovecha la calidad de sus actores, verdaderamente
estupendos en sus roles respectivos. Ambos han entendido a la perfección
sus personajes, que viven un itinerario paralelo. Los dos se
desenvuelven en un medio que les es hostil: el gangster, porque tiene
que imponerse al resto de los proveedores de la droga –si no hay más
remedio, matando a alguno en mitad de la calle-, a las reticencias de
las familias del hampa, a las presiones de los policías cómplices y aún
a las veleidades de sus propios parientes, colocados todos en una serie
de negocios aparentemente honrados pero que ocultan la verdadera red de
distribución de la heroína.
El agente Roberts tampoco lo tiene fácil. Topa con la incomprensión y
el desprecio de sus mismos compañeros, con la soledad en más de un
aspecto de su vida, y, desde luego, con la oscura y enredada trama de la
organización criminal, a la que no acierta a poner cabeza ni a
encontrar los resquicios por donde asaltarla. Policía y delincuente
comparten, además, la posesión de una irreductible ética y un
acentuado sentido del deber; naturalmente, de muy distinto significado
en sus conductas: Roberts es absolutamente decente e incorruptible;
Lucas es inexorablemente decidido, cruel y letal si lo encuentra
necesario.
Ese enfrentamiento de ambas conductas, ambas trayectorias, los dos modos
de vida y la voluntad incombustible que los preside, cada uno en un lado
de la ley, es, más allá de la crónica de un hecho real, el verdadero
motor, el aliento que preside esta historia.
Porque esta vez, también hay que decirlo, Ridley Scott cuenta, además
de sus dos magníficos actores, con la fuerza del magnífico guión de
Steven Zaillian –La lista de
Schindler, Bandas de Nueva York- para trazar con muy buen pulso y
con momentos de máxima tensión ambas historias entrecruzadas, y para
ir luego aproximando, cada vez con mayor intensidad, las trayectorias de
los dos hombres, hasta hacerlos reunirse en un final que echa chispas:
la secuencia que precede al epílogo –y no cuento más detalles- es
una de esas que llevan la firma de un grandísimo director y que
desprende –como toda la película- sabor de buen cine por los cuatro
costados. (www.americangangster.es)
AMERICAN PASTORAL
(10.06.17)
Director: Ewan McGregor.
Pro.: Tom Rosenberg, Gary Lucchesi, Andre Lamal.
Gui.: John Romano. Intérpretes: Ewan McGregor, Jennifer Connelly,
Dakota Fanning.
Hasta en ocho ocasiones los textos de Philip Roth –uno de los más
grandes escritores norteamericanos vivos- han llegado a la pantalla,
desde Goodbye, Columbus (1969) hasta las últimas
Indignación y American pastoral, ambas de 2016.
Novelas y relatos, adaptados a veces por guionistas de la talla de
Ernest Lehman –Portnoy’s complaint, 1972- y realizados en
otras ocasiones por directores reconocidos como Robert Benton –La
mancha humana, 2003- o Isabel Coixet –Elegy, 2008-, han
obtenido dispares resultados aunque siempre con el interés de la
referencia a las obras originales.
American pastoral
ha pasado por un largo período de incubación, desde que el proyecto
se inició en 2003, con Phillip Noyce y Fisher Stevens alternándose
como posible director, hasta que en 2015 Ewan McGregor asumió la
responsabilidad una vez que ya estaba confirmado como protagonista
junto a Jennifer Connelly –única que se mantenía desde el reparto
inicial-, Dakota Fanning y David Strathairn.
McGregor es Seymour “El Sueco” Levov, un hombre al que la vida le
sonríe. Antiguo atleta universitario triunfador en múltiples
disciplinas, está felizmente casado con Dawn, una reina de la
belleza local, vive en Newark en una hermosa granja, dirige la
importante fábrica de guantes legada por su padre, ahora retirado, y
tiene una preciosa hija, Merry, que es el orgullo del matrimonio.
Seymour se siente satisfecho de su existencia, de saberse el ejemplo
de cómo un muchacho de familia judía de origen humilde ha conseguido
situarse en la cúspide social gracias a su trabajo, a su honradez y
al cumplimiento de unas leyes en las que cree. Y así entra, junto
con su país, que aun se cree feliz, en los turbulentos años 60.
A comienzos de la década, el presidente Kennedy es asesinado y su
sucesor, Lyndon B. Johnson, lleva a los Estados Unidos a la guerra
de Vietnam. Empieza una corriente creciente de protestas sociales,
por los derechos civiles y en contra de la guerra, y la población
negra se rebela en lucha por la igualdad. En su casa, los Levov ven
como su hija se ha convertido en una adolescente problemática,
contestataria y radical, y a la vez su patria penetra en una espiral
de violencia. Las manifestaciones populares y la represión
consiguiente incendian las calles y provocan miedo e incertidumbre.
Y en medio de esta confusión, con la fábrica asaltada por grupos
incontrolados, y tras un atentado con dinamita, Merry desaparece y
la policía la busca por terrorista.
La familia Levov sufre una terrible crisis, paralela a la que vive
América y, en buena medida, todo el mundo: hay golpes de estado y
revoluciones, asesinatos, guerras, los estudiantes franceses se
echan a la calle y otros muchos siguen su ejemplo… Y comienza en
Estados Unidos el mandato de Richard Nixon, que terminaría
abruptamente. Un final que Seymour teme también para los suyos; el
rastro de su hija aparece y se disuelve con parecido dramatismo, por
más que él dedique su vida entera a seguirlo; y Dawn siente que su
realidad la traiciona, ya no es la reina de la belleza, ya no le
interesa su granja y su cabeza le va a explotar en mil pedazos. El
relato, aquí, sin perder del todo el trasfondo social y la búsqueda
de Merry, se centra en la pareja y en su progresiva inestabilidad.
Hasta que, en el penúltimo giro del guion, hay algunas respuestas.
Que no por ciertas van a ser menos dolorosas, como el final de una
pesadilla que lleva a un despertar tampoco feliz.
Estimable debut de Ewan McGregor tras la cámara, con un nada
desdeñable manejo de personajes y situaciones. Quizá la película, en
su conjunto, no llega a la fuerza y la airada ironía de la novela
original, pero sí acierta a transmitir su contenido: el dramático
descenso a los infiernos de un hombre, su familia y su país.
AMOR
(13.01.13)
Dir.:
Michael Haneke
Pro.: Margaret
Ménégoz, Stefan Arndt, Michael Katz Gui.:
Michael Haneke
Int.: Jean-Louis
Trintignant, Emmanuelle Riva, Isabelle Huppert
Huelga presentar
a Michael Haneke. Después de Caché, La pianista, Código desconocido,
El tiempo del lobo, Funny games –las dos versiones-, La
cinta blanca, El vídeo de Benny, –citadas sin ningún orden
cronológico, qué más da-, la obra del director austríaco –nacido en
Munich, en marzo hará 71 años- es sobradamente conocida y valorada. A
todos los reconocimientos y premios conseguidos, hay que añadir los de
su última obra: Amor ha ganado la Palma de Oro en Cannes y los
premios del cine europeo para la película, el director y sus
protagonistas; más cuatro nominaciones a los Oscar –incluidas película y
director-, cuatro a los Bafta británicos y casi todas las posibles como
película de lengua no inglesa.
El argumento es sencillo, y los protagonistas, prácticamente solo dos:
un matrimonio de ancianos.
Georges y Anne han sido
profesores de música y ahora, ya octogenarios, gozan de una existencia
apacible y disfrutan de los buenos conciertos y de los éxitos de sus
antiguos alumnos.
Tienen una vida acomodada, ocupan
un buen piso y parece que no les falta de nada. Incluso están
acostumbrados al desapego de su hija, que viaja constantemente
acompañando a su marido, también músico. En realidad, no necesitan su
atención ni sus cuidados; están acostumbrados y se bastan el uno al
otro. Hasta que Anne sufre un ataque que la deja semiparalizada y en un
estado de progresivo deterioro. Georges, entonces, se dedica por
completo a su mujer, tratando de organizar la vida de ambos de la mejor
manera que sabe y puede. Al desconcierto inicial le sigue la voluntad de
imponerse a las dificultades, crecientes cada día; y luego llega el
dolor, la rabia y la impotencia.
Los veteranos Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva –con la presencia
fugaz de la siempre magnífica Isabelle Huppert- ofrecen un maravilloso
recital bajo la exacta batuta de su director. Haneke mueve a sus
intérpretes y se desplaza él mismo por el único escenario con una
sencillez y un rigor extraordinario. Mantiene el punto de vista lo
suficientemente cercano para que podamos entrever el alma de sus
personajes, pero con la necesaria perspectiva para que no nos aturda la
posibilidad –tantas veces falseada por otros directores- de una
sensiblería desbocada.
No hay ninguna intención de jugar con los sentimientos del espectador,
ni de manipularlo en sentido alguno. No hay tampoco suspense y, desde
luego, si hay interrogantes, no hay respuestas. Del mismo modo que
Haneke nos enseña la vivienda de los ancianos y cada uno de los rincones
que Anne y Georges habitan, con una exactitud milimétrica que nos
permite conocer el piso como si viviéramos en él, con la misma
certidumbre nos muestra el ocaso de las vidas que en él discurren. No
hay ningún error, nada distorsiona la mirada de una cámara que es, a la
vez, nuestros ojos y nuestra conciencia.
Muchas veces, Michael Haneke se ha complacido en retratar la maldad, la
crueldad del ser humano, el odio insalvable, la indiferencia culpable,
la mutilación afectiva y hasta física. Él ha manifestado que Amor
es su obra más tierna, y no le falta razón, comparada con sus títulos
anteriores; por eso la ha titulado así, porque el sentimiento que une a
sus protagonistas, esta vez, es hermoso, solidario y definitivo. Pero
también es una de sus propuestas más inteligentes y, en otro sentido,
más dura; su cine sigue sin tener nada de complaciente:
Amor es una película íntima e intimista, difícil de contemplar, casi
dolorosa; pero también, como he dicho, rigurosa y certera, bellísima,
contenida en la emoción y arrebatadoramente sincera. Haneke desgarra las
apariencias domésticas, muestra sin tapujos el camino que lleva del amor
a la muerte, y lo hace con una lucidez extraordinaria, con la sabiduría
de un maestro, con una lección de cine en cada plano, en cada secuencia,
en cada instante. Amor es una excepcional obra maestra. (http://www.golem.es/distribucion/pelicula.php?id=277)
AMOR Y OTRAS DROGAS
(16.01.11)
Dir.:
Edward Zwick
Pro.: Charles Randolph, Edward Zuick, Marshall Herskovitz Gui.: Charles Randolph, Edward Zuick, Marshall Herskovitz
Int.: Jake Gyllenhaal, Anne Hathaway, Hank Azaria
Edward
Zwick –director, productor, guionista…- ha mezclado muy bien el
drama romántico con el cine de acción –recordemos Tiempos
de gloria, Leyendas de pasión,
En honor a la verdad, El último samurái, Diamantes de sangre o Shakespeare in love, con la que ganó el Oscar como productor-, pero
ahora ha decidido contar una historia urbana y contemporánea que se
encuadra en la vieja fórmula de la comedia dramática basada en la
personalidad y el encuentro de la pareja protagonista. Fórmula de toda
la vida, pero puesta al día, naturalmente, para la ocasión.
Jamie es un joven vendedor, con muy buena presencia y mucha labia para
el negocio… y para las chicas. Con lo primero triunfa pero con lo
segundo… también. Demasiado, diría yo, lo que le acarrea algún
problema serio; por lo que se ve obligado a aceptar, por consejo de su
desastroso hermano –que es desastroso pero se considera un
triunfador-, un empleo de visitador médico. Es un sector de durísima
competencia, en el que hay que desplegar todas las artes de
profesionalidad, convicción en el producto y capacidad de persuasión:
léase soborno al facultativo y seducción de administrativas y
enfermeras. A Jamie se le da mejor un aspecto que otro, pero va tirando.
Su caballo de batalla son los antidepresivos, un artículo de digestión
masiva en una sociedad como la americana –del norte, of
course-, en la que hay más psiquiatras que taberneros. La pelea
entre los laboratorios es dura, hasta que de pronto aparece un nuevo fármaco,
que no tiene nada que ver pero que va a levantar el ánimo de la población:
una pildorilla azul, de fácil consumo y resultados garantizados, por la
que los hombres –y también algunas mujeres- pierden la cabeza. Viagra,
creo que se llama…
En principio, esto tiene poco que ver con Maggie. Pero resulta que
coincide en la consulta del médico con Jamie; por razones distintas: él
está –más o menos- trabajando; ella acude a buscar su medicina.
Padece la enfermedad de Parkinson, aunque aún en un grado inicial.
Maggie podría ser artista, o lo que quisiera: es una chica muy
atractiva, inteligente, libre y creativa; pero sabe que su enfermedad va
a limitar gravemente su vida, y su principal interés es vivirla
intensamente mientras pueda.
Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway son la pareja protagonista, y por ahí
anda también un rosario de estupendos secundarios como Hank Azaria,
Oliver Platt, Josh Gad y Katheryn Winnick –la novia de Seeley Booth en
Bones-, además de George Segal y Jill Clayburgh. Los cito porque Amor
y otras drogas es, sobre todo, una película de actores. Edward
Zwick ha descargado el peso del guión en sus intérpretes, y ha
acertado: el texto es dinámico, divertido, profundo y dramático cuando
lo requiere y se reparte equilibradamente para su lucimiento.
El conductor es Jamie, esta especie de donjuán alocado y bastante egoísta;
pero pronto aparecerá Maggie para ponerle el mundo al revés, hacerle
madurar y enseñarle el amor. Claro que es sin querer, porque Maggie y
Jamie, cada uno por su lado, tienen un proyecto de vida en el que no
cabe el otro. Ella, sobre todo, lo tiene muy claro; y su actitud y su
decisión van a tomar las riendas de la historia, que cambia de eje y de
sensibilidad: más dramática ahora, aunque sin olvidar del todo algún
elemento de comicidad desinhibida y bastante crítica.
Puede que este zigzag de la risa a la casi
tristeza hubiera desconcertado al espectador sin la presencia de esta
pareja; pero Hathaway y Gyllenhaal –que ya coincidieron en Brokeback Mountain- están estupendos: él es un magnífico actor,
uno de los mejores y más completos de su generación, y ella ha dejado
definitivamente atrás sus papeles más ñoños y facilillos para
demostrar una espléndida madurez –a sus 28 años- y una categoría
artística y una fotogenia admirables. Ambos son aspirantes a los Globos
de Oro -en el momento de redactar esta crítica-y, con toda seguridad, a
los Oscar. Son jóvenes todavía, pero ya les toca. (www.LoveAndOtherDrugsTheMovie.com)
ANIMALES NOCTURNOS
(03.12.16)
Director: Tom Ford.
Intérpretes: Amy Adams, Jake Gyllenhaal, Michael Shannon.
Tom Ford, el director de Un hombre soltero, vuelve con otra
historia psicológica que se desarrolla en la mente de su
protagonista. Susan es una mujer que ha superado –y cree que
olvidado- su primer matrimonio y vive con otro hombre. Un día, su
exmarido le manda una novela que ha escrito, con la petición de que
la lea y le dé su opinión. Y el relato, una historia violenta y
amarga, la atrapa de tal manera que le hace revivir su vida con él…
pero de manera muy diferente.
Susan es Amy Adams, una actriz en plena forma capaz de crear a la
perfección este difícil personaje: la mujer atormentada que intenta
escapar de su pasado, solo para inventarse una existencia distinta y
seguramente imposible. Ella –muy bien arropada por sus acompañantes
masculinos: espléndido Michael Shannon y formidable Jake Gyllenhaal,
un actor superlativo, el mejor de su generación- es la espina dorsal
de esta película a tres bandas: una doble aventura emocional,
bastante desoladora, y un thriller negro y furioso, la parte de la
novela que lee Susan, lo más logrado de la película. Argumento y
personajes que forman un triángulo con algo más de tres lados, una
historia oscura protagonizada por una persona que se debate entre el
miedo, la mentira, la más sutil venganza y los deseos escondidos en
implacables e insomnes pesadillas.
ANTES DEL
ANOCHECER
(30.06.13)
Dir.:
Richard Linklater
Pro.: Richard
Linklater, Sara Woodhatch, Christos Konstantakopoulos
Gui.: Richard
Linklater, Julie Delpy, Etan Hawke
Int.: Julie Delpy, Etan Hawke, Walter Lassally
Richard Linklater
ha dirigido ya una veintena de películas de muy diferentes tipos; entre
ellas están Movida del 76, Suburbia, Escuela de rock, Fast food
nation y Bernie. Pero también Antes del amanecer, Antes
del atardecer y Antes del anochecer, la trilogía compuesta
con Ethan Hawke y Julie Delpy. Director e intérpretes han protagonizado
uno de los experimentos más interesantes de la historia del cine: a lo
largo de las tres obras y de casi dos décadas, los personajes han ido
evolucionando a la vez que los artistas, y los hemos ido reencontrando y
reconociendo en cada ocasión.
Jesse y Celine eran unos jóvenes de apenas veinte años cuando se
conocieron en 1995, en aquel trayecto de tren nocturno que los unió
durante unas horas en Viena antes de separarlos. Para siempre, a no ser
porque la casualidad volvió a unirlos en París, en 2004: ahora él es
escritor, está casado y tiene un hijo; ella es responsable de proyectos
humanitarios y ecologistas. Al caer la tarde, se separan de nuevo. Y
volvemos a encontrarlos en 2013, pasando unas vacaciones en Grecia, al
borde del mar Egeo. Se han casado y tienen dos niñas; acaban de despedir
en el aeropuerto al hijo mayor de Ethan, que regresa a América.
Naturalmente, Celine y Jesse han madurado. Él prepara su siguiente
libro, ella duda entre dos trabajos; a Jesse le apena la distancia que
lo separa de su hijo y Celine no quiere ni oír hablar de irse a vivir a
Estados Unidos. Hablar, precisamente, es lo que hacen: en el coche al
volver del aeropuerto; en casa de los amigos que los acogen; por las
calles del pueblo; en la noche de hotel que les han regalado sus
anfitriones, para que se relajen y descansen libres de preocupaciones y
sobresaltos infantiles.
La película se estructura en cuatro partes claramente diferenciadas. La
primera y la tercera contienen largos planos-secuencia habitados
únicamente por los dos protagonistas. El inicial, el trayecto en el
coche, es un radical y modélico plano único, rodado de un tirón, en el
que ambos personajes se definen y nos muestran al milímetro el momento
en el que se hallan. Después, en la casa, entre los huertos y el mar, en
la comida y en la sobremesa a la sombra de la historia, se habla de
literatura, de arte, de sentimientos, de vida y de amor. El viejo
escritor y su amiga; el matrimonio maduro y la pareja joven y dichosa
comparten con Celine y Jesse opiniones y pensamientos.
Luego, estos atraviesan el
pueblo, las callejas que relucen bajo el sol envolviéndolos en un
escenario casi mágico: un segundo plano, un decorado lleno de vida para
hablar precisamente de eso, de la vida. Los momentos pasados, esos
encuentros fugaces y el largo intervalo entre cada uno; los amores
olvidados, los afectos eternos, el paso del tiempo arrumbando personas y
recuerdos… La cámara de Linklater se mueve en completa sintonía con los
personajes, apenas los abandona unos segundos para retratar un detalle,
una sombra, hasta un sonido. Y llegan al hotel.
Por capricho de los distribuidores, o para que quede en consonante, el
título de la película se ha cambiado; el original es Antes de la
medianoche. Y en efecto, hasta la medianoche seguimos acompañando a
Jesse y Celine, nuevamente en soledad, por fin enfrentados a sí mismos y
a su verdad, sin máscaras, sin coartadas y sin excusas ni privilegios.
Esas horas son decisivas. Las miradas, los silencios, los gritos, las
palabras –un guion que parece inexistente, de tan sincero y espontáneo-
recorren los secretos y las evidencias del matrimonio, los recodos de la
convivencia, la dubitativa pervivencia del amor.
Linklater, Delpy y Hawke han compuesto otra vez –y en su conjunto- una
historia que repasa y disecciona la naturaleza humana. Profunda,
divertida, tremenda y verdadera, la crónica de estos personajes no puede
dejarnos indiferentes, porque es como un espejo en el que nos miramos y
nos recordamos, nos reconocemos y hasta descubrimos nuestro futuro. (http://www.acontracorrientefilms.com/pelicula/205/antes-del-anochecer/)
ANTES QUE EL DIABLO SEPA QUE HAS
MUERTO
(25.05.08)
Dir.: Sidney Lumet
Pro.: Michael Cerenzie, Brian Linse, Paul Parmar Gui.:
Kelly Masterson
Int.: Philip Seymour Hoffman, Ethan Hawke, Marisa Tomei
Nueva
obra maestra de Sidney Lumet, el director de Doce hombres sin piedad, Esa clase de mujer, Piel de serpiente, Llamada
para el muerto, Perversión en las aulas, Serpico, Asesinato en el
Orient Express, Tarde de perros, Network, Veredicto final, El abogado
del diablo, La noche cae sobre Manhattan, Gloria, Declaradme culpable...
En total, más de 40 películas, sin contar la televisión, en la
que, como tantos otros importantes de Hollywood, inició su carrera.
Lumet es otro de los grandes veteranos -¡tiene 83 años!- que no pierde
su energía ni su capacidad de constante renovación ni, por supuesto,
su acierto para seleccionar argumentos del mayor interés. Y hasta de
alto riesgo, como el presente.
Andy –Philip Seymour Hoffman- y Hank –Ethan Hawke- son dos hermanos
en serias dificultades; Andy, el mayor, apresado en una carísima adicción
y con graves problemas económicos, concibe un plan desesperado y, según
él, infalible, y convence a su hermano pequeño –tan agobiado como él
por la falta de dinero- para que lo lleve a cabo. Parece fácil y bien
pensado: atracar una modesta joyería; nada más abrir, cuando la
anciana empleada esté más desprevenida. Los dueños cobrarán el
seguro y ellos se repartirán el botín.
Pero Andy no sabe que Hank, bastante menos decidido que él, contratará
a un delincuente callejero para que dé el golpe en su lugar; y además
el destino intervendrá de forma absolutamente dramática.
La trama se inicia, precisamente, con una secuencia magistral. Es por la
mañana, temprano... Una esquina cualquiera de la ciudad. El centro
comercial está en calma, casi en silencio. Un coche cruza la escena y
se detiene junto a una furgoneta... Todavía no sabemos lo que va a
ocurrir y, sin embargo el aire pesa con la sombra de la tragedia. Y muy
pronto, todo se precipita. En cuestión de segundos la acción estalla y
el presentimiento se hace realidad llenando la pantalla de violencia.
Acaba el prólogo dejando al espectador con el corazón en la boca.
A partir de aquí, Lumet plantea un inteligentísimo juego de encaje. La
película avanza rompiendo el orden temporal, mostrando, con la
secuencia inicial como eje, los acontecimientos que la preceden y la
siguen. La acción se somete al punto de vista de cada uno de los
personajes y compone una serie de piezas que se ensamblan en el
argumento con la precisión de un deslumbrante puzle. Sucesivamente, la
atmósfera se va haciendo más y más irrespirable, según crece la bola
de nieve creada en principio por los dos hermanos casi como un
divertimento, algo que no debería haber tenido consecuencias graves y
que, por el contrario, se complica por momentos, cada vez con mayor
trascendencia.
Los dos –espléndidas interpretaciones de un Philip Seymour Hoffman en
estado de gracia y un también magnífico Ethan Hawke- ven crecer sus
dificultades: los problemas de Andy son cada vez más tremendos y
Hank se hunde por el peso de su ruina. Y junto a ellos, el
anciano padre, que se desespera, y la mujer de Andy, que traspasa
finalmente el límite de su propia conciencia –el gran Albert Finney y
una muy recuperada Marisa Tomei-. Como siempre en las películas de
Lumet, el reparto constituye una baza esencial, y ésta no es una
excepción.
Sabiduría del director para escoger a sus intérpretes y para componer y
resolver este argumento en una película cerrada, equilibrada, en la que
no sobra ni falta nada, y tan intensa como una tragedia griega. El diálogo
entre personajes y espectadores es contundente: éstos descifran la
apuesta vital y el código moral de aquéllos, y los protagonistas
aportan las sucesivas entregas, que van aumentando la tensión y el
interés dramático, hasta desembocar en un final durísimo que remata
esta obra tan violenta como inteligente. Han pasado muchos años desde Veredicto
y Tarde de perros; muchos -35-
desde Serpico; pero Lumet
sigue siendo el mismo: inconformista, iconoclasta, atrevido,
interminablemente joven.
APPALOOSA
(23.11.08)
Dir.: Ed Harris
Pro.: Robert Knott, Ed Harris Gui.:
R.K., Ed Harris
Int.: Ed Harris, Viggo Mortensen, Renée Zellweger, Ariadna Gil
Ed
Harris ya era un actor muy bien considerado -50 películas- cuando debutó
como director en el 2000 con la muy interesante Pollock.
Y ocho años después produce, escribe, dirige y protagoniza este
western, una historia fronteriza y melancólica como los mejores clásicos
del género. Nuevo Mexico, 1882. El “marshal” Virgil Cole –Harris-
y su ayudante y amigo Everett Hitch –Mortensen- llegan a Appaloosa,
llamados por las autoridades del lugar para imponer el orden y la ley
frente a los desmanes del poderoso ranchero Randall Bragg –un potentísimo
Jeremy Irons-, que precisamente acaba de asesinar al anterior sheriff
del pueblo.
Cole y Hitch son una pareja temible: son hombres fríos, aparentemente
tranquilos, con toda certeza implacables, conscientes de los peligros a
los que se enfrentan –llevan años haciéndolo- pero también de su
capacidad profesional: son los más expertos, los más decididos y los más
rápidos. Estamos convencidos nada más verlos, aunque su pasado
permanece en la oscuridad; sólo es evidente su inquebrantable amistad.
(A mí se me ocurre que podrían ser -¿por qué no?- aquellos “Dos
hombres buenos” que el gran José Mallorquí inmortalizó en la radio
española de los años 50 y primeros 60). Dos pistoleros, del lado de la
ley, pero con pies tan cerca de su delgada frontera que no les cuesta
nada pasar al otro lado.
Se cuelgan las estrellas de sheriff y se ponen a la tarea. Pero a las
dificultades de la empresa –empiezan los enfrentamientos con el
ranchero Bragg y sus hombres- se une, en seguida, la aparición
perturbadora de Allison French –Renée Zellweger-, una atractiva
viudita de dudosa profesión y dedos inquietos: toca el piano, pero no
son sus teclas las únicas que recorre.
A Virgil Cole le gusta mucho Allison, sobre todo porque ella le hace
mucho caso. Ella le hace mucho caso a cualquier cosa que lleve
pantalones y pistola, y hasta tienta al bueno de Hitch, seguramente
seducida –es disculpable- por su impresionante armamento y por los
mostachos que luce, que le dan un aire parecido a un Alatriste con
escopeta. Menos mal que Hitch es leal y Cole comprensivo, y su amistad
está por encima de todo.
Y luego, que no están para tonterías. La acción se precipita, los
representantes de la ley tratan de llevar a Bragg ante la justicia, y
poco a poco van apareciendo todos los componentes del western clásico:
la llegada de pistoleros profesionales, unos indios escapados de la
reserva, un juez que tarda y un testigo que duda. También hay un asalto
al tren, un duelo en el corral y alguna pelea en el bar; todo como
mandan los cánones. Siempre con los códigos visuales y estéticos
propios del género: nada de primerísimos planos introspectivos,
escenarios oscuros y dudas existenciales –como en alguna reedición
moderna-, sino grandes espacios bajo el sol, cabalgadas en plano
general, fotografía brillante y realista y aire para ver cómo se
acercan los enemigos, desenfundan y disparan.
Y por supuesto, con esa localización en un espacio y un tiempo
declaradamente crepuscular: el oeste americano cercano a Méjico, los
protagonistas con un pie a cada lado de la raya, el último empujón del
crecimiento de un país y una sociedad en la que Cole y Hitch no van a
tener cabida; es muy posible que éste, en más de un sentido, sea su último
trabajo. Appaloosa crecerá o desaparecerá, transformada o engullida
por la civilización que llega. Y que trae, entre otros rasgos, la
arribada de gentes como ese ranchero, antes perseguido delincuente y
después respetado ciudadano –el elemento más moderno del argumento-
gracias al poder de las influencias y la corrupción.
El western: lo eterno, pero aquí muy bien contado y con mucha
coherencia. Con el peso de la historia y la fuerza de la tragedia
griega: hombres enfrentados, drama y duelo: el que vence al final, ya lo
decíamos, es el más fuerte, el más valiente, el más rápido con las
pistolas. El Oeste –y sus películas- son así. (www.welcometoappaloosa.warnerbros.com)
ARGENTINA, 1985
(01.10.22)
Dir.:
Santiago Mitre. Pro.: Santiago Mitre, Ricardo Darín, Chino Darín,
Federico Pasternak, Victoria Alonso… Gui.: Santiago Mitre, Mariano
Llinás. In.: Ricardo Darín, Peter Lanzani, Francisco Bertín.
Santiago
Mitre, bonaerense de 41 años, ha dirigido media docena de películas,
casi siempre interesantes; destaca la más conocida aquí, La
cordillera (1917), una fábula política -o a lo mejor no tan
fábula- también coescrita con Mariano Llinás y protagonizada por
Ricardo Darín como un maquiavélico presidente de Argentina.
En esta
nueva, Darín es Julio Strassera, el fiscal que enfrentó el juicio
contra los jefes militares de la dictadura argentina que sumió al
país en ocho años de horror, desde marzo de 1976, cuando los
militares dieron un golpe de estado -apoyados por gran parte del
empresariado y la iglesia católica- contra el ejecutivo de María
Estela Martínez de Perón, hasta diciembre de 1983, con la entrega
del poder al gobierno de Raúl Alfonsín elegido democráticamente en
las urnas.
En 1985,
tras un intento fallido de juicio militar, los golpistas se
enfrentan a la justicia civil. Los nueve comandantes que dirigieron
las sucesivas juntas militares -Videla, Massera, Viola, Galtieri y
Anaya, entre ellos- ocupan el banquillo de acusados y Julio César
Strassera -reconocido miembro de la fiscalía del estado- se encarga
de la acusación.
Strassera ha ido contemplando con preocupación el curso de los
acontecimientos, y no querría verse involucrado en el proceso si,
como teme y sucedió por fin, es la justicia civil quien se encarga
de juzgar a los militares. Pero no puede negarse al final, cuando es
requerido por el gobierno y el propio presidente Alfonsín para
hacerse cargo de la acusación. El experimentado fiscal teme, como es
lógico, por su integridad y, sobre todo, por la de su familia. Su
mujer, su hija mayor y su hijo pequeño, un chaval avispado y muy
inteligente, lo apoyan sin reservas, pese a que todos son víctimas
de amenazas de todo tipo.
Extraordinario Ricardo Darín, que consigue otra metamorfosis,
convirtiéndose en el famoso fiscal; a un parecido razonable suma un
festival de gestos y actitudes que, los que han visto al auténtico
Strassera, reconocen con asombrada autenticidad. En todo caso, el
personaje se adueña de toda la primera parte de la película con su
preocupación, sus dudas, sus miedos y, desde luego, con su valor.
Junto a su ayudante Luis Moreno Ocampo, con quien discute, se pelea
y, al fin, arma la acusación, va construyendo el armazón del
proceso.
Que se
hace explícito en la segunda parte, con los acusados, como decía, en
el banquillo, y con los testimonios de las víctimas en el estrado.
Es una sucesión de horrores, una muestra de los procedimientos de
los golpistas, con miles de secuestrados, torturados, muertos y
desaparecidos a sus espaldas. Habría aquí, seguramente, una
tentación de mostrar alguno de esos casos, pero Mitre opta por
dejarnos solo ver y oír los relatos de los ciudadanos, emocionantes,
terribles, clamorosos. Es un acierto.
En esta
segunda parte, con el nuevo escenario, el ritmo y la intensidad de
las imágenes -incluso su factura, su tono- cambian. La atmósfera que
rodea al fiscal Strassera y su equipo y su familia -una vez más el
jovencito de la casa juega un rol protagonista- cierra el obturador
para retratar milimétricamente el interior de la sala: los jueces en
su elevada y solemne posición, el atril de los testigos, la hilera
de acusados, con actitudes desdeñosas, desafiantes… Un universo casi
estático pero tan cargado de emoción y de electricidad que parece
poder explotar… hasta que llegan las sentencias
En definitiva, esta no es
una película “de juicios”. Es una película sobre un juicio que
atañía a un país entero, a una sociedad que necesitaba reivindicarse
en libertad y democracia. El papel de la fiscalía, sobre quien
pivota el filme, era fundamental, como representante de un Estado
nuevo, que daba la espalda a la dictadura. Los argentinos supieron
hacerlo y mandaron a la cárcel a los genocidas. Todo un ejemplo…
ARMAGEDDON TIME
(19.11.22)
Dir.:
James Gray. Pro.: James Gray, Marc Butan, Anthony Katagas, Rodrigo
Teixeira, Alan Terpins. Gui.: James Gray. Int.: Anne Hathaway,
Anthony Hopkins, Jeremy Strong, Michael Banks Repeta.
Las
películas de James Gray (Nueva York, 1969) tienen siempre
personalidad propia, con argumentos originales, una narrativa nada
convencional, tan elegante y estricta como, a veces, oscura, y unas
historias que van desde los entresijos de la “Pequeña Odessa” en el
Brooklyn de hace 30 años -Cuestión de sangre, su debut en
1994- hasta una indagación familiar en el espacio del próximo futuro
-Ad Astra (2019)-, pasando por los problemas de la
inmigración -El sueño de Ellis (2013)- o la aventura hacia lo
desconocido -Z, la ciudad perdida (2016)-, en sus últimas
obras.
Armageddom Time
es su octava película y, paradójicamente, resulta una de las más
claras y, de alguna manera, convencionales. Lo que no le resta
interés, desde luego. Es otra historia familiar, esta vez
protagonizada por un chaval cercano a la pubertad y muy cerca
también de descubrir las verdades y los engaños, las alegrías y los
pesares que supone la vida adulta.
Paul
vive con su hermano Ted y sus padres Anne e Irving Graff,
acompañados de algunos de sus mayores como el abuelo Aaron, que le
sirve de consejero y compañero de juegos. La sombra del origen
familiar planea sobre Paul, aunque él no sea consciente todavía.
Vive su vida entre el cariño de su madre, que lo arropa en casa
aunque no se deje, y la complicidad de su amigo Johnny en el
colegio. Johnny es negro y es repetidor, con lo que es un poco mayor
que Paul y puede apoyarlo y defenderlo si tiene problemas.
Que sí
los tiene, sobre todo con su maestro; Paul dibuja muy bien pero su
interés por las materias escolares es más bien escaso, hasta el
punto de que sus profesores llegan a dictaminar que el chico es un
poco “lento”. La familia no está de acuerdo y acuerdan que lo mejor
es sacar a Paul de la escuela pública y llevarlo a una privada, en
la que ya está su hermano mayor. De nada sirven sus protestas y su
temor a perder a su amigo y sus compañeros más cercanos.
Y aquí
empieza otra forma de vida para Paul; tanto, que está a punto de
trastocar hasta sus sentimientos y su mentalidad. En el nuevo
colegio debe llevar uniforme; es una institución elitista, muy
formal… y muy racista. La amistad de los dos chavales, que parecía
inquebrantable, está a punto de naufragar. Hasta que Paul tiene una
idea, bastante radical y sumamente peligrosa, con todas las bazas
para salirle mal.
La
película va girando desde la luz a la oscuridad: el mejor momento de
Paul sucede a pleno sol, y la escena más problemática transcurre de
noche. Y sus consecuencias lo llenan de amargura y le hacen
inaugurar, de golpe, su madurez. James Gray siempre ha sido un muy
buen director de actores, y ha elegido a un jovencito que es todo
ojos y que ya tiene cierta experiencia; llena la película y conmueve
con su interpretación. A su lado, Anne Hathaway, como su madre,
compone un personaje lleno de ternura aun en sus momentos más
complicados. Y Jeremy Strong y el gran Anthony Hopkins -menos mal
que miente cada vez que asegura su retirada- completan el cuadro de
la familia cercana, el mundo vital de Paul que lo ve crecer.
Armageddon Time
-tiempo de catástrofes, del fin del mundo- es la apuesta de Gray
para ajustar cuentas con su infancia y su juventud, con una época
-la de Reagan- que se empeña en volver a cada rato con la misma cara
o peor, la de Donald Trump. Sin perder la compostura, con la
sobriedad habitual, llega con un directo a la mandíbula de la
sociedad clasista, racista y fascista de la América de los 80. Y
ojo, a cualquiera de cualquier ámbito y momento. La nuestra de hoy,
por ejemplo.
ARGO
(28.10.12)
Dir.:
Ben Affleck
Pro.: Grant Heslov, Ben Affleck, George Clooney Gui.: Chris Terrio
Int.: Ben Affleck, John Goodman, Alan Arkin
Ben Affleck era
casi un desconocido cuando en 1997 consiguió que Gus Van Sant pusiera en
imágenes su guion –escrito a medias con Matt Damon- de El indomable
Will Hunting. Los actores y escritores debutantes ganaron el Oscar y
la película los lanzó a la fama. Luego sus caminos se separaron y
Affleck continuó con su carrera de intérprete, que comprende ya más de
cincuenta títulos; la mayoría, es verdad, bastante irrelevantes, entre
la comedia romántica, el thriller rutinario, el fantástico o la aventura
histórica. Seguramente eso no le bastaba, porque en 2007 debutó en la
dirección con otro guion propio: Adiós pequeña, adiós, que
protagonizó su hermano Casey. Obtuvo un reconocimiento unánime y, ya
animado, volvió a escribir, dirigir e interpretar: The town. Ciudad
de ladrones (2010), otra estupenda película. Y ahora protagoniza y
produce –junto con Grant Heslov y George Clooney, que ya es sabido que
no da puntada sin hilo- esta Argo, una historia verídica
que parece mentira y que fue secreta hasta que Bill Clinton la dejó
salir a la luz.
A finales de 1979, el Irán de Jomeini y sus fundamentalistas ayatolás
estalló de rabia contra los Estados Unidos, que habían dado cobijo al
Sha Reza Pahlevi, recientemente derrocado. Una multitud, cientos de
hombres enardecidos se fueron concentrando en torno a la embajada
americana en Teherán y al final la asaltaron ante la pasividad de la
policía y el ejército iraníes, y tomaron como rehenes a los diplomáticos
y trabajadores de la legación. Pero no a todos: seis personas habían
conseguido huir instantes antes de la invasión; se refugiaron en el
apartamento de uno de ellos y al otro día, sin que los asaltantes se
percataran aún, encontraron asilo en la embajada de Canadá.
Mientras el conflicto diplomático crecía hasta las proporciones de una
enorme crisis, las autoridades americanas trataron de sacar del país a
los seis refugiados, antes de que los iraníes se dieran cuenta, los
localizaran y se pudiera extender el problema a Canadá: nadie dudaba de
que su embajada podría ser también atacada, con consecuencias
imprevisibles. Y empezaron a fraguarse fórmulas de escape, todas ellas
desechadas sucesivamente por la evidencia de sus escasas posibilidades.
Hasta que el agente de la CIA Tony Mendez, especialista en estas
situaciones, urdió un plan, en apariencia el más descabellado de todos.
Con la ayuda del director de maquillaje John Chambers y del productor
Lester Siegel –personajes auténticos-, la maquinaria de Hollywood se
puso en marcha, con todos sus instrumentos, para el rodaje de Argo,
una película de acción, con elementos exóticos e interplanetarios,
al gusto de la época. Mendez llegó a Teherán como parte de un equipo de
localización de exteriores, y él y el equipo –los seis refugiados-
deberían salir, una vez cumplida la tarea, rumbo a Suiza.
Todo esto podemos conocerlo de
antemano a poco que ahondemos en la historia. Lo que no sabemos es cómo
Ben Affleck va a hacer concluir su relato, si la película buscará un
final más épico, más dramático, ceñido a la realidad o libremente
imaginado. Para eso hay que verla, pero también hay que dejarse envolver
por lo que va pasando a lo largo del metraje. Desde que los seis huidos
de la embajada se refugian en la de Canadá, el guion recorre todo el
proceso de elaboración de la “operación Argo”, con breves pinceladas de
lo que ocurre paralelamente en Irán. Las dificultades se van salvando
pero la intriga permanece, hasta que Mendez aterriza en Teherán. Y ahí
comienza el auténtico clímax de la película, manejado con toda solvencia
por Affleck, que no roba ningún plano como actor para dejar que la
propia tensión interna del relato gane la pantalla. Cuando los
americanos ponen el pie fuera de su refugio, camino de la salvación o el
desastre, las imágenes dejan de ser solo descriptivas para adentrarse en
la emoción de los protagonistas. Emoción que, como en todo buen cine, se
contagia al espectador. (http://wwws.warnerbros.es/argo/?gclid=CN_BqoXfoLMCFaTMtAod1CQARw)
A ROMA CON AMOR
(23.09.12)
Dir.:
Woody Allen
Pro.: Letty Aronson,
Giampaolo Letta Gui.: Woody Allen
Int.: Roberto Benigni, Jesse Eisenberg, Penélope Cruz, Woody Allen
Woody Allen es
ese señor de casi 77 años, que ha dirigido hasta la fecha 45 películas;
casi sin excepción una por año desde 1966; ha escrito prácticamente la
totalidad de sus guiones –y veintitantos más para otros- y ha
interpretado un buen número de ellas; todos estos datos son sobradamente
conocidos, y sus títulos, también; huelga repetirlos ahora. Sí merece la
pena destacar un dato: Allen ha vuelto a tener un papel en una obra
suya, algo que no se producía desde Scoop (2006).
El personaje se sigue pareciendo al
arquetipo que ha creado a lo largo de los años, aunque ahora no es un
ilusionista de tercera sino un veterano –jubilado, más bien- director de
ópera. Viaja a Europa con su mujer para encontrarse en Roma con la hija
de ambos y el novio de ésta, un joven italiano al que no conocen.
De aquí parte una de las historias que conforman la película. Porque
Allen ha tomado del Decamerón la estructura de relatos entrecruzados, y
también el tono satírico y a veces mágico de sus páginas, y mezcla
cuatro cuentos que presenciamos sin pestañear: el que él protagoniza, el
de un ciudadano romano anónimo que de repente se convierte en estrella
de la televisión, la historia de un arquitecto americano que recuerda su
pasado mientras acompaña misteriosamente a una joven pareja, y la de
unos novios provincianos que viven por accidente emocionantes aventuras
sexuales.
Antonio y Milly vienen a conocer a la familia capitalina, un poco
cortados y bastante asustados por estar en la gran ciudad. Tan cortados
y asustados, que se pierden. Milly se pone en peligro de caer en las
garras de un resabiado actor madurito, ligón profesional aprovechado de
su declinante fama. Y Antonio recibe la visita inesperada de una
profesional empeñada en que lo pase bien. Al mismo tiempo, John, un
reputado arquitecto americano recorre las mismas calles que visitó en su
juventud y traba amistad con una parejita que espera la visita de una
amiga de ella, la terriblemente seductora Mónica. Por su parte,
Leopoldo, el hombre más normal y corriente de Roma, sufre una inesperada
y agotadora atención de la televisión, que lo lleva a la fama
enloquecedora… y efímera.
Seguramente, a Woody Allen no le fascina tanto Roma como París. Lo que
en la capital francesa era artística evocación poética, en la italiana
se convierte en caricatura; amable y condescendiente pero distanciada y
un tanto abrumadora. La película tiene más de recorrido superficial que
de acercamiento profundo, y Roma es un espléndido y divertido decorado,
pero no un protagonista como París. Tampoco importa mucho, en realidad,
porque donde Allen ha puesto el interés mayor es en el trazo de los
personajes; ahí sí que hay más de un hallazgo.
No tanto en el suyo, que ya conocemos sobradamente –siempre sentimos la
tentación de creer que tiene mucho de autorretrato- como en el resto: su
propio consuegro, un formidable empresario que canta divinamente… pero
tan sólo en determinadas circunstancias; la prostituta empeñada en
desempeñar el papel de virginal esposa; el pobre hombre que sucumbe al
acoso mediático sólo para comprobar que todos los sueños –hasta las
pesadillas- se acaban un día; el extraño que se cuela por arte de magia
en el epicentro de un triángulo amoroso…
Americanos y romanos –sobre todo estos-, que caminan por la Ciudad
Eterna protagonizando escenas alocadas, tiernas y hasta surrealistas
bajo la mirada de su creador, seguramente temeroso de que temperamento
tan… latino acabe escapándosele de las manos. Por eso conduce los
relatos con tiento, graduando muy bien los momentos y el ir y venir de
sus criaturas; en eso y en su sentido del humor, su ironía y su
escritura llena de enredos inteligentes y provocativos, se demuestra
también su talento.
En resumen: otra joyita del maestro neoyorquino, el más europeo de los
directores americanos. (www.virgilio.it/toromewithlove)
AS BESTAS
(12.11.22)
Dir.:
Rodrigo Sorogoyen. Pro.: Rodrigo Sorogoyen, Ibon Cormenzana, Ignasi
Estapé, Nacho Lavilla, Eduardo Villanueva. Gui.: Rodrigo Sorogoyen,
Isabel Peña, Int.: Denis Ménochet, Marina Foïs, Luis Zahera.
Rodrigo
Sorogoyen es uno de los más interesantes directores del cine español
de esta época; sus películas se cuentan por éxitos: 8 citas
(2008) -un debut más que estimable-, Stockholm (2013)-Goya
para Javier Pereira-, Que Dios nos perdone (2016) -Goya para
Roberto Álamo-, El reino (2018) -más de 30 premios, entre
ellos 5 Feroz y 7 Goyas, incluyendo mejor director, mejor guion y
mejores actores: Antonio de la Torre y Luis Zahera-, Madre
(2019) -quizá su película menos comprendida, pero aun así, Premio
del CEC para Marta Nieto-, y esta As bestas, que sin duda
dará qué hablar. Y una larga y exitosa carrera en televisión, con el
bombazo de Antidisturbios (2020) por bandera.
As
bestas
está protagonizada, por un lado, por Antoine y Olga Denis, un
matrimonio francés que han comprado un terreno en una aldea de
Galicia y se dedican a su huerto y a la recuperación de algunas
casas colindantes, en bastante mal estado, con intención de
ofrecerlas a nuevos vecinos. Y por otro, por los hermanos Xan y
Lorenzo, un par de (digamos) paisanos, que llevan toda la vida allí
viviendo principalmente de sus vacas.
Hay un
conflicto manifiesto, y otro latente. Este consiste en que la gente
del pueblo no ve con muy buenos ojos la presencia de unos
extranjeros que, por si fuera poco, pretenden hacer negocio allí. Y
el problema más grave es que una empresa europea quiere comprar los
terrenos para instalar aerogeneradores. La mayoría de los lugareños
está de acuerdo; prefieren ganar un dinero y olvidarse de las
penurias del campo. Pero los franceses encabezan una minoría que se
resisten a la operación.
Los
Denis se han instalado allí por auténtica vocación y además tienen
un conocimiento claro del desastre ecológico que supondría la
instalación de los molinos. Anteponen su vida actual a la posible
ganancia y de ninguna manera quieren abandonar su proyecto. Pero Xan
es un hombre cerrado, hostil, casi feroz; sus encuentros con Antoine
son cada vez más tensos, más amenazadores y crecen en violencia con
cada ocasión; se ha decidido a hacerle la vida imposible y no parece
reparar en medios, acompañado siempre por su hermano Loren, débil
mental pero tan bruto como él. El matrimonio Denis llega a sentir
verdadero miedo, pero su determinación es más fuerte. No tienen
medios para defenderse, ni intención de devolver las ofensas. Su
vida es su tierra, su huerto, su casa. Resisten… hasta que no pueden
más.
Y
comienza otra historia, casi otra película. Que magnifica el papel
de Olga, que siempre estuvo ahí pero que ahora se alza como
protagonista absoluta. Como dice Sorogoyen, es un giro deliberado y
consciente -y evidente, digo yo- para decirle al espectador que la
historia va también de otra cosa. La historia de hombres violentos
cede ante esa mujer, que estaba por debajo y es la que conquista la
película.
Es un
relato sobre la violencia del mundo rural -se emparenta con
Perros de paja de Peckinpah- pero también sobre el amor. Y sobre
la xenofobia y la justicia; porque como todas las buenas historias,
As bestas tiene sucesivas capas; como el mundo real en el que
se inspira. También la vida nos deja a veces sin aliento, como esta
película intensa, magníficamente contada y retratada con unos
intérpretes de excepción. Sorogoyen ha demostrado, y ahí está su
palmarés, ser un estupendo director de actores. Todos están bien
aquí, sobresaliendo Denis Ménochet y Luis Zahera, unos actores
mayúsculos, dueños de una potencia y una fotogenia extraordinarios.
Con ellos, con su enfrentamiento prehistórico la película se eleva
sobre ese país y esos paisanos profundos y negros como una estampa
goyesca.
¡ATRACO!
(21.10.12)
Dir.: Eduard Cortés
Pro.:
Pedro Costa, Gerardo
Herrero, Luis A. Scalella
Gui.:
Eduard Cortés, Piti
Español, Marcelo Figueras
Int.:
Guillermo Francella, Óscar
Jaenada, Amaia Salamanca
Eduard Cortés es
un director español más que apreciable. Su obra comprende bastante
televisión y, en cine, cinco películas: La vida de nadie (2002),
Otros días vendrán
(2005), Ingrid
(2009), la reciente The Pelayos –de este mismo año-, y esta
última, un tremendo éxito en Argentina desde que se estrenó.
El atraco del título sucede en Madrid, a finales de 1955. Dos hombres
uniformados –luego sabemos que visten de bomberos- asaltan una
importante joyería en pleno centro y huyen con su botín tras producirse
un violento tiroteo. Y de inmediato saltamos atrás, para explicarnos el
origen del acontecimiento: el expresidente argentino Juan Domingo Perón
está exiliado en Panamá; vive con cierto lujo, sus seguidores lo adoran
y se dejan la piel por satisfacer sus necesidades y caprichos, incluidos
los de alcoba. Pero la situación no es muy estable y por eso piensan
trasladarlo a España y fijar su residencia en la capital.
Lamentablemente, los gastos de traslado y estancia son cuantiosos: viaje
con todo su séquito, alquiler del inmueble adecuado y posterior
manutención; más el soborno de algún funcionario, el “aceite”
imprescindible para que la máquina funcione. Por todo ello, el entorno
del ilustre huésped –no sin la lacrimógena oposición de algún admirador
irredento- decide empeñar las valiosísimas joyas de la difunta Eva
Perón, sin que el viudo se entere y por el tiempo que se necesite.
El autor de la idea, uno de los más importantes ayudantes del
expresidente, se traslada a Madrid, deposita el tesoro en manos de un
joyero de confianza y regresa a Panamá con un buen fajo de billetes que
van a permitir realizar la operación.
Por desgracia,
Carmen Polo ve las alhajas en una de sus habituales “visitas” a las
joyerías madrileñas, y se encapricha de ellas. El asustado comerciante
avisa a sus amigos argentinos del inminente peligro: la mujer de Franco
no solo no paga nunca sus compras, sino que además no hay nadie capaz de
oponerse a sus deseos; las prendas en cuestión van a volar en pocos
días. Entonces, los desesperados peronistas planean fingir un atraco en
el establecimiento y, de acuerdo con el dueño, recuperar y esconder las
joyas; un par de agentes –el antiguo jefe de seguridad presidencial y un
alocado joven aspirante a actor- son los encargados de realizarlo.
Esos son los intensos momentos que hemos presenciado al comienzo de la
película, y ahora comprendemos por qué las cosas no han salido todo lo
bien que estaban pensadas. La primera consecuencia ya la hemos visto al
principio, y la segunda es que, como es natural, la policía se pone tras
la pista de los ladrones. Que, como no son profesionales, puede que
hayan dejado más de un cabo suelto.
La trama también evoluciona a partir de aquí, abandonando los toques de
humor –a veces tirando a negro- que la aderezaban y dirigiéndose con
decisión hacia el thriller dramático. Eduard Cortés maneja los hilos con
habilidad, mejor que en la precedente The Pelayos; cuenta también
aquí con un reparto más equilibrado: con los españoles Óscar Jaenada y
Amaia Salamanca, que cumplen suficientemente, están los argentinos
Daniel Fanego, Nicolás Cabré y Guillermo Francella, el inolvidable
“Sandoval” de El secreto de sus ojos.
Con su ayuda y
sobre una idea de Pedro Costa –especialista en sucesos reales desde
siempre- que da pie a un guion que ahonda en los protagonistas y se
entretiene lo justo en los secundarios, Cortés ha realizado una
interesante intriga policiaca y política, retratando una época histórica
–mediados de los 50 en España-, que reúne a Franco con Perón –aunque
nunca veamos a aquél y éste aparezca veladamente- y unos personajes
enredados en unos sucesos que parecen ficticios pero que muy bien
pudieron ocurrir en realidad. (www.atraco-lapelicula.com)
ATRAPADA EN
LA OSCURIDAD
(08.09.13)
Dir.:
Joseph Ruben
Pro.: Michael Baker, David Loughery, Robert Menzies Gui.:
David Loughery
Int.: Michelle Monaghan, Michael Keaton, Barry Sloane
Joseph Ruben es
un director americano al que parecen gustarle los argumentos con mujeres
en apuros; suyas son Misteriosa obsesión, Regreso al paraíso
y Durmiendo con su enemigo; aunque también Solo ante la ley,
El buen hijo y Asalto al tren del dinero, más cerca del
thriller con suspense. Y esta de ahora tiene de ambas cosas, además de
una evidente –y no confesada- cercanía a Sola en la oscuridad
(Terence Young, 1967), que protagonizó Audrey Hepburn.
Aquí es Michelle Monaghan –la hemos visto en Misión imposible:
Protocolo fantasma– la que carga con la responsabilidad. Ella es
Sara, una joven y atrevida reportera gráfica; tan atrevida, que la vemos
en la guerra de Afganistán, trabajando y jugándose la vida en primera
línea del frente. Y tanto es así, que un día cae en una emboscada de un
comando suicida y resulta gravemente herida; como consecuencia, pierde
la visión. Sin posibilidad de trabajar, intenta recuperar las ganas de
vivir, refugiada en
su moderno ático neoyorkino y en la compañía de su novio, Ryan, que
parece quererla mucho.
Se acerca la nochevieja y Sara prepara con ilusión la cena familiar con
su embarazadísima hermana, su cuñado y, naturalmente, su novio. Sale a
hacer las últimas compras por el barrio… y cuando regresa a su piso todo
ha cambiado. De la manera más traumática, la realidad se le impone: Ryan
no es quien aparentaba ser, y resulta que tiene unas muy serias cuentas
pendientes con unos acreedores bastante peligrosos, que vienen a
reclamárselas. El salvaje Chad y el metódico y cruel Hollander se han
introducido en el ático y atacan a la aterrorizada joven para que les
revele el secreto que su novio, al parecer, guardaba celosamente.
El pulso –dramáticamente desigual- entre la indefensa Sara y sus
captores, que ocupa la zona central del argumento, es lo más interesante
de la película; mucho más que esa inicial incursión en el género bélico,
de difícil digestión, y la traca final, bastante más trillada. De hecho,
sí que hay traca: los fuegos artificiales, que celebran la llegada del
año nuevo, y que recuerdan dolorosamente a la mujer el ruido de las
bombas, constituyen un recurso tan de manual que casi hacen pensar en lo
peor. Menos mal que se contiene sin pasar a mayores.
Pero mientras tanto, Michelle Monaghan pelea valerosamente con su
personaje, sacándolo adelante con solvencia. Frente a ella, un
recuperado Michael Keaton compone el suyo tratando de no pasarse de la
raya, lo que tiene mucho mérito sabiendo que él es coproductor de la
cinta. Y el otro protagonista del acontecimiento es el propio escenario,
este Ático Norte –título original de la película- en cuyas
habitaciones se esconde el botín perseguido, y con su equívoca azotea,
desde la que se domina la ciudad pero de donde no se puede escapar.
Joseph Ruben es –como demuestra su currículum- un hábil artesano, que
sabe conducir sin complicaciones la historia que lleva entre manos;
mueve los hilos de sus personajes planificando con eficacia casi
televisiva y apostando siempre por el punto de vista –aunque sea mental
o emocional- de su protagonista femenina, que es la que asume, como es
lógico, la empatía del espectador. Los apuros de Sara luchando por su
vida, ciega pero no inválida –ni mucho menos tonta-, tienen la función
de atraparnos y conmovernos; ese es el objetivo principal.
Por eso, seguramente no es posible ver Atrapada en la oscuridad
sin acordarse de otras: Sola en la oscuridad, desde luego, y
también Terror ciego o la española más reciente Los ojos de
Julia; pero considerada independientemente resulta entretenida y de
cierto interés. Claro que, ya que hablaba antes de la digestión: la de
esta película –y la de tantas otras con la misma procedencia- debe ser
tan rápida y leve que no va a dejar poso de muchas calorías. Ni fílmicas
ni de las demás. (http://www.atrapadaenlaoscuridad.com/)
AUTÓMATA
(25.01.15)
Dir.:
Gabe Ibáñez
Pro.:
Antonio Banderas, Sandra
Hermida, Danny Lerner
Gui.: Gabe Ibáñez,
Igor Lejarreta
Int.:
Antonio
Banderas, Birgitte
Hjort Sørensen, Dylan McDermott
Autómata
se presentó –con buena acogida- en el pasado Festival de San Sebastián,
de la mano de sus dos responsables: Gabe Ibáñez –director y guionista- y
Antonio Banderas –productor y protagonista absoluto-. De este ya lo
sabemos todo, tras una carrera tan extensa; Ibáñez, un especialista en
efectos visuales, dirige su segundo largo, tras la estimable Hierro
(2009). Banderas ha confiado en él para realizar este proyecto,
coproducido con la búlgara Nu Boyana Viburno –el rodaje combina
escenarios digitales con las áridas estepas del país balcánico- y
apoyado en el reparto con nombres internacionales: el poliédrico Dylan
McDermot, la danesa Birgitte Hjort Sørensen –vista en la serie Borgen-
y las voces de Melanie Griffith y Javier Bardem.
Todos andan por un planeta desolado. Las perturbaciones solares han
herido de muerte la vida en la Tierra. Sus habitantes han sido casi
aniquilados: miles de millones han muerto y los escasos supervivientes
se apiñan en áreas
restringidas tras enormes murallas, a salvo de la rapiña de algún
desgraciado mutante y de los mortíferos efectos de los desiertos
radiactivos y la lluvia envenenada.
Las tareas más
pesadas y enojosas –y otras más placenteras- corren a cargo de
sofisticados robots, fieles servidores programados para ayudar a los
seres humanos y evitarles cualquier mal; y su eficacia es absoluta…
hasta que deja de serlo.
A pesar de los estrictos códigos
de conducta que rigen su fabricación –extraídos de las leyes robóticas
de Asimov- los androides empiezan a comportarse de manera extraña y
llegan a ocurrir hechos muy graves que parecen indicar casi una
rebelión. Sumamente confundidas, las fuerzas del orden se movilizan y
exigen responsabilidades a los vigilantes del correcto funcionamiento de
los robots. Jacq Vaucan, un veterano y amargado agente de seguros, comienza a
investigar los extraños sucesos, hasta que él mismo resulta sospechoso
de haberlos provocado. Y se ve obligado a una marcha desesperada, en la
que no puede confiar ni en sus semejantes ni en los desconcertantes
humanoides, cada vez más fuertes y más inteligentes.
La –no tan futura- convivencia entre personas y robots ya ha sido
ampliamente expuesta en la literatura y, desde luego, en el cine. Es
imposible olvidar algunos referentes, de los que la película de Ibáñez y
Banderas resulta deudor; y no solo en ese aspecto: el hombre perseguido
injustamente, el peligro de extinción de la especie humana, los límites
de la libertad bajo la vigilancia omnipresente… son subtramas de la
película que también hemos visto a menudo con anterioridad. Incluso ese
paisaje devastado, sea de Bulgaria o de algún otro rincón de la galaxia,
resulta demasiado conocido.
Por fortuna, todo lo demás está bastante bien. Sin ir más lejos,
Autómata tiene cuatro nominaciones a los inminentes Goya: mejor
fotografía, dirección artística, diseño de vestuario y sonido, y
posiblemente consiga alguno de ellos, porque son elementos más que
notables de la película. Destaca también, claro, la presencia de Antonio
Banderas, que está en el noventa por ciento de los planos, en los que se
desenvuelve con el oficio y la intensidad que requiere el personaje. Esa
intensidad propia del género: futurista o no, un thriller clásico debe
mantener la tensión en argumento y personajes durante todo el metraje.
Autómata
lo consigue casi todo el tiempo. Gabe Ibáñez conduce la trama con muy
buen pulso, desplegando eficazmente un guion que roza lo modélico. Solo
hay un cierto bache en la segunda mitad de la obra, que parece pedir
mayor ligereza, –quizá un montaje más dinámico y más breve- antes de
llegar al clímax final. Pecado venial en una obra muy bien pensada y
realizada con entusiasmo y voluntad de agradar. En todo el mundo, si es
posible: esta es la “otra forma” de hacer cine español. (http://automata-movie.com/)
AVATAR
(20.12.09)
Dir.:
James Cameron
Pro.: James Cameron, Jon Landau
Gui.: James Cameron
Int.: Sam Worthington, Zoe Saldaña, Sigourney Weaver
Ya
ha llegado la película que va a revolucionar… la cartera de sus
productores; en especial, de Cameron, el director de Terminator
(84), Aliens (86), Abyss
(89), Mentiras verdaderas (94) y Titanic
(97). Luego, una gran pausa para que, doce años más tarde, vuelva con
esta propuesta fabulosa, capaz –según él- de reinventar el cine.
De momento, el argumento no es muy original, y se basa en el muy
repetido esquema del personaje –ajeno, extranjero, enemigo- que se
infiltra en las filas de sus contrarios y acaba integrándose y defendiéndolos
frente a su propio bando. No hace falta poner ejemplos, pero tampoco
esto sería lo más grave; al fin y al cabo, ideas originales no surgen
todos los días. El caso es que la historia transcurre en el planeta
Pandora, un lugar habitable pero de atmósfera letal para los
terrestres; allí viven en mística comunión con la naturaleza los
na’vi, unos humanoides –de alguna manera hay que llamarlos- de tres
metros de alto, azules y con rasgos felinos, incluido el rabo.
El problema es que en Pandora se ha descubierto un importantísimo
yacimiento de un mineral imprescindible para la Tierra, pero está en
pleno territorio de los na’vi y no parece que se vayan a dejar
expoliar fácilmente: son gente primitiva pero también muy firmes en
sus creencias y muy feroces guerreros, si llega el caso. Por eso, el
astuto coronel Quaritch convence a Jake Sully, un exmarine paralítico,
para que se infiltre entre los nativos convertido en un “avatar”, el
último grito en ingeniería genética: un híbrido con aspecto de
na’vi pero con el ADN terrícola y controlado remotamente por la mente
de la persona humana. Sully
es muy listo y enseguida asimila su nueva identidad, aprendiendo el
idioma, subiendo y bajando de los árboles sin pisarse la cola, montando
en los feroces dragones... y enamorándose, cómo no, de la espectacular
Neytiri, una auténtica pantera... azul; eso sí, con taparrabos. De aquí
en adelante, lo previsto: todo va bien hasta que empieza a ir mal y al
final estalla la guerra, una contienda interplanetaria violenta y
sanguinaria, que es, en definitiva, lo que a Cameron le gusta contar.
¿Cómo
está contado todo? Pues de la manera más espectacular y más moderna.
Cameron ha perfeccionado la famosa
“motion
capture”, la técnica que permite digitalizar la interpretación real
de los artistas convirtiéndolos en personajes animados capaces de hacer
increíbles volatines y arriesgadas monerías de todo tipo. Dice el
director que esta artesanía digital consigue afinar las expresiones de
los personajes hasta lograr un aspecto real. Parecido, pienso yo, a lo
que hacen los actores, conveniente maquillados, en otras películas...
También se ha mejorado, dicen, la proyección en 3D. La sensación de
profundidad, en efecto, es muy buena; sobre todo, en los escenarios cien
por cien animados. Pero siguen haciendo falta las dichosas gafas,
bastante incómodas sobre todo en una película tan, tan larga –más
de dos horas y media-, y no se ha resuelto el principal escollo técnico:
en las escenas de imagen real, cada elemento resulta, paradójicamente,
muy plano; mucho más que la sensación espacial que en el cine
convencional producen la profundidad de campo y el movimiento dentro del
cuadro.
Y, en fin, todo estaría bien si no fuera porque este producto ha
costado una cantidad de dinero verdaderamente vergonzosa y se vende como
algo trascendental, cuando no es más que un entretenimiento ampuloso,
poco original y cargado de mensajes elementales: una película de
aventuras, superficial, precocinada y de fácil digestión para la
chavalería. Y, por supuesto, una operación comercial destinada al
videojuego y a la muñequería. Nada acaba ni empieza con Avatar;
si acaso, supone un paso más en la moda del 3D animado, que, con toda
seguridad, será superado en los próximos meses. Si es que antes no nos
cansamos de verlo, los espectadores, y de gastarse esas millonadas los
productores.
Para
rematar, en conclusión, me permito citar a Javier Marías, en su artículo
de El País del pasado domingo: “De poco me sirve que el mundo sea
cada día más deliberadamente infantil, yo procuro no seguir su paso
cuando el paso me parece idiota y un atraso...” Pues eso. (www2.avatarmovie.com)
AYER NO
TERMINA NUNCA
(28.04.13)
Dir.:
Isabel Coixet
Pro.:
Adolfo Blanco, Isabel
Coixet Gui.:
Isabel Coixet
Int.:
Candela Peña, Javier
Cámara
Isabel Coixet (Barcelona, 1960) es una de nuestras directoras más
interesantes y con más personalidad. Suyas son, entre otras, películas
como Cosas que nunca te dije, Mi vida sin mí, La vida secreta
de las palabras, Elegy, Mapa de los sonidos de Tokio y el documental
Escuchando al juez Garzón. Títulos que abordan, como se ve, temas
muy distintos, con guiones adaptados o propios; como en esta ocasión, en
que ha escrito una historia dura, sin ninguna concesión y muy exigente
–también- para sus intérpretes.
Un hombre y una mujer se encuentran en el vestíbulo –frío, desierto- de
un cementerio; paredes de hormigón como lápidas gigantes, ningún cobijo,
ninguna comodidad, nadie que los reciba. Han llegado por separado: él,
en un coche alquilado desde el aeropuerto; ella, en el suyo propio,
viejo, casi desvencijado. El hombre parece desorientado, intranquilo;
ella está nerviosa y, evidentemente, dolorida. Luego sabremos que hace
cinco años que no se ven; después de una ruptura matrimonial nada
amistosa, él se marchó a Alemania; ella ha seguido viviendo en España.
Y ahora, un triste trámite
burocrático los ha vuelto a reunir. Ha pasado tanto tiempo y tanta vida
que casi ni se reconocen; los dos saben lo que deben hacer, pero no
aciertan a mirarse, a acercarse, a hablar. Poco a poco, el hielo empieza
a quebrarse, hay un atisbo de diálogo –primero banal, después más
profundo- y, cuando al fin caen los obstáculos, los recuerdos comienzan
a aflorar. Y con ellos, los reproches, las palabras hirientes, las
preguntas como dardos. El recuento del dolor, la memoria de los días
perdidos, la tragedia pasada que los vuelve a atenazar.
Coixet afirma que su argumento se basa en experiencias cercanas, vividas
por ella o su entorno próximo. No me cabe la menor duda, a la vista de
la arrebatadora sinceridad del guión, de la verdad que transmiten sus
personajes. Y también por el riesgo de la puesta en escena elegida, ese
escenario gélido que esconde –o lo intenta- la turbadora emoción de un
enfrentamiento tan devastador.
Quizá esa contención de las emociones sea, en definitiva, uno de los
significantes más evidentes en la obra de la directora; sobre todo, en
sus personajes femeninos, siempre un punto por encima de sus oponentes:
la joven desgarrada de La vida secreta de las palabras o la
íntimamente herida de Elegy; la mujer sin esperanza de Cosas
que nunca te dije o la luchadora irrevocable de Mi vida sin mí,
precisamente la que Coixet encuentra más cercana a esta última
protagonista.
Tampoco ella se conforma; también lucha por su vida, por rehacer su
presente y tratar de encontrar una posibilidad de futuro. No depende del
hombre, pero quiere saber, quiere comprender. Aun con la certeza de que
él no tiene respuestas, de que ha sobrevivido mejor, ha disimulado mejor
el dolor, ha dejado caer el tiempo sobre la herida y ya no puede
ayudarla, ni consolarla, ni quererla; a pesar de todo eso, ella lucha.
Brillantísimo trabajo el de Candela Peña y Javier Cámara: ellos son los
extraordinarios protagonistas de este arriesgado ejercicio, un
sensacional “pas de deux” con los sentimientos a flor de piel; un
intercambio descarnado, feroz, de miradas, gestos, voces y silencios
desgarradores en mitad del vacío.
Ayer no termina nunca
es, en su aparente desnudez, una obra compleja, inteligente, que permite
distintas aproximaciones del espectador. Una de ellas, sin duda, la
calidad del guión y ese esfuerzo actoral; otra, el retrato de las
relaciones humanas, las íntimas sobre todo; y una más, fundamental, el
estudio acerca de uno de los sentimientos más fuertes, más determinantes
y, en muchas ocasiones, de los más ocultos: la pervivencia del dolor. La
pena que arrasa el corazón y el alma entera y que se queda ahí, callada,
escondida, pero permanente en la memoria, indeleble recuerdo, eterno
pesar. (http://www.acontracorrientefilms.com/pelicula/194)
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